AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El número de oro - Privado
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El número de oro - Privado
Suspiré profundamente antes de bajarme del carruaje después de Bernard. Era tarde ya y el barrio se encontraba en el más profundo silencio. Lo seguí a través de la pequeña escalera que conducía a la entrada del lugar donde se llevaba a cabo su “reunión clandestina de artistas”, o más bien una reunión de snobs pretendiendo ser bohemios. Es por eso que habían elegido un barrio bajo, alejado de las casas señoriales del centro, como si fueran a esconder sus clasismo de buena cuna bajo el dintel de un hogar pobre. Bernard pintaba, según él mismo. Lo cierto es que se esforzaba demasiado en pulir manchas de verdes y marrones intentando formar un paisaje. Sus cielos siempre eran o muy rosas o muy grises. Dijo que cuando me conoció sus horizontes estéticos cambiaron. Ahora, además de sus glorietas fuera de perspectiva y sus intentos de copiar la técnica de otros artistas de mayor renombre, me veía obligado a posar para él horas interminables. Al poco tiempo comencé a reconocerme, con horror, en sus cuadros. Aun cuando no posaba en ellos. Pero pagaba bien.
Un hombre de aspecto familiar – quizás porque se vestía igual que Bernard y hablaba de esa forma extravagante- abrió la puerta y nos invitó a pasar. Yo llevaba puesta una máscara que me cubría la mitad del rosto, desde la frente hasta donde terminaba mi nariz. No había sido elección mía. Mi cliente la había elegido y me había pedido por favor que la llevara puesta sí o sí. Forcé una sonrisa tímida cuando nos recibieron algunos de los invitados. Me percaté que varios no llevaban máscaras y otros sí. ¿Qué clase de reunión se estaba gestando en esta casucha miserable? Se notaba que la residencia estaba llena de polvo. Las telas de las paredes estaban comidas por polillas y en toda la casa se sentía un olor a humedad muy fuerte, mezclado con el de alcohol y colonia. Observé como mi dueño circunstancial – solo el grueso fajo de billetes que reposaba en la mesita de luz de mi apartamento lo convertía en ello- me dejaba solo unos momentos para saludar a ciertos colegas. Abandoné el hall de entrada hacia la habitación donde se encontraba el resto de la fiesta. Cada invitado tenía a su lado alguien enmascarado. No tardé en descubrir mi propósito allí. La clase alta siempre brindaba las fiestas más perversas de todas.
Sentí el tintinear de una copa. El hombre que nos abrió la puerta se había posicionado en el centro del salón y golpeaba el cristal con una cuchara – Bienvenidos compañeros, una vez más…- Una mano escurrida se coló en mi espalda y no tuve que darme vuelta para saber que era Bernard- … en esta reunión hemos decidido hacer las cosas diferentes. Estamos cansados de vernos las caras diariamente. Ni hablar de nuestras pinturas… – se escuchó una risita complaciente- Por eso es que hemos cambiado el eje de nuestras reuniones. Siempre buscamos desentrañar los misterios de la energía creadora que toma posesión de nuestro cuerpo frente al lienzo. Pero explorar nuestro interior no puede llevar a nada sin los estímulos que mueven las cuerdas de la imaginación…- Siempre detesté la forma en que hablaban. En metáfora forzadas. La mano de Bernard bajó hasta mi cadera y la empujaba contra la suya como si deseada demostrar que yo era su descubrimiento personal. Bajo mi mascara arqueé una ceja disgustado y examiné a mi alrededor. Casi todos parecían disfrutar del patético discurso del anfitrión. Excepto un joven retraído en la esquina contraria de la habitación. Reconocí mí mismo rechazo en su mirada y continué con la vista fija en él hasta que se percató de mi intromisión. Tuve que desviar mi atención a Bernard, que me apretaba contra suyo, ansioso- …de esta manera los invito a vivir la inspiración del otro y así conocerse más incluso, que sumergiéndose en las profundidades de su propio ser ¡Con ustedes, las musas!¡Intercámbienlas, descubran nuevas formas de crear, un nuevo alimento espiritual!- Terminó con una floritura dramática. Me tomó por sorpresa. Un murmullo de elevó por arriba del público. De pronto me encontré observado por al menos una decena de ojos. Le aferré la muñeca al pintor de pacotilla que me arrastró a este antro, sin esconder mi resignación - ¿Qué se supone que es esto, Bernard?- Pregunté aburrido ¿Orgía? ¿Voyeurismo? Nunca lo consideré alguien excepcionalmente inteligente, pero no tan idiota como para caer en estas tretas. Tendría que pagarme doble o no volvería a posar junto a un estúpido jarrón y un racimo de uvas nunca más.
Un hombre de aspecto familiar – quizás porque se vestía igual que Bernard y hablaba de esa forma extravagante- abrió la puerta y nos invitó a pasar. Yo llevaba puesta una máscara que me cubría la mitad del rosto, desde la frente hasta donde terminaba mi nariz. No había sido elección mía. Mi cliente la había elegido y me había pedido por favor que la llevara puesta sí o sí. Forcé una sonrisa tímida cuando nos recibieron algunos de los invitados. Me percaté que varios no llevaban máscaras y otros sí. ¿Qué clase de reunión se estaba gestando en esta casucha miserable? Se notaba que la residencia estaba llena de polvo. Las telas de las paredes estaban comidas por polillas y en toda la casa se sentía un olor a humedad muy fuerte, mezclado con el de alcohol y colonia. Observé como mi dueño circunstancial – solo el grueso fajo de billetes que reposaba en la mesita de luz de mi apartamento lo convertía en ello- me dejaba solo unos momentos para saludar a ciertos colegas. Abandoné el hall de entrada hacia la habitación donde se encontraba el resto de la fiesta. Cada invitado tenía a su lado alguien enmascarado. No tardé en descubrir mi propósito allí. La clase alta siempre brindaba las fiestas más perversas de todas.
Sentí el tintinear de una copa. El hombre que nos abrió la puerta se había posicionado en el centro del salón y golpeaba el cristal con una cuchara – Bienvenidos compañeros, una vez más…- Una mano escurrida se coló en mi espalda y no tuve que darme vuelta para saber que era Bernard- … en esta reunión hemos decidido hacer las cosas diferentes. Estamos cansados de vernos las caras diariamente. Ni hablar de nuestras pinturas… – se escuchó una risita complaciente- Por eso es que hemos cambiado el eje de nuestras reuniones. Siempre buscamos desentrañar los misterios de la energía creadora que toma posesión de nuestro cuerpo frente al lienzo. Pero explorar nuestro interior no puede llevar a nada sin los estímulos que mueven las cuerdas de la imaginación…- Siempre detesté la forma en que hablaban. En metáfora forzadas. La mano de Bernard bajó hasta mi cadera y la empujaba contra la suya como si deseada demostrar que yo era su descubrimiento personal. Bajo mi mascara arqueé una ceja disgustado y examiné a mi alrededor. Casi todos parecían disfrutar del patético discurso del anfitrión. Excepto un joven retraído en la esquina contraria de la habitación. Reconocí mí mismo rechazo en su mirada y continué con la vista fija en él hasta que se percató de mi intromisión. Tuve que desviar mi atención a Bernard, que me apretaba contra suyo, ansioso- …de esta manera los invito a vivir la inspiración del otro y así conocerse más incluso, que sumergiéndose en las profundidades de su propio ser ¡Con ustedes, las musas!¡Intercámbienlas, descubran nuevas formas de crear, un nuevo alimento espiritual!- Terminó con una floritura dramática. Me tomó por sorpresa. Un murmullo de elevó por arriba del público. De pronto me encontré observado por al menos una decena de ojos. Le aferré la muñeca al pintor de pacotilla que me arrastró a este antro, sin esconder mi resignación - ¿Qué se supone que es esto, Bernard?- Pregunté aburrido ¿Orgía? ¿Voyeurismo? Nunca lo consideré alguien excepcionalmente inteligente, pero no tan idiota como para caer en estas tretas. Tendría que pagarme doble o no volvería a posar junto a un estúpido jarrón y un racimo de uvas nunca más.
Lyosha- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 08/07/2015
Localización : Suburbios de París
Re: El número de oro - Privado
- MESES ATRÁS ANTES DE MI INGRESO AL SANATORIO -
Según las propias palabras de Leroy Gaurrié - mi profesor de pintura- estaba listo para dar ése gran salto en mi prometedora carrera como pintor. Nunca en tiempos recientes había existido alguien con mi talento. Al menos no alguien que el conociera. Saberlo me hinchaba el pecho de orgullo, por éste hecho estaba yo en aquel rincón de la casona, observando todo a mi alrededor, aún incrédulo. Cuando acepté la invitación de las manos de aquel prominente erudito, por medio de una tarjeta impresa con el número dos en letras doradas en donde estaba la dirección del punto de encuentro; jamás imaginé encontrarme con una especie de sociedad secreta, donde todos o la mayoría llevaban máscaras ocultando parcialmente o en su totalidad sus rostros.
Yo no era asiduo a participar en reuniones en donde se involucraran más de diez personas. Detestaba las aglomeraciones y la socialité, por eso estaba de muy mal humor, escondido en aquel rincón, con cara de no te me acerques o te escupiré el rostro. Se suponía - o eso creí - que me entrevistaría con algún anciano, o alguien con el cuál podría derrochar mi talento, por eso me había calzado el mejor de mis trajes, llevado el mejor maletín de pinturas !bha! Me sentí engañado, sin embargo si analizaba fríamente las palabras de mi profesor : "Abre tu mente y explórala al máximo para que perfecciones tu técnica y descubras tu yo interno para dar ese gran y último paso" parecían cobrar vida.
Había escuchado que los grandes pintores de épocas pasadas echaban mano de ciertas sustancias que los transportaban a millones de lugares en su mente, logrando de ésta forma la concretización de cuadros sublimes. ¿Acaso mi tutor deseaba arrastrarme por el camino de los excesos de una manera discreta? ¿Me estaba otorgando el secreto del éxito?
Entrecerré los ojos luego de escuchar el discursillo de bienvenida del anfitrión, no sé, me parecían palabras huecas, vacías. Más decidí quedarme y observar el todo, desde un sitio más adecuado. Porque yo no tenía una pareja, porque no la necesitaba y lo mejor de todo, me tenía a mi mismo.
Frente a un enorme espejo, enclavado en una repisa que sostenía un desvencijado reloj, recargué mi maletín, extrayendo algunos pinceles y pinturas. Medité brevemente cuáles colores utilizar, decidiéndome por el verde, el ocre el marino y el rojo. Preparé mi paleta y delicadamente comencé a dar pinceladas a mi rostro. Yo no llevaba una máscara, me estaba pintando una sobre mi rostro. Una máscara sobre otra. Total, no perdía nada. Dejaría que la fiesta que se estaban montando a mis espaldas, comenzara dejándome fuera del círculo.
Brendan C. Wulff- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/07/2017
Re: El número de oro - Privado
-Lyo, es solo una fiesta- Me aclaró Bernard tratando de entrelazar nuestras manos. Corrí la mía a tiempo. Detestaba que me llamara Lyo, y por supuesto, detestaba su tono condescendiente al hablarme como si fuera una doncella arrebolada y no un prostituto al que le pagó para no concurrir solo.
- Entonces, Bernard, si es solo una fiesta no deberé preocuparme- musité apretando los dientes y tragándome las palabras – Asumo que me pagarás el doble si alguno de tus compañeros se acuesta conmigo - El comentario pareció caerle como una piedra en el estómago. Su expresión de vacua gentileza se transformó en una mueca turbada. Típico ¿Creía que era el único con el que me acostaba? Me alejé unos pasos cuando noté que una dama enmascarada se acercaba y lo tomaba del brazo, mostrándole la invitación. A los segundos apareció el grotesco anfitrión, quién lo obligó a separarse de mi lado. Le di la espalda sin prestarle atención a la mirada llena de reproche que me lanzó antes de cruzar el umbral. Suspiré imperceptiblemente y me retiré a un rincón de la habitación, esperando a que se vaciara para pasar desapercibido lo más que pudiera. Apoyé la espalda contra el cortinado carcomido por las polillas. No puedo decir que esto no es algo fuera de lo común en mi vida. Ser apreciado como un jarrón, como una de arte –según Bernard- la cual cotizar sucedía cada vez que salía a la calle a ganarme la vida. Pero aún después de tantos años seguía sintiendo que cada par de ojos que se posaba sobre mí dejaba un rastro repugnante. Me siento sucio. Podrido.
A los pocos minutos el lugar estaba casi vacío. Cada quién se había retirado con su respectiva musa, al parecer. En el amplio salón reinaba el silencio solo interrumpido por el sonido del joven que había visto antes, cuando el discurso monótono sobre espíritu y pintura reverberaba contra las viejas paredes. Lo observé silente. Se estaba pintando una máscara sobre el rostro pero ¿por qué? Bueno, quizás no era tan difícil encontrar una razón para esconderse de toda esta hipocresía. Palpé mi bolsillo con la invitación que Bernard me había entregado antes de bajar del carruaje. La extraje y la abrí. El número dos brillaba en tinta dorada sobre el relieve del papel - Ajam- me aclaré la garganta suavemente para llamarle la atención al único invitado que quedaba, después de mí. Me pareció verlo voltear de lado hacia mi dirección – Disculpe pero ¿acaso usted tiene el número dos?- inquirí con la tarjeta en mano y la voz cansina.
- Entonces, Bernard, si es solo una fiesta no deberé preocuparme- musité apretando los dientes y tragándome las palabras – Asumo que me pagarás el doble si alguno de tus compañeros se acuesta conmigo - El comentario pareció caerle como una piedra en el estómago. Su expresión de vacua gentileza se transformó en una mueca turbada. Típico ¿Creía que era el único con el que me acostaba? Me alejé unos pasos cuando noté que una dama enmascarada se acercaba y lo tomaba del brazo, mostrándole la invitación. A los segundos apareció el grotesco anfitrión, quién lo obligó a separarse de mi lado. Le di la espalda sin prestarle atención a la mirada llena de reproche que me lanzó antes de cruzar el umbral. Suspiré imperceptiblemente y me retiré a un rincón de la habitación, esperando a que se vaciara para pasar desapercibido lo más que pudiera. Apoyé la espalda contra el cortinado carcomido por las polillas. No puedo decir que esto no es algo fuera de lo común en mi vida. Ser apreciado como un jarrón, como una de arte –según Bernard- la cual cotizar sucedía cada vez que salía a la calle a ganarme la vida. Pero aún después de tantos años seguía sintiendo que cada par de ojos que se posaba sobre mí dejaba un rastro repugnante. Me siento sucio. Podrido.
A los pocos minutos el lugar estaba casi vacío. Cada quién se había retirado con su respectiva musa, al parecer. En el amplio salón reinaba el silencio solo interrumpido por el sonido del joven que había visto antes, cuando el discurso monótono sobre espíritu y pintura reverberaba contra las viejas paredes. Lo observé silente. Se estaba pintando una máscara sobre el rostro pero ¿por qué? Bueno, quizás no era tan difícil encontrar una razón para esconderse de toda esta hipocresía. Palpé mi bolsillo con la invitación que Bernard me había entregado antes de bajar del carruaje. La extraje y la abrí. El número dos brillaba en tinta dorada sobre el relieve del papel - Ajam- me aclaré la garganta suavemente para llamarle la atención al único invitado que quedaba, después de mí. Me pareció verlo voltear de lado hacia mi dirección – Disculpe pero ¿acaso usted tiene el número dos?- inquirí con la tarjeta en mano y la voz cansina.
Lyosha- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 08/07/2015
Localización : Suburbios de París
Re: El número de oro - Privado
Eché un vistazo a mi cara, para la temblorina de la mano, no me había quedado tan mal. Ahora parecia una.. ¿Una mariposa multicolor? ¿Bueno, en qué estaba pensando? Un insecto de ese tipo era demasiado "niña" ¡Era patetico! En un lugar rodeado de pintores, con las mas fantásticas ideas, me había entrado la inspiración de realizar a un insecto con muchas patas y antenas; si mi profesor de arte me viera en éste instante, ya me habría echado a patadas. Aunque pensándolo bien, las alas podrían representar libertad. ¡Eso! Había que buscarle un significado diferente que fuera de mi agrado, por si preguntaban. Una explicación con más profundidad para filosofar un rato. Lo intentaría al menos.
Y no sé, sentí que alguien me observaba. Volteé y efectivamente, había un chico que me mostraba el número dos. ¿Así que de eso se trataba? Yo pensé que era el número exterior de la casa que colgaba a fuera, pero estúpidamente me había equivocado. Un error más en mi larga lista.
-Eh, sí, yo tengo un número dos. -metí la mano a la bolsa del traje, embadurnándulo de pintura. - Ala, que la he cagado... -como pude le mostré la carta - o especie de carta - gemela a la suya. El 2 resplandecía por toda la cubierta. -Mira, te diré la verdad. Es mi primera vez aquí y no tengo la menor idea de lo que ésto signifique. Si tú lo sabes, me vendría bien un poco de ayuda. - le expliqué tratando de darle la correcta entonación al francés.
Muy dentro sentía que mi profesor había esperado algo más de mí. Estaba decepcionado de mí mismo. La invitación muy probablemente habría sido mejor aprovechada por otro estudiante.
Y no sé, sentí que alguien me observaba. Volteé y efectivamente, había un chico que me mostraba el número dos. ¿Así que de eso se trataba? Yo pensé que era el número exterior de la casa que colgaba a fuera, pero estúpidamente me había equivocado. Un error más en mi larga lista.
-Eh, sí, yo tengo un número dos. -metí la mano a la bolsa del traje, embadurnándulo de pintura. - Ala, que la he cagado... -como pude le mostré la carta - o especie de carta - gemela a la suya. El 2 resplandecía por toda la cubierta. -Mira, te diré la verdad. Es mi primera vez aquí y no tengo la menor idea de lo que ésto signifique. Si tú lo sabes, me vendría bien un poco de ayuda. - le expliqué tratando de darle la correcta entonación al francés.
Muy dentro sentía que mi profesor había esperado algo más de mí. Estaba decepcionado de mí mismo. La invitación muy probablemente habría sido mejor aprovechada por otro estudiante.
Brendan C. Wulff- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/07/2017
Re: El número de oro - Privado
No pude evitar emitir una franca risita. El joven parecía realmente atolondrado y hablaba francés con un marcado acento germano. Me acerqué lo suficiente para mantener la cordialidad de la conversación sin hablar a los gritos por la habitación – No- le respondí cuando lo tuve bastante cerca para... ¿eso era una mariposa? Tardé unos segundos en enfocarme de nuevo- No, lo lamento, no tengo la más leve idea de que se trata todo esto. También es mi primera vez- qué falso sonaba eso en mis labios. La ironía me hizo atragantar un poco y tuve que volver a aclararme la garganta antes de seguir hablando - Vine acompañando a un pintor – Otra mentira- Le ayudo…- a revolcarse, pero eso quizás era demasiado privado para exponerlo tan pronto- …con sus pinturas. Soy su modelo- El muchacho se veía distante.
Me dio un poco de pena, después de todo parecía muy joven. Le sonreí con mucha más sinceridad de la que esperaba -¿Quizás las máscaras son para las musas como yo? Es usted pintor ¿verdad?- le señalé su máscara improvisada ¿Por qué hacía esto? Me había prometido no involucrarme con esta gente, pero allí estaba yo, haciendo caridad con un adolescente. Me maldije dos veces seguidas, porque sabía que esto no iba a llegar a nada bueno. Pero se veía tan perdido y desganado que en algún momento tocó una fibra sensible de mi ser. Me maldije de nuevo. Por Dios, como odio a los pintores.
Me dio un poco de pena, después de todo parecía muy joven. Le sonreí con mucha más sinceridad de la que esperaba -¿Quizás las máscaras son para las musas como yo? Es usted pintor ¿verdad?- le señalé su máscara improvisada ¿Por qué hacía esto? Me había prometido no involucrarme con esta gente, pero allí estaba yo, haciendo caridad con un adolescente. Me maldije dos veces seguidas, porque sabía que esto no iba a llegar a nada bueno. Pero se veía tan perdido y desganado que en algún momento tocó una fibra sensible de mi ser. Me maldije de nuevo. Por Dios, como odio a los pintores.
Lyosha- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 08/07/2015
Localización : Suburbios de París
Re: El número de oro - Privado
-Ah ésto...es una especie de máscara. No sabía que debía tener una para ésta ocasión y decidí hacerme la propia. Sé que es una chorrada, una mariposa, pero significa libertad o no sé, así lo siento.
Me encogí de hombros. No tenía idea de lo que ahí debía ocurrir. Aunque por las actitudes de los otros que se veían muy "familiarizados" me daba una idea. Era un club secreto donde cualquier cosa - quizás inclusive el NO pintar - podría ocurrir.
-Entonces, supongo que tu y yo tenemos que ser una especie de equipo y trabajar juntos. ¿O no es así? - lo miré de medio lado, analizando sus facciones. Eran finas y tenía un buen perfil. Era un buen modelo y por eso estuviera ahí, para facilitar el trabajo a los menos experimentados, como yo.
-¿Quieres una máscara también? Puedo intentarlo...Dime ¿qué te gustaría? - guardé nuevamente la invitaciön dentro de mi saco. Mientras el se decidía comencé a mezclar colores mentalmente. Como tenía la tez muy blanca, los colores fuertes como el azul, naranja, y rojo, mezclado con un plateado o dorado, le vendrían muy bien, dependiendo de sus deseos. El profesor era muy claro al decir, que si el cliente tenía una idea clara sobre su trabajo, fuera lo más fiel posible a su idea, de lo contrario, sería un lienzo en blanco, en el cuál poder trabajar.
-¿Cómo te llamas por cierto? - comenzaba a intrigarme.
Me encogí de hombros. No tenía idea de lo que ahí debía ocurrir. Aunque por las actitudes de los otros que se veían muy "familiarizados" me daba una idea. Era un club secreto donde cualquier cosa - quizás inclusive el NO pintar - podría ocurrir.
-Entonces, supongo que tu y yo tenemos que ser una especie de equipo y trabajar juntos. ¿O no es así? - lo miré de medio lado, analizando sus facciones. Eran finas y tenía un buen perfil. Era un buen modelo y por eso estuviera ahí, para facilitar el trabajo a los menos experimentados, como yo.
-¿Quieres una máscara también? Puedo intentarlo...Dime ¿qué te gustaría? - guardé nuevamente la invitaciön dentro de mi saco. Mientras el se decidía comencé a mezclar colores mentalmente. Como tenía la tez muy blanca, los colores fuertes como el azul, naranja, y rojo, mezclado con un plateado o dorado, le vendrían muy bien, dependiendo de sus deseos. El profesor era muy claro al decir, que si el cliente tenía una idea clara sobre su trabajo, fuera lo más fiel posible a su idea, de lo contrario, sería un lienzo en blanco, en el cuál poder trabajar.
-¿Cómo te llamas por cierto? - comenzaba a intrigarme.
Brendan C. Wulff- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/07/2017
Re: El número de oro - Privado
Ladeé el rostro como diciendo que no estaba de acuerdo. Aquello no me parecía una chorrada, aunque tampoco estaba seguro de cuanta convicción le había puesto al pintarla. Se veía sumamente nervioso, descolocado -Creo que es lo más sensato- Le respondí, algo aliviado. El joven pintor no tenía idea de lo que esta gente pudiera estar haciendo. Me dio un pequeño acceso de rabia ¿Por qué la clase alta se empecinaba en corromper a los demás? Sabía la respuesta desde hace años pero no dejaba de repelerme. Cuando me ofreció pintarme el rostro me di cuenta que, sin querer, había corrido mi máscara hacia un costado de mi rostro. Me la quité despeinándome un poco – Soy Lyosha- dije estirando mi mano para estrechar la suya- Más que una mariposa, me gustaría…-
-Ahem- Una voz femenina me interrumpió. Era la mucama, pero la mucama más extraña que haya visto nunca. Llevaba un vestido blanco que resaltaba bajo su piel de mulata y una máscara completamente gris, sin rastros de pintura. Solo gris, liso y opaco. Al igual que la mía, le tapaba la mitad superior de la cara. Atadas a la espalda le colgaban unas alitas ridículas de querubín. La contemplé sin entender que estaba haciendo allí hasta que volvió a hablar. Su acento era casi tan malo como el de mi nuevo compañero- Los señores se han quedado rezagados, deben…- se mordió el labio. Había adoptado una posición cursi, inclinada hacia un costado y con las manos entrelazadas. Se notaba que había ensayado el discurso muchas veces y aun se resistía- Deben elegir una habitación, para pintar, o el amo…- me miró suplicante. En mi interior volví a maldecir por tercera vez. Suspiré, hastiado de toda esta situación. Odiaba aquellos señores despiadados y a toda su prole de perversos vástagos. Asentí sin siquiera preguntarle a…-Disculpa- me dirigí hacia el chico- No sé tu nombre pero las presentaciones pueden esperar. Creo que podríamos hacerle un pequeño favor a la dama- Mi tono de hablar era frio, cargado de un enojo mudo. Pensé en lo hipócrita que se veían esas alitas sobre la espalda de la negra, seguramente llena de latigazos. Y yo no quería proporcionarle a ese grotesco anfitrión razones para torturarla.
-Ahem- Una voz femenina me interrumpió. Era la mucama, pero la mucama más extraña que haya visto nunca. Llevaba un vestido blanco que resaltaba bajo su piel de mulata y una máscara completamente gris, sin rastros de pintura. Solo gris, liso y opaco. Al igual que la mía, le tapaba la mitad superior de la cara. Atadas a la espalda le colgaban unas alitas ridículas de querubín. La contemplé sin entender que estaba haciendo allí hasta que volvió a hablar. Su acento era casi tan malo como el de mi nuevo compañero- Los señores se han quedado rezagados, deben…- se mordió el labio. Había adoptado una posición cursi, inclinada hacia un costado y con las manos entrelazadas. Se notaba que había ensayado el discurso muchas veces y aun se resistía- Deben elegir una habitación, para pintar, o el amo…- me miró suplicante. En mi interior volví a maldecir por tercera vez. Suspiré, hastiado de toda esta situación. Odiaba aquellos señores despiadados y a toda su prole de perversos vástagos. Asentí sin siquiera preguntarle a…-Disculpa- me dirigí hacia el chico- No sé tu nombre pero las presentaciones pueden esperar. Creo que podríamos hacerle un pequeño favor a la dama- Mi tono de hablar era frio, cargado de un enojo mudo. Pensé en lo hipócrita que se veían esas alitas sobre la espalda de la negra, seguramente llena de latigazos. Y yo no quería proporcionarle a ese grotesco anfitrión razones para torturarla.
Lyosha- Cambiante Clase Alta
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Re: El número de oro - Privado
¿Estaba dormido? Es que no podía dar una explicación lógica ante aquella escena que estaba presenciando. La mujer captó inmediatamente mi atención, ese contraste entre su piel y la blancura de sus vestimentas, se volvían un gris opaco y sin vida. El gris no era mi color favorito (en realidad yo no tenía colores preferidos) pero de haber podido, habría pintado colores vivos sobre su piel para darle una vida, ficticia, pero vida y color al menos en ese pequeño instante.
Tuve que traerme a trompicones a la realidad. El hombre rubio tenía razón (luego que medité sus palabras) probablemente la mulata sería reprendida si no cumplía con su función, y la azotina subsecuente sería inminente; ¡si lo sabía yo! mi padre era todo un experto en subyugar a sus criados negros a excepción de Alfred, quien era blanco.
—De acuerdo, aunque, no tengo la más mínima idea de dónde...
Esa misma mujer, nos hizo el ademán con el dedo, para que le siguiéramos. Tomé torpemente mi maletín y lo cerré. En segundos, ya había abandonado el salón principal y subido unas escaleras junto con mi nuevo acompañante, siendo encaminados hacia una puerta con un gran número 2 sobre ella. Al parecer alguien tenía obsesión con los números...
Una vez entramos, la dama guía cerró echando cerrojo, con nosotros adentro:
—¿Qué se supone que debamos hacer? La verdad es que no entiendo nada. Y...la puerta está atrancada. - esto lo descubrí momentos después que ella se fue, al querer abrir el pomo. —¡Nos han encerrado! Esto no me parece algo normal... No sé tu pero algo me huele muy mal...
Mi cabeza comenzó a trabajar a marchas forzadas, imaginando todos los escenarios funestos posibles, desde secuestro, hasta otras cosas impronunciables.
Tuve que traerme a trompicones a la realidad. El hombre rubio tenía razón (luego que medité sus palabras) probablemente la mulata sería reprendida si no cumplía con su función, y la azotina subsecuente sería inminente; ¡si lo sabía yo! mi padre era todo un experto en subyugar a sus criados negros a excepción de Alfred, quien era blanco.
—De acuerdo, aunque, no tengo la más mínima idea de dónde...
Esa misma mujer, nos hizo el ademán con el dedo, para que le siguiéramos. Tomé torpemente mi maletín y lo cerré. En segundos, ya había abandonado el salón principal y subido unas escaleras junto con mi nuevo acompañante, siendo encaminados hacia una puerta con un gran número 2 sobre ella. Al parecer alguien tenía obsesión con los números...
Una vez entramos, la dama guía cerró echando cerrojo, con nosotros adentro:
—¿Qué se supone que debamos hacer? La verdad es que no entiendo nada. Y...la puerta está atrancada. - esto lo descubrí momentos después que ella se fue, al querer abrir el pomo. —¡Nos han encerrado! Esto no me parece algo normal... No sé tu pero algo me huele muy mal...
Mi cabeza comenzó a trabajar a marchas forzadas, imaginando todos los escenarios funestos posibles, desde secuestro, hasta otras cosas impronunciables.
Brendan C. Wulff- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/07/2017
Re: El número de oro - Privado
-No realmente- me encogí de hombros. Después de años de trabajar para gente tan retorcida como su fortuna no me sorprendía que tan lejos llegaban para ahuyentar al aburrimiento. Además, conocía a Bernard, y era un cobarde. Nunca se metería en un aprieto que amenazara su integridad física. Me adelanté hacia el centro de la habitación, echando un vistazo. Estaba tan decrépita como el resto de la casa pero habían montado un pequeño escenario. Sobre este había muebles viejos y partes de mampostería. Parecía escenografía desechada de un teatro. Observé que había varias lámparas alrededor, varias de ellas apagadas. Al costado de la plataforma baja reposaba en su estructura de madera un bastidor en blanco. Giré para hablarle a mi acompañante - No conozco mucho sobre los menesteres de ustedes, los artistas, pero creo que solo quieren que pintes- le señalé el atril. A juzgar la expresión del joven, no le convencía mucho la idea.
-Escucha- exclamé dominado por el hartazgo- Conozco al pintor al que acompaño, y créeme, no es capaz de pensar en algo tan complicado como esto. Asumo que debes ser nuevo en este ambiente, pero entérate, sus modales no cambiarán.Por lo que he visto, esta reunión está compuesta por viejos decrépitos buscando algo de inspiración - Tampoco quería sincerarme tanto. Presentí que la única forma de salir bien parado de esto sería interpretando mi mejor papel. Deseaba largarme cuanto antes y jamás volver a pisar el estudio de Bernard. Me subí a la tarima para inspeccionar los restos de escenografía- ¿Por qué no pintas algo mientras me cuentas un poco sobre como llegaste aquí? Todavía no sé tu nombre - Le sonreí cansinamente. Será una noche bastante larga.
-Escucha- exclamé dominado por el hartazgo- Conozco al pintor al que acompaño, y créeme, no es capaz de pensar en algo tan complicado como esto. Asumo que debes ser nuevo en este ambiente, pero entérate, sus modales no cambiarán.Por lo que he visto, esta reunión está compuesta por viejos decrépitos buscando algo de inspiración - Tampoco quería sincerarme tanto. Presentí que la única forma de salir bien parado de esto sería interpretando mi mejor papel. Deseaba largarme cuanto antes y jamás volver a pisar el estudio de Bernard. Me subí a la tarima para inspeccionar los restos de escenografía- ¿Por qué no pintas algo mientras me cuentas un poco sobre como llegaste aquí? Todavía no sé tu nombre - Le sonreí cansinamente. Será una noche bastante larga.
Lyosha- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 08/07/2015
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