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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Jara Larios Vie Sep 28, 2018 5:19 am

París estaba bien, sí. Un poco masificada y con un clima bastante húmedo para los gustos de Jara, pero tenía que reconocer que tenía su encanto. Aquellas casitas, aquél suelo adoquinado, esas tiendas coquetas, tanta gente apuesta por todas partes... La bruja iba mirando todo aquello desde el interior del carruaje que había pedido para que la llevaran hasta la mansión de la señora Brancovan. Aquél era uno de los pocos nombres que Zaida le había recomendado para visitar en París. Lo poco que sabía es que pertenecía a la nobleza, tenía dineros y manejaba una buena cantidad de información que quizá, y sólo quizá, le serían útiles a Jara.

Cuando el carruaje se detuvo frente a la casa de la noble rumana Jara no pudo si no maravillarse de tal obra. Su propia familia, allá en Málaga, era considerada muy bien posicionada, tenía numerosos criados y trabajadores y manejaban una buena fortuna. Pero tenía que reconocer que nunca hubieran tenido un gusto tan refinado como del que hacía gala la señora Brancovan.

Vestida con un hermoso vestido blanco estampado de flores, Jara se encaminó a la puerta de la casa: llevaba con ella un paquete envuelto en telas de vivos colores. Antes de llegar a París había enviado cartas a todas las brujas recomendadas por Zaida, avisándoles de su llegada y pidiéndoles audiencia. Y por fin, tras un par de días empleados en instalarse en el hotel (viviría allí hasta que encontrara una casa apropiada a sus gustos y necesidades) había decidido iniciar la ronda de contactos.  Smerenda podía ser tan buen primer comienzo como cualquier otro de la escueta lista que tenía.

"Maldita Zaida", no pudo evitar pensar. "Seguro que conoce a muchas más brujas en esta ciudad, pero apenas sí me ha dado seis nombres. Vieja bruja..." A pesar de haber pasado juntas cerca diez años atravesando desiertos, sobreviviendo a seres abisales o profundizando en los misteriores de su arte, nunca se habían llevado del todo bien. Aquella maldita vieja dura de mollera había sido insoportable en muchos aspectos. Le debía buena parte de lo que era a ella, pero agradecía cada segundo que estaba lejos de su asfixiante y férrea disciplina y voluntad.

Pero en fin, pelillos a la mar. Jara ensayó su mejor sonrisa y llamó con suavidad a la puerta otra vez. En el campanario de la iglesia sonaron las campanas, anunciando el medio día. Los criados no tardarían en atenderla.
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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Vie Sep 28, 2018 1:49 pm

Smerenda siempre había sido un ser nocturno. No en el sentido en el que lo eran los vampiros, pero por alguna razón la mayoría de  sus "obligaciones" como aristócrata, así como sus ocupaciones personales tenían lugar entre el atardecer y el amanecer. Rara era la ocasión en que se dignaba a levantarse de su cama antes del mediodía. Aquella mañana era una de esas excepciones. Normalmente Smerenda no recibía visitas, a decir verdad no era exactamente la persona más sociable de parís, además solía tratar sus asuntos lejos de su residencia, pues la consideraba su templo privado, el único lugar donde se había sentido a gusto y relativamente segura en mucho tiempo, así que haber cedido a conocer a recibir a alguien en su "santuario" era una enorme sorpresa.

Ataviada con el vestido de día color lavanda con vivos púrpura se encontraba en sus habitaciones personales cepillando su largo y rizado cabello rubio, mientras esperaba la hora en que su visita arribara. Una doncella entró con recelo a su habitación y haciendo una ligera reverencia comenzó a a peinar su cabello. Mientras las hábiles y temblorosas manos de la doncella cumplían con su deber Smerenda tomó la carta que había recibido hacía no mucho y la volvió a leer.

Zaida. Hacía mucho que no había escuchado ese nombre, en realidad ella había sido una niña aún la última vez que la había visto, pero aún recordaba la noche en que Zaida había hecho algo que le había válido cierto respeto y admiración de su parte en ese tiempo. Jamás había conocido a  Mademoiselle Larios, en realidad hasta antes de recibir aquella misiva nunca había escuchado su nombre, pero el hecho de que hubiese mencionado a Zaida en aquella carta hacía que la insana curiosidad que caracterizaba a Smerenda se encendiese como una hoguera.

Por aquel motivo, simple e insana curiosidad se había decidido a aceptar aquella visita. Miró para su reloj, dos minutos antes de mediodía "Espero que sea puntual" La doncella terminó su tarea, en silencio realizó aquella ligera reverencia y desapareció de la habitación rápidamente. El mayordomo llamó a la puerta, anunciando que la visita había llegado y la había hecho pasar  al salón destinado a recibir a las visitas.

-Dile a algunas de las doncellas que lleven las pastas de almendra que compré el día de ayer. Quiero té negro y el servicio de té de cerámica de Delft y dígales que llamen a la puerta antes de entrar. No quiero que se queden, sirven y se van, si las necesito las llamaré- sin esperar respuesta dio la vuelta y comenzó a atravesar los salones para llegar a donde su invitada esperaba. Aunque en general Smerenda adoraba la mansión que su padre había mandado construir en París, la cual mezclaba la arquitectura francesa y holandesa, el recibidor de visitas era uno de sus salones favoritos.

Las paredes de la habitación estaban decorados en tonos dorados y blancos, dos amplios ventanales brindaban mucha luz a la estancia. Una chimenea de mármol negro, dos candelabros de cristal y mobiliario de caoba en tonos cafés y dorados completaban la decoración de la estancia.

Cuando Smerenda entró a la habitación sus ojos se dirigieron de inmediato a la mujer. Cercana a su edad, cabello rubio, piel ligeramente tostada, ojos oscuros, en general bonitas facciones. Bien, Smerenda era una vanidosa que admiraba la belleza y le agradaba verla reflejada en Mademoiselle Larios, quizás, lo único que desentonaba era el vestido blanco, Smerenda odiaba ese color.

-Discúlpeme por hacerla esperar mademoiselle Larios, es un placer recibirla en mi hogar. Soy Smerenda de Brancovan, es un gusto conocerla- dijo la rubia en perfecto francés -Su apellido me hace pensar que es española, si no me equívoco desafortunadamente me será imposible comunicarme en su lengua natal, aunque hablo varios idiomas por desgracia aún no domino el suyo- después de decir aquello tomó asiento en la silla frente a la de ella.

Un tímido golpe en la puerta sonó y Smerenda indicó que entrasen. Dos menudas doncellas de cabello oscuro entraron a la sala y se apresuraron a servir el té y las pastas de Almendra y salieron inmediatamente de la habitación -Espero que le guste el té negro, de no ser así ¿Puedo ofrecerle alguna otra cosa?- Smerenda le dió un sorbo a su té, pese a estar sumamente impaciente por conocer las razones que habían llevado a mademoiselle Larios a visitarla esperó a que ella  hablase a su ritmo antes de presionarla y parecer descortés.

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Mensaje por Jara Larios Vie Sep 28, 2018 2:44 pm

Cuando el mayordomo la hizo pasar al interior de la mansión Jara tuvo que ahogar un suspiro. La casa era aún más hermosa y elegante por dentro que por fuera. Y aunque en sus viajes con Zaida había visto de todo, lo cierto es que allí dentro se sentía un poco fuera de lugar. Por mucho que sus padres tuvieran una cantidad nada pequeña de dinero, ella no dejaba de ser una joven de provincias que apenas sí había viajado por Europa. Y desde luego nunca había visto una casa como aquella. La bruja tragó saliva y suspiró mientras el servicio la llevaba a través de las diferentes habitaciones.

Tranquila Jara, tú tranquila. Que aquí somos todas amigas. Que sí, tendrán más dineros y serán más elegantes, pero a ver, ¿quién va a poder contigo? Que has atravesado el puñetero Sáhara en un camello medio muerto y te has colado en lo más profundo de una pirámide. Que has aguantado a Zaida todos estos años. Pues eso. Pa'lante, valor y al toro” Se iba repitiendo una y otra vez. Apretó con fuerza el paquete que llevaba consigo y aquello, por algún motivo, la tranquilizó.

Para cuando entró en la sala de visitas el rostro de Jara, más que sorpresa, empezaba a mostrar un poco de cansancio. Una vez superada la impresión inicial era más fácil sobrellevar aquello Sí, aquella casa estaba hecha para impresionar, claro. Pero a aquellas alturas de su (corta pero intensa) vida no se iba a dejar impresionar permanentemente. Mientras esperaba en una de aquellas sillas (¡qué cómodas eran!) Jara jugueteaba con uno de sus mechones sueltos, pensando en cómo iba a abordar aquella conversación. Lo cierto es que le había dado muchas vueltas al asunto, pero...

En aquél momento las puertas se abrieron de par, dejando ver a una mujer joven y atractiva, rubia, que lucía un estupendo  y elegante vestido de color lavanda. Era curioso que, en todo el tiempo que llevaba en París, apenas sí se había cruzado con nadie que no fuera, al menos, elegante y bien parecido. ¿En aquella ciudad estaba prohibido ser feo?

Jara se puso en pie e hizo una pequeña reverencia a modo de saludo antes de sentarse y responder a su anfitriona.

-Muchísimas gracias por recibirme, mademoiselle Brancovan-saludó en un francés correcto, aunque algo forzado-. Es para mí todo un honor que alguien de su linaje ceda algo de su tiempo, que seguro es escaso, en hablar conmigo, una recién llegada a estas extrañas tierras. Mi maestra, Zaida, hizo bien en animarme a conocerla.

Unos sirvientes entraron rápida y discretamente para dejar una bandeja con té negro y unas pastas de almendras que, francamente, tenían muy buena pinta. Pero mejor pinta tenía una de las sirvientas, a la que Jara dedicó una amigable sonrisa.

-Descuidad, por favor, el té negro me encanta-dijo, mientras le daba un recatado y gracioso sorbo. Estaba caliente-. Tiene usted razón, mi origen es español. De la ciudad de Málaga, al sur, en la costa, cerca del reino de Marruecos. Descuidaos por el idioma, mi francés está un poco oxidado, pero creo que servirá. Espero poder ir mejorándolo poco a poco.-. Explicó con una sonrisa. Estaba intentando ser todo lo amable que podía. Ah, antes de que se me olvide...

Jara dejó el platito con la taza de té sobre la mesa y le ofreció el paquete que llevaba con ella a Smerenda. Telas de vivos colores envolvían una caja de madera en cuyo interior descansaba una botella de vino.

-Es un vino dulce de los viñedos de mi familia. En Málaga la uva se toma de dos maneras: como pasas o como vino dulce. Es excelente como postre y esta añada, en concreto, es digna de los mejores paladares. Espero que consideréis este pequeño obsequio una muestra honesta de amistad.

Explicado aquello cogió una de las pastas de almendras y le dio un mordisquito muy pequeñito y muy elegante. Abrió los ojos de sorpresa.

-Están deliciosas. Por favor, decidme dónde las habéis comprado.
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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Vie Sep 28, 2018 3:56 pm

-Llámame Smerenda, si te soy honesta nunca me han agradado los títulos, supongo que te sonará poco honesto ya que yo ostento uno y probablemente gracias a ese título tengo todo esto- señaló la habitación. En realidad aquello no era una mentira del todo, si bien Smerenda apreciaba la buena vida que su título le procuraba, también su vida había sido un vórtice de problemas gracias a ello -Además parecemos más o menos de la misma edad y descuida, la verdad es que la mayoría de los aristócratas tienen extremadamente mucho tiempo disponible, especialmente si están fuera de la corte de su país, como es mi caso- Smerenda sonrió, una sonrisa cálida suavizando su rostro -Parece que también tenemos esa cosa en común: Ambas estamos lejos de nuestra patria-

Había dos formas rápidas de ganar el visto bueno de Smerenda: Adularla u obsequiarle algo y al parecer mademoiselle Larios había acertado en una -Vaya, muchas gracias- dijo mientras extendió la mano y tomó el obsequio -Contrario a lo que imagines no suelo recibir muchos obsequios, es muy amable de tu parte- colocó la caja sobre la mesa, aunque se moría de ganas por abrirlo, como una niña pequeña, sabía que eso sería en extremo descortés.

-Jamás he viajado a España, ya sabes, una de las enormes desventajas de pertenecer a la realeza es la crianza en extremo rígida y llena de agobiantes normas sociales a cumplir, así que un viaje tan largo no se me hubiera permitido a menos de una expresa invitación, pero gracias a lo poco que me has dicho, súbitamente me han poseído una ganas de conocer tu país próximamente, si está poblado de personas tan interesante como tú debe ser una región encantadora- en realidad Smerenda tenía una debilidad más grande de que inmensa curiosidad, la adulación o los regalos y eso era la gente interesante.

Como un niño que encuentra alguna plata o ser vivo de vistosos colores, Smerenda adoraba analizar a detalle a aquellas personas que ella consideraba, extrañas, raras, únicas o interesantes y ciertamente mademoiselle Larios se había convertido en una, parecía una mujer instruida, de buenos modales, con capital suficiente, pero al haber realizado una travesía tan larga le indicaba que no era una mojigata y asustadiza dama llorona de alta cuna.

-Las he comprado en un tenderete en el mercado ambulante- miró a su acompañante y sonrió -A veces los lugares sencillos guardan tesoros inesperados. Así que trato de visitarlos regularmente, con gusto podría darte un paseo por todos los lugares interesantes de la ciudad- bebió un sorbo de té negro - Espero que no te tomes a mal mi actitud, pero verás es que soy muy curiosa, lo se eso no es muy educado de mi parte y me disculpo de antemano, pero no puede evitarlo- decidida a encaminar la conversación hacía otros rumbos continuó -Estoy segura de que Zaida te dijo lo que soy, lo que las mujeres en mi familia son. También supongo que aún de no habértelo dicho tú ya lo sabrías, las auras son delatoras ¿no?- bebió nuevamente un sorbo de té -Sinceramente no estaba muy segura de recibirte en un inicio, Zaida pertenece a una parte de mi vida que no me gusta mucho recordar... Pero también es una persona que tiene mi admiración, de cierto modo- miró fijamente a su invitada por un momento -Me gustaría, si no es mucha molestia saber qué es lo que te ha traído hasta mi puerta- sonrió nuevamente, una sonrisa apenas perceptible -En verdad, espero, que mi rudeza no te ofenda o te parezca insoportable, pero si te soy honesta, mi situación con algunos hecioceros es un poco... Tensa, así que me gustaría saber si debo considerarte una amenaza. De verdad me has agradado bastante, me desilusionaría pensar en no poder contar, en el futuro con tu compañía nuevamente- Volvió a tomar otro sorbo de té, sin mostrar ninguna tribulación.
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Mensaje por Jara Larios Vie Sep 28, 2018 7:47 pm

La conversación se iba desarrollando de una forma extraordinariamente agradable y más o menos como Jara se había imaginado. La verdad es que Smerenda era una mujer encantadora, instruida y con la que resultaba fácil hablar.

-Gracias por los halagos-dijo antes de reírse de forma honesta pero coqueta-. Andalucía es un lugar extraordinario, lleno de contrastes. Tiene una luz mágica, en todos los sentidos y, a pesar de todos mis viajes, creo que es el lugar donde mejor se puede comer. Tenemos una gastronomía sencilla, quizás demasiado mundana para paladares más exquisitos. Pero la tierra es buena y la gente honesta. Tenemos nuestros problemillas, como todos y todas, pero...-se encogió de hombros-. ¿Quién no? Si alguna vez visitáis el sur de España estaremos encantados en mi hogar de recibir una presencia tan digna como la suya...

Cuando por fin su anfitriona decidió ir al grano sobre el motivo de su visita Jara sólo pudo asentir. Al fin y al cabo las dos sabían a qué se debía aquél encuentro...

-Claro, nuestro mundo no es fácil...-dijo mientras sonreía. Dio otro sorbo a su té, en lo que terminaba de pensar bien cómo explicar todo lo que tenía en su cabeza-. No. No soy una amenaza, descuidad. Efectivamente, como decís, soy una hechicera. Una bruja. Una sahira, como dicen en algunas zonas del desierto. Como dice parte de mi pueblo.

Dejó el platito con la taza del té vacía sobre la mesa. Dentro de su cabeza seguía hilando las palabras antes de traducirlas al francés.

-Creo que Zaida, a pesar de todos sus años, sus conocimientos y su poder no termina de caerle bien a nadie, ¿no?-volvió a sonreír-. Ella fue mi maestra, pero hace un tiempo que separamos nuestros caminos. Ella consideró que no tenía mucho más que enseñarme y yo, honestamente, no quería estar mucho más tiempo a su lado. Cruzamos el desierto del Sáhara, dormimos junto a tribus del desierto, visitamos la Meca y Medina. Aprendí viejos secretos de oscuros dioses. Me perdí en las selvas. Viajé al mundo onírico. Me inició en las artes perdidas...-mientas enumeraba todo aquello, allá afuera la luz del día se apagaba y la temperatura descendía. Se escuchó un fuerte viento. Su voz se volvía más profunda y grave. Su mirada estaba perdida en algún lugar de sus recuerdos. No parecía ella-. Sobrevivimos a la maldición del faraón y arrancamos algunas páginas del Necronomicón, escrito por el árabe loco Abdul Alhazred. Atravesamos la última puerta de  Tannhäuser...

Jara guardó un largo silencio. El sol volvía a brillar con fuerza y la temperatura volvió a subir. La voz de Jara era la de siempre.

-Me he pasado los últimos diez años recorriendo el norte de África y la península arábiga. Ahora quiero conocer las tradiciones, secretos y hechizos de Europa. Un lugar que, honestamente, me resulta tan desconcertante como atractivo. Y ahora estoy en París. Me gustaría contar con una mano amiga. Alguien a quién poder consultar, con quien poder debatir y compartir mis descubrimientos. Alguien que me haga de guía-se encogió de hombros-. Alguien que me enseñe los puestos del mercado donde comprar pastas de almendras tan ricas como estas-. Se terminó la pasta de un bocado y sonrió a la bruja-. Alguien, en definitiva, a quién llamar compañera.

Jara miró a los ojos a Smerenda. Era una mirada honesta, sincera. Incluso suplicante.

-Estoy aquí porque quiero estar rodeada de gente como yo, Smerenda. Gente que conozca nuestra pesada carga. Puede que no seáis vos, que creáis que todo esto es una tontería y que os hago perder el tiempo. Pero no soy una amenaza. No deseo serlo. Sólo busco compañía.
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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Lun Oct 01, 2018 1:24 pm

Durante todos los años de su vida Smerenda jamás había tenido alguna persona a la cual llamar compañero, mucho menos había tenido una amistad. Desde niña había sido instruida a que tales relaciones no representaban a la larga más que debilidades, que las únicas alianzas posibles y necesarias eran aquellas donde uno pudiera beneficiarse de alguna forma de otras personas. Para alguien como ella, quien en la mayor parte de su vida había aprendido que no existen gestos desinteresado y honestos, que todo tiene un precio, escuchar las palabras de mademoiselle Larios resultaba algo chocante y la hacía sentirse fuera de su zona de confort. Alguien como ella jamás cambiaría y precisamente por aquello es que fingiría que la declaración de su invitada le resultaba más que honesta y factible.

-Pocas veces me he topado con gente tan interesante y ciertamente lo interesante, lo que está fuera de los límites de mi conocimiento me atrae- nuevamente bebió un sorbo de té -No mal interprete mis palabras, con eso no quiero decir que yo sea una ignorante, simplemente considero que ambas tenemos conocimientos.... Distintos, por llamarlos de algún modo y ciertamente sería un placer y algo beneficioso tener una perspectiva distinta a la mía, además de conocimientos que no poseo aún- Smerenda posó la vista en su invitada -Creo que tú intervención en mi vida llega en un buen momento y tomaré tu oferta- sonrió -verás, me pareces una persona honesta, con una visión del mundo menos dramática y menos oscura que la mía- Smerenda dio el último sorbo a su té -Verás nunca en mi vida me he dado a la búsqueda de compañía y cierto es que soy un ser solitario, pero hace un tiempo me decidí a hacer cosas al azar, algo que nunca hago-

Smerenda fijó la vista en su taza vacía, donde algunas partículas de hojas de té se asentaban en el fondo de la taza -¿Alguna vez has escuchado a cerca de la teomancia? Es la lectura de las partículas de té, si me lo preguntas es una idiotez, pero ya que estoy en eso de hacer cosas nuevas...- Smerenda removió tres veces la taza, posteriormente puso la taza boca abajo sobre el platillo y golpeó el fondo tres veces con la mano, hasta que se aseguró que la mayoría de las hojas habían caído en el platillo. Después, con cuidado tomó la taza y examinó qué "formas" habían "dibujado" las hojas que permanecían adheridas en el fondo y en las paredes de la taza -Veamos que dice nuestra fortuna, hagamos lo que los temerosos e ignorantes hombres hacen y confiemos en tonterías ¿Que formas ve en la taza?- con cuidado, colocó su propia taza frente a su invitada -¿Nuestra fortuna dice que podemos ser compañeras? ¿Tenemos la bendición de la fortuna o seremos unas rebeldes e iremos en su contra?- Smerenda habló en un tono melodramático, imitando a las gitanas que predecían la fortuna en las calles de París.
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Mensaje por Jara Larios Mar Oct 02, 2018 4:11 am

A pesar de que, en un momento de debilidad, Jara se había abierto de forma honesta ante su anfitriona, no parecía que Smerenda estuviera impresionada o que le hubiera afectado lo más mínimo. Quizás había sido demasiado honesta. Quizás se había abierto demasiado. Quizás aquella gente fuera realmente mucho más fría que en su Málaga o en el desierto. Quizás, al fin y al cabo, aquél no terminara de ser su sitio.

Un tanto apesadumbrada, tomó la tetera y se sirvió un poco más de té. Mientras removía el contenido con una cucharilla iba escuchando a Smerenda. Aquella mujer le provocaba una gran frustración. No era capaz de adivinar o entender por dónde estaba dirigiendo la conversación. Y mucho menos lo que terminó de ofrecerle con aquellos posos del té. ¿Teomancia? ¿A eso habían llegado? ¿Ese era el nivel de descomposición moral e intelectual al que había llegado el culto en Europa? ¿Estos eran la avanzadilla del mundo civilizado?  

La sorpresa se dibujaba en el rostro de Jara, que no terminaba de saber cómo encauzar una situación en la que se sentía como pez fuera del agua. Allí había una serie de claves culturales, sociales y materiales que no terminaba de comprender. Eso o que, simplemente, Smeranza estaba jugando con ella. O que estaba loca. O las tres cosas.

-Sí, claro que he oído hablar de ella. Su valor para la mayoría de nuestros cultos y tradiciones es más bien... escaso. Pero quién sabe. Quizás todos los años de estudio e investigación están equivocados. Quizás sea en los posos del té donde se encuentra todas las respuestas...-aunque intentaba suavizarlo con una media sonrisa, había cierto desdén escondido en sus palabras. Jara se estaba tomando aquello como un insulto, por más que tratara de ocultarlo-. Pero hemos venido a jugar, ¿no? Pues juguemos...

Jara alargó la mano y sujetó la taza frente a sus ojos. Se concentró y observó cómo las pequeñas partículas que aún quedaban en el fondo de la taza se iban juntando y desplazando, acompañando a las hojas y posos del té.

-Veo... veo... ¿una mujer? No, una jorobada. También una nube y un ¿rayo que sale de ella?...

Se quedó un rato más observando la taza. Por más que considerara aquella una soberana tontería, Jara se estaba aplicando y empleando a fondo. Su frente se perló de sudor a causa de la concentración.

-Creo que veo también un pájaro. No sabría decirte si es un buitre o un halcón...-dejó la taza frente a ella-. En cualquier caso no parecen unos designios muy halagüeños... ¿se supone que vengo a aprovecharme de tí? ¿Nos va a partir un rayo? ¿Me quedaré jorobada?
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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Mar Oct 02, 2018 3:33 pm

Smerenda rio, con altas, sinceras y sonoras carcajadas. Río como hacía mucho tiempo no había reído, quizás como nunca en su vida había reído al escuchar las palabras de mademoiselle Larios -Descuida, como te dije esto es una estupidez, es una tontería que se usa para estafar jóvenes crédulas, por eso, como dices, su valor para la mayoría de los círculos de hechiceros y las tradiciones es nulo o más bien inexistente- intento con algo de éxito controlar su risa - Dudo que nos parta un rayo o que a alguna de nosotras le brote una joroba, no al menos en un futuro cercano- el rostro le dolía, jamás había experimentado esa sensación, reír hasta que algo doliera - Y yo creo, querida, que así como son las cosas, es más fácil que yo buscase aprovecharme de ti que todo lo contrario. A riesgo de equivocarme no pareces ser esa clase de persona. Quizás lo único a medias verdad es que si nos volvemos compañeras de andanza ambas nos aprovecharemos de la compañía de la otra-

Smerenda tomó la servilleta de lino de la mesa y a palmaditas se limpió el sudor de la frente -Mis disculpas Mademoiselle, no quise ofenderla, en realidad si conociera mi situación verá que con la risa que su atinado comentario me ha causado usted ha realizado una labor humanitaria inestimable- Smerenda llamó con la campanilla a las doncellas, en cuanto llegó pidió que recogiesen el lío que había armado con la lectura de las hojas de té. Pidió que les trajesen más té pues el anterior ya se había enfriado. En cuanto las doncellas se marcharon Smerenda continuó.

-Probablemente pienses que estoy demente, probablemente tengas razón: De alguna forma todos estamos un tanto dementes, este mundo nos orilla a eso- fijó la mirada en su invitada manteniendo ahora una expresión seria - Pero dudo ser una demente peligrosa, al menos no para ti. Me encantaría, si después de esta visita aún lo consideras una buena opción, ser tu compañera. Fuiste honesta y te lo agradezco, no me queda más que serlo también: Me faltan amigos. En general todo en mi existencia se ha confabulado para que por diversas razones ni yo desease tenerlos ni nadie me desease como su amiga. No soy nueva en esta ciudad, podría decirse que mi vida se dividió entre la corte Rumana o Rumanía en general y Francia, pero aunque la conozco desde siempre siento que esta ciudad tampoco termina de aceptarme y al igual que tú también me siento un tanto como una extraña y también me encuentro necesitada de compañía- un leve golpe a la puerta indicó que las doncellas habían regresado. En cuanto se les permitió entrar a la sala se apresuraron a colocar todo en orden, servir nuevamente el té y a abandonar la sala.

Smerenda bebió un sorbo de té. Dándose cuenta que nunca antes había admitido eso para ella misma, mucho menos en voz alta delante de otra persona. Jamás se habría imaginado que lo diría y mucho menos delante de alguien que recién acababa de conocer, pero por alguna razón Mademoiselle Larios propiciaba cierta atmósfera de confianza. Smerenda no siempre había estado totalmente sola. Cuando niña, antes de que todo el caos se desatase había tenido a su madre, después a su prometido; sabía que le había gustado tener alguien en quien confiar, alguien con quien compartir su pesada carga. Si bien estaba sola no era por propia voluntad, pero se prometió que se daría el lujo de ser totalmente con su visita.

-Debo serte honesta... ¿Puedo llamarte Jara?- Smerenda no esperó a que su invitada hablase -Hay ciertas sombras de mi pasado que me persiguen, literalmente, puedes verme sola aquí pero estoy segura de que siempre tengo un ojo ajeno sobre mí. Me agradas en extremo y creo que sería posible que tú y yo nos llevásemos de maravilla. Pero no seré una egoísta contigo- Smerenda bebió un sorbo de su té -Si te dijera que ser mi compañera, que llevarnos bien y crear cierto lazo afectivo te pondría en riesgo ¿Aun así aceptarías?- Smerenda dejó que un largo silencio fluyera antes de continuar -No conocí durante mucho tiempo a Zaida. Honestamente no se me ocurre porque esa loca consideró que fue buena idea hacer que nos conociésemos. Pero si sé que no era idiota, así que si te dijo que me contactase fue por algo y honestamente me muero de curiosidad por saber qué, pero no creo que sea posible- después de un sorbo de té y otro corto silencio Smerenda continuó -Después de haber escuchado todo lo que te he dicho ¿Qué opinas? Si tienes alguna pregunta o quieres salir corriendo este es el momento correcto-
Smerenda W. de Brancovan
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