Siempre se puede aprender algo nuevo (Lagertha Haakonson)

Hacía un tiempo que no pisaba las calles de París. Uno de los mayores socios de mi padre operaba desde la capital francesa, y eso me traía aquí por lo menos dos veces al año. Aquel hombre, aunque no me agradara mucho, era uno de los pocos contactos que no podía perder... y eso significaba invertir un poco en mantener una relación cordial con él. Lo bueno era que siempre podía pasar algun que otro día más para estar por la ciudad. Era indudable que París estaba mejor cudiada que Londres, no se veía tanta suciedad en las calles, las casas siempre tenían hermosas flores en sus balcones y la gente era mucho más amable. París era uno de los pocos lugares en los que no me sentía tan ansiosa rodeada de gente. El idioma nunca fue un problema, desde pequeña recibí clases de francés, y de no ser por mi marcado acento británico probablemente la gente no se daría ni cuenta de que no era de por aquí. Por lo menos podía entederme con ellos.

Aquella mañana hacía un buen día, muy agradable para pasear. Era mi último día en la ciudad y quería disfrutarlo al máximo. Me gustaba estar aquí, pero tampoco podía permitirme estancias muy largas, siempre había algo que me ataba a volver a Londres lo más rápido posible... Cerrar un acuerdo, asistir a una reunión social, conocer a algún artista en busca de mecenas... Mi agenda era lo bastante apretada como para mantenerme atada a la ciudad de la niebla. Siguiendo el hilo de mis pensamientos suspiré y agité levemente la cabeza tratando de sacarme de encima aquel pensamiento, aquella mañana debía empaparme de la alegría presente en aquellas calles, y olvidarme aunque fuera un poco de todas mis preocupaciones.

Llevaba un buen rato caminando, cuando un pequeño puesto llamó mi atención. Varios artículos de bisutería hecha con cuero descanasaban sobre la mesa de madera reclamando la atención. Lo cierto era que se notaban trabajados con delicadeza y habilidad. Siempre me habían gustado más ese tipo de joyas que los pendientes de oro vistosos y las pulseras con diamantes incrustados. Todos aquellos "imprescindibles" que se llevaban tanto en las altas esferas británicas no iban conmigo. Recordé una discusión con mi padre cuando nos preparábamos para uno de sus eventos sociales: -¡Tienes que ir más arreglada Delilah, ponte alguna de las joyas que te dejó tu madre antes de morir o por lo menos píntate un poco por Dios, pareces una niña de quince años con ese vestido, así jamás harás buenos negocios!.- Mi padre nunca llegó a saber por qué siempre parecía mucho mas joven de lo que verdaderamente era, y tenía cierta razón en que los negocios se me hacían difíciles si no me vestía de determinada manera. Si no tenía cudiado me confundían con una niña, pensaban que podían tomarme el pelo. Por lo menos había encontrado la manera de aparentar una edad más madura, aunque a muchos de aquellos cerdos no les importaba mucho una posible edad temprana si la mujer que tenían delante era hermosa.

Me acerqué tranquilamente al puesto, y en seguida mis sentidos me advirtieron de algo, el aroma de la chica que atendía el puesto me resultaba muy familiar, tanto que tenía muy claro que podía ser como yo. -Bonjour- dije con calma mientras paseaba la mirada con detenimiento por cada una de las piezas. Cuando vi una que me llamó la atención la cogí con cuidado -¿Cuánto cuesta ésta?- El cuero estaba bien trabajado y si costaba lo que pensaba que costaría quizá comprase varias cosas.