AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Quién dijo que el olvido no se disfruta? {Privado}
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¿Quién dijo que el olvido no se disfruta? {Privado}
A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd.
-En la colilla de la laguna, donde esta termina e inicia el bosque-
-En la colilla de la laguna, donde esta termina e inicia el bosque-
El pastoso suelo por el que transita, es acribillado por el filo en el tacón de sus zapatos, pero a ese espectro, poco le importa escuchar el lamento. Esa amarga sonrisa se devela a la par en que los rayos de la luna acarician su rostro entre las sombras proyectadas por las ramas de los árboles. El viento sopla apacible. En sus manos un cofre de madera, sus relieves en el centro, tienen figuras tribales, se forma un corazón con adoquines a manera de enredadera; en la parte superior dos ángeles (uno de cada lado) custodian una corona y, sus alas rodean el cello. Bajo la representación de la nobleza, las iniciales con sus nombres destacaban… sí, la insignia que los uniría por el resto de la eternidad. –Pobre imbécil, nunca lo sabrá- Cierra el cofre con un movimiento fuerte. Sus ojos se perfilan por el rabillete buscando en la obscuridad el rincón perfecto. Cada rincón parece tan ordinario, tan común, tan igual que el anterior. Sin embargo, esa mujer que ostenta un vestido verde olivo con negros encajes rodeando su cintura, faldillas y siguiendo la fina línea de las varillas en el corsé; conoce el bosque mejor que nadie. Su primera vez fue… Carraspea. Aunque no lo aparente, aún se puede lacerar su frívola mirada con el fantasma de lo ocurrido en el pasado. Ruge. Acabaría con él de la misma forma en que se burló de ella. Las uñas de la fémina se clava en la fina madera como si de una esponja se tratase, el material se amolda a ellas y, para cuando sus puños se relajan las diez marcas similares se quedan talladas en el pequeño cofre. –Te encontré- La mirada macabra de Von Fanel se posa fijamente en la orilla de la laguna. Una roca, un árbol partido a la mitad y un recuerdo grabado en la tierra.
¿Hermoso, no? Justo allí fue donde se conocieron e inicio todo. La mezcla de sus fluidos con el perfume de su cuerpo aún puede ser extrañamente percibida por las fosas nasales de Lorraine. Caminando bajo las sombras tenebrosas del bosque, ella evoca el recuerdo de la noche en la que sus cuerpos se fundieron en uno solo para volverse dependientes… ¡Falacias! Todo lo que él le dijo, todo aquello que prometió con una mirada convincente y con la facilidad de hipnotizarle; siempre fueron mentiras bañadas en sangre, la estrategia para burlarse a las espaldas de la condesa. Ella lo amó con toda el alma, esa cosa que creyó perdida y encontrada en él, pobre idiota. Se arrodilla frente al altar imaginario de un sepulcro, la tierra aún es nutrida por la sangre del cadáver que compartieron. Una tétrica carcajada azota el silencio -¡Que ironía! Tú eres el esqueleto pero soy yo quien se siente tan jodidamente vacía- Monólogos que acompañan la confusión de no entender lo que siente. Es un hecho que la venganza toca a sus puertas y ella la recibe con lúgubre encanto, su mirada se ha tornado de un negro más profundo que el abismo de la muerte, la sed… muy difícilmente le puede ser saciada. –En fin, ha llegado la hora de acabar con todo esto- Abre el pequeño cofre de madera. Cartas. Versos que él escribió para ella, hermosos poemas que le dedicó, un anillo con la presencia de la nobleza y una letra incrustada en el fino oro. “R” Su apellido recorrió las centurias para atravesar la indiferencia de Lorraine, sobra decir el apellido cuando el complemento de todo juego posa indiscretamente en su cuello. La medalla con su nombre.
-¡Que desperdicio, amor!- Le habla a los objetos que alguna vez le pertenecieron a Lucern. –Ni siquiera tienes un gusto excelso por las joyas, se puede decir que, tú mejor acierto fui yo- Hace un puchero y besa la medalla que arranca despectiva de su cuello para meterla junto a lo demás, cierra con llave, esta es arrojada a las profundidades del lago. –y el peor error de en tu inmortalidad- Comenta con una amenaza escondida tras sus labios. Comienza a escarbar con las manos, no necesita de la ayuda de una pala cuando puede destrozar el bosque en segundos con tan sólo utilizar sus garras. Los minutos pasan, le alcanza la hora. Tararea una canción en “la”, su voz es como la de una ninfa perdida en la inmensidad de un mundo fantástico. Con cada grano de tierra removida de su lugar, la excitación aumenta. Desenfunda sus colmillos, tiene hambre y no precisamente de sangre. Sonríe maléfica observando los huesos de aquel pobre hombre sacrificado dos años atrás. Pareciera que fue ayer, dada su condición está acostumbrada a ver el tiempo de una forma diferente al resto de las criaturas. Coloca las cosas hasta el fondo de la cripta que acaba de construir -¡Jáh! He acabado con todo lo que tenía para ofrecerte, excepto…- Coloca la tierra por encima de aquel pequeño cofre, jadeando. –Bueno, cuando sea nuestro aniversario, cielo, te enviaré los restos de la gitana, si es que acaso queda alguno para ti- Resuena en lo alto y ancho una carcajada tan fúnebremente maldita que las parvadas de los cuervos posando en las copas de los árboles le temen y emprenden el vuelo hacia otro lugar. La mirada de Lorraine denota, demencia. -Requiescat in pace-
¿Hermoso, no? Justo allí fue donde se conocieron e inicio todo. La mezcla de sus fluidos con el perfume de su cuerpo aún puede ser extrañamente percibida por las fosas nasales de Lorraine. Caminando bajo las sombras tenebrosas del bosque, ella evoca el recuerdo de la noche en la que sus cuerpos se fundieron en uno solo para volverse dependientes… ¡Falacias! Todo lo que él le dijo, todo aquello que prometió con una mirada convincente y con la facilidad de hipnotizarle; siempre fueron mentiras bañadas en sangre, la estrategia para burlarse a las espaldas de la condesa. Ella lo amó con toda el alma, esa cosa que creyó perdida y encontrada en él, pobre idiota. Se arrodilla frente al altar imaginario de un sepulcro, la tierra aún es nutrida por la sangre del cadáver que compartieron. Una tétrica carcajada azota el silencio -¡Que ironía! Tú eres el esqueleto pero soy yo quien se siente tan jodidamente vacía- Monólogos que acompañan la confusión de no entender lo que siente. Es un hecho que la venganza toca a sus puertas y ella la recibe con lúgubre encanto, su mirada se ha tornado de un negro más profundo que el abismo de la muerte, la sed… muy difícilmente le puede ser saciada. –En fin, ha llegado la hora de acabar con todo esto- Abre el pequeño cofre de madera. Cartas. Versos que él escribió para ella, hermosos poemas que le dedicó, un anillo con la presencia de la nobleza y una letra incrustada en el fino oro. “R” Su apellido recorrió las centurias para atravesar la indiferencia de Lorraine, sobra decir el apellido cuando el complemento de todo juego posa indiscretamente en su cuello. La medalla con su nombre.
-¡Que desperdicio, amor!- Le habla a los objetos que alguna vez le pertenecieron a Lucern. –Ni siquiera tienes un gusto excelso por las joyas, se puede decir que, tú mejor acierto fui yo- Hace un puchero y besa la medalla que arranca despectiva de su cuello para meterla junto a lo demás, cierra con llave, esta es arrojada a las profundidades del lago. –y el peor error de en tu inmortalidad- Comenta con una amenaza escondida tras sus labios. Comienza a escarbar con las manos, no necesita de la ayuda de una pala cuando puede destrozar el bosque en segundos con tan sólo utilizar sus garras. Los minutos pasan, le alcanza la hora. Tararea una canción en “la”, su voz es como la de una ninfa perdida en la inmensidad de un mundo fantástico. Con cada grano de tierra removida de su lugar, la excitación aumenta. Desenfunda sus colmillos, tiene hambre y no precisamente de sangre. Sonríe maléfica observando los huesos de aquel pobre hombre sacrificado dos años atrás. Pareciera que fue ayer, dada su condición está acostumbrada a ver el tiempo de una forma diferente al resto de las criaturas. Coloca las cosas hasta el fondo de la cripta que acaba de construir -¡Jáh! He acabado con todo lo que tenía para ofrecerte, excepto…- Coloca la tierra por encima de aquel pequeño cofre, jadeando. –Bueno, cuando sea nuestro aniversario, cielo, te enviaré los restos de la gitana, si es que acaso queda alguno para ti- Resuena en lo alto y ancho una carcajada tan fúnebremente maldita que las parvadas de los cuervos posando en las copas de los árboles le temen y emprenden el vuelo hacia otro lugar. La mirada de Lorraine denota, demencia. -Requiescat in pace-
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Quién dijo que el olvido no se disfruta? {Privado}
Era incapaz de medir racionalmente todo lo que había caminado aquella noche. Por una parte parecían haber sido horas del mismo paisaje trémulo, irreal, con la neblina que persistía en mantener el suelo blanquecino a pesar de que la primavera estaba próxima a llegar. Después estaba la sensación de cansancio, como si hubiese caminado durante días en vez de una noche. El aire fresco volvía la situación un poco más llevadera. Darcy tuvo que detener su andar al llegar a la orilla del lago, apenas empezaba a descongelarse y la superficie tenía superficie de espejo engañoso y resbaladizo. Los pájaros aún no se atrevían a desplazarse sobre la peligrosa capa de hielo.
Ese invierno era uno de los más largos que el lobo recordaba haber visto y también uno de los mas silenciosos. Idéntico a aquél silencio tenso cuando el predador esta por saltar sobre su víctima, no es que se viera como víctima... más bien cono cebo, por ahora. Una vez que la liebre estuviera sufiscientemente cerca podría hundirle las garras, literalmente. La pasividad del no hacer era la que le estaba sacando de quicio, aunque por lo menos ahora era libre de ir y venir a placer mientras no se alejara demasiado por su puesto... pero aún así. Entre las borrascas de nubes se asomaba la luna creciente, casi llena en su totalidad, pronto el animal dentro de él también exigiría su día de romper los barrotes de la carne para correr entre los árboles, buscando presas frescas. Y mejor si no las encontraba. El lobo nunca había matado a nadie, y no hacía falta, ya era sufiscientmenete monstruoso con existir.
Darcy se recargo en un árbol, mientras la neblina avanzaba sigilosa sobre el cristal acuoso. Probablemente los jardines de Versalles también estaban colmados de pequeñas gotas congeladas por todos lados. Suspiró. Al menos la voz estaba callada... estaba en esos pensamientos cuando se escuchó la voz angelical e inhumana de una mujer. Sintió un escalofrío, por un momento pareció... no, no era ella, esta era diferente. Era una voz que parecía muy enojada. El lobo ladeo la cabeza, prestando atención. Las quejas eran claras, feroces como saetas. Amor, amor, un hombre; el mismo drama eterno. Darcy no comprendía como es que si esa emoción le causaba tantos problemas a las personas, estaban tan deseosas de encontrarlo, si es que existía. Se deslizó siguiendo las blasfemias y maldiciones, luego el aroma que trajo el viento. Definitivamente se trataba de una criatura de la noche, un vampiro. Sus voces son más melódicas, mas potentes dentro de su forma aterciopelada y el aroma no muy agradable para un lycan. Divizó entre el enramado a una mujer de verde vestido con encajes negros, agachada sobre la tierra volviendo a colocar en su sitio la tierra que aparentemente acababa de remover. Siguió una carcajada desperada y vacía, su mirada parecía enloquecida.
Darcy salió de entre los árboles con lentitud.
-Sea lo que sea le aseguro que no se va a quedar bajo tierra tan facilmente señorita.- hizo una pequeña reverencia. -Buenas noches. ¿Que hace una dama de tal elegancia rebuscando entre la tierra los muertos de antaño?- sonrió a medias y le tendió una mano.
Ese invierno era uno de los más largos que el lobo recordaba haber visto y también uno de los mas silenciosos. Idéntico a aquél silencio tenso cuando el predador esta por saltar sobre su víctima, no es que se viera como víctima... más bien cono cebo, por ahora. Una vez que la liebre estuviera sufiscientemente cerca podría hundirle las garras, literalmente. La pasividad del no hacer era la que le estaba sacando de quicio, aunque por lo menos ahora era libre de ir y venir a placer mientras no se alejara demasiado por su puesto... pero aún así. Entre las borrascas de nubes se asomaba la luna creciente, casi llena en su totalidad, pronto el animal dentro de él también exigiría su día de romper los barrotes de la carne para correr entre los árboles, buscando presas frescas. Y mejor si no las encontraba. El lobo nunca había matado a nadie, y no hacía falta, ya era sufiscientmenete monstruoso con existir.
Darcy se recargo en un árbol, mientras la neblina avanzaba sigilosa sobre el cristal acuoso. Probablemente los jardines de Versalles también estaban colmados de pequeñas gotas congeladas por todos lados. Suspiró. Al menos la voz estaba callada... estaba en esos pensamientos cuando se escuchó la voz angelical e inhumana de una mujer. Sintió un escalofrío, por un momento pareció... no, no era ella, esta era diferente. Era una voz que parecía muy enojada. El lobo ladeo la cabeza, prestando atención. Las quejas eran claras, feroces como saetas. Amor, amor, un hombre; el mismo drama eterno. Darcy no comprendía como es que si esa emoción le causaba tantos problemas a las personas, estaban tan deseosas de encontrarlo, si es que existía. Se deslizó siguiendo las blasfemias y maldiciones, luego el aroma que trajo el viento. Definitivamente se trataba de una criatura de la noche, un vampiro. Sus voces son más melódicas, mas potentes dentro de su forma aterciopelada y el aroma no muy agradable para un lycan. Divizó entre el enramado a una mujer de verde vestido con encajes negros, agachada sobre la tierra volviendo a colocar en su sitio la tierra que aparentemente acababa de remover. Siguió una carcajada desperada y vacía, su mirada parecía enloquecida.
Darcy salió de entre los árboles con lentitud.
-Sea lo que sea le aseguro que no se va a quedar bajo tierra tan facilmente señorita.- hizo una pequeña reverencia. -Buenas noches. ¿Que hace una dama de tal elegancia rebuscando entre la tierra los muertos de antaño?- sonrió a medias y le tendió una mano.
Última edición por Darcy Trudeau el Sáb Abr 07, 2012 9:22 pm, editado 1 vez
Henry Birdwhistle- Hechicero/Realeza
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Re: ¿Quién dijo que el olvido no se disfruta? {Privado}
¿Puede el olvido anestesiar un mal de amor?
No si la soledad es quien te acompaña;
En brazos de otro amante.
No si la soledad es quien te acompaña;
En brazos de otro amante.
Y, mientras la tierra es regresada al sitio de donde se profanó, pasos acompasados se escuchan filtrarse entre las carcajadas de la fémina, el azuzar de los cuervos y el cantar de las ratas. No pretende ir en busca de aquel hombre que corre en la penumbra, puede escuchar los latidos de su corazón apaciguarse lentamente mientras la respiración regresa a su estado natural. Pesado, abatido, ¿Perdido? No olvida ese peculiar aroma que azota contra sus fosas nasales, el recuerdo de una amistad forjada en situaciones adversas, aún se escabulle en sus pensamientos. Sonríe de medio lado. ¿Acaso esa peste siempre le acompañaría? Sus manos quedan enterregadas, su uñas que, impecables presumían una belleza incomparable, ahora visten una línea delgada de obscuro color y escucha la voz varonil asomarse en la maleza a la par en que el cuerpo del caballero sale a la luz de la pálida luna. Su porte, a juzgar por este, había estado en el bosque durante las últimas horas, sus labios parecían secos faltantes de agua y quizá de comida. Los cabellos enmarañados de su cabeza lo hacían ver más salvaje de lo que seguramente era, pero claro… no se puede esperar más de alguien que corre en las lejanías e indomable en cada noche de luna llena. Licántropos. Agradece no haber visitado París cuando ese astro estuviese en pleno apogeo. La última vez que pudo observarla suspendida en el cielo con semejante hermosura plateada, estuvo a punto de morir por mera convicción, deseo trágico de un corazón destrozado. Las cosas han cambiado estos últimos días.
Expira un fuerte suspiro acompañado con esa sonrisa fúnebre. Besa la yema de sus dedos, y coloca en forma de ademán aquel beso sobre la tierra. Se está despidiendo del Señor Ralph. Más ridícula no puede ser, habría figurado una lápida con algún epitafio, sin embargo, decidió que eso serías más apropiado para el pedazo de tierra en el que sepulte el verdadero cuerpo de quien alguna vez fue su amante. Sí, Lorraine se vengaría de él no sólo de forma en que destruiría su ego, ella acabaría con él, definitivamente. -La resurrección no depende de lo que esté en el sepulcro, si no de aquel que le da la vida- Se pone de pie girándose sobre los talones para encarar al hombre anteriormente descrito. La mirada de la morena es peligrosa y se clava cual estacas sobre la piel aceitunada del extraño. La cordialidad se derrocha en él, no obstante, después de lo ocurrido aprendió a no confiar en nadie. Absolutamente nadie. Observa cada ademán, la forma en que el oxígeno es secuestrado del medio ambiente para pasar por sus pulmones y sufrir una metamorfosis para ser devuelto al exterior. Corrientemente se puede decir que la mujer lo barre de pies a cabeza, tomando nota de cada maldito detalle por muy insignificante que este sea. Lorraine muerde su labio inferior al notar con cierta destreza aquellos músculos en su pecho, definitivamente se trataba de uno de ellos ¿Cómo olvidarlo si Lucien era bastante similar a este sujeto? – y, la elegancia es irrelevante cuando de la sepultura se trata- añade de forma cordial pero sin llegar al punto de la comodidad.
Alerta, siempre alerta. Relaja sus nervios estirando su mano para alcanzar la de él y ofrecer un saludo más de su status. Resalta la “educación” con una caravana y su nombre –Ágatha- ¿Realeza? ¿Apellidos? ¿Nada? No es necesario cuando incluso la conversación con ese hombre quedaría sepultada en el olvido porque después de allí, Lorraine sería una mujer diferente. Quizá conserve aquella maldad o incluso empeore todo depende del veneno que alcance a escupir sin dañar a nadie… ¿Importa? Queriendo retomar el hilo a una conversación perdida, sólo para no parecer imprudente e insensible, abre sus labios con una lentitud avasalladora. La carnosidad de estos se desenvuelve al expulsar un poco de vaho antes de pronunciar palabra alguna. La seducción poco a poco, mientras los murciélagos se reacomodan en las ramas de los árboles y el rocío baña con su humedad la tierra; se despide del cuerpo de la condesa convirtiéndola en un maldito demonio encarnando la perfección y la belleza fémina –Supongo que sería inapropiado cuestionar su ronda nocturna ¿No es así, Monsieur?- Arquea una ceja mientras camina abordándolo a sus alrededores. Pasa una de sus gélidas manos por la espalda del caballero. Sentir el calor en la piel de Darcy fue una estocada a todo su cuerpo. La diferencia es tan grande que un jadeo casi placentero se escapó de sus labios evocando sueños perdidos. Un arrebato que le puede costar la vida, se deja llevar por sus instintos y, en un segundo sus labios rosan los ajenos en una caricia tentativa. Despecho.
Expira un fuerte suspiro acompañado con esa sonrisa fúnebre. Besa la yema de sus dedos, y coloca en forma de ademán aquel beso sobre la tierra. Se está despidiendo del Señor Ralph. Más ridícula no puede ser, habría figurado una lápida con algún epitafio, sin embargo, decidió que eso serías más apropiado para el pedazo de tierra en el que sepulte el verdadero cuerpo de quien alguna vez fue su amante. Sí, Lorraine se vengaría de él no sólo de forma en que destruiría su ego, ella acabaría con él, definitivamente. -La resurrección no depende de lo que esté en el sepulcro, si no de aquel que le da la vida- Se pone de pie girándose sobre los talones para encarar al hombre anteriormente descrito. La mirada de la morena es peligrosa y se clava cual estacas sobre la piel aceitunada del extraño. La cordialidad se derrocha en él, no obstante, después de lo ocurrido aprendió a no confiar en nadie. Absolutamente nadie. Observa cada ademán, la forma en que el oxígeno es secuestrado del medio ambiente para pasar por sus pulmones y sufrir una metamorfosis para ser devuelto al exterior. Corrientemente se puede decir que la mujer lo barre de pies a cabeza, tomando nota de cada maldito detalle por muy insignificante que este sea. Lorraine muerde su labio inferior al notar con cierta destreza aquellos músculos en su pecho, definitivamente se trataba de uno de ellos ¿Cómo olvidarlo si Lucien era bastante similar a este sujeto? – y, la elegancia es irrelevante cuando de la sepultura se trata- añade de forma cordial pero sin llegar al punto de la comodidad.
Alerta, siempre alerta. Relaja sus nervios estirando su mano para alcanzar la de él y ofrecer un saludo más de su status. Resalta la “educación” con una caravana y su nombre –Ágatha- ¿Realeza? ¿Apellidos? ¿Nada? No es necesario cuando incluso la conversación con ese hombre quedaría sepultada en el olvido porque después de allí, Lorraine sería una mujer diferente. Quizá conserve aquella maldad o incluso empeore todo depende del veneno que alcance a escupir sin dañar a nadie… ¿Importa? Queriendo retomar el hilo a una conversación perdida, sólo para no parecer imprudente e insensible, abre sus labios con una lentitud avasalladora. La carnosidad de estos se desenvuelve al expulsar un poco de vaho antes de pronunciar palabra alguna. La seducción poco a poco, mientras los murciélagos se reacomodan en las ramas de los árboles y el rocío baña con su humedad la tierra; se despide del cuerpo de la condesa convirtiéndola en un maldito demonio encarnando la perfección y la belleza fémina –Supongo que sería inapropiado cuestionar su ronda nocturna ¿No es así, Monsieur?- Arquea una ceja mientras camina abordándolo a sus alrededores. Pasa una de sus gélidas manos por la espalda del caballero. Sentir el calor en la piel de Darcy fue una estocada a todo su cuerpo. La diferencia es tan grande que un jadeo casi placentero se escapó de sus labios evocando sueños perdidos. Un arrebato que le puede costar la vida, se deja llevar por sus instintos y, en un segundo sus labios rosan los ajenos en una caricia tentativa. Despecho.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Quién dijo que el olvido no se disfruta? {Privado}
Aunque los vampiros no necesitaran respirar, era curioso que siguieran usandola como método de expresión. Los supiros, los siseos, los bufidos. Tal vez, al menos en la superficie conservaban más de humanos de lo que se atrevían a pensar. El gesto de la vampireza acompañado por una sonrisa también delataba un sentimiento profundo. Y las frases que le había escuchado hablar al aire, el beso que depositó cuidadosamente sobre sus dedos y después sobre la tierra, dejaban ver un gran dolor referente al compañero de aquella mujer. Bien podría ser el muerto. Sea como fuere el enojo dentro de ella desbordaba por los ojos carmesí. Hubiera podido fácilmente prender fuego al follaje del bosque con una mirada.
-No hablaba de resurrecciones, sino de fantasmas. Seguro que puede percibirlos.- aclaró, manteniendo la media sonrisa. El escrutinio al que estaba siendo sometido por la vampireza no le pasaba desapercibido. Una parte de Darcy estaba alerta, los vampiros pueden salirse de control muy fácilmente, aunque ella no pareciese una neofita, los sentimientos los arrastran en impulsos que se les reconoce más a los Lycans, aunque los primeros tampoco carecen de ellos. El lobo debía tener cuidado, faltaban unas pocas noches para la luna llena y también lo hacía actuar antes de pensar en las consecuencias. -La elegancia se lleva hasta la muerte. Si fuera del modo en que afirma, Hades no se molestaría en vestirse como su título le distingue "rey del Inframundo", ni usted se tomaría tanto trabajo para ungir al difunto en esa tumba improvisada.- Las palabras de la mujer destilaban hostilidad, fiereza. Pero Darcy en ningún momento pareció darse por enterado de tal comportamiento pues conservo la sonrisa y el gesto calmo. Le ayudó a levantar y fue con un beso en el dorso mármoreo que correspondió el saludo, soltó su mano, luego un asentimiento de cabeza. -Darcy... - entornó la mirada y se contuvo antes de dar su título y apellido. "Ágatha" igual no lo escucharía ni le importaba. No era el momento adecuado para las presentaciones. -No fue mi intención interrumpirle- se disculpó -Era mi deber al escucharle, venir a cerciorarme que estuviera bien.- Era extraño que a pesar de que la temperatura del cuerpo de la bella Ágatha debiera ser probablmente la misma que el bosque escarchado que les rodeaba, un fantasma delatando calor en su interior emergió de entre sus labios. Darcy se cruzó de brazos entretenido con aquella mujer. -Después de que yo le he descubierto enterrando muertos, me parece que eso deja mi caminata en un lugar muy inferior.- se río, siguiendola con la mirada mientras ella se desplazaba sin esfuerzo y con gracia a su alrededor. Luego la frialdad de ella le alcanzo descanzando sobre la espalda del lobo. Sintió un escalofrío, era mucho el contraste de las temperaturas, aún así no llegaba a ser desagradable.
De un segundo a otro le tenía enfrente, sus labios rozaron con los propios, incitándole y él le correspondió los primeros segundos antes de apartarle por los hombros, con suave firmeza. Tomó su mentón y le hizo levantarlo para poder observar en el pozo profundo de sus ojos rojos. -Creo que primero debemos alejarnos de aquí- acomodó sus cabellos, le soltó y le ofreció su brazo. -Su vestido terminará de arruinarse y su hermosura se opacará con los vestigios de tierra de esta sepultura. Vamos-
-No hablaba de resurrecciones, sino de fantasmas. Seguro que puede percibirlos.- aclaró, manteniendo la media sonrisa. El escrutinio al que estaba siendo sometido por la vampireza no le pasaba desapercibido. Una parte de Darcy estaba alerta, los vampiros pueden salirse de control muy fácilmente, aunque ella no pareciese una neofita, los sentimientos los arrastran en impulsos que se les reconoce más a los Lycans, aunque los primeros tampoco carecen de ellos. El lobo debía tener cuidado, faltaban unas pocas noches para la luna llena y también lo hacía actuar antes de pensar en las consecuencias. -La elegancia se lleva hasta la muerte. Si fuera del modo en que afirma, Hades no se molestaría en vestirse como su título le distingue "rey del Inframundo", ni usted se tomaría tanto trabajo para ungir al difunto en esa tumba improvisada.- Las palabras de la mujer destilaban hostilidad, fiereza. Pero Darcy en ningún momento pareció darse por enterado de tal comportamiento pues conservo la sonrisa y el gesto calmo. Le ayudó a levantar y fue con un beso en el dorso mármoreo que correspondió el saludo, soltó su mano, luego un asentimiento de cabeza. -Darcy... - entornó la mirada y se contuvo antes de dar su título y apellido. "Ágatha" igual no lo escucharía ni le importaba. No era el momento adecuado para las presentaciones. -No fue mi intención interrumpirle- se disculpó -Era mi deber al escucharle, venir a cerciorarme que estuviera bien.- Era extraño que a pesar de que la temperatura del cuerpo de la bella Ágatha debiera ser probablmente la misma que el bosque escarchado que les rodeaba, un fantasma delatando calor en su interior emergió de entre sus labios. Darcy se cruzó de brazos entretenido con aquella mujer. -Después de que yo le he descubierto enterrando muertos, me parece que eso deja mi caminata en un lugar muy inferior.- se río, siguiendola con la mirada mientras ella se desplazaba sin esfuerzo y con gracia a su alrededor. Luego la frialdad de ella le alcanzo descanzando sobre la espalda del lobo. Sintió un escalofrío, era mucho el contraste de las temperaturas, aún así no llegaba a ser desagradable.
De un segundo a otro le tenía enfrente, sus labios rozaron con los propios, incitándole y él le correspondió los primeros segundos antes de apartarle por los hombros, con suave firmeza. Tomó su mentón y le hizo levantarlo para poder observar en el pozo profundo de sus ojos rojos. -Creo que primero debemos alejarnos de aquí- acomodó sus cabellos, le soltó y le ofreció su brazo. -Su vestido terminará de arruinarse y su hermosura se opacará con los vestigios de tierra de esta sepultura. Vamos-
Henry Birdwhistle- Hechicero/Realeza
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Re: ¿Quién dijo que el olvido no se disfruta? {Privado}
Y la luna será nuestro testigo…
Bajo el influjo de aquel cielo nocturno, sintiendo en su interior una desesperación tan infinita como el odio que es capaz de guardar con recelo, acunando una devastadora idea en los más obscuros pensamientos y con la frustración asomándose en sus mutilados orbes; el beso con aquella ánima descarriada en su camino le llevó a un paraíso perdido. El frío de sus labios es opacado por ese calor sublime hallado en la humedad de su saliva. ¿Quién la juzgaría por querer olvidarse de todo en los brazos de un nuevo amante? ¿La luna? No, ella pende del cielo con una carcajada, se mofa de la vampiresa en su patético intento por dejarlo todo atrás. Pero la fémina tiene muy claro su objetivo y ese es perderse en los insidiosos laberintos del olvido para dejar ahí todo aquello que le haría sufrir. Deseaba, anhelaba regresar a ser aquella bestia sin corazón, sin alma, sin sentimientos, esa que devoraba a sus víctimas sin el mínimo resentimiento. La ramera del diablo, vistiéndose con la piel de todos esos cadáveres oscilantes en los calabozos de su mansión, escribir con la sangre no bebida en su pequeño diario, ser partícipe de las orgías más depravadas jugando a ser Dios aunque sea por un momento. “No, yo soy Dios”. Sonrió por lo bajo al pensar tan ególatra de si misma. Sí, lentamente, con la ayuda de los retorcidos pensamientos que Luther impone en su cabeza y su deseo irrefutable de venganza, vuelve a ser esa mujer perdida en la obscuridad, la antigua Ágatha ó lo que es igual, Némesis.
La mirada felina de Lorraine se clava en las pupilas de Darcy, se mantiene ahí durante una fracción de segundo que bien puede parecer toda una eternidad. Sonríe con coquetería, se relame los labios absorbiendo a través de su lengua el peculiar sabor del Conde. ¿Quién lo imaginaría, un vampiro tratando de seducir a su enemigo natural? ¡Tiene que ser un chiste! La explicación es tan simple como el movimiento de las ramas cuando el viento las acaricia. El libido de la morena hace noches que no es satisfecho y es verdad que cuando se rompe un corazón se toma su tiempo para sanar, pero alguien como ella era más fácil ignorar su condición y fingir el ardor del odio hasta que este se vuelva una realidad. Él resultó ser un caballero tal y como se supone lo son todos los hombres de esta era. Lorraine baja su mirada asintiendo con su cabeza una sola vez. Introduce su mano en el hueco que él dejó para escoltarla al camino de regreso. No existe nada más incitante que romper las reglas establecidas durante eones, nada que resulte más tentador que lo prohibido e ir a por él. –La elegancia, así como el vestido son sólo ostentaciones que cualquiera valoraría dentro de un status donde importa más la falsedad que lo real, pero alguien como yo, que viene desde la inmundicia, arrastrándose como vil víbora, siendo lo que es y sin pretender ser más nada; todo esto esta de sobra Monsieur- Frunció el ceño, aquello fue una cátedra de lo que olvidó junto a ese hombre. Sí, ella resurgió de podredumbre como el fénix de sus cenizas y le enorgullecía gritar el número de muertos que ejecutó para conseguir sus objetivos. –Además, míreme- Le guiña un ojo –Nada puede opacar mi belleza- Una mujer que no disfruta sin hacer alarde de su sensualidad o belleza, simplemente no es mujer.
Camina a su lado pensando en todo y en nada a la vez. Con la carcajada de la luna a sus espaldas expía una pesadez de sus labios. No quería que otra noche pasara sin dedicarle su atención como debía ser. Von Fanel es una de esas mujeres que se aburren fácilmente si no se les mantiene entretenidas con algo que suponga un reto. Así que por sus pensamientos pasan absurdas ideas como el atacar al hombre que va a su lado y comenzar una batalla. La luna esta cerca de ser llena así que la fuerza ya se puede ver su influjo mortal en los tensados músculos de aquel hombre. Muerde su labio inferior de una forma bastante sugerente y esboza una casi inaudible carcajada para si misma y para alguien con un oído lo suficientemente desarrollado. En ese momento, como si alguien pudiese adivinar su siguiente movimiento, se hace víctima de las raíces en el bosque y cae al suelo. Su gracilidad provoca que el cuerpo del licántropo quede sobre ella. El rostro de aquel hombre queda en el valle entre sus pechos y su cuello. –¡Quedémonos aquí! ¿Qué más da si el vestido ya se llenó de polvo?- Se encoge ligeramente de hombros, arquea una ceja y finge demencia. Había sólo dos cosas que él puede hacer. Seguirle el juego o levantarse e intentar marcharse. Sí, “intentar” marcharse. El juego comienza.
La mirada felina de Lorraine se clava en las pupilas de Darcy, se mantiene ahí durante una fracción de segundo que bien puede parecer toda una eternidad. Sonríe con coquetería, se relame los labios absorbiendo a través de su lengua el peculiar sabor del Conde. ¿Quién lo imaginaría, un vampiro tratando de seducir a su enemigo natural? ¡Tiene que ser un chiste! La explicación es tan simple como el movimiento de las ramas cuando el viento las acaricia. El libido de la morena hace noches que no es satisfecho y es verdad que cuando se rompe un corazón se toma su tiempo para sanar, pero alguien como ella era más fácil ignorar su condición y fingir el ardor del odio hasta que este se vuelva una realidad. Él resultó ser un caballero tal y como se supone lo son todos los hombres de esta era. Lorraine baja su mirada asintiendo con su cabeza una sola vez. Introduce su mano en el hueco que él dejó para escoltarla al camino de regreso. No existe nada más incitante que romper las reglas establecidas durante eones, nada que resulte más tentador que lo prohibido e ir a por él. –La elegancia, así como el vestido son sólo ostentaciones que cualquiera valoraría dentro de un status donde importa más la falsedad que lo real, pero alguien como yo, que viene desde la inmundicia, arrastrándose como vil víbora, siendo lo que es y sin pretender ser más nada; todo esto esta de sobra Monsieur- Frunció el ceño, aquello fue una cátedra de lo que olvidó junto a ese hombre. Sí, ella resurgió de podredumbre como el fénix de sus cenizas y le enorgullecía gritar el número de muertos que ejecutó para conseguir sus objetivos. –Además, míreme- Le guiña un ojo –Nada puede opacar mi belleza- Una mujer que no disfruta sin hacer alarde de su sensualidad o belleza, simplemente no es mujer.
Camina a su lado pensando en todo y en nada a la vez. Con la carcajada de la luna a sus espaldas expía una pesadez de sus labios. No quería que otra noche pasara sin dedicarle su atención como debía ser. Von Fanel es una de esas mujeres que se aburren fácilmente si no se les mantiene entretenidas con algo que suponga un reto. Así que por sus pensamientos pasan absurdas ideas como el atacar al hombre que va a su lado y comenzar una batalla. La luna esta cerca de ser llena así que la fuerza ya se puede ver su influjo mortal en los tensados músculos de aquel hombre. Muerde su labio inferior de una forma bastante sugerente y esboza una casi inaudible carcajada para si misma y para alguien con un oído lo suficientemente desarrollado. En ese momento, como si alguien pudiese adivinar su siguiente movimiento, se hace víctima de las raíces en el bosque y cae al suelo. Su gracilidad provoca que el cuerpo del licántropo quede sobre ella. El rostro de aquel hombre queda en el valle entre sus pechos y su cuello. –¡Quedémonos aquí! ¿Qué más da si el vestido ya se llenó de polvo?- Se encoge ligeramente de hombros, arquea una ceja y finge demencia. Había sólo dos cosas que él puede hacer. Seguirle el juego o levantarse e intentar marcharse. Sí, “intentar” marcharse. El juego comienza.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Quién dijo que el olvido no se disfruta? {Privado}
Era increíble que la frialdad y el calor estuvieran representados en dos seres vivientes que se esforzaban en mantener oculta su verdadera naturaleza la mayor parte del tiempo. Al menos ser lycan sólo conlleva mostrar ese lado bestial en su totalidad, cada luna llena; el ser vampiro por otro lado es un trabajo de tiempo completo. Se debe simular no estar no-muerto ante los ojos de las "personas normales". Darcy no podía imaginar lo que sería haber sido mordido por un inmortal en vez de un perro. Suponía que no era mucha la diferencia. Sin embargo las emociones que todabía alcanzaban a influenciar a los lobos y a los vampiros, usualmente más a los primeros, actúan a favor de la doble naturaleza nocturna dejando libre y visible el lado depredador.
Como ahora precisamente mientras se desplazaban por el bosque, el lobo podía sentir la tensión furiosa de la vampireza, casi como si estuviese apunto de saltarle a la garganta. Si no fuese porque la sangre de lycans es venenosa para los vampiros si se toma más de algunos tragos y viceversa, Darcy creería que era su intención. Porque aunque la lujuria también adornaba los ojos de Ághata, esta a veces se mezcla demasiado profundo con la necesidad de sangre y destrucción. A él mismo le pasaba. Era algo difícil de controlar, meramente instintivo. Y aunque eran enemigos naturales, el frío y el calor a veces se complementan en una furia desperada y ella parecía tan desperada como Darcy debajo de aquella superficie delgada y facilmente quebradiza de educada tranquilidad.
-La elegancia se valora en cualquier parte y es uno de los adornos más bellos en una mujer.- sonrió a medias -Aún las serpientes que se arrastran en el suelo y sobre los árboles poseen sinuosa elegancia. No puede negar su propia naturaleza.- Arqueó la ceja aun manteniendo la media sonrisa y le miró de abajo hacia arriba, dada la invitación. -Su fermosura resalta enmedio de este bosque verde e incluso entre las tumbas de los muertos, pero los pensamientos son capaces de velar hasta lo más evidente. Por fortuna eso no le ha sucedido a usted.- concluyó observando sus gestos de reojo que eran una clara insinuación. Si fuese humano habría cabida a confusiones por la cuestión de la sangre, pero él era un lobo y no había lugar para la duda. A menos que el encierro le enloqueciera más de lo que se atrevía a imaginar. La carcajada medio enloquecida de Ághata completó el pensamiento de Darcy. Después esa "repentina caída" de la mujer de la noche, él la hubiese podido sostener con facilidad pero tal vez su instinto le dicto dejarse caer por esta vez, quedando justo sobre ella y teniendo una visión más cercana de sus atributos físicos. El lobo río ante el descaro de la vampireza. -¿A tal grado llega su resentimiento que le importa poco si soy león, lobo o quimera?- esbozo una sonrisa lobuna, medio incorporándose, apoyándose en sus manos a cada lado de la cabeza de Ágatha para poder verla mejor -¿O es que acaso de pronto se la ha escapado una flecha a cupido?- preguntó sobre sus labios pero sin llegar a tocarlos. Pasó el dedo índice por su mejilla y su cuello. Sus rasgos fríos, sus instintos pasionales, su sonrisa delatora de trastorno profundo... ¿a dónde iban a llegar con todo eso? Más importante aún ¿acaso la providencia le enviaba un obsequio sin costo por mera lástima? ¿O era el demonio que le brindaba un aperitivo por la donación voluntaria de su alma? -Dígame, ¿cuál es la razón que debe convencerme, además de su belleza, para ignorar todos los buenos motivos por los que debería alejarme y dejarle aquí a la merced de la luna y sus faces? Después de todo Afrodita no se aparece sin alguna razón-
Como ahora precisamente mientras se desplazaban por el bosque, el lobo podía sentir la tensión furiosa de la vampireza, casi como si estuviese apunto de saltarle a la garganta. Si no fuese porque la sangre de lycans es venenosa para los vampiros si se toma más de algunos tragos y viceversa, Darcy creería que era su intención. Porque aunque la lujuria también adornaba los ojos de Ághata, esta a veces se mezcla demasiado profundo con la necesidad de sangre y destrucción. A él mismo le pasaba. Era algo difícil de controlar, meramente instintivo. Y aunque eran enemigos naturales, el frío y el calor a veces se complementan en una furia desperada y ella parecía tan desperada como Darcy debajo de aquella superficie delgada y facilmente quebradiza de educada tranquilidad.
-La elegancia se valora en cualquier parte y es uno de los adornos más bellos en una mujer.- sonrió a medias -Aún las serpientes que se arrastran en el suelo y sobre los árboles poseen sinuosa elegancia. No puede negar su propia naturaleza.- Arqueó la ceja aun manteniendo la media sonrisa y le miró de abajo hacia arriba, dada la invitación. -Su fermosura resalta enmedio de este bosque verde e incluso entre las tumbas de los muertos, pero los pensamientos son capaces de velar hasta lo más evidente. Por fortuna eso no le ha sucedido a usted.- concluyó observando sus gestos de reojo que eran una clara insinuación. Si fuese humano habría cabida a confusiones por la cuestión de la sangre, pero él era un lobo y no había lugar para la duda. A menos que el encierro le enloqueciera más de lo que se atrevía a imaginar. La carcajada medio enloquecida de Ághata completó el pensamiento de Darcy. Después esa "repentina caída" de la mujer de la noche, él la hubiese podido sostener con facilidad pero tal vez su instinto le dicto dejarse caer por esta vez, quedando justo sobre ella y teniendo una visión más cercana de sus atributos físicos. El lobo río ante el descaro de la vampireza. -¿A tal grado llega su resentimiento que le importa poco si soy león, lobo o quimera?- esbozo una sonrisa lobuna, medio incorporándose, apoyándose en sus manos a cada lado de la cabeza de Ágatha para poder verla mejor -¿O es que acaso de pronto se la ha escapado una flecha a cupido?- preguntó sobre sus labios pero sin llegar a tocarlos. Pasó el dedo índice por su mejilla y su cuello. Sus rasgos fríos, sus instintos pasionales, su sonrisa delatora de trastorno profundo... ¿a dónde iban a llegar con todo eso? Más importante aún ¿acaso la providencia le enviaba un obsequio sin costo por mera lástima? ¿O era el demonio que le brindaba un aperitivo por la donación voluntaria de su alma? -Dígame, ¿cuál es la razón que debe convencerme, además de su belleza, para ignorar todos los buenos motivos por los que debería alejarme y dejarle aquí a la merced de la luna y sus faces? Después de todo Afrodita no se aparece sin alguna razón-
Henry Birdwhistle- Hechicero/Realeza
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Re: ¿Quién dijo que el olvido no se disfruta? {Privado}
Pero todos sus pensamientos le pertenecen al sol.
-continuación de la frase anterior-
-continuación de la frase anterior-
Marchita y ambiciosa, con el deseo de desquebrajar sus recuerdos con la improvisación de una lápida, pero el despojo que le quedó sólo fue la pauta para caer en la sumisión de su ya retorcida mente y, la compañía a la que se ató tras la huida no le ayudaba lo suficiente. Así, tirada sobre la inmunda tierra, con la blancura de la nieve en su cabello, el destello de la luna tratando de encontrar el calor en sus ojos, la confusión inocua del ser; observó a Darcy hacerle frente a la coquetería con la que lo había tratado. No es fácil negarse a una mujer, no cuando el hombre es un caballero y respetará las acciones de la dama sin llegar a ofenderla ni ofenderse a si mismo. Los valores son algo que ha escaseado en la vida de los mortales desde… siempre, pero eso no quiere decir que estén muertos como los grandes dioses de las culturas más añejas, creencias olvidadas y, lamentablemente, sin la esperanza de resurgir.
Aprovechándose de las limitantes cordiales que un hombre es capaz de mostrar, se sonrió con zánganas intenciones para responder con un dejo filosófico pero no eran más que pensamientos alineados de una forma tan caótica que parecían ser ciertos o quizá era la ilusión de la fantasía quienes lo hacían parecer como la realidad –Cuando el pecado ha tocado a la puerta y se le ha abierto ¿Importa si es el diablo o uno de sus perros quien vaya por su alma?- La ceja derecha se arqueo, su boca aparcó esa sonrisa en su rostro –No existe el amor instantáneo, así como el amor verdadero se esfumó junto a la promesa de la inmortalidad- Su vida eterna, todo lo que ella era, perdía el sentido al saber que el infinito también perece, incluida su alucinógena obsesión por al que creía muerto en su corazón. El proceso no sólo es predisponerse a logar un objetivo, hay que trabajar para obtenerlo, si Ágatha en verdad anhelaba abrazar al olvido entonces habría que esforzarse para ello y ¿Qué mejor que romper con las endógenas leyes del amor con la sumisión al desvarío y la proliferación de una doctrina injusta, carente de justificación, inapropiada y profanamente inestable? La idea de un “error” no se encuentra tan lejana, menos cuando él había llegado voluntariamente hasta los designios de la dama.
Los labios de Ágatha fueron acribillados por ese par de colmillos, seductora e irrevocablemente descarada. Tomó el rostro del Lycan entre sus manos arqueando su espalda para poder estar más cerca de él y sentir el calor de su respiración en la barbilla. Ronroneó. Es un poco extraña la resolución, pero más bizarro aún es la contraposición de lo que piensa a lo que quiere. –Porque usted, al igual que yo lo desea- Dijo sin ningún problema. Deslizó sus gélidas manos sobre aquel rostro, la textura era inmensamente diferente a los hombres con los cuales había estado. Sus músculos fuertes, con el pulso de su corazón haciendo correr esa viperina sangre por las venas, el calor abrazador que podría derretir el tímpano de su tacto.
Era tan diferente que la curiosidad danzaba junto a la tentación. –Porque sabe que si no lo aprovecha, se arrepentirá- el ceño fruncido, el aliento trémulo de Ágatha, la humedad de sus palabras y el inconfundible rose sublime entre ambos labios. La fémina se giró hasta quedar por encima de él –porque no soy ninguna diosa- se agazapó sobre su cuerpo doblando la columna vertebral y alcanzar su pecho. Lo besó. –porque al amanecer sólo seré cenizas- trazando una línea irregular con sus labios recorrió cada centímetro de su torso –pero la más importante- Levantó la mirada hasta él. –porque no quiero hacerlo sola- La doble intención iba de forma explícita en sus palabras. –y porque no lo dejaré marchar- Alcanzó sus labios. Las manos de la fémina subieron hasta su cabeza donde acariciaron con gran habilidad esos cabellos castaños del hombre mientras que su lengua se encargaba de impregnarse con su sabor. Era un vals entre sus labios y los de él, un vals que procreaba una excitación no muy ortodoxa pero igualmente encantadora. Encarcelado bajo su cuerpo no tenía escapatoria, ella lo quería, lo deseaba y sería capaz de perseguirlo al infierno con tal de satisfacer el orgullo y la poca dignidad que tenía.
Aprovechándose de las limitantes cordiales que un hombre es capaz de mostrar, se sonrió con zánganas intenciones para responder con un dejo filosófico pero no eran más que pensamientos alineados de una forma tan caótica que parecían ser ciertos o quizá era la ilusión de la fantasía quienes lo hacían parecer como la realidad –Cuando el pecado ha tocado a la puerta y se le ha abierto ¿Importa si es el diablo o uno de sus perros quien vaya por su alma?- La ceja derecha se arqueo, su boca aparcó esa sonrisa en su rostro –No existe el amor instantáneo, así como el amor verdadero se esfumó junto a la promesa de la inmortalidad- Su vida eterna, todo lo que ella era, perdía el sentido al saber que el infinito también perece, incluida su alucinógena obsesión por al que creía muerto en su corazón. El proceso no sólo es predisponerse a logar un objetivo, hay que trabajar para obtenerlo, si Ágatha en verdad anhelaba abrazar al olvido entonces habría que esforzarse para ello y ¿Qué mejor que romper con las endógenas leyes del amor con la sumisión al desvarío y la proliferación de una doctrina injusta, carente de justificación, inapropiada y profanamente inestable? La idea de un “error” no se encuentra tan lejana, menos cuando él había llegado voluntariamente hasta los designios de la dama.
Los labios de Ágatha fueron acribillados por ese par de colmillos, seductora e irrevocablemente descarada. Tomó el rostro del Lycan entre sus manos arqueando su espalda para poder estar más cerca de él y sentir el calor de su respiración en la barbilla. Ronroneó. Es un poco extraña la resolución, pero más bizarro aún es la contraposición de lo que piensa a lo que quiere. –Porque usted, al igual que yo lo desea- Dijo sin ningún problema. Deslizó sus gélidas manos sobre aquel rostro, la textura era inmensamente diferente a los hombres con los cuales había estado. Sus músculos fuertes, con el pulso de su corazón haciendo correr esa viperina sangre por las venas, el calor abrazador que podría derretir el tímpano de su tacto.
Era tan diferente que la curiosidad danzaba junto a la tentación. –Porque sabe que si no lo aprovecha, se arrepentirá- el ceño fruncido, el aliento trémulo de Ágatha, la humedad de sus palabras y el inconfundible rose sublime entre ambos labios. La fémina se giró hasta quedar por encima de él –porque no soy ninguna diosa- se agazapó sobre su cuerpo doblando la columna vertebral y alcanzar su pecho. Lo besó. –porque al amanecer sólo seré cenizas- trazando una línea irregular con sus labios recorrió cada centímetro de su torso –pero la más importante- Levantó la mirada hasta él. –porque no quiero hacerlo sola- La doble intención iba de forma explícita en sus palabras. –y porque no lo dejaré marchar- Alcanzó sus labios. Las manos de la fémina subieron hasta su cabeza donde acariciaron con gran habilidad esos cabellos castaños del hombre mientras que su lengua se encargaba de impregnarse con su sabor. Era un vals entre sus labios y los de él, un vals que procreaba una excitación no muy ortodoxa pero igualmente encantadora. Encarcelado bajo su cuerpo no tenía escapatoria, ella lo quería, lo deseaba y sería capaz de perseguirlo al infierno con tal de satisfacer el orgullo y la poca dignidad que tenía.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Quién dijo que el olvido no se disfruta? {Privado}
La vampireza disfrutaba con ese juego, y aunque sonreía tentadoramente, el lobo sabía que era más que una simple aventura nocturna para ella. El aroma del enojo que emanaba de su cuerpo, la tristeza profunda, en parte le hacían refrenarse. Aún cuando su piel pálida resplandecía con la pureza de la luz que le hacía brillar tenuemente, como una perla virgen. Todas sus acciones anteriores, los gritos, el cavar esa tumba en la tierra, confirmaban el sufrimiento del que Ágatha era víctima. Darcy había acudido al bosque en busca de tranquilidad, de un descanzo para su caótica mente y ahora se encontraba con Ágatha, tal como una aparición. Ella estaba perdida, también... aunque generalmente cuando algo parece demasiado bueno, es que no lo es. Luego otra vez apareció la sonrisa medio enloquecida y sensual en el rostro de la mujer. Sus palabras sobre el pecado reafirmaron los pensamientos de Darcy de unos minutos antes, sobre que el diablo pudiera estar detrás de toda esa puesta en escena. O peor aún, una Furia...
Analizó sus palabras un momento, restandole importancia a lo que mencinó sobre el amor. El lobo nunca había creído en eso. Era una fantasía para algunos adultos que se quedaban estancados en los cuentos de hadas de la infancia.
-Quien recoge a los muertos, a sus almas, es tan importante como las monedas para el barquero. Si el destino es el infierno, sólo se puede negociar un trato con el diablo en persona, no con sus lacayos.- Después vampireza dejó ver sus colmillos, ronroneando como un gatito. Sus manos frías, aunque se disimulaba un poco con el clima frío del bosque de finales de invierno. -No abuse de su suerte señorita.- río por lo bajo, aunque tenía razón, también lo desaba a pesar de que no con la misma desesperación que ella. Darcy paso su índice por los labios de la mujer preguntándose vagamente quién sería el hombre que la tenía así, antes de decidir que no tenía importancia.
Podría decirse que por ser vampiresa su cuerpo estaba en silencio, pero el lobo escuchaba el caos dentro de ella aunque su corazón estuviera mudo permanentemente. La dejó rodar para colocarse sobre él. Con sus manos siguió las curvas de su cintura y cadera mientras le miraba hacer y enumerar razones. Siguió el juego con sus labios apenas un momento aunque demandaban la atención y el calor. Esbozó una sonrisa lobuna y rodo de nuevo para quedar él encima, capturo una de las muñecasde Ágatha primero y luego la otra con una mano, sujetandolas arriba de su cabeza. Sus colmillos también empezaron a hacerse vivibles y una sombra nublaba lentamente sus ojos. -Se equivoca, la primera razón es la más importante.- sentenció antes de buscar bajo su vestido su muslo, entórnandolo con fuerza y acomodando su pierna entorno a su cadera. Se apoderó de sus labios una vez más, el momento de hablar había pasado, él había cumplido con hacer un esfuerzo. Ahora el lobo mandaba.
Henry Birdwhistle- Hechicero/Realeza
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Re: ¿Quién dijo que el olvido no se disfruta? {Privado}
Cuando los pensamientos te traicionan, se ha perdido la batalla.
Y las carcajadas de la luna resonaron en su cabeza en más de una ocasión. El cálido tacto de Darcy recorría cada una de sus terminales nerviosas y la acorraló contra el mar de sensaciones a los que sucumbía sin pudor alguno aquel pétreo cuerpo. La delicia encontrada en el rose de su piel fue una catarsis a los tentáculos gélidos de quien alguna vez fue su amante nocturno, su quimera acechante. Las manos del licántropo se aferraron fuertemente a su muslo. La presión le hizo arquear su espalda a un punto en el que quedó un hueco entre ella y el suelo que serviría como cama. Von Fanel sonrió, las intenciones en su mirada fueron descifradas por el caballero, se sentía complacida por tenerlo atrapado en su sutil encanto. Ahí supo que el error no había de ella al descuidar su amor por un poco de sangre mortal, sin embargo, la culpa aún carcomía sus entrañas atormentándole, haciéndose preguntar “¿Por qué?” Jadeó al ser desprovista de su libertad esporádicamente. Él atacó sus labios con urgencia, la misma que ella necesitaba para callar a los demonios que, como fieles a la tortura, habían de recordarle una y otra vez, la imagen de Lucern revolcándose con aquella pelirroja. El corazón de Ágatha había sangrado tantas veces, que una estaca metafórica como esa ya no podía poseer el mismo efecto en la derrotada hembra como las anteriores. Tanta sangre derrapada le convirtió en un tempano clamando piedad.
Jamás en su existencia como demonio, pudo imaginar lo que era enfrentarse con sus temores cara a cara. Hacía varias noches en que ella lo hizo y sus acciones no fueron precisamente las correctas. Intentó la muerte, arrasó con una familia en un hogar desconocido. Se bañó la sangre vírgenes y se embriagó con el sufrimiento de mujeres parecidas a ella. Mismo color de ojos, misma piel blanca, mismo cabello de fuego… Las torturó hasta el punto de la locura, extirpando uno a uno sus órganos mientras su corazón aún era capaz de palpitar. Las obligó a revolcarse con Dimitri imitando la escena que le resumió a eso. Y cada noche, durante los últimos días, se encerraba en las cloacas para preguntarles “¿Por qué?” Había tantas cosas que no era capaz de comprender, muchas otras que se conglomeraron en la obscuridad de su alma para dañarla de la peor forma imaginable. Entonces la rabia emergía cual lava de volcán, convirtiendo lo dócil y roto Ágatha en una temible arma. Su demencia, la sensación de saberse tan corriente como la humanidad a la que odiaba, esa cruel bofetada de realidad donde no es mejor que el desecho de un rey, la ausencia de un brazo que le encontrara en medio de las tinieblas, verse al espejo y repudiarse a si misma con la devoción que el católico le tiene a la religión; marcó la pauta para querer imitar a la gitana. Así fue como una peluca de cabellos rojizos descansa sobre un cráneo en sus aposentos junto a Luther… Él sólo le sonreía en complicidad, porque disfrutaba la falta de cordura en ella.
Una mujer como lo era y en lo que se convirtió ahora, no es fácil de domar, no importa que tan frágil resulte ante los latigazos de sus memorias. Los gestos en su rostro hacen saber que disfrutó del atrevimiento en el Conde Trudeau, más aún el berrido que expió con su aliento lo confirmó libidinosamente. Las caderas de la hembra se levantaron un poco, sólo lo suficiente para encontrar la pelvis ajena y rosarla con indecencia. Si habría de pecar esa noche, lo haría con el encanto de abrazar a la muerte, mirarle a los ojos y besarle como la noche en que murió. Forcejeó un poco y, aunque el amarre de Darcy era fuerte, no fue suficiente para detenerla. Logró sacar ambas manos. Las entrelazó por la espalda del varón y deslizó sus uñas a manera de caricia sobre la misma. Esos labios, se abrían suplicantes junto a los de él. Las lenguas eran como viperinas serpientes persiguiéndose en un juego mortal. En ocasiones la mordía, en otras sólo percibía el adictivo calor que le vestía. El perfume de Darcy fastidiaba a la morena, pero había en la mezcla de su sudor que igualmente la colocó en una posición de éxtasis.
Sin más preámbulo, hizo girar ambos cuerpos. Las piernas de Ágatha acolarraron la pelvis de Darcy justo al frente de su cavidad. Se deslizó por encima de él cual gata salvaje. Las manos acariciaron los mechos de su cabello y ronroneó a la altura de sus labios. Hizo un puchero tras una sonrisa llena de pretensiones. Desabotonó su camisa, la lentitud era sólo el ingrediente secreto para hacerlos enloquecer por impaciencia. Sus fauces se colocaron a escasos centímetros de su pecho y exhaló el frívolo aliento. Construyó un camino con su “respiración”, entre besos, mordiscos y pincelas de su lengua, llegó hasta la pretina de sus pantalones. Se deshizo de ellos como si fuesen una tira de papel fácilmente desgarrables. Se mantuvo sentada frente a él, deshizo los nudos en las tiras de su corsé y desnudó sus pechos. Arqueó la espalda, cerró los ojos y beso nuevamente esos labios profanos. Perdida en aquella caricia que pedía secretamente ser correspondida, no con la mima lujuria, si no con el paradigma de un sentimiento; pronunció su nombre –Lucern- Al hacer esto, su cuerpo se tensó por inercia. Las pupilas se le dilataron al abrir los ojos y encontrar el rostro de otra persona bajo ella. Llevó ambas manos a su cara para arañar la superficie de su piel, no importaba dejar marcas, desaparecerían con el tiempo. Negó con su cabeza, se enfadó, golpeó a un costado de donde reposaba la cabeza de Darcy, se mordió la lengua, la sangre apareció. –Lo siento caballero- Dijo con repudio, no para él para si misma –Me temo que el despecho no me es suficiente- Besó sus labios con avidez pero se separó inmediatamente de ellos y echó su cuerpo a un lado. Estaba enojada, colérica, ¿Cómo era posible que aún pudiese pensar en él? Deseaba, en verdad deseaba, descargar su ira despedazando a quien fuese.
Jamás en su existencia como demonio, pudo imaginar lo que era enfrentarse con sus temores cara a cara. Hacía varias noches en que ella lo hizo y sus acciones no fueron precisamente las correctas. Intentó la muerte, arrasó con una familia en un hogar desconocido. Se bañó la sangre vírgenes y se embriagó con el sufrimiento de mujeres parecidas a ella. Mismo color de ojos, misma piel blanca, mismo cabello de fuego… Las torturó hasta el punto de la locura, extirpando uno a uno sus órganos mientras su corazón aún era capaz de palpitar. Las obligó a revolcarse con Dimitri imitando la escena que le resumió a eso. Y cada noche, durante los últimos días, se encerraba en las cloacas para preguntarles “¿Por qué?” Había tantas cosas que no era capaz de comprender, muchas otras que se conglomeraron en la obscuridad de su alma para dañarla de la peor forma imaginable. Entonces la rabia emergía cual lava de volcán, convirtiendo lo dócil y roto Ágatha en una temible arma. Su demencia, la sensación de saberse tan corriente como la humanidad a la que odiaba, esa cruel bofetada de realidad donde no es mejor que el desecho de un rey, la ausencia de un brazo que le encontrara en medio de las tinieblas, verse al espejo y repudiarse a si misma con la devoción que el católico le tiene a la religión; marcó la pauta para querer imitar a la gitana. Así fue como una peluca de cabellos rojizos descansa sobre un cráneo en sus aposentos junto a Luther… Él sólo le sonreía en complicidad, porque disfrutaba la falta de cordura en ella.
Una mujer como lo era y en lo que se convirtió ahora, no es fácil de domar, no importa que tan frágil resulte ante los latigazos de sus memorias. Los gestos en su rostro hacen saber que disfrutó del atrevimiento en el Conde Trudeau, más aún el berrido que expió con su aliento lo confirmó libidinosamente. Las caderas de la hembra se levantaron un poco, sólo lo suficiente para encontrar la pelvis ajena y rosarla con indecencia. Si habría de pecar esa noche, lo haría con el encanto de abrazar a la muerte, mirarle a los ojos y besarle como la noche en que murió. Forcejeó un poco y, aunque el amarre de Darcy era fuerte, no fue suficiente para detenerla. Logró sacar ambas manos. Las entrelazó por la espalda del varón y deslizó sus uñas a manera de caricia sobre la misma. Esos labios, se abrían suplicantes junto a los de él. Las lenguas eran como viperinas serpientes persiguiéndose en un juego mortal. En ocasiones la mordía, en otras sólo percibía el adictivo calor que le vestía. El perfume de Darcy fastidiaba a la morena, pero había en la mezcla de su sudor que igualmente la colocó en una posición de éxtasis.
Sin más preámbulo, hizo girar ambos cuerpos. Las piernas de Ágatha acolarraron la pelvis de Darcy justo al frente de su cavidad. Se deslizó por encima de él cual gata salvaje. Las manos acariciaron los mechos de su cabello y ronroneó a la altura de sus labios. Hizo un puchero tras una sonrisa llena de pretensiones. Desabotonó su camisa, la lentitud era sólo el ingrediente secreto para hacerlos enloquecer por impaciencia. Sus fauces se colocaron a escasos centímetros de su pecho y exhaló el frívolo aliento. Construyó un camino con su “respiración”, entre besos, mordiscos y pincelas de su lengua, llegó hasta la pretina de sus pantalones. Se deshizo de ellos como si fuesen una tira de papel fácilmente desgarrables. Se mantuvo sentada frente a él, deshizo los nudos en las tiras de su corsé y desnudó sus pechos. Arqueó la espalda, cerró los ojos y beso nuevamente esos labios profanos. Perdida en aquella caricia que pedía secretamente ser correspondida, no con la mima lujuria, si no con el paradigma de un sentimiento; pronunció su nombre –Lucern- Al hacer esto, su cuerpo se tensó por inercia. Las pupilas se le dilataron al abrir los ojos y encontrar el rostro de otra persona bajo ella. Llevó ambas manos a su cara para arañar la superficie de su piel, no importaba dejar marcas, desaparecerían con el tiempo. Negó con su cabeza, se enfadó, golpeó a un costado de donde reposaba la cabeza de Darcy, se mordió la lengua, la sangre apareció. –Lo siento caballero- Dijo con repudio, no para él para si misma –Me temo que el despecho no me es suficiente- Besó sus labios con avidez pero se separó inmediatamente de ellos y echó su cuerpo a un lado. Estaba enojada, colérica, ¿Cómo era posible que aún pudiese pensar en él? Deseaba, en verdad deseaba, descargar su ira despedazando a quien fuese.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Quién dijo que el olvido no se disfruta? {Privado}
Hace mucho tiempo, los dioses tomaban a veces formas humanas y se relacionaban con los hombres mortales, engenndrando héroes en ocasiones, y en otras monstruos incontrolables, tormento de pueblos. El mismo Zeus había caido en esta tentación en varias ocasiones. Más ahora, en esta noche muy lejana a aquellos tiempos donde los mitos se confunden con la realidad, la diosa Artemisa, señora de la noche, rendía tributo a las viejas costumbres paganas, manífestandose en la forma de una mujer fría, una mujer luna. Se presentaba cual aparición invocada del Panteón Olímpico, resurgiendo de las entrañas mismas de la tierra que la retenían y aprisionaban más allá de lo que cualquiera pudiera ateverse a aventurarse. Y aunque la tierra pudiera manchar sus formas aquí y allá, permanecía incorrupta al paso del tiempo. Con mucha serugirdad era obra del mismo Diablo que la hermosa Artemisa, líbrandose de su prisión, acuriera ahora a tentar al lobo.
A Darcy aunque le intrigaba su origen, no cuestinó mucho al respecto. Es peligroso no indagar demasiado en estos artificios, pues se puede encontrar con algun genio tramposo pero cuando se sabe con certeza un destino irrevocable, no importa mucho si se trata de un ángel o lucifer mismo. Al final se llegará al mismo sitio.
La vampiresa se froto contra su cuerpo, incitándole a probar de los frutos prohibidos del Hades. El lobo le permitio deshacer el agarre que apresaba sus muñecas, para poder recorrer sus senos y la curva sinuosa marcada por sus costillas, apretadas contra la tela del corsé, el vientre que respiraba debajo, agitado por su propia locura. Sus labios jugaban contra los de seda en una pelea de frío y calor, la desperación era el sabor principal. Darcy gruño cuando sintió las garras casi felinas de Ágatha recorrer su espalda, el ansia de sangre etaba en ambas mentes, al parecer, pero ella tenía más prisa por obtenerla. El lobo tiró de su labio inferior rasgandolo a medias, probando a su vez el líquido frío y espeso que corría por sus venas. Le ayudó a girar tomando sus caderas, acómodandole sobre sí. Ella jugaba y sonreía con la misma gracia y cinismo que lo haría una Euménide, desabrochando su camisa con lentitud, él acariciaba sus caderas y le miraba con lujuria, una que a este punto era díficil apagar, la frialdad en hija de la noche aumentaba el fuego que le quemaba la piel por dentro. Ella refrescó ese calor ardiente con su hálito, mientras Darcy enredaba los cabellos rojos entre sus dedos, guiándole por el camino más sensible. Luego le atrajo de vuelta a sus labios, probando la escencia misma de la noche, sus colmillos razaron los contrarios justo antes de que ella profunciara el nombre de su tormento particular, no era difícil adivinar. Ágatha quizo arañar su rostro, apenas marco la superficie el tomo sus muñecas apartando sus manos. La vampiresa se inclinó para un último beso antes de que su consiencia la devolviera al tormento sin sentido. Darcy no hizo ademanes de detener a la mujer. Observó con ojos negros el cielo oscuro que los cubría, apenas visible entre el dosel del bosque, que se encontraba seco y marchito aún pues el invierno se negaba a ceder. El lobo apoyo las manos bajo su cabeza a modo de almohada, aunque el viento era frío y el tenái la camsia desabrochada, su temperatura era más elevada que el de un humano normal. Luego se empezo a reír.
-Uno diría que los dioses estan sobre las tragedias humanas, pero... - sonrió a medias. -...sólo es otro modo de representarlas, de un modo más... teatral.- cerró los ojos y respiro profundo mientras el bombear de su corazón retomaba su ritmo regular. -"La idea del crimen, que no es sino quimera, a tal punto sacude mi entera humanidad que la acción se ahoga en conjeturas y sólo es lo que no es."-
Henry Birdwhistle- Hechicero/Realeza
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Re: ¿Quién dijo que el olvido no se disfruta? {Privado}
Como si millones de alfileres buscaran la forma de clavarse en un corazón mutilado, como si cada gota de lluvia fuese una estaca clavada en el cuerpo, como si la briza se volviese cuchilla y cortase cada centímetro de piel. Sus pensamientos la traicionaban, era ver en cada suspiro anidado, un fragmento de su vida junto a él. Los sueños que compartió, la mentira que se tragó cuando sus labios la besaban. Los relámpagos descifraron cada momento en el que se encontró en los ojos de Lucern y sin importar lo que hiciera aún permanecía ahí, en lo más profundo de su mente todo ese maldito amor que le profesaba. Era más odiarlo por lo que le hizo padecer, pero se resumía a una falacia. Lorraine nunca jugó con la verdad que tenía bajo sus pies, no manipuló la información, ni siquiera utilizó el chantaje a su favor; todo lo que esa mujer pudo ofrecerle al Conde de Inglaterra, era lo único que tenía, su realidad, porque incluso en el mito, ella le develó la esencia de su ser. Ante Lucern, Lorraine siempre se encontraría desnuda, no había persona, criatura o cosa sobre la fas de la tierra que pudiese conocerla tan bien como él, tanto física como mentalmente. ¿No era una reverenda estupidez todo eso? La única debilidad en la vampiresa, también era su única fortaleza.
Encontró la ironía de sus actos y la crueldad del demonio al observar la faena desde su pedestal. Su carcajada se regocijó ante las lágrimas secas de la vampiresa. No era nadie, nunca lo fue y lo peor de todo es que no estaba enfadada con él. Ni siquiera sabía por qué lo había hecho, pero encontró millones de excusas para perdonarlo. Luther, quien siempre permaneció a su lado sin importar las condiciones en las que se encontrase, manipuló sus recuerdos, influenció en sus sentimientos e hizo que la venganza ardiera dentro de su pútrido corazón, podía engañarlo a él, podía fingir ante cualquiera, podía ponerse de pie frente a Lucern y reprocharle la traición sin cansancio, gozar de su orgullo, tragarse el miedo, enfrentar al demonio y hacerlo sangrar hasta el hastío, pero nunca, jamás, se engañaría a si misma. Semidesnuda, con el antifaz mutilado. Las carcajadas de Darcy hicieron eco en aquella obscuridad abismal. Ni siquiera lo volteó a ver porque sabía con exactitud lo que encontraría en su mirada, la incredulidad.
Esbozó una sonrisa contrayendo un poco su cabeza hacia atrás. Levantó la vista a la par en que él confesaba sus creencias y la cita a Macbeth. El destello de esos astros le condujo hacia un instante cuando era una niña, pedía deseos a esas rocas inertes en el firmamento. Soñaba con ser libre, se equivocó –Condenados, maldecidos, hijos del Caído- Comenzó a susurrar sin perder de vista el resplandor de las lejanías –Nunca entendí el término hasta ahora- Jamás lo hubiese imaginado y, si me lo contasen, no lo hubiese creído. Una mujer como ella entregándose a las confesiones junto a un desconocido, la peor escena no se trataba de eso, si no que por naturaleza ellos deberían estar peleando. El paradigma de las razas se había roto. –Cuerpos mutilados, cabezas cercenadas, entrañas extirpadas, sangre drenada y el dolor nunca se irá. Aunque sea sustituido por el vacío, siempre estará presente ese hueco ardiente en el pecho- Su burla se intensificó al recordar la cantidad de mortales a los cuales despojó de sus vidas en el Sacro Imperio. La pequeña carcajada se unió al azuzar de los cuervos y el lamento de los lobos armonizó con fúnebre encanto la escena. Pareciese que perdería la cordura en cualquier instante.
Sus creencias utópicas comenzaban a desequilibrarse, cada dogma implantado dentro de su cabeza era destruido por un paroxismo yuxtapuesto y es que por más vueltas que le diese al asunto, no entendería el motivo por el cual continuaba sacrificándose por él. La excusa barata del amor no le era suficiente, además no podía exponerla como tal debido a que no fue real y no tiene razón de ser. Irguió su cuerpo lo suficiente como para que su torso quedase por encima del cuerpo del licántropo. Lo miró fijamente a los ojos con una intriga total reflejada en las facciones de su rostro -¡¿Quimera?! ¡Precisamente! ¿Cómo se puede asesinar aquello que se ama?- Esperó unos segundos, pero fue suficiente para que él pudiese responder –Por naturaleza el humano comete estupideces, pero ¿Cómo explicar el que los muertos cometan los mismos errores?- Hizo una mueca, evidentemente se refería a ella –Es completamente ridículo ¿No? Pero así es la parafernalia del existir. ¡Absurdo! ¡Tonto e innecesario!- Recostó su cabeza sobre el pecho de Darcy –Dicen que si lo amas, tienes que dejarlo ir…. La única forma que se me ocurre es esa. Exterminio- Comenzó a dibujar círculos imaginarios sobre la cálida piel de ese hombre mientras continuaba con su monologo de dudosa procedencia. –Pero no puedo destruirlo- Su cuerpo se retorció gracias a la carcajada que le siguió - ¡Patético! Acabaron con mi vida, me apuñalaron por la espalda y yo ni siquiera puedo pensar en con alevosía en su contra- Las uñas de sus dedos se afilaron sobre el desnudo pecho de Darcy, sinónimo de la impotencia que sentía por no saber qué hacer.
Encontró la ironía de sus actos y la crueldad del demonio al observar la faena desde su pedestal. Su carcajada se regocijó ante las lágrimas secas de la vampiresa. No era nadie, nunca lo fue y lo peor de todo es que no estaba enfadada con él. Ni siquiera sabía por qué lo había hecho, pero encontró millones de excusas para perdonarlo. Luther, quien siempre permaneció a su lado sin importar las condiciones en las que se encontrase, manipuló sus recuerdos, influenció en sus sentimientos e hizo que la venganza ardiera dentro de su pútrido corazón, podía engañarlo a él, podía fingir ante cualquiera, podía ponerse de pie frente a Lucern y reprocharle la traición sin cansancio, gozar de su orgullo, tragarse el miedo, enfrentar al demonio y hacerlo sangrar hasta el hastío, pero nunca, jamás, se engañaría a si misma. Semidesnuda, con el antifaz mutilado. Las carcajadas de Darcy hicieron eco en aquella obscuridad abismal. Ni siquiera lo volteó a ver porque sabía con exactitud lo que encontraría en su mirada, la incredulidad.
Esbozó una sonrisa contrayendo un poco su cabeza hacia atrás. Levantó la vista a la par en que él confesaba sus creencias y la cita a Macbeth. El destello de esos astros le condujo hacia un instante cuando era una niña, pedía deseos a esas rocas inertes en el firmamento. Soñaba con ser libre, se equivocó –Condenados, maldecidos, hijos del Caído- Comenzó a susurrar sin perder de vista el resplandor de las lejanías –Nunca entendí el término hasta ahora- Jamás lo hubiese imaginado y, si me lo contasen, no lo hubiese creído. Una mujer como ella entregándose a las confesiones junto a un desconocido, la peor escena no se trataba de eso, si no que por naturaleza ellos deberían estar peleando. El paradigma de las razas se había roto. –Cuerpos mutilados, cabezas cercenadas, entrañas extirpadas, sangre drenada y el dolor nunca se irá. Aunque sea sustituido por el vacío, siempre estará presente ese hueco ardiente en el pecho- Su burla se intensificó al recordar la cantidad de mortales a los cuales despojó de sus vidas en el Sacro Imperio. La pequeña carcajada se unió al azuzar de los cuervos y el lamento de los lobos armonizó con fúnebre encanto la escena. Pareciese que perdería la cordura en cualquier instante.
Sus creencias utópicas comenzaban a desequilibrarse, cada dogma implantado dentro de su cabeza era destruido por un paroxismo yuxtapuesto y es que por más vueltas que le diese al asunto, no entendería el motivo por el cual continuaba sacrificándose por él. La excusa barata del amor no le era suficiente, además no podía exponerla como tal debido a que no fue real y no tiene razón de ser. Irguió su cuerpo lo suficiente como para que su torso quedase por encima del cuerpo del licántropo. Lo miró fijamente a los ojos con una intriga total reflejada en las facciones de su rostro -¡¿Quimera?! ¡Precisamente! ¿Cómo se puede asesinar aquello que se ama?- Esperó unos segundos, pero fue suficiente para que él pudiese responder –Por naturaleza el humano comete estupideces, pero ¿Cómo explicar el que los muertos cometan los mismos errores?- Hizo una mueca, evidentemente se refería a ella –Es completamente ridículo ¿No? Pero así es la parafernalia del existir. ¡Absurdo! ¡Tonto e innecesario!- Recostó su cabeza sobre el pecho de Darcy –Dicen que si lo amas, tienes que dejarlo ir…. La única forma que se me ocurre es esa. Exterminio- Comenzó a dibujar círculos imaginarios sobre la cálida piel de ese hombre mientras continuaba con su monologo de dudosa procedencia. –Pero no puedo destruirlo- Su cuerpo se retorció gracias a la carcajada que le siguió - ¡Patético! Acabaron con mi vida, me apuñalaron por la espalda y yo ni siquiera puedo pensar en con alevosía en su contra- Las uñas de sus dedos se afilaron sobre el desnudo pecho de Darcy, sinónimo de la impotencia que sentía por no saber qué hacer.
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Re: ¿Quién dijo que el olvido no se disfruta? {Privado}
-Entonces tuvo suerte, si después de tanto tiempo no había entendido el termino de "malditos". Los sobre naturales estamos precisamente, malditos... - comentó mientras observaba el enramado de las copas de los árboles cubrir el cielo azul negruzco de forma casi tenebrosa, como un cuento de terror. Y evidentemente no por el calmo paisaje y la paz que claramente gobernaba todas las cosas en el bosque en ese momento, sino por los seres que en ese momento le visitaban. Darcy suspiró, al menos ya no estaba encerrado con un espejo y las Furias susurrando entre las sombras. Aunque estas últimas habían decidido rebelarse también al encierro de las paredes frías.
Ahora la vampireza lanzaba maldiciones, blasfemias y conjuros propios de las mujeres, al aire. Muy lejos estaba aquél a quién las dirigía y parecía que no tenía mucho éxito en cuanto a convencerse a sí misma de lo "irrelevante del asunto". Quizá después de todo el lobo se había equivocado y no era un obsequio enviado por su principal aliado, Mefistófeles, sino más bien una traviesa Euménide que tomando la forma de la diosa Atenea, lo sorprendía en curpo presente en mitad del bosque. Frunció el ceño ante a esa idea y un escalofrío le recorrió. Después la carcajada que soltó la vampireza hizo volar a los cuervos y aves que se hayaban suficientemente cerca para escuchar su canto a la locura misma. Darcy le miró de reojo y no pudo evitar cuestionarse... La mirada de Ágatha atrapo la propia antes de que pudiera aventurarse demasiado lejos por los parajes de su propia mente. Ella le cuestionó sobre como asesinar aquello que se ama, no iba a responder pero al fin y al cabo todo era una puesta en escena.
-Es sencillo.- sonrío de forma lobuna -Simplemente soltando al espíritu de la justicia divina, la venganza y vendiendo el alma al diablo. Entonces cuando no tenga nada que perder, sera libre para actuar.- se rió por su comentario sobre los muertos vivientes. -Por que los muertos y los no-muertos siguen siendo hombres y mujeres, sólo que en otro cuerpo.- se encogió de hombros. Le era difícil creer que esa diosa creyera todabía en el amor, muy independientemente de la frialdad supuestamente correspondiente a los de su raza. El lobo se extrañó cuando ella buscó refugio en su pecho para la desesperanza que parecía carcomerle por dentro. Arqueo una ceja, aunque acaricio a medias sus cabellos, sintiendo que desaparecería de un momento a otro. -Por que aún guarda sentimientos por el susodicho. Puede hacer lo que le dije y sentirá frialdad el reto de su eternidad o aceptar sus sentimientos y ser desdichada. Estar enamorado de alguien sin buscar conveniencia es absurdo, sólo se ganan decepciones... - Se incorporó a medias en ademán de levantarse para que ella se apartara. Tomo la mano de Ágatha y beso su dorso. Su cabeza ya ardía suficiente, no resistiría compartirla con otra en llamas. Darcy se puso de pie, dedicándole una última mirada a la Euménide -"¡Ojalá fuese de noche! Mientras, alma mía, aguarda: la ruindad, por más que la entierren, se descubrirá."- hizo una reverencia con la cabeza a la diosa y se giró para volverse a internar en las profundidades del bosque. Perderse entre los árboles torcidos del mundo salvaje, tal vez le haría sentirse menos perdido en el mundo civilizado.
Ahora la vampireza lanzaba maldiciones, blasfemias y conjuros propios de las mujeres, al aire. Muy lejos estaba aquél a quién las dirigía y parecía que no tenía mucho éxito en cuanto a convencerse a sí misma de lo "irrelevante del asunto". Quizá después de todo el lobo se había equivocado y no era un obsequio enviado por su principal aliado, Mefistófeles, sino más bien una traviesa Euménide que tomando la forma de la diosa Atenea, lo sorprendía en curpo presente en mitad del bosque. Frunció el ceño ante a esa idea y un escalofrío le recorrió. Después la carcajada que soltó la vampireza hizo volar a los cuervos y aves que se hayaban suficientemente cerca para escuchar su canto a la locura misma. Darcy le miró de reojo y no pudo evitar cuestionarse... La mirada de Ágatha atrapo la propia antes de que pudiera aventurarse demasiado lejos por los parajes de su propia mente. Ella le cuestionó sobre como asesinar aquello que se ama, no iba a responder pero al fin y al cabo todo era una puesta en escena.
-Es sencillo.- sonrío de forma lobuna -Simplemente soltando al espíritu de la justicia divina, la venganza y vendiendo el alma al diablo. Entonces cuando no tenga nada que perder, sera libre para actuar.- se rió por su comentario sobre los muertos vivientes. -Por que los muertos y los no-muertos siguen siendo hombres y mujeres, sólo que en otro cuerpo.- se encogió de hombros. Le era difícil creer que esa diosa creyera todabía en el amor, muy independientemente de la frialdad supuestamente correspondiente a los de su raza. El lobo se extrañó cuando ella buscó refugio en su pecho para la desesperanza que parecía carcomerle por dentro. Arqueo una ceja, aunque acaricio a medias sus cabellos, sintiendo que desaparecería de un momento a otro. -Por que aún guarda sentimientos por el susodicho. Puede hacer lo que le dije y sentirá frialdad el reto de su eternidad o aceptar sus sentimientos y ser desdichada. Estar enamorado de alguien sin buscar conveniencia es absurdo, sólo se ganan decepciones... - Se incorporó a medias en ademán de levantarse para que ella se apartara. Tomo la mano de Ágatha y beso su dorso. Su cabeza ya ardía suficiente, no resistiría compartirla con otra en llamas. Darcy se puso de pie, dedicándole una última mirada a la Euménide -"¡Ojalá fuese de noche! Mientras, alma mía, aguarda: la ruindad, por más que la entierren, se descubrirá."- hizo una reverencia con la cabeza a la diosa y se giró para volverse a internar en las profundidades del bosque. Perderse entre los árboles torcidos del mundo salvaje, tal vez le haría sentirse menos perdido en el mundo civilizado.
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Re: ¿Quién dijo que el olvido no se disfruta? {Privado}
Venganza. El mundo pronuncia la palabra como si fuese fácil ejecutarla, como si la sonrisa más amarga fuese uno de los cimientos con los cuales esta s erige a través del tiempo. Nadar contra la corriente y aceptar los martirios, abrazarlos hasta el punto en que el odio va consumiendo toda la vitalidad, hasta que no queda ni la mínima esperanza. Cambiar el dolor por la satisfacción que deja el sadismo, mofarse de las virtudes y encarnar el mal dándole frente al repudio con el que se nace, sólo para probar que la humillación no fue suficiente, para robarle un poco de orgullo a la existencia y jactarse de no haber aprendido la lección, enseñarle a los demás el peligro de haberse saberse enemigos; eso era precisamente la venganza pero ¿Hasta qué punto deja de ser sólo un sentimiento maligno? Desde que el hombre tiene uso de razón ha existido semejante barbarie y no sólo se presenta en aquellos que han adorado al demonio en más de una ocasión abrazando sus pecados, permitiendo que el mal los domine. También existe la venganza en los hombres de buena fe, incluso en el dios mismo que les ha otorgado la vida ¿Acaso no se vengará él de todos aquellos que no han cumplido sus mandatos? ¿Acaso no será él quien les niegue la entrada al reino de los cielos? Sí, son las consecuencias de no perseguir sus designios desde el inicio, pero la venganza va implícita en el castigo.
Darcy, sin saber las fechorías que ha cometido esa mujer le aconseja venganza. Hubiese sido mejor que no se atreviera a pronunciar semejante palabra, porque las mujeres son mucho más salvajes en ese sentido que el más cruel de los hombres. Lorraine había tesado formulando una serie de planes no sólo para herir hasta la muerte a Lucern Ralph, si no que arrastraría tras de ella a miles de personas inocentes sólo para saciar su hambruna. Y los sacrificios se justificarían al final del holocausto sin importar la indiferencia. –El problema con venderle el alma al demonio es que, después de pactar el terror en la mente del enemigo, no queda nada más que el vacío y el desasosiego de una mente inestable, decadente y miserable. Porque no importa si ya no siente nada, será la soledad quien culmine con las alabanzas, al final la carcajada no será de quien logró mantenerse de pie, si no de aquel que desde las tinieblas venció a sus dos oponentes sin necesidad mover un dedo. La broma más cruel del destino es hacernos creer que nosotros lo manipulamos, pero hagamos lo que hagamos, al final del día, el sol siempre se pone en el horizonte- No esperaba que la entendiera y por fortuna tampoco requería de sus consejos. Podía escucharlos, pero la verdad es que esa mujer se encontraba lo suficientemente envenenada por la agonía que no entendería de razones.
Se apartó de él, ya no les quedaba más que conversar. El deseo de poseerlo entre sus brazos, acariciar su piel y besar sus labios no desaparecía, pero si en su rostro continuaba viendo el de aquel hombre prefería abstenerse de un solo rose. Confirmó sus palabras con un asentimiento de cabeza. La picazón en su lengua le haría escupir un nuevo pensamiento formulado a partir de nada pero con los antecedentes como para ser verídico. –La vida es una decepción constante, pero nadie se ha dado cuenta de ello- Sonrió tajante, complaciente, altiva… Si había una sola razón por la cual seguir de pie aniquilando la teoría sobre la vida, era sólo para ver si algún día las cosas cambiarían. Fe ciega, esperanza cruda. Pero así eran los humanos, ergo, los monstruos por igual. Porque independientemente de la raza, el genero o el status, todos estaban ahí, preguntándose lo mismo en sus pensamientos. Y la maldad o la bondad, así como la venganza o la misericordia, solo son el chiste del egoísmo natural del hombre. –Le mostraré mi gratitud con una recompensa- Respondió a su cita de Hamlet y el sombrío detrás de sus intenciones apareció. No podía dejarlo vivo después de su alterada humillación y el fracaso de su felonía ¡Se burlarían de ella! Pero esa noche estaba lo suficientemente cansada como para permitirle perderse entre la niebla del bosque. A pesar de la condena, la noche se tiño con un lustre inusual para la condesa. Recostada sobre la tierra, con la vista posada en las copas de los árboles terminó -Fiat iustitia et pirias mundus- Se carcajeó estrepitosamente, se puso de pie y tarareando una melodía espectral desapareció por el mismo sitio en que Darcy se esfumó.
Darcy, sin saber las fechorías que ha cometido esa mujer le aconseja venganza. Hubiese sido mejor que no se atreviera a pronunciar semejante palabra, porque las mujeres son mucho más salvajes en ese sentido que el más cruel de los hombres. Lorraine había tesado formulando una serie de planes no sólo para herir hasta la muerte a Lucern Ralph, si no que arrastraría tras de ella a miles de personas inocentes sólo para saciar su hambruna. Y los sacrificios se justificarían al final del holocausto sin importar la indiferencia. –El problema con venderle el alma al demonio es que, después de pactar el terror en la mente del enemigo, no queda nada más que el vacío y el desasosiego de una mente inestable, decadente y miserable. Porque no importa si ya no siente nada, será la soledad quien culmine con las alabanzas, al final la carcajada no será de quien logró mantenerse de pie, si no de aquel que desde las tinieblas venció a sus dos oponentes sin necesidad mover un dedo. La broma más cruel del destino es hacernos creer que nosotros lo manipulamos, pero hagamos lo que hagamos, al final del día, el sol siempre se pone en el horizonte- No esperaba que la entendiera y por fortuna tampoco requería de sus consejos. Podía escucharlos, pero la verdad es que esa mujer se encontraba lo suficientemente envenenada por la agonía que no entendería de razones.
Se apartó de él, ya no les quedaba más que conversar. El deseo de poseerlo entre sus brazos, acariciar su piel y besar sus labios no desaparecía, pero si en su rostro continuaba viendo el de aquel hombre prefería abstenerse de un solo rose. Confirmó sus palabras con un asentimiento de cabeza. La picazón en su lengua le haría escupir un nuevo pensamiento formulado a partir de nada pero con los antecedentes como para ser verídico. –La vida es una decepción constante, pero nadie se ha dado cuenta de ello- Sonrió tajante, complaciente, altiva… Si había una sola razón por la cual seguir de pie aniquilando la teoría sobre la vida, era sólo para ver si algún día las cosas cambiarían. Fe ciega, esperanza cruda. Pero así eran los humanos, ergo, los monstruos por igual. Porque independientemente de la raza, el genero o el status, todos estaban ahí, preguntándose lo mismo en sus pensamientos. Y la maldad o la bondad, así como la venganza o la misericordia, solo son el chiste del egoísmo natural del hombre. –Le mostraré mi gratitud con una recompensa- Respondió a su cita de Hamlet y el sombrío detrás de sus intenciones apareció. No podía dejarlo vivo después de su alterada humillación y el fracaso de su felonía ¡Se burlarían de ella! Pero esa noche estaba lo suficientemente cansada como para permitirle perderse entre la niebla del bosque. A pesar de la condena, la noche se tiño con un lustre inusual para la condesa. Recostada sobre la tierra, con la vista posada en las copas de los árboles terminó -Fiat iustitia et pirias mundus- Se carcajeó estrepitosamente, se puso de pie y tarareando una melodía espectral desapareció por el mismo sitio en que Darcy se esfumó.
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