Protégé || Elián

Cuando pensé que había logrado encontrarle ritmo a la ciudad, descubrí que en realidad estaba muy equivocado. Las zonas donde había más transeúntes despistados de pronto se llenó de policías resguardando la seguridad de quienes frecuentaban la zona; luego intenté con los mercados ambulantes pero ocurrió lo mismo, y así con las demás zonas de París en donde antes yo podía sacar buenas limosnas sin robar o, en su defecto, conseguir muchas monedas y objetos de valor de bolsillos ajenos. Pasaron las semanas y, debido a que los policías echaban a todo aquel que estuviese mendigando y yo no encontraba oportunidades para hacer uso de mis habilidades para el hurto, comencé a verme en un aprieto.

Pronto me encontré con menos de 1 franco en mi bolsillo, el cual solo podía gastar en unas rebanadas de pan que deberían alimentarme durante máximo dos días, en ese tiempo tenía que conseguir algo que me ayudara a subsistir hasta que la situación mejorara. Por ahí había escuchado que cerca de las tabernas y burdeles se podía conseguir muy buen dinero y con poco esfuerzo, por razones obvias: la primera era que en las tabernas la gente estaba tan alcoholizada que difícilmente se darían cuenta de que alguien había usurpado en sus bolsillos, y en los burdeles se embelesaban con las cortesanas y no prestaban mayor atención a lo que ocurría a sus alrededores. Era solo cuando tocaba pagar cuando se daban cuenta de que su dinero había sido robado.

Medité ambas opciones por un rato y al final opté por probar mi suerte cerca de los burdeles. La noche era joven así que si aquello no funcionaba iría a las tabernas a ver si podía sacar unos francos de los bolsillos de los hombres ebrios.

Caminé cobijado por la oscuridad de la noche y pronto me hallé en medio de una zona cuya actividad económica principal era la prostitución.  A pesar de saber qué ocurría allí, en realidad trataba de evitar poner un pie en ese tipo de lugares, me daban escalofríos y me hacían sentir extrañamente vulnerable. Después de todo, había tenido varios percances en el pasado en el que me habían confundido con un prostituto; todavía tenía frescos los recuerdos de varias veces en las que una mujer intentó “contratar mis servicios”, en cuanto aclaré que no era lo que buscaba solo insistió más. Lo mismo había pasado con hombres…

Sacudí mi cabeza, intentando alejar mi mente de aquellos pensamientos nefastos y concentrarme. Me recargué contra una pared a esperar a quien sería mi víctima.

Pasaron los minutos que poco a poco se convirtieron en horas que resultaron más productivas de lo que podría esperar. Los consejos de esos otros ladrones me habían funcionado de maravilla, esperaba poder aprovecharme de la distracción de, máximo, tres peatones que estuvieran demasiado despistados escogiendo a quien llevar a la cama, o tal vez demasiado borrachos. ¡No de diez! Conforme pasaron las horas sentí que mis bolsillos se estaban llenando de monedas, pañuelos de seda y de otras cosas de mediano valor, podía vender algunas y cambiar otras. Si bien no era una gran fortuna algo estaba seguro, mis problemas estaban resueltos por un par de días.

Un par de minutos más y había logrado robar el reloj de bolsillo de alguien, caminé hasta un rincón alejado con el fin de examinarlo con mayor detenimiento. Mientras hacía eso, calculaba exactamente cuántos francos necesitaría para sobrevivir a la semana entera si trataba de economizarlo, ahora los que necesitaría si quería darme ciertos lujos, séanse, con comida caliente al menos una vez al día, tal vez un poco de carne… Guardé el reloj de bolsillo en un pequeño morral atado a mi cinturón, junto a mi fiel daga.
Tras terminar de hacer cuentas según lo que necesitaba y lo que había obtenido, decidí volver hacia un lugar en donde pudiera ver a todos los transeúntes pero sin que estos se percataran de mi presencia. Esa era mi estrategia de siempre, tratar de pasar desapercibido. El que no notaran que estaba yo hacía más fáciles las cosas, podía aproximarme a mis objetivos y sacar sus pertenencias de los bolsillos y no se percatarían sino hasta horas más tarde, tenía 5 años perfeccionando la técnica y casi siempre salía exitoso.

Giré mi cabeza en curiosidad al escuchar una especie de conflicto entre una joven prostituta que había visto desde hacía varios minutos y un hombre más grande que ella que también había estado rondando el lugar desde que llegué. Me aproximé con sigilo queriendo saber qué ocurría cuando, de repente, otro hombre más joven se aproximó. A pesar de que no escuchaba sus palabras pude entender que estaba ayudándola, parecía ser que el agresor seguía firme en su decisión y, para sorpresa mía, este joven de apariencia modesta sacó de sus bolsillos una cantidad más que generosa en monedas. La decisión estaba hecha.

Permití que este avanzara unos metros y me despegué de donde estaba, lentamente aproximándome a él, haciéndome pasar por una persona cualquiera que solo estaba caminando por ahí.  Con un movimiento apenas perceptible me coloqué a su lado justo en el momento en el que cruzaba una multitud; aproveché la cercanía para deslizar mi mano dentro de su bolsillo, extrayendo todo lo que había; cuidando de no hacer ruido, coloqué rápidamente las monedas robadas dentro de mi bolsillo. Todo eso ocurrió en apenas un par de segundos.

Una vez que el hurto fue concretado con éxito, caminé alejándome de él y de la gente en general, llegando a un callejón solitario en donde saqué las monedas, comenzando a contarlas.