Primera llamada - Libre

La verdad es que no tenía ganas de asistir a la escuela hoy. ¿Para qué demonios asistía si solo iba a perder el tiempo? En mi futuro exitoso y prometedor, no me veía sentado detrás de un escritorio rellenando formas, firmando papeles o asistiendo a aburridas juntas de negocios a las cuáles mi padre solía asistir. Yo no era, ni sería como él, ¡A mí me gusta la libertad! ¡Mi independencia! Mi libre albedrío. No nací para seguir órdenes ni reglas, más que las propias. Así que di la media vuelta y corrí lo más que pude para alejarme de ese sombrío edificio. Dejé que mis piernas me llevaran a donde quisieran, de preferencia lejos, muy muy lejos de tan odiado sitio lúgubre y húmedo, oloroso a libros y muebles viejos. Hubiera preferido estar en el burdel –que ya es mucho decir- Que permanecer sentado más de cinco horas en un incómodo pupitre que lastimaba mi hermoso y redondo trasero. Casi me habían partido el culo la noche anterior y me costaba algo de trabajo caminar ¡Pero demonios! Que no me habría importado repetir lo acontecido la noche anterior con el artista. ¡Me ponía duro de sólo imaginarlo!

Con éstos pensamientos pecaminosos que me aceleraban el pulso y otras partes anatómicas, me dirigí hacia un nutrido grupo de gente, que parecía tener cierto interés en “algo”, curioso como soy, quise enterarme de lo que ocurría.

¡Maldita sea! Sin darme claramente cuenta -por tener ocupado mi mente en asuntos más calientes e importantes- delante de mía tenía una carpa gigante de colores variados. Me encontraba a las faldas de una carpa circense, donde los animales eran exhibidos para llamar doblemente la atención. Fruncí el ceño, de pequeño había asistido a tantas funciones, que ya no me llamaba para nada la atención. Todo era obtuso y gris…, los payasos hacían y decían los mismos diálogos sin gracia que lograban arrancar las risas de algunos críos.

Rodé los ojos, ya no gastaría un centavo más en un espectáculo pasado de moda. Ahora bien, lo que si lograba llamar mi atención, era un precioso tigre blanco de Bengala, que retozaba dentro de su diminuta jaula de tres por dos metros. Ésta tenía un cordón de restricción por obvias razones, el animal era peligroso. Mirando de un lado y hacia el otro, para cerciorarme de que nadie me veía, sin pensarlo demasiado, me brinqué. El tigre parecía estar acalorado, o aburrido, porque respiraba agitado, la lengua de fuera y los colmillos un tanto descubiertos. Tomé una pequeña vara del suelo, atreviéndome a hacerle escándalo en los barrotes:

-¡Eh, tú! ¡Gato haragán! ¿Por qué no me muestras esas garras y esos colmillos? ¿ah? ¡Vamos, gruñe! ¡Quiero escucharte! ¡VAMOS!

Esta vez fui más lejos, y me atreví a picarlo en un costado, el animal reaccionó alzando una pata con las garras por delante, lanzando la vara a varios metros de distancia. Se levantó, abrió la boca y gruñó como sólo un tigre podía hacerlo.

-¡ESO SI ES PODER! –Grité alzando las manos hacia el cielo. Tuve la osadía de acercarme aún más, pero… No más allá. Me gustaba el peligro, pero hasta yo tenía mis límites. No sabía por qué, pero me sentía identificado con el bicho. ¡Tan fuerte! ¡Vigoroso! ¡Salvaje! Pero encerrado en una jaula por el resto de sus días, limitando su potencial. No era vida… El tigre debía ser libre, como él. ¿Qué pasaría si…? Si intentaba abrir la jaula, el candado estaba abierto por un claro descuido del cuidador, sólo tenía la trabe cruzada… No estaba pensando aquello. No… ¿Pero y si…? Mi mano fue alcanzando aquel objeto de fierro, temblando.

Era realmente un buen día.

Sylvana estaba feliz con sus progresos al conservar su antigua forma gatuna. Antes apenas aguantaba una hora seguida, algo muy poco considerando que cuando estaba viva se pasaba todo el día en una de sus tres transformaciones, pero no podía evitar sentirse ilusionada y esperanzada al notar como había aguantado ya dos horas.

¡Era el tiempo mas largo que había tenido desde hace años!

Se estiro perezosamente, sintiendo el agradable tirón que daba su espalda antes de saltar del balcón donde había estado, caminando con elegancia entre las calles sin mucha prisa.

Seguía en su pequeña burbuja de felicidad hasta que un grito la hizo girarse casi siseando.

¿Le habían dicho haragana?

Volteando a todos lados, extrañada, fue cuando pudo notar a un joven en frente de una jaula, molestando al animal que estaba ahí encerrado.

Se acerco con cuidado sin que él se diera cuenta y observo, con cierta diversión, como el precioso tigre blanco le gruñía al hombre antes de tratar ensartar sus garras en su victima.

—Un poco mas y le dabas en la yugular, amigo mio—pensó Sylvana, casi sonriendo aun en su forma gatuna antes de mirar con curiosidad al joven, quien alzaba las manos al cielo, volviendo a gritar.

Parecía con mucha tenacidad, ya que volvió a acercarse a la jaula, como si lo anterior no hubiera sucedido, mirando al tigre con un brillo en los ojos que le hizo ladear la cabeza, pensativa. Parecía alguien bastante extravagante, desde su punto de vista.

Mirando hacia todos lados, decidió volver a su forma humana, sus cabellos flotando al rededor de su cabeza mientras rodeaba al joven sin que se diera cuenta.

Solo cuando noto sus gestos nerviosos y sus ojos se movieron hacia el seguro de la jaula fue cuando entendió lo que estaba pensando.

Aunque ella odiaba ver a los animales encerrados en esas frías jaulas, sabia que si llegaban a escapar era probable que los mataran antes de ser capturados o después para calmar a las masas histéricas de gente, y viendo el temperamento que el tigre tenia hacia el joven, su primera victima seria él.

—No seas rencoroso, compañero—murmuro muy bajo, pasando entre los barrotes para darle una pequeña palmada en la cabeza. —Yo hablare con él, perdona su ofensa, parece ser que solo te admira demasiado—sonriendo, observo como el tigre se calmaba un poco, pero sin dejar de ver a la presa en frente suyo.

Estaba aliviada de notar que aun podía calmar a los que antes fueron sus semejantes, así que suspirando salio de la jaula, poniéndose detrás del joven sin llegar a invadir su espacio personal antes de hablarle.

—Yo no haría eso si fuera usted. El tigre no parece tener la intención de agradecerle por su consideración—comento ella sonriendo un poco, haciendo corpórea su presencia para que no crearle un buen susto al verla levitar con sus cabellos volando en el aire. Ya había asustando a muchas personas sin querer, y lo que menos quería en ese día era tener en su consciencia a otra pobre alma corriendo despavorida por su culpa.

Mi mano ya estaba a punto de desmontar el candado cuando una voz me hizo brincar en mi lugar. << Demonios >> Recogí la mano y giré violentamente sobre los talones para retar a aquella persona que había osado interrumpir mi arriesgada y estúpida idea. Más lo que encontré me hizo parpadear. Se trataba de una mujer, que me observaba de manera extraña- o eso me parecía - y de inmediato reprimí la peladez que ya tenía en la punta de la lengua, para ser lanzada de manera directa. El ánimo de comportarme como un completo patán de feria, se hundió en lo más profundo del pantano que era mi mente retorcida. Tuve que quedarme con las ganas de escupir el veneno.

-No pensaba hacerlo de todas formas -.Fruncí el ceño. Estaba molesto, porque me habían pillado con las manos en la masa. Yo, que siempre me salía con la mía, ahora daba una burda respuesta infantil. -A todo ésto ¿Qué haces del otro lado de la cerca? ¿Trabajas aquí? - No parecía ser una artista cirsense, más bien alguien que... No tenía la más remota idea. Tal vez fuera alguien como él con mucho tiempo libre. -Si tu respuesta es afirmativa a mi segunda pregunta...- Dije buscando un cigarrillo entre mis ropas-. Lamento informarte que no pienso pisar alguna pestilente demarcación jurídica, porque técnicamente el supuesto delito, no se cometió.

Respondí con toda la seguridad del mundo. No era mi estilo ser borde con las mujeres, pero debía ampararme de alguna forma. Si aún con ésto, ella seguía con alguna idea pululando por su cabeza, bueno... Sólo restaba ofrecerle unas monedas o resaltar "mi apellido ilustre" que tenía algo de peso en la ciudad. No es que importara meterme en aprietos (Me encantaba ver la cara de mi padre convertirse en un rictus de dolor cada que me metía en problemas) era sólo que aquella tarde, no me apetecía escuchar sus sermones desgastados y poco efectivos.

Finalmente, volví a saltar la cerca y encendí el cigarrillo. Ya del otro lado, la observé de pies a cabeza sin ápice de remordimiento. Me gustaba observar a las personas e imaginar todos los tesoros escondidos debajo de sus ropas.

Sylvana ensancho su sonrisa al notar como el joven brincaba del susto antes de girarse arisco hacia ella, apenas conteniendo las palabras que querían escapar de su boca, las cuales estaba segura no serían muy amables.

Sin embargo, no pudo evitar la risa que que se le escapó al escucharlo justificarse como un niño que no consiguió hacer su travesura.

—Por supuesto que no—dijo divertida, ocultando sus labios detrás del dorso de su mano derecha. —Eso hubiera sido una idea bastante descabellada, ¿No lo cree? —pregunto, ignorando la manera tan casual que el joven había usado antes de voltear hacia el tigre. —No tiene que preocuparse de todos modos, no trabajo aquí y no vengo a cuestionarlo. Solo me encantan los tigres. —La joven extendió la mano entre los barrotes, llamando al felino quien acudió a ella con cierto recelo, dejándola acariciarlo poco después cariñosamente.

Le daba muchísima tristeza el verlo ahí, encerrado sin poder volver a su hogar, siendo cuidado para solo ser una distracción momentánea.

—Lo lamento, compañero, pero terminarás peor si trato de sacarte de ahí —pensó decaída, poniéndose como meta el al menos negociar en algún momento que la jaula fuera más grande, donde pudiera estar a sus anchas.

Dirigiendo su vista de al joven, notó como este ya había cruzado la cerca de nuevo, fumando un cigarro mientras la observaba de arriba a abajo sin mucha pena, haciéndola alzar una ceja pero sin perder la diversión en su semblante.

Ella le imitó, mirándolo más en forma de reto que por que realmente quisiera hacerlo antes de saltar también la cerca con maestría, haciendo un poco de trampa al volver etérea sólo la parte de abajo del vestido azul que usaba para que fuera más ligero y evitar una bochornosa escena.

—¿Y usted, que hacía ahí además de obviamente no querer abrir la jaula de un peligroso depredador? —cuestionó suavemente, mirándolo a los ojos y sonriendo de medio lado, cómplice.

-La madre que la parió...-casi se me cae el cigarrillo de los labios cuando el felino, dócilmente se dejó acariciar como cualquier gato mimado. Que no me viniera ahora con el cuento de que no trabajaba en el circo, porque estaría mintiendo vilmente. Nadie podría manejar a un enorme animal como ése, sin haber tenido contacto previo, Más no estaba ya en posición de entrar en una discusión más profunda. Para mi era una empleada del circo y punto y aparte.

-¿Qué se supone que hago aquí? -casi me hace toser con la pregunta. Era más que lógico. ¿Por qué tendría que haber algo más allá? A veces las mujeres deseaban encontrar el principio de todo, por más obvio que fuera. ¡Estaba en un circo! ¿A qué veníamos todos? Aunque ciertamente yo había llegado ahí por hartéz, por haberme escapado de las clases, porque mi vida de "día" apestaba etc, etc. -Vine a liberar al gato y que hiciera una completa masacre una vez que estuviera fuera. Ya sabes, un cuello mordido aquí, otro allá... Sangre por todas partes. Lo normal en éstos casos.

Estaba mintiendo. Quería ser irritable, descargar mi coraje con alguien y aunque no estuviera haciendo lo correcto con la mujer, en ése instante era el costal de arena en el cuál descargar mis golpes emocionales. El cigarrillo ya no me calmaba los nervios como antes. Quizas fuera ese el principal motivo por el cuál me encantara el sexo, pues era la única salida que encontraba para gastar energías, concentrándome en sentir placer y no en lo miserable que era mi vida. Una poderosa droga, en pocas palabras. Si por mi fuera, me habría ya enfocado en elegir a alguna persona de entre todo ese centenar de almas que deambulaban a mi alrededor y acostarme en algún sitio oscuro y discreto. Pero repito, era de día y según mis propias reglas, no habría encuentros hasta ya entrada la noche.

-¿Fumas? -le ofrecí un cigarrillo.

No pudo evitar volver a reír con fuerza, apoyando sus manos en la cerca detrás de  ella. Sabia que su pregunta podría ser algo tonta considerando donde estaban, pero la incredulidad en la cara del joven fue bastante cómica para ella, y sus respuestas de lo más ingeniosas.

Estaba acostumbrada al sarcasmo. No podía evitar contestar del mismo modo cuando lo usaban con ella y viendo al hombre frente suyo, tratando de sacar una frustración que claramente no era por su presencia, le hacía sonreír sin que lo quisiera, sintiéndose de cierta forma cómoda aún cuando no le agradaba demasiado el hablar con hombres si no era necesario.

—Comprensible por supuesto. Aunque lamento decirle que el primer cuello que pudo morder hubiera sido el suyo, ¿Y que diversión abría en eso si no puede ver después el baño de sangre que ha creado?—Volteo hacia atrás, notando como el tigre los miraba con fijeza, moviendo la cola de un lado a otro perezosamente. —Tanto trabajo para nada hubiera sido una pena.

Su sonrisa vaciló un poco al ver el cigarrillo que le ofrecía de repente, un gesto que no imagino que tendría hacia ella.

No sabia si aceptar. En vida nunca había fumado ya que no le llamaba la atención además de que el olor y sabor abrumaba sus sentidos, pero ahora lo único que podría causarle sería una leve tos en el peor de los casos.

Encogiéndose de hombros mentalmente, acepto el cigarrillo que le ofrecía, girandolo entre sus dedos antes de copiar la forma en el que el joven lo tomaba.

—Debo admitir que tiene mucho que no fumo—dijo mintiendo un poco para que no le hiciera preguntas del porque tomaba un cigarro si nunca había fumado, llevándolo a sus labios en un gesto nervioso, dejándolo ahí como adorno.

Tal vez podría mantenerlo en su boca como aquellos hombres que veía de pasada, quienes sólo lo dejaban en sus labios sin siquiera prenderlos. Esperaba que a su acompañante no le pareciera extraño.