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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por István Szèkely Vie Mar 18, 2016 9:46 am

El día era nublado en una de las ciudades más importantes de Rusia y pese a ello, curtido en mil inviernos transilvanos y otros cuantos autóctonos como que estaba en mi propia salsa. Había cogido uno de los caballos, un frisón negro llamado Brom al que le tenía más cariño que a cualquier otro, y ya que estaba, a Skadi, mi halcón cetrero. Llevaba el nombre de la diosa germana de la caza, así que le venía como anillo al dedo. Una mañana de domingo era la perfecta para salir de caza, pero sin corte, sin gente ni pelotas solapados con segundas intenciones molestos. Iba yo solo con mis animales y se agradecía ese tiempo a solas para poder pensar en mis cosas sin tener el típico zumbido femenino en cada oído al que jamás creía que me acostumbraría.

Pasaron las horas tan rápidamente como la mañana, entrado el medio día, justo una hora antes de que sonara la campana que indicaba que la comida estaba lista y yo ya entraba por la puerta de la entrada, cruzando el recibidor después de haber puesto los animales bajo resguardo, usando mis sentidos desarrollados para asegurarme de que todo seguía de la misma forma que cuando me había ido. Se olía la comida, algún producto de limpieza y las fragancias femeninas conocidas. El resto de olores pertenecían al servicio, los tenía memorizados, pero me negaba también a identificarlos, más por pereza y por dignidad que otra cosa. - ¡Ragna!.- Vociferé nombrando a una de mis venganzas a la par que me quitaba los guantes de cuero y los dejaba caer sobre la mesa de la habitación que separaba sala de estar de comedor, justo en frente de las escaleras que llevaban al piso superior donde se encontraban las habitaciones.

Mis facciones dejaron de ser las que eran para tornarse duras, serias, casi frías, no quería que nadie viese ni un ápice de debilidad por mi parte. Antes de tenerla a la vista ya me había dado el capricho de empezar la conversación, así iba afinando el oído la mujer ya que estaba. - ¿Están listos todos los preparativos para irnos a París mañana tal y como os ordené?. Me disgustaría mucho que el origen de un retraso fuera una negligencia por vuestra parte... Repito, mucho.- Esta vez me giré sobre mi mismo, buscando el contacto visual con ella. Había aprendido con los años a separar emociones de pensamientos, y aunque recordaba a aquella chica morena de ojos azules de la infancia, momentos que para qué negarlo fueron muy felices en mi vida, no iba a dejar que interfirieran en mis decisiones y deseos personales.


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Mensaje por Ragna Dárkova Vie Mar 18, 2016 11:38 am

Aquel día nublado era otro día parecido o igual a los anteriores. El paisaje hibernal, llenaba todo hasta donde su vista entreveía y el frío no únicamente era palpable en el exterior, sino también en los interiores. Las habitaciones de aquel palacio ruso que era propiedad del conde al cúal ahora se encontraba atada y obligada a servirle, estaban equipadas con lo último en calefacción, ciertamente solo contenían una chimenea pequeña, no obstante, aquello parecía y debía de ser suficiente para la servidumbre y las habitaciones de los invitados. La habitación de los señores estaba más equipada y con sirvientes trayendo leña cada pocas horas para caldear sus alcobas no se había extrañado la fuerza de los gritos de aquella mañana del mismo conde y como ella lo llamaba; captor había hecho para ordenar que se levantasen y preparasen todo para la inminente partida al día siguiente para París. Inocentemente había pensado que con la obtención del título de conde, Istvan se habría relajado y pudiese así mejorar el trato que las dispensaba. Más como era casi una maldición para ella, volvía a herrar y arrastrando desde la noche el intenso frío de esas tierras, perezosamente terminó de levantarse y enfrentar así a sus nuevas y pesadas tareas.

En silenció la joven acudió sintiendo envidia del aguante al frío que presentaba el duque y asintiendo, tragándose el orgullo que aún pesaba sobre su helado cuerpo tan pronto las dejó solas, una como la otra empezaron a hacer lo que les mandó. A Ragna esta vez le tocó lo más pesado y haciendo primero lo más fácil, alistar toda la ropa del señor en sus baúles y recogiendo lo de valor que le había ordenado limpiar y llevarlo también a sus baúles, se pasó toda la mañana con aquella tarea. Normalmente habría sido más rápida pero el frío que sentía y que entumecía su cuerpo la hacía ir lenta. En uno de sus escuetos descansos en que se posó al lado del fuego encendido de la alcoba del señor, perdió la noción del tiempo y tras permanecer caldeándose por una larga media hora, los ruidos de los sirvientes de la casa avisando de la llegada del conde, la hicieron romper en improperios al ser consciente de su falta. Una última mirada al exterior bastó para que su cuerpo temblase al ver a Istvan acercarse a caballo hacia las cuadras y consciente de lo que era capaz de hacer, y de lo que tanto la había amenazado hacer de no cumplir sus órdenes, se apresuró alistando los baúles principales.

No sabía nada de la otra joven, sin embargo, no creía que ella hubiese metido la pata tanto como ella y con miedo de que el conde descubriese su falta, que no se debía más al frio que azotaba cruelmente su fino cuerpo, cuando la voz grave de él la llamó con la fuerza de un relámpago, se apresuró a ir, rechinando a través de sus dientes cuando a aquel grito como si de una bestia se tratase, se unieron sus siguientes palabras. ¿Pero quién se creía que era ella? Se preguntaba malhumorada porque mientras él se la pasaba en su alcoba caliente y a buen recaudo, a ellas dos les habían preparado las habitaciones más frías y desoladas de aquel de por sí, desolado lugar. Caminando hacia la providencia de aquellos gritos y de su fría e hiriente voz que le recordaba a las ultimas discusiones y amenazas de matar a su hermana con únicamente una palabra suya a la familia que la mantenía, procuró tener su respiración tranquila al llegar ante él y no dar muestras de nerviosismo, más que lo acostumbrado a mostrar cuando se encontraba sola con él. Él era una bestia, se recordó y las bestias olían las mentiras. Entrelazando sus manos en una correcta pose de sumisión, tan pronto se colocó de esa forma al bajar las escaleras más pronto se deshizo de aquello y encaró molesta aquella fría mirada tan distinta a la que una vez vio posarse sobre aquellas genuinas orbes que tanto había admirado.

Entonces habría sido mucho mejor que tardaseis un par de horas más en regresar si ese era vuestro deseo — dijo enfrentando aquellos ojos una vez bajó la última de las escaleras y se topó con la figura del licántropo mirándola. —Y quizás, de paso os habríais podido perder por esos bosques que tanto amaís, a ver si así esa lengua que poseéis como arma pudiera descansar de dar tantas ordenes, ¿No creéis?



"¿Quién puede bajar los ojos como una mujer? ¿Y quién sabe alzarlos como ella?"

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Mensaje por István Szèkely Vie Mar 18, 2016 12:37 pm

Me gustaba que todo estuviera bien, en orden, organizado, pulcro, quizá eso le daba a la casa un aire frío, pero  era lo mejor para mí, dadas las circunstancias. Quería tener mis emociones bajo control constantemente, y vivir en una casa que despertara sentimientos, nostalgias o sensaciones semejantes era un riesgo. Había aprendido la lección en Rumanía, y aunque si era necesario, sabía sacrificar gente inocente, de forma gratuita no me parecía lo más conveniente. Quería conservar aquel legado familiar lo mejor posible. Ilona estaba en París, el país franco no era nuestro hogar y allí no habría el riesgo de ser nosotros mismos con consecuencias y podría desenvolverme y desfogarme con mucha más naturalidad.

Ragna acudió a mi tras ser llamada, y aunque me mostrara impasible, sabía que algo no andaba bien con ella. Había pasado bastante tiempo desde que me adueñé de su vida y su libertad como para saber leer entre lineas sus facciones y su cinésica corporal. Era una chica de espíritu luchador, fuerte, maternal, protector, y me gustaba usar cada una de sus virtudes en su contra, pero por otra parte, tanto ella como Eliza se llevaban lo mejor de mí: protección contra el mundo exterior. A mi lado solo debían temerme a mi mismo, que el resto del mundo no las tocaría, pero la morena a veces olvidaba esos detalles y me respondía de forma condescendiente. Chulesca. Pedante. Junté las palmas de las manos frente a mi rostro, estirando ambos dedos índices y posándolos sobre mis labios. - No te he pedido tu opinión, Ragna. Te dí una orden esta mañana, y tu deber era cumplirla.- A medida que hablaba, la voz iba tornando de calmada a afilada. Desjunté las manos y me aproximé a ella, acercando mi cara a la suya lo que más. Lenta y suavemente, dirigí mi mano a su rostro, acunando su mejilla en ella. - Y sin embargo te presentas ante mí con nada más que mierda.- Mierda, una palabra muy malsonante pero ahora, mejor que nunca, estaba extremadamente bien empleada. Si nos veían desde lejos, parecía que estábamos en una conversación íntima, incluso podrían decir que había cierto toque romántico, pero la bruja debía estar sintiendo en cada poro de su piel mi peligrosidad depredadora. El olor de las hormonas de la ira: testosterona y adrenalina.

Me separé de ella lentamente, cesando el contacto con su rostro. No merecía mejor mirada que la de una piedra en medio de mi camino. - He sido demasiado gentil contigo. Voy a tener que limitar ciertos privilegios.- Comencé a decir, alzando la barbilla con cada palabra que salía de mis labios. - Le había dado la oportunidad a tu hermana pequeña de venir a despedirte mañana antes de nuestra partida, pero denegaré su permiso. En cuanto a su estancia en París, cancelada. Se quedará en Rusia, y solo podrás hablar con ella una vez al año. Durante el solsticio de verano.- Quería jugar contra mi en una especie de... ¿tira y afloja? No, ese era un juego de canes, y ella no era rival, no entraba dentro de la categoría de jugadora, no entraba, ni siquiera, en el banquillo. - Y toma...- Añadí quitándome la capa, quedando únicamente con la camisa blanca, los pantalones y las botas, extendiendo la prenda sobre sus hombros y arropándola. Al entrar en contacto con su piel la había notado gélida. - No querrás resfriarte ¿verdad?.-  Cuando una persona cae enferma, los trabajos se hacen el doble de pesados, y no le convenía seguir acumulando faltas.. por el bien de su hermana. - Estás por encima del ama de llaves, tanto Eliza como tú. Si consideráis que es necesario aumentar el carbón y la leña, se lo comunicáis sin problemas, ¿está claro? - Me coloqué de pie a su lado y ofrecí mi brazo para que fuera usado como soporte por ella y podríamos hacer tiempo paseando y conversando hasta que indicaran que la comida estaba lista.


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Mensaje por Ragna Dárkova Vie Mar 18, 2016 2:36 pm

Si hubiese tenido a su madre en ese momento a su lado el “te lo dije” habría salido escopeteado maliciosamente de su boca y esta vez, Ragna no se habría defendido de la acusación. La verdad era que en cierto punto ella mismo se lo había buscado. Conociendo lo que conocía de esos días de convivencia con el lobo, tendría que haber aprendido ya hacía días que la pedantería, chulería o el carácter, poco serviría contra él, sino que por el contrario, la única que saldría perjudicada era ella. Una sola palabra del licántropo y podrían encerrarla por vida en las mazmorras, otra palabra de él, y el cuerpo de su hermana yacería desangrado frente a sus ojos… y aun así, sabiendo lo que había, lo que podía pasar, ella; hija de un matrimonio que no fueron más que mierda para el pueblo en el que vivieron, se atrevía a sentirse molesta cuando su señor le daba una orden tras otra.

Una vez la joven se liberó de la molestia que carcomía su alma y a pesar de que tampoco terminó ni mucho menos de desahogarse con aquella pequeña habladuría afilada que como veneno expulsó su lengua, se contuvo al ver las facciones del conde oscurecerse y con él, su voz afilada el doble que la propia o más. —Estoy a punto de terminar las tareas… Por favor. —susurró con miedo tragándose el orgullo que anteriormente la habían hecho hablar. Sus ojos siguieron cada uno de sus movimientos y sintiendo el impulso de dar unos pasos atrás y así separarse de la figura masculina que se le acercaba, se obligó a quedarse estática. El corazón encogido en su pecho le dolió y paralizada en cuando el aliento de Istvan habló gélidamente contra su rostro, esta se sintió empequeñecer. Istvan era enorme, nunca fue un chico débil y ahora sumando aquella cercanía cortante, su cuerpo lo ocupaba todo, se comía su espacio vital de forma que únicamente podía fijar su atención en él. Había despertado al lobo feroz, olvidando que era también una bestia y ahora, de la peor de las formas, pagaba las consecuencias de sus actos. Más nerviosa cuando él acercó su mano a su mejilla, — ¿Por qué nos hacéis esto…Istvan? —Ragna lo miró a la cara y tragó saliva. ¿La abofetearía? Pensó con miedo, sin saber si sería capaz de dañarla de aquella manera. Él ya había matado delante suyo, y había sido el artífice de la muerte de un pueblo entero, ¿acaso, pensaba que él después de ello se detendría de abofetearla? Tensó la mandíbula y enmudecida contempló como de pronto él dejo de mirarla y en ese momento casi deseó que siguiera acosándola con sus ojos a todo lo que le dijo y ella escuchó, a continuación.

Habría preferido mil veces un castigo físico a su falta, que oír aquellas palabras. Su hermana, ya no la podría ver, no hasta dentro un año. ¿Cómo podría pasar ese tiempo sin ella? Ella era lo único que cargaba valioso para ella e incluso eso, se le estaba siendo arrebatado. ¿Qué más querría arrebatarle? Mirándole de perfil, sus labios temblaron y mordiéndose el labio inferior se contuvo de hablar o suplicar. No iba a darle el placer de verla a sus pies más de lo que ya lo estaba. Quizás luego podría intentarlo, sin embargo ahora sabía que no había nada que hacer, solo con suplicarle no iba a hacerle cambiar de opinión aunque su corazón se estuviese desgarrando al pensar en no verla más, hasta el próximo solsticio de verano. —Gracias… Y claro que no desearía resfriarme, señor. —susurró desconcertada ante aquel gesto que confundiéndola, la tomó por sorpresa. Se colocó mejor la capa sobre sus hombros y viendo el brazo masculino, aceptó su silenciosa invitación de pasear. Pasó un brazo por el ajeno y sirviéndose de apoyo, suspiró cuando sintió la calidez masculina y haciendo algo que hasta el momento no había hecho, inconscientemente se recostó contra él buscando de aquella calidez y temperatura anormalmente más alta de lo normal que poseían los licántropos, el vello de su cuerpo se erizó ante el contraste de temperaturas. La suya helada, y la de él, cálida.

Yo, únicamente no quise molestar, ni molestaros. Desconocía si podíamos mandar a traer más leña para nuestros fuegos, pensé que quizás no os importaría…—murmulló con un apagado tono de voz, mientras dejaba que él guiase sus pasos hacia el exterior nuevamente. Al salir de la mansión, el frio helado de Rusia acarició su cabello y sintiendo un escalofrío, miró de soslayo al licántropo buscando sus ojos. — ¿No tenéis frio? —Le preguntó —Podría ir a buscar mi capa y así devolveros la vuestra. No tenéis porque resfriaros. —dijo y en ese instante resonaron los relinchos de los caballos de las cuadras. Extrañada pero con los ojos brillantes, Ragna miró en dirección a las cuadras de donde salían dos mozos. Hacia años no montaba y según sus recuerdos solo una vez había montado y había sido de pequeña. Precisamente y curiosamente, bajo la mirada y luego con la ayuda de un tierno niño que se ofreció a llevarla, siendo aquel mismo niño el adulto que ahora la acompañaba del brazo. Habían sido otras circunstancias, en otros papeles, sí; pero había sido con él, con quien había montado aquella única vez y aún en su mente, se acordaba de aquel día como si hubiese sido ayer.—¿Podríamos...—pero y entonces quedó callada sin saber si preguntarle o no. Indecisa, con miedo, a que le dijera que no.



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Mensaje por István Szèkely Vie Mar 18, 2016 7:35 pm

Aunque jamás iba a reconocerlo, que Flavia y Ragna de vez en cuando pretendieran ser el gallo del corral y se atrevieran a desafiarme, me gustaba, pero había ocasiones buenas y punteras y otras en las que era lo último que debían hacer, como ahora, que la morena había pensado que era un buen momento cuando realmente, era todo lo contrario. Estaba nervioso con el viaje a París, y aunque ya tenía la estancia, la vivienda, el nuevo servicio y todo organizado, seguía tratándose de mudarse a un nuevo país, iniciar una nueva vida. Lo que más nervioso me ponía es que, además, vería a Ilona y a los miembros de lo que antaño fue mi antigua manada, y esas eran las preocupaciones que me rondaban la cabeza y habían provocado que fuera arisco con la mujer. Me sentía ligeramente culpable, pero no iba a mostrarlo. Ni loco. A la mínima debilidad que veían se aprovechaban las muy pécoras. Percibí con claridad su arrepentimiento, pero como no podía llegar a descifrar si era por el hecho de haberme ofendido o por el temor a mi represalia con respecto a su hermana no medité mucho al respecto. – Por su puesto. Sé que estás a punto de hacerlo, pero ambos sabemos que no es ese el motivo por el que he decidido tomar estas medidas. No te gusto, está claro, pero dejemos las cosas claras: Tu familia me arrebató todo lo que tenía y yo les devolví el favor. Eres un daño colateral, pero esos daños son inevitables. Tu padre mató doncellas del castillo por si acaso también eran hombres lobo, bestias, brujas… ¿Qué te crees que te habrían hecho a ti si pudieran percibir las auras y vieran la tuya? Conmigo puedes ser lo que quieras, pero claro, bajo unas normas estrictas. ¿Estoy pidiendo mucho?.- Ahora podía sentir alivio, mi temperamento se había ido calmando y el timbre de voz suavizando, pero en algún momento tendría que buscar un remedio para amortiguar mis instintos. ¿Beber un poco de acónito cada mañana? ¿Llevar cualquier cachivache encima con la suficiente plata para debilitarme, pero sin que llegue a matarme? También estaba la opción de seguir siendo lo que era y que le dieran al mundo. La gente me iba a seguir viendo como lo que era: Una bestia.
La gratitud por el gesto de arroparla me sonsacó un suspiro de resignación, ya que no había intentado hacerlo con intenciones caballerescas, pero podía decirse que en mi fuero interno eso había sido exactamente mi pretensión y no me gustaba nada. ¿Qué pensaría de mi Ilona? ¿Y si me había vuelto débil? ¿Una vergüenza como licántropo? Se supone que ella era mi cachorra, y ahora seguramente se reiría de mi si me viera. – ¿Hay algo que no tengáis y necesitéis para el viaje? Bajaremos hacia Bucharest, pasaremos por Budapest, Vienna, München, Colonia y finalmente París, pero no quiero entretenerme con compras innecesarias. No sois mi servicio, sois mis damas de la corte así que no quiero que parezcáis salidas de un burdel ni mujeres de baja alcurnia, aunque vuestra sangre no sea azul. - Si el gesto de arroparla había levantado buenos sentimientos, aquella frase prepotente debía haberlos apagado como una ventisca cualquier chispita en una hoguera. Tenía menos tacto que el papel de lija cuando quería, estaba claro. No obstante, ella se colgó de mi brazo destrozándome todos los esquemas. Abrí los ojos perceptiblemente y mis pupilas se dilataron, pero siempre con la mirada puesta al frente. ¿Por qué había hecho eso? ¿Qué pretendía? ¿Porqué…? No me desprendí de ella aunque quizá hacer eso debiera haber sido lo más inteligente. Mmmm, sería por el frío, y ese era el mejor motivo que se me ocurría, así que me agarré con fuerzas a él y seguí nuestro camino, el cual nos llevaba hacia el exterior. No hablábamos mucho, yo no era de palabras y discursos extensos, y ella tampoco mediaba palabra por si metía la pata. El silencio no era incómodo, y me daba tiempo para pensar en mis cosas hasta que me fijé en hacia donde nos dirigíamos. – Vosotras estáis para complacerme, y solo a mí. El servicio está para atender vuestras necesidades, así que de aquí en adelante no tengas reparos en pedirles lo que necesites. Pensé que había quedado claro que sois de mi propiedad, pero no tenéis sobre la espalda el peso de ser etiquetada como esclava. Esas son etiquetas dentro del mundo de los humanos y de los vampiros. Yo no soy ni una cosa ni la otra. - Para mí el mundo estaba dividido en dos, los que mandan y los que obedecen. Yo mandaba, ellas obedecían. Era simple, concreto, sin vacíos legales y sin lagunas.

Una vez ya en los establos le pedí al mozo de escuadra que fuera ensillando los caballos. - ¿De verdad te gusta montar a caballo? No hace ni media hora has deseado que me pierda por los bosques y ahora quieres cabalgarlos conmigo…- No había quien entendiera a las mujeres, y daba igual la raza que fuera. Eso me desesperaba y me daba dolor de cabeza.  De todas formas, eso solo me demostraba una vez más que había hecho bien en dejarla viva. Había traído conmigo un harén de dos mujeres útiles, funcionales y con cerebro. El mozo ensilló las monturas, mi frisón, por supuesto, y para ella un Gypsy Vanner, blanco y negro, de largas crines y muy bien acicalado. Era un tipo de caballo irlandés de tiro al cual les tenía un aprecio considerable por su evidente belleza. Si, un licántropo también sabe apreciar la belleza, que en luna llena nos convirtamos en homicidas sin escrúpulos no quita lo otro. Ayudé a Ragna a subirse en su montura y acto seguido me subí yo a la mía. – Y con respecto a tu pregunta de antes, no, no tengo frío. No desde que soy lo que soy. Incluso antes de convertirme era bastante resistente, supongo que heredé los genes de mi abuela además de su título. - Mis orbes azules inspeccionaron el cuerpo de ella sin ninguna clase de filtro. Montada a lo amazona sobre semejante corcel y con ese porte que ella se calzaba invitaba a mis instintos primarios a salir hacia fuera. Medio sonreí de forma socarrona, como quien se ríe de alguien que se acaba de caer enfrente de él y chasqueé la lengua, indicando así a Brom que iniciara el trote lento. – Antes dije que tu hermana pequeña se quedaba en Rusia como castigo, pero lo cierto es que no sé si es adecuado acercarla a Ilona. Y esa consideración por mi parte sí que depende de tu comportamiento de aquí en adelante. ¿Me he explicado con claridad?.- Vamos, era simple, que como cometiera un error atroz, no solo su hermana pequeña iba a sufrir, sino que lo haría a manos de la licántropo con peor carácter de Rumanía.



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Mensaje por Ragna Dárkova Sáb Mar 19, 2016 4:50 pm

Sus palabras fueron duras, pero tan ciertas, como que para vivir tanto él o ella, necesitaban el aire para respirar. Su padre, biológico, amado o no, de igual forma si el mundo hubiese sido del revés y la hubiese llegado a amar, nada habría cambiado de querer destruir a cualquiera que fuera diferentes a ellos y la hubiese descubierto. Su propia madre, la creía capaz de quemarla en una hoguera y reír mientras el fuego se comía lentamente su piel. Era bruja y excepto István y cualquier otro que pudiera leer las auras, nadie más conocía su condición. Por algo se había pasado toda su vida escondiendo sus sueños y sus visiones al mundo entero y a sus pocas amistades de la infancia. Todo había sido por miedo. Miedo a ser diferente y miedo, a terminar siendo asesinada por aquellos que no la comprendían y como ella temían a lo que se encontraba fuera de lo común; como su condición. No dijo nada en lo que él le habló de aquella forma, explicándole lo que ocurría allí y lo que ella sabía, aunque le tomó por sorpresa que él supiera de su naturaleza mágica. Hasta el momento nunca había dicho nada y ahora que lo había dicho, se sentía más desnuda que nunca pese a tener su cuerpo cubierto. Intentó disimular la sorpresa que le causó que él supiera de su condición y asintiendo al final ella también se preguntó si pedía mucho. Ragna odiaba las órdenes, nunca las había podido tolerar bien, pero en este caso, ¿no le estaba dando él más de lo que habría tenido en su vida? Viéndolo así, él le daba más a ella de lo que le pedía. Y él, únicamente les pedía obedecer, aún sin haberse ganado la confianza entera de ninguna de las dos, pedía que ciegamente y por la deuda de sangre, pues él las había salvado, le siguieran. ¿De verdad pedía, tanto?

No pedís tanto, mi señor.—coincidió con él cuando este le preguntó y bajando la mirada escapó de la mirada ajena, perdiéndose en sus pensamientos hasta que el detalle de la capa devolvió sus ojos en frente, a los de él sorprendida. Enseguida el perfume masculino y el calor de la prenda la hicieron sentir mejor y sonrío, sin importarle cuan desagradables fueran sus palabras de después. Ella jamás había sido de sangre real,  y a fin de cuentas, el que István decidiera llevársela, salvándola de una muerte segura en sus fauces y manos, le estaba asegurando tener un mejor futuro que el que seguramente habría tenido de haberse quedado en el pueblo. Esas palabras escocieron, si, la hirieron, pero no decían nada que no fuera verdad. Mirándolo unos instantes a los ojos, preguntándose en silencio cual habría sido el motivo de su comentario tan patán, simplemente la bruja sonrío y tomando su brazo se colgó de él, aprovechando la cercanía para entrar en calor y también, aunque jamás lo llegaría a admitir no frente a él, aquella niña que conoció siempre estuvo prendada de él. —Necesitaremos vestidos entonces, vestidos apropiados para la ocasión. Yo no pude traerme muchos y los que me traje, no creo que sirvan para lo que necesitáis de nosotras… así que al menos de mi parte, si debería ir algún día de compras en el trayecto, apenas con unas horas me bastará, estoy segura. —afirmó empezando a caminar a su lado y haciéndose el silencio tras aquellas palabras, dejó que sus pasos la llevasen a donde quisieran.

Ella en ese breve paseo no dejó de pensar en su hermana. Aprovechado que él se encontraba meditabundo, en su mente revivió una y otra vez la imagen de su hermana y su perfume de niña tan dulce al tomarla en brazos. Se formó una sonrisa en la comisura de sus labios y regresando a la realidad, escuchó las palabras masculinas, negando en su interior la veracidad de las mismas. A veces era cierto que pensaba era una bestia, pero luego, quien sabe si podía haber más en él dentro de lo que todos pensaban. — ¿Estáis seguro que no sois ni una de esas cosas? —musitó a la nada, refiriéndose claramente a si de verdad creía que ya no tenía un lado humano en él.  —Claro que me gustaría. Llevo años soñando en volver a montar a caballo. — añadió con ilusión al ver como se acercaban a las cuadras y sacaban aquellos elegantes y bellos caballos para ellos. El oscuro corcel que solía montar István, era uno de los más nobles y preciosos, oscuros como ninguno de la cuadra, más el Gypsy Vanner, era una preciosidad. Maravillada se acercó a él y lo llenó de caricias. Le acarició las crines y sonrío cuando el mismo pareció buscarla un momento que se alejó un paso. Dejando que los fuertes brazos masculinos la subieran a su lomo, se acomodó con destreza recordando lo que aquel joven que le enseño a montar le instruyó. Pasó la mano por su cuello y por sus crines antes de tomar las riendas y tomando la postura perfecta sobre la silla, cuando el caballo de István echó a trotar, el suyo le siguió.

Al trotar cerró un instante los ojos disfrutando de lo que se sentía al montar. Se sentía libre, sentía que volaba y sonriendo cuando la voz masculina irrumpió su momento de paz, le miró acercando su montura al suyo.— Si, os habéis explicado con claridad…—susurró mordiéndose la sonrisa mirándolo de soslayo— nada de desobedeceros, aún menos de reñiros, de provocaros, de retaros, de contestaros y de molestaros. —casi todo lo que ella solía hacer en sus días más tontos desde que estaba allí con él, pensó. El siguiente tema entristeció su rostro pero asintió tras unos segundos de silencio, roto solamente por los pasos de los caballos. —Yo también estoy de acuerdo con dejar aquí a mi hermana si es así, porque aunque me duela separarme de ella, no me gustaría verla en manos de vuestra hermana aunque eso quiera decir no verla hasta el próximo solsticio de verano. No quisiera que ella fuera un daño colateral e inevitable por mi culpa. —agregó con un hilo de voz tenue, débil.  Sintió por unos momentos como sus ojos amenazaban con dejar pasar unas pocas lágrimas, que estaba segura derramaría, pero no aquí ni en este momento delante de él, y mordiéndose el labio con fuerza para centrar su mente, agarró fuerte las riendas y suspirando le miró, buscando que sus azules ojos dieron con su mar.

Sé qué hace un momento dije nada de retaros pero hay cosas que no puedo evitar,  —se encogió de hombros y sonriendo pícaramente regresó al frente. Ya se habían alejado de los principales árboles que podrían entorpecer lo que tenía en mente, lo cual, era sencillamente perfecto. — ¿Os hace una carrera? —y antes siquiera que pudiera contestarle, apretó el paso de su corcel al galope alejándose de él hacia el campo abierto que se extendía frente a ellos, como un paraje virgen reclamando ser descubierto. Ragna río y escuchando tras de ella el galope del otro animal, alentó al suyo a ir más deprisa poniéndose por el momento en la delantera. Así sus lágrimas por el frio viento se alejaron de sus ojos y dejó que por aquellos segundos en que él no le daba alcance, la simplicidad de sentirse libre hiciera explotar su corazón de infinita dicha. De haber tenido alas, habría volado lejos ayudada por el frío viento que azotaba su rostro y su aliento. La capa a su espalda por causa del viento ondeaba al galope del corcel y dejando que aquel frio aire se llevase su risa, miró hacia atrás buscando la figura masculina que la seguía de cerca. — ¡Pensé que los lobos erais los mejores en todo, señor!—exclamó dirigiendo con una mano su montura con gracia hacía más allá de los campos abiertos que se veían desde el condado. Miles de veces había visto en esos días István salir a galopar por esa zona, junto a su ave de presa, galopando los cielos. — ¿Vais a dejar que una humana os gane? — Soltó el aire de sus pulmones y sonriendo la sensación de plenitud se adueñó de ella hasta el punto de que al volver la mirada atrás para confirmar si István iba aún tras de ella o si la había ya alcanzao, perdió la concentración y al momento que el caballo saltó un árbol caído en medio del camino al estar dirigiéndose hacia la parte boscosa, Ragna cayó al suelo estrepitosamente con un fuerte golpe, quedandose aturdida. Su cuerpo rodó un par de veces y al detenerse su cuerpo, se quejó por lo bajo. El cuerpo al día siguiente le dolería y su cabeza, por ahora no dejaba de darle vueltas. Cerró los ojos y oyendo en escasos segundos la voz de István cerca de ella, sonrío en el suelo. Su cabeza habría sufrido un buen golpe y podía sentirse desde allí un leve cosquilleo, y uno de los costados le ardía por lo poco. Se lo habría raspado, pensó y parte del vestido estaba segura había quedado rasgado por culpa de la caída. Cerca de ella oyó el relincho de su caballo que al verla caer se había quedado junto a ella y entreabriendo los ojos, un poco mareada se llevó una mano en el punto exacto en que se había golpeado la cabeza. Siseó de dolor y suspirando, aún con aquella sonrisa en sus labios, se palpó la zona dolorida sintiendo un poco de sangre mancharle los dedos. A pesar del golpe y la patetica caída que él habría sido testigo, hacía tiempo no se había divertido tanto, años incluso y por más que hubiera caído, no podía dejar de estar alegre. Por más incluso que sus dedos se manchasen de sangre —Estoy bien, estoy bien. —dijo lo más alto que pudo.



"¿Quién puede bajar los ojos como una mujer? ¿Y quién sabe alzarlos como ella?"

—Soren Kieerkergard.—
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Mensaje por István Szèkely Dom Mar 20, 2016 11:35 am

Lo que había provocado tensión al principio del día entre nosotros parecía haber desaparecido, tanto por mis palabras como por la capacidad de entendimiento de la morena. Me había conseguido tranquilizar así que no habría nada de qué preocuparse de momento, y dejando atrás la conversación pasada y la enorme mansión, ya estábamos en los establos, subidos cada uno en nuestros respectivos corceles y trotando por el camino de tierra y césped cortado, con hierba alta, árboles y matorrales a los lados. Si fuéramos normales deberíamos temer la presencia de lobos, osos o jabalíes, pero dada mi naturaleza nada nos iba a molestar en aquel agradable paseo. El único ruido además del sonido de los pájaros y del viento meciendo las ramas y las hojas de los árboles eran las de nuestras propias voces, hablando del viaje y de lo que iban a necesitar o no. – Muy bien, entonces pararemos en las ciudades, aunque los vestidos los recomiendo en Budapest. Suelen comerciar mucho con la seda de calidad que exporta el Imperio Otomano. No me gustan nada ese pueblo islámico, pero hay que reconocer que sus telas son de la mejor calidad, y eso es lo que quiero y necesito que os pongáis. - Necesitaba llegar a la capital francesa impresionando ya que en este mundo superficial y de clases, las apariencias lo eran todo, y una muy buena primera impresión podía llegar a marcar la diferencia entre entrar por la puerta grande en la elite social parisina o por el contrario, por la puerta de atrás y con la cabeza gacha. Y yo era un licántropo, me negaba a tener que inclinar la cabeza ante nadie. Por otra parte también estaba Ilona, que inconscientemente, todo lo que hacía era basándome en que opinaría ella al respecto. ¿Le gustaría? ¿Estaría conforme? Otra preocupación que tenía en la cabeza, era que había pasado ya tiempo desde que nos habíamos separado. ¿Cómo sería ella ahora? ¿Y si era una mujer completamente distinta? ¿Y si toda mi ilusión y mi gozo al verla acababa en un pozo?

Ragna me sacó de aquellos pensamientos tan turbios y poco agradables, más que por su frase, por el tono que adquirió al decirla. Clavé en ella mi mirada de hielo y enarqué una ceja, desconcertado, pero a la vez serio. - ¿Y tú? Sabiendo todo lo que he hecho y la cantidad de sangre que tengo en las manos, ¿me considerarías humano? Obviaremos la parte de vampiro ya que me sentiría realmente insultado al ser comparado con un no muerto que no puede siquiera ver la luz del sol. Siempre me considerarás una bestia, no lo niegues y cuando lo hagas, recuerda a quienes maté y a quien tengo cautiva para retenerte a mi lado. – No tenía ni las ganas ni la intención de que mis concubinas sacaran conclusiones erróneas, eran lo que eran y estaban para lo que estaban. Un lazo sentimental entre cualquiera de ellas y yo las destruiría por completo. Nos… destruiría por completo. Los sentimientos solo hacen débil al fuerte, privan del autocontrol y hacen que uno deje de ser él mismo para convertirse en otra versión que solo busca complacer a la otra persona, y eso no es libertad, es una jaula decorada con flores y mariposa, pero una cárcel siempre será una cárcel. Ella habló de nuevo y mi seriedad fue sustituida por la sorpresa. - ¡Ni se te ocu….!. - Me quedé callado, puesto que ya era demasiado tarde. – …rra!. – Alcé la mirada, poniendo los ojos en blanco y suspiré resignado, dando un golpe seco con los talones en los costados del frisón y chasqueando la lengua con contundencia. Brom captó la orden a la primera y cambió de paso a trote y de trote a galope en muy poco tiempo. Era un équido excelsamente bien adiestrado y educado, y normal, teniendo en cuenta que su raza ha sido utilizada en infinidad de ejércitos durante mucho tiempo. Eran, precisamente, los caballos que usaba la caballería pesada durante la edad media para embestir los muros de escudos en la formación “Flecha” durante las cruzadas y guerras intercontinentales. Caballería ligera árabe contra la pesada europea. De todas formas, volviendo al tema de la carrera, no quise adelantarla demasiado pronto. Pese a la capa, desde mi posición se podía apreciar la figura femenina de su cadera y no había motivo alguno por el que privarme de ella, ni siquiera cuando Ragna se giró y siguió hablando buscando el provocarme. Yo sonreía de medio lado, como de costumbre, pero no respondía a sus provocaciones. Con quince años igual, pero a mis veintinueve pasaba un poco del tema, además, estaba bien dejar ganar a la mujer de vez en cuando, que luego se enfadan y te hacen tortura psicológica. Y habría ganado, si, si hubiera tenido los ojos puestos al frente y no hacia atrás. Fue un tronco traicionero el que provocó que cayera de la montura, y ahí tuve que adelantar el paso espoleando al caballo para llegar cuanto antes a la zona. El Gypsy se había parado y quedado cerca de la bruja, buen caballo, sin duda. Ella estaba bien, viva, su corazón latía y parecía incluso estar riéndose. Tiré de las riendas de Brom para que frenase y me bajé de él prácticamente al vuelo, sentándome de cuclillas junto al cuerpo de la morena. - ¿Cómo podías pensar en ganarme si ni siquiera mirabas por dónde ibas? Esta impulsividad tuya va a acabar matándote… - Estiré los brazos, colocando uno por debajo de sus rodillas y otro en su espalda, acunándola. Me levanté y acerqué su cuerpo al caballo, ayudándola a sentarse de nuevo. Para colmo, oí como las gotas se acercaban al suelo, así que cuando elevé la mirada hacia el cielo este ya se había puesto a descargar la lluvia sobre la tierra con fuerza. Miré a mi alrededor y localicé sin dificultad el lugar en el que nos encontrábamos. – Te llevaré a la cabaña de caza a revisar los daños que has sufrido y a esperar a que amaine la lluvia. – Añadí informándola más que pidiendo su opinión. Ella estaba cubierta por la capa, mientras que yo me estaba calando hasta los huesos, pero que importa, se estaba bien, se estaba a gusto. De los cuatro elementos, el líquido siempre había sido mi favorito. Caminando, llevé ambos animales a través de las riendas y surcando el bosque hasta el interior de este, donde la maleza empezó a espesarse y el cielo oscurecerse. Pese a la vegetación, el agua seguía cayendo. No tardamos más de veinte minutos en llegar a la cabaña. – Aquí es a donde voy las noches de luna llena. O bueno, iba. No quería cometer los mismos errores que cometimos en Bran.- Dejé los caballos atados en una empalizada de madera y cuando me coloqué junto a Ragna, estiré los brazos para ayudarla a bajarse.


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