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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Dom Mayo 21, 2017 5:16 am

Rápido y escurridizo, Gaspard se deslizaba; rápido y escurridizo, ¡cual pez en el agua! Había que ignorar, por supuesto, que el hombre se encontraba todo lo lejos del agua que cabía esperar en la ciudad de París, con un río como el Sena atravesando la urbe como una herida; hablando de heridas, su mente voló rápidamente hacia el cadáver anterior que había robado, recién muerto a juzgar por la falta de olor. Sonrió, y entonces siguió adelante, casi corriendo porque, reconozcámoslo: así era como él, a veces, caminaba.

Una cosa debía quedar clara: Gaspard no era un hombre previsible. ¡No, es verdad, no era algo de lo que él estuviera convencido y que se repetía a sí mismo para convencerse, era un hecho! Muchas veces, ni siquiera él sabía qué iba a hacer a continuación, y dado que se consideraba como alguien que siempre tenía un plan, no dejaba de ser irónica su particular rapidez a la hora de tomar ciertas decisiones. ¿Y acaso no era él tan irónico, las pocas veces que hablaba, que se le había grabado ese humor alrededor de la boca...?

Era, pues, apropiado que estuviera improvisando, fuera esa vez o fuera cualquier otra. Aquella, sin ir más lejos, era una gloriosa integrante de ese grupo: en ningún momento había planeado colarse en las Catacumbas de París esa noche, pero ya tenía unas treinta y nueve alternativas, cuarenta si se quería estar particularmente cerca de la muerte, para salir de allí intacto, así que no se preocupaba particularmente por su crimen. Hacía tanto que había dejado de importarle obedecer a la autoridad ajena...

Pero no, ¡ya estaba elucubrando! Cuando no se clavaba las uñas en la palma de la mano para obligarse a pensar en algo concreto corría el riesgo de que su mente se evadiera; así había sido y así, probablemente, sería hasta el día que se muriera. La otra pregunta que podía hacerse era si ese día llegaría pronto o no, pero por mucho que Gaspard Henri disfrutara de la muerte, hasta puntos morbosos si se deseaba, la suya propia no le gustaba lo más mínimo, así que hizo lo único que podía hacer en esa situación: obligarse a centrar la cabeza, apretar la mandíbula y lanzarse de lleno al reino de los muertos.

Literalmente: se lanzó a través de una entrada a las afueras que él y cuatro más (contados) conocían, y terminó en una de las avenidas subterráneas, desde luego mucho más adecentadas que muchas de la superficie, con el agua cubriéndolo hasta la cintura, consecuencia de las lluvias recientes. Con impaciencia, se sacó la capa que lo cubría y se quitó los rizos de los ojos, que a veces se le caían ahí en un intento desesperado y subliminal de su cuerpo de pedirle que se detuviera, cosa que él no hacía. Ni lo hacía ni lo haría, de hecho.

¿Cuánto hacía que había empezado a robar cadáveres? ¿Una década, una década y un lustro? No recordaba el día exacto, pero sí lo que había acontecido: le había sorprendido la dureza de la tierra, y ante las risas de los maleantes que solían acompañarlo entonces (a los cuales recordaba con indiferencia; ni una sola pizca de cariño dedicaba a esos desharrapados, como él mismo), había agarrado el pico para desgarrar el suelo sin inmutarse, hasta llegar al ataúd, que destrozó con sus propias manos.

Ah, sí, eso sí lo recordaba: su falta de asco ante la mórbida muerte no era nada nuevo, y lo había sabido desde niño, en ese maravilloso día en el viñedo en que lo reprendieron porque, en vez de vendimiar, se había quedado embobado mirando cómo las hormigas comenzaban a invadir el cuerpo, recién muerto, de una paloma. Con los humanos era parecido, y la podredumbre le daba igual salvo si significaba que no podría vender el cadáver porque no estaba fresco: ese era su mayor desafío como resurreccionista, y ¿cómo había aprendido a solucionarlo? Muy fácil: bajando a las catacumbas.

Había pasado de hacerlo por accidente y encontrarse cientos de cadáveres casi frescos, ¡un regalo increíble que le había permitido comprar el mejor vino del mercado durante casi un mes!, a volver de cuando en cuando, porque siempre se encontraba algunos apiladitos, perfectos para que alguien como él se los llevara. Sabía que alguien se encargaba de hacerlo porque los cadáveres no se embalsamaban solos, y algunos lo estaban, pero le daba igual porque no se lo había cruzado, a ese alguien, y se sentía con suerte particular esa noche.

Un error, ciertamente, pero ¿qué más daba? Nunca se preocupaba por si las cosas venían torcidas: las aceptaba y punto, y así lo hizo cuando, con el cadáver en los hombros y él acuclillado, la camisa abierta y remangada para dejar a la vista los tatuajes de sus antebrazos, en su camino se cruzó algo o alguien. No, definitivamente alguien... Sonrió, ladino, al olerla a través de esa peste a muerte que la cubría, y aún más al reconocer ese aroma como el de un vampiro, pues aunque no reconociera auras, su obsesión y su talento como cazador eran tales que los reconocía al instante. Y, como consecuencia de ello, se excitó al instante, sin siquiera saber bien qué aspecto tenía el vampiro.
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Mensaje por Átropos Dom Mayo 21, 2017 9:57 pm


"I taste your blood,
don´t stop my lust,
don´t blame now,
my sins, they are my only crimes."

— Theatres des Vampires.



Una pequeña rata se paseaba con indiferencia por la grieta profunda de una pared de piedra roñosa. Las tinieblas no lograron descubrirla, más, los chillidos que producía al andar, fueron suficientes para comprender que se hallaba enfilando por el trecho. Pero llegó el punto en que su desagradable figura se vio iluminada por las luces de un candil, que, inútilmente, intentaba dar claridad a algún lugar escondido entre los recovecos de las avenidas subterráneas. El animal se detuvo en determinado punto, observando algo, o mejor dicho, a alguien. Sus ojos rojizos se fijaron en esa persona, a quien quiso alcanzar, sin embargo, la altura no se lo permitió. La rata, con esa astucia irreverente de los animales, hizo escándalo suficiente para llamar la atención de ella.

Y ella se dio vuelta, dirigiéndose de inmediato a ese llamado tan estentóreo; tomó a la criatura entre sus pálidas manos, besándole su diminuta cabeza, como un gesto de ¿quizás cariño? La verdad, tan inesperada acción, resultaría asquerosa para cualquiera con cuatro neuronas funcionales, pero no para Átropos. Ella, La Morta, ese espectro que deambulaba por las catacumbas, tenía de mascota, (sí, de mascota), a un roedor. ¿Curioso, no es así? No para semejante ser.

—Oh, mi pequeña Leto, ¿qué noticias me traes del exterior? Mi preciosa y albina rastrera, dime ¿qué te ha traído hasta mi morada? —le habló a la rata, acariciando ese pelaje mugriento que cubría su cuerpecito—. Ellos me han preguntado mucho por ti. La corte te necesita, Leto querida.


–¡Mírate! Eloise de Valois-Orléans-Angulema... ¿En qué te has convertido? ¿En la madre de una rata? ¡Qué asco!


—¡Cállate! —replicó de inmediato. No se encontraba nadie a quien le dedicara tal orden, pero si se dirigía a alguien, efectivamente. La voz de su hermano solía importunar cuando menos se lo esperaba—. Tú, estúpido parásito sin identidad, ¡haz silencio de una vez! Sirve para algo. —¡Le disgustaba tanto! Le disgustaba desde que tenía siete años, y ahora que rondaba los doscientos no había mucha diferencia—. Oh, no le hagas caso, Leto, sólo está celoso de que eres la única importante de este reino.


–No pretendas hacerme sentir menos, hermanita... ¿Por qué mejor no cuidas a tus súbditos?, ¿Cuántos más te han robado en lo que va del mes?


Las palabras del siniestro siamés le hicieron alzar la cabeza, desviando toda su atención a cualquier lado. Depositó a Leto en alguna parte, dejándose guiar por sus pies; iba de un lado a otro, como si de una bestia enjaulada se tratara. ¡Sus súbditos estaban siendo secuestrados! ¿Quién podría atreverse a profanar sus criptas?

«Mis silentes... ¡MIS VASALLOS!». Pensó, silenciando la voz de su mellizo. Luego volvió a dirigirse a su rata, dedicándole una mirada inquisitiva.

—¿Era eso? ¿Lo has visto? ¡Que le corten la cabeza! Y será esta noche, sí, esta noche. —Y se abalanzó hacia uno de los túneles de piedra y huesos, como un depredador detrás de una insolente presa.


Su majestad, siga por ese tramo; ¡adelante, mi reina! Acabe con el ladrón; usted es la única que tiene el derecho divino de cargar con nuestras reliquias mortales.


«¡A callar! Que me desconcentran, demonios escandalosos». Y así anduvo por las estrechas avenidas, sin importar el agua, la humedad, el lodo... ¡Nada la sacaría de su cavilación! Tan obsesa siempre a cumplir su venganza y sus pretensiones más morbosas, no habría nada que la detuviera. Pero ese olor a mortalidad fue tan exquisito, que la hizo parar en seco. ¡Maldita sea! Tenía días que no se alimentaba correctamente. Bueno, ahora sí podría hacerlo, aunque, para conseguir tan determinado propósito, debía ir con cuidado.

Y fue entonces cuando lo vislumbró. ¡Asqueroso maleante! Estaba tocando a sus preciosos, ¿cómo se atrevía? No pudo contener su enfermedad, ¡sus celos! No le permitiría seguir con su repudiable acto. Emergió entre las tinieblas, engalanada de negro, con sus cabellos rebeldes y esa palidez abismal en el rostro.

—¡Deja eso! No te pertenece, sucio ladrón —espetó. Tenía la mandíbula tensa de pura rabia, pero también por contenerse y no querérselo beber de un mordisco—. ¡Un mes! ¡Llevas un maldito mes robándome!


–Ya no respetan tu reinado, ¿cómo era qué te llamaba ese demente? Ah, sí, Átropos. Ya córtale la cabeza, o no, espera... ¡Te ha desafiado!


—Estúpido, homúnculo, cállate. Y tú... ¡Habla ya! Es una orden. —Fulminó al humano con la mirada, y de seguro el silencio que se hizo fue por respeto a su enojo. Quizás cambiaría de opinión con un poco de suerte ¡Bah! Con ella nunca se sabía qué iba a ocurrir luego.

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Mensaje por Invitado Lun Mayo 22, 2017 6:40 am

Un espectro recorre su cuerpo: el espectro del común nervio que lo carcomía siempre, en cada uno de sus movimientos impredecibles, fruto de algo que nadie había todavía diagnosticado pero que, en su familia, habían llamado “ser movido”. ¡Como si esa simpleza pudiera corresponderse con la realidad de Gaspard, casi temblando de... de ni siquiera sabía qué! Probablemente fuera la excitación al oírla, primero, y verla, después; tal vez, que ese era su estado hasta en reposo, significara eso lo que significase para el inquieto De Grailly. En cualquier caso, Gaspard se movía, y ella no, ¡ella no!

Como una reina, le ordenaba cosas que él jamás cumpliría por puros principios: obedecer autoridades ajenas no era ni su estilo ni su costumbre, y si en treinta y cuatro años no lo había hecho, no iba a empezar ahora. Así pues, hizo todo lo que estaba en su mano en ese momento: aferró el cadáver, ¡el objeto de la disputa que él no había empezado por una vez!, con mucha más fuerza y se plantó, con el cuerpo tenso, desafiante ante ella. Por vampira que fuese (y, Dios santo, sí que lo era; Gaspard salivaba ante la visión de esos colmillos y fantaseaba vívidamente con verlos en su piel), él era fuerte y estaba cuerdo. Más o menos.

Se hizo el silencio, tal vez no en la cabeza de ella pero sí en la catacumba con la excepción de la ocasional gotera y de los ruidos de las ratas; todo parecía indicar que él estaba preparando una respuesta, y ella parecía aguardarla con ansia, pero, de improviso, Gaspard simplemente se encogió de hombros. ¡Y ya estaba! Todas esas acusaciones que le había lanzado como si fueran cuchillos (los cuales, por cierto, tenía bien asegurados en el cinto, por si acaso; desde su primera experiencia cercana a la muerte ya no se arriesgaba a ir por la vida sin ningún arma) se habían quedado en agua de borrajas ante el mutismo de Gaspard.

¿Se trataba de indiferencia? En absoluto. Todo su cuerpo mostraba el interés por ella: desde sus ojos, febriles en ese verde corrupto y embarrado suyo, hasta su escultórico cuerpo, preso de temblores débiles y aparentemente inmune al peso y al olor del cadáver. Tan inmune como lo era él a que lo llamaran ladrón, pero esto sí que era porque Gaspard era un ladrón, sólo que de tumbas. ¿Contaba como robar si lo hacía en las catacumbas, donde a nadie le importaba lo que hiciera (o eso había creído él, aunque hubiera contemplado la posible contingencia de que sí que hubiera alguien vigilando)? Aparentemente sí.

Sin embargo, Gaspard estaba preparado para casi todo, y una vampiresa loca que ordenaba cosas no era la excepción. Se fijó en ella (llevaba un rato haciéndolo, con lujuria, pero a saber si ella era capaz de captar ese matiz en concreto) y se dio cuenta de que su aspecto teatral era sólo por la falta de luz de las catacumbas, no por estar bien alimentada; al contrario, parecía estar bien seca. Así pues, él decidió sacrificar sus ganancias por el bien mayor (el suyo) y librarse de una vampiresa aún más impredecible que él. Para ello, hizo lo que menos cabía de esperar en un ladrón de tumbas: soltar ese cadáver.

¡Y sin avergonzarse, qué va, lo hizo sonriendo! Dejó el que ella le había exigido, se alejó un par de pasos y cogió otro, aún más fresco, para enganchárselo al cuello y salir de allí corriendo. Tenía las de perder, por supuesto: si ella vivía allí, seguramente se conocía los túneles mejor que él, pero Gaspard la estaba guiando a una trampa que había colocado en una especie de... ¿de qué? ¿De plazoleta? Digo, porque si los pasillos eran avenidas, las intersecciones bien podían ser plazas. Daba igual: la condujo hasta allí y, cuando la tuvo enfrente, le lanzó la red de plata que había confeccionado con ayuda de sabios otomanos hacía ya bastante tiempo, en su última visita a Constantinopla.

Cerró los ojos y torció el cuello, en un gesto de desagrado, cuando la plata quemó la piel de la vampiresa y la atrapó. A continuación, tomó una de las antorchas que iluminaban los huesos de los muertos que no le servían porque estaban ya demasiado pasados y la acercó a ella para estudiarla, con el cadáver aún sobre los hombros: ese no pensaba dejarlo, sino venderlo, y bien podía decirle ella lo que quisiera. El hombre con un plan, Gaspard, el resurreccionista, no obedecía a nadie que no fuera él mismo, pero, paradójicamente, al hablar, y lo hizo, estaba siguiendo una de las indicaciones anteriores de ella. Mejor que no pensara en eso o se callaría de nuevo, de inmediato.

– Treinta y tres días, concretamente. Ni te pertenece a ti, ni a Dios, ni siquiera a la villa de París: pertenece a quien lo toma y, en cuanto lo venda, pertenecerá al pobre diablo que me lo compre para abrirlo en canal y estudiarlo. Así que no, no me pertenece, pero haré lo que me venga en gana con él. – aclaró, escuetamente, y aunque sus palabras no hubieran sido crueles, su sonrisa burlona las convirtió en un insulto a ella y al reino de los muertos que tenía montado allí abajo, donde sabía que nadie la perseguiría... No como a Gaspard, pero a él le daba igual la Inquisición, el reino y hasta el rey, si lo apuraban. Él era libre, más que nadie, y ni siquiera una vampira loca lo cambiaría.
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Mensaje por Átropos Lun Mayo 22, 2017 11:50 pm


"De súbito, me desperté con la escalofriante sensación de que dos agujas me
atravesaban el pecho profunda y simultáneamente."

—Sheridan Le Fanu, Carmilla.



La única idea de que ese, (¡ese desgraciado!), estuviera tocando lo que ella reclamaba como suyo, le arrebataba la poca sensatez que conservaba. Incluso, la manera en que la observaba era desquiciante, como un trago de la más amarga hiel; las ideas hilarantes fueron acumulándose en su mente. Sentía la sangre (si es que le quedaba algo), acumulándose en su rostro, acentuando más aquel gesto de genuina ira, demencia y, ¿por qué no? Humillación. La reina había caído por causa de un insípido mortal. ¡Ah! Maldito, quería devorarlo, porque hasta despertó en ella una terrible sed, un hambre que le carcomía por dentro. Bueno, ahora comprendía mejor que lo que le quemaba no era la rabia, sino el deseo de sangre que se le acumuló con sus noches de aislamiento. ¿Cómo diablos había terminado tan encerrada? Pocas veces se dejaba abatir por la apatía, sin embargo, esas últimas veladas fueron propicias para quedarse en un curioso estado catatónico.

Y sólo bastó que apareciera ese mezquino humano a profanar su reino de miseria. La enloquecía; odiaba que la desafiaran, ¿cómo podía ser? Ni siquiera los cazadores que intentaron destruirla, pudieron con tanto. Más bien terminaron arruinados, sepultados en algún pasaje de las catacumbas. Aun así, él ni se inmutaba por su condenada presencia. Su orgullo sufrió el más espantoso vacío, como si le hubieran perforado con un arma demasiado afilada. Deseó poder arrancarle a tajos la piel de su cara, más no lo hizo; se esforzó mucho en mantenerse al margen de la situación, aunque la rabia estuviera destrozándola por dentro. Ni siquiera su hermano se atrevió a soltar palabra alguna, se mantuvo silente, mientras ella observaba con terrible amargura al sujeto.

Ese maldito aroma... ¡Lo deseaba!


Acábelo, su majestad, ¿qué tanto espera?; no puedes permitir que se salga con la suya, debes hacernos el mérito; mi reina, es un humano, ¡sepúltelo bajo vastas capas de huesos!; Átropos...


Las voces empezaron a asolar su mente, degenerando sus pensamientos, instándole a cometer el acto de la muerte, no el de ella (ya estaba muerta), pero si el del único ser vivo en ese lugar. Se llevó las manos al abdomen, arrugando la tela oscura, ciñéndola más a su torso. Había que reconocer que aún mantenía una figura que podría haber despertado pasiones en algunos hombres. Pero su mente acabó mal antes de que semejante cosa ocurriera; una lástima... o tal vez no. Bueno, daba igual. El caso es que él... ¡estaba huyendo! «Miserable rata» (con el perdón de las ratas). ¿Cómo podía? Mayor fue su indignación.


–Te lo dije... Te desafió en tu propio reino.


—¿Hasta ahora te dignas a hablar? ¡Ven aquí, animal rastrero! —Sus dientes crujieron, luego soltó un gruñido que resonó en cada rincón de esos laberintos mohosos—. No vas a salirte con la tuya... No aquí.

¡Ay, Átropos! ¿Qué te ocurría? No quería pensar mucho, no en ese instante; estaba evitando la inteligencia como nunca. Simplemente se lanzó a perseguir al ladrón, sin importar hacia donde se dirigía, aunque era indiferente, se conocía los pasadizos de punta a punta, casi como si tuviera un mapa en la cabeza. Ahora sólo le interesaba, con energúmena vehemencia, atraparlo. ¡Y sí que se lo bebería de un mordisco! Quizá su sangre le sería suficiente para llenar su vacío. Pero no midió sus acciones a causa de la ira (y tanto que su sire le aconsejó). Sin percatarse a tiempo, quedó enredada en una ¿qué era? ¿Una red? Sólo supo que aquella porquería le quemó la piel expuesta, haciéndola quejarse de dolor. Oh. Delicioso dolor, ¿desde cuándo no lo sentía en su carne?

—Todo lo que está aquí me pertenece, no quieras pasarte de listo —protestó—. ¿Tanto deseas morir? —Su voz sonó sibilina. Empleó un tono bajo, casi susurrando, nada parecido a lo anterior.

Se mantuvo quieta en su posición, sin mostrar señal alguna de un posible movimiento involuntario; sin embargo, con Átropos nunca se sabía. Era condenadamente impredecible. Cuando guardaba silencio, incluso, cuando ignoraba las voces espectrales de su mente, podía esperarse lo peor. Tal vez el sujeto lo presentía, más no mostraba verdadero interés.


-Bébelo, muérdelo... ¡Hazlo! Él lo desea, ¡míralo! Hasta te guió a su trampa. Vamos, su majestad, complácelo.


«¿Cómo lo sabes? Al demonio, te haré caso por una pútrida vez». Y tras quitarse esa molesta red, a pesar de que le incendiara la piel y dejara escapar algún gemido culposo, se abalanzó encima del hombre. Quién sabe a dónde fue a parar el cadáver, o si llevara algún arma oculta; no, nada de tenía sentido para ella. Lo arrinconó contra un muro de huesos, dedicándole una mirada... curiosa, iracunda, pero tan terriblemente cargada del éxtasis que sólo aumentó cuando sus colmillos se hundieron en su cuello. «Oh, desgraciado... sabe tan bien».

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Mensaje por Invitado Mar Mayo 23, 2017 5:35 am

No tenía muy claro si era satisfacción o puro placer sensual lo que le produjo verla atrapada, a esa vampiresa que probablemente sería más guapa si no se pareciera a los muertos que Gaspard robaba, pero definitivamente una de las dos sí que había sentido. Los escalofríos de antes se le habían intensificado, al tiempo que los puños, apretados, hablaban de la posición defensiva que había adquirido por instinto, fruto de un tiempo breve pero intenso siendo adiestrado en la caza para poder defenderse. No siempre había querido hacerlo, claro, pero su maestro era endiabladamente bueno, y hasta en el puro nervio que era Gaspard se le habían pegado ese tipo de manías. Hasta cuando se trataba de sus adorados vampiros.

Ello no quitaba que su mente volara, pero ¿cuándo no era fiesta...? La observaba con los ojos brillantes, sonriendo y dejando de hacerlo como si tuviera un tic en las comisuras de los labios, y el sonido como de algo friéndose que era su carne siendo tocada por la plata lo estaba volviendo loco, loco, ¡loco! Casi tanto como ella, pero Gaspard era muy consciente de que aún no había perdido la chaveta, y esa era la mayor ventaja que tenía contra ella. Aún, sí, porque su mente ya estaba pensando en las posibilidades de la situación, tanto que ella siguiera atrapada como que ella se escapara y lo mordiera...

¡Y su fantasía cobró realidad! Secretamente, o no tanto para alguien que lo conociera mínimamente, desde el principio había deseado que ella le hincara el diente donde le apeteciera, no iba a hacerle ascos por repulsiva que fuera en su reino de cadáveres en el que él, sintiéndolo de poco a nada, era el virrey. Cuando finalmente lo hizo, el placer estalló en él de forma casi literal, pero no del todo porque no había habido más carnalidad que él agarrando el cabello de ella para obligarla a que intensificara el mordisco; no más que... ¿qué demonios estaba tocando?

La apartó de un movimiento brusco, valiéndose precisamente de esa mano, y con la otra le clavó un cuchillo de plata en el vientre, no muy profundo pero sí lo suficiente para atontarla y poder girarla y mirar a través de su pelo, en su nuca. Por si hablando cuando le daba la gana, sintiendo placer por el mordisco o manejándola como le había apetecido no hubiera sido suficiente, Gaspard la sorprendía una vez más con esa fuerza física tan impresionante que tenía, y que si bien no tenía nada que hacer con la de un sobrenatural, sí era considerable cuando lograba sorprender al rival y tomar la delantera, como en ese caso.

Sin nada parecido a la indiferencia, hecho un manojo de movimientos rápidos que tenían bastante poco de torpes o bruscos (señal de que había entrenado, a ver si así a la vampiresa le daba por descubrir que él no era un humano cualquiera; su orgullo estaba herido por semejante ceguera voluntaria), apartó cada mechón a tirones, nada delicado ni cuidadoso. Vamos, ¡con esa pinta que tenía Gaspard lo último que se pensaba de él era que podría hacer algo con dulzura, y más si se recuerda al gentil lector que estaba en una maldita catacumba robando un cadáver! No, fue brusco, y aún más cuando descubrió... eso.

Pero ni siquiera así habló, su voz parecía estar guardada en lo más profundo de su cuerpo, lo cual hacía un contraste curioso con el tono no demasiado grave, solamente lo justo, que poseía. Simplemente lo estudió y lo miró, y cada vez que ella se retorcía él le clavaba y giraba más el cuchillo para que se estuviera quietecita, porque del mismo modo que a él le había gustado que lo mordiera, a ella no parecía importarle mucho que se lo clavara... el cuchillo, claro.

– Homúnculo, claro. Ahora entiendo. – reflexionó en un murmullo que solamente los sentidos desarrollados de ella pudieron captar, y miró ese amago de cara una última vez antes de taparlo (ni siquiera él, que trabajaba y casi vivía con muertos, quería seguir contemplando semejante masa informe y repulsiva) y empujarla a ella contra la pared. No se molestó en recuperar su cuchillo del cuerpo de la vampiresa, pero sí se agachó para coger el cadáver de nuevo, porque, ¡eh!, había ido para eso. Lo de que lo mordieran sólo era un plus de placer añadido nada desdeñable.

El movimiento, más lento que los nerviosos que había estado realizando hasta ese momento, desveló a la luz de las antorchas no solamente su cuerpo fibroso, sino también la excitación que la situación le había provocado. Al darse cuenta, chasqueó la lengua y se encogió de hombros; el muerto le rebotó sobre el cuerpo y soltó un poco de líquido, de ese que acumulan los cadáveres y huele a... adivínalo... ¡muerto! Sin embargo, de puro acostumbrado que estaba a eso, su excitación no se redujo, y eso le llevó a un pensamiento que, de nuevo, lo hizo sonreír, al margen de ella: ¡con razón lo llamaban necrofílico...!
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Mensaje por Átropos Miér Mayo 24, 2017 2:48 am


"Labios de muerta
inexpiables dientes
ausencia de vida
desnudez de muerte."

—Georges Bataille.



No podía concebir la idea de haber obedecido a su mellizo, pero lo hizo, y, sin duda alguna, fue lo mejor. Abalanzarse sobre ese humano condenado, acortando toda distancia entre ambos, no sólo para sentir esa calidez mortal tan exquisita, sino para probar ese delicioso elixir que emanaba de sus venas, ¡le supo a gloria! Era como recuperar sus cinco sentidos nuevamente. ¡Qué cinco sentidos! Le hizo recobrar otras cosas mucho más ¿placenteras, tal vez? ¡Sí! Por un demonio... Cada centímetro de su ser se colmó de aquella deliciosa sangre, dejándola en completo éxtasis. ¿Hacía cuánto que no se sentía de ese modo? ¡Ya lo había olvidado! Incluso sus manos empezaron a recorrer el cuerpo masculino, con una mezcla entre curiosidad y deseo. Tenía que admitirlo, el muy bastardo estaba bastante bien, casi como los antiguos atletas griegos, aunque, bueno... su cabeza quizás no se encontraba en tan buen estado, y tampoco era algo relevante, no en ese momento en el que volvía a ser la Átropos de antaño.

Ni siquiera las malditas voces intervinieron en el acto, sólo había ese silencio que le permitía disfrutar de las sensaciones despertadas por la sangre de ese hombre. Ah, de haber sido una criatura corriente, de seguro tendría la respiración agitada y la temperatura se le habría ido al... ¿infierno por lo caliente? ¡A dónde sea que fuera muy fogoso! Sin embargo, el tipo era tan impredecible como ella en sus actos, con demasiadas cartas bajo la manga... ¡Ah, no! No era ningún estúpido como los que solían fastidiarla, él si sabía cómo obrar con La Morta, y no del modo que pensarán algunos, para nada. Por alguna razón, más bien morbosa, mezclada con un placer bastante aberrante, ambos parecían repelerse, pero al mismo tiempo se atraían. No cabía la menor duda que él también estaba pasando un buen rato, o lo pasó, porque luego, sin darle tiempo de reaccionar, le hundió un puñal en el vientre, retorciéndoselo cuando intentaba zafarse.

Y no, no se quejó, sólo gimió. Aún se hallaba sumergida en sus ideas hilarantes, en esos espasmos propios de alguien extasiado. ¿Por qué tuvo que acabar tan rápido? Sí, luego gruñiría de pura molestia. Quería seguir con su acto; quería más de él... Pero su hermano lo arruinó nuevamente. Apenas lo pudo saber, justo cuando sintió los tirones en su nuca. Había descubierto al siamés, para su desgracia.


–Oh, mira, me descubrieron... ¡Tsk! Qué lástima. Yo que los hacía revolcándose en el suelo a estas alturas. ¿Vas a dejar que acabe así? No, hermanita, ese no es tu estilo. Lástima que mi rostro deforme no puede expresar palabra alguna, o le diría que te estás derritiendo de ganas.


No respondió, ni en su cabeza, ni en voz alta. Se encontraba ocupada intentando calmarse a sí misma, aunque fue inútil. «Estúpido, homúnculo... ¡Mira lo que has hecho!». Sólo terminó dándole la razón, pero, con un poco de esfuerzo mental, había conseguido sosegarse. Igual se encontraba con una ligera frustración; a pesar de haber bebido lo suficiente para que las heridas en su piel se disimularan un poco, no logró llenar su vacío. ¡No se iba a quedar así! Ella no se rendía tan fácil.


–Vamos, Eloise. Si antes conseguiste que ese demente te diera la inmortalidad, ¿vas a dejar que el humano se salga con la suya? Mira como lo dejaste; no te detengas, imbécil. Prometo no interrumpir, aunque... dudo que pueda esconder mi cara.


El desgraciado estalló en carcajadas, y ella, recostada en la pared, no podía sentirse más humillada. Aunque, claro, no había sentenciado su ruina, ni su derrota. Sus ojos brillantes observaron detenidamente al ladrón, percatándose de un detalle que le sacó una sonrisa. No era la única aparentemente excitada con lo que acababa de ocurrir, y eso le daba una gran ventaja. Se incorporó apenas, poniéndose en frente; de seguro la escena se prestaría para hacerlo fantasear mucho más. La sangre se le deslizaba a través de la mandíbula y sus labios entreabiertos dejaban vislumbrar un poco el filo de sus afilados colmillos. ¡Los malditos vampiros y su manía con persuadir a cualquiera!

—¿Te vas y no piensas despedirte adecuadamente? A pesar de que te llevas una parte importante del tesoro —Chasqueó la lengua—. Es una verdadera lástima, tienes que bajar... eso. Tal vez con agua fría —sí, se estaba refiriendo a cierta prominencia en el cuerpo masculino—. Pero ya que no quieres que te ayude, buscaré a otro que si quiera sentir mis colmillos en su piel... en cada parte de su cuerpo. El dolor más placentero que pueda darse jamás.

Retrocedió lentamente, sonriendo con evidentemente malicia. Cabía la posibilidad que no le hiciera caso y se marchara, como también que le siguiera el juego y las cosas acabaran... ¿bien? No, no. Tratándose de esos dos no terminarían así, porque estaban completamente mal. ¿Y quién en su sano juicio iba a estar bien si se dedicaba a convivir con los muertos?

—¿Sabes cuál es la última de las tres hermanas del destino? Los romanos la llamaban Morta y los griegos Átropos. Oh, estuviste tan cerca de la misma muerte y rechazaste la oferta —habló con un tono de voz muy terso, casi como una melodía entonada por el viento—. Adiós... adiós.

Y se fue alejando despacio, internándose entre las penumbras de aquellas catacumbas.

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Mensaje por Invitado Miér Mayo 24, 2017 5:42 am

A ver que pongamos las cosas claras: ¿se iba y no pensaba despedirse adecuadamente? ¡Por supuesto! ¿Por quién lo tomaba: por un burgués o, peor, un noble bien educado? ¡Ni de broma! Lo fue un tiempo, de pequeño, pero precisamente porque su familia lo quería bien educado, él había decidido hacía mucho tiempo (ya se sabe: rebelarse contra toda autoridad y bla, bla, bla, ¡maldito anarquista antes incluso de que existiera el anarquismo...!) que no lo sería, y ni una vampiresa deforme ni nadie lo convencería de lo contrario.

En otro orden de cosas, eso era un pensamiento de base en su mente, pero a un nivel lo suficientemente superficial para que le prestara atención se encontraba otro, a saber: si los muertos no lo atraían lo más mínimo, que lo atrajera una vampira con una deformidad en la cabeza que se asemejaba a los cadáveres embalsamados (que no eran su especialidad, debía decir), ¿se consideraba necrofilia? Demonios, eso abría todo un mundo de posibilidades ante sus ojos verdes, momentáneamente enfocados en ella aunque no la estuviera viendo de forma consciente.

¿Tendría, por fin, que darle la razón a todos los que lo habían acusado de querer beneficiarse de cadáveres, y no precisamente robándolos para que otros los abrieran en canal? Porque, ¡madre mía!, ni siquiera su buena cabeza recordaba a todos para escribir las cartas dedicadas, a lo “sí, mira, tienes razón, resultaba que estaba enfermo del todo”; una suerte que no fuera a hacerlo de verdad porque tenía cosas mejores que hacer. Sobrevivir a la locura arrolladora y atrayente de la vampiresa, por ejemplo, como si el quid de la cuestión no fuera precisamente que lo atraía.

¡Por el mordisco, eh! Y por la sangre que le caía por el cuerpo... Eso definitivamente lo ponía a tono, era una mezcla de ambas cosas, sazonada con el gemido que no había disimulado cuando la había acuchillado (al final sí que iba a ser verdad que quería que se la clavara, ¡qué pervertida nos había salido la chiquilla! Que fuera más que centenaria era un detalle irrelevante en este caso). El resultado era un plato perfecto de atracción mutua, que sería estupendo de no ser por el hecho de que... en fin, que a él le seguía dando un poco de asco ella.

Sí, lo sabemos: que un ladrón de tumbas se ande con ese tipo de exquisiteces no deja de ser irónico, pero precisamente por eso Gaspard no estaba haciendo nada aun cuando en condiciones normales se le habría lanzado hasta tirarla al suelo y que lo mordiera en respuesta con rabia, mucho más. Dentro de que, para él, una situación normal brillaba precisamente por su anormalidad, tenía un conflicto un poco grande en su interior, el mismo que lo había hecho decir “mira, hasta aquí hemos llegado, me gustan los vampiros pero hasta cierto punto.”

No tenía nada que ver con haber acabado medio muerto por mordiscos que no eran placenteros, porque ella sólo lo había mordido una vez y había sido maravilloso, a su erección se remitía para quien quisiera alguna prueba de ello. Aun así, la situación se parecía demasiado a entonces, por el hecho de que ella intentaba dominarlo y él asociaba ese intento de control con todo lo malo, porque su naturaleza se resistía a que lo ataran en casi cualquier sentido y ella se comportaba como una vampiresa, lo cual lo ponía a tono, pero también como una reina, lo cual lo echaba mucho para atrás.

¡Qué hacer, qué hacer, eso se preguntaba Gaspard mientras la miraba marcharse! La supuesta sutileza de Átropos no lo hizo ni parpadear; acostumbrado como estaba a escuchar burradas de índole mucho mayor, ella se había descubierto como poseedora de la decencia suficiente para insinuar, y no afirmar. Tal vez fuera precisamente eso lo que lo hizo reaccionar, porque fue como si sintiera un sarpullido y se viera obligado a rascarse: en el mismo momento en que se dio cuenta de que lo que no lo atraía era tanto su deformidad como sus modales, Gaspard de Grailly dio un saltó hacia ella y la tiró contra el suelo, con él encima.

Honestamente, a esas alturas y tal y como se había colocado, parecía más responsabilidad de ella que de él lo de bajar eso a lo que se había referido Átropos, y Gaspard sonrió de esa forma burlona suya cuando se dio cuenta, sin el más mínimo ápice de sensualidad en el rostro. Era curioso: por mucho que su cuerpo revelara que, efectivamente, estaba excitado, nada en su gesto ni en su expresión podía hablar de carnalidad más allá del hecho de si él la excitaba por su atractivo o no. En vista de lo que ella había disfrutado acariciándolo, con los movimientos justos porque él perdonaba casi cualquier cosa si lo mordían, habría jurado que no sólo se trataba de su sangre lo que ella quería de él.

– Los modales están sobrevalorados. – sentenció, y pareció que no iba a hablar, al menos durante el tiempo que dedicó a deslizar su cuchillo por la piel de ella, sin cortarla del todo, pero sí tentándola lo suficiente. Sus piernas, fuertes casi como su torso aunque pasaran más desapercibidas, la sujetaban con tanta firmeza que ni siendo vampira podría librarse, sobre todo porque no parecía querer del todo. – Para bajarlo sólo tengo que mirarte la nuca. No me extraña que te llames como la muerte, debes de deseártela a ti misma cada vez que te acuerdas de lo que tienes ahí. – provocó, con crueldad, y cuando llegó a su propia sangre con el cuchillo, lamió el filo despacio, con cuidado de no cortarse. ¡Autoconservación, Gaspard!

– ¡Bien, de acuerdo, no me marcho! Pero ahora me la bajas tú. – ordenó, con la mirada finalmente fija en ella. Por su mente se cruzó, fugaz, el pensamiento de que ella seguramente lucharía, pero le daba igual porque contaba con ello. Recordemos que el resurreccionista era un hombre con un plan para todo, y hasta siendo imprevisible como lo era y como su... eh... ¿enemiga? Bueno, como Átropos la presuntuosa, estaba siéndolo, también tenía alternativas, como siempre. Bendita desconfianza natural hacia todo lo que no fuera él mismo.
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Mensaje por Átropos Miér Mayo 24, 2017 10:38 pm


"La locura alada mi locura
desgarra la inmensidad
y la inmensidad me desgarra."

—Georges Bataille.



¿Pero qué demonios estaba haciendo? ¿Cómo podía...? Simple, atendía a las necesidades de su cuerpo, ¿qué más podía ser? Aunque fuera una vampira, también necesitaba de ciertas... cosas. Así como los humanos requerían alimento, beber, respirar, entre otras cosas, ella dependía de los embrujos de la sangre, la misma que, dependiendo de la situación, le profería diferentes sensaciones. No todos los mortales le brindaban tanta exaltación de los sentidos, sin embargo, a pesar de su ira inicial, ese hombre, ladrón y mezquino, hizo que todo en su mente se revolviera, como si un tornado la hubiera traspasado para causar semejante desorden. Un desorden que compensó sus más bajos instintos carnales. Y bien que Átropos no lo quiso disimular. ¿Cuánto tiempo llevaba encerrada en esas sucias catacumbas conviviendo con los muertos? Casi dos siglos, luego de que su sire la dejara ahí, abandonada, asegurándole que ese era su reino (igual la muy demente se lo creyó).

No recordaba a otro mortal que la hubiera dejado en semejante estado. Quizás su creador si pudo hacerla sentir esas cosas, pero ¿él era humano? No, ese rey sin corona no podía compararse con ningún hombre corriente, ¡ni siquiera con un vampiro cualquiera! Ay, cómo le enorgullecía haber aprendido del mejor (el mejor demente, claro). En fin, esas no eran cosas que le competían en ese momento, estaba más bien aferrada a la imagen que le brindaba aquel bastardo. Se relamió los labios por instinto, obteniendo unas respuestas muy acertadas gracias a su telepatía. Oh, él no había contado con ese detalle, ¿o sí? Bueno, daba igual. Simplemente se hallaba a la expectativa del próximo movimiento suyo; aquello la excitaba más, aunque estuviera retrocediendo, sumergiéndose en la oscuridad de su propio reino.

Sin pensarlo mucho, había iniciado ese sutil juego del gato y el ratón. Y no hay que ser adivino para saber quién era el ratón...

Incluso lo provocó cuando se alejaba, tentándole a seguirla, porque sí, ese era el fin de esa falsa despedida. Más nadie parecía intervenir en ese instante, ¡y que no interviniera! Su hermano logró perturbar la escena anterior con esa horrible cara que tenía, ¡qué suerte que su cabello la cubría! Ni ella misma se acostumbraba con tenerla en su nuca, y mira que habían transcurrido doscientos años desde su nacimiento. Pero eso no era lo peor de todo, sino su molesta voz; esos comentarios fuera de sí que no ayudaban en lo absoluto; aunque, ahora que lo pensaba mejor, sino le habría incitado a morder al humano de aquella forma, tal vez no estaría en las condiciones en la que se hallaba. Habría perdido una oportunidad de oro. ¡Ah, no! Eso era inaudito. Átropos acostumbrada a obrar cuando las pasiones de su cuerpo la condenaban, no iba a echarse para atrás. Por eso acudió a esa estrategia; se le insinuó descaradamente a él, porque bien sabía que no estaba lidiando con un pelmazo. ¡Divagaba con verlo actuar de nuevo! Pudo sentir el vientre arderle, justo en ese lugar en donde se había hundido el puñal. ¡Tenía que calmarse!

Pero no logró llevar a cabo su idea de tranquilizarse, de apartar esas fantasías que la arrancaron de la realidad por unos segundos. ¡No alcanzó a permitirle al siamés hablar cuando ya estaba encima de ella! Demonios... era tan impredecible, tanto como ella. La terminó dejando en el suelo, bajo su cuerpo, ¡bajo su magnífico cuerpo! Oh, ¿qué haría? Primero se quejó, a propósito. ¿Y luego? Se quedó tendida, observándole sin ninguna discreción, sonriéndole de una forma más bien jocosa. No le molestaron las palabras, ¡bah! Lo de su hermano ya era costumbre. Estaba bien feo el desgraciado, aun así, no había mucho que hacer, simplemente encogió los hombros con indiferencia.


–¿Y dónde está la iracunda mujer de hacía unos minutos? Te dejas llevar por cualquier cosa, Eloise. Mira cómo te tiene... ¡Bajo de él! Tú eres la reina, ¿lo recuerdas?


«Y no me importa, no ahora. Lárgate...». Y claro que no le importaba, si eso era lo que deseaba más que nada. Menos le importó cuando deslizaba el filo de ese cuchillo por su piel. Aunque, ¿a quién engañaba? No quería que le hundiera precisamente esa arma.

—Hay muchas cosas que están sobrevaloradas, como el hecho de que no te terminas de acostumbrar a mi hermano —se burló de la reacción que tuvo al ver al rostro de su mellizo en la nuca—. Es un tanto... mata pasiones el chico. —Observó sin reparo su erección, esbozando una amplia sonrisa, mostrando su perfecta dentadura—. La única que da las ordenes aquí, soy yo. Bueno, me temo que haré una excepción esta vez, o quién sabe.

Él podía ser muy fuerte, muy hábil, y esas cosas de las que se jactan los de su tipo, pero la criatura sobrenatural era ella, así que, sin darle tiempo a reaccionar, tomó el impulso necesario para quedar encima del hombre, sentada a horcajadas sobre sus piernas. El filo de sus uñas se deslizaba por ese perfecto torso, incluso llegaron a hundirse en la piel (eso dejaría marcas). Si la muy condenada se arreglara más, fuera digna de contemplar, pero bueno, para lo que iban a hacer tampoco era necesaria tanta parafernalia. Simplemente se inclinó lo suficiente para clavarle los colmillos en el pecho (bien que sabía que las mordidas lo hacían enloquecer).

—No creo que te importe que haga esto —mencionó, antes de beber un poco más de la sangre que brotaba de la herida. Luego decidió morder muy cerca de su cuello, deslizando el filo de la lengua por la herida—. Tampoco eso...


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Mensaje por Invitado Jue Mayo 25, 2017 5:39 am

Él había salido a pasar un buen rato y, honestamente, se empezaba a sentir tan atacado en ese momento... Ignoremos que se lo había buscado, que estaba pinchándola (literalmente, con sus cuchillos de plata, ¿es que nunca se le acababan? Respuesta: no. Efectos secundarios de ser un maldito desconfiado) para conseguir esa reacción por su parte y que así era como él, Gaspard, pasaba un buen rato. Solamente bueno, ¿eh? Para que fuera inmejorable tendrían que cambiar las tornas, ¡pero no así!

Gruñó cuando ella se le puso encima, pues esa era una de las manías que tenían los vampiros cuando bebían su sangre: se fortalecían; qué demonios, todos lo hacían, pero él se relacionaba tan poco con otros que su ejemplo le servía mejor que ningún otro, así que sí, era un efecto de su sangre. Lo cierto era que tal vez los vampiros intuían de algún modo que a él le gustaba ser mordido y eso fuera un afrodisiaco natural para los no muertos, del mismo modo que su mera existencia era una tentación constante para la Inquisición por ladrón de tumbas.

Ah, ese sí que era un juego del gato y el ratón, no el de Átropos y él. Lo podían llamar como quisieran, y desde que ese pensamiento se coló en la cabeza del aquitano su mente empezó a bombardearlo con posibilidades que ocuparon su atención, pero no era un juego de persecución, sino un mutuo beneficio en el que solamente estaban discutiendo quién se llevaba la mejor parte del pastel. Nada más y nada menos, señores, Gaspard era muy consciente de su situación porque, al sentir el dolor y el placer de ella, se podía concentrar mejor. Qué irónico...

Empezaba a haber demasiadas ironías en una situación en la que él no estaba abriendo la boca más que para jadear, pero teniendo en cuenta que el mortal era un hombre de pocas palabras, no resultaba demasiado extraño que así fuera. De pequeño había intentado hablar más alguna vez, alentado por esa familia suya con ínfulas y con un poder pecuniario importante, pero se había rendido pronto. ¿Cómo no hacerlo si el caos de su cabeza, no por locura sino por exceso de estímulos, le impedía poner por palabras sus pensamientos?

Eminentemente práctico, así era Gaspard; en gran medida masoquista, pero desde luego no estúpido ni descuidado, así se estaba comportando con ella, con Átropos, que podría haber sido guapa de lavarse un poco, pero ¿quién era él para hablar? Cuando no olía a muerto (en su defensa, se bañaba tan a menudo que eso no era muy frecuente, ¡pero muchas veces sucedía! Intenta tú quitarte el olor a cadáver y dime cómo te va si no lo crees), tenía tierra bajo las uñas, o heridas abiertas, o huellas de mordiscos como las que ella le estaba haciendo.

En fin, que era un desastre. Y a eso había que añadir los tatuajes de sus antebrazos, sensuales para casi cualquiera pero absolutamente repulsivos para la gente de las capas sociales más altas, que lo veían como una pérdida de tiempo. Si él, en su momento, había aguantado tanto tiempo para hacérselos había sido porque el dolor de la aguja entintada lo había mantenido centrado: así había descubierto que hacerse daño ayudaba tanto como el trabajo duro a mantenerse con la cabeza fija en un punto.

¿Y por qué pensaba eso, precisamente, en ese momento? Porque Átropos no le hacía el daño suficiente, así que la obligó a que intensificara el mordisco, no los arañazos porque eso ella lo iba a lamentar, tan cierto como que él se apellidaba de Grailly. Disgustado, también, por el hecho de que ella se le hubiera puesto encima, se rebeló una vez más (que se fuera acostumbrando, no pensaba dejar nunca de hacerlo) y decidió renunciar a lo que más le gustaba, los mordiscos, con tal de someterla. Total, ya estaba excitado, ¿qué más daba?

Con la agilidad que lo caracterizaba y la velocidad de ese motor interno suyo que giraba y giraba y nunca del todo paraba, la golpeó lo suficiente para cegarla un momento, y eso fue lo que le permitió ponerla de rodillas con él detrás, clavándosele aún sin hacerlo del todo. A continuación, y esa velocidad que le permitió cogerla por sorpresa se debía más a su hiperactividad que a su entrenamiento como cazador, la ató a uno de los esqueletos clavados en la pared con una cadena de plata, de forma que quedó maniatada y dolorida. Entonces, solamente entonces después de tanto rato sin hacerlo (un logro siendo él), Gaspard de Grailly sonrió, satisfecho y ufano por lo que había conseguido.

– Más te vale hacer excepciones, yo no obedezco. Ni a ti, ni a tu “hermano”, ni a ninguno de los muertos que hay por aquí. – en boca de otro podría haber sonado mucho peor, más dictatorial, pero él se limitó a aclarar una realidad que debería haber sido evidente a aquellas alturas, pero, en fin, los vampiros eran más testarudos cuanto más viejos eran, y ella joven, lo que se dice joven, no es que lo pareciera. – No me acostumbro ni me acostumbraré. Si tú ya me das asco, imagina eso. – afirmó, y una vez más lo hizo con total y rotunda sinceridad.

Ella podría navegar en su cabeza lo que quisiera, que la realidad sería precisamente esa que Gaspard le había espetado con cierto tono de superioridad, fruto de su orgullo, pero sin egocentrismo alguno. Ella sólo lo atraía en tanto que era una vampiresa: punto. Su erección era evidente, sobre todo cuando la tenía clavada contra ella (aún no en lo más profundo, pero en ello estaba: ya se había bajado los pantalones y calzones incluso; de hecho, se encontraba en proceso de rasgar las vestiduras de ella, no precisamente las de su cordura), pero no era por Átropos como tal, sino por ser vampira. Punto.

Con esa misma dureza se la clavó de una vez, desde detrás pero no por detrás, ¡qué pillino habría sido de engañarla de tal manera! Pero no, Gaspard tenía las cosas más o menos claras en ese momento, y prefirió ir a lo de siempre y cogerla de la nuca precisamente para hundir los dedos en el homúnculo, de forma tan dolorosa para ella como satisfactoria para él. Los mordiscos de antes lo habían excitado, pero ahora iba a ser ella la que conseguiría mantenerlo mientras la siguiera desgarrando con sus movimientos, tan rápidos como su mente. Y lo mejor de todo era que estaba quietecita... ¡si ya tan sólo se callara, sería perfecto!
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Mensaje por Átropos Vie Mayo 26, 2017 1:47 am


"Her poisoned touch,
A kiss of blood and death,
Her pale white skin,
A frozen scream,
That wakes my wrath again."

—Theatres des Vampires.



Átropos, ¿en qué diablos se había convertido? Más exactamente, ¿qué estaba haciendo o iniciando? Tanto tiempo ahí encerrada, entre cadáveres y ratas, la habían descolocado, más allá de lo que pudo haberlo hecho su hermano mellizo. No, él en realidad sólo jugaba a fastidiarla y a querer arrebatarle su cuerpo, ¡ese mismo cuerpo que ahora le ofrecía a un humano! Aunque nunca antes se había atrevido a ello, o más bien, desearlo. Sólo se limitaba a alimentarse como cualquier vampiro, porque necesitaba la sangre. A veces se le pasaba, cuando estaba muy aislada en su mundo de miseria y muerte. De no ser aquel sujeto lo que había demostrado, quizás ella no se habría molestado en tentarlo hasta llegar a tal punto. ¡La enloquecía! No era de ese tipo de locura en la que se pretendía hacer cosas como asesinar, torturar, ¡robar cadáveres! No. Esa la reservaba para otras ocasiones; ésta locura era esa misma que despertaba los más bajos instintos de cualquier criatura, los deseos que hacían colapsar los sentidos lentamente y que llevaban a un único objetivo: consumar un acto netamente carnal.

¡Y sólo habían coincidido una vez! ¿Le debían agradecer a los muertos o...? Bueno, tal vez no habría que agradecerle nada a nadie; fue algo que simplemente se dio. Aunque era curioso, y más tratándose de Átropos (también de él, porque su meta era otra, eso se veía a leguas). Asimismo había que estar consciente de que ella no estaba bien de la cabeza, ¿y cómo? Era una maldita sádica, conviviendo siempre con cadáveres, diciendo que las catacumbas eran su reino, teniendo a una cosa deforme en su nuca... en fin. Lo que realmente extrañaba era verla deseando tanto algo como... lo que estaban a punto de hacer. Ni siquiera su mellizo se esperaba semejante actuación por parte de su hermana. Ay, pobre. La soledad la tenía en ese estado. No, bueno, la verdad era que jamás había encontrado a un mortal como ese, con una sangre tan increíblemente exquisita, casi como una droga. Una droga que llevaba directamente a la lujuria. ¿Placer y dolor? Era condenadamente atractivo a su modo, y aún más cuando se deleitaba con su sangre recorriéndole la garganta.

Sin embargo, y ya sabiendo que él no era hombre de permanecer quieto, y aunque se notaba que realmente disfrutaba de los colmillos de Átropos hundiéndose en su piel, decidió cambiar la partida de nuevo, a su total conveniencia, retomando su ¿qué? ¿Hombría, autoridad, poder o qué rayos? Lo que sea que quería demostrar con sus actos. Quizá se tratara de simple orgullo nada más. Y eso sí que disgustó mucho a Átropos, la hizo incluso gruñir de rabia, a pesar de que se quedó consternada ante el golpe. ¡Maldito sea! Pero eso no fue suficiente para bajarle las ganas, sino que las aumentó. Ya iba a ver, eso no se quedaría así... No tratándose de ella.


–¡Ya detente! Es humillante, mira lo que ha hecho de ti. ¿En verdad disfrutas eso? ¿En serio? Oh, hermana, no pensé que fueras tan masoquista.


¡Y lo seguiría siendo en ese momento! No se molestó en replicarle a su hermano de ningún modo, estaba tan aturdida, que apenas notó cuando el sujeto se ubicaba a sus espaldas, hundiéndose ligeramente en su carne (y que maravilloso resultaba tenerlo de ese modo). Ah sí, también terminó encadenándola. ¡Encadenada como una esclava, siendo reina! Además de la plata (¿qué manía tenía con la plata?) que le quemaba... Aunque, tenía que aceptarlo de buena manera, aquello le seguía causando dolor, y eso era un extra al aumento desenfrenado de su libido; la forma en que se retorcía lo confirmaba, mientras tiraba de las benditas cadenas. Odiaba tener que permanecer quieta. ¡Vamos que también quería su papel y no era el de la sumisa! ¿O sí?

Tampoco tuvo tiempo para pensarlo detenidamente, cuando sintió la punzada en su nuca, acompañada de algo que llevaba rato esperando. El quejido que dejó escapar era una respuesta placentera y de inminente dolor. Incluso tiró más de las cadenas, ¡craso error! ¿O no? Porque esa reacción involuntaria no hizo, sino, que aumentar más todos los estímulos increíblemente embriagadores que recorrían su cuerpo. Y ya ni podía mantener la boca cerrada.


–¡Maldita! Me está lastimando y tú te retuerces y gimes como una fulana de cualquier burdel barato...


—¡Así es! —respondió, aunque su voz sonó más a un gruñido que a una frase gesticulada adecuadamente—. Tanto asco como para seguirme el jueguito, ¿no, Gaspard?

Saboreó su nombre, soltando una ligera risita, misma que se perdió en un gemido. ¡Claro! Ella tampoco era tan imbécil, sabía obrar a su modo. De seguro aquello lo enojaría y tendría una grandísima ventaja de todo ello, pero, de momento, lo mejor era desconcentrarlo con los movimientos que se acompasaban con los suyos, mientras su espalda se rozaba con el torso de él. ¡Por un demonio! La posición le resultaba bastante incómoda para su apetito, pero no paró. Que fortuna era tener esa fortaleza tan adecuada de los vampiros; lo que podía ser terrible para los humanos, para ella era como una firme caricia.

—¿Eso es todo lo que tienes? —dijo, con la voz áspera. No, no estaba conforme, quería probar los límites de ese mortal—. Es una lástima...


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Mother Murder {Privado} {+18} Empty Re: Mother Murder {Privado} {+18}

Mensaje por Invitado Vie Mayo 26, 2017 3:57 am

Algunas veces preferiría ser necrofílico. ¡No, de verdad, por mucho que se quejara de que lo hubieran llamado así muchas veces, a veces lo pensaba! Los muertos, al menos, estaban calladitos y no sentían esa necesidad de hablar en cada maldito momento que los otros seres con los que se veía obligado a interactuar parecían poseer. Suficiente tenía con sus pensamientos demasiado rápidos e intensos como para preocuparse de escuchar habladurías y voces ajenas, pero ¡no, claro, él tenía que sentirse atraído por vampiros, precisamente...!

Sí, de entre todos los seres sobrenaturales habidos y por haber en la redonda Tierra, a él tenían que atraerlo los que más rajaban de todos, ¡con diferencia! Muchos de ellos tenían el síndrome de los viejos de su pequeño pueblo: estaban ya demasiado mayores y necesitaban compartir sus viejas batallitas y las glorias pasadas, lo cual lo frustraba sobremanera. Por eso, a veces, era consciente de que los muertos serían mucho mejor compañía sensual que los no muertos; la lástima era que le daban demasiado asco para llegar a hacer nada... Y que su gusto por la humedad también se podía aplicar a lo carnal, claro, no solamente a bañarse en lagos, ríos y demás masas de agua.

Lo cual lo tranquilizaba, porque ella, otra cosa no, pero húmeda estaba un rato: él lo comprobaba en cada uno de sus movimientos. Cualquier otro se hubiera preguntado a esas alturas si se estaba volviendo loco, y no era para menos: se encontraba desnudo, en las Catacumbas de París, herido por varios mordiscos y tomando a una vampiresa a la que había atado, atacado y herido desde que la había visto aparecer la primera vez. Pero ¿cómo demonios iba a pensar él, precisamente él, que estaba loco cuando la vampiresa era quien había perdido todos los tornillos que le quedaban? ¡Ella sí que estaba demente, no como él...!

Tampoco es como si Gaspard fuera un ejemplo de cordura máxima, pero en comparación, vamos, estaba sanísimo cual manzana en lo mental; ya se sabe que en el país del ciego, el tuerto es el rey, y en ese caso concreto, Gaspard conservaba la vista de los dos ojos mientras que ella estaba como un maldito topo. Como mínimo, sometida estaba, de eso se estaba encargando él, quien normalmente prefería que lo sometieran a mordiscos, pero estaba haciendo una excepción precisamente porque se trataba de ella: los aires de Átropos, un soplo fresco en el ambiente cargado de las Catacumbas, lo habían molestado, y así era como decidía que se lo pagara.

Así pues, hizo caso omiso de las palabras de ella, como, por otro lado, cabía esperar en él: su personalidad podía ser un caos por el maldito desorden que había en su cabeza, de demasiadas cosas sucediendo al mismo tiempo, pero si una cosa estaba clara era su anarquía existencial hacia todo y hacia todos. Sin embargo, se encontraba dispuesto a claudicar si ello le beneficiaba, y como ir más fuerte al taladrarla sería sumamente placentero, pues mira, lo hizo. ¡Y bien a gusto, oiga, que no se diga que Gaspard no era flexible...! Incluso físicamente, por la manera en que se doblaba hacia delante para ver si le hacía un nuevo agujero, esta vez en el interior de su cuerpo con cada nueva embestida, pero nada; las vampiresas siempre eran así, poniendo la miel en los labios para nada...

Sonriendo, permaneció mudo, algo que tampoco debía sorprender a nadie, mucho menos al gentil lector, pues las palabras no eran santo de su devoción (ningún santo lo era, pero eso es otra historia), y sólo abría la boca para comentar algo cuando no le quedaba más remedio y su mente lo obligaba a que así fuera. Aparte de eso, a él le habían enseñado desde muy pequeñito que a palabras necias, oídos sordos, y ¿había algo más necio que ella con un caso agudo de diarrea verbal...? No. Definitivamente no. Eso lo molestaba aún más que el hecho de que ella supiera su nombre, aunque no se lo hubiera dicho.

No, en serio, ¿se creía que lo molestaría utilizando la maldita telepatía vampírica cuando él ya se imaginaba que la poseería? No sabía qué clase de azar decidía los dones de los vampiros, pero ése en concreto estaba tan visto que ya asumía que todos la tendrían; además, no era de extrañar que hubiera captado su nombre cuando se refería a sí mismo con él, ¡lógicamente! Lo de usar apodos lo dejaba para los locos, y ¿a quién le recordaba eso, con la presunción extra de denominarse como un mito griego...? ¡Bingo, a la vampira a la que se la estaba clavando sin parar!

Excepto porque paró. En seco, además, y llegó a separarse simplemente para recuperar una daga y clavársela en la mejilla, aprovechándose de que tenía la boca abierta para atravesar, entre las mandíbulas, de lado a lado y que así se callara. Eso no se lo esperaba, ¿eh! En parte por eso le daba igual que le leyeran la mente: era tan impredecible, hasta para él mismo, que no era una auténtica ventaja contra él, así que se reía en la cara de quien lo intentara. Y también se rió en la cara de la vampiresa con la daga entre los dientes de arriba y los de abajo, atravesándole la boca de lado a lado, enmudecida y, ¡joder!, muchísimo más atrayente.

Ah, silencio... Eso le gustaba mucho más. Endurecido de nuevo (sí había llegado a ablandarse un tanto, pero tampoco en exceso; el puro morbo de la situación compensaba casi todo, hasta la falta de mordiscos), agarró otro cuchillo más (de los que había lanzado, ¡Gaspard no se los sacaba de la manga! Para eso prefería su hoja oculta, esa sí se la sacaba de la muñequera de su manga, cuando la portaba, y no era el caso. Una lástima) y se lo clavó en la espalda, justo bajo el cuello. Pero no fue profundo, eso sólo lo eran sus embestidas, y al mismo ritmo que las continuaba, fue arañándole la espalda con el filo del arma (de plata. Se había arruinado consiguiendo todas esas dagas), para hacerle aún más daño y causarles a ambos aún más placer. Ni los muertos le arruinarían eso.
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Mensaje por Átropos Sáb Mayo 27, 2017 2:52 am


"La muerte echó los dados
y la profundidad de los cielos exulta
por la noche que sobre mí se desploma."

—Georges Bataille.



¡Ella era la reina! La reina a la que ahora tenían atada con cadenas y dominada, algo que le gustaba, le complacía, ¿a quién engañaba? Sus gemidos, e incluso los movimientos de su cuerpo, hablaban por sí mismos. No había que ahondar mucho para poder darse cuenta de que era así. Es más, aquello ni siquiera ocurrió por un simple accidente del destino, para nada, Átropos misma se lo buscó. ¡Bien! Él también se encargó de tentarla, y aunque se jactara de negárselo en algún punto, quería lo mismo, ¿sino para qué iba a estar ahí embistiéndola como si no hubiera mañana? Causándole tanto dolor como placer era posible. ¡Había salido insaciable el humano! Y a ella tampoco le disgustaba, mientras más voraz fuera su apetito carnal, mejor, muchísimo mejor. Sí, hasta en ese aspecto la mujer resultaba bastante sádica. ¡Estaban dándose placer de una manera nada convencional! Cualquiera que fuera testigo de la escena, de inmediato iba a marcharse con dolor de estómago, o en otro caso, con el ceño fruncido y una amarga sensación en el pecho. Qué suerte que los muertos son eso... sólo muertos.

Sin embargo, hubo un punto en el que quiso más. No le fue suficiente todo el ajetreo anterior; aparte de que las malditas cadenas la tenían harta, quería zafarse de ellas, y lo conseguiría, que nadie se extrañe si así lo hacía. Esa manera de retorcerse no era por puro placer nada más, aunque sí era más por eso, evidentemente. Aun así, Átropos, aunque sintiera a ratos que se le nublaba el pensamiento (cosa que odiaba su hermano), estaba pensando en su última jugada, sólo que la había estado retrasando, ¡por culpa de ese bastardo! (Y qué señor bastardo por favor). Juró que sus acciones no iban a quedarse impugnes... Bueno, en realidad no era mucho problema. El problema era cuando el muy imprudente quiso sacarla de su autoridad, dominándola de la forma en que lo estaba haciendo. Y sí, se lo permitió por lo que recibía a cambio. Sólo por eso; en otra ocasión, ya se habría desquiciado y perdido las pocas tuercas que le quedaban.

Cubrió con gemidos el sonido de algo quebrándose en la pared. Oh sí, lo estaba consiguiendo, pero él no debía darse cuenta, no hasta que ella completara su venganza. Y pudo haber seguido con su plan, sin embargo, ¡ese mal nacido hizo algo que la sacó de sus cabales! Átropos no pudo tolerarlo más, incluso sus movimientos fueron disminuyendo. Se quejó del cuchillo que atravesaba sus mejillas; gruñó como una bestia enferma de ira. ¡La había silenciado! Eso no se lo iba a perdonar. Lo otro sí. Que le cortara la piel... bueno, eso sí que le gustó. ¡Pero concentración! Tenía que seguir con su plan.

Y siguió, motivada por la rabia, tiró tan fuerte de las cadenas, que éstas se zafaron de la pared. ¡Bendita sea la ira! El cráneo del esqueleto terminó rodando por ahí, y en el mismo momento en que aquello cayó, ella se encargó de obligar al fulano a que abandonara su cuerpo y esas magníficas embestidas... Sí, ya se había hartado de esa estúpida posición. Lo empujó con su espalda, tirándolo en el suelo. Como pudo, se sacó el cuchillo de su rostro, (eso le dolió como mil demonios), y con ese arrebato con que se liberó, se le fue encima al señor bastardo (¿es un lindo apodo, no?), enterrando el puñal justo en el medio de la palma de su mano, aferrándolo al suelo. Y aprovechó su consternación temporal para hacerle lo mismo a su otra mano. Se veía tan perfecto, ahí, crucificado... en el suelo.

—Lamento decirte una cosa, a mí nadie va a callarme, querido. Si lo vas a hacer, esfuérzate más —acarició su mejilla, hundiéndole la uña del dedo índice hasta hacerlo sangrar. Luego se encargó de lamer la herida—. Al menos conseguiste que el parásito se callara... eso tendrá su recompensa.

Habló para fastidiarlo. No se iba a callar y menos porque un humano lo quisiera. Le podía permitir que la colmara de placer de la manera que quisiera, pero no eso; a la reina nadie la calla. En fin, lo bueno de tenerlo de en esa posición era que podía beber de su sangre como le complacía, y bien que a él eso no le molestaría, a Átropos se le cruzaron unas ideas muy interesantes. Y antes de terminarlas de meditar, ya estaba en lo suyo. Primero deslizó la lengua por su mejilla hasta llegar a su cuello y ahí le hundió los colmillos sin cero sutilezas, ¡no! Fue bastante brusca, permitiendo que la sangre emanara a borbotones. Se distrajo bebiendo de él, mientras le arañaba las costillas. Cambió de lugar e hizo lo mismo. Lo cierto es que le dejó varias mordidas muy notorias en el torso. Pero aún faltaba una... Sólo que esa la reservó para el final, porque sentir que su propia sangre se deslizaba por sus mejillas, le dio una idea aún mejor.

—Ay, pobre. Te ves cansado, necesitas energía —obvio que no se veía así. Eran sus propias mordidas, pero ella... siempre tan detallista cuando no debía—. Veamos.

Aprovechando que él se encontraba prácticamente atado, la muy hija de... de Luisa de Lorena, decidió besarlo. ¡Y no piensen mal! Lo hizo para obligarlo a probar su sangre y luego morderle la lengua, en un acto, ¿romántico? Sí, claro, sobre todo cuando al cabo de unos minutos estaba muy concentrada en su erección. ¿No iba a dejar que se desperdiciara todo el esfuerzo, verdad? Bien, ahí, luego de jugar un poco, dejó su siguiente marca.


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Mensaje por Invitado Sáb Mayo 27, 2017 7:04 am

Por supuesto que sintió placer, habría tenido que ser frígido para no hacerlo (y no, eso tampoco lo era, a las pruebas se remitía), pero estaba demasiado molesto, y ni una vampiresa ni un enjambre podrían variar lo más mínimo a Gaspard cuando se encontraba en ese tipo de estado mental: pura rabia. Porque no contenta con todo lo que había hecho ya, lo había acuchillado en las manos y se las había atravesado, ¡como si fuera el maldito Jesucristo! Él, ateo que se reía en la cara de la muerte, no lo iba a tolerar, pero, por un momento, lo hizo.

¡Pura necesidad, eh! Que nadie se lleve a engaño, Gaspard no iba a cambiar de forma significativa solamente porque ella se empeñaba y cambiaba de postura: Gaspard iba a hacer lo que siempre hacía, aprovecharse de la situación según venía, y si para ello debía hacer sacrificios, pues los hacía. ¿En qué se tradujo esa intención suya? Pues muy sencillo: se rasgó todavía más las manos, ignorando el dolor, al desclavarlas y apartarlas de los cuchillos y aceptó el beso y la sangre, únicamente por el hecho de que sabía que lo iba a curar.

Con su propia lengua sorbió y succionó de ella, notando cómo se regeneraban sus tejidos de forma lenta, pero que le garantizaba que mantendría la movilidad de sus dos manos; no paró hasta que no supo que los agujeros de los cuchillos se habían cerrado, y entonces se separó, pero sólo la cara. Inexpresivo por primera vez, aunque las arrugas alrededor de su boca hablaran de lo fácil que era hacerlo sonreír (burlonamente, por supuesto; para hacer reír a Gaspard de forma inocente y límpida hacía falta demasiado esfuerzo, y desde luego no era algo que ella estuviera a la altura de conseguir), la miró y continuó siendo... a saber cómo podía llamar a eso.

¡Lo mejor de todo era que ella ni se daba cuenta de que él no estaba ya del todo allí! Gaspard supo, lo captó por el cambio en la expresión de ella, que su hermano había vuelto, y estaba ocupada con eso, así que él, satisfecho por ese giro de los acontecimientos, volvió a recuperar el placer y se empeñó en terminar lo más rápido que pudiera, para lo cual se valió de la sensación de los mordiscos. Si tan sólo eso supusiera algo mínimamente bueno dadas las circunstancias... pero no, ni por esas, le costó un poco, y cuando finalmente concluyó, fue el peor orgasmo de toda su historia. ¡Qué decepcionante!

En fin, no se podía tener todo, ¿no? Rápido, aprovechándose de que ella seguía ardiendo y sin terminar (¡en eso él había tenido ventaja!), se incorporó y se metió los dedos en la boca para obligarse a vomitar ante ella toda la sangre que había consumido. Había comprobado con anterioridad el efecto que tenía en los adictos, y si bien parte la había interiorizado para curar sus heridas, la mayor parte yacía ahí, mezclada con la bilis, la saliva y la suciedad del suelo de la catacumba donde había pasado algo que para otro sería raro, pero para Gaspard en absoluto.

Alguna ventaja tenía que tener vivir entre muertos y dedicarse, como estilo de vida incluso, a arrancarlos de sus tumbas, ¿no? Su nivel de sorpresa estaba tan elevado que ni siquiera la loca de Átropos supondría un cambio particularmente intenso en su vida, y más cuando se había quitado la mayor parte de su sangre del estómago tras beneficiarse de sus efectos. ¡Ay, ojalá la hubiera ofendido con eso! Haciendo oídos sordos a las quejas de la loca, como si no estuviera (y no le sorprendía lo fácil que era fingir que así era, muchos años llevaba puliendo esa habilidad para empezar a fallar ahora...), recogió sus cosas y cargó de nuevo al cadáver, al que manchó de su propia sangre, ya que ésta también lo estaba empapando a él.

Ella se quejaba, a él le daba igual; ella lo atacaba, él permanecía sólido como el lecho de roca en el que se encontraba, ladeando la cabeza progresivamente mientras la miraba y, ¡ahora sí, sonreía. Ese era el Gaspard que ella empezaba a conocer, el hombre que había conseguido lo que quería y se iba a llevar a su súbdito sin decir una palabra. Podía atacarlo cuanto quisiera, pero lo cierto era que no iba a conseguir nada más que retrasarlo, y hasta Átropos era consciente de la firmeza de la decisión del aquitano porque todo en él daba precisamente esa idea, desde su gesto hasta su cuerpo.

– No. – habló, y no dijo más, pero tampoco es que hiciera falta: su negativa era evidente a todos los niveles, y era imposible, hasta para esa loca, no darse cuenta de que a lo que se estaba negando no era a la perversión, sino a que jugara con él. Gaspard no era súbdito de nadie, y mucho menos de una vampiresa; le producía placer que lo mordieran, y por eso caminaba en la cuerda floja entre dominar y ser dominado, pero no iba a cruzar la línea, y si alguien lo hacía por él, lo dejaría en la estacada. ¡Fácil, sencillo y para toda la familia! ¡Hasta una estúpida del calibre de Átropos podría entenderlo!

– No, no y no. Estoy cansado, pero de ti. No te calles si no te da la gana, pero a mí no me mandas, ni tú ni nadie. – espetó, con ese tono burlón, ligero, jovial incluso, que contrastaba tantísimo con el cuerpo que se había estado conteniendo hasta aquel momento, pero que se encontraba en el punto justo de ser capaz de darle una paliza de la que hasta a ella le costaría recuperarse. Verdaderamente estaba enfadado, pero en lugar de hacer lo lógico y previsible, que era atacarla, decidió salir por donde había venido. Que lo siguiera si le apetecía, pero algo de los efectos de la sangre de Átropos aún le quedaba dentro, y allá ella si quería que la hirieran tanto como él, con su cadáver, pensaba hacerlo.
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Mensaje por Átropos Dom Mayo 28, 2017 12:23 am


"[...]luego, a tu lóbrega tumba caminarás;
ve, y con demonios y espíritus delira,
hasta que de horror estremecidos, huyan
de un espectro más abominable que ellos."

—Lord Byron.



Una parte de sí misma estaba completamente satisfecha por los resultados conseguidos, pero otra estaba disgustada por no ser complacida hasta el final. ¡Y qué importaba! Había logrado sacar algo de él que quería: hacerlo rabiar. Si era un hombre demasiado hiperactivo e impredecible, ella lo era aún más, ¿qué se creía? Pudo haberla dominado por fracciones de minutos, sin embargo, no se trataba de algo muy duradero, no en el caso de Átropos. La muy desgraciada solía tener su ego bien en alto, y aunque se comportara a veces como una iracunda del demonio, sólo disfrutar de la amargura ajena. ¡Culpen al homúnculo de su hermano! Tantos años conviviendo con esa cosa, que ya se le habían pegado algunas mañas.

Aun así, y aunque su ego le ganara en casi todas las veces, tenía que reconocer que ese humano había conseguido sacarla de su apatía, y tratándose de ella, era muy complicado; demasiado difícil. Ni su mellizo era capaz de lograr semejante proeza, por ello se encontraba tan enojado con ese mortal; aunque, si ese sujeto lograba mantener a su hermana sometida por intervalos de tiempo considerables, podría ser una enorme ventaja, todo para humillarla después. Quizás si le agradaba un poco, a decir verdad. Pero en ese momento estaba tan molesto, que decidió ocultarse en lo más profundo de la mente de la vampira, como el parásito condenado que era. ¿Y ella? Bueno, ella no podía estar más contenta. Incluso su carácter había cambiado por completo. Tal vez era por tener en su interior esa sangre que tanta euforia le causó, o, simplemente, por verlo sometido, mientras se encargaba de hacerlo llegar de una manera nefasta. ¡Ay! Cómo disfrutó de eso... Que maldita que era.

Y no, ni siquiera se molestó cuando intentó expulsar la sangre de ella de su interior, la escena fue muy graciosa. Le observó con una sonrisa burlona, como si no le importara absolutamente nada. Supuso que él haría alguna cosa al verse crucificado, y fue precisamente por eso que le permitió probar un poco de sí misma. Esos efectos no le pasarían tan rápido, tendría una pequeña porción de su esencia en su interior y con eso era más que suficiente. Átropos se puso de pie con... un momento, ¡sí! Se veía algo ¿sensual? Sus movimientos estudiados así lo confirmaban, después de todo era una vampira orgullosa. Y obvio, nada que ver con la loca que se había aparecido en un principio. Su humor se puso bastante bueno luego de semejante faena. Hasta se echó a reír cuando lo escuchó hablar, mordiéndose el labio inferior.

—Ay, ¿te enojaste? Uh, como lo siento, jamás fue mi intención —respondió con evidente sarcasmo—. ¡Shhh! Nunca digas que de esa agua no beberás, porque ya luego te tendrás que tragar ese orgullo con otras cosas. —Retrocedió un par de pasos, luego de lanzarle un beso al aire—. Aprecia al menos mi regalo. Hoy te dejaré llevarte a ese, luego... quién sabe. Soy tan voluble que hasta él se molesta, y mira que su objetivo es hacerme enojar y tú se lo arruinaste, de Grailly.

-Zorra...

—No tuya —susurró—. Que te vaya bien, de Grailly. Intenta no pensar en esta loca cuando estés con otro vampiro, aunque no creo que se te olvide tan fácilmente la escena. De nada...

Rió a carcajadas, mientras se internaba en la oscuridad absoluta de las catacumbas. Después de todo, y aunque al señor bastardo no le pareciera de ese modo, ella había ganado la partida, quizás no la guerra, pero eso estaba por verse. Ambos, si es que coincidían otra vez, intentarían dominarse mutuamente. El resultado aún resulta impredecible tratándose de criaturas tan orgullosas y obstinadas.


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