Smerenda Waivady Brancovan ID

Una chica que a primera vista parece dulce y tranquila, cálida, amable y frágil, pero en realidad es solo una faceta que usa para atraer a las personas y así conseguir lo que desea obtener de ellos. En el fondo es un poco rencorosa y vengativa, durante su niñez anhelaba una vida normal, al no poder conseguirlo ve con envidia a todo aquel ostenta la vida a la que ella nunca pudo aspirar.  Tras años de ser vista como una simple herramienta se ha cansado de ser manipulada y usada por su familia: Sabe que sus enemigos pueden valerse de debilidades como el amor, el cariño o el aprecio que ella profese hacía otro ser, así que raramente se deja llevar los sentimentalismos o emociones fuertes, llegándosele a considerar fría y hasta cruel.

Es extremadamente inteligente, calculadora, analítica y lógica.  Tiene un talento innato para “leer” a las personas gracias a sus expresiones faciales, corporales y a su manera de hablar y sabe valerse de su poder para manipular la situación para su propio beneficio, así que su “personalidad” suele adaptarse como una máscara dependiendo de la persona o la situación que ella se decida a manipular.

Aunque raramente suele ser violenta y prefiere la manipulación y el uso de su magia antes que la agresión física (a la que ve como un recurso desesperado)  hará lo que sea para conseguir sobrevivir y librarse del yugo de su familia, así que está dispuesta a dejar que la sangre corra, aunque ciertamente no disfruta del tomar una vida, sabe que en una guerra es algo inevitable, especialmente cuando tus poderes provienen de artes oscuras.

“Ocho días después partí para Francia. Como lo esperara Gregoriska, tu padre, mis noches no fueron turbadas ya por el terrible fantasma. Se restableció mi salud, y de aquel suceso no me quedó otro recuerdo fuera de esta palidez mortal que suele acompañar hasta la tumba a toda humana criatura que haya sufrido el beso de un vampiro”

Así concluía el relato que Edvige, la madre de Smerenda, le contó cuando cumplió 18 años, el relato mediante el cual trató de explicarle porque ella era diferente, porque su padre había muerto y porque ella siempre debía temerle a las criaturas de la noche. Sin embargo ella ya había escuchado aquel relato desde hacía mucho de los labios de su abuela y tampoco le temía a su propia naturaleza ni a las criaturas que habitaban la noche, ella misma se consideraba una.

Smerenda siempre había sentido cierto resentimiento hacia su madre, aunque no tanto como el que su abuela le profesaba. Y  Smerenda podía comprender porque su abuela odiaba a su madre con tal ahínco: Sus dos hijos habían muerto como resultado de la llegada de su madre al castillo Brancovan.  Gregoriska, su padre, se había enamorado de su madre desde el primer momento en que la vio (o al menos eso era lo que su madre decía en sus pocos ratos de lucidez) y su madre había correspondido a ese amor. Todo hubiera podido ser un bonito cuento de hadas, donde su madre, una damisela en apuros había sido rescatada por un valiente príncipe de las manos de un temible bandido, sólo que en la historia de sus padres, el bandido también se había enamorado de su madre y no sólo eso, resultaba que también era el medio hermano de su padre.

Así pues, el cuento de hadas se había transformado en una tragedia digna de Shakespeare, Gregoriska, su padre se había casado con su madre, sí, pero para lograrlo había tenido que matar a Kostaki, su tío, sin embargo las cosas no acababan allí, Kostaki no había muerto, al parecer algún vampiro lo había encontrado moribundo y lo había arrastrado al mundo de las sombras. Dotado de nueva “vida” su tío había intentado asesinar a su madre y la conclusión de esa historia era obviamente bizarra: su padre había muerto al intentar defender a su esposa (y a una Smerenda nonata) del ataque del hermano al que el mismo había asesinado y al que terminó por volver a asesinar, si, como Hamlet.

Con un inicio así la historia de Smerenda estaba destinada a la tragedia por supuesto. Días después de su nacimiento, cuando su madre había tenido fuerzas suficientes, había abandonado el castillo de Brancovan junto a su pequeña hija y se había mudado a una hermosa casa en la Rue de Rivoli en París. Sin embargo aquella etapa feliz no había durado demasiado, asediada por los recuerdos de vampiros y muertes su madre poco a poco había comenzado a perder la razón y volverse distraída y hostil, al grado de que no podía hacerse cargo apropiadamente de su hija.  Cuando Smerenda cumplió 10 años tuvo la primera revelación de los poderes que ostentaba, en una rabieta infantil había terminado por romper la mitad de la cristalería. Eso había sido suficiente para que su madre intentase asesinarla con un cuchillo de cocina: Ahora ella era uno de los demonios que asechaban a su madre en pesadillas.

Su abuela, quien siempre había estado ansiosa por recuperar a su nieta (lo único que le quedaba de sus hijos) había aprovechado aquello para por fin, poder adquirir la custodia de su nieta y hacerla retornar a Brancovan, pese a la negativa rotunda de la familia de su madre, quien consideraba a su abuela una hechicera. Lo más curioso es que, en realidad, la anciana mujer lo era.
-La estirpe de los Brancovan está maldita hasta la tercera y cuarta generación, porque un Brancovan mató a un sacerdote- eso era lo que su abuela le había dicho a Smerenda como explicación al porque todos los hombres de su estirpe terminaban prematuramente muertos y porque todas las mujeres eran diestras en el arte de la brujería, pero Smerenda no se creía del todo aquella explicación, quizás era más bien una simple justificación al hecho de que su abuela se hubiese alejado de la iglesia y estuviera involucrada en ritos de magia oscura, para comenzar esos ritos quizás eran la causa de la muerte del sacerdote.

Para Smerenda la vida no había mejorado mucho en Rumanía, su abuela era una mujer sádica, sanguinaria  y cruel con sus sirvientes y vasallos, incluso un poco con su propia nieta,  pero a  diferencia de su madre, su abuela, en lugar de llamarla demonio o tratar de asesinarla se dedicaba a guiarla, a convertirla en una bruja diestra y a estar en contacto con sus poderes. Durante su estancia en el castillo, Smerenda había no había sido libre y tampoco feliz del todo, se había transformado en una jovencita algo caprichosa, manipuladora, egocéntrica, fría y  cruel, después de todo si ella no era feliz nadie más tenía el derecho de serlo, sin embargo también se había transformado en una hechicera excelente. Sabía que mientras su abuela viviera jamás sería libre, ella amaba su magia (aunque esta tuviera orígenes oscuros) pero sabía que simplemente era un arma para su abuela, la forma perfecta de sembrar el terror entre sus enemigos (que no eran pocos) y entre sus vasallos (que cada vez eran menos).  Poco a poco había aprendido a valerse de su dulce apariencia y su belleza para manipular a su antojo, si bien su abuela era una dictadora que usaba la violencia, ella se valía de otras herramientas para poder lograr sus objetivos y así sentirse menos “culpable”.

Mientras crecía, cada año era obligada por la familia de su madre a pasar una temporada en París y allí era donde había comenzado a adentrarse en el mundo subterráneo del oscurantismo y las criaturas  que reinaban en  París durante la noche. También allí es donde había conocido a su primer prometido, el primero que le había dicho que la amaba. Aunque si bien ella admitía jamás haber estado enamorada de él, reconocía que le quería, el representaba todas las cosas que Smerenda no era, también la había tratado como nadie en su vida lo había hecho y era el primero en no verla como una herramienta, aunque eso probablemente era porque él no sabía nada sobre sus “dones”.

Sin embargo, aquello, como todo lo bueno en la vida de Smerenda tampoco había durado demasiado y aquel joven había muerto justo cuando Smerenda había decido fugarse con él. Completamente destrozada, había decidido retornar a  Rumania, resignada a vivir siendo solo una herramienta y obedeciendo a su abuela ciegamente. Sin embargo al cumplir 23 la suerte de Smerenda había tornado a peor, las verdaderas intenciones de su abuela se habían esclarecido para ella: Su abuela aún conservaba el cuerpo de Kostaki, su tío,  en un estado latente y ella vendría a ser el remplazo de su madre, se convertiría en la herramienta para animar nuevamente el cuerpo carente de alma de Kostaki y posteriormente en su esposa. La realidad la había golpeado como un martillo en la cabeza, la muerte de su prometido no era coincidencia,  jamás sería libre. Existiría atada a Kostaki como una no-muerta y aunque ella no tenía nada en contra de los vampiros u otras criatura de la noche no le apetecía vivir eternamente bajo el yugo de su abuela y su tío.

Motivada por la ira y el temor de una vida como aquella había hecho lo que nunca antes se había atrevido, había retado a su abuela.  Durante una noche había drogado a su abuela y había intentado destruir el cuerpo de su tío, sin embargo aquello no había sido posible. El tiempo se agotaba, así que había tomado el cuerpo de Kostaki como garantía, su abuela jamás la dañaría si se llevaba con ella lo único que le importaba.  Smerenda se refugió en París,  decidida de una vez por todas a ser libre . Pese a que hora su vida transcurre en relativa paz no se confía demasiado, sabe que en cualquier momento su abuela y sus seguidores llegarán a su puerta a tratar de recuperar el cuerpo de Kostaki y ella tiene que encontrar la forma de anular el hechizo de su abuela y destruir el cuerpo de su tío antes de que eso suceda. Sabe que si Kostaki despierta iniciará una guerra, una guerra que ella no podrá ganar. Así que ahora está en París, el lugar ideal para que ella haga lo que mejor sabe hacer: valerse de su dulce apariencia y su belleza para manipular a su antojo, usar su magia para doblegar voluntades aún si eso significa muerte y sufrimiento para otros usarlos como peones para protegerse. Sabe que en la guerra como en la magia  los sacrificios son necesarios y nunca son suficientes si se trata de mantenerse viva y segura. Smerenda aún mantiene la esperanza de poder ser libre, de no necesitar de nadie y poder explorar el mundo a sus anchas cuando la guerra termine.