Andrei Neverov

por **Andrei Neverov** Sáb Nov 13, 2010 5:48 pm

-Nombre del Personaje: Andrei Neverov

-Edad: 17 años

-Especie: Cambiaformas

- Tipo y Nivel Social: Medio-Bajo

-Lugar de Origen: Rusia

-Habilidad/Poder: Cambiaformas felino. Se transforma en un gato pardo de colores anaranjados y en un imponente puma, aunque esta última transformación no puede mantenerla durante tanto tiempo como la anterior.

Spoiler:

-Descripcion Fisica:

Spoiler:

Andrei es un chico delgado, más bien bajito y de rostro fino, que no consigue llegar a resultar imponente no importa lo que haga. Posee una belleza que roza suavemente lo aniñado, pero con ciertos rasgos de indudable carácter masculino y maduro, como la marcada línea de la mandíbula. Sus labios son carnosos y siempre rosados, acompañando al sutil tono rojizo que siempre impera en sus mejillas. Sus ojos, de un color tan oscuro como la mismísima noche y rodeados de pequeñas pero espesas pestañas, están mejor adaptados para el día que para la noche, pero también se desenvuelve con comodidad durante la ausencia del astro rey. Tiene una nariz pequeña y salpicada de pequeñas pecas, lo que le confiere un aspecto algo más infantil pero que no desentonan demasiado a pesar de su pálida tez.

En cuanto al cabello, Andrei no es alguien especialmente preocupado por ello. Tiene el pelo algo largo, por lo que si decidiera no moldearlo ligeramente por las mañanas probablemente parecería un desquiciado, pero esa es toda la atención que le confiere a su cabellera. Por lo demás, se conforma con pasarse las manos por el pelo hasta recuperar la formalidad en su imagen.

Como ya se ha comentado antes, Andrei no es alguien que destaque por su forma física. Su mayor virtud no es por lo tanto la fuerza, sino la gran agilidad y rapidez con la que se mueve, dotando cada gesto de una gracia inusitada. Y es que a pesar de no tener un cuerpo excesivamente trabajado, sí es posible percibir la ligera línea de los músculos en su abdomen y pecho.

-Descripcion Psicologica: Andrei es un chico alegre. Le gusta disfrutar de cada detalle que la vida le ofrece y es propenso a ver el lado positivo de casi todas las situaciones. Es risueño y divertido, pero desde luego esto no implica que sea inmaduro e infantil. Le gusta bromear, pero sabe perfectamente cuando la broma ha llegado a su fin, y es capaz de adoptar una posición más seria y formal si el momento lo requiere. Es muy empático y comprensivo, por lo que suele evitar el dolor ajeno siempre que puede, especialmente si es él quien está en disposición de provocarlo.

No obstante, Andrei no es, ni mucho menos, un alma cándida e ingenua. Tiene alojado dentro de sí un gran carácter, capaz de explotar con facilidad si se sabe dónde tocar, y entonces poco le importa encontrarse en inferioridad de condiciones, pues se defenderá con cada fibra de su ser, hasta el último aliento. De todas formas, se considera un chico pacífico y no tiene problema en huir de las peleas si no cree realmente en el motivo que las ocasionó o si piensa que no va a ganar nada con ello.

También cabe destacar la enorme independencia que desarrolló desde su más tierna infancia. Sin necesidad de nadie a su lado, Andrei siempre ha sido un chico resolutivo y capaz de solucionar sus propios problemas y de convivir, algunas veces mejor que otras, con la más absoluta soledad. El silencio, tan insoportable para algunos, ya es algo prácticamente corriente en la vida del joven cambiaformas, algo a lo que ya se ha habituado y que sólo es capaz de combatir con una curiosa costumbre: Dejar que sus pensamientos fluyan al exterior en forma de susurros que sólo escuchan las paredes que le rodean.

Por otra parte, con el tiempo ha adquirido un sentido del deber bastante superior al de los demás, hasta el punto de que prácticamente nunca actuará de modo que condicione su misión o que la entorpezca de algún modo.

-Historia: Andrei nació un 15 de mayo de 1783 en una familia de origen más que humilde. De padre frágil de salud y madre trabajadora, el chico aprendió desde muy temprana edad a desempañar una amplia gama de tareas diversas. No todas lícitas, pero sí útiles. Desde trabajar en casas de mujeres recientemente adineradas hasta robar por las calles, Andrei era capaz de lo que se propusiera si de ese modo ayudaba a sus padres, tan carentes de fuentes de ingresos. No tardó demasiado en descubrir su peculiar habilidad de transformación, y lejos de verlo como algo extraño, lo aceptó con una naturalidad pasmosa, como si todo el que se cruzase por la calle fuese capaz de sacar a la luz su animal interior. Simplemente lo consideró una ventaja añadida para llevar a cabo sus “fechorías”.

Su vida se desarrolló de ese modo hasta los once años; con problemas menores pero con un alto grado de aventura que sustituyó con creces las carencias de una infancia corriente, repleta de amigos y juegos. Para él, el juego era robar, apropiarse de lo que pareciese valioso, convertirlo en su tesoro y, más tarde, despedirse de él para que sus padres lo vendieran por un precio inferior al que su primer dueño probablemente lo hubiese comprado. Sólo hubo un objeto que no pudo entregar. Uno sólo al que su alma se negó a renunciar: Una pequeña cajita azul y plateada, con brillantes diminutos ornamentando los laterales y la parte superior con fineza y elegancia. La robó de una casa cuyos propietarios eran indudablemente adinerados, y a la que accedió a través de la zona reservada para el servicio; del resto se ocupó su parte felina, que pasó fácilmente desapercibida entre los criados y demás personas cuyo oficio o posición en la casa no llegó a reconocer.

Andrei recuerda bien aquella experiencia. Recuerda con total detalle la puerta que alguien dejó entreabierta el final de un largo y amplio pasillo. Recuerda como la curiosidad le venció de un solo golpe y le empujó a colarse en el interior de aquellos impresionantes aposentos; cómo subió a la cama de un salto para tener una vista privilegiada del lugar y cómo el pequeño destello que despidió la cajita en contacto con la luz que entraba por la ventana captó de inmediato su atención. Los ojos felinos, tan oscuros como los del humano, se clavaron en el objeto y ni siquiera se planteó durante un instante dejarla allí, no hubo ni un recoveco en su mente que creyese acertado abandonar el lugar sin la cajita. Y así lo hizo. Encajó el objeto entre las fauces y huyó a toda prisa, sintiéndose más satisfecho que en toda su vida, más completo que nunca.

Desde entonces, no volvió a separarse de ese botín. Lo guardó en los bolsillos durante años, palpándolo cada poco tiempo para asegurarse que seguía allí, pero nunca lo sacaba a la vista de los demás. Si algo había aprendido desde los primeros años de vida era que si él podía robarles cosas a los demás, los demás también podían robárselas a él, por lo que guarda con infinito celo el tan preciado tesoro.
Lo que ocurriera a partir de los once años, ya es otra historia. Una historia de la que Andrei prefiere no hablar, aunque ni él mismo sabe muy bien por qué.

Pocos meses después de cumplir once años, Andrei cometió un error. Un error que con los años juzgó imperdonable para alguien que llevaba tanto tiempo como él dedicándose a la apropiación de lo ajeno. Los sucesos ocurrieron durante el frío invierno de 1794. El joven vagaba por las heladas calles rusas, tratando de localizar a alguien a quien poder sustraer algunas monedas con las que pagarse una cena caliente. Por supuesto, eran muy pocos los incautos que se atrevían a enfrentarse a las inclemencias del invierno, por lo que a Andrei le resultó una tarea poco menos que titánica encontrar algún alma en aquellas callejuelas.

Pero lo hizo. Encontró a dos hombres que caminaban en sentido contrario a él y que de vez en cuando se dirigían algunas frases. Al joven poco le importó quienes fueran; clavó la mirada en el suelo y fingió que tropezaba con ellos, aprovechando el despiste para colar una de sus manos en el bolsillo del abrigo de uno de ellos. No obstante, cuando ya casi podía palpar la bolsa con las monedas que iban a pagarle la cena, los dedos del hombre se cerraron en torno a su muñeca como fríos grilletes. Andrei levantó la vista y lo que descubrió le dejó petrificado en el lugar. Dos guardias. Había intentado robar a dos guardias, y le habían cogido.

A Andrei no le gusta rememorar ese desagradable hecho, pero recuerda con bastante nitidez que el hambre le apretaba con una fuerza atroz, que le cegaba completamente y que actuó conducido por una desesperación que no le dejaba pensar con claridad. De otro modo, probablemente habría evaluado la situación con más detalle y no se habría dejado seducir por las remotas posibilidades que el momento le ofrecía.

Obviamente, los guardias no sólo no le dejaron escapar en ese instante, sino que tampoco lo hicieron durante el día siguiente. Ni durante el siguiente. Entonces, previendo que no iba a salir de allí si se limitaba a esperar pacientemente, Andrei dejó que su cuerpo quedase suavemente atrás y que fuese el del felino el que se impusiera. Se coló entre los barrotes de la que fue su celda las horas precedentes y correteó por el lugar en busca de una salida que nunca llegó a alcanzar. Un cuerpo fornido y uniformado se interpuso entre él y la escapatoria y le observó con una sonrisa de curiosidad. “Te he visto, ladronzuelo.” Comentó simplemente, agachándose para capturar al felino y de poco le valieron a Andrei los arañazos y los mordiscos desesperados que le propinó al guardia.

Días más tarde, Andrei se vio cara a cara con el mismísimo Zar. Escoltado por el mismo guardia que le capturara con anterioridad, el joven compareció ante el dirigente ruso, abiertamente interesado por las habilidades del muchacho y por los beneficios que podía aportar a la casa real. Él, por supuesto, negó todo lo que el guardia había explicado y se cerró en banda a transformarse delante de aquellas personas que clavaban sus ojos en él. Como era obvio, los guardias supieron hacerle reconsiderar esta decisión con una pequeña dosis de violenta persuasión y Andrei no tuvo más opción que ceder. Sin embargo, aquella vez no se pareció en nada a las demás. En aquella ocasión, el chico sintió como si algo en la transformación se truncara con violencia. No fue una transformación suave como las anteriores, sino brusca y a tirones, como si su cuerpo fuese a romperse y en vez de un gatito, en su lugar sólo restasen las piezas separadas que antes formaban al joven. Cuando todo acabó y el dolor quedó atrás, Andrei se sintió extrañamente poderoso y fuerte. Aún no sabe con exactitud qué hizo, pero aquella fue la primera vez que consiguió transformarse en puma.

El Zar quedó impresionado. A decir verdad, todos los presentes quedaron impresionados, incluido Andrei. La transformación duró poco y minutos más tarde sólo quedaba un chico pálido, agotado y desnudo, pero la breve demostración fue suficiente para el Zar, que no dudó en proponerle un trato que el chico no se vio en condiciones de rechazar. A cambio de información y de servicio incondicional a Rusia, el hombre no sólo le proporcionaría una buena vida a él, sino también a su familia.

De ese modo, su vida dio un giro de 180º que el cambiaformas no sabe si valorar positiva o negativamente, pero que le llevó hasta donde se encuentra en la actualidad, en la ciudad de la luz. Su deber allí es recaudar toda la información posible sobre la ayuda que los suecos pretenden proporcionar al pretendiente al trono francés e informar al Zar periódicamente. No es una tarea que le agrade, ya que ni le gusta ni le interesa la política, pero procura recordarse a menudo por qué lo hace.

-Datos Extras:

• En cuanto a su sexualidad, Andrei es…Andrei no sabe muy bien lo que es. Sabe que los hombres se casan con las mujeres y tiene ciertas nociones sobre lo que se debe hacer para procrear, pero también conoce la existencia de hombres que aman a otros hombres, por lo que se encuentra algo confundido. De todos modos, dado que su vida se ha visto siempre reducida al ámbito “profesional”, no es un tema que haya tenido en cuenta alguna vez.

• No le gustan las personas pertenecientes a la clase alta, ya que le hacen sentirse inferior.

• No posee un sentimiento demasiado arraigado hacia sus padres. Les quiere y se siente bien trabajando para que ellos vivan felices, pero no cree que les quiera del modo en que un hijo quiere a sus padres, sino más bien como un chico quiere a las personas con las que ha convivido algún tiempo y de las que no teme separarse cuando la situación lo requiera. Esto probablemente se deba a esa independencia a la que tuvo que acogerse desde muy pequeño, a que nunca se sintió realmente protegido y cuidado por ellos, aunque no les culpa por ello.

por **Tarik Pattakie** Sáb Nov 13, 2010 9:35 pm

Solo una cuestión para poder aceptar tu ficha. Estamos en el año 1800, así que la fecha de tu nacimiento con la edad, no concuerda. Cuando hagas el cambio, se te asignará color.

por **Andrei Neverov** Dom Nov 14, 2010 5:09 am

Arreglado. Lo cierto es que la primera vez puse las fechas en relación a 1800, pero por cuestiones de coincidencia en varios aspectos decidí editarlas. En cualquier caso, ya está editado de nuevo.