AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Woodland —Privado
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Woodland —Privado
—Uno, dos, tres, pollito inglés. Cuatro, cinco, seis... ¿Qué era lo que venía luego? Eh, ¡en fin! —continuó canturreando mientras se paseaba por algún lugar del vasto mundo. No, del vasto mundo no, sino de París. Sabrán los dioses en dónde diablos se encontraba—. A este paso llegaré a China y seré famosa. ¡Seré la mejor exploradora del mundo! —Y se hizo un silencio abrumador—. Vale, eso no. Pero siempre quise decirlo. ¡Envidiosos!
¿Qué si a Loreena le daba miedo estar sola? No, en lo más mínimo. Ella, más bien, era un imán para atraer problemas raros porque, ¡se los buscaba! Sí, eran parte de su rutina diaria y no podía hacerlos a un lado. Y claro, eso también pasaba porque era muy cabezota, y poco le importaba hacer cosas sensatas. ¿Saben por qué? Por ser cosas aburridas, según ella. Así es, Loreena era como un animalito salvaje y pelirrojo que le gustaba merodear por los bosques, con el plus de que hablaba y sabía magia. Ah sí, y también tenía un apetito voraz, eso no hay que dejarlo a un lado.
Lo cierto es que la jovencita Mckennitt se hallaba paseando alegremente por alguna zona boscosa y apartada de la ciudad; sí, se encontraba en cierto lugar desconocido en donde no existiera ese tormento y algarabía típicos de las urbes grandes. ¡Ni podía ver a los pintores en la plaza sin que las personas no la fastidiaran! Es que ya ni el arte se podía contemplar en silencio, para admirarlo con el corazón... Bueno, ella era Loreena, y el efecto ese se le pasaba a los dos segundos, porque no podía parar quieta en ninguna parte. Así que prefería internarse en sitios en donde se sintiera más en contacto consigo misma, sin todas esas emociones desbordantes con las que debía lidiar en donde concurrieran muchos individuos.
Vestida como un niño de esos que buscan pleitos siempre y danzando como si tuviera calambres en los pies, siguió con su aventura, que no sabía en qué podría terminar, pero ahí estaba, sin miedo, sin vergüenza... sin tener la más mínima idea hacia dónde se dirigía. Quizá sería un buen momento para practicar magia, ya que hacía mucho que no usaba sus habilidades con el clima. Oh, aquello le traía tan buenos recuerdos. ¡Exacto! De cuando metía la pata constantemente, y en vez de hacer que dejara de llover, llovía más fuerte, casi como si invocara una tormenta; ¡o cuando quería frío y hacía más calor! Vaya, realmente era pésima en eso... ¿Y qué importaba? Lo que realmente contaba era su intención de hacer las cosas, ¿no?
—Por supuesto, eso es lo que cuenta, estimado narrador. ¡Momento! —se detuvo en seco, observando fijamente a algo—. ¡Un zorro! ¡Ven aquí!
No la juzguen, no estaba bien de la cabeza, y por eso estaba correteando al pobre animalillo entre la arboleda. Loreena corría y corría; el zorro se escapaba y se alejaba más. Y así estuvieron un rato bastante breve, porque de pronto el pequeño zorro se metió en el tronco de un árbol y la bruja... bueno, ella recibió un daño de menos diez puntos en la frente, terminando tirada en el suelo, mareada y diciendo cualquier improperio en irlandés (también en galo, porque había aprendido el lenguaje gracias a sus espíritus).
¿Qué si a Loreena le daba miedo estar sola? No, en lo más mínimo. Ella, más bien, era un imán para atraer problemas raros porque, ¡se los buscaba! Sí, eran parte de su rutina diaria y no podía hacerlos a un lado. Y claro, eso también pasaba porque era muy cabezota, y poco le importaba hacer cosas sensatas. ¿Saben por qué? Por ser cosas aburridas, según ella. Así es, Loreena era como un animalito salvaje y pelirrojo que le gustaba merodear por los bosques, con el plus de que hablaba y sabía magia. Ah sí, y también tenía un apetito voraz, eso no hay que dejarlo a un lado.
Lo cierto es que la jovencita Mckennitt se hallaba paseando alegremente por alguna zona boscosa y apartada de la ciudad; sí, se encontraba en cierto lugar desconocido en donde no existiera ese tormento y algarabía típicos de las urbes grandes. ¡Ni podía ver a los pintores en la plaza sin que las personas no la fastidiaran! Es que ya ni el arte se podía contemplar en silencio, para admirarlo con el corazón... Bueno, ella era Loreena, y el efecto ese se le pasaba a los dos segundos, porque no podía parar quieta en ninguna parte. Así que prefería internarse en sitios en donde se sintiera más en contacto consigo misma, sin todas esas emociones desbordantes con las que debía lidiar en donde concurrieran muchos individuos.
Vestida como un niño de esos que buscan pleitos siempre y danzando como si tuviera calambres en los pies, siguió con su aventura, que no sabía en qué podría terminar, pero ahí estaba, sin miedo, sin vergüenza... sin tener la más mínima idea hacia dónde se dirigía. Quizá sería un buen momento para practicar magia, ya que hacía mucho que no usaba sus habilidades con el clima. Oh, aquello le traía tan buenos recuerdos. ¡Exacto! De cuando metía la pata constantemente, y en vez de hacer que dejara de llover, llovía más fuerte, casi como si invocara una tormenta; ¡o cuando quería frío y hacía más calor! Vaya, realmente era pésima en eso... ¿Y qué importaba? Lo que realmente contaba era su intención de hacer las cosas, ¿no?
—Por supuesto, eso es lo que cuenta, estimado narrador. ¡Momento! —se detuvo en seco, observando fijamente a algo—. ¡Un zorro! ¡Ven aquí!
No la juzguen, no estaba bien de la cabeza, y por eso estaba correteando al pobre animalillo entre la arboleda. Loreena corría y corría; el zorro se escapaba y se alejaba más. Y así estuvieron un rato bastante breve, porque de pronto el pequeño zorro se metió en el tronco de un árbol y la bruja... bueno, ella recibió un daño de menos diez puntos en la frente, terminando tirada en el suelo, mareada y diciendo cualquier improperio en irlandés (también en galo, porque había aprendido el lenguaje gracias a sus espíritus).
Loreena Mckennitt- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 609
Fecha de inscripción : 17/06/2013
Localización : Por aquí, por allá... Por ajullá.
Re: Woodland —Privado
Si Caliban estaba buscando paz no era porque se sintiera atribulado. Había tenido un trago amargo cuando aquel inquisidor mató a su mentor herrero, y claro que le guardó luto, tal parecía que todos aquellos conectados con él estaban destinados a morir, eso lo llenaba de zozobra. No obstante, algo, o alguien, vino a disipar las nubes alrededor de su vida, la persona que siempre lo había conseguido, aunque ahora fuera más claro, más contundente, pues lo dejaba tocarla, y con ese simple acto, tranquilizaba todos sus demonios y todas sus pesadillas. Gemma, la mujer que desde siempre lo atormentó en sueños, al fin era suya. A medias, porque seguía casada, y era su madrina, una segunda madre, y a él lo querían casar con su hija, pero aún así, suya.
En las noches y en silencio, a hurtadillas y en la sombras, Caliban aprendió de artes amatorias con la misma mujer que le enseñó a controlar su magia. Y como era de suponerse, considerando que fue algo que deseó por años, estaba exultante de felicidad. Por eso quería paz, por eso quiso alejarse, no escuchar nada de su compromiso con Solange, para poder deleitarse a solas de las memorias de sus encuentros con Gemma, tan prohibidos y perversos, como sólo ella podía hacer las cosas.
Caliban acostumbraba a subirse a los techos de las casas en París para ver las estrellas. El firmamento siempre había sido detonante a sus visiones, aunque éstas no le dieran respuestas sobre su padre y su hermana. Quizá debería preguntarle a Gemma, pero la verdad era que cada vez que la veía, lo único que quería hacer era sentirla de nuevo, cerca, dentro, un sólo ente danzando en pecado.
Pero ahora no estaba en París, estaba en el bosque, y no había techos, había altos árboles de coníferas. No le fue difícil trepar a uno, el que consideró el más fuerte, y ahí se sentó en una gruesa rama, para que pudiera sostenerlo. Miró el horizonte, las luces de la ciudad encendiéndose al crepúsculo. Suspiró. Cuánto había cambiado todo desde que llegó a la ciudad, pues no tenía ningún otro lado al cual acudir. Cuánto había cambiado todo, en efeto.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el ruido de alguien acercándose. Miró a un zorro correr a toda velocidad, y luego a una chica besada por el fuego, tras él. Se puso de pie sobre la rama y observó. Si no se movía y no hacía ruido, quizá ella no lo notara y se iría rápido.
Casi se delata al querer reír cuando ella se golpeó la cabeza. Se sintió un poco mal de encontrar eso gracioso, ¡pero es que en verdad lo fue! Cuando pudo verla de nuevo, la vio sangrando, y eso sí que le preocupó. Miró a un lado y luego a otro, eran los únicos en el bosque. Debía ayudarla y esa buena voluntad suya iba a terminar por acabarlo.
Bajó del árbol y caminó hasta ella.
—Hey, ¿estás bien? —Se detuvo a unos cuantos pasos—. No voy a hacerte daño, parece que tú ya te hiciste el suficiente. —Señaló a medias la herida en su cabeza. Pensó en que si no hubiera estado él presente, un testigo incidental, tal vez ella se lo hubiera pasado un poco peor, tampoco es que la herida luciera de mucha consideración.
Caliban Ifans- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 58
Fecha de inscripción : 24/11/2015
Localización : París
Re: Woodland —Privado
Pregunta curiosa: ¿Quién era más resistente? ¿La cabeza de Loreena o el tronco del árbol? Quizá algunos, para no asegurar que la gran mayoría, diría que la cabeza de Loreena, pero no, para sorpresa de todos esos, ella terminó herida. ¡Magnífico golpe se dio! Casi como un búfalo embistiendo a otro, o un toro, o cualquier cosa con cuernos. Sin embargo, ella no estaba imitando a ningún animal, simplemente quería atrapar a un indefenso zorro para... ¿para qué? Buen punto. No lo sabía, porque así era Loreena, no tenía la más mínima idea de lo que hacía la mayor parte del tiempo, y se dejaba llevar por cualquier instinto de estupidez, a decir verdad. Y así había terminado, medio moribunda en el suelo, lanzando al aire cualquier improperio que se le ocurriera.
Pero, entre todo ese momento de confusión y malas palabras, alguien llamó su atención. ¿Por qué no se había percatado antes de que no se encontraba completamente sola? ¡Claro! La bruja ni prestaba atención por donde corría como gacela perseguida por un león, ¿cómo iba a darse cuenta de ese desconocido? Que para su etapa de cero lucidez mental le pareció demasiado curioso. Tal vez por el color de sus cabellos, tan blancos como la nieve. ¿Estaban en invierno ya? ¡Descubrió a un elfo! Un momento... ¿Hay elfos después de morirse? ¿Estaba muerta? Ni siquiera comió de manera digna para su apetito feroz... ¡Y cuánta tontería se le pasaba por la cabeza en tan crucial situación!
Loreena simplemente sacudió la cabeza, y ésta le resultó muy pesada, como si llevara una enorme bola de hierro encima del cuello. Además de estar mareada, notó un sombra que se deslizaba con lentitud por la nariz y parte de su visión. ¿Tan fuerte se había golpeado? La sangre en la punta de sus dedos le indicó que sí. Y sólo había una cosa por hacer cuando se acercó a ese extraño ser:
—¡Me voy a morir! Me moriré... ¡Voy a estirar la pata y ni siquiera he probado el postre de chocolate del pastelero ese nuevo! ¡No puedo irme así! —exclamó, extasiada, como una cabra fuera de control. Bueno, no, tanto así no. Pero sí exageraba lo suficiente—. San Pedro albino, o... ¡Quién seas! Envíame a la tierra ya, soy muy joven e inteligente como para quedarme aquí sin vengarme de ese zorro de porquería.
¿Zorro? Oh, cierto. Aquel recuerdo fue el motor para hacerla regresar al mundo real, y dejar de delirar un poquito. Incluso observó al muchacho de cabello blanco con extrañeza, e hizo lo que consideró más oportuno: tocarle el pelo para saber si era real o no.
—Uh, que suavecito... ¿Te echas aceite de flores? Aunque, espera, ¿cómo mantienes ese color? Deberías cubrirte las greñas, dicen que los diferentes son perseguidos por la Santísima y Mentirosísima Inquisición —dijo, un poco más cuerda que antes, a pesar de seguir sonando igual de incoherente—. Pero tengo dudas. Si los pelirrojos venimos del infierno, ¿los albinos vienen de dónde? Yo soy más de otoño... Me pega por lo celta, por la magia, y sí. Yo creo que a ti te va más el invierno. Por cierto, ¿tienes comida? El golpe me dio hambre.
Pero, entre todo ese momento de confusión y malas palabras, alguien llamó su atención. ¿Por qué no se había percatado antes de que no se encontraba completamente sola? ¡Claro! La bruja ni prestaba atención por donde corría como gacela perseguida por un león, ¿cómo iba a darse cuenta de ese desconocido? Que para su etapa de cero lucidez mental le pareció demasiado curioso. Tal vez por el color de sus cabellos, tan blancos como la nieve. ¿Estaban en invierno ya? ¡Descubrió a un elfo! Un momento... ¿Hay elfos después de morirse? ¿Estaba muerta? Ni siquiera comió de manera digna para su apetito feroz... ¡Y cuánta tontería se le pasaba por la cabeza en tan crucial situación!
Loreena simplemente sacudió la cabeza, y ésta le resultó muy pesada, como si llevara una enorme bola de hierro encima del cuello. Además de estar mareada, notó un sombra que se deslizaba con lentitud por la nariz y parte de su visión. ¿Tan fuerte se había golpeado? La sangre en la punta de sus dedos le indicó que sí. Y sólo había una cosa por hacer cuando se acercó a ese extraño ser:
—¡Me voy a morir! Me moriré... ¡Voy a estirar la pata y ni siquiera he probado el postre de chocolate del pastelero ese nuevo! ¡No puedo irme así! —exclamó, extasiada, como una cabra fuera de control. Bueno, no, tanto así no. Pero sí exageraba lo suficiente—. San Pedro albino, o... ¡Quién seas! Envíame a la tierra ya, soy muy joven e inteligente como para quedarme aquí sin vengarme de ese zorro de porquería.
¿Zorro? Oh, cierto. Aquel recuerdo fue el motor para hacerla regresar al mundo real, y dejar de delirar un poquito. Incluso observó al muchacho de cabello blanco con extrañeza, e hizo lo que consideró más oportuno: tocarle el pelo para saber si era real o no.
—Uh, que suavecito... ¿Te echas aceite de flores? Aunque, espera, ¿cómo mantienes ese color? Deberías cubrirte las greñas, dicen que los diferentes son perseguidos por la Santísima y Mentirosísima Inquisición —dijo, un poco más cuerda que antes, a pesar de seguir sonando igual de incoherente—. Pero tengo dudas. Si los pelirrojos venimos del infierno, ¿los albinos vienen de dónde? Yo soy más de otoño... Me pega por lo celta, por la magia, y sí. Yo creo que a ti te va más el invierno. Por cierto, ¿tienes comida? El golpe me dio hambre.
Loreena Mckennitt- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 609
Fecha de inscripción : 17/06/2013
Localización : Por aquí, por allá... Por ajullá.
Re: Woodland —Privado
Quiso reír, aún cuando sabía que no era momento para reír, la chica estaba herida y ahora que estaba más cerca pudo ver el hilito de sangre que recorría su rostro. Pero es que, a pesar del golpazo, la pelirroja parecía tan llena de ideas que éstas se desbordaban y luchaban todas por salir al mismo tiempo. Caliban creyó que era contraria a él, así, de primera impresión, pues el chico prefería callarse la mayoría de las veces, y en esta ocasión, aunque hubiera querido responder, no tuvo oportunidad, la joven hablaba mucho, muy rápido, lo aturdió.
Fue tomado por sorpresa cuando tocó su cabello. No era la primera que se mostraba intrigada, aunque sí la primera que estiraba la mano y de plano paseaba los dedos por los mechones blancos. Parpadeó y trató de acomodar sus ideas para poder, finalmente, decir algo.
—No vas a morir, sí estás herida, pero no es grave —le dijo al fin, y la que ella lo tocó, él hizo lo mismo, tomándola con suavidad del rostro para revisar rápidamente las heridas—. Me cuido mucho el cabello, sí —continuó con una risa, la soltó—, tienes razón, la Inquisición es especialista en buscar todo aquello que no es “normal” para ellos, lo cual es una paradoja, ya que a mí me parecen una panda de subnormales —sonó ligeramente más duro, por el recuerdo de su maestro herrero, muerto a manos de la Inquisición sólo por su relación con él; y claro, todo el asunto de su aldea, reducida a cenizas, por ser hechiceras todas. Su madre tenía el mismo peculiar color de cabello, eso lo recuerda muy bien, tal vez el rostro se muestre difuso a veces, pero el cabello siempre es blanco. Soltó aire.
—Espera, espera… ¿qué dijiste? ¿Eres celta? ¡Yo también! —Fue a decir más, pero se detuvo, no debía dejarse llevar por la emoción, tenía que ser más cuidadoso, aunque la joven exudaba magia, como él, podía trabajar para esa Inquisición que insultó antes—. Aunque…, tu acento… eres de Irlanda. —No fue una pregunta. Lo dijo de manera más serena, una reflexión nada más. No aclaró que él era galés, ni su nombre, todavía no, debía estar seguro que podía confiar en ella.
—Desgraciadamente no tengo comida, pero… podemos conseguir —ofreció, aún con sus reservas, las vivencias pasadas no ayudaban a que confiara tan fácilmente, mucho menos en Francia, aunque su vida se hubiera acomodado de mejor manera en los últimos días. Se relamió los labios y echó un vistazo a su alrededor.
—Supongo que sí, que el invierno es la estación que mejor va conmigo —respondió a una pregunta que había dejado pendiente. Después de otear el bosque, regresó los ojos azules a ella y su cabello rojo—. He escuchado de hechiceros que se rigen por las estaciones, dime, ¿tú eres uno de ellos? Alguna sacerdotisa de Áine, quizá —le sonrió, a pesar de sus propios temores. No valía la pena ocultar que no sabía lo que era ella, seguramente la chica estaba al tanto que él lo era también.
Caliban Ifans- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 58
Fecha de inscripción : 24/11/2015
Localización : París
Re: Woodland —Privado
Cualquier persona, en su sano juicio, estaría realmente preocupada por tener una herida en la cabeza, incluso hallaría la manera de poder curarla lo antes posible, no vaya a ser cosa de que traiga consecuencias más adelante. Una persona sensata lo haría, menos Loreena Mckennitt. ¿Acaso había algún problema con esta chica? La respuesta quedaría en la libre opinión de cada quien, porque siempre es fácil hacerse ideas antes de realmente adentrarse en la vida de alguien más. Sin embargo, con Loreena puede que haya un poco de razón cuando se le ve haciendo cosas poco... comunes. Básicamente ella misma ha preferido hallar alguna diferencia ante el resto. Tiene la firme convicción de la falsa moral en los demás y simplemente no quiere formar parte de esa media hipócrita.
No obstante, cuando se le ve correr tras un zorro, golpearse la cabeza con el tronco de un árbol de manera accidental y luego notar que no presta nada de atención a su herida por andar pensando en comida, bueno, eso puede resultar desconcertante, sobre todo para alguien que no tenga la más mínima idea de quién sea ella en realidad. Pero tampoco es algo que le sea molesto o de suma importancia. Las impertinencias de otros hay que tomárselas con calma, se ha dicho repetidas veces.
Aunque, en aquella ocasión, no resultó del modo que hubiera creído. Esa vez, al menos, se encontró con alguien que no mostraba indicios de esa falsedad que pululaba en la ciudad. Por esa misma razón, Loreena se le había acercado con excesiva confianza, como si lo conociera de toda la vida. Encontró al joven agradable, o mejor dicho, intuyó que así sería, así que no había peligro de tener que hacer alguna maldad sacada de su excesiva imaginación. Además, también era celta; también era hechicero; también consideraba a los inquisidores como hombres de las cavernas. Oh, pero si ya hasta le caía bien...
—Nah, ya sé que no me voy a morir, sólo quería saber si eras un muñeco de porcelana de la ciudad o alguien más humano —dijo, mientras se sacudía la ropa—. La verdad es que tengo acento irlandés, pero soy de Sri Lanka —agregó con absoluta seriedad. Si hubiera estado su abuelo presente, le habría dedicado una mirada fulminante—. ¡Vale! Sí, soy de Irlanda, descendiente de celtas y esas cosas... Últimamente hay mucho extranjero en esta cajita de muñecos. Hasta gente de la dinastía de José.
Asintió muy convincente. Sabía que había dicho el nombre mal, pero no recordaba con exactitud de dónde diablos era el vampiro que sabía cocinar comida de humanos tan buena... ¡Y ya le estaba gruñendo el estómago!
—No soy sacerdotisa de nadie, sólo me rijo por mi estómago y anda diciéndome que quiere comer justo ahora o habrán problemas. —Se dio unos ligeros golpes en el estómago, y luego hizo un movimiento con la mano, como queriendo restarle importancia a lo antes dicho—. Mi familia sigue a Morrigan, porque "según" es nuestro ancestro principal. Y, de hecho, creo que es uno de los espectros más poderosos de nuestro linaje. Tiene hasta una caballería de fantasmas, algo así. No estoy segura, mi abuelo piensa que mejor no me cuenta más cosas de lo que hace o mi cabeza explotará con tantas ocurrencias. No soy tan madura como las frutas.
Alzó los hombros con indiferencia y empezó a caminar hacia cualquier parte. Necesitaba comer siquiera frutos silvestres, o... O nada. Tendría que regresarse a casa antes de lo esperado, luego de haber recibido un daño de varios puntos menos de su resistencia física.
—¿Vendrás o prefieres seguir durmiendo en el árbol como un mono?
No obstante, cuando se le ve correr tras un zorro, golpearse la cabeza con el tronco de un árbol de manera accidental y luego notar que no presta nada de atención a su herida por andar pensando en comida, bueno, eso puede resultar desconcertante, sobre todo para alguien que no tenga la más mínima idea de quién sea ella en realidad. Pero tampoco es algo que le sea molesto o de suma importancia. Las impertinencias de otros hay que tomárselas con calma, se ha dicho repetidas veces.
Aunque, en aquella ocasión, no resultó del modo que hubiera creído. Esa vez, al menos, se encontró con alguien que no mostraba indicios de esa falsedad que pululaba en la ciudad. Por esa misma razón, Loreena se le había acercado con excesiva confianza, como si lo conociera de toda la vida. Encontró al joven agradable, o mejor dicho, intuyó que así sería, así que no había peligro de tener que hacer alguna maldad sacada de su excesiva imaginación. Además, también era celta; también era hechicero; también consideraba a los inquisidores como hombres de las cavernas. Oh, pero si ya hasta le caía bien...
—Nah, ya sé que no me voy a morir, sólo quería saber si eras un muñeco de porcelana de la ciudad o alguien más humano —dijo, mientras se sacudía la ropa—. La verdad es que tengo acento irlandés, pero soy de Sri Lanka —agregó con absoluta seriedad. Si hubiera estado su abuelo presente, le habría dedicado una mirada fulminante—. ¡Vale! Sí, soy de Irlanda, descendiente de celtas y esas cosas... Últimamente hay mucho extranjero en esta cajita de muñecos. Hasta gente de la dinastía de José.
Asintió muy convincente. Sabía que había dicho el nombre mal, pero no recordaba con exactitud de dónde diablos era el vampiro que sabía cocinar comida de humanos tan buena... ¡Y ya le estaba gruñendo el estómago!
—No soy sacerdotisa de nadie, sólo me rijo por mi estómago y anda diciéndome que quiere comer justo ahora o habrán problemas. —Se dio unos ligeros golpes en el estómago, y luego hizo un movimiento con la mano, como queriendo restarle importancia a lo antes dicho—. Mi familia sigue a Morrigan, porque "según" es nuestro ancestro principal. Y, de hecho, creo que es uno de los espectros más poderosos de nuestro linaje. Tiene hasta una caballería de fantasmas, algo así. No estoy segura, mi abuelo piensa que mejor no me cuenta más cosas de lo que hace o mi cabeza explotará con tantas ocurrencias. No soy tan madura como las frutas.
Alzó los hombros con indiferencia y empezó a caminar hacia cualquier parte. Necesitaba comer siquiera frutos silvestres, o... O nada. Tendría que regresarse a casa antes de lo esperado, luego de haber recibido un daño de varios puntos menos de su resistencia física.
—¿Vendrás o prefieres seguir durmiendo en el árbol como un mono?
Loreena Mckennitt- Hechicero Clase Alta
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