AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Lo Nocivo +Privado+
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Lo Nocivo +Privado+
Alfred había sido bastante amable cuando se comunicó conmigo. Eran cerca de las siete de la tarde cuando recibí la carta que, dicha sea de paso, venía con un tono algo urgente que yo aplaqué con un asentimiento y un buen pago al mensajero que había venido tan tarde hasta mi hogar. Me pedía una visita con el propósito de contarme sobre algo que no podía mencionar en la carta, pero fuera de eso, no fueron las palabras las que me animaron a acudir a su visita –yo no necesitaba pretextos para animarme a visitar a alguien que requiriera de mi presencia-, sino el apellido de la familia. Una familia de renombre, como la mía, una familia que tenía mucho peso, más fuera de París, pero el suficiente aquí para que la reconociera.
Esperé a la mañana siguiente para atender a su llamado; cuando me presenté a su puerta noté un aire de alivio y desesperación que se combinó en sus ojos apenas supo que era yo a quién esperaba. Hablamos poco rato, fue directo al grano y, mientras lo escuchaba, comencé a tomar notas; se trataba de un trabajo, cosa que no me sorprendió. Yo era social, como se esperaba de alguien de mi nivel, pero no lo era tanto para que me llamaran de esta forma y la visita fuera personal. Yo era de los que se presentaban casualmente en salones del té, para cumplir, para que me vieran, y poco más. Un par de horas más tarde, cuando me dispuse a marcharme, prometí que iría directo ver a su joven amo. Después de todo, ¿Quién necesita un día libre?
Los dolores musculares que la luna llena habían dejado tras de sí, habían pasado finalmente. Podía moverme calmadamente, con la gracia y rigidez de siempre, cabeza en alto y cuerpo derecho: aquí no ha pasado nada de nada señores. El camino a la prisión no era nada nuevo, pero nunca una visita se parecía a otra. Cada visita era una aventura diferente. Ser bueno no es un privilegio hoy en día, es una obligación. Fui recibido con el gruñido habitual de los guardias con los que me presenté nuevamente; habían cambiado a uno, una enfermedad, una pena, era quien mejor me caía de los dos. Traspasé la entrada con mi carpeta de piel bajo el brazo y crucé el pasillo rumbo a las celdas del fondo del primer piso, el sonido de mis botas sobre el sueño húmedo de piedra resonó constante, rítmico, a veces opacando las voces y quejas de los presos.
Allí estaba él, donde me habían dicho. En una celda a solas; al parecer el apellido aún pesaba un tanto. No pude evitar fruncir el ceño, algo olía muy mal e iba más allá de la humedad, el encierro y la suciedad de todo el sitio. Pero fuera de todo el desastre que encontré, vi a un joven humano, un chico, un muchacho que parecía más desesperado que su mayordomo quien tanto lo amaba. Brendan, de la casa Wulff. Wulff, que sonaba como lobo en inglés. Aquel desvío hice que me recorriera un escalofrió. Obviamente no tenía nada que ver, pero por un instante me aventuré a pensar en el motivo por cual había sido yo contratado. Cerré mi mano en un puño y golpeé con los nudillos la placa de metal de la reja para atraer su atención.
—Joven Brendan Wulff, buenas tardes. Soy el abogado contratado por su familia para sacarlo de aquí. —Esperé por un momento, deseando que me pusiera atención; que me viera. Tendría que verme muchas veces durante un tiempo. —Mi nombre es Sarbu, Drazel Sarbu y me encargaré de tu defensa. —Me acerqué un paso a la reja y observa el lugar y las condiciones en las que se encontraba; observé las ropas que portaba. —Quisiera que, para empezar, me contaras lo que paso, todo lo que recuerdes y con lujo de detalles.
Mis oídos captaban ruidos, pero no estaban lo suficientemente cerca como para que nos escucharan a nosotros y así estaba bien.
Esperé a la mañana siguiente para atender a su llamado; cuando me presenté a su puerta noté un aire de alivio y desesperación que se combinó en sus ojos apenas supo que era yo a quién esperaba. Hablamos poco rato, fue directo al grano y, mientras lo escuchaba, comencé a tomar notas; se trataba de un trabajo, cosa que no me sorprendió. Yo era social, como se esperaba de alguien de mi nivel, pero no lo era tanto para que me llamaran de esta forma y la visita fuera personal. Yo era de los que se presentaban casualmente en salones del té, para cumplir, para que me vieran, y poco más. Un par de horas más tarde, cuando me dispuse a marcharme, prometí que iría directo ver a su joven amo. Después de todo, ¿Quién necesita un día libre?
Los dolores musculares que la luna llena habían dejado tras de sí, habían pasado finalmente. Podía moverme calmadamente, con la gracia y rigidez de siempre, cabeza en alto y cuerpo derecho: aquí no ha pasado nada de nada señores. El camino a la prisión no era nada nuevo, pero nunca una visita se parecía a otra. Cada visita era una aventura diferente. Ser bueno no es un privilegio hoy en día, es una obligación. Fui recibido con el gruñido habitual de los guardias con los que me presenté nuevamente; habían cambiado a uno, una enfermedad, una pena, era quien mejor me caía de los dos. Traspasé la entrada con mi carpeta de piel bajo el brazo y crucé el pasillo rumbo a las celdas del fondo del primer piso, el sonido de mis botas sobre el sueño húmedo de piedra resonó constante, rítmico, a veces opacando las voces y quejas de los presos.
Allí estaba él, donde me habían dicho. En una celda a solas; al parecer el apellido aún pesaba un tanto. No pude evitar fruncir el ceño, algo olía muy mal e iba más allá de la humedad, el encierro y la suciedad de todo el sitio. Pero fuera de todo el desastre que encontré, vi a un joven humano, un chico, un muchacho que parecía más desesperado que su mayordomo quien tanto lo amaba. Brendan, de la casa Wulff. Wulff, que sonaba como lobo en inglés. Aquel desvío hice que me recorriera un escalofrió. Obviamente no tenía nada que ver, pero por un instante me aventuré a pensar en el motivo por cual había sido yo contratado. Cerré mi mano en un puño y golpeé con los nudillos la placa de metal de la reja para atraer su atención.
—Joven Brendan Wulff, buenas tardes. Soy el abogado contratado por su familia para sacarlo de aquí. —Esperé por un momento, deseando que me pusiera atención; que me viera. Tendría que verme muchas veces durante un tiempo. —Mi nombre es Sarbu, Drazel Sarbu y me encargaré de tu defensa. —Me acerqué un paso a la reja y observa el lugar y las condiciones en las que se encontraba; observé las ropas que portaba. —Quisiera que, para empezar, me contaras lo que paso, todo lo que recuerdes y con lujo de detalles.
Mis oídos captaban ruidos, pero no estaban lo suficientemente cerca como para que nos escucharan a nosotros y así estaba bien.
Drazel Sarbu- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/04/2015
Localización : Por aquí, por allá
Re: Lo Nocivo +Privado+
La había liado parda. Es que no encontraba una respuesta lo suficientemente lógica para lo que había ocurrido. Es mas ¡No me acordaba absolutamente de nada! Ni siquiera el cómo es que había llegado ahí, a ese pestilente lugar apestoso a orín. En un abrir y cerrar de ojos, en un piz paz, como una meada mañanera. ¡Oh si! Yo estaba embrutecido y molesto porque la resaca me estaba partiendo la cabeza en dos. Por eso nunca estaba sobrio, por el temor de padecer esos horribles temblores y los dolores musculares. Los medicamentos e inyecciones me mantenían sedado y tranquilo, pero ahora seguro me echaban con una gran patada en el culo. Bien merecido lo tenía, pero lo que más miedo me daba, es que mi sacro santo padre ya me lo había advertido: ”Una más y te desheredo pelotudo"
Ya estaba yo en "esa más" hasta el cuello. El dinero no me importaba, pero si me importaba, porque entonces no tendría una cama suave, comida y cigarrillos. ¡Madre mía!
Estaba pensando en la inmortalidad del ruiseñor, cuando escuché mi nombre. Abrí los ojos tratando de acostumbrarme a la luz. Me levanté, y dando pasitos como vejete, me acerqué a los barrotes, sacando mi cara justo en medio.
-¿ Dónde está Alfred? -Busqué a las espaldas de el hombre que se estaba presentando. -Necesito ropa limpia, comida decente y cigarrillos. -otro agujonazo en las piernas. ¡Jo era tan molesto! Eran dolores fuertes. -¡Sáqueme de aquí o me voy a morir! No puedo estar aquí...¡no puedo! la mano comenzó a temblarme más que en otras ocasiones, y un párpado me brincaba.
Ya estaba yo en "esa más" hasta el cuello. El dinero no me importaba, pero si me importaba, porque entonces no tendría una cama suave, comida y cigarrillos. ¡Madre mía!
Estaba pensando en la inmortalidad del ruiseñor, cuando escuché mi nombre. Abrí los ojos tratando de acostumbrarme a la luz. Me levanté, y dando pasitos como vejete, me acerqué a los barrotes, sacando mi cara justo en medio.
-¿ Dónde está Alfred? -Busqué a las espaldas de el hombre que se estaba presentando. -Necesito ropa limpia, comida decente y cigarrillos. -otro agujonazo en las piernas. ¡Jo era tan molesto! Eran dolores fuertes. -¡Sáqueme de aquí o me voy a morir! No puedo estar aquí...¡no puedo! la mano comenzó a temblarme más que en otras ocasiones, y un párpado me brincaba.
Brendan C. Wulff- Humano Clase Alta
- Mensajes : 61
Fecha de inscripción : 25/07/2017
Re: Lo Nocivo +Privado+
Justicia. La justicia en Francia no era más que un pequeño grano de arena en un inmenso océano de decadencia. Mirara donde mirara solo veía la parte oscura del mosaico que daba vida a la ciudad, un cáncer que se abría paso a dentelladas sin nada capaz de detenerlo. Marc era un realista, un hombre joven que miraba a los problemas cara a cara y trataba de buscarles solución, aunque esta estuviera lejos de su alcance, por ello todas las mañanas se levantaba con la misma convicción: hacer que aquel grano de arena se convirtiera en una playa que pusiera fin al declive de su amada ciudad natal. No había opción a darlo todo por perdido, no mientras él siguiera en pie. Y ya fuera buscar un asesino o limpiar las calles de pequeños actos vandálicos, su trabajo nunca resultaba ser tiempo perdido.
Todos le llamaban 'El Toro' en la prefectura de policía porque cuando algo se ponía ante él no había quien lo parara. Dejar un caso abierto, por más mísero e insignificante que fuera, no era opción para él. La noche anterior se trató de una reyerta de jóvenes. El alcohol y el opio con el que jugaban a creerse adultos pudiera no parecer importante, mas no era así. Todo tenía un comienzo y, si tan jóvenes ya maltrataban sus propios cuerpos de tal manera, nada bueno se auguraba en sus futuros. Podían llamarle exagerado las veces que quisieran, pero si los problemas empezaban a solucionarse desde la raíz tal vez la ciudad empezaría a cambiar. Había logrado meter a uno de ellos en la cárcel, al menos de forma provisional puesto que no llevaba encima su documentación reglamentaria, y al creerle aún menor de edad se tomaría muy en serio el reencarrilar a aquel joven.
Se puso su uniforme y a primera hora de la mañana ya estaba en la oficina, donde pidió permiso para poder ir a interrogarle en la celda donde estaba preso. Su superior, acostumbrado ya a sus manías perfeccionistas, terminaba por darle luz verde a todo lo que pidiera que no creara mucho ruido, pues sabía que Marc insistiría hasta la saciedad con tal de salirse con la suya. Cuando llegó a la prisión y le informaron de que el joven había recibido visita de su abogado, aligeró el ritmo de sus pasos para aparecerse cuanto antes. Los abogados eran secuaces del diablo, si es que realmente existía un Dios, su trabajo parecía existir para hacer el suyo mucho más dificultoso.
-Haberlo pensado antes de coger esa botella - llegó con la cabeza alta respondiendo al griterío que había escuchado nada más entrar en el pasillo que conducía a su celda. Si no fuera porque conocía los actos cometidos por la mayoría de los que allí habitaban regularmente, sentiría compasión por el frío y la humedad que había en el ambiente y que rápidamente calaba a uno en los huesos -. Tengo entendido que es usted su abogado. Soy gendarme L'Angelle, fui quien detuvo a su joven cliente por los actos cometidos anoche de madrugada - su tono fue firme y serio como su mirada verde, mientras tendía la mano al abogado para estrecharle con la misma fuerte convicción -. Necesito la documentación de su cliente, que en contra de lo requerido no llevaba encima, y hacerle algunas preguntas acerca de lo sucedido...
Todos le llamaban 'El Toro' en la prefectura de policía porque cuando algo se ponía ante él no había quien lo parara. Dejar un caso abierto, por más mísero e insignificante que fuera, no era opción para él. La noche anterior se trató de una reyerta de jóvenes. El alcohol y el opio con el que jugaban a creerse adultos pudiera no parecer importante, mas no era así. Todo tenía un comienzo y, si tan jóvenes ya maltrataban sus propios cuerpos de tal manera, nada bueno se auguraba en sus futuros. Podían llamarle exagerado las veces que quisieran, pero si los problemas empezaban a solucionarse desde la raíz tal vez la ciudad empezaría a cambiar. Había logrado meter a uno de ellos en la cárcel, al menos de forma provisional puesto que no llevaba encima su documentación reglamentaria, y al creerle aún menor de edad se tomaría muy en serio el reencarrilar a aquel joven.
Se puso su uniforme y a primera hora de la mañana ya estaba en la oficina, donde pidió permiso para poder ir a interrogarle en la celda donde estaba preso. Su superior, acostumbrado ya a sus manías perfeccionistas, terminaba por darle luz verde a todo lo que pidiera que no creara mucho ruido, pues sabía que Marc insistiría hasta la saciedad con tal de salirse con la suya. Cuando llegó a la prisión y le informaron de que el joven había recibido visita de su abogado, aligeró el ritmo de sus pasos para aparecerse cuanto antes. Los abogados eran secuaces del diablo, si es que realmente existía un Dios, su trabajo parecía existir para hacer el suyo mucho más dificultoso.
-Haberlo pensado antes de coger esa botella - llegó con la cabeza alta respondiendo al griterío que había escuchado nada más entrar en el pasillo que conducía a su celda. Si no fuera porque conocía los actos cometidos por la mayoría de los que allí habitaban regularmente, sentiría compasión por el frío y la humedad que había en el ambiente y que rápidamente calaba a uno en los huesos -. Tengo entendido que es usted su abogado. Soy gendarme L'Angelle, fui quien detuvo a su joven cliente por los actos cometidos anoche de madrugada - su tono fue firme y serio como su mirada verde, mientras tendía la mano al abogado para estrecharle con la misma fuerte convicción -. Necesito la documentación de su cliente, que en contra de lo requerido no llevaba encima, y hacerle algunas preguntas acerca de lo sucedido...
Marc L'Angelle- Humano Clase Media
- Mensajes : 9
Fecha de inscripción : 25/08/2017
Re: Lo Nocivo +Privado+
Se encontraba acostado en el camastro frío y duro que su celda tenía, pero, afortunadamente, ninguna compañía lo rondaba. Estaba solo, como yo esperaba que lo estuviera. Una pequeña precaución o suerte tomada sin predeterminación. Llamar su atención fue un movimiento acertado, no parecía muy consciente de su alrededor. Lo vi levantarse y entonces capté el tufo de olor que despedía. La mugre, las aguas que corrían por el río Sena, París era un vertedero de intensos olores que no pasaban desapercibidos incluso para los humanos, era uno de los motivos que me había hecho vivir tan alejado de la ciudad principal. Pero esto, este olor, distaba de lo que yo había olido constantemente en mis horas de trabajo.
Había algo nauseabundo en el aroma del chico, era un olor diferente al que uno podía oler en el mercado o en las calles de la ciudad, algo individual, de él. Pero yo lo percibía; a diferencia de mí, no estaba limpio por dentro. Me mantuvo de pie, quieto allí, y pude ver la desesperación en sus ojos cuando se apalancó contra los barrotes. Una pregunta, y luego exigencias, interesante. Había pasado por completo de lo que le había dicho un momento antes, pero eso no me molestó. Rápidamente comprendí que si deseaba conseguir algo de cooperación de su parte, tendría que ir a su ritmo entonces.
—Alfred, —enfaticé brevemente —, y tus padres no pueden venir ahora, pero yo soy tu representante legal. Estoy aquí gracias a ellos. —Repetí con otras palabras, pero las exigencias me hicieron detenerme, así como unos pasos no muy pesados, que parecían venir hacia donde me hallaba. —Bueno, veré que puedo conseguirte para estos días, mientras trabajo en tu caso. —Yo era un ser muy paciente, de verdad, en algún momento les constara también, pero no me gustaba que me hicieran perder mi tiempo mientras podía conseguir una declaración para apurar un caso como este. —Sí, voy a sacarte, pero primero requiero que me dig…
Me interrumpí; aquellos pasos no se habían desviado de su camino y, de pronto, por el rabillo del ojo, capté la figura uniformada que venía directo hacía mí. Esperé, en una actitud no tan relajada como la deseada, a que el hombre en cuestión llegara hasta donde me encontraba. Asentí a sus palabras mientras una parte de mi deseaba que sólo fuera alcohol lo que el chico metiera en su sistema.
—Así es. —repliqué con cortesía. Así que este era el hombre que me había dado trabajo. Extendí la mano y estreché la suya con un ademán fuerte y seguro, recibiendo esa misma fortaleza de su parte. Al momento de soltarlo le mostré mi licencia para ejercer, asegurando que aquello quedara claro para los dos. —Soy Drazel Sarbu, un placer. —Me presenté cortésmente, pero eso fue todo. —Me temo que la documentación es algo que yo miraré primero —debía ir a ver a Alfred está noche y conseguirla para mí —, pero podrá verla después, si mi cliente y su familia están de acuerdo con ello. —Puntualicé con suavidad. —Tampoco puede hacerle preguntas a mi cliente, gendarme L’Angelle. Pero si gusta, puede darme una petición por escrito y yo la haré llegar a los padres de mi cliente para que ellos decidan si es posible o no que usted realice ese interrogatorio, mismo que hará en mi presencia, por supuesto.
Yo no solía tratar a mis clientes como fichas de datos o archivos de documentación, eran personas, eran sujetos que tenían necesidades y derechos. Cosas como la documentación se me solían escapar, y ha sido así desde que yo era un estudiante.
Había algo nauseabundo en el aroma del chico, era un olor diferente al que uno podía oler en el mercado o en las calles de la ciudad, algo individual, de él. Pero yo lo percibía; a diferencia de mí, no estaba limpio por dentro. Me mantuvo de pie, quieto allí, y pude ver la desesperación en sus ojos cuando se apalancó contra los barrotes. Una pregunta, y luego exigencias, interesante. Había pasado por completo de lo que le había dicho un momento antes, pero eso no me molestó. Rápidamente comprendí que si deseaba conseguir algo de cooperación de su parte, tendría que ir a su ritmo entonces.
—Alfred, —enfaticé brevemente —, y tus padres no pueden venir ahora, pero yo soy tu representante legal. Estoy aquí gracias a ellos. —Repetí con otras palabras, pero las exigencias me hicieron detenerme, así como unos pasos no muy pesados, que parecían venir hacia donde me hallaba. —Bueno, veré que puedo conseguirte para estos días, mientras trabajo en tu caso. —Yo era un ser muy paciente, de verdad, en algún momento les constara también, pero no me gustaba que me hicieran perder mi tiempo mientras podía conseguir una declaración para apurar un caso como este. —Sí, voy a sacarte, pero primero requiero que me dig…
Me interrumpí; aquellos pasos no se habían desviado de su camino y, de pronto, por el rabillo del ojo, capté la figura uniformada que venía directo hacía mí. Esperé, en una actitud no tan relajada como la deseada, a que el hombre en cuestión llegara hasta donde me encontraba. Asentí a sus palabras mientras una parte de mi deseaba que sólo fuera alcohol lo que el chico metiera en su sistema.
—Así es. —repliqué con cortesía. Así que este era el hombre que me había dado trabajo. Extendí la mano y estreché la suya con un ademán fuerte y seguro, recibiendo esa misma fortaleza de su parte. Al momento de soltarlo le mostré mi licencia para ejercer, asegurando que aquello quedara claro para los dos. —Soy Drazel Sarbu, un placer. —Me presenté cortésmente, pero eso fue todo. —Me temo que la documentación es algo que yo miraré primero —debía ir a ver a Alfred está noche y conseguirla para mí —, pero podrá verla después, si mi cliente y su familia están de acuerdo con ello. —Puntualicé con suavidad. —Tampoco puede hacerle preguntas a mi cliente, gendarme L’Angelle. Pero si gusta, puede darme una petición por escrito y yo la haré llegar a los padres de mi cliente para que ellos decidan si es posible o no que usted realice ese interrogatorio, mismo que hará en mi presencia, por supuesto.
Yo no solía tratar a mis clientes como fichas de datos o archivos de documentación, eran personas, eran sujetos que tenían necesidades y derechos. Cosas como la documentación se me solían escapar, y ha sido así desde que yo era un estudiante.
Drazel Sarbu- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 59
Fecha de inscripción : 21/04/2015
Localización : Por aquí, por allá
Re: Lo Nocivo +Privado+
El cuerpo comenzaba a temblarme y apenas escuchaba lo que esos hombres hablaban. Sabía que se estaban refiriendo a mí, pero la cabeza me reventaba, había decenas de voces adentro, gritando y diciendo maldiciones.
-¿Por qué no se callan de una vez? - me refería a las voces. Me alejé de la reja y comencé a andar como león enjaulado. El estómago comenzó a gruñirme y las náuseas a todo lo que daban, que ya no pude soportar más y terminé decorando el piso de mi celda. No una, sino tres veces. - Demonios...
Ésto sólo hizo que la temblorina llegara a su punto más algido. Recargué la frente en la fría pared, arañándola en claro síntoma de desesperación. Es que el ardor y extrañamente el frío , se conjugaban para hacerme sentir el hombre más miserable de todo el planeta.
-Quiero morirme...me voy a morir...Me voy a morir...
Me tiré en el suelo, arrastrándome cuál serpiente. Gritando, pues ahora el dolor en mis músculos era insoportable. Jamás había sentido tanto dolor en mi corta vida. De verdad quería morirme de una vez.
-¿Por qué no se callan de una vez? - me refería a las voces. Me alejé de la reja y comencé a andar como león enjaulado. El estómago comenzó a gruñirme y las náuseas a todo lo que daban, que ya no pude soportar más y terminé decorando el piso de mi celda. No una, sino tres veces. - Demonios...
Ésto sólo hizo que la temblorina llegara a su punto más algido. Recargué la frente en la fría pared, arañándola en claro síntoma de desesperación. Es que el ardor y extrañamente el frío , se conjugaban para hacerme sentir el hombre más miserable de todo el planeta.
-Quiero morirme...me voy a morir...Me voy a morir...
Me tiré en el suelo, arrastrándome cuál serpiente. Gritando, pues ahora el dolor en mis músculos era insoportable. Jamás había sentido tanto dolor en mi corta vida. De verdad quería morirme de una vez.
Brendan C. Wulff- Humano Clase Alta
- Mensajes : 61
Fecha de inscripción : 25/07/2017
Re: Lo Nocivo +Privado+
La discusión con el gendarme me importaba poco, y a buen cuento, nada en realidad. Tenía algo de curiosidad sobre lo que podría decirme, de oír su versión de los hechos, pero de un momento a otro me dejó de importar. El chico que yo debía de sacar de allí mediante la comprobación de su inocencia, requería expresamente que se mantuviera vivo para que pudiera completar mi trabajo, y no me parecía que le interesara mucho su propio cuerpo, si comprender mi decir, por lo que fue muy simple llegar a la conclusión de cual era mi prioridad.
Apoyé mi mano en su hombro, cuidando bien la fuerza a aplicar y le ordené que abriera la puerta. Ningún humano podía hacerme frente a menos que usaran plata conmigo, pero yo no quería darle motivos a ese sujeto para terminar como compañero de celda de mi cliente. Tuve que hacer un poco de teatro y hacer que se fijara en el muchacho. Si eso no era un síndrome de abstinencia, —aunque me era imposible concretar en este momento a que— entonces yo era una perita en dulce.
Finalmente abrió la puerta para mí y ordenándole que trajera otra manta y algo de agua fresca, me adentré en la reja que se cerró detrás apenas cruce adentro. Lo escuché marcharse rápidamente. Ignoré el olor, las náuseas que me provocaban y el estado deplorable del lugar. La humedad solo acrecentaba el malestar de este muchacho y el de muchos de los presos que rondaban en el lugar, presos cuyos quejidos podía escuchar cuando, ocasionalmente, se abría y cerraba la puerta que separaba un ala de otra.
Me acerque al catre e hice amago de tomar la manta que había allí, pero estaba húmeda al tacto de mis dedos y olía tan mal como todo en este maldito sitio; la dejé donde estaba, siéndome inútil a mis propósitos como casi todo lo que había allí dentro. Era bueno saber que mi temperatura era alta. Me quité el saco, colgándolo en la reja y finalmente me hinqué junto al muchacho y lo levanté del suelo, recostándolo en mi brazo. Ligero y demacrado, fue como cargar un cadáver de lo frío que lo encontré, sin embargo, al mismo tiempo ardía en fiebre. No tuve el valor de apretarlo contra mí, temiendo que su dolor aumentara, pero esperé que mi temperatura pudiera hacer algo por él.
—Quisiera que no te murieras todavía, eso sería fatal para tu caso y ya ni decir como luciría en mi currículo. —Rezongué, escuchando la puerta al final del pasillo abrirse. El gendarme volvía, se acercó a la reja y me pasó la manta sin abrir la puerta. La tomé al vuelto; estaba seca. Cubrí al chico con esta y tras verlo unos instantes, tomé la decisión de sacarlo de allí, hoy mismo. Una fianza no sería problema para mí, pero había otras cosas más importantes a considerar. Caminos lodosos en los que no deseaba entrometerme.
Apoyé mi mano en su hombro, cuidando bien la fuerza a aplicar y le ordené que abriera la puerta. Ningún humano podía hacerme frente a menos que usaran plata conmigo, pero yo no quería darle motivos a ese sujeto para terminar como compañero de celda de mi cliente. Tuve que hacer un poco de teatro y hacer que se fijara en el muchacho. Si eso no era un síndrome de abstinencia, —aunque me era imposible concretar en este momento a que— entonces yo era una perita en dulce.
Finalmente abrió la puerta para mí y ordenándole que trajera otra manta y algo de agua fresca, me adentré en la reja que se cerró detrás apenas cruce adentro. Lo escuché marcharse rápidamente. Ignoré el olor, las náuseas que me provocaban y el estado deplorable del lugar. La humedad solo acrecentaba el malestar de este muchacho y el de muchos de los presos que rondaban en el lugar, presos cuyos quejidos podía escuchar cuando, ocasionalmente, se abría y cerraba la puerta que separaba un ala de otra.
Me acerque al catre e hice amago de tomar la manta que había allí, pero estaba húmeda al tacto de mis dedos y olía tan mal como todo en este maldito sitio; la dejé donde estaba, siéndome inútil a mis propósitos como casi todo lo que había allí dentro. Era bueno saber que mi temperatura era alta. Me quité el saco, colgándolo en la reja y finalmente me hinqué junto al muchacho y lo levanté del suelo, recostándolo en mi brazo. Ligero y demacrado, fue como cargar un cadáver de lo frío que lo encontré, sin embargo, al mismo tiempo ardía en fiebre. No tuve el valor de apretarlo contra mí, temiendo que su dolor aumentara, pero esperé que mi temperatura pudiera hacer algo por él.
—Quisiera que no te murieras todavía, eso sería fatal para tu caso y ya ni decir como luciría en mi currículo. —Rezongué, escuchando la puerta al final del pasillo abrirse. El gendarme volvía, se acercó a la reja y me pasó la manta sin abrir la puerta. La tomé al vuelto; estaba seca. Cubrí al chico con esta y tras verlo unos instantes, tomé la decisión de sacarlo de allí, hoy mismo. Una fianza no sería problema para mí, pero había otras cosas más importantes a considerar. Caminos lodosos en los que no deseaba entrometerme.
Drazel Sarbu- Licántropo Clase Alta
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