AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Las armas del olvido | Privado +18
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Las armas del olvido | Privado +18
Tarde mosqueada y llena de nada. Los clientes sobraban en el prostíbulo, pero las prostitutas suspiraban aburridas. Viejos, borrachos, mentirosos, buenos para nada. No les alcanzaba ni para durar cinco minutos. Bueno para el bolsillo, pero fatal para la moral. Hasta las zorras más miserables, las desdentadas y las demacradas, se querían divertir.
Todas excepto Rusalka, cuya responsabilidad bloqueaba sus receptores de recreo como si el permanente recuerdo de sus hermanos la cubriera con una venda. Agresiva, sabía a lo que venía: dinero. Si tenía que tragarse a esos zánganos sin remedio, lo haría. Más para ella. Ahí estaba la razón de por qué carecía de amigas.
Por eso apartó del camino a las demás arpías con pisotones y codazos cuando vio a un señorito entrar a la pocilga en la que trabajaban. Esos venían de vez en mes, caballeros de las familias más glamorosas que se aburrían del refinamiento y querían probarse a sí mismos que eran los amos del universo.
Rusalka no era la más curvilínea ni la más hermosa, pero tenía un ímpetu de los mil demonios. Esa fue su arma para plantarse delante de ese hombre de altivo caminar y robar su atención.
—Siga caminando si quiere revolcarse con esos sacos de pulgas que cobran para enfermarlo. Si, en cambio, lo que busca es olvidar, alcohol y sexo son las mejores armas. —dijo tomando de la mano al cliente. Iba a llevárselo con ella, le gustara a las otras o no.— Venga conmigo. Allá arriba me queda algo de beber.
Todas excepto Rusalka, cuya responsabilidad bloqueaba sus receptores de recreo como si el permanente recuerdo de sus hermanos la cubriera con una venda. Agresiva, sabía a lo que venía: dinero. Si tenía que tragarse a esos zánganos sin remedio, lo haría. Más para ella. Ahí estaba la razón de por qué carecía de amigas.
Por eso apartó del camino a las demás arpías con pisotones y codazos cuando vio a un señorito entrar a la pocilga en la que trabajaban. Esos venían de vez en mes, caballeros de las familias más glamorosas que se aburrían del refinamiento y querían probarse a sí mismos que eran los amos del universo.
Rusalka no era la más curvilínea ni la más hermosa, pero tenía un ímpetu de los mil demonios. Esa fue su arma para plantarse delante de ese hombre de altivo caminar y robar su atención.
—Siga caminando si quiere revolcarse con esos sacos de pulgas que cobran para enfermarlo. Si, en cambio, lo que busca es olvidar, alcohol y sexo son las mejores armas. —dijo tomando de la mano al cliente. Iba a llevárselo con ella, le gustara a las otras o no.— Venga conmigo. Allá arriba me queda algo de beber.
Última edición por Rusalka Mustafina el Sáb Jul 22, 2017 2:14 pm, editado 1 vez
Rusalka Mustafina- Prostituta Clase Baja
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Re: Las armas del olvido | Privado +18
-Al burdel, Adam –le había dicho a su fiel cochero que lo aguardaba esa tarde frente a la Académie de París donde Kaleth Reuven estudiaba leyes-. Vamos a divertirnos, querido amigo, porque nos lo merecemos, ¿no lo crees? Yo invito –le dijo y el hombre no se negó. ¿Quien lo haría en su lugar?
Vivía unos días terribles y necesitaba despejarse, dejar de pensar y de preocuparse por cosas que no podía resolver. Había rendido un examen muy importante esa tarde y creía que le había ido bien, por eso merecía festejar aunque solo fuese pasando un momento relajado en compañía de una desconocida que no le hiciese planteos ni preguntas para las que no tenía respuestas aún, una mujer que no lo presionase, que no lo buscase para luego esquivarlo –como por esos días hacía la dueña de su corazón-, necesitaba una mujer diferente a todas las demás. Necesitaba olvidarse de Genevieve, sacarla de su cabeza durante al menos un par de horas.
No tardaron en llegar al lugar. A Kaleth le fascinaba el contraste que había siempre allí adentro, todo era tan natural y relajado… una vez que se cruzaba el enorme portal todo cambiaba, se entraba a un nuevo mundo paralelo lleno de libertades, de alegría y descaro.
Adam desapareció de inmediato al ver que su servidora favorita estaba disponible y que le hacía señas para que se acercase a ella…
“Que hombre tan afortunado resultó ser Adam”, pensó Kal con una sonrisa irónica.
Estaba a punto de pedirse un trago cuando fue increpado por una jovencita a la que jamás había visto -de seguro una muchacha relativamente nueva-, lo cierto era que hacía tiempo que no visitaba el lugar, atareado como estaba no había podido hacerse del tan necesario y bien empleado tiempo para llegarse al burdel…
Sorprendido por las palabras seguras de ella, intrigado por su marcado acento y cautivado por la belleza de su cuerpo, Kaleth supo que debía elegirla.
-Olvidar –le dijo, mientras la seguía, pensando en Genevieve; su amor no correspondido, esa mujer maravillosa que no se cansaba de rechazarlo, jugando con él y con el corazón que le había entregado-, justo a eso he venido, a olvidar. Si cree que puede hacer algo al respecto, a usted le entrego mis próximas dos horas, señorita.
Se dejó conducir por ella hasta el interior profundo del lugar, hacia las habitaciones.
Vivía unos días terribles y necesitaba despejarse, dejar de pensar y de preocuparse por cosas que no podía resolver. Había rendido un examen muy importante esa tarde y creía que le había ido bien, por eso merecía festejar aunque solo fuese pasando un momento relajado en compañía de una desconocida que no le hiciese planteos ni preguntas para las que no tenía respuestas aún, una mujer que no lo presionase, que no lo buscase para luego esquivarlo –como por esos días hacía la dueña de su corazón-, necesitaba una mujer diferente a todas las demás. Necesitaba olvidarse de Genevieve, sacarla de su cabeza durante al menos un par de horas.
No tardaron en llegar al lugar. A Kaleth le fascinaba el contraste que había siempre allí adentro, todo era tan natural y relajado… una vez que se cruzaba el enorme portal todo cambiaba, se entraba a un nuevo mundo paralelo lleno de libertades, de alegría y descaro.
Adam desapareció de inmediato al ver que su servidora favorita estaba disponible y que le hacía señas para que se acercase a ella…
“Que hombre tan afortunado resultó ser Adam”, pensó Kal con una sonrisa irónica.
Estaba a punto de pedirse un trago cuando fue increpado por una jovencita a la que jamás había visto -de seguro una muchacha relativamente nueva-, lo cierto era que hacía tiempo que no visitaba el lugar, atareado como estaba no había podido hacerse del tan necesario y bien empleado tiempo para llegarse al burdel…
Sorprendido por las palabras seguras de ella, intrigado por su marcado acento y cautivado por la belleza de su cuerpo, Kaleth supo que debía elegirla.
-Olvidar –le dijo, mientras la seguía, pensando en Genevieve; su amor no correspondido, esa mujer maravillosa que no se cansaba de rechazarlo, jugando con él y con el corazón que le había entregado-, justo a eso he venido, a olvidar. Si cree que puede hacer algo al respecto, a usted le entrego mis próximas dos horas, señorita.
Se dejó conducir por ella hasta el interior profundo del lugar, hacia las habitaciones.
Kaleth Reuven- Cambiante Clase Alta
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Re: Las armas del olvido | Privado +18
Le había atinado. Muchos hombres con penas de amor llegaban al burdel, gimiendo tantos nombres que se podía declarar la existencia de una nueva nación, la de las arpías desalmadas. Pero cuando un hombre rico llegaba a un cuchitril buscando consuelo, la cosa era más profunda. Se hería tanto el orgullo que era difícil distinguir entre una cortesana de lujo y un manojo de huesos infecciosos.
Contenta de que no fuera su problema, Rusalka condujo a Kaleth por estrecho el pasillo del segundo, ignorando a las parejas que ya estaban ocupadas a sólo centímetros de ellos. La prostituta hizo como si nada y siguió con su labor.
—¿Cómo quiere que lo llame? —preguntó antes de llegar a destino. Era una cortesía, nada más. Parte del manual de cómo ganar dinero con algo más que la vagina. Ella no tenía que dar su nombre si él no se lo pedía. Tenía que llamarse como él quisiera, y si le cambiaba el nombre a los cinco minutos, así se llamaba.
Llegaron al cuarto de la rusa, un rincón viejo y desgastado, pero más limpio que los otros. Ahí, removió los abrigos de Kaleth y buscó el licor bajo el colchón para darle de beber. Rusalka no necesitaba alcohol para trabajar. Prefería estar completamente sobria, por si acaso algo salía mal.
—Del barrio alto a las pocilgas, ¿eh? Cómo se nota que le gusta saltar de la sartén al fuego. —dijo ubicando la boca de la botella en la comisura de los labios de su cliente— Siéntese y dígame lo que quiere. Puede dejarme a mí improvisar, pero le costará.
Contenta de que no fuera su problema, Rusalka condujo a Kaleth por estrecho el pasillo del segundo, ignorando a las parejas que ya estaban ocupadas a sólo centímetros de ellos. La prostituta hizo como si nada y siguió con su labor.
—¿Cómo quiere que lo llame? —preguntó antes de llegar a destino. Era una cortesía, nada más. Parte del manual de cómo ganar dinero con algo más que la vagina. Ella no tenía que dar su nombre si él no se lo pedía. Tenía que llamarse como él quisiera, y si le cambiaba el nombre a los cinco minutos, así se llamaba.
Llegaron al cuarto de la rusa, un rincón viejo y desgastado, pero más limpio que los otros. Ahí, removió los abrigos de Kaleth y buscó el licor bajo el colchón para darle de beber. Rusalka no necesitaba alcohol para trabajar. Prefería estar completamente sobria, por si acaso algo salía mal.
—Del barrio alto a las pocilgas, ¿eh? Cómo se nota que le gusta saltar de la sartén al fuego. —dijo ubicando la boca de la botella en la comisura de los labios de su cliente— Siéntese y dígame lo que quiere. Puede dejarme a mí improvisar, pero le costará.
Rusalka Mustafina- Prostituta Clase Baja
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Re: Las armas del olvido | Privado +18
Se quitó el abrigo y comenzó a aflojarse el cuello de la camisa. Lo que más le gustaba de los lugares como aquel era que parecía detenerse el mundo allí adentro. De pronto Kaleth Reuven, al que nunca le habían salido las cosas bien en el amor, tenía una mujer dispuesta a complacerlo como él quisiera y durante el tiempo que necesitase. Claro que no lo hacía porque le gustara él, tampoco porque se sintiera irremediablemente atraída por su intelectualidad… sólo quería su dinero y él aceptaba ese trato silencioso, ese pacto. En resumen, el tiempo se detenía para ellos, él disfrutaba de la atención de ella, ella se servía de su dinero y todos acababan satisfechos aguardando una próxima vez que podía darse en dos días o cinco meses.
-Puedes decirme Kal –le dijo mientras arrojaba el abrigo sobre la cama e iba a sentarse a una butaca rinconera-. Y yo te diré Rusa, pues tu origen es evidente… y tu acento me encanta.
La observó moverse y apreció el encanto de su cuerpo. Le gustaría decir que no se parecía a las demás, que no era como otras con las que había estado… lo cierto era que físicamente distaba mucho de algunas otras, pero la envolvía otro aire, era sensual, por supuesto, pero parecía mucho más misteriosa que el resto y segura también.
-Oh, sí… tú y yo beberemos, Rusita –le dijo, cuando ella se acercó a él con una botella. Con un brazo la envolvió y atrajo hacia sí, para que quedase sentada sobre sus piernas-. Vamos a festejar que ya casi soy abogado… y a deprimirnos por culpa de Genevieve que prefiere a otro. ¿Cómo puede quererlo a él y no a mí, Rusita? –preguntó, como si la prostituta tuviese la facultad de meterse dentro de la cabeza de su amor no correspondido.
Bebió un trago largo de aquella bebida asquerosa porque en definitiva era alcohol y lo necesitaba. Y se quedó algunos minutos en silencio, meditando cualquier otra cosa… ella lo aguardó en silencio hasta que él respondió a una de sus preguntas que había quedado flotando en el aire:
-Sorpréndeme, Rusi –le pidió mirándola a los ojos y extendiendo sus brazos en manifiesta entrega. Luego agregó, sonriéndole-: Ya no tengo ganas de pensar, sólo sorpréndeme.
-Puedes decirme Kal –le dijo mientras arrojaba el abrigo sobre la cama e iba a sentarse a una butaca rinconera-. Y yo te diré Rusa, pues tu origen es evidente… y tu acento me encanta.
La observó moverse y apreció el encanto de su cuerpo. Le gustaría decir que no se parecía a las demás, que no era como otras con las que había estado… lo cierto era que físicamente distaba mucho de algunas otras, pero la envolvía otro aire, era sensual, por supuesto, pero parecía mucho más misteriosa que el resto y segura también.
-Oh, sí… tú y yo beberemos, Rusita –le dijo, cuando ella se acercó a él con una botella. Con un brazo la envolvió y atrajo hacia sí, para que quedase sentada sobre sus piernas-. Vamos a festejar que ya casi soy abogado… y a deprimirnos por culpa de Genevieve que prefiere a otro. ¿Cómo puede quererlo a él y no a mí, Rusita? –preguntó, como si la prostituta tuviese la facultad de meterse dentro de la cabeza de su amor no correspondido.
Bebió un trago largo de aquella bebida asquerosa porque en definitiva era alcohol y lo necesitaba. Y se quedó algunos minutos en silencio, meditando cualquier otra cosa… ella lo aguardó en silencio hasta que él respondió a una de sus preguntas que había quedado flotando en el aire:
-Sorpréndeme, Rusi –le pidió mirándola a los ojos y extendiendo sus brazos en manifiesta entrega. Luego agregó, sonriéndole-: Ya no tengo ganas de pensar, sólo sorpréndeme.
Kaleth Reuven- Cambiante Clase Alta
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Re: Las armas del olvido | Privado +18
¿Sorprender? De eso se trataba todo. Un señorito aburrido de su acaudalada realidad, intentando averiguar qué otras cosas podía el dinero comprar. ¡Ja! No tenía idea. Rusalka lo detestó desde ese instante, tensando sus ojos de gato sobre las piernas de ese hombre, pero no dejaría que sus demonios interfirieran con su trabajo. El deber podía más que el odio. Así que le siguió el juego.
—¿Cómo puede usted quererla a ella, con una mujer dispuesta y un colchón caliente aquí? —dijo devorándolo con los ojos de un modo que causaba ardor y confusión. — Esas golfas de allá afuera le hubieran dicho yo lo hubiera lastimado. Que no lo amaría. Le hubieran mentido. —en el entretanto, se hacía hacia delante y rozaba al caballero galante, desplazándose hacia la conexión entre sus centros.
En aquel momento pensó que todo el aliento que pudiera poner en su mirada y su voz no sería excesivo y no lamentó animar los avances de Kaleth ubicando una de sus manos en las enaguas, incitándolo a bajarlas, y la otra en su trasero. No le importaba lo que pudiera pensar después de su descaro, con tal de llevarlo a un punto en que correspondiera a sus acuciantes demandas.
Rusalka estaba segura de que podía hacer a un lado lo desagradable que ese hombre era, él podría olvidar a la desdichada que lo tenía embobado. Lo creía con tanta certeza que sus muslos estaban, por instinto natural, totalmente desplegados. Descubriendo que había mansedumbre en la reacción de Kaleth, la rusa comenzó a rozar los labios ajenos con los propios. Sólo un masaje, un aderezo a los movimientos de sus caderas.
—Yo lo quiero. Yo lo quiero. —suspiraba.
Le arrebataría el dolor del amor y en su lugar lo derretiría con el placer de la carne.
—¿Cómo puede usted quererla a ella, con una mujer dispuesta y un colchón caliente aquí? —dijo devorándolo con los ojos de un modo que causaba ardor y confusión. — Esas golfas de allá afuera le hubieran dicho yo lo hubiera lastimado. Que no lo amaría. Le hubieran mentido. —en el entretanto, se hacía hacia delante y rozaba al caballero galante, desplazándose hacia la conexión entre sus centros.
En aquel momento pensó que todo el aliento que pudiera poner en su mirada y su voz no sería excesivo y no lamentó animar los avances de Kaleth ubicando una de sus manos en las enaguas, incitándolo a bajarlas, y la otra en su trasero. No le importaba lo que pudiera pensar después de su descaro, con tal de llevarlo a un punto en que correspondiera a sus acuciantes demandas.
Rusalka estaba segura de que podía hacer a un lado lo desagradable que ese hombre era, él podría olvidar a la desdichada que lo tenía embobado. Lo creía con tanta certeza que sus muslos estaban, por instinto natural, totalmente desplegados. Descubriendo que había mansedumbre en la reacción de Kaleth, la rusa comenzó a rozar los labios ajenos con los propios. Sólo un masaje, un aderezo a los movimientos de sus caderas.
—Yo lo quiero. Yo lo quiero. —suspiraba.
Le arrebataría el dolor del amor y en su lugar lo derretiría con el placer de la carne.
Rusalka Mustafina- Prostituta Clase Baja
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Fecha de inscripción : 23/03/2017
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Re: Las armas del olvido | Privado +18
La quería. Podía parecer estúpido hacerlo, dado que Geneviève solo tenía ojos para el idiota que la cortejaba en secreto… pero él aún así la quería. Y ahí estaba, intentando encontrarla en otro cuerpo, en otra voz, en otro perfume… en las caricias que la rusa le regalaba.
“No me las regala, se las pago”, pensó, mientras se aflojaba las cuerdas finas de sus pantalones para liberar su falo latente.
Kaleth concluyó en que, tal vez, no había tomado el suficiente alcohol. Pero era tarde, no cambiaría el calor del cuerpo de la rusa sobre él por un trago, estaba loco pero no tanto todavía.
No caería en las estupideces comunes, no la llamaría Geneviève –aunque lo quisiera-, no cerraría los ojos para pretender que besaba la piel de ella, tampoco fantasearía con que acariciaba la intimidad de su amada… no sería justo para nadie, sería una estafa emocional a sí mismo. Sería hacer el ridículo.
“Tengo que resistir”, se dijo cuando su mente le regaló la imagen de ella, de su adorada Geneviève, sobre él con su cabello fragante y su sonrisa más dulce... La espantó rápidamente y se adentró en la piel de la prostituta.
Apresurado le quitó las molestas enaguas, sus manos frías volvieron a acariciar la calidez húmeda de ella, pues si bien solo era una puta, Kaleth no quería hacerle daño al penetrarla sin que ella estuviese preparada.
-¿Tú me quieres de verdad, Rusita? –le siguió el juego-. Dímelo –le pidió mientras se levantaba, con ella pegada a él, para ir rumbo a la cama donde estarían más cómodos-, dímelo una vez más aunque no sea cierto. ¿Me quieres, Rusi?
Se sentó en el borde de la cama con la rusa sentada sobre él, besó su cuello, mordió su piel dulce, y la dejó hacer a ella… después de todo le había pedido que lo sorprendiera y nada deseaba más que poder entregarse confiado.
“No es ella, por más que esta pobre prostituta te mienta las cosas no cambiarán”, se decía a cada momento.
Pero lo cierto era que a penas podía pensar, su pene estaba gritándole que era un idiota por seguir repasando imágenes de una mujer que no lo quería mientras tenía a una joven pegada a él y sumamente dispuesta. Y sí, debía reconocer que esa vez su pene estaba en lo cierto. Se acarició sin pudor, para darle la razón a esa parte, repentinamente sabia, de su cuerpo.
“No me las regala, se las pago”, pensó, mientras se aflojaba las cuerdas finas de sus pantalones para liberar su falo latente.
Kaleth concluyó en que, tal vez, no había tomado el suficiente alcohol. Pero era tarde, no cambiaría el calor del cuerpo de la rusa sobre él por un trago, estaba loco pero no tanto todavía.
No caería en las estupideces comunes, no la llamaría Geneviève –aunque lo quisiera-, no cerraría los ojos para pretender que besaba la piel de ella, tampoco fantasearía con que acariciaba la intimidad de su amada… no sería justo para nadie, sería una estafa emocional a sí mismo. Sería hacer el ridículo.
“Tengo que resistir”, se dijo cuando su mente le regaló la imagen de ella, de su adorada Geneviève, sobre él con su cabello fragante y su sonrisa más dulce... La espantó rápidamente y se adentró en la piel de la prostituta.
Apresurado le quitó las molestas enaguas, sus manos frías volvieron a acariciar la calidez húmeda de ella, pues si bien solo era una puta, Kaleth no quería hacerle daño al penetrarla sin que ella estuviese preparada.
-¿Tú me quieres de verdad, Rusita? –le siguió el juego-. Dímelo –le pidió mientras se levantaba, con ella pegada a él, para ir rumbo a la cama donde estarían más cómodos-, dímelo una vez más aunque no sea cierto. ¿Me quieres, Rusi?
Se sentó en el borde de la cama con la rusa sentada sobre él, besó su cuello, mordió su piel dulce, y la dejó hacer a ella… después de todo le había pedido que lo sorprendiera y nada deseaba más que poder entregarse confiado.
“No es ella, por más que esta pobre prostituta te mienta las cosas no cambiarán”, se decía a cada momento.
Pero lo cierto era que a penas podía pensar, su pene estaba gritándole que era un idiota por seguir repasando imágenes de una mujer que no lo quería mientras tenía a una joven pegada a él y sumamente dispuesta. Y sí, debía reconocer que esa vez su pene estaba en lo cierto. Se acarició sin pudor, para darle la razón a esa parte, repentinamente sabia, de su cuerpo.
Kaleth Reuven- Cambiante Clase Alta
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Re: Las armas del olvido | Privado +18
Que se pudriera, deseó.
Rusalka quería lastimarlo, rasgarle la cara con las uñas. Ella podía herirlo de gravedad, con sus palabras. Aparentaba amarlo por decisión propia, para llevar el pan de sus hermanos y el propio a la mesa, pero lo despreciaba; lo aborrecía por llorón, porque viviendo en abundancia se quejaba del desamor de una zorra; quería matarlo para que no le quitara el alimento de la boca a los pobres para empacharse él; lo odiaba porque le recordaba que no tenía elección.
Tomó la energía de su desdén y la transformó en lujuria, o en vez de acostarse con el niño rico, acabaría con su vida. Lo sostuvo por el rostro y se clavó en él, besándolo con desenfreno. El ardor de su aliento sólo era equiparable con la ira que albergaba su pecho. Su lengua buscaba un ritmo con la de Kaleth. Uno que no les dejara detenerse, sino sólo aumentar la intensidad.
Empezó a montarlo por sobre la ropa, en un vaivén potente, pero cuidadoso. No quería lastimarlo, o no se correría y se quedaría más tiempo sólo para joderla.
—Te amo. —rugió por lo bajo. Era la primera vez que lo tuteaba.— Sé que te amo porque me da cosquillas que tus manos busquen la unión de mis piernas. Tus manos, tu sonrisa, las margaritas que se forman al final de cada extremo. —suspiraba con rabia, porque mencionaba todas las cosas que quería destruir. Desabotonaba el pantalón bajo sus caderas y salpicaba de mentiras.— No sé quién me metió esto en la cabeza, pero te amo, te juro que te amo. No sé cómo hacer para que me creas.
Qué narcisismo. No dejaba de haber algo raro en sentirse asqueada por alguien tan contrario a ella.
Rusalka quería lastimarlo, rasgarle la cara con las uñas. Ella podía herirlo de gravedad, con sus palabras. Aparentaba amarlo por decisión propia, para llevar el pan de sus hermanos y el propio a la mesa, pero lo despreciaba; lo aborrecía por llorón, porque viviendo en abundancia se quejaba del desamor de una zorra; quería matarlo para que no le quitara el alimento de la boca a los pobres para empacharse él; lo odiaba porque le recordaba que no tenía elección.
Tomó la energía de su desdén y la transformó en lujuria, o en vez de acostarse con el niño rico, acabaría con su vida. Lo sostuvo por el rostro y se clavó en él, besándolo con desenfreno. El ardor de su aliento sólo era equiparable con la ira que albergaba su pecho. Su lengua buscaba un ritmo con la de Kaleth. Uno que no les dejara detenerse, sino sólo aumentar la intensidad.
Empezó a montarlo por sobre la ropa, en un vaivén potente, pero cuidadoso. No quería lastimarlo, o no se correría y se quedaría más tiempo sólo para joderla.
—Te amo. —rugió por lo bajo. Era la primera vez que lo tuteaba.— Sé que te amo porque me da cosquillas que tus manos busquen la unión de mis piernas. Tus manos, tu sonrisa, las margaritas que se forman al final de cada extremo. —suspiraba con rabia, porque mencionaba todas las cosas que quería destruir. Desabotonaba el pantalón bajo sus caderas y salpicaba de mentiras.— No sé quién me metió esto en la cabeza, pero te amo, te juro que te amo. No sé cómo hacer para que me creas.
Qué narcisismo. No dejaba de haber algo raro en sentirse asqueada por alguien tan contrario a ella.
Rusalka Mustafina- Prostituta Clase Baja
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Re: Las armas del olvido | Privado +18
Genevieve desapareció de pronto de la mente de Kaleth Reuven. Ya no hubo más lugar para ella –y sí que era una suerte, pues había intentado durante días y noches dejar de pensarla, de recordarla y nombrarla-, ahora sólo la rusa importaba. La rusa y lo que estaban viviendo.
Estaba medio vestido aún, pero de todas formas ella se sentó sobre él, se clavó sobre su falo palpitande, caliente y duro mientras lo miraba de forma seductora, sensual… tan sensual que escandalizaría hasta al demonio más lujurioso. ¡Oh, esos labios brillantes! Deseaba devorarlos lentamente, marcarlos hasta oírla gemir de dolor.
“Tendría que haber venido antes”, era el único pensamiento que rondaba su cabeza. Si hubiera sabido que era tan fácil distraer su pena de amor no hubiera dudado en correr a los brazos, y a la cama, de Rusalka antes.
Era una experta, imposible sería intentar negarlo. Lo montaba con pericia y audacia y era tan distinto aquello a lo compartido con las señoritas elegantes y de buena posición –sí, había mancillado el buen nombre de algunas aunque, para su tranquilidad, ninguna era virgen al momento de enredarse con él-, Rusalka dejaba de lado los remilgos, el falso azoro o las palabras tímidas… No era él quien debía dirigir, sino que podía disfrutar del placer de perder el control a causa de su acompañante. No podía pedirle nada más… o sí. A punto estaba de pedirle una felación cuando ella comenzó a hablar y aquella primera parte en la que ella lo había manejado a su antojo acabó de golpe.
-¿Me amas, Rusi? –le preguntó, intentando volver a su boca para besarla con fuerza mientras sus pensamientos se reacomodaban-. Me conoces hace diez minutos, pero ya me amas… -estaba siendo irónico, claro. No era tan tonto como para caer en la trampa de sus palabras, aunque las necesitase-. Eres hermosa, mentirosa ¡y de las buenas! Pero hermosa…
Sin decir más cambió de posición, siendo brusco. En un movimiento rápido, la rusa quedó con la espalda pegada al colchón de la cama, tantas veces usada como la propia prostituta, y él sobre ella. Necesitó deshacerse del todo de su pantalón y aflojar un poco su camisa antes de volver a penetrarla… pero lo hizo, con fuerza y fiereza. Fue implacable. Se había dicho que sería cuidadoso, todo lo caballeroso que en un burdel se podía ser, pero luego de que ella le jurase que lo amaba algo había cambiado y él no podía dejar de hundirse una y otra vez en ella con rabia, con dolor y angustia. ¿Por qué lo hacía? ¿A quién quería mostrarle su poder? ¿A ella o a Genevieve? ¿A quién quería lastimar en verdad? ¿A ella o a Genevieve? ¿A quién quería dejarle bien clara su hombría? ¿A ella o a Genevieve? ¿De quién quería oír las palabras que de Rusalka habían salido? De Genevieve. Genevieve, Genevieve, Genevieve… Genevieve. Siempre todo se relacionaba con ella, todo nacía y moría en ella. Hasta sus orgasmos, pues cuando Kaleth acabó por primera vez –demasiado rápido, a su pesar- no pudo evitar nombrarla. Estaba seguro de que la puta no se ofendería, y si lo hacía no importaba. Él iba a hacer cuanto quisiese -o pudiese-, después de todo era por eso que pagaría al salir de allí.
Estaba medio vestido aún, pero de todas formas ella se sentó sobre él, se clavó sobre su falo palpitande, caliente y duro mientras lo miraba de forma seductora, sensual… tan sensual que escandalizaría hasta al demonio más lujurioso. ¡Oh, esos labios brillantes! Deseaba devorarlos lentamente, marcarlos hasta oírla gemir de dolor.
“Tendría que haber venido antes”, era el único pensamiento que rondaba su cabeza. Si hubiera sabido que era tan fácil distraer su pena de amor no hubiera dudado en correr a los brazos, y a la cama, de Rusalka antes.
Era una experta, imposible sería intentar negarlo. Lo montaba con pericia y audacia y era tan distinto aquello a lo compartido con las señoritas elegantes y de buena posición –sí, había mancillado el buen nombre de algunas aunque, para su tranquilidad, ninguna era virgen al momento de enredarse con él-, Rusalka dejaba de lado los remilgos, el falso azoro o las palabras tímidas… No era él quien debía dirigir, sino que podía disfrutar del placer de perder el control a causa de su acompañante. No podía pedirle nada más… o sí. A punto estaba de pedirle una felación cuando ella comenzó a hablar y aquella primera parte en la que ella lo había manejado a su antojo acabó de golpe.
-¿Me amas, Rusi? –le preguntó, intentando volver a su boca para besarla con fuerza mientras sus pensamientos se reacomodaban-. Me conoces hace diez minutos, pero ya me amas… -estaba siendo irónico, claro. No era tan tonto como para caer en la trampa de sus palabras, aunque las necesitase-. Eres hermosa, mentirosa ¡y de las buenas! Pero hermosa…
Sin decir más cambió de posición, siendo brusco. En un movimiento rápido, la rusa quedó con la espalda pegada al colchón de la cama, tantas veces usada como la propia prostituta, y él sobre ella. Necesitó deshacerse del todo de su pantalón y aflojar un poco su camisa antes de volver a penetrarla… pero lo hizo, con fuerza y fiereza. Fue implacable. Se había dicho que sería cuidadoso, todo lo caballeroso que en un burdel se podía ser, pero luego de que ella le jurase que lo amaba algo había cambiado y él no podía dejar de hundirse una y otra vez en ella con rabia, con dolor y angustia. ¿Por qué lo hacía? ¿A quién quería mostrarle su poder? ¿A ella o a Genevieve? ¿A quién quería lastimar en verdad? ¿A ella o a Genevieve? ¿A quién quería dejarle bien clara su hombría? ¿A ella o a Genevieve? ¿De quién quería oír las palabras que de Rusalka habían salido? De Genevieve. Genevieve, Genevieve, Genevieve… Genevieve. Siempre todo se relacionaba con ella, todo nacía y moría en ella. Hasta sus orgasmos, pues cuando Kaleth acabó por primera vez –demasiado rápido, a su pesar- no pudo evitar nombrarla. Estaba seguro de que la puta no se ofendería, y si lo hacía no importaba. Él iba a hacer cuanto quisiese -o pudiese-, después de todo era por eso que pagaría al salir de allí.
Kaleth Reuven- Cambiante Clase Alta
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