AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Rotten Apple
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The Rotten Apple
La cobardía era probablemente la primera característica que le habían advertido que era patética para un noble, y aún más, para un monarca. Si hubiese prestado más atención en sus clases de protocolo, o a las largas charlas que su profesor de historia dedicaba a halagar la valentía de los reyes de su patria en el pasado, probablemente no se hubiese topado con tantos obstáculos en su vida, o por lo menos, hubiera encontrado una forma más directa de sortearlos, en lugar de escoger por defecto la ruta de escape. No podía evitarlo. Aunque su corazón, su espíritu, que indudablemente pertenecía a la misma familia de aquellos reyes de los que tanto había oído hablar, le dijeran que ella podía hacerlo, su cerebro que se empeñaba en querer analizarlo todo de la forma más lógica posible, le advertía alto y claro que estaba equivocada. Que correr era la opción más inteligente cuando no puedes salir de la situación sin salir dañada. Objetivamente, el dolor no es agradable para nadie, pero lo es menos aún cuando no tienes a nadie para respaldarte en caso de que el impacto sea demasiado grande como para soportarlo a solas.
Aquella situación se le antojaba demasiado peliaguda como para decir nada inteligente, o para sugerirle a los agresores que el diálogo era la mejor forma de debatir las cosas, así que en menos de un segundo decidió echar a correr, dejando atrás lo que se suponía que sería la comida que debería servirle para el resto de la semana. Lejos de sentirse estúpida, la reina pensó, "¿qué demonios?, entre morir de hambre o ser golpeada hasta la muerte lo primero me deja más margen de acción para hacer algo al respecto", claro que lo hizo antes de darse la vuelta para descubrir que aquellos tres hombres seguían persiguiéndola a pesar de que ya no tenía nada encima que pudieran quitarle. Al menos, nada de valor.
Empujando la gente a su paso, sorteando a personas, carros y casetas de vendedores ambulantes, tratando de abrirse camino entre aquel mar de personas, Irïna se sentía más impotente de lo que se había sentido nunca. Si sólo no hubiese escogido aquel atajo para volver de vuelta al motel, si sólo no hubiese presenciado cómo aquellos hombres transportaban lo que supuso que era una persona desde una casa a un carruaje, si en lugar de gritar por la sorpresa se hubiese escondido... No había tenido mucho tiempo a arrepentirse, sin embargo; cuando se quiso dar cuenta estaba rodeada, temblando, luego arrojó el bolso como distracción y echó a correr... Y ahora, allí estaba, siendo perseguida entre el gentío, reprochándose no haber hecho nada por ayudar a quien estuviese dentro del carruaje, a la vez que temiendo el momento en que sus piernas cedieran y fuera alcanzada. Quería pedir auxilio, pero la voz no le salía. Apenas podía respirar, debido al esfuerzo. Entonces, ocurrió.
Al querer voltear la cabeza para ver si los había perdido, no vio a la persona que estaba agachada ante ella, y antes de darse cuenta, ya estaba en el suelo. Un súbito dolor le recorrió el brazo derecho, y en la distancia, pudo ver el rostro de aquellos desconocidos, confundidos. La habían perdido. Antes de que la persona con la que había tropezado dijera nada, llevó una mano a la boca ajena y la cubrió levemente. - P-por favor, ¡por favor! No alce la voz o me encontrarán... -Suplicó, tratando de recuperar el aliento.
Aquella situación se le antojaba demasiado peliaguda como para decir nada inteligente, o para sugerirle a los agresores que el diálogo era la mejor forma de debatir las cosas, así que en menos de un segundo decidió echar a correr, dejando atrás lo que se suponía que sería la comida que debería servirle para el resto de la semana. Lejos de sentirse estúpida, la reina pensó, "¿qué demonios?, entre morir de hambre o ser golpeada hasta la muerte lo primero me deja más margen de acción para hacer algo al respecto", claro que lo hizo antes de darse la vuelta para descubrir que aquellos tres hombres seguían persiguiéndola a pesar de que ya no tenía nada encima que pudieran quitarle. Al menos, nada de valor.
Empujando la gente a su paso, sorteando a personas, carros y casetas de vendedores ambulantes, tratando de abrirse camino entre aquel mar de personas, Irïna se sentía más impotente de lo que se había sentido nunca. Si sólo no hubiese escogido aquel atajo para volver de vuelta al motel, si sólo no hubiese presenciado cómo aquellos hombres transportaban lo que supuso que era una persona desde una casa a un carruaje, si en lugar de gritar por la sorpresa se hubiese escondido... No había tenido mucho tiempo a arrepentirse, sin embargo; cuando se quiso dar cuenta estaba rodeada, temblando, luego arrojó el bolso como distracción y echó a correr... Y ahora, allí estaba, siendo perseguida entre el gentío, reprochándose no haber hecho nada por ayudar a quien estuviese dentro del carruaje, a la vez que temiendo el momento en que sus piernas cedieran y fuera alcanzada. Quería pedir auxilio, pero la voz no le salía. Apenas podía respirar, debido al esfuerzo. Entonces, ocurrió.
Al querer voltear la cabeza para ver si los había perdido, no vio a la persona que estaba agachada ante ella, y antes de darse cuenta, ya estaba en el suelo. Un súbito dolor le recorrió el brazo derecho, y en la distancia, pudo ver el rostro de aquellos desconocidos, confundidos. La habían perdido. Antes de que la persona con la que había tropezado dijera nada, llevó una mano a la boca ajena y la cubrió levemente. - P-por favor, ¡por favor! No alce la voz o me encontrarán... -Suplicó, tratando de recuperar el aliento.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: The Rotten Apple
Llevaba los francos dentro de un pequeño saquito de terciopelo oscuro colgado de la cintura de la falda, escondido entre los pliegues de la misma para que no fuera el blanco de las miradas de ladronzuelos dispuestos a llevárselo. Tenía que comprar alimentos varios, tantos como sus ahorros le permitieran, pero su lista de provisiones se completaba, básicamente, con aquellos que no fueran perecederos a largo plazo, como arroz y legumbres. Su dieta no variaba mucho, a decir verdad, pero, por suerte, no pasaba demasiado hambre a menudo. Su carpa atraía a mucha gente que dejaba sus francos a cambio de visiones del futuro. Así había sido desde que empezó a trabajar en el circo gitano, pocos años después de su llegada a París. Algunos días eran más productivos que otros, pero mantenía un nivel de ingresos suficiente, que ya era más que muchos de los habitantes de la ciudad.
Entró en el mercado como cada vez que necesitaba hacerse con cualquier cosa. Era el lugar en el que más variedad había, y más diferencia de precios también. Desde puestos para los más pudientes hasta otros más orientados a gente con recursos muy limitados, justo como ella. Kala ya conocía aquellos que merecían la pena de verdad, puesto que muchos aprovechaban para vender fruta y verdura a precio barato, pero en mal estado. Por eso no tardó apenas tiempo en terminar lo que había ido a buscar y, además, le sobraron un par de francos. Se paseó entre los puestos con el saco agarrado con una mano y la cesta de mimbre con sus compras colgando del brazo contrario hasta que llegó a un puesto de fruta verdaderamente apetecible. Entre todo, vio unas manzanas, verdes y brillantes, que llamaron su atención casi antes de llegar al puesto.
—¿Cuánto por las manzanas? —preguntó al tendero.
Éste murmuró, o gruñó, mejor dicho, el precio de la fruta, y aunque Kala estuvo a punto de dar media vuelta por el poco carisma que transmitía, terminó comprando un par de manzanas con los francos que le sobraban. El hombre no era agradable, pero tenía muchas ganas de comer algo fresco, por una vez.
Guardó una en la cesta y limpió la segunda con la falda, lista para llevársela a la boca. De hecho, iba a darle el primer mordisco cuando alguien chocó con ella por detrás, tirando la manzana al suelo. El hombre ni siquiera pidió perdón a la gitana por el tropiezo. ¿Para qué? Maldijo en tamil y se agachó para cogerla cuando, de pronto, sintió como otra persona se tropezaba con ella. ¿Es que la gente no tenía ojos en la cara? Cogió la manzana con rabia y la metió en la cesta antes de mirar a esa segunda persona, que había caído al suelo junto a ella. Quiso decirle algo, pero no tuvo ocasión puesto que la joven le tapó la boca con la mano. Kala arrugó el ceño sin comprender, pero miró hacia atrás y vio a unos hombres de pie, mirando a su alrededor, buscando a alguien claramente. La joven que había tropezado con ella parecía verdaderamente angustiada y la gitana sintió una repentina empatía hacia ella. Intentó calmarla con un gesto de la mano y la agarró de la muñeca para llevarla tras el puesto de fruta.
—Aquí no nos pueden ver —dijo, asomando un poco la cabeza entre las cajas—. ¿Estás bien?
Entró en el mercado como cada vez que necesitaba hacerse con cualquier cosa. Era el lugar en el que más variedad había, y más diferencia de precios también. Desde puestos para los más pudientes hasta otros más orientados a gente con recursos muy limitados, justo como ella. Kala ya conocía aquellos que merecían la pena de verdad, puesto que muchos aprovechaban para vender fruta y verdura a precio barato, pero en mal estado. Por eso no tardó apenas tiempo en terminar lo que había ido a buscar y, además, le sobraron un par de francos. Se paseó entre los puestos con el saco agarrado con una mano y la cesta de mimbre con sus compras colgando del brazo contrario hasta que llegó a un puesto de fruta verdaderamente apetecible. Entre todo, vio unas manzanas, verdes y brillantes, que llamaron su atención casi antes de llegar al puesto.
—¿Cuánto por las manzanas? —preguntó al tendero.
Éste murmuró, o gruñó, mejor dicho, el precio de la fruta, y aunque Kala estuvo a punto de dar media vuelta por el poco carisma que transmitía, terminó comprando un par de manzanas con los francos que le sobraban. El hombre no era agradable, pero tenía muchas ganas de comer algo fresco, por una vez.
Guardó una en la cesta y limpió la segunda con la falda, lista para llevársela a la boca. De hecho, iba a darle el primer mordisco cuando alguien chocó con ella por detrás, tirando la manzana al suelo. El hombre ni siquiera pidió perdón a la gitana por el tropiezo. ¿Para qué? Maldijo en tamil y se agachó para cogerla cuando, de pronto, sintió como otra persona se tropezaba con ella. ¿Es que la gente no tenía ojos en la cara? Cogió la manzana con rabia y la metió en la cesta antes de mirar a esa segunda persona, que había caído al suelo junto a ella. Quiso decirle algo, pero no tuvo ocasión puesto que la joven le tapó la boca con la mano. Kala arrugó el ceño sin comprender, pero miró hacia atrás y vio a unos hombres de pie, mirando a su alrededor, buscando a alguien claramente. La joven que había tropezado con ella parecía verdaderamente angustiada y la gitana sintió una repentina empatía hacia ella. Intentó calmarla con un gesto de la mano y la agarró de la muñeca para llevarla tras el puesto de fruta.
—Aquí no nos pueden ver —dijo, asomando un poco la cabeza entre las cajas—. ¿Estás bien?
Kala Bhansali- Gitano
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Fecha de inscripción : 01/03/2015
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Re: The Rotten Apple
El escozor procedente de su brazo derecho le resultaba vagamente familiar. En el pasado solía tropezarse constantemente y a causa de eso sus golpes eran bastante frecuentes, claro que en aquella ocasión no estaban sus sirvientes para socorrerla, ni Lorick para curarle las heridas, ni sus padres para reírse y recordarle que las señoritas no deberían correr, y mucho menos sin mirar hacia dónde iban. De haber tenido doce años menos estaría llorando al ver la sangre brotar lentamente por la rozadura, o por el dolor que le produjo intentar girar la muñeca. Pero sabía que sus lágrimas en aquel momento no servirían para nada: allí era una más, una desconocida, y además, una con problemas bastante graves. Así que rogó mentalmente que la persona con la que había chocado -por culpa suya, claramente-, fuese lo bastante considerada para apiadarse de ella y de su rostro encogido por el pánico, y no comenzara a gritar "ladrón" o a acusarla por ser tan torpe. Cuando al fin enfocó la vista para toparse con una hermosa y exótica joven, agradecida por oír aquellas tranquilizadoras palabras, todo su cuerpo se relajó de golpe, y entonces, sólo entonces, permitió que de sus ojos brotaran unas cuantas lágrimas, que eran más de alivio que de otra cosa.
- Gracias... De verdad, muchas gracias. No teníais por qué ayudarme y aún así lo habéis hecho a pesar de ser culpable de tropezar... Yo... ¿Estoy bien? Supongo... -Murmuró, demasiado nerviosa para imitar el acento debidamente, aunque dudaba que nadie pudiera identificarla por eso. Asomó la cabeza del mismo modo que la otra joven, sólo para comprobar que, en efecto, seguían buscándola. El miedo volvió a tensarla de repente, por lo que retrocedió de golpe, comenzando a hiperventilar. - Por qué no he podido mantener la b-boca cerrada. ¡Maldita sea! Quién me manda a intentar ayudar cuando soy incapaz de hacer nada. Estúpida... Estúpida... Lo siento... Lo siento... -Dijo en apenas un hilo de voz, de forma entrecortada, y sufriendo lo que era prácticamente un ataque de nervios. Tras unos minutos de ese modo, cogió aire y suspiró con lentitud, centrando su atención en la muchacha que la había ayudado. O comenzaba a tranquilizarse o sus problemas podrían empeorar. - ¿No os he lastimado, verdad? ¿Cómo puedo compensaros? Y-yo... a-ah... De veras que no os había visto. -Aunque no se olvidaba de aquellos que la seguían, su ética la instaba a atender a la persona a la que había agraviado.
Con la mano que estaba sana, rasgó sus ropajes levemente, y con el trozo de tela que sustrajo aplicó presión en la herida. No era grave, pero dolía. En ocasiones como aquella odiaba ser así de débil. ¿Quién podría esperar que alguien como ella protegiera a otros cuando era así de "delicada"? Aunque lo sintiera por la persona en el carruaje, probablemente sólo habría empeorado su situación de haber intentado algo distinto a echar a correr. E incluso haciendo eso había fracasado. Se sentía tan inútil, tan perdida, tan vulnerable, que lo único que quería era hacer un hoyo en la tierra y enterrar la cabeza hasta que todo pasara. Un poco dramático, ciertamente, pero !ah!, dioses, su suerte no podía ser peor. Ni a comprar podía salir sin causar algún revuelo.
- Gracias... De verdad, muchas gracias. No teníais por qué ayudarme y aún así lo habéis hecho a pesar de ser culpable de tropezar... Yo... ¿Estoy bien? Supongo... -Murmuró, demasiado nerviosa para imitar el acento debidamente, aunque dudaba que nadie pudiera identificarla por eso. Asomó la cabeza del mismo modo que la otra joven, sólo para comprobar que, en efecto, seguían buscándola. El miedo volvió a tensarla de repente, por lo que retrocedió de golpe, comenzando a hiperventilar. - Por qué no he podido mantener la b-boca cerrada. ¡Maldita sea! Quién me manda a intentar ayudar cuando soy incapaz de hacer nada. Estúpida... Estúpida... Lo siento... Lo siento... -Dijo en apenas un hilo de voz, de forma entrecortada, y sufriendo lo que era prácticamente un ataque de nervios. Tras unos minutos de ese modo, cogió aire y suspiró con lentitud, centrando su atención en la muchacha que la había ayudado. O comenzaba a tranquilizarse o sus problemas podrían empeorar. - ¿No os he lastimado, verdad? ¿Cómo puedo compensaros? Y-yo... a-ah... De veras que no os había visto. -Aunque no se olvidaba de aquellos que la seguían, su ética la instaba a atender a la persona a la que había agraviado.
Con la mano que estaba sana, rasgó sus ropajes levemente, y con el trozo de tela que sustrajo aplicó presión en la herida. No era grave, pero dolía. En ocasiones como aquella odiaba ser así de débil. ¿Quién podría esperar que alguien como ella protegiera a otros cuando era así de "delicada"? Aunque lo sintiera por la persona en el carruaje, probablemente sólo habría empeorado su situación de haber intentado algo distinto a echar a correr. E incluso haciendo eso había fracasado. Se sentía tan inútil, tan perdida, tan vulnerable, que lo único que quería era hacer un hoyo en la tierra y enterrar la cabeza hasta que todo pasara. Un poco dramático, ciertamente, pero !ah!, dioses, su suerte no podía ser peor. Ni a comprar podía salir sin causar algún revuelo.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: The Rotten Apple
La cara de terror de la muchacha no era desconocida para Kala: ella misma había sufrido ese mismo miedo, tan intenso que hasta impedía respirar, y lo había visto reflejado en innumerables rostros ajenos igual que lo veía ahora en Irïna. Volvió a mirar entre las cajas sólo para comprobar que aquellos tres hombres seguían ahí, mirando a su alrededor y preguntando a personas aleatorias algo que ella no podía saber, aunque suponía qué podía ser. No hacía falta ser un erudito para atar cabos al ver a la joven aterrada y a esos tipos buscando algo sin darse por vencidos. La gitana se mordió el labio y se volvió hacia la joven, que había empezado a llorar.
—No hay de qué —contestó con una sonrisa, intentando tranquilizarla. Se dio cuenta de su acento y de su vocabulario culto y formal, que no se parecía en absolutamente nada a aquel que se hablaba en el campamento. La miró de arriba a abajo con discreción (ya estaba bastante nerviosa como para que encima pensara que Kala la estaba haciendo un análisis minucioso), y su aspecto, aunque no era especialmente extravagante, sí dejaba claro que aquella joven era una pudiente—. No digas eso, no… —La sujetó de los hombros en el momento en el que retrocedió de golpe y antes de que tirara una de las columnas de cajas apiladas tras ella. Con suavidad pero con firmeza, la movió de manera que cambiaran la posición de ambas, quedando Irïna en el lugar de Kala y viceversa—. Shh… Tranquila, respira despacio. Yo estoy bien. —Volvió a mirar a través de las cajas. Parecía que seguían sin verlas, algo que la tranquilizó. Estaba empezando a contagiársele el nerviosismo de la muchacha—. No tienes de qué disculparte —dijo con las manos todavía en los hombros de la joven—. Estaba agachada, es normal que no me vieras, y más si estabas huyendo de ellos.
La soltó en el momento en el que vio su herida. Había salido peor parada que ella, que tan sólo había recibido los dos golpes, el del hombre que había tirado su manzana y el de ella después. Fue bastante resolutiva, o eso le pareció, dada la clase social a la que creía que pertenecía, cuando rasgó parte de su falda y se tapó la rozadura con ella. Siempre las había imaginado más refinadas en ese aspecto, cuidando sus ropajes y su apariencia por encima de todo. Tal vez las había juzgado mal, pero tampoco había tenido oportunidad de poder valorarlas en profundidad; sólo por ser gitana la mayoría la ignoraba, y por supuesto nunca iban al circo gitano, donde ella pasaba gran parte del tiempo. Kala sonrió al ver que se encontraba con una mujer muy distinta a lo que había imaginado. Al dueño del puesto de fruta, al contrario, no pareció que el hecho de que estuviera en un aprieto —y, además, herida— fuera motivo suficiente para que ambas permanecieran entre sus cajas, invadiendo lo que consideraba que era su espacio para la venta. Enseguida empezó a incriminar a ambas mujeres y, aunque Kala intentó convencerlo de que las dejara estar ahí un poco más, él no hizo más que alzar la voz hasta tal punto de que los tres hombres empezaron a sospechar que algo ocurría detrás de aquellas cajas. Por la posición en la que estaban, a Irïna no podían verla, pero sí a Kala, y ella a ellos. Se acercaban despacio y apartando a la gente de su camino, pero sin pausa y con la mirada fija tras el tenderete.
—No grites —le advirtió con la voz más dulce que fue capaz—, pero esos hombres están viniendo hacia aquí. —El tendero seguía gritando y la gente empezaba a amontonarse en torno al puesto de fruta—. Vámonos de aquí. Ven, sígueme.
La agarró del brazo sano y salió de entre las cajas, intentado que ella quedara oculta entre la gente y otros bultos que había entre los puestos. Que vieran a Kala no importaba. ¿No era una simple gitana? No sería la primera vez que alguien de los suyos armaba un escándalo en el mercado por alguna cosa robada, y si pensaban que las quejas del hombre iban dirigidas sólo a ella sería probable que terminaran dejándola marchar sin más problema. La idea no había sido del todo mala, salvo por un pequeño factor que la morena no había tenido en cuenta: la gente se movía, y las barreras que ahora las cubrían podían desaparecer en cuestión de segundos. Y, efectivamente, así es como pasó. De pronto se vieron en mitad de la plaza, completamente al descubierto y a la vista de aquellos tipos que, por supuesto, las encontraron.
—Corre —le susurró tirando de ella y echando a correr para intentar salir de allí.
—No hay de qué —contestó con una sonrisa, intentando tranquilizarla. Se dio cuenta de su acento y de su vocabulario culto y formal, que no se parecía en absolutamente nada a aquel que se hablaba en el campamento. La miró de arriba a abajo con discreción (ya estaba bastante nerviosa como para que encima pensara que Kala la estaba haciendo un análisis minucioso), y su aspecto, aunque no era especialmente extravagante, sí dejaba claro que aquella joven era una pudiente—. No digas eso, no… —La sujetó de los hombros en el momento en el que retrocedió de golpe y antes de que tirara una de las columnas de cajas apiladas tras ella. Con suavidad pero con firmeza, la movió de manera que cambiaran la posición de ambas, quedando Irïna en el lugar de Kala y viceversa—. Shh… Tranquila, respira despacio. Yo estoy bien. —Volvió a mirar a través de las cajas. Parecía que seguían sin verlas, algo que la tranquilizó. Estaba empezando a contagiársele el nerviosismo de la muchacha—. No tienes de qué disculparte —dijo con las manos todavía en los hombros de la joven—. Estaba agachada, es normal que no me vieras, y más si estabas huyendo de ellos.
La soltó en el momento en el que vio su herida. Había salido peor parada que ella, que tan sólo había recibido los dos golpes, el del hombre que había tirado su manzana y el de ella después. Fue bastante resolutiva, o eso le pareció, dada la clase social a la que creía que pertenecía, cuando rasgó parte de su falda y se tapó la rozadura con ella. Siempre las había imaginado más refinadas en ese aspecto, cuidando sus ropajes y su apariencia por encima de todo. Tal vez las había juzgado mal, pero tampoco había tenido oportunidad de poder valorarlas en profundidad; sólo por ser gitana la mayoría la ignoraba, y por supuesto nunca iban al circo gitano, donde ella pasaba gran parte del tiempo. Kala sonrió al ver que se encontraba con una mujer muy distinta a lo que había imaginado. Al dueño del puesto de fruta, al contrario, no pareció que el hecho de que estuviera en un aprieto —y, además, herida— fuera motivo suficiente para que ambas permanecieran entre sus cajas, invadiendo lo que consideraba que era su espacio para la venta. Enseguida empezó a incriminar a ambas mujeres y, aunque Kala intentó convencerlo de que las dejara estar ahí un poco más, él no hizo más que alzar la voz hasta tal punto de que los tres hombres empezaron a sospechar que algo ocurría detrás de aquellas cajas. Por la posición en la que estaban, a Irïna no podían verla, pero sí a Kala, y ella a ellos. Se acercaban despacio y apartando a la gente de su camino, pero sin pausa y con la mirada fija tras el tenderete.
—No grites —le advirtió con la voz más dulce que fue capaz—, pero esos hombres están viniendo hacia aquí. —El tendero seguía gritando y la gente empezaba a amontonarse en torno al puesto de fruta—. Vámonos de aquí. Ven, sígueme.
La agarró del brazo sano y salió de entre las cajas, intentado que ella quedara oculta entre la gente y otros bultos que había entre los puestos. Que vieran a Kala no importaba. ¿No era una simple gitana? No sería la primera vez que alguien de los suyos armaba un escándalo en el mercado por alguna cosa robada, y si pensaban que las quejas del hombre iban dirigidas sólo a ella sería probable que terminaran dejándola marchar sin más problema. La idea no había sido del todo mala, salvo por un pequeño factor que la morena no había tenido en cuenta: la gente se movía, y las barreras que ahora las cubrían podían desaparecer en cuestión de segundos. Y, efectivamente, así es como pasó. De pronto se vieron en mitad de la plaza, completamente al descubierto y a la vista de aquellos tipos que, por supuesto, las encontraron.
—Corre —le susurró tirando de ella y echando a correr para intentar salir de allí.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: The Rotten Apple
En el mundo hay muchas clases de personas. Las hay de las que, por naturaleza, son bondadosas y hacen lo que pueden por ayudar a los demás sin necesitar nada a cambio. Una parte de Irïna quería confiar en que a pesar de las apariencias, la mayoría de la gente que la rodeaba pertenecía a aquella categoría. De veras que quería creerlo, pero las circunstancias en que se encontraba eran culpa de aquellos en los que una vez confió, así que era difícil seguir pensando aquello. Eso la convertía en alguien desconfiado por naturaleza, especialmente en los últimos tiempos. Por defecto, tendía a pensar que quien tenía delante pertenecía a otra clase de persona, aquellas con intenciones ocultas: claramente la mayoría. Era triste que su mentalidad se hubiera visto influenciada hasta tal punto, pero no es que pudiese hacer nada al respecto. Ojalá nadie quisiera obtener nada cuando realiza una buena acción, pero la realidad demostraba que no era así. Por eso mismo, su primera inclinación ante la respuesta tranquilizadora y hasta amable de la desconocida, fue la desconfianza. De hecho, no había nada ni en la mirada ni en la actitud de la mujer que le resultara lo más mínimamente sospechoso, pero no podía evitarlo. Quizá esa fue la razón por la que reaccionó tensándose cuando la otra chica la tocó con intención de calmarla.
En menos de un instante, sopesó sus opciones. ¿Qué podía hacer en caso de que aquella situación se torciera? ¿Cuánto dinero llevaba encima? ¿Le pediría únicamente dinero la mujer a cambio de ocultarla, o tendría que darle algo más? Por seguridad nunca llevaba demasiado, era peligroso y, en cierto modo, innecesario. Los lujos eran algo a lo que, a pesar de estar acostumbrada, había renunciado sin problemas a cambio de protegerse a sí misma y su identidad. Mientras estuviera en París debía pasar lo más desapercibida posible, cualquier conflicto no solamente podría destapar su tapadera, sino resultar en un conflicto entre los reinos de Escocia y Francia, dado que la situación entre ambos se había tensado últimamente debido a su ausencia en el trono. ¿Qué haría pues, si la joven decidía destaparla por no poder pagar por su silencio? ¿Qué tenía que pudiera darle a cambio? Aunque las palabras de la otra no parecían llevar intenciones ocultas, los nervios, el pánico y la inseguridad no la dejaban centrarse en eso... Estuvo a punto de comenzar a correr sin escuchar nada más, cuando el dueño del puesto comenzó a alzar la voz en su dirección.
- Ah... no... yo... ah... No queremos causar problemas... Sólo necesito un momento... Estoy cansada y herida, ¿lo podéis ver, buen señor? A cambio puedo comprarle algunas manzanas... Por favor... B-baje la voz. -Lo único que le quedó claro tras aquel intento era que el hecho de estar intentando esconderse y además intentar que el tendero se callara, sólo sirvió para que éste se percatara de que algo iba mal y comenzara a gritar con más intensidad. No le importaba nada de lo que estaba diciendo, ni siquiera parecía interesarle el estado de sus mercancías, que comenzó a mover de un lado a otro, sólo quería que ambas mujeres desaparecieran de su vista. Si se había percatado del peligro o no era un misterio, pero no tenían tiempo para eso, y la otra muchacha, por suerte, fue lo bastante rápida para darse cuenta de que los que las seguían ya las habían encontrado. Ahora sí que la escuchó, esta vez convencida de que sólo quería ayudarla, y comenzó a correr tras ella, mirando hacia atrás de vez en cuando.
- Si vamos juntas vos también estaréis en peligro. Ya me habéis ayudado antes, ¡ahora deberíamos separarnos! -La mejor forma de pagar aquella bondad gratuita era asegurarse de que aquella mujer no corriera ningún peligro, y más ahora que podía ver a los hombres acercarse más a ambas. El gentío parecía reducirse a medida que se alejaban del mercado y avanzaban por calles y callejuelas, pero aquello no la tranquilizaba precisamente. No sabía qué hacer, o dónde esconderse, y tampoco podía olvidar el hecho de que por su culpa otra persona estaba en peligro. Que por su torpeza, de nuevo, alguien podía salir herido. - Maldita sea...
- ¡Deja de correr! Será peor para ambas... Sólo queremos preguntarte algo y te dejaremos ir... -Aquellas palabras, lanzadas a modo de grito, fueron seguidas por carcajadas de parte de los otros dos maleantes. Sabía lo que significaba, pero cada vez se sentía más cansada, y por si fuera poco no tenía ni idea de dónde estaba... Al girar en la siguiente esquina, sintió que la sangre se le helaba. No había salida. Estaban atrapadas. - Vaya, vaya... ¿Son dos? Creí que sólo esa cría nos había visto... Bueno, como sea, portáos bien y no os pasará nada~ Dijo uno de los que Irïna había visto llevarse a aquella persona. No parecía demasiado convincente. La joven dio un paso al frente y negó con la cabeza.
- Ella no ha visto nada, sólo empezó a correr conmigo porque creía que la seguían a ella, y no a mi... -Sorprendentemente, la voz no le tembló tanto como creía que lo haría.
En menos de un instante, sopesó sus opciones. ¿Qué podía hacer en caso de que aquella situación se torciera? ¿Cuánto dinero llevaba encima? ¿Le pediría únicamente dinero la mujer a cambio de ocultarla, o tendría que darle algo más? Por seguridad nunca llevaba demasiado, era peligroso y, en cierto modo, innecesario. Los lujos eran algo a lo que, a pesar de estar acostumbrada, había renunciado sin problemas a cambio de protegerse a sí misma y su identidad. Mientras estuviera en París debía pasar lo más desapercibida posible, cualquier conflicto no solamente podría destapar su tapadera, sino resultar en un conflicto entre los reinos de Escocia y Francia, dado que la situación entre ambos se había tensado últimamente debido a su ausencia en el trono. ¿Qué haría pues, si la joven decidía destaparla por no poder pagar por su silencio? ¿Qué tenía que pudiera darle a cambio? Aunque las palabras de la otra no parecían llevar intenciones ocultas, los nervios, el pánico y la inseguridad no la dejaban centrarse en eso... Estuvo a punto de comenzar a correr sin escuchar nada más, cuando el dueño del puesto comenzó a alzar la voz en su dirección.
- Ah... no... yo... ah... No queremos causar problemas... Sólo necesito un momento... Estoy cansada y herida, ¿lo podéis ver, buen señor? A cambio puedo comprarle algunas manzanas... Por favor... B-baje la voz. -Lo único que le quedó claro tras aquel intento era que el hecho de estar intentando esconderse y además intentar que el tendero se callara, sólo sirvió para que éste se percatara de que algo iba mal y comenzara a gritar con más intensidad. No le importaba nada de lo que estaba diciendo, ni siquiera parecía interesarle el estado de sus mercancías, que comenzó a mover de un lado a otro, sólo quería que ambas mujeres desaparecieran de su vista. Si se había percatado del peligro o no era un misterio, pero no tenían tiempo para eso, y la otra muchacha, por suerte, fue lo bastante rápida para darse cuenta de que los que las seguían ya las habían encontrado. Ahora sí que la escuchó, esta vez convencida de que sólo quería ayudarla, y comenzó a correr tras ella, mirando hacia atrás de vez en cuando.
- Si vamos juntas vos también estaréis en peligro. Ya me habéis ayudado antes, ¡ahora deberíamos separarnos! -La mejor forma de pagar aquella bondad gratuita era asegurarse de que aquella mujer no corriera ningún peligro, y más ahora que podía ver a los hombres acercarse más a ambas. El gentío parecía reducirse a medida que se alejaban del mercado y avanzaban por calles y callejuelas, pero aquello no la tranquilizaba precisamente. No sabía qué hacer, o dónde esconderse, y tampoco podía olvidar el hecho de que por su culpa otra persona estaba en peligro. Que por su torpeza, de nuevo, alguien podía salir herido. - Maldita sea...
- ¡Deja de correr! Será peor para ambas... Sólo queremos preguntarte algo y te dejaremos ir... -Aquellas palabras, lanzadas a modo de grito, fueron seguidas por carcajadas de parte de los otros dos maleantes. Sabía lo que significaba, pero cada vez se sentía más cansada, y por si fuera poco no tenía ni idea de dónde estaba... Al girar en la siguiente esquina, sintió que la sangre se le helaba. No había salida. Estaban atrapadas. - Vaya, vaya... ¿Son dos? Creí que sólo esa cría nos había visto... Bueno, como sea, portáos bien y no os pasará nada~ Dijo uno de los que Irïna había visto llevarse a aquella persona. No parecía demasiado convincente. La joven dio un paso al frente y negó con la cabeza.
- Ella no ha visto nada, sólo empezó a correr conmigo porque creía que la seguían a ella, y no a mi... -Sorprendentemente, la voz no le tembló tanto como creía que lo haría.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Re: The Rotten Apple
Desde la falsa acusación de su padre, que se cobró la vida de dos de sus hermanos por el camino, hasta la marginación que sufría el pueblo gitano —ahora, su pueblo— por ser eso, gitano, Kala había visto tanta injusticia caer sobre ella y su familia que era sorprendente que no la hubiera influenciado negativamente. Nunca había sido conflictiva, ni de niña, ni ahora de adulta, al contrario; se caracterizaba por ser una persona buena y que intentaba ayudar a los demás, como estaba ocurriendo en aquella ocasión. No conocía a Irïna, no sabía ni siquiera su nombre, pero al ver el terror en su rostro no dudó en ayudarla a salir de aquel aprieto. ¿Que aquello le iba a causar problemas a ella también? Era posible, pero en ese momento no lo pensó, y por eso corría junto a ella, agarrada de su mano, en una dirección completamente aleatoria.
—No pienses en eso ahora —le pidió con la voz entrecortada y claramente preocupada.
Miró hacia atrás: los tres hombres las seguía a una distancia prudente, pero que cada vez se hacía más y más pequeña. Apretó el paso y el agarre de Irïna y siguió, casi sin aliento, buscando un camino de huida, ahora para ambas. Se le encogió el estómago al pensar que también la seguían a ella, aunque no había tenido nada que ver. Tampoco sabía qué podía haber hecho aquella chica para enfurecerlos de esa manera, pero el caso es que lo había hecho y ellos querían algo a cambio.
Giraron en una esquina y se dieron de bruces contra un callejón sin salida. Kala quiso dar la vuelta de inmediato y salir de allí, pero la voz de uno de ellos en su espalda se lo impidió. Estaba completamente paralizada, salvo por el tembleque de todo su cuerpo producido por el miedo que la invadió en un momento. No podían salir de allí, y esos hombres no parecía que fueran con buenas intenciones. Tragó saliva —o al menos hizo el gesto, porque tenía la boca tan seca que sólo encontró aire— y se dio la vuelta lentamente. El aura de los tres tipos la golpeó; era tan intensa que cualquier ser humano podría apreciarla y echarse a temblar de inmediato. Sus intenciones, al contrario de esas palabras que intentaban ser tranquilizadoras, no eran buenas. No lo eran para ninguna de las dos.
Esta vez, fue Irïna la que salió en su defensa, mientras que la gitana se mantuvo callada, aunque tampoco tenía mucho más que hacer. Ahora las dos eran un solo equipo que tenía que jugar sus cartas para salir de allí con vida. Miró a su alrededor con disimulo y se dio cuenta de que el callejón estaba lleno de trastos viejos que, llegado el momento, podrían usar para algo. Para qué, no tenía ni idea.
—Y dime ¿por qué la íbamos a seguir a ella? ¿Acaso ha hecho algo malo? —miró directamente a Kala y ésta negó con la cabeza—. Y, si no ha hecho nada malo, ¿por qué corre? No tiene mucho sentido esto que dices… —Dio un paso—. Buen intento, preciosa, pero ahora estáis las dos juntas y seguro que algo le has contado, así que la has convertido en culpable, tanto como tú.
Ellos fueron acercándose lentamente y Kala tiró de Irïna hacia atrás para intentar que la distancia que habían mantenido hasta entonces no mermara demasiado. Pensó que, ya que estaban sin salida, era mejor que siguieran así, distanciados, para tener mayor margen de maniobra.
—¿Y se puede saber qué os ha hecho para que vayáis tres personas tras ella? —lanzó la pregunta para ver si de ese modo conseguía distraerles lo suficiente y así poder pensar qué hacer. Cualquier segundo de más que consiguieran sería beneficioso, y si conseguían la ayuda de alguien más, también.
—No pienses en eso ahora —le pidió con la voz entrecortada y claramente preocupada.
Miró hacia atrás: los tres hombres las seguía a una distancia prudente, pero que cada vez se hacía más y más pequeña. Apretó el paso y el agarre de Irïna y siguió, casi sin aliento, buscando un camino de huida, ahora para ambas. Se le encogió el estómago al pensar que también la seguían a ella, aunque no había tenido nada que ver. Tampoco sabía qué podía haber hecho aquella chica para enfurecerlos de esa manera, pero el caso es que lo había hecho y ellos querían algo a cambio.
Giraron en una esquina y se dieron de bruces contra un callejón sin salida. Kala quiso dar la vuelta de inmediato y salir de allí, pero la voz de uno de ellos en su espalda se lo impidió. Estaba completamente paralizada, salvo por el tembleque de todo su cuerpo producido por el miedo que la invadió en un momento. No podían salir de allí, y esos hombres no parecía que fueran con buenas intenciones. Tragó saliva —o al menos hizo el gesto, porque tenía la boca tan seca que sólo encontró aire— y se dio la vuelta lentamente. El aura de los tres tipos la golpeó; era tan intensa que cualquier ser humano podría apreciarla y echarse a temblar de inmediato. Sus intenciones, al contrario de esas palabras que intentaban ser tranquilizadoras, no eran buenas. No lo eran para ninguna de las dos.
Esta vez, fue Irïna la que salió en su defensa, mientras que la gitana se mantuvo callada, aunque tampoco tenía mucho más que hacer. Ahora las dos eran un solo equipo que tenía que jugar sus cartas para salir de allí con vida. Miró a su alrededor con disimulo y se dio cuenta de que el callejón estaba lleno de trastos viejos que, llegado el momento, podrían usar para algo. Para qué, no tenía ni idea.
—Y dime ¿por qué la íbamos a seguir a ella? ¿Acaso ha hecho algo malo? —miró directamente a Kala y ésta negó con la cabeza—. Y, si no ha hecho nada malo, ¿por qué corre? No tiene mucho sentido esto que dices… —Dio un paso—. Buen intento, preciosa, pero ahora estáis las dos juntas y seguro que algo le has contado, así que la has convertido en culpable, tanto como tú.
Ellos fueron acercándose lentamente y Kala tiró de Irïna hacia atrás para intentar que la distancia que habían mantenido hasta entonces no mermara demasiado. Pensó que, ya que estaban sin salida, era mejor que siguieran así, distanciados, para tener mayor margen de maniobra.
—¿Y se puede saber qué os ha hecho para que vayáis tres personas tras ella? —lanzó la pregunta para ver si de ese modo conseguía distraerles lo suficiente y así poder pensar qué hacer. Cualquier segundo de más que consiguieran sería beneficioso, y si conseguían la ayuda de alguien más, también.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: The Rotten Apple
Por un momento se sintió aliviada al ver que ella no era la única que estaba asustada en aquella situación tan comprometedora. La razón era bastante estúpida, no podía negarlo, pero hubiera odiado saber que mientras ella temblaba a causa del miedo, aquella persona, que se había visto envuelta en su problema sin tener nada que ver, se comportaba de forma más valiente que ella misma. No fue así, el miedo era el mismo para las dos, y eso le dio el empujón que necesitaba para dar la cara frente a aquella muchacha, que no sólo la había ayudado, sino que tampoco la había abandonado en la huida, a pesar de que eso hubiera sido más lógico, y desde luego, comprensible. No era difícil adivinar que las consecuencias que podrían salir de aquel encuentro no iban a ser buenas para ninguna de las dos. Estaban en minoría numérica, y no sólo eso, ellas eran dos mujeres desarmadas, y ellos, hombres corpulentos que no dudaba que fueran armados. En efecto, cuando uno de ellos se volteaba para decirle algo en otro idioma al que estaba detrás, pudo ver el reflejo de una especie de revólver en su cinturón. Sin embargo, hubo algo que llamó su atención, y es el emblema que el arma tenía grabado en el mango. Conocía ese símbolo, lo había visto antes. Era procedente de una casa nobiliaria rusa.
- No soy tan estúpida como para hablarle de algo así a un desconocido, y mucho menos a una que no tiene nada que ver, y que no está relacionada con las autoridades. -Los hombres se tensaron a la vez ante la simple mención de la policía, y entonces lo supo. Lo que antes había visto, en efecto, era un secuestro, y si aquella parte de la nobleza, violentos y sin escrúpulos, estaban implicados, la persona que se habían llevado debía ser alguien importante para Francia.
- El problema no es lo que haya hecho, sino lo que pueda llegar a hacer con la información que tiene. ¡De todas formas, no te incumbe! Bastantes problemas tienes ya simplemente por haber sido tan tonta como para seguirla, no nos obligues a hacer algo peor. -Sus amenazas eran claras, y ahora ya ni se molestaron en ocultar sus evidentes malas intenciones. Todo aquello confirmaba nuevamente la hipótesis que se había hecho en su cabeza. La pregunta más evidente era qué podía hacer ella con esa información, y cómo utilizarla para salir de aquel sitio sin poner en peligro ni su vida ni la de la otra joven. El visionado de un par de capas al final del callejón, le dio la respuesta que necesitaba. A pesar de que los guardias, que iban haciendo la patrulla, estaban hablando entre sí, se dieron cuenta del alboroto en el callejón, y se detuvieron para ver qué pasaba desde la distancia. Sin embargo, ella sabía que seguían estando en desventaja, dos muchachas de aspecto destartalado, frente a tres hombres, no era difícil imaginar lo que parecía, y que si no hacía algo al respecto, el incidente sería ignorado completamente.
- ¡Os digo que no pienso guardar silencio! ¡La familia Yussupov fue desterrada del ámbito comercial francés hace diez años! ¡Sólo estar aquí os convierte en criminales! ¡Seguro que los bienes que teníais eran para contrabando! -Comenzó a vociferar la chica, a pleno pulmón, dejándolos a todos boquiabiertos. Los guardias parecieron comentar algo entre sí, y luego comenzaron a acercarse hacia donde ellos estaban, caminando rápidamente. El pánico creció en el rostro de sus perseguidores, que se miraban entre ellos y a la joven de forma intermitente.
- как, черт возьми, она знает?* -Preguntó uno, en un idioma que, por suerte, ella había aprendido cuando era aún una niña, gracias a su madre.
- герб на ружье* -Dijo en su mismo idioma, provocando que la rabia los hiciera reaccionar, abalanzándose hacia delante. Cogiendo una de las cajas de madera que habían tiradas por el suelo, procedentes del mercado seguramente, golpeó al hombre y salió corriendo, tirando a la otra joven por del brazo. - ¡Corre! ¡Ahora es nuestra oportunidad! -Los guardias trataron de detenerlas, pero al escuchar el tiro por parte de los hombres corrieron a toda prisa tras ellos. Al menos, eso les daría algo de tiempo. - Perdona por todo esto, creo que estaremos más seguras volviendo al mercado, ya que allí hay más gente. -Sugirió sin dejar de correr, en dirección al lugar del que habían venido antes. Si no eran encarcelados, las cosas se complicarían aún más, pero ahora tendría tiempo más que suficiente para planear algo, y de paso, poner a salvo a la otra joven.
* как, черт возьми, она знает? --> ¿Cómo demonios sabe eso/lo sabe?
* герб на ружье --> Por el escudo de armas.
- No soy tan estúpida como para hablarle de algo así a un desconocido, y mucho menos a una que no tiene nada que ver, y que no está relacionada con las autoridades. -Los hombres se tensaron a la vez ante la simple mención de la policía, y entonces lo supo. Lo que antes había visto, en efecto, era un secuestro, y si aquella parte de la nobleza, violentos y sin escrúpulos, estaban implicados, la persona que se habían llevado debía ser alguien importante para Francia.
- El problema no es lo que haya hecho, sino lo que pueda llegar a hacer con la información que tiene. ¡De todas formas, no te incumbe! Bastantes problemas tienes ya simplemente por haber sido tan tonta como para seguirla, no nos obligues a hacer algo peor. -Sus amenazas eran claras, y ahora ya ni se molestaron en ocultar sus evidentes malas intenciones. Todo aquello confirmaba nuevamente la hipótesis que se había hecho en su cabeza. La pregunta más evidente era qué podía hacer ella con esa información, y cómo utilizarla para salir de aquel sitio sin poner en peligro ni su vida ni la de la otra joven. El visionado de un par de capas al final del callejón, le dio la respuesta que necesitaba. A pesar de que los guardias, que iban haciendo la patrulla, estaban hablando entre sí, se dieron cuenta del alboroto en el callejón, y se detuvieron para ver qué pasaba desde la distancia. Sin embargo, ella sabía que seguían estando en desventaja, dos muchachas de aspecto destartalado, frente a tres hombres, no era difícil imaginar lo que parecía, y que si no hacía algo al respecto, el incidente sería ignorado completamente.
- ¡Os digo que no pienso guardar silencio! ¡La familia Yussupov fue desterrada del ámbito comercial francés hace diez años! ¡Sólo estar aquí os convierte en criminales! ¡Seguro que los bienes que teníais eran para contrabando! -Comenzó a vociferar la chica, a pleno pulmón, dejándolos a todos boquiabiertos. Los guardias parecieron comentar algo entre sí, y luego comenzaron a acercarse hacia donde ellos estaban, caminando rápidamente. El pánico creció en el rostro de sus perseguidores, que se miraban entre ellos y a la joven de forma intermitente.
- как, черт возьми, она знает?* -Preguntó uno, en un idioma que, por suerte, ella había aprendido cuando era aún una niña, gracias a su madre.
- герб на ружье* -Dijo en su mismo idioma, provocando que la rabia los hiciera reaccionar, abalanzándose hacia delante. Cogiendo una de las cajas de madera que habían tiradas por el suelo, procedentes del mercado seguramente, golpeó al hombre y salió corriendo, tirando a la otra joven por del brazo. - ¡Corre! ¡Ahora es nuestra oportunidad! -Los guardias trataron de detenerlas, pero al escuchar el tiro por parte de los hombres corrieron a toda prisa tras ellos. Al menos, eso les daría algo de tiempo. - Perdona por todo esto, creo que estaremos más seguras volviendo al mercado, ya que allí hay más gente. -Sugirió sin dejar de correr, en dirección al lugar del que habían venido antes. Si no eran encarcelados, las cosas se complicarían aún más, pero ahora tendría tiempo más que suficiente para planear algo, y de paso, poner a salvo a la otra joven.
* как, черт возьми, она знает? --> ¿Cómo demonios sabe eso/lo sabe?
* герб на ружье --> Por el escudo de armas.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Re: The Rotten Apple
Su intención de mostrarse valiente y sin miedo había sido en vano; las crudas palabras del hombre que contestó a su pregunta la dejaron completamente muda y petrificada. Kala también vio el reflejo del arma que uno de ellos portaba en el cinturón, y aunque no distinguió ningún emblema en ella, no le hizo falta para saber que aquellos dos hombres hablaban muy en serio. La gitana no sabía qué más podía hacer; la salida del callejón estaba completamente obstruida por los tres hombres y, aunque consiguieran separarlos ligeramente para dejar un hueco por el que colarse, estaba segura de que no les dejarían llegar muy lejos. Por otro lado, si seguían caminando hacia atrás, terminarían llegando a la pared del fondo y ahí se terminaría su propósito de seguir manteniendo la distancia, con lo que necesitaban actuar de inmediato.
Estaba tan asustada que ni siquiera se percató de la extraña conversación entre Irïna y esos hombres, ni de que, entre ellos, hablaban un idioma muy distinto al francés. Hablaban de una familia de apellido extranjero cuya estancia estaba vetada en el país, o algo así entendió. ¿Qué sabía ella de las tramas políticas que se llevaran a cabo en la corte? ¡Nada! Kala era una simple gitana que se intentaba ganar la vida leyendo el futuro de la gente, no alguien interesado por la vida de la nobleza de París, y menos aún por la de aquellos que ni siquiera vivían allí. ¡Por el amor del cielo! ¡Si ni siquiera se interesaba por los chismes que ocurrían en la carreta junto a la suya!
Se arrimó a Irïna todo lo que pudo mientras ella seguía hablando, esta vez, en el mismo idioma que lo hacían ellos. Tenía la mirada fija en los guardias que se acercaban por la entrada del callejón cuando vio volar una caja por el rabillo del ojo, y seguido sintió el tirón en el brazo. No pensó en nada cuando salió corriendo tras ella, agarrada fuertemente a su mano.
—Sí, será mejor que volvamos —admitió—. Allí será más fácil perderlos.
Sólo en el momento en el que vio la multitud de la plaza fue capaz de volver a respirar. Sabía que allí no estarían del todo seguras, pero parecía que los guardias habían entretenido a los hombres el tiempo suficiente como para darles un pequeño respiro a ellas.
Kala caminó con paso firme hasta llegar al centro de la plaza y miró a su alrededor. Había numerosas calles que salían del mercado a distintas zonas de la ciudad, pero ella sólo conocía las que más utilizaba, es decir, aquellas que se dirigían al campamento gitano. Como nadie quería ir allí, dudaba de que aquella joven quisiera hacerlo, así que pensó que la mejor opción sería cambiar la ruta habitual.
—Será mejor que nos alejemos de aquí. Supongo que será el primer sitio al que vayan, y si no estamos será más difícil que nos encuentren —sugirió, tirando del brazo de Irïna. Eligió una calle bastante ancha que albergaba una cantidad razonable de gente y se mezcló entre ella—. Caminaremos por aquí y cuando veamos otra calle giraremos. Si hay gente alrededor tendremos más posibilidades de escaquearnos. ¿Te parece bien?
Cuando se sintió un poco más protegida le soltó el brazo, pero sin dejar de caminar a su lado. Las personas que se cruzaban con ellas les dedicaban miradas de curiosidad e incluso rechazo, puesto que el aspecto que presentaban no era para nada el de dos tranquilas mujeres parisinas.
—Creo que estamos llamando demasiado la atención. Me temo que tendremos que buscar otras calles donde no nos miren de esa manera. —Bajó la mirada cuando un hombre que pasaba junto a ellas clavó la suya en su rostro—. ¿Cómo tienes la herida? Deberíamos buscar una fuente donde poder lavarla. —La miró un momento y se dio cuenta de que, aunque habían formado un equipo asombroso para librarse de los tres miserables aquellos, ni siquiera sabía su nombre—. A propósito, me llamo Kala —se presentó, sonriendo a pesar de las circunstancias. Giró en una esquina hacia una calle menos concurrida—. ¿Puedo preguntar quiénes eran esos hombres? Parecían no tener agallas para hacer lo que fuera...
Estaba tan asustada que ni siquiera se percató de la extraña conversación entre Irïna y esos hombres, ni de que, entre ellos, hablaban un idioma muy distinto al francés. Hablaban de una familia de apellido extranjero cuya estancia estaba vetada en el país, o algo así entendió. ¿Qué sabía ella de las tramas políticas que se llevaran a cabo en la corte? ¡Nada! Kala era una simple gitana que se intentaba ganar la vida leyendo el futuro de la gente, no alguien interesado por la vida de la nobleza de París, y menos aún por la de aquellos que ni siquiera vivían allí. ¡Por el amor del cielo! ¡Si ni siquiera se interesaba por los chismes que ocurrían en la carreta junto a la suya!
Se arrimó a Irïna todo lo que pudo mientras ella seguía hablando, esta vez, en el mismo idioma que lo hacían ellos. Tenía la mirada fija en los guardias que se acercaban por la entrada del callejón cuando vio volar una caja por el rabillo del ojo, y seguido sintió el tirón en el brazo. No pensó en nada cuando salió corriendo tras ella, agarrada fuertemente a su mano.
—Sí, será mejor que volvamos —admitió—. Allí será más fácil perderlos.
Sólo en el momento en el que vio la multitud de la plaza fue capaz de volver a respirar. Sabía que allí no estarían del todo seguras, pero parecía que los guardias habían entretenido a los hombres el tiempo suficiente como para darles un pequeño respiro a ellas.
Kala caminó con paso firme hasta llegar al centro de la plaza y miró a su alrededor. Había numerosas calles que salían del mercado a distintas zonas de la ciudad, pero ella sólo conocía las que más utilizaba, es decir, aquellas que se dirigían al campamento gitano. Como nadie quería ir allí, dudaba de que aquella joven quisiera hacerlo, así que pensó que la mejor opción sería cambiar la ruta habitual.
—Será mejor que nos alejemos de aquí. Supongo que será el primer sitio al que vayan, y si no estamos será más difícil que nos encuentren —sugirió, tirando del brazo de Irïna. Eligió una calle bastante ancha que albergaba una cantidad razonable de gente y se mezcló entre ella—. Caminaremos por aquí y cuando veamos otra calle giraremos. Si hay gente alrededor tendremos más posibilidades de escaquearnos. ¿Te parece bien?
Cuando se sintió un poco más protegida le soltó el brazo, pero sin dejar de caminar a su lado. Las personas que se cruzaban con ellas les dedicaban miradas de curiosidad e incluso rechazo, puesto que el aspecto que presentaban no era para nada el de dos tranquilas mujeres parisinas.
—Creo que estamos llamando demasiado la atención. Me temo que tendremos que buscar otras calles donde no nos miren de esa manera. —Bajó la mirada cuando un hombre que pasaba junto a ellas clavó la suya en su rostro—. ¿Cómo tienes la herida? Deberíamos buscar una fuente donde poder lavarla. —La miró un momento y se dio cuenta de que, aunque habían formado un equipo asombroso para librarse de los tres miserables aquellos, ni siquiera sabía su nombre—. A propósito, me llamo Kala —se presentó, sonriendo a pesar de las circunstancias. Giró en una esquina hacia una calle menos concurrida—. ¿Puedo preguntar quiénes eran esos hombres? Parecían no tener agallas para hacer lo que fuera...
Kala Bhansali- Gitano
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Re: The Rotten Apple
¿Es extraño que las situaciones en las que tu vida está en juego, sean precisamente las mismas que te hacen sentir más viva? En los casi dos años que había pasado en el exilio, pocas habían sido los momentos en los que sus habilidades, lo que había aprendido en su corta vida, habían valido para nada. ¿De qué le servía a una reina en país extranjero saber montar a caballo, o hablar otros idiomas, cuando su propósito real era permanecer en el anonimato? Era precisamente en esos momentos en los que reconocía su ineptitud para hacer otras cosas que sí eran más relevantes para su supervivencia, como cocinar o limpiar. Por eso no pudo evitar sentir la adrenalina correr libremente por su sangre al enfrentarse verbalmente con aquellos criminales, y luego salvar la situación, y probablemente tanto su vida como la de la otra joven, gracias a una habilidad que había tenido tanto tiempo en desuso. La confusión en el rostro ajeno, la rabia despertada al ser identificados por alguien que probablemente fuera una compatriota -no lo era, exactamente-, los había llevado a cometer el error de subestimarlas. Y eso les había dado la oportunidad de escapar. Se dio cuenta de que la otra joven parecía más asustada que antes, pero eso no la detuvo. Que los Yussupov estuvieran en Francia era también una mala noticia para ella, ya que no pocas veces habían servido como sicarios para intentar librarse de ella. Tenía suerte de no haber sido reconocida. A medida que corría, no pudo evitar volver la cabeza atrás para ver si las seguían. Los guardias parecían estar cuestionándolos, pero uno de ellos había apuntado el arma sin temblar.
Mala señal.
- ¿No creéis que sería más seguro para vos que nos separemos? -Sugirió Irïna, aunque no se soltó del agarre ajeno. Aunque no quería meter en más problemas a aquella joven que había tenido la gentileza de ayudarla, tampoco podía negar su propio miedo. Porque sí, sentirse vivo es una sensación más que agradable, y todo aquello la hacía querer luchar más que nunca, pero de nada servía tener ganas de vivir si estabas amenazada de muerte, ¿no? - Tenéis razón. -Reconoció Irïna, para luego usar su maltrecha capa para cubrirse la rubia cabellera. Lo que menos necesitaba era llamar la atención... No sirvió para nada, por supuesto. Las cabezas se giraban entre curiosas y hostiles en dirección a ambas, y una vez más aquella joven y visionaria reina se preguntó qué demonios andaba mal con el mundo. ¿Por qué todo el mundo se sentía con el derecho de juzgar a los demás simplemente basándose en su apariencia externa? Aquello le provocaba náuseas. Y si no dijo nada en ningún momento fue más por evitar otra afrenta que por falta de ganas. Qué desagradable. Lo peor era notar cómo la otra muchacha bajaba su rostro debido a, ¿qué? ¿Vergüenza? ¿Miedo? ¡Nadie debería sentirse así! Nuevamente, y por primera vez en tantos meses, la sombra de lo que la luchadora social que una vez había sido se apareció en su semblante.
- ¿Por qué agacháis la mirada? -Musitó, sin realmente dirigirse a Kala, sino a ella misma. ¿Acaso esconderse en otro país no era hacer lo mismo? Incluso peor. Pero ese no era el mejor momento para pensar en sus propios errores. - Kala es un bonito nombre, ¿pero qué significa? -Preguntó Irïna, con sincera curiosidad. Era la primera vez que escuchaba un nombre como ese. - Mi nombre es Irï... Katya, quiero decir. Es un honor haberos conocido. -Se sintió un poco culpable por tener que mentirle a alguien que parecía tan sincero, pero sabía que ofrecerle la verdad sólo le traería más problemas a la joven, así que le dio el segundo de sus nombres, aquel por el que ahora la conocían. - Esos hombres son mercenarios. Procedían de una familia considerada de la élite, pero cuando se descubrió que todo lo que tenían era a base de tratos sucios y conspiraciones, fueron desterrados de Rusia. Tienen la entrada a muchos países prohibida. -Explicó la joven, intentando mantener la voz baja a medida que ambas avanzaban entre el gentío. - Digamos que estuve presente en una de sus "transacciones" y por eso están tan desesperados por hacerme callar. Siento de verdad que os halláis visto envuelta en todo esto. -Se disculpó. Ahora mismo no tenía ni idea de lo que debía hacer a continuación. ¿Podría dormir por las noches si no hacía algo al respecto del secuestro? Instantes después, de la nada y a lo lejos, se escucharon tiros. Era la señal que necesitaban para saber que debían buscar un escondite.
Mala señal.
- ¿No creéis que sería más seguro para vos que nos separemos? -Sugirió Irïna, aunque no se soltó del agarre ajeno. Aunque no quería meter en más problemas a aquella joven que había tenido la gentileza de ayudarla, tampoco podía negar su propio miedo. Porque sí, sentirse vivo es una sensación más que agradable, y todo aquello la hacía querer luchar más que nunca, pero de nada servía tener ganas de vivir si estabas amenazada de muerte, ¿no? - Tenéis razón. -Reconoció Irïna, para luego usar su maltrecha capa para cubrirse la rubia cabellera. Lo que menos necesitaba era llamar la atención... No sirvió para nada, por supuesto. Las cabezas se giraban entre curiosas y hostiles en dirección a ambas, y una vez más aquella joven y visionaria reina se preguntó qué demonios andaba mal con el mundo. ¿Por qué todo el mundo se sentía con el derecho de juzgar a los demás simplemente basándose en su apariencia externa? Aquello le provocaba náuseas. Y si no dijo nada en ningún momento fue más por evitar otra afrenta que por falta de ganas. Qué desagradable. Lo peor era notar cómo la otra muchacha bajaba su rostro debido a, ¿qué? ¿Vergüenza? ¿Miedo? ¡Nadie debería sentirse así! Nuevamente, y por primera vez en tantos meses, la sombra de lo que la luchadora social que una vez había sido se apareció en su semblante.
- ¿Por qué agacháis la mirada? -Musitó, sin realmente dirigirse a Kala, sino a ella misma. ¿Acaso esconderse en otro país no era hacer lo mismo? Incluso peor. Pero ese no era el mejor momento para pensar en sus propios errores. - Kala es un bonito nombre, ¿pero qué significa? -Preguntó Irïna, con sincera curiosidad. Era la primera vez que escuchaba un nombre como ese. - Mi nombre es Irï... Katya, quiero decir. Es un honor haberos conocido. -Se sintió un poco culpable por tener que mentirle a alguien que parecía tan sincero, pero sabía que ofrecerle la verdad sólo le traería más problemas a la joven, así que le dio el segundo de sus nombres, aquel por el que ahora la conocían. - Esos hombres son mercenarios. Procedían de una familia considerada de la élite, pero cuando se descubrió que todo lo que tenían era a base de tratos sucios y conspiraciones, fueron desterrados de Rusia. Tienen la entrada a muchos países prohibida. -Explicó la joven, intentando mantener la voz baja a medida que ambas avanzaban entre el gentío. - Digamos que estuve presente en una de sus "transacciones" y por eso están tan desesperados por hacerme callar. Siento de verdad que os halláis visto envuelta en todo esto. -Se disculpó. Ahora mismo no tenía ni idea de lo que debía hacer a continuación. ¿Podría dormir por las noches si no hacía algo al respecto del secuestro? Instantes después, de la nada y a lo lejos, se escucharon tiros. Era la señal que necesitaban para saber que debían buscar un escondite.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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