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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Invitado Lun Jul 10, 2017 2:19 pm

La de aquella noche iba a ser una de las fiestas más suntuosas de todas las que se habían celebrado en la ciudad de París, y no lo sabía porque se tratara de mi fiesta, sino porque no había descansado casi durante los días con tal de asegurarme de que todos los detalles fueran perfectos para mis invitados. Mi perfeccionismo, que habitualmente conseguía mantener bajo control, se encontraba exacerbado desde que se me había ocurrido reunir a la flor y la nata de la sociedad neerlandesa en una de mis propiedades, en Ámsterdam, para beneficiar mi carrera política y mis contactos comerciales, ambos elementos indispensables para continuar con mi posición de monarca de aquel próspero, aunque pequeño, reino. A fin de cuentas, al haber accedido a mi posición por un matrimonio con un hombre que de ambición política andaba más bien carente, había recaído en mí el deber de gobernar, y si bien me había encargado de disponer de un valido para algunas de las cuestiones de gobernación más básicas, había aprendido bien de las enseñanzas de la musa Clío, y mi autoridad seguía siendo la que dominaba en última instancia. Precisamente por ello me aseguraba de recordarlo a todos aquellos que habían dudado de mí desde el momento en que había accedido al trono, y para ello había recurrido a toda clase de artimañas, entre las cuales la última era la fiesta que estaba terminando de preparar en aquel preciso instante. Así, me encontraba paseando entre las columnas nudosas de aquella habitación del medievo, con una techumbre de sólida piedra que se antojaba ligera por las tracerías que presentaba, tan intrincadas que cualquiera que no estuviera familiarizado con su diseño podría pasarse horas contemplándolas. Tras echar un vistazo a la iluminación sutil, conseguida con velas colocadas en lugares estratégicos, y al enorme piano que había mandado colocar allí, en consonancia con el resto de decoraciones del lugar, mandé llamar a un criado para que trajera a mi pianista personal allí, pues debía repasar con ella algunos de los detalles de la velada.

– Adelante, Liara, bienvenida. – la recibí, en cuanto llamó a la puerta, y la invité a pasar. En las últimas semanas se había establecido una cordialidad muy fluida entre nosotras a través de mi dedicación a educarla en las maneras de la nobleza, para lo cual la había llevado en todos mis viajes y la había convertido mi sombra en todo menos en lo relativo a mi naturaleza. Pese a haber confesado mi posición, aún era reticente a confesar que era una vampiresa, y más con la inocencia que aún seguía captando en ella; prefería esperar al momento adecuado, pues si algo me sobraba era tiempo, y ello había facilitado la relación aún más entre nosotras, si cabía. – En un par de horas será tu gran noche y podrás demostrar a todos mis invitados por qué formas parte de mi séquito, así que debemos repasar un par de cosas, ¿de acuerdo? – propuse, y me acerqué a ella con los brazos a ambos lados del cuerpo, laxos, en actitud tan relajada como la mía pese a que hacía unos pocos minutos hubiera sido presa del frenesí organizativo para acabar de perfeccionar la habitación en la que ambas nos encontrábamos. – Bien, con los nobles menores puedes referirte a ellos por su título, pero si hablamos de duques, lo apropiado es llamarlos excelencia. Con los reyes y príncipes, recuerda que es majestad o alteza, jamás el nombre propio. Como parte de mi séquito puedes hablar con quien desees, es correcto que inicies tú una conversación porque eres mi protegida, y si alguien desea hablar contigo con respecto a tu actuación, también es cortés agradecerlo. Sin embargo, si no deseas hablar con alguien, avísame y te ayudaré. – recomendé, sonriendo, y me coloqué un mechón de cabello en su lugar, en mi recogido aún algo informal, antes de acariciarle el brazo con suavidad. – ¿Cómo te sientes? ¿Estás nerviosa? ¿Necesitas algo? – pregunté, con genuina curiosidad y absolutamente dispuesta a ayudarla en cuanto requiriera.
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Mensaje por Liara Eblan1 Vie Jul 21, 2017 4:16 pm

Había llegado el día, al fin. El coche de caballos la esperaba en la puerta de su casa, pero Liara se demoró un poco en salir. No podía dejar de repasar mentalmente todo lo que debía llevar, que, en realidad, no era mucho. Las partituras eran lo más importante, aunque no realmente necesarias, puesto que había pasado tantas horas repitiendo todas las canciones que tocaría —y algunas más, por si acaso— que las había memorizado a la perfección. Aun así, ella ya sabía por experiencia que no era lo mismo tocar en la soledad de su hogar, donde un error no era más que eso, un error, que tocar sobre un escenario. Delante de la gente la música tenía que sonar fluída, y jamás podía permitirse saltarse o equivocarse en una nota por un fallo de memoria, y mucho menos en un día como aquel, donde se estrenaría delante de un público que sería, en su mayoría, noble. Sólo de pensarlo se le ponían todos los pelos de punta.

Cerró el maletín rígido y se puso un abrigo fino para salir. A pesar de que era primavera, las noches podían llegar a ser frescas; además, los nervios siempre le daban frío. Saludó al cochero y le indicó que la llevara hasta el museo del Louvre, donde se celebraría la velada. Liara sólo recordaba haber estado una vez allí. Su tío les llevó a ella y a su hermano cuando eran niños, y el recuerdo que conservaba era magnífico. Desde la ventanilla del coche observó la París nocturna, con sus luces y su vida vespertina. La joven no acostumbraba a salir a aquellas horas, pero encontraba en ese momento del día un encanto difícil de describir. El trayecto se hizo corto, o quizá fuera la excitación al ver que se acercaba el momento. El cochero paró frente a la entrada, donde un hombre vestido con chaqué y sombrero de copa le abrió la puerta y la ayudó a salir. Liara se entretuvo el tiempo justo para admirar la fachada y enseguida entró, guiada por el mismo hombre del sombrero, solo que ahora lo llevaba bajo el brazo. La acompañó hasta una sala donde le pidió que esperara mientras iba a avisar a Amanda, supuso Liara. Dejó el maletín sobre un sofá y comenzó a admirar la decoración del lugar donde se encontraba: los sofás eran de suave tela burdeos, y las paredes estaban adornadas con obras de arte no demasiado conocidas, pero hermosas igualmente; había armarios con puertas de cristal, y una alfombra que cubría todo el suelo. No parecía una de las salas del museo abiertas al público, si no, más bien, una habitación privada para el personal o los directivos. Se sintió muy privilegiada al estar ahí.

El hombre del sombrero volvió al de un rato y le pidió que lo acompañara. La llevó por los pasillos hasta una puerta semiabierta y se hizo a un lado, estirando la espalda tanto como pudo y quieto como una estatua. La voz de la reina no tardó en invitarla a entrar cuando tocó con los nudillos, y la recibió de manera tan calurosa como siempre.

Buenas noches —saludó ella con una sonrisa.

El techo enseguida captó su atención, haciéndola inclinar la cabeza para poder admirarlo. Por suerte, se dio cuenta de cerrar la boca a tiempo, si no, su cara habría sido de risa. No sabía si era por el diseño tan minucioso de tenía la piedra sobre ellas, por la sensación de amplitud que le daban las columnas o por la iluminación, pero sintió en aquel lugar algo mágico. Paseó los ojos a lo largo de la estancia, completamente maravillada, hasta que Amanda volvió a hablar. Entonces la miró y asintió, esperando que se acercara hasta ella.

Entendido —dijo, apretando el puente de la nariz con dos dedos—. Reyes y príncipes, alteza o majestad; duques, excelencia, y el resto por su título —resumió y la miró de soslayo, esperando su aprobación—. Lo único que me falta es conocer las caras. Ahora mismo sería capaz de llamarle al duque, conde, y al sirviente, majestad. —Cogió aire profundamente y lo echó despacio—. Pero será mejor que vaya todo a su debido tiempo, ¿no? —Notó la mano de Amanda sobre el brazo y sintió el frío de su piel, a pesar de que el vestido que llevaba Liara era de manga larga. Parecía que los nervios también le daban frío a ella, aunque se la veía tan tranquila que no parecía que fuera a dar una fiesta de esa magnitud. Sería cosa de la costumbre, pero, aun así, le pareció algo digno de admirar—. Un poco —contestó—. Bastante, en realidad, pero es algo normal, quiero decir, siempre me pongo nerviosa con acontecimientos así. Madame Mimieux nunca entendió por qué no terminaba de acostumbrarme. —Se encogió de hombros—. ¿Quién sabe? —La velocidad a la que habló indicaba que “bastante” no se ajustaba mucho a sus nervios en ese momento. Casi por casualidad miró hacia un lado y vio el enorme piano que tocaría aquella noche. Sus ojos se abrieron de par en par—. ¿Ese es el piano? —preguntó sin quitarle ojo—. ¿Puedo?
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Mensaje por Invitado Sáb Ago 05, 2017 4:05 pm

De joven, cuando era mortal, no me habían gustado las fiestas en absoluto. Creía recordar que mi desinterés había nacido conmigo, en la aldea britanna que había terminado por desaparecer para convertirse en la ciudad de Cardiff; lo recordaba bien después, en Roma, donde las fiestas significaban servidumbre y humillación públicas, como si tenerlas en privado no fuera suficiente. Entonces, cuando carecía de elección y de poder de decisión, sabía que las congregaciones de personas de posición social superior a la mía tendría, siempre, consecuencias horribles, y por tanto había aprendido a odiarlas y a tratar de esquivarlas cuanto me había sido posible, la mayor parte de las veces sin éxito. El tiempo, no obstante, me había enseñado una lección: todo es susceptible de cambiar si se espera lo suficiente, y a medida que había envejecido y, sobre todo, había subido de consideración social, las fiestas se me habían ido atravesando menos, hasta el punto de que incluso disfrutaba celebrándolas. Al principio, las había considerado un mal necesario, una mezcla de ostentación de poder con diplomacia encubierta en un ambiente proclive a las confidencias; con posterioridad, había aprendido el valor de organizarlas, de asegurarme de que hasta el más mínimo detalle fuera perfecto, y de cuidar de la experiencia para que ésta no resultara tan repulsiva como, antaño, a mí me lo había parecido. Así era como a mí, un ser al que se podía definir de muchas maneras pero normalmente no como generoso, se me había desarrollado un tipo de empatía, uno que me permitía captar los nervios de Liara a la perfección y que me había conducido a tratar de apaciguarlos, pues realmente no había nada que temer. Es más, la había convocado con tanta premura que podía permitirse, incluso, ensayar, mas estaba segura, a juzgar por lo que la conocía ya, de que ya había ensayado hasta la saciedad.

– Te entiendo bien, Liara. Cuando era más joven no estaba acostumbrada a nada de esto, las fiestas se me antojaban un concepto extraño, y la sola idea de conocer a la nobleza me revolvía el estómago. Los demás solían decirme que tratara de recordar que eran iguales que yo, sólo que con cargos, pero no funcionaba; ¿sabes qué lo hacía? Imaginarlos con ropa ridícula. Te parecerá una estupidez, pero si les quitas los atuendos emperifollados, te olvidarás más fácilmente de que son duques, condes o quienes sea que son, y recordarás que no hay nada que temer. – aconsejé, con los brazos en jarras y una media sonrisa en el rostro, divertida. Otra opción era imaginar a los invitados desnudos, mas ignoraba hasta qué punto era pura Liara, y una broma de ese tipo bien podía incomodarla más de lo que se encontraba, que, para mi enorme fortuna, no era demasiado. Prefería mantenerla relajada, pero con los saludables nervios previos a la representación, que alterada porque me tomaba demasiadas confianzas; se mirara por donde se mirase, era mejor idea, tanto para ella como para mí. Además, a mí jamás me había funcionado esa estupidez de imaginar a los demás sin ningún tipo de prendas encima, ya que siempre imaginaba que era yo la que no llevaba nada, así que cuantas más alternativas tuviera a mano, mejor para ambas. – Tal vez no te lo parezca todavía, porque eres joven y acabas de empezar, como quien dice, pero los nervios se van reduciendo poco a poco, hasta el punto de que desaparecen. No te aseguro que vaya a pasar de hoy para mañana, pero lo harán. – aseguré, asintiendo después, y entonces miré de nuevo a donde ella había estado dirigiendo miradas anhelantes hasta hacía un momento, dada mi ausencia de respuesta: el piano. Me había asegurado de que fuera magnífico tanto por ella como por mí misma, así que me enorgullecía que lo apreciara tanto como yo al elegirlo; así pues, no pude evitar sonreír, esta vez de forma cordial y no bromista, y asentir.

– Por favor, pruébalo. Me gustaría que hicieras cuantos ajustes creas necesarios, pues cada persona que lo toca es un mundo, y tal vez los que me funcionan a mí no sean tan adecuados para ti. – la invité, e incluso hice un gesto con la mano para indicarle que se dirigiera, sin miedo, al piano negro de la habitación. Pese a que nos encontrábamos en un espacio bastante grande, el instrumento, de madera pulida y brillante, ocupaba gran parte del campo de visión de ambas, fuera la suya (más reducida) o la mía (sobrenaturalmente mejorada), y ello daba buena muestra de su magnificencia. Sin embargo, ningún instrumento es tan glorioso cuando permanece mudo como cuando es tocado y despertado para producir música, y aunque aquel piano era increíble, ambas estábamos de acuerdo, no despertó del todo hasta que Liara no tocó una pieza sólo para mí, reforzando la decisión que había tomado con nuestro anterior encuentro de mantenerla a mi lado cuanto pudiera. Al ritmo de la música que estaba tocando, pues, me acerqué, y acaricié la superficie del instrumento en cuanto me encontré a su lado, sintiendo la vibración en las yemas de los dedos y el ritmo con cada latido de mi corazón y del suyo, más amoldado que el mío por la minucia de que ella estaba viva, y yo no. Un secreto podía tenerlo cualquiera, ¿no? – Magnífica, Liara. Si lo haces así de bien cuando lleguen los invitados, no me cabe duda de que la fiesta será un éxito. ¿Necesitas algo más para entonces? – la felicité, y después me mostré solícita, como la anfitriona generosa (de eso no cabía duda aquella noche) en la que me había convertido con mi comportamiento, desde el momento en que había empezado a planear el evento hasta que finalizara, después de unas cuantas horas.
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Mensaje por Liara Eblan1 Sáb Ago 12, 2017 7:32 am

No sabía si le llegaría a hacer falta seguir aquel consejo, puesto que la única persona de la nobleza que conocía era la propia reina, y hasta entonces no se había sentido a disgusto en su presencia. Era una mujer agradable que la trataba con respeto y educación, sin mirarla por encima del hombro y viéndola como una igual. Se podía decir que se había llevado una buena impresión sobre aquel mundo en el que empezaba a moverse, pero estaba segura de que la amabilidad que desprendía Amanda no sería algo común entre todos ellos. O sí, y estaba juzgándolos antes de conocerlos, pero prefería retractarse en silencio antes que dejarse avasallar, porque no tenía ni idea de lo que se encontraría allí.

Si me veo muy abrumada, lo probaré —aseguró, con una sonrisa muy similar a la de Amanda pintada en el rostro.

Se dirigió al piano en cuanto tuvo permiso para hacerlo. No se sentó en el banco nada más llegar, sino que dedicó unos cuantos minutos a examinarlo como si fuera el primero que veía, algo no del todo falso, en realidad. Era la primera vez que tenía delante un piano de esas dimensiones, puesto que ni los que usaba en los conciertos eran tan majestuosos como aquel. Acarició la tapa con las yemas de los dedos y observó con deleite el hermoso entramado de cuerdas del interior. Caminó hasta situarse frente a las teclas y pulsó una, haciendo que la nota correspondiente se perdiera en la habitación, dejando una estela de sonido tras de sí como las ondas en el agua. Se sentó en el banco sujetándose el vestido y comenzó a tocar una de las melodías a las que siempre recurría cuando quería tocar sin pensar demasiado en ello. No sintió que Amanda estaba a su lado hasta que habló para felicitarla. Liara la miró, todavía con las últimas notas flotando en el aire, y sonrió ampliamente.

Gracias por tus palabras —contestó, volviendo la vista a las teclas y acariciándolas como si quisiera eliminar cualquier mota de polvo sobre ellas—. No, por el momento no necesito nada más. Enseguida iré a repasar un par de cosas. —Se levantó y se alisó la falda, después el corpiño y, por último, las mangas—. Acabo de recordar que la modista me traerá otro vestido, uno de los que guardo para los conciertos que tenía que llevar a arreglar —aclaró—. Es más elegante que este que llevo, con abalorios pequeños y puntillas —explicó. Liara no era muy dada a los perifollos, y tampoco era una gran descriptora de sus vestimentas, así que esperó que el atuendo que había elegido para aquella noche le pareciera correcto, basándose en sus palabras, al menos, hasta que lo trajeran—. No sé, quizá ha sonado ostentoso, pero es un vestido muy discreto, y uno de mis favoritos, a decir verdad —añadió después. Creyó que elegir un vestido con el que se sintiera a gusto le ayudaría en su primer concierto para la reina—. Me aseguró que lo tendría listo para esta noche, así que no creo que tarde en llegar.

Volvió a observar la habitación donde se encontraban y casi le pareció más hermosa que cuando había entrado por primera vez. Tras haber escuchado cómo sonaba la canción que había tocado, cada vez que miraba aquel elaborado techo sobre ellas podía notar las notas perdiéndose por cada resquicio de la piedra, como si la música sonara sola.

Estoy segura de que la fiesta será un éxito, con o sin música. Sólo la habitación ya es maravillosa. —En el fondo, y a pesar de los nervios, tenía ganas de conocer de cerca cómo eran aquellas reuniones de las que mucho se hablaba, pero pocos eran los que tenían la oportunidad de presenciar—. Creo que la última vez que estuve aquí tenía ocho años, y recuerdo que me pareció un sitio impresionante —comentó, y volvió la vista hacia Amanda—. ¿Me necesitas para algo más? Imagino que aún quedarán detalles que preparar y no quiero molestar.
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Mensaje por Invitado Dom Ago 27, 2017 1:50 pm

La comprendía. Tal vez la música había sido el campo común que nos había unido y que me permitía afirmar que la apreciaba, ya que valoraba enormemente que hubiera alguien que comprendiera lo que ciertos sonidos y la capacidad de reproducirlos y crearlos por mí misma significaba para mí, pero había mucho de Liara que no podía evitar comprender, y con cada momento que compartíamos me quedaba aún más claro. Por supuesto, no le había contado que yo no era mortal, que había sido una mujer humana hacía mucho pero que me habían maldecido con la eternidad y con una sed de sangre que jamás terminaría del todo. Además, ella sólo me había conocido como monarca, una persona rica hasta el extremo y que podía permitirse cualquier excentricidad que deseara, pero yo sabía lo que era encontrarme en una situación en la que el lujo resultaba abrumador, y ni el tiempo transcurrido me impedía sentir lo que ella sentía e incluso sonreír ante su incomodidad al hablar de algo tan sencillo como un vestido. Ah, en mi caso lo duro había sido pasar de los harapos de la esclavitud a todas aquellas ropas que deseara, y que de pronto podían estar a mi alcance; la seda, en contraposición a la tela áspera que había llevado hasta entonces, se me antojaba incómoda a más no poder, y no dejaba de resultar curioso dado que, si era objetiva, comprendía que el tejido mejor era también el más confortable. Eso, claro, por no hablar de lo extraño que resultaba describir prendas que valían más que los alimentos que había necesitado durante los largos años en los que había necesitado ingerir algo que no era sangre; en esa misma situación se encontraba ella, ante mis ojos, y pese a sonreír por pura complicidad, una que ella no comprendía, asentí para tranquilizarla y para que supiera que no había problema alguno con su nueva posición y los lujos que ésta traía consigo.

– Mientras sea tu favorito, te lo prometo, estará bien. Además... Es tu primera fiesta en sociedad, pero créeme cuando te digo que, pese a que te parezca emperifollado, no lo será en comparación con otros que verás. – afirmé, con puro conocimiento de causa, pues la ropa era algo en lo que no había entrado en detalle con ella, pero no había nada mejor que los textiles para demostrar la posición social, sobre todo en un reino como el francés, donde aparentar era la clave, hasta cuando no se poseía lo suficiente para hacerlo. – Me enamoré del Louvre la primera vez que vine, aunque entonces no era museo, claro, sino un palacio real, antes de que Versalles se convirtiera en el último grito para los monarcas. Cuando me encontré en condiciones de adquirirlo y de convertirlo en un lugar donde poder exponer parte de mi colección... No lo dudé. Así que te lo agradezco, es uno de mis mayores orgullos. Bien, ahora ve a prepararme, y yo me encargaré de que todo esté listo para cuando vengan los invitados. – me despedí, con una suave inclinación de cabeza, y cuando ella se fue yo me encargué de terminar de decorar y de supervisar los detalles que había preparado en mi cabeza hasta la saciedad para, finalmente, preparar mis propios ropajes. No precisé de ayuda de ninguna doncella, aunque tuviera a varias a mi cargo, porque prefería dedicarme yo misma, quizá alguna reminiscencia de mi pasado esclavo y de la obligación que había tenido de ocuparme yo misma de todo. Aun así, me enfundé el vestido verde esmeralda, de corte sencillo y tela con tracerías de hilo de oro, así como las joyas doradas que iban a juego y que, en mis cabellos, recogidos en lo alto de la cabeza, también continuaban, con una tiara muy delicada que recordaba mi posición sin ser tan ostentosa como una corona completa. De esa guisa me encontró Liara, quien llevaba un vestido igual al que había imaginado cuando ella lo había descrito, y a quien le sonreí con calidez al verla. – Estás preciosa, muy adecuada. Adelante, pronto empezarán a venir los primeros invitados. – la invité, con un gesto de la mano, y cuando ella adquirió su posición, comenzaron a llegar los asistentes.
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Mensaje por Liara Eblan1 Dom Sep 10, 2017 4:19 pm

Respiró tranquila. Si la elección de su vestido le parecía bien a Amanda, no le importaba lo que los demás pensaran de él. Era su anfitriona y la que había organizado todo aquello, así que eran su opinión y sus consejos los que seguiría, y los de nadie más. Así lo había decidido, y así lo haría a partir de entonces. Además, qué mejor consejo a seguir que el que pudiera darte una reina, ¿no? Más todavía si era esa misma reina la que le pagaba por sus servicios como pianista, puesto que no le recomendaría hacer algo que la pusiese en evidencia. De ella se esperaba que diera lo mejor de sí, y eso era algo que Liara hacía siempre al pie de la letra. Cada concierto era único a su manera, y parte de esa unicidad se debía, precisamente, a ella, a su empeño por ser una con la música, como si fueran un ente completo.

Se despidió de Amanda con el mismo gesto de cabeza y salió de aquel salón con algo de pena, puesto que había conseguido enamorarse del lugar con el poco tiempo que había pasado dentro. Se encaminó hacia la sala donde había dejado sus partituras y eligió un sofá donde descansar hasta que llegara la hora. Ya comenzaba a sentir ese cosquilleo en el estómago que anunciaba la próxima actuación, y lo cierto era que tenía muchas ganas de experimentar lo que sería tocar para la nobleza. Por otro lado, tenía miedo de que las expectativas puestas sobre ella fueran demasiado altas. Sí era cierto que Amanda ya la había oído tocar y había dado su visto bueno con creces, pero no podía hacerse una idea sobre lo exigentes que serían el resto de nobles que iba a acudir aquella noche, ni si la aceptarían de tan buen grado como lo había hecho su reina.

El vestido llegó puntual, tal y como Louise, la modista, le había prometido. Fue ella en persona quien llevó el encargo hasta el Louvre, seguro que con la intención de conocer a algún miembro de la realeza por el camino. No tuvo suerte, pero Liara le prometió que, si alguien preguntaba por su vestido, le daría sus referencias. Eso le bastó, así que se marchó contenta de haber conseguido muchos potenciales clientes, todos ellos adinerados y con ganas de lucir algo bonito y único. Algo era algo. Dejó que alguien la acompañara a la salida mientras ella comenzaba a prepararse. Liara no solía llevar joyas en su día a día, si acaso una fina gargantilla, como aquella noche, con unos discretos pendientes de cristales a juego que, juntos, daban un ligero toque de luz al rostro sin llamar la atención. El cabello lo recogió a la altura de la coronilla, dejando que algunos mechones ondulados enmarcaran de manera natural su rostro, dejando que el vestido hiciera el resto. Echó un último vistazo a su reflejo y, con las partituras bajo el brazo, salió en busca de Amanda.

Eso es un gran cumplido teniendote a ti al lado —comentó, admirando la indumentaria de su anfitriona. El verde le sentaba francamente bien, aunque, en realidad, le parecía tan guapa que incluso unos trapos harían de ella una belleza.

Volvió al salón de la fiesta donde le esperaba el piano. Le pareció todavía más majestuoso que antes, y en cuanto colocó las partituras en el atril y se sentó en el banco sintió que estaba todo completo para empezar. Los primeros asistentes no se demoraron mucho más en llegar. Ese fue el momento que estaba esperando.

Deslizó los dedos sobre las teclas de manera que parecían volar suavemente sin rozarlas y la música comenzó a fluir desde la caja, ascendiendo suavemente hasta llenar la estancia al completo. Como en sus conciertos, se hizo un silencio que era interrumpido sólo por aquellos que llegaban sin saber lo que se encontrarían allí. A pesar de que sabía que la miraban a ella, la sensación de no estar sola en el escenario era tranquilizadora. No había una gran distancia entre ella y su público, ni se encontraban en una posición elevada para poder observarla sin problema. Tanto ella como ellos estaban a la misma altura, lo que les hacía iguales. O así lo sentía Liara, al menos, que tocaba tan alegremente que su humor se contagió como un virus entre los que allí se congregaron. Si no metía la pata, aquella sería una de sus mejores noches en años porque, durante el tiempo que llevaba tocando, no se había sentido incómoda en ningún momento, al contrario. No podía decir que fuera igual que el teatro, pero no iba muy desencaminada si decía que era mejor. Estaba tan a gusto que, cuando terminó el repertorio que tenía preparado, tocó otras dos melodías más que se había aprendido con el paso del tiempo antes de levantar las manos y dejarlas sobre su regazo, esperando la reacción de su público.
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Mensaje por Invitado Lun Sep 18, 2017 1:42 pm

Había hecho una apuesta arriesgada, era consciente de ello mientras veía las miradas que mis invitados, la mayoría de la cuna más alta que pudiera encontrarse en todo el reino del que provenía cada uno, le dedicaban a Liara. Si bien ella estaba tan hermosa como elegante, su belleza era más sosegada y más austera que las de una sociedad hecha para el lujo, para enseñar que tenían riquezas incluso si no era el caso, ya que en innumerables ocasiones se habían descubierto ejemplos de falsos ricos que gastaban todo en aparentar pero, después, morían de hambre, sin un franco que gastar en algo tan básico como el pan. Aun así, elegirla a ella había sido una decisión que había tomado de forma plenamente consciente, por mi parte, de los riesgos que entrañaba, y ni por un momento había dudado de que había hecho lo correcto, ni antes de que llegaran los invitados y habíamos estado las dos solas ni, tampoco, después, cuando ella se acomodaba frente al enorme piano. Muchos me recriminaban, aparte del origen no noble de Liara, que se trataba de una jovencita (con especial énfasis en el “desafortunado” hecho de haber nacido mujer) sin fama alguna, a lo que yo había respondido que muchos no habrían alcanzado ese estatus de celebridad si nadie les hubiera dado una oportunidad antes. Como mecenas que me consideraba, tanto de arte tradicional como de otros ámbitos como la música, entendía que era mi labor buscar más allá de donde iban otros, descubrir talentos que habían pasado desapercibidos (de forma inexplicable en el caso de Liara) y apoyarlos para que, así, no sólo pudiera conseguir sus obras, sino también ayudarlos a desarrollar sus carreras y que éstas brillaran tanto como sus vidas. Eso era lo que pretendía con Liara, y si bien había asumido ciertos riesgos al acogerla bajo mi ala, era una decisión de la que me enorgullecía y que respaldaría fuera cual fuese el resultado de su presentación en sociedad de aquella noche, sin duda.

Para nuestra fortuna, sin embargo, el respaldo contra viento y marea no iba a ser necesario, pues en cuanto ella levantó los dedos de las teclas sustituyó al sonido de sus notas el átono ruido de las palmas juntándose en una ovación atronadora, dedicada exclusivamente a quien les había dado un recital de altísima calidad. No pude evitar, entonces, sentir un ramalazo de orgullo, no tanto por haber elegido a Liara de entre otros candidatos que se me habían presentado antes que ella, sino por ella y por el premio a su trabajo duro y a su talento, ambos igual de necesarios a la hora de convertirla en una pianista sobresaliente. Con una sonrisa cálida, la miré en cuanto ella fue capaz de dirigir sus ojos hacia los míos y, a continuación, me acerqué a ella y le acaricié el hombro en un gesto a todas luces fraternal, como también lo era, creía, mi mirada. Había pasado tanto tiempo sin hermanos, incluso ahora que había encontrado a uno de cuando era humana, que tenía ciertas dudas al respecto, pero lo cierto era que así la empezaba a considerar, sin ninguna consideración por la diferencia de clases sociales y posiciones, pues eso era interés de otros, no mío. – Lo has hecho estupendamente, Liara. Ven, ahora debemos conocer a alguien, muchos de mis invitados quieren saber más de ti. Los has seducido por completo, ¿sabes? – susurré, soltándola únicamente para permitirle que se levantara, ya que después la sostuve por el brazo para que sintiera mi apoyo incluso cuando sus piernas fallaran y para conducirla a lo peor de todas aquellas fiestas de sociedad: las presentaciones. Lo cierto era que me venía bien que quisieran conocerla y que, pronto, nos encontráramos rodeadas de personas que nos hablaban con educación, ya que así podía, perfectamente, acercarlos también a mi territorio, que era al final la principal motivación por la que había organizado la fiesta. Únicamente me separé de ella para acercarme a un mayordomo y pedirle que continuaran trayendo copas de vino, dos de las cuales sostuve para mí y para Liara, quien, tras una sutil llamada por mi parte, vino hacia mí.

– Me has impresionado. Sabía que eras buena pianista, te vi y te escuché lo suficiente para saberlo, pero has demostrado una calma y un dominio de ti misma que, francamente, no es frecuente ver en estas circunstancias. Sigue así y tendrás a toda la alta sociedad en tu bolsillo, no solamente a mí. – afirmé, totalmente convencida de mis palabras y de ella, y le ofrecí la copa de vino que, intuía, le haría falta para humedecer su garganta tras hablar demasiado rato con los nobles. Mi propia experiencia, antes y después de convertirme en monarca, me decía que eran un atajo de seres arrogantes que siempre tenían un tema de conversación, inagotable, al que recurrían en cada interacción a la que se veían arrastrados: ellos mismos. Consciente de lo agotador que podía ser, le había ofrecido también una salida elegante, que, siempre y cuando me escuchara, le podía aligerar el peso de las encorsetadas conversaciones sin ir más allá, algo que ni ella ni yo podíamos permitirnos. – Sin embargo, debo advertirte que no te dejes llevar por los halagos que escuches. Lo más sincero de su reacción ha sido el aplauso porque no se esperaban tu talento, pero el decoro y la etiqueta obligan a una corrección que puede confundirse con alabanzas y promesas, así que te recomiendo que no confíes del todo en nadie. – advertí, jugando con la copa entre mis manos por el simple placer de ver las lágrimas del vino correr por el cristal, de altísima calidad, igual que el resto de elementos de la velada que compartíamos Liara y yo con buenos ejemplos de la nobleza del continente. Me había asegurado de que así fuera hasta la extenuación, por lo que no resultaba del todo sorprendente. – Son depredadores, todos ellos, y más cuando se trata de una mujer joven y hermosa. Debes aprender a capearlos, pero, por ahora, mi recomendación es que seas cortés y no creas en promesas que no te ofrecen ni una posibilidad de ser ciertas. Haz eso y estarás bien, ya lo verás. – aseguré, con plena confianza de que así sería.
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Mensaje por Liara Eblan1 Dom Oct 29, 2017 9:13 am

La ovación fue más ensordecedora de lo que habría podido imaginar. No se atrevió a girarse de inmediato porque la intensidad de los aplausos la había sorprendido tanto, para bien, que tenía miedo de enfrentarse a los que allí se habían reunido. De pronto extrañó la sensación de seguridad que le daba el escenario del teatro. Pisar la tarima y escuchar el sonido de los zapatos contra la madera podía intimidar hasta al más experto de los artistas, pero todos sabían que ese lugar era sólo para ellos, y que había una gran distancia que los separaba de sus espectadores. En aquella sala, en cambio, cualquiera podía acercársele a saludarla, a darle la mano, a pedirle otra canción, o a exigir cualquier otra cosa que su atolondrada mente no fuera capaz de imaginar. Por suerte para ella, la primera persona en recortar distancias fue la propia Amanda, a la que Liara dedicó toda su atención, intentando por todos los medios abstraerse de lo que la rodeaba.

Gracias. —La sonrisa que le dedicó a la reina fue tan amplia que podía haber iluminado la sala de haberse encontrado en completa oscuridad—. ¿De verdad crees que les ha gustado?

Aunque era algo más que evidente, dada la intensidad de los aplausos, Liara todavía estaba en un estado de incredulidad, generada, principalmente, por encontrarse donde se encontraba trabajando para la monarca de un país. Primero se intentó autoconvencer de que aquello había sido un golpe de suerte, fruto de un cúmulo de circunstancias que se habían ido encadenando hasta llevarla allí. No obstante, en el momento en el que Amanda la sostuvo del brazo cambió completamente el punto de vista. Se dio cuenta de que, si estaba realmente tocando en el Louvre y aquello no era un sueño, había sido gracias al duro trabajo que había hecho a lo largo de su vida, que había decidido recompensarla con algo de semejante magnitud. Por eso no tenía motivos para caminar con la cabeza baja, intentando ocultarse entre la multitud; por una vez, podía alzarla y disfrutar del resultado de su esfuerzo.

Caminaron juntas entre los asistentes, no sin dificultad (había muchos que, para saludarla, les entorpecían gravemente el camino), hasta que llegaron junto a un grupo de personas que no dudaron en felicitarla personalmente. A ese grupo se acercaron otros que imitaron el buen comportamiento de los anteriores, repitiendo las mismas palabras educadas y vacías una y otra vez. La tenían tan entretenida que casi ni se percató cuando Amanda se alejó. Llegó un momento en el que Liara no sabía sobre quién debía fijar su atención; primero alguien le contaba algo relacionado con una fiesta a la que había acudido hacía varios días, pero antes siquiera de terminar, otro la sujetaba del brazo para llamar su atención y que escuchara su anécdota, tan insustancial como la anterior. La joven paseaba la mirada de un lado a otro intentando escuchar a todos al mismo tiempo, pero terminó fingiendo que lo hacía y se dedicó a pensar en otros asuntos.

En el momento en el que alguien le preguntó algo sobre lo que acababa de hablar y ella no tenía forma de saber qué le había dicho, Amanda llegó en su ayuda. Excusándose frente al resto de invitados, salió de allí tan rápido como la elegancia le permitía y respiró, aliviada.

Gracias de nuevo —dijo, aceptando esa copa que tanto necesitaba— y gracias por esta oportunidad, Amanda, de verdad. Sé que ya te las di en el teatro, pero esto es mucho más de lo que nunca me imaginé que haría.

Dio un trago comedido al vino, delicioso, y lo tragó despacio para que le refrescara la garganta. No había hablado demasiado, pero la tensión que había sentido antes, durante y los minutos después de la actuación la habían dejado agotada. Por un lado, deseaba llegar a casa para poder descansar durante horas, pero, por otro, quería seguir disfrutando de esa fiesta, ahora que su parte principal había pasado.

Sí, me he dado cuenta de eso. —Miró la copa y la hizo girar suavemente con los dedos—. Cuando me he girado algunos seguían con la misma cara de asombro que cuando he dejado de tocar, pero luego sólo eran capaces de soltar halagos y alabanzas. —Dio otro sorbo—. Y el hecho de que todos repitan las mismas palabras tampoco inspira demasiada confianza. Los asistentes al teatro que he tenido el placer de conocer tenían mucha más imaginación que todos estos —comentó—. Pero, aun siendo verdades a medias, reconozco que sienta bien escucharlas. Prefiero quedarme con eso y andar con pies de plomo si hace falta. Eso, suponiendo que sea capaz de mantener una conversación interesante con alguno de ellos, cosa que no he logrado aún.

Le dedicó una sonrisa y miró a su alrededor: todos habían vuelto a reunirse en pequeños grupos de tres o cuatro personas y charlaban alegremente con una copa en la mano. La estampa parecía del todo agradable, pero, si se prestaba la suficiente atención, se podían apreciar vistazos de envidia entre unos, bostezos cubiertos discretamente con la mano o, simplemente, miradas vacías que daban buena cuenta del interés que estaban mostrando en la conversación. Era todo tan absurdo que Liara se hubiera reído de haber podido.

Lo que no termino de entender es como se puede aguantar tanta hipocresía en estas fiestas. ¿Es siempre así? Me refiero, por ejemplo, a esa mujer del vestido granate. —Miró hacia ella de manera discreta hasta que se aseguró de que Amanda sabía de quién hablaba—. No me creo que la otra no se haya dado cuenta de que la está ignorando por completo, ni siquiera la mira a los ojos. Ha habido antes un momento en el que ni yo misma he podido seguir las conversaciones de todos, a pesar de que lo he intentado. Hablan mucho, y de cosas completamente banales. —Volvió a beber, siempre con la delicadeza que correspondía a la situación—. Espero que no se hayan percatado de mi falta de educación. Pensarán que soy una desconsiderada.

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Mensaje por Invitado Dom Nov 05, 2017 12:53 pm

Recordaba a la perfección mi primera fiesta en la alta sociedad, y ni siquiera mi memoria sobrehumana era necesaria para hacerlo, pues las imágenes se habían quedado grabadas a fuego en mi memoria y nada, ni nadie, habría sido capaz de borrarlas. En realidad, había tenido varias primeras fiestas, dependiendo del punto donde me encontrara en cada momento: la primera, de verdad, había sido cuando era una esclava de la familia anfitriona, y esa no había terminado nada bien para mí; la otra primera, conmigo como anfitriona, había sido algo mejor. Me había costado mucho tiempo aprender a soltarme lo suficiente y a confiar en mi poder para abrir mis puertas a otros que no conocía y en los que no podía poner la certeza de que no me desearan ningún mal, y mientras tanto había dedicado mi tiempo a aprender modales, de todos los tipos y culturas posibles. Gracias a eso, había aprendido de primera mano que la hipocresía era una realidad cuando las personas de las clases más altas se relacionaban, que el riesgo de terminar con la espalda llena de cuchillos era probable tanto literal como metafóricamente, que los demás mentían para cumplir sus objetivos y que, si quería sobrevivir, yo también debía hacerlo, y no me quedaba más remedio. De lo contrario, habría sido un animal herido entre una manada de lobos deseosos de hincarle el diente, y lo que no me había endurecido ninguna otra cosa, lo hizo la forzada relación que había tenido, desde un inicio, con la alta sociedad, fuera romana, francesa o de donde se quisiese. Eso mismo quería, pues, para Liara: ese conocimiento de cómo capear los temporales y de cómo evitar que nadie quisiera aprovecharse de su inocencia para obtener cualquier cosa de ella que no quisiera dar, puesto que ya que yo no había tenido nunca una guía y había tenido que aprender a fuerza de errores, ¿por qué no evitarle el mismo proceso, largo y pesado, a mi jovencísima pianista?

– Lo lograrás, pero todo esto requiere práctica, ¿sabes? Es necesario acostumbrarse a sus intenciones y a sus comportamientos antes de saber mantener una conversación a la altura de su hipocresía. Y, créeme, cuesta... Especialmente si eres inteligente y sabes darte cuenta de que se aburren unos a otros y todos quieren disimular porque conviene que parezca que todos se llevan a pedir de boca. – expliqué, encogiéndome de hombros con suavidad y desviando la mirada hacia uno de los grupos que había allí reunidos, variopinto para un extraño a las convenciones sociales de la alta sociedad pero absolutamente cliché para los que, como yo, nos movíamos en ese ambiente cada día (noche, en mi caso). – Fíjate en ellos. En un mismo grupo tienes a un noble arruinado, que hará lo que sea por fingir que sigue teniendo medios aunque no tenga donde caerse muerto. También tienes a un comerciante enriquecido que busca comprar un título para que todo su dinero sirva de algo, a una noble vieja que sabe que su tiempo ha pasado y que su título se va a extinguir a su muerte y a un cazafortunas, que va buscando el sol que más calienta. Ninguno de ellos se aguanta, y todos ellos se necesitan mutuamente, así que fingen que lo hacen porque todo es más fácil así. ¿Te imaginas qué problemático sería si nadie mintiese y todos se lanzasen a los cuellos ajenos para destrozarlos...? – comenté, así como al descuido, pero estaba segura de que su imaginación viva, propia de su juventud, habría seguido con la imagen que yo apenas había dibujado hasta terminarla, pintando un cuadro en el intenso tono carmesí de la sangre derramada, incluso si ésta sólo estaba teniendo lugar en nuestras cabezas. Admitía que la imagen me habría parecido extraordinariamente hilarante de haber podido presenciarla, pero, para mi desgracia, ese tipo de comportamientos no eran tan frecuentes, de modo que tendría que conformarme con soñar y nada más.

– Siempre es así, Liara, cada vez. Las personas cambian, sus situaciones raramente lo hacen. Por eso te digo que no tardarás en acostumbrarte. – suspiré, sin poder evitarlo, porque lo cierto era que, para mentes como las nuestras, despiertas en contraposición a las que nos rodeaban, el tedio que suponía un futuro lleno de reuniones de ese tipo era inconmensurable, y comprendía la desesperación que podía despertar en alguien como ella, tan llena de vida como era posible imaginar a alguien. – Para tu fortuna, no siempre te pediré que toques en este tipo de eventos. La ventaja de que tu mecenas sea una apasionada de la música es que podrás deleitarme con conciertos solamente a mí, que puedo saber de qué estás hablando si decides que hay algo en la pieza que te apetece discutir. Conmigo puedes ser siempre sincera, pero con ellos... – insinué, y aunque dejé la continuación en el aire, toda la experiencia que ella estaba viviendo por primera vez dejaba sumamente clara la consecuencia que me había callado. Entonces me terminé la copa de vino y la dejé a un lado, disfrutando del sabor que quedaba en mi boca aunque supiera que ni me iba a hacer efecto la bebida ni, tampoco, me mitigaría lo más mínimo el hambre que estar muy rodeada de humanos me provocaba. – La verdad es que dudo que se hayan dado cuenta de que tus modales no son los suyos, y en caso de hacerlo, no les importará demasiado. No pretendo que esto te ofenda, así que no te lo tomes como tal, pero eres la pianista, Liara, no una futura contrincante política ni una noble con la que buscan aliarse. Es posible que, con un par de copas de vino más, ni siquiera recuerden que han hablado contigo. Por eso era tan importante para mí encontrar a una pianista que a mí me gustara: yo sí lo voy a recordar, yo rememoraré tus melodías hasta cuando no te encuentres ahí, y a mí me parece que tu educación es perfecta, así que, dime, ¿importa mucho lo demás? – pregunté, ladeando suavemente el rostro y mirándola con atención y curiosidad a la vez.
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Mensaje por Liara Eblan1 Miér Ene 03, 2018 1:20 pm

Cuando Amanda hablaba, Liara no podía hacer otra cosa que escuchar atentamente cada palabra que salía de su boca. Era tan joven, pero tan sabia al mismo tiempo, que parecía un ser ficticio generado en el imaginario colectivo, de manera que todos pudieran verla como si estuviera allí realmente, cuando en realidad sólo se trataría de un cúmulo de ideas preconcebidas, deseos y añoranzas que conseguían darle esa forma de mujer. Por un momento incluso sintió el impulso de alargar el brazo para comprobar que su cuerpo no se desvanecía con el tacto de su mano, pero fue sólo eso, una tentación que consiguió reprimir en el instante en el que se dio cuenta de que aquello era una auténtica sandez. ¡Claro que era real! Tan real como ella misma, como aquella fiesta y como el sorbo de vino que ahora se deslizaba por su garganta. Aun así, la sensación cuando se estaba cerca de ella era extraña, como si se estuviera frente a una persona que ha vivido cientos de años cuando, en realidad, apenas había abandonado los veinte. Liara reconoció esa inquietud porque ya la había vivido antes, años ha, en compañía de su buen amigo Sébastien. ¿Por qué Amanda le recordaba tanto a él? ¿Sería, quizá, por esa pasión que sentían por la música? Podría ser, pero eso no explicaba los movimientos gráciles y delicados que ambos compartían y que Liara encontraba sumamente fascinantes.

No me ofende, al contrario; me tranquiliza, porque eso significa que no tendré que fingir que muestro interés por algo que, en realidad, no me importa en absoluto. Hay veces en las que ser invisible lo vuelve todo más fácil. —Se encogió de hombros y miró a su alrededor. Efectivamente, nadie se acordaba de ella para entonces, puesto que todos estaban inmersos en sus propios asuntos e ignorando a la que, hacía un momento, había sido el centro de atención—. Así que no, lo cierto es que no importa lo que ellos piensen —reconoció—. Si tú estás contenta yo lo estaré también.

Alzó la copa y bebió un sorbo con el que terminó el vino, dejando tan sólo un poco de líquido en el fondo del recipiente. Después lo dejó junto al de Amanda mientras se pasaba la punta de la lengua por el labio superior de manera discreta. Desconocía si le pediría intervenir de nuevo, así que decidió que ese sería todo el vino que bebería aquella noche, por si acaso. Liara no estaba acostumbrada a los excesos de alcohol, así que con un par de copas ya comenzaba a notar los efectos que otros más asiduos empezarían a sentir con cinco. Entrelazó los dedos de ambas manos y dejó caer los brazos de manera relajada frente a sí.

He preparado otras piezas que puedo tocar, si lo deseas. Tengo las partituras en la salita, sólo tendría que ir a buscarlas —dijo—. Una de ellas la ha compuesto la propia madame Mimieux. Por supuesto, tengo su permiso para tocarla en la fiesta, pero me pidió que no lo hiciera en mi primera intervención. Ella cree que no es lo suficientemente buena para tocarla en público, pero a mí me parece preciosa —explicó—. No es demasiado vibrante, lo que la hace perfecta para tocarla al final y relajar al público.

Hablar con Amanda se le antojaba algo demasiado fácil, como si se hubieran conocido desde niñas y no hubiera secreto alguno entre ellas. Apenas recordaba ya que se trataba de la monarca de un país, y cuando realmente se paraba a pensar en ello, sentía un cosquilleo de excitación en el estómago que le duraba varios minutos. Para Liara, haber dado con alguien como ella suponía un gran hallazgo. Desde la marcha de Sébastien no había encontrado a nadie más que supiera tanto de música y, sobre todo, que sintiera la misma pasión que ella misma sentía. A sus compañeros del conservatorio les gustaba, claro estaba; no se habrían dedicado a eso de no ser así, pero muchos lo veían como un trabajo más y pocos se sentían tan unidos a la música como Liara. También era cierto que ninguno había pasado por lo mismo que la joven y que, para ellos, el conservatorio había sido casi como una imposición por parte de sus progenitores, más que una decisión propia y deliberada.

Aunque, pensándolo mejor, creo que madame Mimieux se sentirá más tranquila si primero la escuchas tú, así que quizá sea mejor reservarla para esos conciertos privados. ¿Qué piensas?
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Mensaje por Invitado Dom Ene 14, 2018 9:48 am

¿Estaba contenta? Probablemente. La fiesta había salido a pedir de boca, y mi nueva pianista se había ganado un lugar entre mis invitados, sí, pero sobre todo en mi círculo y en mis complejos estándares, para los cuales no cualquiera estaba a la altura y la propia Liara había sobrepasado sin despeinarse. Desde un primer momento había sabido, sólo con escucharla tocar, que ella era exactamente lo que estaba buscando: una joven con un gran talento y el mundo por delante, llena de posibilidades hasta el punto de que las rebosaba y las desprendía como ese brillo sincero suyo, lleno de pureza y de un encanto que sólo yo estaba lo suficientemente sobria para poder apreciar. En el fondo, no me molestaba que mis invitados tuvieran las cabezas demasiado metidas en sus propios asuntos porque, así, me aseguraba de que ninguno corrompiera a Liara: me daba la sensación, aunque tal vez fuera impresión mía nada más, de que parte de su pureza se debía a que ella no era consciente de su belleza ni del efecto que provocaba en los demás, y cuanto más ignorante al respecto fuera, mejor sería para ella. Ese era un equilibrio difícil de mantener, de eso no cabía duda, pero al mismo tiempo que era su empleadora, también era consciente de que estaba forjando un vínculo extraño y más profundo con ella, por el cual sentía la necesidad de protegerla sin saber muy bien de qué. Lo primero, suponía, de lo que quería escudarla era yo misma y el mundo de la noche al que pertenecía, de ahí que no le hubiera contado, ni tuviera intenciones de hacerlo, que era una criatura monstruosa incapaz de caminar bajo los rayos del Astro Rey y que se alimentaba de sangre, casi siempre provocando la muerte de los pobres desgraciados que se cruzaban en mi camino. La sola idea de mancillarla con eso se me antojaba desagradable, pero fui capaz de no reflejar ese sentimiento en el rostro e incluso de sonreírle en respuesta a su propuesta, tan sincera como hermosa.

– Lo cierto es que preferiría que lo dejáramos para un concierto privado. Conozco a madame Mimieux lo suficiente para saber que, si ella no considera que esté lista, cuantas menos personas la escuchen será lo más respetuoso para ella y sus deseos. Creo, sin embargo, que con nosotras es capaz de hacer una excepción: contigo porque eres su aprendiz, y conmigo por la larga amistad que nos une. Así pues, está decidido: lo dejaremos para una próxima ocasión. – acordé, asintiendo después y retrotrayéndome un instante a cuando había conocido a la mujer gracias a la cual Liara se encontraba, ahora, a mi lado. No había sido hacía mucho, aunque yo seguía teniendo el mismo aspecto que ahora por la maldición de la inmortalidad, y Mimieux y yo habíamos conectado enseguida por nuestra afición a la música, más que notable. Si bien ella había desconfiado de mí por mi posición social, noble antes incluso de convertirme en la reina de los Países Bajos, había terminado por demostrarle que mi talento era real, y eso me había abierto las puertas a un mundo del que sólo formaba parte a veces, más por culpa de mis obligaciones que por otra cosa. Obligaciones, por cierto, que me reclamaban en forma de la fiesta en la que nos encontrábamos. – Además, ahora necesitamos despedir a los invitados, no creo que quieran escuchar más música ni aunque el brillante Mozart se dignara a tocar entre nosotros desde allá donde esté. – bromeé y le hice un gesto para que me siguiera, o más bien me diera apoyo, durante el larguísimo desfile de invitados a los que me referí uno a uno para que se sintieran honrados simplemente por haberse encontrado un momento en mi presencia. En cuanto terminamos, suspiré y la miré, con expresión agotada y una sonrisa que casi pedía disculpas aunque no hubiera nada por lo que tenía que pedirle perdón, ni a ella ni a nadie. – Ya sabes lo que se dice: lo bueno, si breve, dos veces bueno. Es preferible terminar pronto y dejarlos con ganas de regresar que alargarlo y correr el riesgo de que el licor les haga decir y hacer tonterías. – expliqué.
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Mensaje por Liara Eblan1 Lun Feb 19, 2018 12:32 pm

Asintió ante el razonamiento de Amanda, claro y rotundo como sólo el de una reina podía ser. Lo que Liara sentía hacia su empleadora sólo podía catalogarse como admiración, una tan profunda que casi se la podía considerar una nueva extensión de la propia vampira intentando aprender cómo funcionar al son del cuerpo que habitaba. La elegancia que desprendía por cada poro, esa presencia imposible de ignorar cuando estaba ella presente, era algo que Liara creía que podría conseguir aprender en algún momento, aunque fuera una milésima parte de lo que la reina poseía. Todavía le quedaba un largo camino por recorrer, pero confiaba que, junto a ella, sería más como descender la ladera de un monte después de haber hecho cima.

Se rió con la broma, puesto que estaba lo suficientemente serena como para haberla entendido —al contrario que muchos a su alrededor, como pudo comprobar en cuanto echó un vistazo—, y la acompañó hasta el lugar desde donde despediría a todos los invitados. Ella se quedó en un segundo plano, puesto que era la anfitriona y regente de los Países Bajos quién debía despedir, con esa paciencia infinita que poseía, a sus invitados. No obstante, y a pesar de que ella era sólo la pianista de la fiesta, hubo alguna persona que se molestó en darle la enhorabuena de nuevo, acompañada de una reverencia que Liara no dudó en devolver. Apenas se podían contar con los dedos de una mano, pero la joven mostró un agradecimiento sincero a cada una de ellos. Uno incluso deseó volver a escucharla tocar, comentario que la escocesa consiguió evadir sin mucha complicación, puesto que prefería no prometer algo que no sabía si iba a cumplir.

En cuanto el último de los presentes salió, las puertas del salón se cerraron y quedaron tan sólo ellas dos en el interior, acompañadas por algunos sirvientes que estaban recogiendo y el inmenso piano, callado ya y a la espera de que otras manos talentosas lo hicieran cantar.

Ya lo creo. El alcohol tiene esa capacidad de soltar la lengua del que se sobrepasa con él —dijo, sonriendo a su vez—. Creo que será mejor que yo también vuelva a casa. Ha sido una experiencia única, pero agotadora.

Sonrió y se acercó hasta el piano. Recogió las partituras con el mimo de siempre y golpeó los bordes para igualar todos los papeles antes de meterlos en el maletín de fino cuero donde los había traído. Con él aferrado fuertemente en su pecho se acercó de nuevo hasta Amanda y sonrió ampliamente.

Ya sé que te lo he dicho, pero ha sido una fiesta maravillosa. —Dejó la carpeta sobre una de las mesas y posó sus manos sobre las de ella primero, para soltarlas y darle un cálido abrazo de emoción. Cuando se dio cuenta de que no estaban completamente solas la soltó y volvió a coger las partituras, tan valiosas para ella como el oro para cualquier otro mortal—. Buscaré nuevas canciones para la próxima fiesta. Con un poco de suerte, puede que consiga algunas que estén sonando ahora mismo en Viena; hice buenos amigos cuando estuve allí, y sé que ahora hay unos músicos realmente prometedores —dijo—. Ya sabes dónde encontrarme si necesitas cualquier cosa. Hasta la próxima.



FIN DEL TEMA
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