Food wars ~ priv.

por **Syri Vinterson** Jue Mayo 04, 2017 3:31 am

El armiño trepó por las oscuras tuberías, sus patitas moviéndose a toda velocidad por el oxidado metal. Encontraban recovecos en los que sostenerse para no perder el equilibrio, permitiéndole trepar hasta alcanzar los pisos más elevados del edificio. Al llegar a una encrucijada, se detuvo brevemente, su pálido hociquito husmeando en busca del rastro. Sí, ahí estaba; el inconfundible aroma del tomate y el orégano, acompañado por los matices del vino y la curación del queso que la habían llamado desde la calle. Hambrienta, reanudó su marcha por las tuberías, centrada únicamente en la consecución de su objetivo. Una voz más humana que sus instintos le recordó los consejos que Garrus le había dado, para obtener las máximas ventajas bajo su forma animal. Centrarse en las sensaciones. Olvidar la propia consciencia. Recordar que, en realidad, era más fuerte que ellos. La cambiante los repitió varias veces, casi como un mantra, hasta que por fin halló lo que estaba buscando: la salida a la cocina, en la que una silueta humana se afanaba sobre los fogones para preparar una cena solitaria.

Oculta entre las sombras, sopesó varios planes para hacerse con el botín. El más sencillo que se le ocurría era echar a correr en un descuido de la humana, atravesando la encimera para tomar entre sus mandíbulas la codiciada pieza de comida. Otra opción, que no tardó en descartar, era convertirse en humana; el estómago de Syri era mucho más grande que el del armiño, y sin duda no se conformaría con el pequeño trozo de comida que pudiese “coger prestado” pasando desapercibida. Al final, optó por la primera de las ideas que había tenido. Si era lo suficientemente silenciosa, podía desaparecer en las tuberías de la misma manera en la que había llegado; sigilosamente, casi como un fantasma, y con la seguridad de que la mujer no podría seguirle y atraparla.

De un sólo salto, aprovechó que la desconocida se había girado hacia uno de los armarios para saltar suavemente a la encimera. Y allí fue donde su plan falló estrepitosamente; resbaló con una mancha de mantequilla que no había visto, hasta acabar en un fregadero atestado de platos, cubiertos y otros enseres de metal.