AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Neverland | Privado
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Neverland | Privado
Empezó a andar por el camino, la luz diurna empezaba a ocultarse ya entre las nubes rollizas que desfilaban lentamente por el cielo, aun así el sendero lucía perfecto con todas sus curvas y ondulaciones, los colores tan brillantes que pintaban las tiendas y los edificios, enormes vigías, algunos tan viejos que sus muros parecían derrumbarse en cualquier instante. Las palabras que cruzaban las personas, flotaban de un lado a otro, creando un ligero bullicio, vio un par de niños corriendo por la acera y por unos segundos se remontó a su niñez. Es que había sido arrancado de tajo que esa etapa la tenía en gris aún. En realidad eso nunca le había afectado de sobremanera, pues aquellas visitas realmente mantenían distraída su mente. Había sido esta, una de sus principales razones por la cual decidió visitar cada fin de semana a los pequeños huérfanos de la capital, quien sabe, posiblemente algún día tendría la suerte de ver a alguna de sus estrellas perdidas.
Caminaba rápido y con vigor, apenas perturbada por sus recuerdos, casi mareado por la nostalgia que le provocaba evocarlos de esa manera. Siguió su marcha, solitario con esa mirada soñadora y un tanto alejada de esa realidad nueva una que nunca pidió vivir. Habían pasado aproximadamente veinte minutos cuando aflojo el paso, esta vez se quedó inmóvil y respiro profundamente para recobrar el aliento. Su camino se trazó hacia los engranes de enormes verjas y puertas blancas que le daban la bienvenida al orfanato de inmediato las risas en los rostros sucios de algunos chiquillos le conmovieron. Quentin suspiró y apenas había ingresado al lugar un par de pequeños se acercaron a él para recibirle con un fuerte abrazo. El neerlandés se inclinó para estar a la altura de las niños, de inmediato se vio reflejado una vez más en esos ojos, en sus miradas que imploraban una caricia en sus corazones.
Se mostró risueño, cosa que no sucedía a menudo y acarició con suavidad las mejillas de estas. En respuesta recibió un par de sonrisas y una flor un tanto marchita. El joven aceptó el regalo y se despidió, aspiro suavemente la moribunda fragancia que aún despedía, como si aquella rosa exhalara sus últimas palabras al joven de indumentaria ahora refinada, que irónico, una rosa marchita atrapada en la atmósfera de tanta pena y lobreguez. Sus pensamientos fueron turbados cuando uno de los pequeñitos jaló de su diestra, invitándolo a participar en un juego singular donde debía atraparles. ¿Qué más podía hacer por ellos que regalar un par de horas uniéndose a su particular dinámica? Ahí mismo, como si de una chiquillo se tratase Quentin se descalzó, olvidando todo protocolo, cubrió sus ojos e inició el conteo.
–Uno, dos, tres cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve ¡Diez! Listos o no, allá voy–
Sumergido en la adrenalina que le provocaba jugar con los pequeños, olvidó que alguien más podía cruzarse en su camino. Su cuerpo se topó ligeramente con la espalda de alguien más.
Caminaba rápido y con vigor, apenas perturbada por sus recuerdos, casi mareado por la nostalgia que le provocaba evocarlos de esa manera. Siguió su marcha, solitario con esa mirada soñadora y un tanto alejada de esa realidad nueva una que nunca pidió vivir. Habían pasado aproximadamente veinte minutos cuando aflojo el paso, esta vez se quedó inmóvil y respiro profundamente para recobrar el aliento. Su camino se trazó hacia los engranes de enormes verjas y puertas blancas que le daban la bienvenida al orfanato de inmediato las risas en los rostros sucios de algunos chiquillos le conmovieron. Quentin suspiró y apenas había ingresado al lugar un par de pequeños se acercaron a él para recibirle con un fuerte abrazo. El neerlandés se inclinó para estar a la altura de las niños, de inmediato se vio reflejado una vez más en esos ojos, en sus miradas que imploraban una caricia en sus corazones.
Se mostró risueño, cosa que no sucedía a menudo y acarició con suavidad las mejillas de estas. En respuesta recibió un par de sonrisas y una flor un tanto marchita. El joven aceptó el regalo y se despidió, aspiro suavemente la moribunda fragancia que aún despedía, como si aquella rosa exhalara sus últimas palabras al joven de indumentaria ahora refinada, que irónico, una rosa marchita atrapada en la atmósfera de tanta pena y lobreguez. Sus pensamientos fueron turbados cuando uno de los pequeñitos jaló de su diestra, invitándolo a participar en un juego singular donde debía atraparles. ¿Qué más podía hacer por ellos que regalar un par de horas uniéndose a su particular dinámica? Ahí mismo, como si de una chiquillo se tratase Quentin se descalzó, olvidando todo protocolo, cubrió sus ojos e inició el conteo.
–Uno, dos, tres cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve ¡Diez! Listos o no, allá voy–
Sumergido en la adrenalina que le provocaba jugar con los pequeños, olvidó que alguien más podía cruzarse en su camino. Su cuerpo se topó ligeramente con la espalda de alguien más.
Chandler Gallagher- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 22/03/2016
Re: Neverland | Privado
“Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida...”
Julio F. Cortázar
Julio F. Cortázar
Su vida había sido compleja desde el principio, desde su concepción. Eliah no sabía lo que era vivir tranquilo, lo que era caminar sin preocupaciones. Aún así, sus momentos más felices, sus risas más puras, estaban encerrados allí… en ese edificio de piedra gris, rebotaban contra esos ventanales altos y jugaban con esos chiquillos, esos nuevos Eliah Sainz llenos de sueños, llenos de miedos. Sin futuro digno la mayoría.
Regresaba entonces siempre que podía a ese lugar. Faustine, la directora severa pero amorosa de su época ya no estaba, había fallecido hacía algunos años a una edad muy avanzada. Lucille, la nueva encargada del orfanato era muy amable y él siempre que quedaba liberado de su trabajo como cochero acudía allí para ver en qué podía ayudar, ¿una ventana rota? ¿una puerta destartalada? ¿el césped crecido? No importaba, lo que pudiera hacer por aquel sitio que lo había refugiado cuando era un niño indefenso que nada tenía era poco.
En cada rincón del edificio tenía un recuerdo, para su pesar lo mismo sucedía en cada esquina de esas calles en las que había vivido cuando había dejado de ser un niño, cuando se tuvo que chocar con la realidad más cruel de la vida. Buena parte de su adolescencia la había pasado en las calles, viviendo lo bueno y lo malo, la indiferencia y la solidaridad de una sociedad que a veces prefería ser sorda y callar también mientras se ocupaba de mirar hacia otro sitio mejor, uno dónde no hubiera ningún muchachito pidiendo ayuda a gritos, solo con su mirada.
Giró por la esquina y se aproximó a las verjas de la entrada. Estaban abiertas, pero ningún niño se escaparía. ¿A dónde irían? Era ridículo y hasta los más pequeños lo entendían. Sabían que las calles eran mucho peores que la disciplina, los horarios y el estudio impuestos por los cuidadores.
No pudo evitar sonreír al ver que los niños corrían y reían a gritos. Jugaban juntos, como los hermanos que eran –aunque viniesen de distintas realidades, de distintas nacionalidades, estaban hermanados por la soledad- y Eliah sintió nostalgia.
Se giró y descubrió que no estaban solos, un hombre elegante y bien vestido jugaba con ellos.
“Un cuidador nuevo, tal vez”, conjeturó mientras se acercaba a él para conocerlo.
De manera repentina el hombre se giró y casi se chocó con él.
No podía ser, pero era. Era él, sí, Quentin… o alguien realmente parecido a él porque, ¿qué hacía vestido así, con esas ropas que de seguro valían fortuna?
-¿Quentin? –le preguntó, entrecerrando los ojos y sin poder creer lo que veía.
Eliah Sainz- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 14/03/2017
Re: Neverland | Privado
Al verle correr y sonreír de ese modo, nadie creería todo el horror del cual había sido presa años atrás. Quentin era un claro ejemplo de que a pesar de que las circunstancias te orillan a caminar descalzo por un sendero de espinas, existe una luz al final del túnel de oscuridad. Y así, el joven neerlandés cedió a ese lado pueril que le permitía convivir con chicos de menor edad, incluso con los más pequeños quienes no paraban de reí, contagiados todos por el efímero júbilo que les causaba la visita del chico. Al igual que un pequeño, la distracción era un elemento propio en su actuar y fue de este modo que repentinamente su cuerpo se estrelló con el de alguien más. Trastabillo un poco y al recuperarse del sobresalto pudo reconocer de inmediato la voz del hombre que se presentaba frente a sus ojos. ¿Cuánto tiempo había trascurrido desde la última vez que le había visto? Y sin embargo nada había cambiado en él, salvo el gesto de asombro que saltaba a la vista por ver ahora a Quentin enfundado en esa indumentaria.
–Eliah, eres tú–
Permaneció de pie, quiso hacer amago de estrechar su mano o de abrazarle quizás. Su memoria había sufrido graves trastornos y algunos eventos quizás se habían marchado para siempre, pero podía recordar a la perfección el rostro de un viejo amigo. Los pequeños al verle en estado atónito de inmediato se aproximaron hacia él, incluso uno de ellos saludo al joven que recientemente había ingresado.
–¡Vamos Monsieur Zwaan, sigamos jugando!–
Objetó el más pequeño.
–En un momento voy Matthew– apuntó con suavidad el heredero de la extinta familia antes mencionada.
Los niños sonrieron y pidieron que no se demorara en demasía para retomar su visita al orfanato. Entonces pudo recuperarse del pasmo y de inmediato buscó estrechar la diestra de Eliah seguido de un corto abrazo.
–Vaya, esto debe ser muy vergonzoso– dijo un poco apenado mientras se dirigía hacia donde había dejado sus botas y el resto de su ropa. Se calzó nuevamente y sonrió nostálgico.
–¿Cómo has estado Eliah? ¿Aún frecuentas este sitio? La utima vez que pregunté por ti, el portero me dijo que no te habían visto más, después de eso sufrí uno de mis…episodios de depresión– confesó apenado –Y me fue imposible regresar–
En su momento no hubo demasiado contacto y era una de las razones por las cuales nadie recordaba que Quentin antes de ser un joven heredero también había sido cobijado por la pobreza y la miseria en su rostro. Aunque a decir verdad pocas cosas habían cambiado en él, aun pintaba un semblante nostálgico que le hacía un chico difícil de olvidar. Notó que Eliah no dejaba de verle y entonces cayó en la cuenta de que quizás un par de horas no bastarían para develarle lo mucho que había cambiado su vida todo ese tiempo.
–¿Te parece bien si descansamos un rato bajo el cobijo de ese árbol?– se encaminaron y tomaron asiento, como dos viejos amigos, hermanos que había crecido también en ese mismo lugar.
–Eliah, eres tú–
Permaneció de pie, quiso hacer amago de estrechar su mano o de abrazarle quizás. Su memoria había sufrido graves trastornos y algunos eventos quizás se habían marchado para siempre, pero podía recordar a la perfección el rostro de un viejo amigo. Los pequeños al verle en estado atónito de inmediato se aproximaron hacia él, incluso uno de ellos saludo al joven que recientemente había ingresado.
–¡Vamos Monsieur Zwaan, sigamos jugando!–
Objetó el más pequeño.
–En un momento voy Matthew– apuntó con suavidad el heredero de la extinta familia antes mencionada.
Los niños sonrieron y pidieron que no se demorara en demasía para retomar su visita al orfanato. Entonces pudo recuperarse del pasmo y de inmediato buscó estrechar la diestra de Eliah seguido de un corto abrazo.
–Vaya, esto debe ser muy vergonzoso– dijo un poco apenado mientras se dirigía hacia donde había dejado sus botas y el resto de su ropa. Se calzó nuevamente y sonrió nostálgico.
–¿Cómo has estado Eliah? ¿Aún frecuentas este sitio? La utima vez que pregunté por ti, el portero me dijo que no te habían visto más, después de eso sufrí uno de mis…episodios de depresión– confesó apenado –Y me fue imposible regresar–
En su momento no hubo demasiado contacto y era una de las razones por las cuales nadie recordaba que Quentin antes de ser un joven heredero también había sido cobijado por la pobreza y la miseria en su rostro. Aunque a decir verdad pocas cosas habían cambiado en él, aun pintaba un semblante nostálgico que le hacía un chico difícil de olvidar. Notó que Eliah no dejaba de verle y entonces cayó en la cuenta de que quizás un par de horas no bastarían para develarle lo mucho que había cambiado su vida todo ese tiempo.
–¿Te parece bien si descansamos un rato bajo el cobijo de ese árbol?– se encaminaron y tomaron asiento, como dos viejos amigos, hermanos que había crecido también en ese mismo lugar.
Chandler Gallagher- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 22/03/2016
Re: Neverland | Privado
Claro que la gente podía cambiar, que podía progresar y encontrar la forma de mejorar en la vida. Pero tenía frente a él a un Quentin muy diferente al que recordaba –y que gusto le daba por él-, ¿qué había hecho para que su vida cambiase tanto?
-¡Cuánto tiempo ha pasado ya! No puedo creer encontrarte, Quentin –dijo. De hecho lo veía, pero no lo creía. Lo abrazó a modo de saludo y todo le pareció extrañamente familiar.
Se habían conocido y acompañando en momentos realmente duros y, aunque el tiempo había pasado, tenían algo de confianza… Tal vez no tanta como para que Eliah dejase de preguntarse si le debía dar a aquel joven un trato diferencial ahora que ya no era, evidentemente, como él. Le resultaba notorio que no debía tratarlo como a un igual.
Algunos niños se acercaron a ellos, saludaron a Eliah –pues lo conocían ya que él asistía asiduamente a ayudar en lo que hiciese falta- y luego se volvieron hacia Quentin Zwaan para pedirle que el juego no parase, que continuase corriendo con ellos. Jugar con esos niños tan llenos de vida, de sueños y alegría, era realmente tentador… pero aquellos dos jóvenes se debían una charla, al parecer tácitamente lo entendían así ambos.
-Estoy bien –dijo, sin saber muy bien qué debía responderle a sus preguntas-. He conseguido trabajo como cochero, hace unos meses que vivo así. No me quejo, la verdad, bien sé que podría irme mucho peor y que este es uno de los momentos más estables de mi vida –le aseguró-. Sí, suelo venir al orfanato siempre que puedo, es bueno no olvidarse de este lugar ni de lo que vivimos…
Quería preguntarle, se moría de ganas de saber qué había pasado en la vida de él… ¿cómo había llegado a vestir esas ropas tan costosas y esas botas dignas de cualquier caballero de alta clase? Calló, claro que sí. Era imprudente hacer preguntas de ese tipo, además siempre había creído que era una estupidez preguntar lo obvio… No podía decirle: ¿eres rico ahora? Porque era evidente. ¡Pero claro que la curiosidad estaba matándolo! Por eso agradeció que él lo notase y le sugiriese apartarse para poder hablar de forma más privada.
-Sí, vamos hacia allí –le dijo y se puso en marcha-, muero de ganas de oír todo lo que quieras contarme.
-¡Cuánto tiempo ha pasado ya! No puedo creer encontrarte, Quentin –dijo. De hecho lo veía, pero no lo creía. Lo abrazó a modo de saludo y todo le pareció extrañamente familiar.
Se habían conocido y acompañando en momentos realmente duros y, aunque el tiempo había pasado, tenían algo de confianza… Tal vez no tanta como para que Eliah dejase de preguntarse si le debía dar a aquel joven un trato diferencial ahora que ya no era, evidentemente, como él. Le resultaba notorio que no debía tratarlo como a un igual.
Algunos niños se acercaron a ellos, saludaron a Eliah –pues lo conocían ya que él asistía asiduamente a ayudar en lo que hiciese falta- y luego se volvieron hacia Quentin Zwaan para pedirle que el juego no parase, que continuase corriendo con ellos. Jugar con esos niños tan llenos de vida, de sueños y alegría, era realmente tentador… pero aquellos dos jóvenes se debían una charla, al parecer tácitamente lo entendían así ambos.
-Estoy bien –dijo, sin saber muy bien qué debía responderle a sus preguntas-. He conseguido trabajo como cochero, hace unos meses que vivo así. No me quejo, la verdad, bien sé que podría irme mucho peor y que este es uno de los momentos más estables de mi vida –le aseguró-. Sí, suelo venir al orfanato siempre que puedo, es bueno no olvidarse de este lugar ni de lo que vivimos…
Quería preguntarle, se moría de ganas de saber qué había pasado en la vida de él… ¿cómo había llegado a vestir esas ropas tan costosas y esas botas dignas de cualquier caballero de alta clase? Calló, claro que sí. Era imprudente hacer preguntas de ese tipo, además siempre había creído que era una estupidez preguntar lo obvio… No podía decirle: ¿eres rico ahora? Porque era evidente. ¡Pero claro que la curiosidad estaba matándolo! Por eso agradeció que él lo notase y le sugiriese apartarse para poder hablar de forma más privada.
-Sí, vamos hacia allí –le dijo y se puso en marcha-, muero de ganas de oír todo lo que quieras contarme.
Eliah Sainz- Humano Clase Baja
- Mensajes : 35
Fecha de inscripción : 14/03/2017
Re: Neverland | Privado
Escuchó azorado aquel discurso. Eliah mantenía esa personalidad y esos rasgos cuando respondía a una pregunta moviendo las manos y haciendo uso de la potencia de su voz grave. Quentin sonrió trayendo consigo muchos viejos recuerdos y anécdotas cuando recién le había conocido. En apariencia todo se mantenía en su sitio, incluso aquel viejo roble hacia donde ambos se encaminaban ahora.
–Que gusto me da verte otra vez Eliah, no suena mal. Aunque hemos tomado rumbos distintos creo que hemos hallado un poco de paz ahora…o eso creo– suspiró –Venir a este sitio es como bien dices no olvidar nuestras raíces y la humildad que aquí nos ha forjado–
Explicó mientras encogía apenas los hombros.
Porque a pesar de que ahora sabía que él nació y creció hasta los 12 años como un niño al que los bienes materiales nunca le faltaron prefería decir que sus primeros años fueron en compañía de aquellos amigos.
Al situarse con mayor tranquilidad bajo la sombra del árbol, Quentin dejó a un lado sus botas y parte de la indumentaria que le distinguía ahora como un joven de clase. No sabía exactamente qué decir, como iniciar ese acto de catarsis con su viejo amigo. Se sintió como si estuviese a punto de iniciar una sesión de terapia, donde se le había pedido repetir una y otra vez que era lo que recordaba y abrió la boca repentinamente, dejándose llevar por esos malos hábitos.
–Mi nombre es Quentin Zwaan, nacido en Le Havre…–
Sacudió su cabeza cuando cayó en la cuenta de lo que estaba diciendo.
–No, espera Eliah, es decir. Soy el mismo Quentin que siempre has conocido, por favor no dejes que esta ropa te haga creer que he cambiado–
Agachó sus ojos por unos segundos. Aclaró la garganta y se sintió demasiado torpe al dar ese tipo de explicaciones y pensó que solo estaba confundiendo más a su amigo.
–¿Recuerdas la última vez que nos vimos? Llovía a cantaros y nos resguardamos bajo la marquesina de una casona antigua. En ese entonces me preguntaste que hacía en ese lugar a esa hora, no supe que responder. Después de ese lapso dejé de frecuentar el orfanato–
Le apenaba tener que aceptar que su amnesia le orilló en más de una ocasión a perderse en las calles de la gran urbe.
–Después de ese incidente descubrí que algo andaba mal conmigo. Crecí hasta los doce años como cualquier niño y después de eso…– cuidó sus palabras porque aunque tenía mucha confianza con Eliah seguramente pensaría que estaba loco al decirle que había sido víctima de una especie de posesión y que esa era la verdadera razón por la cual se hallaba internado en el Sanatorio y escapaba de vez en cuando a dormir al orfanato –Perdí la memoria–
–No supe mucho de mis padres después de eso y en ocasiones visitaba este sitio para no sentirme solo. Aquella tarde lluviosa tuve que regresar una vez más al sanatorio, mis terapias fueron difíciles pero logré estabilizarme y recordar muchas otras cosas–
Aún quedaba la incógnita de su apellido y por qué ahora vestía diferente de ese entonces. Suspiró y sonrió como un niño cuando se le atrapa en alguna fechoría. El sonido de las aves cantando en otros árboles cortaba el silencio que repentinamente se posó entre ambos jóvenes. Quentin se quedó callado y pensó que sería mejor que Eliah interviniera antes de que él continuara con su relato.
–Que gusto me da verte otra vez Eliah, no suena mal. Aunque hemos tomado rumbos distintos creo que hemos hallado un poco de paz ahora…o eso creo– suspiró –Venir a este sitio es como bien dices no olvidar nuestras raíces y la humildad que aquí nos ha forjado–
Explicó mientras encogía apenas los hombros.
Porque a pesar de que ahora sabía que él nació y creció hasta los 12 años como un niño al que los bienes materiales nunca le faltaron prefería decir que sus primeros años fueron en compañía de aquellos amigos.
Al situarse con mayor tranquilidad bajo la sombra del árbol, Quentin dejó a un lado sus botas y parte de la indumentaria que le distinguía ahora como un joven de clase. No sabía exactamente qué decir, como iniciar ese acto de catarsis con su viejo amigo. Se sintió como si estuviese a punto de iniciar una sesión de terapia, donde se le había pedido repetir una y otra vez que era lo que recordaba y abrió la boca repentinamente, dejándose llevar por esos malos hábitos.
–Mi nombre es Quentin Zwaan, nacido en Le Havre…–
Sacudió su cabeza cuando cayó en la cuenta de lo que estaba diciendo.
–No, espera Eliah, es decir. Soy el mismo Quentin que siempre has conocido, por favor no dejes que esta ropa te haga creer que he cambiado–
Agachó sus ojos por unos segundos. Aclaró la garganta y se sintió demasiado torpe al dar ese tipo de explicaciones y pensó que solo estaba confundiendo más a su amigo.
–¿Recuerdas la última vez que nos vimos? Llovía a cantaros y nos resguardamos bajo la marquesina de una casona antigua. En ese entonces me preguntaste que hacía en ese lugar a esa hora, no supe que responder. Después de ese lapso dejé de frecuentar el orfanato–
Le apenaba tener que aceptar que su amnesia le orilló en más de una ocasión a perderse en las calles de la gran urbe.
–Después de ese incidente descubrí que algo andaba mal conmigo. Crecí hasta los doce años como cualquier niño y después de eso…– cuidó sus palabras porque aunque tenía mucha confianza con Eliah seguramente pensaría que estaba loco al decirle que había sido víctima de una especie de posesión y que esa era la verdadera razón por la cual se hallaba internado en el Sanatorio y escapaba de vez en cuando a dormir al orfanato –Perdí la memoria–
–No supe mucho de mis padres después de eso y en ocasiones visitaba este sitio para no sentirme solo. Aquella tarde lluviosa tuve que regresar una vez más al sanatorio, mis terapias fueron difíciles pero logré estabilizarme y recordar muchas otras cosas–
Aún quedaba la incógnita de su apellido y por qué ahora vestía diferente de ese entonces. Suspiró y sonrió como un niño cuando se le atrapa en alguna fechoría. El sonido de las aves cantando en otros árboles cortaba el silencio que repentinamente se posó entre ambos jóvenes. Quentin se quedó callado y pensó que sería mejor que Eliah interviniera antes de que él continuara con su relato.
Chandler Gallagher- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 22/03/2016
Re: Neverland | Privado
¿Paz? Eliah necesitó unos momentos para meditar en aquello… ¿Había paz en su vida realmente? ¿La habría alguna vez? Por más que durmiera en una habitación, pequeña pero seca y provista, no podía evitar despertarse sobresaltado ante el más mínimo ruido… resabios de su vida pasada, de esa en la que no era más que un jovencito que dormía en las calles y no podía darse el lujo de perder el estado de alerta en ningún momento.
No podía negar que sus ropas y su porte le resultaban como mínimo llamativo… Aún así, Eliah intentaría no dejarse llevar por eso. La voz de su amigo no había cambiado, lo notaba algo más nervioso, pero podía deberse a su afán de querer explicar su nueva condición a como diera lugar, como si necesitase justificarse ante él por haber progresado en la vida. Por lo demás, Eliah creía en él como si aún fuesen unos pequeños compañeros de juego... como si fueran iguales a esos niños que corrían delante de ellos en esos momentos.
-Tranquilo, Quentin –le pidió y apoyó su mano en el hombro de él-, cuéntame lo que necesites contarme. No sé si lo entenderé todo –a veces necesitaba preguntar dos veces antes de llegar a comprender, más cuando las situaciones se presentaban especialmente entramadas-, pero te creeré porque nunca me has dado motivos para dudar de ti.
Sí, recordaba que Quentin se había perdido. Hasta había salido a buscarlo junto a otros dos amigos mutuos, pero no habían tenido éxito en aquella misión. ¿Qué le había pasado? ¿Por qué había hecho algo así? Estaba a punto de preguntarlo, hasta había abierto los labios para hablar, cuando él mencionó el motivo: había perdido la memoria.
-¿Cómo te encuentras ahora? ¿Cómo te sientes? ¿Ya lo recuerdas todo? ¿Cómo ha sido? ¿Qué es lo que…? –suspiró sonoramente y no pudo evitar la vergüenza al darse cuenta que, probablemente, lo estaba abrumando con sus preguntas-. Lo siento –se disculpó casi de inmediato.
Lo observó, se detuvo en la piel cuidada de su rostro, en sus ojos… buscando alguna señal que demostrara por lo que había tenido que pasar su amigo en todo ese tiempo que habían permanecido separados.
-Sólo… cuéntame lo que necesites contarme. Claro que me gustaría saberlo todo –le dijo, para que no creyese que no le importaba por lo que había pasado pues no era así-, pero tal vez haya cosas que no quieras recordar y es mejor así. Cuéntame lo que te parezca que debo saber, amigo mío.
Volvió a apretar su hombro con su mano, como si quisiera decirle, y decirse, que poco a poco la confianza se iba recuperando entre ellos.
No podía negar que sus ropas y su porte le resultaban como mínimo llamativo… Aún así, Eliah intentaría no dejarse llevar por eso. La voz de su amigo no había cambiado, lo notaba algo más nervioso, pero podía deberse a su afán de querer explicar su nueva condición a como diera lugar, como si necesitase justificarse ante él por haber progresado en la vida. Por lo demás, Eliah creía en él como si aún fuesen unos pequeños compañeros de juego... como si fueran iguales a esos niños que corrían delante de ellos en esos momentos.
-Tranquilo, Quentin –le pidió y apoyó su mano en el hombro de él-, cuéntame lo que necesites contarme. No sé si lo entenderé todo –a veces necesitaba preguntar dos veces antes de llegar a comprender, más cuando las situaciones se presentaban especialmente entramadas-, pero te creeré porque nunca me has dado motivos para dudar de ti.
Sí, recordaba que Quentin se había perdido. Hasta había salido a buscarlo junto a otros dos amigos mutuos, pero no habían tenido éxito en aquella misión. ¿Qué le había pasado? ¿Por qué había hecho algo así? Estaba a punto de preguntarlo, hasta había abierto los labios para hablar, cuando él mencionó el motivo: había perdido la memoria.
-¿Cómo te encuentras ahora? ¿Cómo te sientes? ¿Ya lo recuerdas todo? ¿Cómo ha sido? ¿Qué es lo que…? –suspiró sonoramente y no pudo evitar la vergüenza al darse cuenta que, probablemente, lo estaba abrumando con sus preguntas-. Lo siento –se disculpó casi de inmediato.
Lo observó, se detuvo en la piel cuidada de su rostro, en sus ojos… buscando alguna señal que demostrara por lo que había tenido que pasar su amigo en todo ese tiempo que habían permanecido separados.
-Sólo… cuéntame lo que necesites contarme. Claro que me gustaría saberlo todo –le dijo, para que no creyese que no le importaba por lo que había pasado pues no era así-, pero tal vez haya cosas que no quieras recordar y es mejor así. Cuéntame lo que te parezca que debo saber, amigo mío.
Volvió a apretar su hombro con su mano, como si quisiera decirle, y decirse, que poco a poco la confianza se iba recuperando entre ellos.
Eliah Sainz- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 14/03/2017
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