AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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They say God is dead || Priv. Elián
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They say God is dead || Priv. Elián
Sábado, 16 de Agosto
18:00 - Nublado
Las campanadas interrumpieron la misa de la media tarde. Comenzaron a sonar una tras otra, haciendo temblar los propios cimientos de la catedral al momento que el cura pidió a todo el mundo que se levantara de los bancos. Fue casi como si hubiera despertado al propio Dios, o en su defecto al Demonio, que luchaba por derribar la dichosa edificación.
La situación fue bochornosa, y uno a uno, el Conde pudo ver a los distintos feligreses girarse para mirar de soslayo a aquellos más cercanos, intercambiando miradas más bien prepotentes con otros que miraban de la misma manera. El cura era novato, o al menos eso había oído. Recién llegado desde Nantes para reemplazar a Don Auguste, quien había fallecido la semana anterior. Don Auguste había sido un buen cura, le había conocido al llegar de Hamburgo hacía unos meses, pese a que su salud hubiera estado ya deteriorándose. Había sido alguien dedicado a la causa, que bien respetaba la religión que impartía, al contrario de otros curas más despreocupados que había encontrado en burdeles.
El nuevo cura parecía inexperto. Lo suficiente como para no haber comprobado los horarios de misas para evitar que las campanadas de las 6 interrumpieran la ceremonia. Ahora permanecía de pie como una estatua, reanudando la sesión cuando estas cesaron. El Conde suspiró brevemente, desviando la vista por un momento a su derecha, y quedó contrariado, al ver el espacio vacío que allí había. Por un instante sintió ese breve pánico propio del padre primerizo, y luego recordó de golpe que ese día, no había traído a Dieder a misa. Éste se había quedado con Lorraine en casa, dada su visita desde Hamburgo.
La misa pasó sin muchos más altercados, más allá de una de las copas sagradas volcándose sonoramente en la mesa. El Conde se sintió mal por el cura, ya nervioso, y cuando dio la ceremonia por terminada, tomó su chaqueta y sombrero, dirigiéndose hacia la salida. Ignoró los parloteos de la mayoría de presentes, en su mayoría haciendo referencia a la "pésima misa de Jueves tarde" que había dado hace dos días y el como "Don Auguste se sentiría muy avergonzado" por semejante sucesor en la Catedral. Lennart sin embargo no fue tan duro con el hombre. Quiso darle una semana de prueba, antes de plantearse cambiar de iglesia.
Fue camino a la salida, seguido por uno de sus hombres de confianza, pero al ver el confesionario, decidió detenerse, pasándole la chaqueta y el sombrero a Don Gilbert. - Dame solo un momento. -El otro, cercano a los cuarenta, algo entrado en peso pero con rostro sereno y amable asintió, pese a mirar con cierta desconfianza a Lennart. - Conde, ese cura no sabría confesar ni a un perro. -El joven sonrió, dándole varias palmadas suaves al hombro de su amigo, y se encogió de hombros.- Tendré que verlo. Déjame darle un voto de confianza.
Se alejó del hombre, entrando dentro, y tomó asiento en la silla, esperando. Percibió una presencia al otro lado, y jugó con las manos en una de las mangas de su camisa. Al cabo de unos minutos, desvió la vista hacia la pequeña rejilla de madera, incapaz de ver del todo a la figura de detrás. Se le notó algo incrédulo, ante la idea de que aquel cura no supiera ni iniciar una confesión. - Con el debido respeto, Señor, juraría que le toca iniciar. Ya sabe, "Ave María Purísima", y yo contesto "Sin pecado concebido".
18:00 - Nublado
Las campanadas interrumpieron la misa de la media tarde. Comenzaron a sonar una tras otra, haciendo temblar los propios cimientos de la catedral al momento que el cura pidió a todo el mundo que se levantara de los bancos. Fue casi como si hubiera despertado al propio Dios, o en su defecto al Demonio, que luchaba por derribar la dichosa edificación.
La situación fue bochornosa, y uno a uno, el Conde pudo ver a los distintos feligreses girarse para mirar de soslayo a aquellos más cercanos, intercambiando miradas más bien prepotentes con otros que miraban de la misma manera. El cura era novato, o al menos eso había oído. Recién llegado desde Nantes para reemplazar a Don Auguste, quien había fallecido la semana anterior. Don Auguste había sido un buen cura, le había conocido al llegar de Hamburgo hacía unos meses, pese a que su salud hubiera estado ya deteriorándose. Había sido alguien dedicado a la causa, que bien respetaba la religión que impartía, al contrario de otros curas más despreocupados que había encontrado en burdeles.
El nuevo cura parecía inexperto. Lo suficiente como para no haber comprobado los horarios de misas para evitar que las campanadas de las 6 interrumpieran la ceremonia. Ahora permanecía de pie como una estatua, reanudando la sesión cuando estas cesaron. El Conde suspiró brevemente, desviando la vista por un momento a su derecha, y quedó contrariado, al ver el espacio vacío que allí había. Por un instante sintió ese breve pánico propio del padre primerizo, y luego recordó de golpe que ese día, no había traído a Dieder a misa. Éste se había quedado con Lorraine en casa, dada su visita desde Hamburgo.
La misa pasó sin muchos más altercados, más allá de una de las copas sagradas volcándose sonoramente en la mesa. El Conde se sintió mal por el cura, ya nervioso, y cuando dio la ceremonia por terminada, tomó su chaqueta y sombrero, dirigiéndose hacia la salida. Ignoró los parloteos de la mayoría de presentes, en su mayoría haciendo referencia a la "pésima misa de Jueves tarde" que había dado hace dos días y el como "Don Auguste se sentiría muy avergonzado" por semejante sucesor en la Catedral. Lennart sin embargo no fue tan duro con el hombre. Quiso darle una semana de prueba, antes de plantearse cambiar de iglesia.
Fue camino a la salida, seguido por uno de sus hombres de confianza, pero al ver el confesionario, decidió detenerse, pasándole la chaqueta y el sombrero a Don Gilbert. - Dame solo un momento. -El otro, cercano a los cuarenta, algo entrado en peso pero con rostro sereno y amable asintió, pese a mirar con cierta desconfianza a Lennart. - Conde, ese cura no sabría confesar ni a un perro. -El joven sonrió, dándole varias palmadas suaves al hombro de su amigo, y se encogió de hombros.- Tendré que verlo. Déjame darle un voto de confianza.
Se alejó del hombre, entrando dentro, y tomó asiento en la silla, esperando. Percibió una presencia al otro lado, y jugó con las manos en una de las mangas de su camisa. Al cabo de unos minutos, desvió la vista hacia la pequeña rejilla de madera, incapaz de ver del todo a la figura de detrás. Se le notó algo incrédulo, ante la idea de que aquel cura no supiera ni iniciar una confesión. - Con el debido respeto, Señor, juraría que le toca iniciar. Ya sabe, "Ave María Purísima", y yo contesto "Sin pecado concebido".
Lennart Von Kessler- Realeza Germánica
- Mensajes : 7
Fecha de inscripción : 04/08/2017
Re: They say God is dead || Priv. Elián
Una de las peores cosas que tenía trabajar para la inquisición era sin lugar a dudas tener que presentarse en la iglesia para hablar con los curas. Prefería quitarse de encima tales reuniones y más cuando se trataba de curas que llegaban nuevos y su predisposición a colaborar con seres sobrenaturales no era la mejor, o el miedo predominaba en dichas entrevistas o era el asco y el odio, cualquiera de los tres irritantes y de poca ayuda para poder seguir con su trabajo y usar el templo de lugar de reunión y de refugio en caso de necesitarlo. No era la primera vez que una cacería se extendía hasta casi el amanecer y un vampiro se veía forzado a encontrar un refugio improvisado para resguardarse de los rayos del sol, nocivos para ellos.
Aquella tarde estaba nublado y aprovechó para internarse en la iglesia a ver como trabajaba el nuevo cura, la misa fue un despropósito, su predecesor era un hombre que amaba su trabajo, le gustaba predicar la palabra de Dios y no era dado a los malos vicios. Era un hombre que en un principio había sido reacio a tratar con el Elián, mas con el pasar de los años su manera de verlo cambió para bien, teniendo presente siempre que el vampiro se declaró en contra del catolicismo y el protestantismo. Mantuvo largas conversaciones y debates con ese viejo hombre, compartiendo alguna copa de vino de tanto en tanto. Fue una pena enterarse de su fallecimiento, pero le visitaría en su tumba cuando pudiese, por los viejos tiempos aunque fuera.
Quiso llevarse las manos a la cabeza en más de una ocasión con semejante espécimen que pusieron al cargo de la catedral, incluso llegó a tirar el vino por los nervios. Le faltaba recorrido, el aplomo para ponerse delante de decenas de personas y que su voz fuese firme a la hora de transmitir las escrituras que tantos de esos humanos escuchaban con devoción ciega. El descontento era más que palpable, el ambiente estaba tenso, podía percibir los rumores de los feligreses en sus bancos. Más cuando sonaron las campanadas interrumpiendo el oficio del cura, provocando un hondo suspiro en el inmortal, que no tardó nada en escabullirse entre las sombras para hablar con dicho hombre, puede que entretenerle le ayudase a no cruzarse con algún noble descontento con la misa, capaz de afectarle un comentario negativo y hacer que empeorase en su siguiente misa.
Logró alcanzarlo en las dependencias destinadas a los representantes de la iglesia y este, aún un mar de nervios, le pidió entre titubeos que le aguardase en uno de los confesionarios. Fue más que suficiente para el inquisidor, prefiriendo dejar que se mentalizase un poco para esa charla, así que dirigió sus pasos a donde le indicó, metiéndose en uno de ellos cuando nadie miraba y esperando. Se recostó en el asiento, acolchado con terciopelo rojo y jugó con sus manos mientras debatía en su mente como abordar el tema, si le pedía que se confesase no acabaría demasiado bien la conversación, muchos pecados a sus espaldas. Estaba dándole vueltas cuando alguien ingresó al otro lado, a la zona de los feligreses y le habló directamente al ver que no contestaba nada.
La situación se le antojó graciosa, jamás pensó que le confundirían con un religioso y menos que estaría esperando que le confesase. No estaba bien escuchar los secretos de nadie pero tampoco lo estaba estar allí sin ser cura, así que decidió seguir un poco con el juego. -Tenéis razón... Ave María purísima- Susurró -Como ya habéis contestado podéis proceder, joven- Muchos espías utilizaban tácticas poco éticas para sacar sus informaciones, si bien Elián no era espía ni ese hombre sujeto de ninguna investigación, lo hecho, hecho estaba, tampoco dejaría que le contase nada demasiado privado, le pararía antes si no es que el cura les interrumpía, algo que no favorecería su futura relación de la trabajo.
Aquella tarde estaba nublado y aprovechó para internarse en la iglesia a ver como trabajaba el nuevo cura, la misa fue un despropósito, su predecesor era un hombre que amaba su trabajo, le gustaba predicar la palabra de Dios y no era dado a los malos vicios. Era un hombre que en un principio había sido reacio a tratar con el Elián, mas con el pasar de los años su manera de verlo cambió para bien, teniendo presente siempre que el vampiro se declaró en contra del catolicismo y el protestantismo. Mantuvo largas conversaciones y debates con ese viejo hombre, compartiendo alguna copa de vino de tanto en tanto. Fue una pena enterarse de su fallecimiento, pero le visitaría en su tumba cuando pudiese, por los viejos tiempos aunque fuera.
Quiso llevarse las manos a la cabeza en más de una ocasión con semejante espécimen que pusieron al cargo de la catedral, incluso llegó a tirar el vino por los nervios. Le faltaba recorrido, el aplomo para ponerse delante de decenas de personas y que su voz fuese firme a la hora de transmitir las escrituras que tantos de esos humanos escuchaban con devoción ciega. El descontento era más que palpable, el ambiente estaba tenso, podía percibir los rumores de los feligreses en sus bancos. Más cuando sonaron las campanadas interrumpiendo el oficio del cura, provocando un hondo suspiro en el inmortal, que no tardó nada en escabullirse entre las sombras para hablar con dicho hombre, puede que entretenerle le ayudase a no cruzarse con algún noble descontento con la misa, capaz de afectarle un comentario negativo y hacer que empeorase en su siguiente misa.
Logró alcanzarlo en las dependencias destinadas a los representantes de la iglesia y este, aún un mar de nervios, le pidió entre titubeos que le aguardase en uno de los confesionarios. Fue más que suficiente para el inquisidor, prefiriendo dejar que se mentalizase un poco para esa charla, así que dirigió sus pasos a donde le indicó, metiéndose en uno de ellos cuando nadie miraba y esperando. Se recostó en el asiento, acolchado con terciopelo rojo y jugó con sus manos mientras debatía en su mente como abordar el tema, si le pedía que se confesase no acabaría demasiado bien la conversación, muchos pecados a sus espaldas. Estaba dándole vueltas cuando alguien ingresó al otro lado, a la zona de los feligreses y le habló directamente al ver que no contestaba nada.
La situación se le antojó graciosa, jamás pensó que le confundirían con un religioso y menos que estaría esperando que le confesase. No estaba bien escuchar los secretos de nadie pero tampoco lo estaba estar allí sin ser cura, así que decidió seguir un poco con el juego. -Tenéis razón... Ave María purísima- Susurró -Como ya habéis contestado podéis proceder, joven- Muchos espías utilizaban tácticas poco éticas para sacar sus informaciones, si bien Elián no era espía ni ese hombre sujeto de ninguna investigación, lo hecho, hecho estaba, tampoco dejaría que le contase nada demasiado privado, le pararía antes si no es que el cura les interrumpía, algo que no favorecería su futura relación de la trabajo.
Elián Alexius- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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