AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Fabuless {Privado} {+18}
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Fabuless {Privado} {+18}
¿Qué pasaría si hundía la cabeza en el agua de la bañera durante sólo un poco más? Unos segundos, apenas; entre diez y treinta, nada más, pues no deseaba morir, sólo llevarme al límite... En él encontraba cierta paz: la voz se callaba, el mundo se detenía por completo, y se hacía el silencio, que comenzaba a valorar mucho más que el ruido continuo del burdel. ¿Cómo, pues, no podía hacerlo...? Con las manos en cada uno de los laterales de la bañera, aferrando la cerámica con fuerza, me resbalé hasta que el agua me cubrió el rostro, con la respiración contenida.
¿Qué te crees que estás haciendo? ¡Ya, detente, deja de bromear!
Pero, en lugar de obedecer, me hundí un poco más, y llegué a sonreír bajo el agua, con los ojos abiertos de par en par. ¿Qué miraba, si podía saberse...? ¿El techo de madera, las velas titilantes de la habitación pequeña en la que me encontraba, la ausencia total de objetos salvo el lecho en el que me atravesaban distintos hombres cada noche a cambio de unas monedas? Cualquier cosa menos eso; prefería mirar las velas, que a través de la superficie del agua parecían bailar. Eso me relajaba, eso y el silencio. Me relajaba tanto que no me di cuenta de que cerraba los ojos despacio...
¡Sal, sal de ahí!
¿Qué chillido me sacó de golpe, el de mi cabeza o el de la prostituta que acababa de entrar a buscarme? Daba igual: había salido de la paz, me habían arrancado de la calma para arrojarme al bullicio de un burdel en las horas previas a la apertura, y los gritos me perforaron los oídos con tal fuerza que me llevé la mano a la nuca y cerré los ojos, sin interés en cubrirme. ¡Vivía en un burdel como prostituta, por el amor de Dios, era inútil hacerlo! Y así debió de pensar Anaïs, la mujer que había entrado y me había atrapado en un momento de calma, la mujer que me sacó de la bañera a tirones y me arrastró, literalmente, hacia la madame.
¡Tú te lo has buscado! Es culpa tuya, ¡y ahora nos va a afectar a las dos! ¡Estúpida, estúpida, aprende a controlarte!
– No he hecho nada, por favor, llévame de vuelta... – suplicaba, aunque no me oía, porque por encima de mí estaban las risas y los cuchicheos de las demás prostitutas. ¿Acaso se creían mejores que yo! ¡Todas estábamos allí por lo mismo, a todas nos utilizaban, y todas nos dejábamos penetrar de mil maneras con tal de tener unas monedas con las que poder comer! Molesta, sentía la ira crecerme dentro, alentada por ella, y aunque eso debía ser motivo suficiente para oponerme, no lo conseguía... era demasiado poderosa.
Mátalas, Alchemilla, mátalas a todas, ¡todas! No mereces estar aquí, no, ni que te juzguen y hieran.
– ¡No quería morir! Sólo estaba cansada, nada más, ¡lo prometo, madame! – supliqué de nuevo, pero hubo algo duro en mi tono, lo noté; las palabras en una lengua que conocía sin recordar por qué la había aprendido (bueno, no recordaba casi nada, lo cierto era que eso tampoco era de mucha ayuda, ¿no?) se me querían escurrir de la lengua, pero cerré la boca, le permití abofetearme y golpearme en lugares donde la rojez se pasaría pronto, e incluso trasladarme hacia un sofá donde, con violencia, empezaron a ocuparse de mí.
Deberías matarlas, Alchemilla. Mátalas y tus problemas se solucionarían; el dolor se iría.
Me preocupó estar de acuerdo... Me preocupó excepto porque el dolor era real: me sujetaban las muñecas con fuerza para mantenerme quieta, me tiraban del pelo mientras me lo cepillaban, disimulaban con ungüentos las marcas de los golpes y me tapaban con ropas que yo debía ponerme, ¡aunque no pudiera moverme! Sólo cuando ya parecía que me habían arrancado todo el pelo y caía, largo y sedoso, por mi espalda; sólo cuando ya aparentaba ser una prostituta de nuevo, en fin, me dejaron vestirme, si es que se le podía llamar vestirse a aquellos trapos que apenas me cubrían, llenos de encaje.
Eres una furcia: tú lo has elegido. ¡No te olvides!
¿Cuándo lo había hecho? ¿Qué había sido de mi vida para acabar abocada a esa vida que, lo admitía, a veces encontraba placentera? Era con ese tipo de pensamientos que me convencía de que algunas cosas era mejor no recordarlas, igual que a veces es mejor tragarse el orgullo y obedecer; ahogando un suspiro, me cubrí y me dejé conducir a mi habitación, donde la bañera ya se encontraba vacía y me lanzaron a la cama. Allí, me advirtieron de que no podría elegir a mis clientes aquella noche, y una de ellas, maliciosa, me advirtió que me enviarían al más desgraciado y cruel de todos.
No, no... ¡Mira lo que has conseguido!
Con el ceño ligeramente fruncido, elegí ser práctica y obedecer, a sabiendas de que me vigilaban: me dejé caer, perezosamente, sobre los cojines; elegí al azar un mechón de mi cabello y comencé a acariciarlo y a trenzarlo, para después distribuir flores de azahar entre las hebras, de forma que el olor me invadió y me tranquilizó como cuando me había encontrado en la bañera. Justo a tiempo, por otro lado, porque cuando terminé se abrió la puerta de golpe y entró un hombre, de aspecto tan agresivo como me habían vaticinado. – Bienvenido.
¿Qué te crees que estás haciendo? ¡Ya, detente, deja de bromear!
Pero, en lugar de obedecer, me hundí un poco más, y llegué a sonreír bajo el agua, con los ojos abiertos de par en par. ¿Qué miraba, si podía saberse...? ¿El techo de madera, las velas titilantes de la habitación pequeña en la que me encontraba, la ausencia total de objetos salvo el lecho en el que me atravesaban distintos hombres cada noche a cambio de unas monedas? Cualquier cosa menos eso; prefería mirar las velas, que a través de la superficie del agua parecían bailar. Eso me relajaba, eso y el silencio. Me relajaba tanto que no me di cuenta de que cerraba los ojos despacio...
¡Sal, sal de ahí!
¿Qué chillido me sacó de golpe, el de mi cabeza o el de la prostituta que acababa de entrar a buscarme? Daba igual: había salido de la paz, me habían arrancado de la calma para arrojarme al bullicio de un burdel en las horas previas a la apertura, y los gritos me perforaron los oídos con tal fuerza que me llevé la mano a la nuca y cerré los ojos, sin interés en cubrirme. ¡Vivía en un burdel como prostituta, por el amor de Dios, era inútil hacerlo! Y así debió de pensar Anaïs, la mujer que había entrado y me había atrapado en un momento de calma, la mujer que me sacó de la bañera a tirones y me arrastró, literalmente, hacia la madame.
¡Tú te lo has buscado! Es culpa tuya, ¡y ahora nos va a afectar a las dos! ¡Estúpida, estúpida, aprende a controlarte!
– No he hecho nada, por favor, llévame de vuelta... – suplicaba, aunque no me oía, porque por encima de mí estaban las risas y los cuchicheos de las demás prostitutas. ¿Acaso se creían mejores que yo! ¡Todas estábamos allí por lo mismo, a todas nos utilizaban, y todas nos dejábamos penetrar de mil maneras con tal de tener unas monedas con las que poder comer! Molesta, sentía la ira crecerme dentro, alentada por ella, y aunque eso debía ser motivo suficiente para oponerme, no lo conseguía... era demasiado poderosa.
Mátalas, Alchemilla, mátalas a todas, ¡todas! No mereces estar aquí, no, ni que te juzguen y hieran.
– ¡No quería morir! Sólo estaba cansada, nada más, ¡lo prometo, madame! – supliqué de nuevo, pero hubo algo duro en mi tono, lo noté; las palabras en una lengua que conocía sin recordar por qué la había aprendido (bueno, no recordaba casi nada, lo cierto era que eso tampoco era de mucha ayuda, ¿no?) se me querían escurrir de la lengua, pero cerré la boca, le permití abofetearme y golpearme en lugares donde la rojez se pasaría pronto, e incluso trasladarme hacia un sofá donde, con violencia, empezaron a ocuparse de mí.
Deberías matarlas, Alchemilla. Mátalas y tus problemas se solucionarían; el dolor se iría.
Me preocupó estar de acuerdo... Me preocupó excepto porque el dolor era real: me sujetaban las muñecas con fuerza para mantenerme quieta, me tiraban del pelo mientras me lo cepillaban, disimulaban con ungüentos las marcas de los golpes y me tapaban con ropas que yo debía ponerme, ¡aunque no pudiera moverme! Sólo cuando ya parecía que me habían arrancado todo el pelo y caía, largo y sedoso, por mi espalda; sólo cuando ya aparentaba ser una prostituta de nuevo, en fin, me dejaron vestirme, si es que se le podía llamar vestirse a aquellos trapos que apenas me cubrían, llenos de encaje.
Eres una furcia: tú lo has elegido. ¡No te olvides!
¿Cuándo lo había hecho? ¿Qué había sido de mi vida para acabar abocada a esa vida que, lo admitía, a veces encontraba placentera? Era con ese tipo de pensamientos que me convencía de que algunas cosas era mejor no recordarlas, igual que a veces es mejor tragarse el orgullo y obedecer; ahogando un suspiro, me cubrí y me dejé conducir a mi habitación, donde la bañera ya se encontraba vacía y me lanzaron a la cama. Allí, me advirtieron de que no podría elegir a mis clientes aquella noche, y una de ellas, maliciosa, me advirtió que me enviarían al más desgraciado y cruel de todos.
No, no... ¡Mira lo que has conseguido!
Con el ceño ligeramente fruncido, elegí ser práctica y obedecer, a sabiendas de que me vigilaban: me dejé caer, perezosamente, sobre los cojines; elegí al azar un mechón de mi cabello y comencé a acariciarlo y a trenzarlo, para después distribuir flores de azahar entre las hebras, de forma que el olor me invadió y me tranquilizó como cuando me había encontrado en la bañera. Justo a tiempo, por otro lado, porque cuando terminé se abrió la puerta de golpe y entró un hombre, de aspecto tan agresivo como me habían vaticinado. – Bienvenido.
Invitado- Invitado
Re: Fabuless {Privado} {+18}
Se quedó absorto observando algún punto ciego entre las tinieblas aparentes del lugar. De nuevo, y motivado por quién sabe qué demonios, volvió a refugiarse en el alcohol, como si esa porquería pudiera solucionar cada uno de sus problemas. Pero no, tenía que reconocerlo, aquello lo estaba hundiendo más en su miseria, y empezaba a llegar al extremo de que no le importaba en lo absoluto su integridad mental. Al menos, no mientras estuviera condenado al nefasto pasado de su familia. ¡Malditas brujas! Las odiaba, no por ser lo que eran, sino por lo que podían hacer. ¿No se cansaban de dañar a otros hasta el punto de condenarlos? ¡No! Claro que no. Eran todas unas perras egoístas (como si él no lo fuera. Bueno, perra no, egoísta sí, ¿se entendió, no?).
En fin, estaba bebiendo como el desgraciado que era. No paró hasta que la inconsciencia le agravó los sentidos, y el dueño de aquella pocilga, compadecido por el estado lamentable de Derek, decidiera despacharlo con un par de hombres (especialmente entrenados y bien pagados para ese tipo de situaciones), a ver si así dejaba de buscar problemas. ¡Así es! Al tarado le dio por buscar pleitos ya cuando se le subió el alcohol a la cabeza. Pero, aquello no fue precisamente influenciado por la bebida. Sin embargo, para los demás hombres si era de ese modo, aunque Corey aseguraba cosas totalmente fuera de sí.
Se tuvo que salir a duras penas, maldiciendo en ese inglés propio de su tierra natal, mezclado un poco con la lengua de algunos nativos que había conocido durante su adolescencia. Sí, bueno, estaba podrido y muy frustrado, más con los demás que consigo mismo, a pesar de tener gran parte de la culpa. ¿Y qué hizo? Siguió refunfuñando camino abajo, o arriba, ni siquiera sabía, simplemente siguió un trecho oscuro de la callejuela esa de mala muerte. Era una fortuna que estuviera tan abandonada en ese momento, y no porque pudieran hacerle algo (o quizás sí), sino para que dejara de seguir buscando problemas. Al menos caminar por todo ese tramo fue suficiente para terminar de despertarlo un poco, pero más lo hizo el agua helada en su cara, la misma que le echó aquella mujer horrible. ¿Qué no se cansaba de hacerle eso? Parecía que no.
—Maldita furcia —gruñó, mientras se frotaba el rostro con las manos. Apenas las apartó, recibió una bofetada—. ¿Qué te...? ¿Cómo? Se supone que yo... Supongo que gracias por no dejarme tirado en la calle. Aunque intuyo que sólo quieres mi dinero, ¿no es así?
Las respuestas por parte de la mujer no se hicieron esperar, y Derek apenas le prestó atención, aunque no pudo ignorar aquella idea maliciosa por parte de la furcia. Sí, tal vez necesitaba desquitarse con alguien esa noche y ella le tendría a la indicada. Hacía mucho que no ponía un pie en el mendigo burdel, así que, ¿por qué no hacerle caso a esa mujer despreciable? No era un cliente frecuente, pero si alguien allegado, y algún provecho debía sacarle a tanto dolor de cabeza. Claro, en las condiciones en las que estaba su carácter, no iba a ser especialmente sano para la prostituta que le tocara esa noche, por eso fue que no pasó por alto una cosa: él se convertiría en un castigo para alguna idiota que se hubiera atrevido a molestar a la madame. Y no, no era su asunto.
Cuando logró ponerse de pie, ya estaba siendo conducido a la habitación en donde lo esperaría la pobre desgraciada. Su semblante estaba demasiado rígido, y su aspecto desaliñado no tranquilizaba en lo absoluto. Pero, nuevamente, no le importó. Empezaba a sentirse tan desalmado como cuando asesinó a su esposa hacía ya varios años atrás; como cuando se dedicaba a destruir a esas brujas asquerosas a las que tanto odiaba... Su existencia tormentosa le estaba extinguiendo la poca humanidad que apenas conservaba. ¡Y ni siquiera estando lejos de Salem lo dejarían en paz!
Aquello fue un recuerdo amargo, el mismo que se desvaneció cuando atravesó la puerta de la habitación, en donde, suponía, estaría su ¿premio de consolación? Bueno, igual tendría que pagar, de eso no tenía la menor duda. Aunque... ¿Qué podía decir? Le habían dado a la más bonita y no se iba a quejar, incluso se atrevió a sonreír con arrogancia cuando los dejaron solos.
—¿Qué tenemos por aquí? Vaya, vaya... Una buena elección por parte de la madame —dijo, mientras se acercaba lentamente a ella—. Al menos podrías, no sé, presentarte. Tranquila, tengo tiempo suficiente para dedicarme a lo mío, porque tú eres la oferta de esta noche.
Se sentó a su lado, simplemente contemplándola de pies a cabeza con lascivia. ¿Y con qué más? Iba a eso, ¿no? Ni que fuera de esos hombres que sólo iban a pintar en sus lienzos. No. Derek estaba ahí por algo carnal, como única opción para deshacerse de su momentánea crisis de mal humor. Aunque, no quiso mostrarse desesperado, porque era hombre de tomarse su tiempo para esas cosas, deslizó el brazo hasta que su mano terminó enredándose con los cabellos de la mujer, obligándola a mirarlo, mientras la distancia entre ambos se hizo peligrosamente corta.
—¿Acaso no escuchaste? Odio repetir las cosas...
En fin, estaba bebiendo como el desgraciado que era. No paró hasta que la inconsciencia le agravó los sentidos, y el dueño de aquella pocilga, compadecido por el estado lamentable de Derek, decidiera despacharlo con un par de hombres (especialmente entrenados y bien pagados para ese tipo de situaciones), a ver si así dejaba de buscar problemas. ¡Así es! Al tarado le dio por buscar pleitos ya cuando se le subió el alcohol a la cabeza. Pero, aquello no fue precisamente influenciado por la bebida. Sin embargo, para los demás hombres si era de ese modo, aunque Corey aseguraba cosas totalmente fuera de sí.
Se tuvo que salir a duras penas, maldiciendo en ese inglés propio de su tierra natal, mezclado un poco con la lengua de algunos nativos que había conocido durante su adolescencia. Sí, bueno, estaba podrido y muy frustrado, más con los demás que consigo mismo, a pesar de tener gran parte de la culpa. ¿Y qué hizo? Siguió refunfuñando camino abajo, o arriba, ni siquiera sabía, simplemente siguió un trecho oscuro de la callejuela esa de mala muerte. Era una fortuna que estuviera tan abandonada en ese momento, y no porque pudieran hacerle algo (o quizás sí), sino para que dejara de seguir buscando problemas. Al menos caminar por todo ese tramo fue suficiente para terminar de despertarlo un poco, pero más lo hizo el agua helada en su cara, la misma que le echó aquella mujer horrible. ¿Qué no se cansaba de hacerle eso? Parecía que no.
—Maldita furcia —gruñó, mientras se frotaba el rostro con las manos. Apenas las apartó, recibió una bofetada—. ¿Qué te...? ¿Cómo? Se supone que yo... Supongo que gracias por no dejarme tirado en la calle. Aunque intuyo que sólo quieres mi dinero, ¿no es así?
Las respuestas por parte de la mujer no se hicieron esperar, y Derek apenas le prestó atención, aunque no pudo ignorar aquella idea maliciosa por parte de la furcia. Sí, tal vez necesitaba desquitarse con alguien esa noche y ella le tendría a la indicada. Hacía mucho que no ponía un pie en el mendigo burdel, así que, ¿por qué no hacerle caso a esa mujer despreciable? No era un cliente frecuente, pero si alguien allegado, y algún provecho debía sacarle a tanto dolor de cabeza. Claro, en las condiciones en las que estaba su carácter, no iba a ser especialmente sano para la prostituta que le tocara esa noche, por eso fue que no pasó por alto una cosa: él se convertiría en un castigo para alguna idiota que se hubiera atrevido a molestar a la madame. Y no, no era su asunto.
Cuando logró ponerse de pie, ya estaba siendo conducido a la habitación en donde lo esperaría la pobre desgraciada. Su semblante estaba demasiado rígido, y su aspecto desaliñado no tranquilizaba en lo absoluto. Pero, nuevamente, no le importó. Empezaba a sentirse tan desalmado como cuando asesinó a su esposa hacía ya varios años atrás; como cuando se dedicaba a destruir a esas brujas asquerosas a las que tanto odiaba... Su existencia tormentosa le estaba extinguiendo la poca humanidad que apenas conservaba. ¡Y ni siquiera estando lejos de Salem lo dejarían en paz!
Aquello fue un recuerdo amargo, el mismo que se desvaneció cuando atravesó la puerta de la habitación, en donde, suponía, estaría su ¿premio de consolación? Bueno, igual tendría que pagar, de eso no tenía la menor duda. Aunque... ¿Qué podía decir? Le habían dado a la más bonita y no se iba a quejar, incluso se atrevió a sonreír con arrogancia cuando los dejaron solos.
—¿Qué tenemos por aquí? Vaya, vaya... Una buena elección por parte de la madame —dijo, mientras se acercaba lentamente a ella—. Al menos podrías, no sé, presentarte. Tranquila, tengo tiempo suficiente para dedicarme a lo mío, porque tú eres la oferta de esta noche.
Se sentó a su lado, simplemente contemplándola de pies a cabeza con lascivia. ¿Y con qué más? Iba a eso, ¿no? Ni que fuera de esos hombres que sólo iban a pintar en sus lienzos. No. Derek estaba ahí por algo carnal, como única opción para deshacerse de su momentánea crisis de mal humor. Aunque, no quiso mostrarse desesperado, porque era hombre de tomarse su tiempo para esas cosas, deslizó el brazo hasta que su mano terminó enredándose con los cabellos de la mujer, obligándola a mirarlo, mientras la distancia entre ambos se hizo peligrosamente corta.
—¿Acaso no escuchaste? Odio repetir las cosas...
Derek Corey- Cazador Clase Media
- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 22/05/2016
Re: Fabuless {Privado} {+18}
Su agresividad provenía de su gesto, su actitud y su comportamiento mucho más que de su rostro, de rasgos incluso hermosos si se pasaba por alto la crudeza que deformaba sus ojos claros y sus labios, visibles a través de una barba poblada y rubia como él. Algo en mi cabeza debía de estar muy mal si, aun sabiéndolo, me obnubiló su atractivo, tan rudo como demostró serlo él, pero, a fin de cuentas, ¿acaso que mi cabeza estaba mal no era una de las cosas que tenía claras dentro del caos que era mi mente?
¡Tu cabeza no está mal, Alchemilla! Es complicada y poderosa, pero no está mal, no, nada mal.
Por supuesto, escuchar eso me hacía tener aún más certeza de que, efectivamente, estaba mal. ¡No, peor aún que mal! Y, claro, entre eso y el contraste brutal del hombre frente a mí debí de perder la noción del tiempo unos segundos, pues antes siquiera de que pudiera reaccionar él se halló a una distancia demasiado escasa para permitirme pensar con claridad. Como si fuera culpa suya que mis pensamientos estuvieran enredados, igual que las flores en mis cabellos: la diferencia entre ambas era que las flores las había puesto yo, pero mis pensamientos... Ah, mis pensamientos estaban enredados de antes, y me habría gustado saber por qué.
A lo mejor es porque no merece la pena recordar lo de antes, ¿no habías pensado eso? No, claro, porque estás ocupada “queriendo recordar”, ¡valiente desagradecida!
– Discúlpame, mi nombres es Alchemilla. – me presenté, ladeando el rostro, de modo que la cercanía lo obligó a ser acariciado por mi pelo antes incluso de que mis manos lo hicieran, tímidas. Ni la madame ni él me habían dicho cómo me preferían, y ¿acaso no era labor de una prostituta amoldarse a los deseos del hombre que la consumía? Sin embargo, creía intuir que los hombres dominantes, como él, anhelaban mujeres sumisas, así que así era como creía que me iba a comportar.
Sí, sumisa como la cobarde que eres, ¡fulana! ¡Sucia furcia, que vas a dejar que te utilice como le apetezca a cambio de unas monedas que ni tú vas a catar!
Haciendo un esfuerzo sobrehumano por no demostrar que deseaba arrancarme la parte de la mente en la que ella residía sin ningún tipo de opiáceo para acallar el dolor, elegí acallarlo de la forma más práctica, sobre todo para que él no tuviera una nueva crítica que hacerme: enredé los dedos en sus cabellos y reduje el espacio que nos separaba para besarlo con toda la pasión de la que era capaz una prostituta, o eso suponía, pues no conocía otras pasiones que las mías.
Créeme, eres exactamente como una puta más.
Bien, que así fuera: para eso había pagado, ese era el servicio que esperaba, y ni siquiera haber decidido que me portaría de forma sumisa y pacífica para él anulaba el hecho de que estuviera besándolo como correspondía a una mujer de mi clase. No, no como una mujer de mi clase, sino como alguien que genuinamente sentía atracción por él, más allá de estar obligada a darle placer y ser utilizada como su saco de golpear sólo por haber sido pagada para ello. A fin de cuentas, eso era lo que me diferenciaba de mis compañeras, muertas por dentro: yo aún sentía atracción por algunos de mis clientes, y no podía evitar que se me notara.
No lo jures, estúpida, te estás quedando sin aire.
Sí, cierto, así era: el beso, cálido y apasionado, se había ido volviendo más intenso por momentos hasta que tuve que separarme para respirar, y ni siquiera entonces me aparté del todo, pues aún seguía casi clavada contra él y con mi cuerpo rozando el suyo, poquísima tela contra demasiada. Así pues, acaricié las prendas que lo cubrían, y a continuación lo miré a los ojos, aferrada a él como si fuera lo que había necesitado antes para no hundirme en la bañera por completo.
– ¿Cuál es tu nombre? ¿Cómo me deseas esta noche? Puedo comportarme como te plazca, eres el cliente y tú mandas. – me ofrecí, sonriéndole, y sin soltarlo todavía, pues había algo que me impedía hacerlo, y no se trataba de su belleza... No, se trataba del peligro que desprendía, de esa aura (humana, por cierto; lo intuía, sin saber muy bien por qué) que lo volvía un riesgo si se le enfadaba, ¿tal vez para mí?
Para ti y para mí, Alchemilla, este hombre te odiará en cuanto descubra qué es lo que eres y de qué eres capaz.
Bien. Habrá que aprovechar hasta entonces.
¡Tu cabeza no está mal, Alchemilla! Es complicada y poderosa, pero no está mal, no, nada mal.
Por supuesto, escuchar eso me hacía tener aún más certeza de que, efectivamente, estaba mal. ¡No, peor aún que mal! Y, claro, entre eso y el contraste brutal del hombre frente a mí debí de perder la noción del tiempo unos segundos, pues antes siquiera de que pudiera reaccionar él se halló a una distancia demasiado escasa para permitirme pensar con claridad. Como si fuera culpa suya que mis pensamientos estuvieran enredados, igual que las flores en mis cabellos: la diferencia entre ambas era que las flores las había puesto yo, pero mis pensamientos... Ah, mis pensamientos estaban enredados de antes, y me habría gustado saber por qué.
A lo mejor es porque no merece la pena recordar lo de antes, ¿no habías pensado eso? No, claro, porque estás ocupada “queriendo recordar”, ¡valiente desagradecida!
– Discúlpame, mi nombres es Alchemilla. – me presenté, ladeando el rostro, de modo que la cercanía lo obligó a ser acariciado por mi pelo antes incluso de que mis manos lo hicieran, tímidas. Ni la madame ni él me habían dicho cómo me preferían, y ¿acaso no era labor de una prostituta amoldarse a los deseos del hombre que la consumía? Sin embargo, creía intuir que los hombres dominantes, como él, anhelaban mujeres sumisas, así que así era como creía que me iba a comportar.
Sí, sumisa como la cobarde que eres, ¡fulana! ¡Sucia furcia, que vas a dejar que te utilice como le apetezca a cambio de unas monedas que ni tú vas a catar!
Haciendo un esfuerzo sobrehumano por no demostrar que deseaba arrancarme la parte de la mente en la que ella residía sin ningún tipo de opiáceo para acallar el dolor, elegí acallarlo de la forma más práctica, sobre todo para que él no tuviera una nueva crítica que hacerme: enredé los dedos en sus cabellos y reduje el espacio que nos separaba para besarlo con toda la pasión de la que era capaz una prostituta, o eso suponía, pues no conocía otras pasiones que las mías.
Créeme, eres exactamente como una puta más.
Bien, que así fuera: para eso había pagado, ese era el servicio que esperaba, y ni siquiera haber decidido que me portaría de forma sumisa y pacífica para él anulaba el hecho de que estuviera besándolo como correspondía a una mujer de mi clase. No, no como una mujer de mi clase, sino como alguien que genuinamente sentía atracción por él, más allá de estar obligada a darle placer y ser utilizada como su saco de golpear sólo por haber sido pagada para ello. A fin de cuentas, eso era lo que me diferenciaba de mis compañeras, muertas por dentro: yo aún sentía atracción por algunos de mis clientes, y no podía evitar que se me notara.
No lo jures, estúpida, te estás quedando sin aire.
Sí, cierto, así era: el beso, cálido y apasionado, se había ido volviendo más intenso por momentos hasta que tuve que separarme para respirar, y ni siquiera entonces me aparté del todo, pues aún seguía casi clavada contra él y con mi cuerpo rozando el suyo, poquísima tela contra demasiada. Así pues, acaricié las prendas que lo cubrían, y a continuación lo miré a los ojos, aferrada a él como si fuera lo que había necesitado antes para no hundirme en la bañera por completo.
– ¿Cuál es tu nombre? ¿Cómo me deseas esta noche? Puedo comportarme como te plazca, eres el cliente y tú mandas. – me ofrecí, sonriéndole, y sin soltarlo todavía, pues había algo que me impedía hacerlo, y no se trataba de su belleza... No, se trataba del peligro que desprendía, de esa aura (humana, por cierto; lo intuía, sin saber muy bien por qué) que lo volvía un riesgo si se le enfadaba, ¿tal vez para mí?
Para ti y para mí, Alchemilla, este hombre te odiará en cuanto descubra qué es lo que eres y de qué eres capaz.
Bien. Habrá que aprovechar hasta entonces.
Invitado- Invitado
Re: Fabuless {Privado} {+18}
Alchemilla, Alchemilla, Alchemilla... ¿Qué clase de maleficio se ocultaba tras ese nombre que hizo tanto eco en su cabeza? Era como si tuviera algún efecto hipnótico que logró abstraerlo por completo. O quizás no era su nombre lo que lo distrajo, sino su voz. ¿Suerte por tenerla a ella esa noche? Tal vez; no podía negar que la madame había hecho una elección magnífica, aunque no contaba como tal, pues intuía que había algo muy sucio tras esa decisión. ¡Claro! ¿Qué no estaba él ebrio y con un carácter del demonio? Haciendo esas consideraciones, podría decirse que pretendían convertirlo en la pesadilla de aquella mujer. ¿Lo haría? Su maldita cabeza daba vueltas, tanto por todo el licor que había consumido como un enajenado, como por ese caos que representaba su propia existencia. Su pasado... las voces condenadas que le hablaban en sus pesadillas; los recuerdos horribles que lo marcaron desde niño.
La observó atento, casi a la expectativa de sus acciones, cuando aún sujetaba con fiereza su nuca, obligándolo a mirarle. Sus caricias castas, pero que sabían exactamente por donde iban, le sacaron una sonrisa, apenas imperceptible. Ella sabía bien lo que hacía. ¿Se trataría de alguna furcia bien amaestrada en sus actos? Era la primera impresión que le causó a Derek, aun así, no dejaba de cuestionarse por qué había terminado enredada con él, así nada más, sin derecho a elegir su cliente esa noche. ¡Bien! Tampoco es que iba a quejarse de Alchemilla, y menos cuando osaba en besarlo, de un modo tan experto y tan entregado, que casi gruñó del placer que esa devoción le brindaba.
¡Qué gusto era probar su boca de aquella manera! ¿Con cuántos más había tomado esa actitud? ¿Acaso a todos los trataba así? Era una furcia después de todo, por lo que, juzgarla de buenas a primeras, fue algo demasiado corriente. Pero le gustaba, desde luego. Había estado con otras que, en definitiva, eran un completo fiasco; terriblemente insignificantes como para terminar el acto carnal de manera satisfactoria. Sin embargo, con Alchemilla sabía que no iba a ser de ese modo, y aunque estuviera algo borracho, se mantenía lo suficientemente coherente como para que sus manos recorrieran las piernas femeninas con firmeza, hundiendo la yema de los dedos en su piel, haciendo el gran esfuerzo de no arrancarle la poca tela que cubría su cuerpo. ¡Por favor! Tenía todo el tiempo del mundo para hacer lo que quisiera con ella. Y la malicia que se dibujaba en su semblante así lo confirmó.
—No sé con qué atrevimiento me preguntas eso —murmuró, golpeándole los labios con su propio aliento, mezclándose incluso con el de ella—. Tendrás que descubrirlo por ti misma...
Le sujetó el mentón, pero esta vez fue delicado, demasiado para que no contrastara en lo absoluto con su apariencia intimidante. Aunque no había menor intención en ser tan considerado como las caricias que le dedicaba con el pulgar a toda su barbilla. Y fue aquello una simple advertencia, porque cuando la volvió a besar, mordió tanto sus labios, que pudo sentir el sabor metálico de su sangre recorrerle el paladar, lamiéndolos con saña cuando decidió separarse.
—¿Aprovechar? ¿De qué diablos hablas? —frunció el ceño, pero el detalle lo dejó pasar luego, porque lo antes formulado por ella lo atrajo mucho más—. Puedo desearte de muchas formas, más no suelo revelar tantos detalles. Eres muy curiosa... Mucho.
La empujó, con la burda intención de dejarla recostada sobre el lecho, mientras él quedaba de rodillas frente a ella y su mirada recorría cada centímetro de su cuerpo. ¿Por dónde podía empezar? Por donde quisiera obvio. Pero las opciones eran muchas y no se decidía, así que simplemente separó sus piernas; fue tosco, por supuesto, como lo fue la manera en la que se frotaba contra ella sin importarle mucho que la tela fuera impedimento para ir más allá. Mucho menos le permitió tocarlo, porque cuando intuyó que lo haría, le sujetó las muñecas con fuerza mientras seguía en lo suyo, hasta que se separó en el momento preciso, aún sin soltarla. ¡Vaya! La fulana Alchemilla se notaba extasiada por lo que acababa de hacerle él y eso le gustaba, y aún más su cara de asombro cuando prácticamente le arrancó las prendas que cubrían su pecho.
—¿Ah? ¿Qué decías?
La observó atento, casi a la expectativa de sus acciones, cuando aún sujetaba con fiereza su nuca, obligándolo a mirarle. Sus caricias castas, pero que sabían exactamente por donde iban, le sacaron una sonrisa, apenas imperceptible. Ella sabía bien lo que hacía. ¿Se trataría de alguna furcia bien amaestrada en sus actos? Era la primera impresión que le causó a Derek, aun así, no dejaba de cuestionarse por qué había terminado enredada con él, así nada más, sin derecho a elegir su cliente esa noche. ¡Bien! Tampoco es que iba a quejarse de Alchemilla, y menos cuando osaba en besarlo, de un modo tan experto y tan entregado, que casi gruñó del placer que esa devoción le brindaba.
¡Qué gusto era probar su boca de aquella manera! ¿Con cuántos más había tomado esa actitud? ¿Acaso a todos los trataba así? Era una furcia después de todo, por lo que, juzgarla de buenas a primeras, fue algo demasiado corriente. Pero le gustaba, desde luego. Había estado con otras que, en definitiva, eran un completo fiasco; terriblemente insignificantes como para terminar el acto carnal de manera satisfactoria. Sin embargo, con Alchemilla sabía que no iba a ser de ese modo, y aunque estuviera algo borracho, se mantenía lo suficientemente coherente como para que sus manos recorrieran las piernas femeninas con firmeza, hundiendo la yema de los dedos en su piel, haciendo el gran esfuerzo de no arrancarle la poca tela que cubría su cuerpo. ¡Por favor! Tenía todo el tiempo del mundo para hacer lo que quisiera con ella. Y la malicia que se dibujaba en su semblante así lo confirmó.
—No sé con qué atrevimiento me preguntas eso —murmuró, golpeándole los labios con su propio aliento, mezclándose incluso con el de ella—. Tendrás que descubrirlo por ti misma...
Le sujetó el mentón, pero esta vez fue delicado, demasiado para que no contrastara en lo absoluto con su apariencia intimidante. Aunque no había menor intención en ser tan considerado como las caricias que le dedicaba con el pulgar a toda su barbilla. Y fue aquello una simple advertencia, porque cuando la volvió a besar, mordió tanto sus labios, que pudo sentir el sabor metálico de su sangre recorrerle el paladar, lamiéndolos con saña cuando decidió separarse.
—¿Aprovechar? ¿De qué diablos hablas? —frunció el ceño, pero el detalle lo dejó pasar luego, porque lo antes formulado por ella lo atrajo mucho más—. Puedo desearte de muchas formas, más no suelo revelar tantos detalles. Eres muy curiosa... Mucho.
La empujó, con la burda intención de dejarla recostada sobre el lecho, mientras él quedaba de rodillas frente a ella y su mirada recorría cada centímetro de su cuerpo. ¿Por dónde podía empezar? Por donde quisiera obvio. Pero las opciones eran muchas y no se decidía, así que simplemente separó sus piernas; fue tosco, por supuesto, como lo fue la manera en la que se frotaba contra ella sin importarle mucho que la tela fuera impedimento para ir más allá. Mucho menos le permitió tocarlo, porque cuando intuyó que lo haría, le sujetó las muñecas con fuerza mientras seguía en lo suyo, hasta que se separó en el momento preciso, aún sin soltarla. ¡Vaya! La fulana Alchemilla se notaba extasiada por lo que acababa de hacerle él y eso le gustaba, y aún más su cara de asombro cuando prácticamente le arrancó las prendas que cubrían su pecho.
—¿Ah? ¿Qué decías?
Derek Corey- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 22/05/2016
Re: Fabuless {Privado} {+18}
Había cosas que recordaba, cosas que había aprendido y cosas que sabía, pero que hasta que no sucedían no tenía ni idea de que conocía. Una de ellas era que los hombres, a veces, prefieren a mujeres con iniciativa, mientras que otras prefieren a mujeres que obedecen a sus deseos y se someten a su voluntad. Ah, sí, esa era la palabra, ¿no? Sumisas, obedientes, que se amoldan a sus cuerpos y a sus manos, que ansían seguir sus indicaciones con la mayor de las atenciones; algo así, aunque fuera difícil de explicar, pero que era tan fácil de llevar a cabo...
Por eso eres tan buena puta, Alchemilla, no vales para otra cosa.
Por una vez no me enfadé; era cierto. Sabía bien cómo dar a los hombres lo que buscaban, sabía qué tipo de mujer anhelaba cada uno y me comportaba como se esperaba de mí porque, así, a veces incluso lo disfrutaba. Pese a que hubiera hombres que no servían como amantes, y que estaba segura de que no servían en ningún aspecto de sus vidas, otros eran experimentados y, al darles lo que se quería, el disfrute era máximo.
¿Y crees que este es uno de esos? ¡Eres estúpida!
Lo creía, sí. Bebido o no, se movía como un depredador, lento y sensual, de una forma que me hacía desear convertirme en su presa; la sumisión me salió natural, igual que a él lo hizo la dominación, y ¿acaso iba a quejarme? No, mucho menos cuando él se frotaba contra mi cuerpo y me hacía desear tocarlo hasta el punto de sentir un cosquilleo en los dedos constante, dedos alejados de él porque me había subido las manos por encima de la cabeza y me estaba desnudando y...
Ah, pero ¿es deseo lo que corre por tus dedos o es poder? No me gusta que nos sometan, ¡no!
Casi me tensé, pero él me arrancó la ropa antes y yo me incorporé, con las manos cubriendo mis pechos y una sonrisa como la única prenda que portaba, una que me acompañó hasta cuando lo besé de nuevo, desesperada por su contacto aunque me estuviera arriesgando a su ira por mostrar iniciativa, en vez de sometimiento. Aun así, obediente, me tumbé de nuevo cuando terminé y le permití observarme, con un amago de pudor que no sabía de dónde venía al sostener lo que me quedaba de ropa en su lugar con una mano y, con la otra, cubrir parte de mi torso desnudo.
– Me gustaría saber qué nombre gemir cuando me tocas. – respondí, con el atrevimiento del que él me había acusado y de nuevo la sonrisa en el rostro, mezclando sin darme cuenta lo que sabía que él buscaba como cliente en el cuerpo cálido de una prostituta y una actitud mía que, suponía, me era propia, ¿no? De lo contrario, no entendía de dónde salía el atrevimiento para responderle, para hablarle, para intentar tocarlo o incluso para cubrirme hasta que me diera lo que le estaba pidiendo sin palabras.
Sale de tu estupidez y de que eres una furcia, Alchemilla, sin remedio. Oh, cuánto mejor es lo que nos merecemos, cuánto mejor que esto...
Pero un nuevo gemido me impidió responder, incluso en la propia intimidad de mis pensamientos. Sus manos, rápidas y más fuertes que las mías, se habían deshecho de toda la (escasa) tela que me cubría y me había dejado desnuda, salvo por los cabellos aún enredados de flores que me cubrían, como el halo de la imagen de una Virgen, aunque más pareciera la Magdalena dada mi situación, mi acompañante y la expresión lujuriosa, así la notaba, de mi rostro, con los ojos abiertos y mordiéndome los labios.
– Decía que tú mandas... que puedes desearme como te apetezca. – admití, asintiendo con la cabeza y acariciando mi propio cuerpo para él, para que lo viera y lo deseara, aunque el roce con el suyo me había dejado muy claro que su deseo era tan intenso que casi se me había clavado. Y eso me satisfacía, no mentiría. – Pero necesito verte. Y necesito que te quites esas ropas cuanto antes. – ronroneé, noté el tono suave y sensual en mis labios y en las palabras sin poder controlarlas, y del mismo modo la noté a ella maldecir.
Pedazo de inútil, deja de seducirlo, no lo quieres cerca, ¡es peligroso! En cuanto descubra lo que somos...
– Por favor... Te necesito. – supliqué, metida por completo en el rol que había decidido adoptar, pero salí de inmediato de esa interpretación, sin siquiera quererlo, cuando deslicé los dedos a través de mi vientre, descendiendo, buscando tentarlo pero, si no me daba lo que necesitaba, dispuesta a tomarlo por mí misma.
Por eso eres tan buena puta, Alchemilla, no vales para otra cosa.
Por una vez no me enfadé; era cierto. Sabía bien cómo dar a los hombres lo que buscaban, sabía qué tipo de mujer anhelaba cada uno y me comportaba como se esperaba de mí porque, así, a veces incluso lo disfrutaba. Pese a que hubiera hombres que no servían como amantes, y que estaba segura de que no servían en ningún aspecto de sus vidas, otros eran experimentados y, al darles lo que se quería, el disfrute era máximo.
¿Y crees que este es uno de esos? ¡Eres estúpida!
Lo creía, sí. Bebido o no, se movía como un depredador, lento y sensual, de una forma que me hacía desear convertirme en su presa; la sumisión me salió natural, igual que a él lo hizo la dominación, y ¿acaso iba a quejarme? No, mucho menos cuando él se frotaba contra mi cuerpo y me hacía desear tocarlo hasta el punto de sentir un cosquilleo en los dedos constante, dedos alejados de él porque me había subido las manos por encima de la cabeza y me estaba desnudando y...
Ah, pero ¿es deseo lo que corre por tus dedos o es poder? No me gusta que nos sometan, ¡no!
Casi me tensé, pero él me arrancó la ropa antes y yo me incorporé, con las manos cubriendo mis pechos y una sonrisa como la única prenda que portaba, una que me acompañó hasta cuando lo besé de nuevo, desesperada por su contacto aunque me estuviera arriesgando a su ira por mostrar iniciativa, en vez de sometimiento. Aun así, obediente, me tumbé de nuevo cuando terminé y le permití observarme, con un amago de pudor que no sabía de dónde venía al sostener lo que me quedaba de ropa en su lugar con una mano y, con la otra, cubrir parte de mi torso desnudo.
– Me gustaría saber qué nombre gemir cuando me tocas. – respondí, con el atrevimiento del que él me había acusado y de nuevo la sonrisa en el rostro, mezclando sin darme cuenta lo que sabía que él buscaba como cliente en el cuerpo cálido de una prostituta y una actitud mía que, suponía, me era propia, ¿no? De lo contrario, no entendía de dónde salía el atrevimiento para responderle, para hablarle, para intentar tocarlo o incluso para cubrirme hasta que me diera lo que le estaba pidiendo sin palabras.
Sale de tu estupidez y de que eres una furcia, Alchemilla, sin remedio. Oh, cuánto mejor es lo que nos merecemos, cuánto mejor que esto...
Pero un nuevo gemido me impidió responder, incluso en la propia intimidad de mis pensamientos. Sus manos, rápidas y más fuertes que las mías, se habían deshecho de toda la (escasa) tela que me cubría y me había dejado desnuda, salvo por los cabellos aún enredados de flores que me cubrían, como el halo de la imagen de una Virgen, aunque más pareciera la Magdalena dada mi situación, mi acompañante y la expresión lujuriosa, así la notaba, de mi rostro, con los ojos abiertos y mordiéndome los labios.
– Decía que tú mandas... que puedes desearme como te apetezca. – admití, asintiendo con la cabeza y acariciando mi propio cuerpo para él, para que lo viera y lo deseara, aunque el roce con el suyo me había dejado muy claro que su deseo era tan intenso que casi se me había clavado. Y eso me satisfacía, no mentiría. – Pero necesito verte. Y necesito que te quites esas ropas cuanto antes. – ronroneé, noté el tono suave y sensual en mis labios y en las palabras sin poder controlarlas, y del mismo modo la noté a ella maldecir.
Pedazo de inútil, deja de seducirlo, no lo quieres cerca, ¡es peligroso! En cuanto descubra lo que somos...
– Por favor... Te necesito. – supliqué, metida por completo en el rol que había decidido adoptar, pero salí de inmediato de esa interpretación, sin siquiera quererlo, cuando deslicé los dedos a través de mi vientre, descendiendo, buscando tentarlo pero, si no me daba lo que necesitaba, dispuesta a tomarlo por mí misma.
Invitado- Invitado
Re: Fabuless {Privado} {+18}
Aunque ahora se encontraba muy entretenido con el cuerpo de aquella mujer (fulana, para ser más específicos), lo cierto es que a Derek no se le había cruzado por la mente que iba a terminar en esas condiciones aquella noche. ¿A quién engañaba? Con lo ebrio que había estado en un principio, ni para moverse servía; ni siquiera para pensar. A lo mucho iba a acabar tirado en su lecho, para luego lamentarse del malestar al siguiente día. Sin embargo, como todas las cosas imprevisibles del destino, pasó de los mugrientos callejones a un burdel, en donde, obviamente, lo conocían, porque solía frecuentar el lugar muy de vez en cuando. La madame incluso sabía de su pésimo mal humor, y por eso creyó conveniente que él era el adecuado para darle una lección a una de las furcias. ¿Lección? Sí, quizá. Eso estaba por verse, porque, al parecer, la mujerzuela parecía encantadísima con Corey.
Es más, cuando él se frotó contra su cuerpo, de manera tan impropia y salvaje, ella se mostraba ¿complacida? Sí, evidentemente. Y, desde luego, Derek lo supo, porque era su mismo cuerpo quien respondía a sus acciones, y eso era bueno. ¿Desde cuándo no disfrutaba de una buena mujer en la cama? Casi todas se convertían en algo de unos minutos, que parecían querer acabar todo demasiado rápido; otras simplemente le fastidiaban tanto, que él era quien acababa marchándose antes de empezar. Pero la de esa noche... Esa sí que fue una buena elección del azar. ¡Al fin! Entre todas las cosas que le vaciaban el pensamiento, aquello podría ser una forma de pasar el rato y olvidarse de su vida de porquería. Tal vez resultaría mejor medicina que el licor barato de la taberna.
Por eso, y a pesar de que pudo haberle molestado, aceptó ese beso breve que ella decidió arrebatarle. No podía negarlo, aquello le subió el ego (y no sólo eso). Pero tampoco quería mostrarse como un depredador desesperado, más bien se tomó su tiempo para acariciar las bien contorneadas piernas de la mujer, desnudándola, en un principio con la mirada, luego con acciones. Oh sí, ahora las cosas habían mejorado mucho más... Y esa sonrisa malintencionada que apareció en sus labios lo afirmaba.
—Entonces se trataba de eso. Vaya que eres insistente —murmuró, entretanto se inclinaba lo suficiente para dejar caer un poco el peso de su cuerpo sobre el suyo—. Me importa poco lo que gimas, mientras lo hagas, me conformo. Aunque —se detuvo justo en el instante en que rozaba los labios de Alchemilla, mordiéndolos, pero sin hacerle daño—, es una oferta tentadora. Tal vez acceda tanto como que seas tú quien te encargues de mi ropa... Yo tengo algo más en mente.
Y antes de darle tiempo a reaccionar, sujetó la mano que se deslizaba por su vientre. Pero no la detuvo, al contrario, continuó ese recorrido silencioso hasta llegar justamente a la unión de sus piernas, donde sus dedos dedicaron caricias un tanto toscas, que sabían exactamente hasta qué punto querían llegar. Quizá no habría nada emocional que los atara, aun así, el deseo que crepitaba entre ambos era suficiente para que estuvieran tan concentrados en el momento, sin importar qué pasaría después. No, a ellos sólo les interesaba el ahora; el presente de sus actos.
—Derek —respondió a secas—. No se te olvide...
No sugirió, ordenó de inmediato. Ni siquiera esperó una respuesta por parte de Alchemilla, porque ya se estaba dedicando a devorar su boca como una bestia; sabía que eso era algo prohibido entre las prostitutas, pero mientras nadie estuviera vigilándolos, estaba bien. Igual, no es como si a Derek le importaban ciertas reglas, y menos cuando se dedicaba a asesinar a las brujas porque sí, porque le daba la gana, mientras las verdaderas amenazas se hallaban sueltas. ¿Y qué demonios le importaba eso ahora? Mucho menos si se encontraba tan entretenido, dedicándose a intensificar más el movimiento de sus dedos, especialmente en el punto más vulnerable de su intimidad. Apenas tuvo que detenerse para ayudarle a quitarle la camina, pero faltó poco para seguir en su faena, aunque ya era otra cosa lo que quería hundir entre sus piernas, tuvo el aguante suficiente para ir por partes, como le gustaba.
Es más, cuando él se frotó contra su cuerpo, de manera tan impropia y salvaje, ella se mostraba ¿complacida? Sí, evidentemente. Y, desde luego, Derek lo supo, porque era su mismo cuerpo quien respondía a sus acciones, y eso era bueno. ¿Desde cuándo no disfrutaba de una buena mujer en la cama? Casi todas se convertían en algo de unos minutos, que parecían querer acabar todo demasiado rápido; otras simplemente le fastidiaban tanto, que él era quien acababa marchándose antes de empezar. Pero la de esa noche... Esa sí que fue una buena elección del azar. ¡Al fin! Entre todas las cosas que le vaciaban el pensamiento, aquello podría ser una forma de pasar el rato y olvidarse de su vida de porquería. Tal vez resultaría mejor medicina que el licor barato de la taberna.
Por eso, y a pesar de que pudo haberle molestado, aceptó ese beso breve que ella decidió arrebatarle. No podía negarlo, aquello le subió el ego (y no sólo eso). Pero tampoco quería mostrarse como un depredador desesperado, más bien se tomó su tiempo para acariciar las bien contorneadas piernas de la mujer, desnudándola, en un principio con la mirada, luego con acciones. Oh sí, ahora las cosas habían mejorado mucho más... Y esa sonrisa malintencionada que apareció en sus labios lo afirmaba.
—Entonces se trataba de eso. Vaya que eres insistente —murmuró, entretanto se inclinaba lo suficiente para dejar caer un poco el peso de su cuerpo sobre el suyo—. Me importa poco lo que gimas, mientras lo hagas, me conformo. Aunque —se detuvo justo en el instante en que rozaba los labios de Alchemilla, mordiéndolos, pero sin hacerle daño—, es una oferta tentadora. Tal vez acceda tanto como que seas tú quien te encargues de mi ropa... Yo tengo algo más en mente.
Y antes de darle tiempo a reaccionar, sujetó la mano que se deslizaba por su vientre. Pero no la detuvo, al contrario, continuó ese recorrido silencioso hasta llegar justamente a la unión de sus piernas, donde sus dedos dedicaron caricias un tanto toscas, que sabían exactamente hasta qué punto querían llegar. Quizá no habría nada emocional que los atara, aun así, el deseo que crepitaba entre ambos era suficiente para que estuvieran tan concentrados en el momento, sin importar qué pasaría después. No, a ellos sólo les interesaba el ahora; el presente de sus actos.
—Derek —respondió a secas—. No se te olvide...
No sugirió, ordenó de inmediato. Ni siquiera esperó una respuesta por parte de Alchemilla, porque ya se estaba dedicando a devorar su boca como una bestia; sabía que eso era algo prohibido entre las prostitutas, pero mientras nadie estuviera vigilándolos, estaba bien. Igual, no es como si a Derek le importaban ciertas reglas, y menos cuando se dedicaba a asesinar a las brujas porque sí, porque le daba la gana, mientras las verdaderas amenazas se hallaban sueltas. ¿Y qué demonios le importaba eso ahora? Mucho menos si se encontraba tan entretenido, dedicándose a intensificar más el movimiento de sus dedos, especialmente en el punto más vulnerable de su intimidad. Apenas tuvo que detenerse para ayudarle a quitarle la camina, pero faltó poco para seguir en su faena, aunque ya era otra cosa lo que quería hundir entre sus piernas, tuvo el aguante suficiente para ir por partes, como le gustaba.
Derek Corey- Cazador Clase Media
- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 22/05/2016
Re: Fabuless {Privado} {+18}
Derek... Sonaba tentador. Derek. Sonaba peligroso. ¿Cuál de ambas sería cierta? Ambas, tal vez; su actitud hablaba, sus gestos también, y sus manos... ¡Oh! El primer gemido con su nombre se me escapó, como él había ordenado, aunque lo que quería era que no me olvidara, y ¿cómo hacerlo si estaba sometida al control de su maldita pasión? Abandonarme era cuanto deseaba, con él guiándome aunque fuera peligroso, aunque supiera que había algo que no sabía pero que intuía y...
Derek, Derek, ¿de qué me suena ese nombre? No es francés, eso está claro, pero ¿por qué no te lo puedes quitar de la cabeza...?
¿Acaso no era obvio! Mis movimientos, acompasados con los suyos, lo estaban dejando sumamente claro, ¿no? Estaba atrapada por él, y mis cadenas eran el placer, por mucho que no pudiera negar que la imagen de él y unas cadenas no me resultara del todo impropia aunque pudiera estar casi segura de que no lo conocía. ¿Por qué? ¿A qué se dedicaba? ¿Quién era aquel hombre que, pese a su ebriedad, podía despertarme de mi sempiterno letargo y apartarla lentamente de mis pensamientos?
– Derek... – un nuevo gemido me respondió antes incluso que la voz que escuchaba, difusa, en mis pensamientos; peligroso o no, si era capaz de apartarla tan fácilmente se había ganado mi admiración, por si el efecto de sus gestos nada pudorosos no fuera suficiente. ¿Y por qué pretender que se contuviera o mostrara modales si yo era una fulana por la que él había pagado? Era mi sino someterme a los deseos de los hombres, mas era también mi fortuna encontrar a aquellos que pensaban también en el placer de sus fulanas.
No empieces a agradecerle demasiado, ese nombre...
No la dejé terminar porque tomé la iniciativa, aunque me costara un tremendo esfuerzo. Sus dedos continuaban tocándome como si fuera un instrumento musical al que él se veía obligado a recurrir para desahogarse de toda su rabia, y yo me estremecía con todo el cuerpo por los escalofríos y las sensaciones que él, sólo así, despertaba. Vagamente podía recordar que a las mujeres no se nos suponía seres que pudiéramos sentir placer, y que la Iglesia decía que sólo el hombre disfrutaba de la carnalidad, pero allí, entonces, Derek y yo demostrábamos lo equivocados que estaban.
– Es mi turno. – le pedí, aunque en realidad estaba obedeciendo a una orden suya de antes, esa mezcla entre audacia e inocencia que él había decidido despertarme y que parecía funcionar tan bien para los dos. Así, le quité las ropas para que se encontrara en las mismas condiciones que yo, como se suponía que había sido traído al mundo, aunque la visión de su hombría, enarbolada como una espada en su cuerpo de depredador, me hizo sonreír porque, estaba segura, así no había sido traído al mundo...
– Anhelo devorarte, Derek. – ronroneé su nombre, no tanto con la intencionalidad de seducirlo, ya que creía que estaba siendo más bien al contrario, sino por la cárcel de sensaciones a la que me había arrastrado sin posibilidad de dejarme salir, ni siquiera para recuperar la cordura. ¿Cordura? No, eso era algo que no me era propio desde mi despertar, no con ella, a la que ignoraba e ignoré cuando, rebelándome también contra el dominio de Derek, me incliné sobre él para saborearlo por completo.
¿Qué demonios estás haciendo? ¡Puta, fulana, detente, no lo hagas!
Y, por supuesto, lo hice, no quedaba más remedio si se trataba de algo que ella me exigía, por pura rebelión propia (de eso, aunque no me conociera a mí misma del todo, estaba totalmente segura) y también porque sabía que la voz no siempre tenía razón, y mucho menos cuando se trataba de la carnalidad. Eso, me temía, se me daba mejor a mí, y por si hicieran falta pruebas, el cuerpo de Derek, cuyo nombre era incapaz de gemir al tener los labios y la boca ocupados, nos lo demostraba a ambas por igual.
Ten mucho cuidado, ¡ya no sé ni cómo decírtelo! Te va a destrozar como sepa lo que somos, y si te hunde a ti me hundirá a mí.
Ojalá la hundiera a ella. Ojalá pudiera, Derek, eliminar a esa voz de mi cabeza que me confundía y me impedía ver mis propios recuerdos, ¡ojalá! Si fuera un cazador, tal vez sería capaz; si era un hombre poderoso, a lo mejor... Pero no. Porque los hombres poderosos no recurrían a mí, sino a otras fulanas con clase, con poder y con elegancia; a los hombres poderosos no se les arrojaba una fulana que, aunque hacía su función, con placer, estaba rota por dentro. Él no era un hombre poderoso o cualquiera, de eso estaba segura, pero si no... ¿Quién demonios era?
¡Para qué quieres saberlo si ni siquiera sabes quién eres tú...!
Derek, Derek, ¿de qué me suena ese nombre? No es francés, eso está claro, pero ¿por qué no te lo puedes quitar de la cabeza...?
¿Acaso no era obvio! Mis movimientos, acompasados con los suyos, lo estaban dejando sumamente claro, ¿no? Estaba atrapada por él, y mis cadenas eran el placer, por mucho que no pudiera negar que la imagen de él y unas cadenas no me resultara del todo impropia aunque pudiera estar casi segura de que no lo conocía. ¿Por qué? ¿A qué se dedicaba? ¿Quién era aquel hombre que, pese a su ebriedad, podía despertarme de mi sempiterno letargo y apartarla lentamente de mis pensamientos?
– Derek... – un nuevo gemido me respondió antes incluso que la voz que escuchaba, difusa, en mis pensamientos; peligroso o no, si era capaz de apartarla tan fácilmente se había ganado mi admiración, por si el efecto de sus gestos nada pudorosos no fuera suficiente. ¿Y por qué pretender que se contuviera o mostrara modales si yo era una fulana por la que él había pagado? Era mi sino someterme a los deseos de los hombres, mas era también mi fortuna encontrar a aquellos que pensaban también en el placer de sus fulanas.
No empieces a agradecerle demasiado, ese nombre...
No la dejé terminar porque tomé la iniciativa, aunque me costara un tremendo esfuerzo. Sus dedos continuaban tocándome como si fuera un instrumento musical al que él se veía obligado a recurrir para desahogarse de toda su rabia, y yo me estremecía con todo el cuerpo por los escalofríos y las sensaciones que él, sólo así, despertaba. Vagamente podía recordar que a las mujeres no se nos suponía seres que pudiéramos sentir placer, y que la Iglesia decía que sólo el hombre disfrutaba de la carnalidad, pero allí, entonces, Derek y yo demostrábamos lo equivocados que estaban.
– Es mi turno. – le pedí, aunque en realidad estaba obedeciendo a una orden suya de antes, esa mezcla entre audacia e inocencia que él había decidido despertarme y que parecía funcionar tan bien para los dos. Así, le quité las ropas para que se encontrara en las mismas condiciones que yo, como se suponía que había sido traído al mundo, aunque la visión de su hombría, enarbolada como una espada en su cuerpo de depredador, me hizo sonreír porque, estaba segura, así no había sido traído al mundo...
– Anhelo devorarte, Derek. – ronroneé su nombre, no tanto con la intencionalidad de seducirlo, ya que creía que estaba siendo más bien al contrario, sino por la cárcel de sensaciones a la que me había arrastrado sin posibilidad de dejarme salir, ni siquiera para recuperar la cordura. ¿Cordura? No, eso era algo que no me era propio desde mi despertar, no con ella, a la que ignoraba e ignoré cuando, rebelándome también contra el dominio de Derek, me incliné sobre él para saborearlo por completo.
¿Qué demonios estás haciendo? ¡Puta, fulana, detente, no lo hagas!
Y, por supuesto, lo hice, no quedaba más remedio si se trataba de algo que ella me exigía, por pura rebelión propia (de eso, aunque no me conociera a mí misma del todo, estaba totalmente segura) y también porque sabía que la voz no siempre tenía razón, y mucho menos cuando se trataba de la carnalidad. Eso, me temía, se me daba mejor a mí, y por si hicieran falta pruebas, el cuerpo de Derek, cuyo nombre era incapaz de gemir al tener los labios y la boca ocupados, nos lo demostraba a ambas por igual.
Ten mucho cuidado, ¡ya no sé ni cómo decírtelo! Te va a destrozar como sepa lo que somos, y si te hunde a ti me hundirá a mí.
Ojalá la hundiera a ella. Ojalá pudiera, Derek, eliminar a esa voz de mi cabeza que me confundía y me impedía ver mis propios recuerdos, ¡ojalá! Si fuera un cazador, tal vez sería capaz; si era un hombre poderoso, a lo mejor... Pero no. Porque los hombres poderosos no recurrían a mí, sino a otras fulanas con clase, con poder y con elegancia; a los hombres poderosos no se les arrojaba una fulana que, aunque hacía su función, con placer, estaba rota por dentro. Él no era un hombre poderoso o cualquiera, de eso estaba segura, pero si no... ¿Quién demonios era?
¡Para qué quieres saberlo si ni siquiera sabes quién eres tú...!
Invitado- Invitado
Re: Fabuless {Privado} {+18}
Un hombre atormentado siempre pretende mostrarse como una bestia; dominante, queriendo hacerle entender a media humanidad que él, y solamente él, poseía el poder de estar por encima de todos. ¡Pero cómo iba a ser! Si ni siquiera se encontraba por encima de sus propios demonios, que devoraban con ansiedad su espíritu, y lo hacían perecer ante la perversidad misma, como una forma desesperada de hacer catarsis mediante el odio dirigido hacia otros. Derek no se hallaba en condiciones de refutarle a nadie tan asquerosa verdad. Estaba demasiado podrido como para excusarse con cualquier cosa, y sin embargo, se encontraba en un burdel, demostrándole a una furcia que él debía tener control sobre ella, así fuera mediante las armas del placer, que ataban sus cuerpos de manera inevitable.
Aquello podría ser considerado un encuentro carnal cualquiera, como los que se llevaban a cabo en esos lugares, porque así funcionaba la sociedad en todas las épocas. Sin embargo, los protagonistas eran, justamente, lo que cambiaban el significado del encuentro, haciéndolo menos casual y corriente. Y ese cazador medio ebrio, junto con esa fulana, no encajaban en el grupo de hombres y mujeres corrientes, por más que el acto que estuvieran iniciando si lo fuera. ¿Y qué más se puede esperar? El placer es capaz de unir a los peores enemigos cuando la tensión alcanza límites inesperados.
Así pues, Derek se mostraba entretenido con el cuerpo de aquella mujer, ignorando su origen, porque realmente no le interesaba. Y mientras nadie se lo dijera, estaba bien, seguiría en su labor, sin inmutarse, ni nada por el estilo. Camino que su acompañante seguía sin chistar, porque también se hallaba sumida en las atenciones puntuales de ese hombre, que pretendía someterla bajo los dominios de su arte, tocando las notas adecuadas. Y los gemidos que escapaban de los labios de ella así se lo confirmaron, al igual que sus propias acciones, guiadas por una aparente orden de Derek.
¿Se mostró satisfecho? Por supuesto. Era de las poquísimas veces que disfrutaba de la compañía de una mujer de esas, y eso era más que suficiente para querer continuar, sin arrepentirse al cabo de los pocos minutos. También le servía de terapia para olvidarse de sus propios problemas. Así que siguió dirigiendo su atención a los puntos más erógenos de su cuerpo, tanto con las manos, como con su boca. Se dedicó a besar su cuello, a morder ligeramente la piel de sus hombros, al mismo tiempo que le sujetaba las piernas para luego, sin previo aviso, clavarse en ella. Gruñó incluso cuando se hundió en su interior, en lo más profundo. Fue brusco, pero sabiendo exactamente cómo dirigir sus movimientos, demasiado intensos, hasta insoportables en determinado punto. Aunque terminó deteniéndose un momento.
—Querías devorarme, ¿no? Ya lo estás haciendo —respondió, con la voz ronca, mucho más grave de lo normal, producto del placer que, incluso a él, le estaba consumiendo—. Continúa...
Entonces se quedó recostado, con ella encima, admirándola con la mirada, esperando atento, y al mismo tiempo curioso, por lo que haría aquella fulana que parecía toda una experta en ese oficio antiguo.
—Me gustaría verte en acción, Alchemilla. ¿Qué tan buena puta eres? —inquirió, mientras sus manos ascendían por las curvas de su cintura, hasta aprisionar sus pechos, completamente satisfecho cuando ella empezaba a demostrarle con hechos lo que podía hacer—. Podrías hacerlo mejor.
Provocó, reservándose su próxima jugada, aún midiendo hasta dónde podía llevarla. O eso creía... Derek no sabía con quién se estaba metiendo precisamente, dejando a un lado la carnalidad y todo lo que eso implicaba. Ambos habían entrado en un terreno peligroso, y todavía pretendían no darse cuenta de ello.
Aquello podría ser considerado un encuentro carnal cualquiera, como los que se llevaban a cabo en esos lugares, porque así funcionaba la sociedad en todas las épocas. Sin embargo, los protagonistas eran, justamente, lo que cambiaban el significado del encuentro, haciéndolo menos casual y corriente. Y ese cazador medio ebrio, junto con esa fulana, no encajaban en el grupo de hombres y mujeres corrientes, por más que el acto que estuvieran iniciando si lo fuera. ¿Y qué más se puede esperar? El placer es capaz de unir a los peores enemigos cuando la tensión alcanza límites inesperados.
Así pues, Derek se mostraba entretenido con el cuerpo de aquella mujer, ignorando su origen, porque realmente no le interesaba. Y mientras nadie se lo dijera, estaba bien, seguiría en su labor, sin inmutarse, ni nada por el estilo. Camino que su acompañante seguía sin chistar, porque también se hallaba sumida en las atenciones puntuales de ese hombre, que pretendía someterla bajo los dominios de su arte, tocando las notas adecuadas. Y los gemidos que escapaban de los labios de ella así se lo confirmaron, al igual que sus propias acciones, guiadas por una aparente orden de Derek.
¿Se mostró satisfecho? Por supuesto. Era de las poquísimas veces que disfrutaba de la compañía de una mujer de esas, y eso era más que suficiente para querer continuar, sin arrepentirse al cabo de los pocos minutos. También le servía de terapia para olvidarse de sus propios problemas. Así que siguió dirigiendo su atención a los puntos más erógenos de su cuerpo, tanto con las manos, como con su boca. Se dedicó a besar su cuello, a morder ligeramente la piel de sus hombros, al mismo tiempo que le sujetaba las piernas para luego, sin previo aviso, clavarse en ella. Gruñó incluso cuando se hundió en su interior, en lo más profundo. Fue brusco, pero sabiendo exactamente cómo dirigir sus movimientos, demasiado intensos, hasta insoportables en determinado punto. Aunque terminó deteniéndose un momento.
—Querías devorarme, ¿no? Ya lo estás haciendo —respondió, con la voz ronca, mucho más grave de lo normal, producto del placer que, incluso a él, le estaba consumiendo—. Continúa...
Entonces se quedó recostado, con ella encima, admirándola con la mirada, esperando atento, y al mismo tiempo curioso, por lo que haría aquella fulana que parecía toda una experta en ese oficio antiguo.
—Me gustaría verte en acción, Alchemilla. ¿Qué tan buena puta eres? —inquirió, mientras sus manos ascendían por las curvas de su cintura, hasta aprisionar sus pechos, completamente satisfecho cuando ella empezaba a demostrarle con hechos lo que podía hacer—. Podrías hacerlo mejor.
Provocó, reservándose su próxima jugada, aún midiendo hasta dónde podía llevarla. O eso creía... Derek no sabía con quién se estaba metiendo precisamente, dejando a un lado la carnalidad y todo lo que eso implicaba. Ambos habían entrado en un terreno peligroso, y todavía pretendían no darse cuenta de ello.
Derek Corey- Cazador Clase Media
- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 22/05/2016
Re: Fabuless {Privado} {+18}
Cada pensamiento lógico, razonable, que hubiera podido albergar en mi cabeza se esfumó cuando él se me clavó dentro, hasta lo más profundo; incluso ella se calló, y no pude sino sentir que eso tuvo que ver con la sensación de absoluto placer que me recorrió entera, tan intensa que me noté toda la carne de gallina, tan descarnada que cerré los ojos y gemí alto, sin controlarme. Absolutamente arrojada hacia él, le permití que me tomara, porque eso era lo que yo hacía, le permití que me manejara porque así lo había deseado, y disfruté de ello porque él me había, desde el primer momento, seducido por completo.
¿Me sucedería así siempre? Sabía, por mis compañeras, que en muchas ocasiones los clientes eran desagradables, e incluso yo había sufrido a hombres así, pero los últimos a los que había recibido habían sido, en su mayoría, capaces de provocarme algo, no relacionado con ella pero sí igual de intenso que cuando sus talentos me descontrolaban. Tal vez eso tenía que ver con las sensaciones que me recorrían, pues había algo fluyéndome por dentro, a un ritmo distinto del de sus embestidas, incluso cuando pude controlarlas yo al colocarme encima, de modo que lo noté hundirse aún más de lo que había creído posible al inicio.
– Como desees... – acepté, porque no se me ocurría otra cosa que hacer, y ya que me había permitido montarlo, clavé las uñas en su pecho y me moví despacio, sinuosa, primero, aunque después, cuando él hizo tanta fuerza en mis senos que me quejé de dolor a la vez que de placer, lo hice más rápido, recorriéndolo por completo. Ahí fue cuando, definitivamente, dejé de pensar, pero ¿acaso no era eso de lo que se trataba, de dejar de razonarlo todo y permitirle a mi cuerpo tomar la iniciativa...?
Así pues, confié sólo en mis sentidos de ese momento en adelante, guiados por la experiencia y por lo que me parecía que estaba bien y él me indicaba que estaba disfrutando. Su mirada, oscurecida por la pasión, reflejaba la mía, pero apenas prestaba atención, sobre todo al arquear la espalda y sentir el que, estaba segura, sería el primero de los muchos momentos de placer que me esperarían con él. Descontrolada, porque así me volvía con él al parecer, me incliné sobre Derek y lo besé, sin detenerme ni siquiera cuando me temblaba todo el cuerpo por el éxtasis al que él me había llevado.
– ¿Cómo puedo hacerlo mejor para ti? – le pregunté, trazando un sendero de besos suaves y mordiscos intensos hasta su oreja, cuyo lóbulo mordisqueé. En algún momento que no recordaba, lo había sacado de mi cuerpo y mi mano, en su lugar, se había dedicado a estimularlo, al menos la que no se encontraba ocupada acariciando su torso mientras aguardaba su respuesta. Y como me sentía impaciente, en vez de seguir simplemente besando su cuello, bajé para morder sus aureolas, tan henchidas como se encontraban las mías.
Derek, sin embargo, no parecía la clase de hombre que se caracterizaba por su paciencia, y quizá como castigo a mi atrevimiento, se separó y me obligó a tumbarme boca abajo con las piernas firmemente apretadas, algo que no supuso demasiado impedimento para cuando volvió a introducírseme. Para mí, sin embargo, sí fue diferente, no peor en absoluto, pero sí una posición de sumisión absoluta que solamente me permitía el escaso movimiento de fricción contra él mientras Derek decidía qué hacer y cómo moverse.
Mentiría si dijera que no lo estaba disfrutando: lo hacía. Una parte de mí, sin embargo (una que tenía el nombre por el que yo me hacía llamar, para más señas), se encontraba inquieta, igual que siempre permanecía cuando permitía que los hombres me sometieran a su antojo, sin oponer resistencia. Aún podía controlarla, en parte por el placer que me recorría en oleadas y que me impedía pensar en nada, pero me encontraba peligrosamente cerca de perder el control de más de un modo, y por eso temía el momento en que él me arrojara al borde del precipicio...
Momento que, por supuesto, sucedió. Sin embargo, esta vez él lo hizo antes que yo, y yo solamente pude seguirlo y gemir desde mi posición, con la cabeza alzada porque él me había enterrado los dedos en el pelo y me había obligado a levantarla. Al abrir los ojos, que no recordaba haber cerrado, me encontré con que me temblaban las manos, y aunque pudiera parecer que seguían el mismo ritmo que el resto del cuerpo, yo era capaz de percibir la fuerza que crepitaba entre mis dedos, y que traté de disimular apretando los puños y besándolo, lánguida.
– ¿He sido una buena puta para ti, Derek? – pregunté, sin moverme de donde estaba, aunque él sí lo hizo, permitiéndome volver a sentirme ligera al no tener su peso sobre mi cuerpo. Perezosa, rodé sobre la cama hasta quedar boca arriba, desnuda por completo, y sin ningún pudor porque lo que él acababa de hacerme impedía que sintiera nada parecido a eso. Sin embargo, seguía con las manos escondidas, esta vez entre las sábanas, y esperando que él no viera nada... Por algún motivo, no creía que fuera a irme bien si así era.
Oh, y no lo será. ¡Sorpresa, fulana! ¿Me echabas de menos!
¿Me sucedería así siempre? Sabía, por mis compañeras, que en muchas ocasiones los clientes eran desagradables, e incluso yo había sufrido a hombres así, pero los últimos a los que había recibido habían sido, en su mayoría, capaces de provocarme algo, no relacionado con ella pero sí igual de intenso que cuando sus talentos me descontrolaban. Tal vez eso tenía que ver con las sensaciones que me recorrían, pues había algo fluyéndome por dentro, a un ritmo distinto del de sus embestidas, incluso cuando pude controlarlas yo al colocarme encima, de modo que lo noté hundirse aún más de lo que había creído posible al inicio.
– Como desees... – acepté, porque no se me ocurría otra cosa que hacer, y ya que me había permitido montarlo, clavé las uñas en su pecho y me moví despacio, sinuosa, primero, aunque después, cuando él hizo tanta fuerza en mis senos que me quejé de dolor a la vez que de placer, lo hice más rápido, recorriéndolo por completo. Ahí fue cuando, definitivamente, dejé de pensar, pero ¿acaso no era eso de lo que se trataba, de dejar de razonarlo todo y permitirle a mi cuerpo tomar la iniciativa...?
Así pues, confié sólo en mis sentidos de ese momento en adelante, guiados por la experiencia y por lo que me parecía que estaba bien y él me indicaba que estaba disfrutando. Su mirada, oscurecida por la pasión, reflejaba la mía, pero apenas prestaba atención, sobre todo al arquear la espalda y sentir el que, estaba segura, sería el primero de los muchos momentos de placer que me esperarían con él. Descontrolada, porque así me volvía con él al parecer, me incliné sobre Derek y lo besé, sin detenerme ni siquiera cuando me temblaba todo el cuerpo por el éxtasis al que él me había llevado.
– ¿Cómo puedo hacerlo mejor para ti? – le pregunté, trazando un sendero de besos suaves y mordiscos intensos hasta su oreja, cuyo lóbulo mordisqueé. En algún momento que no recordaba, lo había sacado de mi cuerpo y mi mano, en su lugar, se había dedicado a estimularlo, al menos la que no se encontraba ocupada acariciando su torso mientras aguardaba su respuesta. Y como me sentía impaciente, en vez de seguir simplemente besando su cuello, bajé para morder sus aureolas, tan henchidas como se encontraban las mías.
Derek, sin embargo, no parecía la clase de hombre que se caracterizaba por su paciencia, y quizá como castigo a mi atrevimiento, se separó y me obligó a tumbarme boca abajo con las piernas firmemente apretadas, algo que no supuso demasiado impedimento para cuando volvió a introducírseme. Para mí, sin embargo, sí fue diferente, no peor en absoluto, pero sí una posición de sumisión absoluta que solamente me permitía el escaso movimiento de fricción contra él mientras Derek decidía qué hacer y cómo moverse.
Mentiría si dijera que no lo estaba disfrutando: lo hacía. Una parte de mí, sin embargo (una que tenía el nombre por el que yo me hacía llamar, para más señas), se encontraba inquieta, igual que siempre permanecía cuando permitía que los hombres me sometieran a su antojo, sin oponer resistencia. Aún podía controlarla, en parte por el placer que me recorría en oleadas y que me impedía pensar en nada, pero me encontraba peligrosamente cerca de perder el control de más de un modo, y por eso temía el momento en que él me arrojara al borde del precipicio...
Momento que, por supuesto, sucedió. Sin embargo, esta vez él lo hizo antes que yo, y yo solamente pude seguirlo y gemir desde mi posición, con la cabeza alzada porque él me había enterrado los dedos en el pelo y me había obligado a levantarla. Al abrir los ojos, que no recordaba haber cerrado, me encontré con que me temblaban las manos, y aunque pudiera parecer que seguían el mismo ritmo que el resto del cuerpo, yo era capaz de percibir la fuerza que crepitaba entre mis dedos, y que traté de disimular apretando los puños y besándolo, lánguida.
– ¿He sido una buena puta para ti, Derek? – pregunté, sin moverme de donde estaba, aunque él sí lo hizo, permitiéndome volver a sentirme ligera al no tener su peso sobre mi cuerpo. Perezosa, rodé sobre la cama hasta quedar boca arriba, desnuda por completo, y sin ningún pudor porque lo que él acababa de hacerme impedía que sintiera nada parecido a eso. Sin embargo, seguía con las manos escondidas, esta vez entre las sábanas, y esperando que él no viera nada... Por algún motivo, no creía que fuera a irme bien si así era.
Oh, y no lo será. ¡Sorpresa, fulana! ¿Me echabas de menos!
Invitado- Invitado
Re: Fabuless {Privado} {+18}
Derek podía estar muy ofuscado, amargado incluso, pero también se trataba de un hombre demasiado libidinoso, y mucho más luego de haber asesinado a su mujer. Simplemente se refugiaba, de vez en vez, entre las piernas de otras mujeres, así fueran de cualquier índole, porque lo que le interesaba era pasar un buen rato, sin preocupaciones, sin muchas cosas en las cuales pensar, sobre todo en esas relacionadas con sus estigmas. Funcionaba, no lo podía negar, a veces más que el mismísimo alcohol. Pero esos encuentros tampoco resolvían todos sus problemas, y en diferentes ocasiones tuvo que lidiar con una que otra bruja, para disgustarlo cuando creía que podía alejarse de esas malditas desgraciadas. Uh, por eso es que había optado por no convivir con ese placer necesario en un buen tiempo, hasta que, claro, terminó metido en ese burdel, devorándose el cuerpo de una fulana que hacía un magnífico trabajo.
Alchemilla, o cómo demonios se llamara (estaba tan centrado en su cuerpo, que ya hasta lo había olvidado), se encargó de disipar todo cuánto había frustrado a Derek esa noche. Y, aunque en un principio quería comportarse como una basura con ella, al final terminaron acoplándose a ese placer que, según la sociedad, sólo él tendría derecho de disfrutar. ¡Al diablo esa moral! Derek no prestaba atención a esas tonterías, creía que si su acompañante disfrutaba tanto el momento, es porque él estaba haciendo un buen trabajo. ¿Esa no era la idea? Después de todo el ego masculino seguía siendo mucho más grande y enfermizo que ciertas reglas sociales. Y se había empeñado en dejarlo muy claro en ese momento.
Le había permitido tomar el control, porque así creía ver hasta dónde era capaz de llegar. Y no fue nada mal, inclusive llegó a preguntarse, entre todo ese caos mental que despertaban esas sensaciones placenteras en él, el porqué la madame creyó que ese encuentro iba a ir mal para ambos, sobre todo para Alchemilla, a quien querían castigar. ¿Castigarla? Si se mostraba tan satisfecha y entregada a todo lo que le hacía sentir Derek, hasta que, como era de esperarse, ya con su paciencia vuelta añicos por no ser tan sosegado, decidió ser él quien tomara las riendas del asunto. Así fue como la dejó en una posición de sumisión absoluta, sin importarle en lo más mínimo si lo disfrutaba o no (aunque por sus gemidos, supo que lo estaba haciendo). La penetró casi como lo habría hecho un animal; la estaba poseyendo de un modo salvaje, pero igualmente controlado, porque sólo quería hacerla sucumbir de placer, tanto como él estaba a punto de hacerlo.
Su mente se nubló y sólo era su cuerpo el que tomaba el control, prácticamente movido por cuenta propia. No había nada racional en sus acciones, sólo un instinto primario que lo obligaba a continuar, hasta que finalmente tuvo que llegar a su final, y lo hizo de una manera fantástica, no lo negaba. Incluso, en el instante en que las piezas se acomodaban en su cabeza, llegó a morderle los labios a Alchemilla hasta hacerla sangrar. Sus manos ásperas recorrieron su cuerpo con excesiva necesidad, mostrando un lado posesivo un tanto impropio cuando se relacionaba con furcias.
Pero como humano corriente que era, también llegó a sentir el agotamiento del después. Se hizo a un lado, con los ojos cerrados, aún intentando controlar el ritmo de su respiración. Escuchó su voz y apenas sonrió. ¿Qué tan buena había sido? Era una pregunta difícil, compleja. Una cuestión que no podía sencillamente responderse con palabras, así que, al cabo de unos minutos, se acomodó de nuevo sobre ella, no para iniciar nuevamente lo que ya habían terminado, sino para besarla, y darle la respuesta que quería. Sin embargo, hubo algo diferente esta vez, sobre todo en él, lo que obligó a apartarse de inmediato y quedarse sentado al borde de la cama.
Ellas habían regresado. Las brujas que atormentaban su existencia decidieron aparecer de la nada; emerger entre las paredes sucias de sus memorias y acabar con la poca paz que había sentido en ese momento.
—Dime una cosa, Alchemilla, ¿también eres una maldita bruja? —inquirió, déspota, frívolo, completamente diferente a antes—. Responde de una maldita vez, ¿lo eres?
Alchemilla, o cómo demonios se llamara (estaba tan centrado en su cuerpo, que ya hasta lo había olvidado), se encargó de disipar todo cuánto había frustrado a Derek esa noche. Y, aunque en un principio quería comportarse como una basura con ella, al final terminaron acoplándose a ese placer que, según la sociedad, sólo él tendría derecho de disfrutar. ¡Al diablo esa moral! Derek no prestaba atención a esas tonterías, creía que si su acompañante disfrutaba tanto el momento, es porque él estaba haciendo un buen trabajo. ¿Esa no era la idea? Después de todo el ego masculino seguía siendo mucho más grande y enfermizo que ciertas reglas sociales. Y se había empeñado en dejarlo muy claro en ese momento.
Le había permitido tomar el control, porque así creía ver hasta dónde era capaz de llegar. Y no fue nada mal, inclusive llegó a preguntarse, entre todo ese caos mental que despertaban esas sensaciones placenteras en él, el porqué la madame creyó que ese encuentro iba a ir mal para ambos, sobre todo para Alchemilla, a quien querían castigar. ¿Castigarla? Si se mostraba tan satisfecha y entregada a todo lo que le hacía sentir Derek, hasta que, como era de esperarse, ya con su paciencia vuelta añicos por no ser tan sosegado, decidió ser él quien tomara las riendas del asunto. Así fue como la dejó en una posición de sumisión absoluta, sin importarle en lo más mínimo si lo disfrutaba o no (aunque por sus gemidos, supo que lo estaba haciendo). La penetró casi como lo habría hecho un animal; la estaba poseyendo de un modo salvaje, pero igualmente controlado, porque sólo quería hacerla sucumbir de placer, tanto como él estaba a punto de hacerlo.
Su mente se nubló y sólo era su cuerpo el que tomaba el control, prácticamente movido por cuenta propia. No había nada racional en sus acciones, sólo un instinto primario que lo obligaba a continuar, hasta que finalmente tuvo que llegar a su final, y lo hizo de una manera fantástica, no lo negaba. Incluso, en el instante en que las piezas se acomodaban en su cabeza, llegó a morderle los labios a Alchemilla hasta hacerla sangrar. Sus manos ásperas recorrieron su cuerpo con excesiva necesidad, mostrando un lado posesivo un tanto impropio cuando se relacionaba con furcias.
Pero como humano corriente que era, también llegó a sentir el agotamiento del después. Se hizo a un lado, con los ojos cerrados, aún intentando controlar el ritmo de su respiración. Escuchó su voz y apenas sonrió. ¿Qué tan buena había sido? Era una pregunta difícil, compleja. Una cuestión que no podía sencillamente responderse con palabras, así que, al cabo de unos minutos, se acomodó de nuevo sobre ella, no para iniciar nuevamente lo que ya habían terminado, sino para besarla, y darle la respuesta que quería. Sin embargo, hubo algo diferente esta vez, sobre todo en él, lo que obligó a apartarse de inmediato y quedarse sentado al borde de la cama.
Ellas habían regresado. Las brujas que atormentaban su existencia decidieron aparecer de la nada; emerger entre las paredes sucias de sus memorias y acabar con la poca paz que había sentido en ese momento.
—Dime una cosa, Alchemilla, ¿también eres una maldita bruja? —inquirió, déspota, frívolo, completamente diferente a antes—. Responde de una maldita vez, ¿lo eres?
Derek Corey- Cazador Clase Media
- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 22/05/2016
Re: Fabuless {Privado} {+18}
No, no, no, ¿por qué había vuelto, por qué había tenido que volver? El placer que sentí tras el acto, una vez el cuerpo de Derek se encontró a mi lado y no sobre mí y en mí, tan dentro como yo misma le permitía, vino el frío, y después el miedo. Esa sensación fría contrastaba con el calor que aún sentía, me provocaba escalofríos pese a que una fina película de sudor me cubría el cuerpo, y me ponía la piel de gallina allí donde ésta era visible, básicamente en todas partes al encontrarme medio destapada.
Eres una fulana, Alchemilla, y lo que es peor, ¡te he avisado de que esto iba a terminar mal! Pero no me haces caso, no escuchas, y tengo que enseñarte por las malas.
No, por favor, que se fuera, que se fuera de una vez, ¡no quería nada más que eso! Pero casi podía escuchar su risa por mi desesperación, estaba segura de que los ecos de las carcajadas aún eran audibles en el aire que nos rodeaba y por un momento los ojos se me dirigieron, sin poder controlarlos del todo, a la esquina más sombría del cuarto. ¿Llegué a ver algo o fue sólo una ilusión provocada por ella? No lo sabía, no podía saberlo, porque estaba demasiado ocupada ocultando el poder que se me escapaba de los dedos a base de dolorosos chispazos.
No puedes ocultarlo, soy demasiado poderosa para que me contenga una sucia fulana como tú.
Tal vez, no era quién para discutirle lo fuerte que era porque no lo sabía, pero iba a hacer todo lo que estaba en mi mano para tratar de detenerla, incluso si eso pasaba por ocultar mis propias manos. ¡Qué apropiado...! El chiste casi me hizo reír, me noté esbozar algo parecido a una sonrisa, que sin embargo se congeló en mis labios y se convirtió en una mueca al hablar Derek.
Y tú creías que tenías problemas conmigo, estúpida...
Aunque pareciera más culpable, sabía que ese era el efecto que tendrían mis acciones pero me daba igual, me enredé un poco más en las sábanas para tratar de ocultar la realidad a la que no sabía cómo enfrentarme. De pronto ya no sentía nada de calor; sudaba, pero eran gotas heladas las que se me deslizaban entre los pechos, hacia los ojos, como perlitas pálidas que eran lo más parecido a una joya que mi vida de fulana me garantizaba que podría permitirme nunca.
– ¿Una bruja? ¿Yo? Tienes que estar bromeando, ¿cómo voy a serlo? – respondí. Fue un milagro que no se me rompiera la voz, o tal vez fruto de una maldición echada por ella, no lo sab... No he sido yo, mentirosilla, has sido tú. Bueno, fui capaz de mantener la voz seria, sin saber cómo, aunque no tuve las fuerzas suficientes para mirarlo a la cara, a sabiendas de que él vería la mentira en mis ojos y eso me delataría por completo. Tenía que pensar algo, lo que fuera, cualquier cosa serviría...
Odia a las brujas. Lo notas, ¿no? Y si nos odia, te matará... Uf, de acuerdo, te ayudaré.
Mis manos dejaron de emitir esa energía, lo noté aunque no dejaron de temblarme y aunque mis dedos estuvieran tan fríos que casi me dolían. Justo a tiempo porque Derek me levantó la sábana del cuerpo en ese momento, buscando lo que hacía un momento que había estado ahí, pero que se había esfumado sin dejar rastro. No pensaba dar las gracias por ello, me negaba a rebajarme tanto.
¡Maldita desagradecida...! Soy tan capaz de quitártelo como de dártelo otra vez, ¡no lo olvides!
– ¿Qué sucede, Derek, he hecho algo malo? Creía que lo habías disfrutado... – pregunté, con un mohín, y girándome hacia él. Aunque no por completo, me sentía bastante más tranquila sin las chispas entre los dedos, lo suficiente para fingir que necesitaba más de un cliente de lo que realmente hacía: ese talento lo había descubierto recientemente, no recordaba poseerlo antes, pero como tampoco recordaba gran cosa, no me torturaba demasiado al respecto.
Sucia... Me las pagarás.
Eres una fulana, Alchemilla, y lo que es peor, ¡te he avisado de que esto iba a terminar mal! Pero no me haces caso, no escuchas, y tengo que enseñarte por las malas.
No, por favor, que se fuera, que se fuera de una vez, ¡no quería nada más que eso! Pero casi podía escuchar su risa por mi desesperación, estaba segura de que los ecos de las carcajadas aún eran audibles en el aire que nos rodeaba y por un momento los ojos se me dirigieron, sin poder controlarlos del todo, a la esquina más sombría del cuarto. ¿Llegué a ver algo o fue sólo una ilusión provocada por ella? No lo sabía, no podía saberlo, porque estaba demasiado ocupada ocultando el poder que se me escapaba de los dedos a base de dolorosos chispazos.
No puedes ocultarlo, soy demasiado poderosa para que me contenga una sucia fulana como tú.
Tal vez, no era quién para discutirle lo fuerte que era porque no lo sabía, pero iba a hacer todo lo que estaba en mi mano para tratar de detenerla, incluso si eso pasaba por ocultar mis propias manos. ¡Qué apropiado...! El chiste casi me hizo reír, me noté esbozar algo parecido a una sonrisa, que sin embargo se congeló en mis labios y se convirtió en una mueca al hablar Derek.
Y tú creías que tenías problemas conmigo, estúpida...
Aunque pareciera más culpable, sabía que ese era el efecto que tendrían mis acciones pero me daba igual, me enredé un poco más en las sábanas para tratar de ocultar la realidad a la que no sabía cómo enfrentarme. De pronto ya no sentía nada de calor; sudaba, pero eran gotas heladas las que se me deslizaban entre los pechos, hacia los ojos, como perlitas pálidas que eran lo más parecido a una joya que mi vida de fulana me garantizaba que podría permitirme nunca.
– ¿Una bruja? ¿Yo? Tienes que estar bromeando, ¿cómo voy a serlo? – respondí. Fue un milagro que no se me rompiera la voz, o tal vez fruto de una maldición echada por ella, no lo sab... No he sido yo, mentirosilla, has sido tú. Bueno, fui capaz de mantener la voz seria, sin saber cómo, aunque no tuve las fuerzas suficientes para mirarlo a la cara, a sabiendas de que él vería la mentira en mis ojos y eso me delataría por completo. Tenía que pensar algo, lo que fuera, cualquier cosa serviría...
Odia a las brujas. Lo notas, ¿no? Y si nos odia, te matará... Uf, de acuerdo, te ayudaré.
Mis manos dejaron de emitir esa energía, lo noté aunque no dejaron de temblarme y aunque mis dedos estuvieran tan fríos que casi me dolían. Justo a tiempo porque Derek me levantó la sábana del cuerpo en ese momento, buscando lo que hacía un momento que había estado ahí, pero que se había esfumado sin dejar rastro. No pensaba dar las gracias por ello, me negaba a rebajarme tanto.
¡Maldita desagradecida...! Soy tan capaz de quitártelo como de dártelo otra vez, ¡no lo olvides!
– ¿Qué sucede, Derek, he hecho algo malo? Creía que lo habías disfrutado... – pregunté, con un mohín, y girándome hacia él. Aunque no por completo, me sentía bastante más tranquila sin las chispas entre los dedos, lo suficiente para fingir que necesitaba más de un cliente de lo que realmente hacía: ese talento lo había descubierto recientemente, no recordaba poseerlo antes, pero como tampoco recordaba gran cosa, no me torturaba demasiado al respecto.
Sucia... Me las pagarás.
Invitado- Invitado
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