AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Los desposeídos de Dios [Donovan]
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Los desposeídos de Dios [Donovan]
Éline estaba donde debería estar. Rodeada de monstruos dispares, crueldades de la Naturaleza y boas marinas, la demente pelirroja podía pasar desapercibida e incluso acogida en aquel antro de engendros prodigiosos. Desposeídos de la gracia de Dios, trataban de ganarse la vida exponiendo sus peculiaridades para entretenimiento de las clases altas. Revolcándose en el barro como cuales cerdos de granja por tan sólo unas monedas. Me pregunto si la vida vale tanto la pena como para rebajarse hasta tamaña vileza, pero...¿quién soy yo para juzgar sino un mero narrador?
Un fuego, tan rojo como el de su cabello, recorría a la enferma por dentro. El señor Maspero callaba ahora para dejar hablar a los arcángeles en la mente de la desquiciada. Ellos se lamentaban al ver a la bella criatura de Dios que habían perdido. Éline ya nunca podría formar parte de su Coro Celestial. La demente podía escuchar sus penas, como un susurro sordo, apenas audible, dentro de su cabeza. Éline estaba demasiado ocupada tratando de liberarse de aquella sensación incómoda pero a la vez placentera que se instaló en sus entrañas. El señor Maspero no sabía cómo resolver aquella dolencia. ¿Cómo, esta vez, podría Éline liberarse del dolor?
El ambiente apestaba un tanto a orina y heces. Los gitanos de piel oscura casi no se percataron de la presencia de la pelirroja. A diferencia de en otros lugares de París, ellos no se presignaban ni rezaban a un Dios-que poco se molestaba por ellos-para que se llevase a la concubina de Satán lejos de su presencia. Para la gente extraña y exótica del circo, la pelirroja era sólo la loca, la loca Éline.
Y, Éline caminaba sin rumbo fijo. Sin mirar ni juzgar a nadie porque allí ella tampoco era observada ni juzgada. A escasos metros de donde ella estaba, unos enanos de circo recogían las pocas pertenencias que tenían, quizá para aventurarse a otras regiones donde la suerte les sonriera más.
Entre la oscuridad que reinaba, casi no se podía ver nada. Entonces, de pronto, algo distrajo la atención de la mente enferma de Éline. Una luz, tan pequeña como la de una luciérnaga, trataba de ocultarse entre los matorrales, como saltando de un lado a otro. Éline se adentró entre la maleza para cazar la luz. Lo que ella no sabía, pobre pelirroja perturbada, es que la luz solamente estaba en su transtornada mente. Cazó la luz imaginaria con ambas manos y las cerró, creando una jaula con sus delgados y finos dedos para evitar que se escapase.
-Mire, señor Maspero. He cazado un Hada.-susurró Éline al ruiseñor imaginario. La pelirroja se acercó las manos a los labios y murmuró algo, en un idioma casi inconprensible. ¿Sería Latín, griego? ¿O acaso una lengua que sólo ella podía comprender? En ese momento, abrió las manos y dejó escapar la imaginaria luz.
-Nadie debería estar atrapado en el vórtice de la carne y los huesos.-Dijo, con una voz calmada y pausada, y Éline sonrió placenteramente. Sin embargo, el fuego de su interior todavía seguía incordiándola. ¿Cuándo iba a parar? ¿qué hacer para apagarlo?
Un fuego, tan rojo como el de su cabello, recorría a la enferma por dentro. El señor Maspero callaba ahora para dejar hablar a los arcángeles en la mente de la desquiciada. Ellos se lamentaban al ver a la bella criatura de Dios que habían perdido. Éline ya nunca podría formar parte de su Coro Celestial. La demente podía escuchar sus penas, como un susurro sordo, apenas audible, dentro de su cabeza. Éline estaba demasiado ocupada tratando de liberarse de aquella sensación incómoda pero a la vez placentera que se instaló en sus entrañas. El señor Maspero no sabía cómo resolver aquella dolencia. ¿Cómo, esta vez, podría Éline liberarse del dolor?
El ambiente apestaba un tanto a orina y heces. Los gitanos de piel oscura casi no se percataron de la presencia de la pelirroja. A diferencia de en otros lugares de París, ellos no se presignaban ni rezaban a un Dios-que poco se molestaba por ellos-para que se llevase a la concubina de Satán lejos de su presencia. Para la gente extraña y exótica del circo, la pelirroja era sólo la loca, la loca Éline.
Y, Éline caminaba sin rumbo fijo. Sin mirar ni juzgar a nadie porque allí ella tampoco era observada ni juzgada. A escasos metros de donde ella estaba, unos enanos de circo recogían las pocas pertenencias que tenían, quizá para aventurarse a otras regiones donde la suerte les sonriera más.
Entre la oscuridad que reinaba, casi no se podía ver nada. Entonces, de pronto, algo distrajo la atención de la mente enferma de Éline. Una luz, tan pequeña como la de una luciérnaga, trataba de ocultarse entre los matorrales, como saltando de un lado a otro. Éline se adentró entre la maleza para cazar la luz. Lo que ella no sabía, pobre pelirroja perturbada, es que la luz solamente estaba en su transtornada mente. Cazó la luz imaginaria con ambas manos y las cerró, creando una jaula con sus delgados y finos dedos para evitar que se escapase.
-Mire, señor Maspero. He cazado un Hada.-susurró Éline al ruiseñor imaginario. La pelirroja se acercó las manos a los labios y murmuró algo, en un idioma casi inconprensible. ¿Sería Latín, griego? ¿O acaso una lengua que sólo ella podía comprender? En ese momento, abrió las manos y dejó escapar la imaginaria luz.
-Nadie debería estar atrapado en el vórtice de la carne y los huesos.-Dijo, con una voz calmada y pausada, y Éline sonrió placenteramente. Sin embargo, el fuego de su interior todavía seguía incordiándola. ¿Cuándo iba a parar? ¿qué hacer para apagarlo?
Éline Rimbaud- Fantasma
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Re: Los desposeídos de Dios [Donovan]
¿Por qué se encontraba en ese lugar? rodeado de los "mounstros" que la sociedad tanto repudiaba, que servían como expectáculo para ellos... Porque el mismo era un mounstro, su cara celestial y su cuerpo perfecto, eran el refugio de un alma maldita y una mente desfigurada.
Caminaba entre ellos, con pantalones holgados negros y la camisa de lana abierta, su violín en mano y el cabello desordenado, podía darse el lujo de finjir ser quien ser quién no era, podía andar ddiambulando entre ellos como un igual, sentirse liberado y dueño de su propio destino... podía sentirse como el humano que en algún momento fué.
Percibía un sin fin de aromas, pestilencia de la inmundicia humana, carne a medio cocer y medio podrir... y entre todo eso la percibió, percibió su dulce y enloquecedor aroma, diferente al de las demás personas que le rozaban o chocaban con él a causa de la ceguera provocada por la sombra nocturna; tomó su violín, cerró los ojos y se concentró solo en ella... una nota, dos, tres, una sinfonía completa que iban al compás de los latidos del corazón de aquella criatura.
-¡Música del diablo! ¡Usted...usted es el demonio mismo!
Gritó una anciana que lo miraba asustada, lo miró fijamente y decifró su mirada, conoció al demonio mismo esa noche y lo gritó a los siete vientos, quería que todos lod dioses la oyeran y acudieran en su axulio.
Terminó la melodía y abrio los ojos fijandolos en aquella mujer de días contados, escuchó como otros transeúntes de clase alta lo alababan por tal desempeño con el violín, caminó hacia la anciana y le sonrió cálidamente mientras se inclinada para quedar a la altura de su oído.
-Y usted ha tenido el gusto de conocerme
Le murmuró dejandola petrificada, se alejó de ahí y caminó, guiado por ese dulce aroma y ese sonido tan armonioso, se adentró en la vegetación y la encontró. ¡Oh pero que dulce mirada tenía aquel macabro y desquiciado ángel! su cabellera rojiza callendo sobre su rostro que miraba hipnotizado el contenido de sus manos, su pequeño cuerpo agazapado ocultando su descubrimiento.
Se ocultó en la sombras al lado de un árbol, tan cerca de ella que sentía el ritmo de su respiración, pero silencioso como si el mismo formara parte de aquella vegetación.
Caminaba entre ellos, con pantalones holgados negros y la camisa de lana abierta, su violín en mano y el cabello desordenado, podía darse el lujo de finjir ser quien ser quién no era, podía andar ddiambulando entre ellos como un igual, sentirse liberado y dueño de su propio destino... podía sentirse como el humano que en algún momento fué.
Percibía un sin fin de aromas, pestilencia de la inmundicia humana, carne a medio cocer y medio podrir... y entre todo eso la percibió, percibió su dulce y enloquecedor aroma, diferente al de las demás personas que le rozaban o chocaban con él a causa de la ceguera provocada por la sombra nocturna; tomó su violín, cerró los ojos y se concentró solo en ella... una nota, dos, tres, una sinfonía completa que iban al compás de los latidos del corazón de aquella criatura.
-¡Música del diablo! ¡Usted...usted es el demonio mismo!
Gritó una anciana que lo miraba asustada, lo miró fijamente y decifró su mirada, conoció al demonio mismo esa noche y lo gritó a los siete vientos, quería que todos lod dioses la oyeran y acudieran en su axulio.
Terminó la melodía y abrio los ojos fijandolos en aquella mujer de días contados, escuchó como otros transeúntes de clase alta lo alababan por tal desempeño con el violín, caminó hacia la anciana y le sonrió cálidamente mientras se inclinada para quedar a la altura de su oído.
-Y usted ha tenido el gusto de conocerme
Le murmuró dejandola petrificada, se alejó de ahí y caminó, guiado por ese dulce aroma y ese sonido tan armonioso, se adentró en la vegetación y la encontró. ¡Oh pero que dulce mirada tenía aquel macabro y desquiciado ángel! su cabellera rojiza callendo sobre su rostro que miraba hipnotizado el contenido de sus manos, su pequeño cuerpo agazapado ocultando su descubrimiento.
Se ocultó en la sombras al lado de un árbol, tan cerca de ella que sentía el ritmo de su respiración, pero silencioso como si el mismo formara parte de aquella vegetación.
-Nadie debería estar atrapado en el vórtice de la carne y los huesos
Escuchó su dulce voz y sonrió
Donovan O'Mallon- Vampiro Clase Alta
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Re: Los desposeídos de Dios [Donovan]
Fue la música. Música adornaba con notas estridentes, suaves, mortales y efímeras. Fue la música la que despertó a Éline de sus sueños de hadas y mantícoras y la trajo de nuevo al mundo al cual pertenecía.
No sabia exáctamente de donde provenía. Lo que sí sabía la pelirroja era que quería escuchar más. Ansiaba que aquella música le rompiera el alma en mil pedazos y le despedazara la víscera que hacía que pudiese andar, caminar y respirar como una muerta.
Oyó a la mujer gritar y pronunciar la palabra que los querubines tanto le habían susurrado al oído. Pero sólo lo percibió como un eco distante, remoto. Pues la pelirroja aún seguía drogada y extasiada por la música del violín de la Bestia. Quería más. Lo quería pues la demente bien sabía que ahora no podía esperar más de su Salvador.
Éline trató de buscar con su mirada al ser que profería tal melodía. El señor Maspero la guiaba en su búsqueda, como siempre hacía, encaminándola hacia su perdición. ¿De qué perdición estamos hablando? Si la enferma ya estaba condenada. Sólo le quedaba su sentencia de miles de años. Sólo su condena y su locura.
Y allí estaba él. Portando el hermoso violín en sus manos. Las ancianas del lugar se apartaban, dejando a los dos inmundos seres repudiados como protagonistas absolutos de la escena. Éline se acercó a la criatura de la noche. Dio un par de vueltas al rededor del hombre, como cual leona que acecha a su presa. Acercó sus pálidos labios al oído del hombre. Sigilosa y mortal como una víbora, le susurró las siguientes palabras:
-Tócala otra vez. Para mí. Soy la única que puede destripar los austeros designios escondidos tras las notas del demonio.-Éline sonrió lascivamente. El fuego crepitaba como en una hoguera en sus tripas y supo que no podría pararlo hasta que la melodía de la Bestia no penetrase en ella.
No sabia exáctamente de donde provenía. Lo que sí sabía la pelirroja era que quería escuchar más. Ansiaba que aquella música le rompiera el alma en mil pedazos y le despedazara la víscera que hacía que pudiese andar, caminar y respirar como una muerta.
Oyó a la mujer gritar y pronunciar la palabra que los querubines tanto le habían susurrado al oído. Pero sólo lo percibió como un eco distante, remoto. Pues la pelirroja aún seguía drogada y extasiada por la música del violín de la Bestia. Quería más. Lo quería pues la demente bien sabía que ahora no podía esperar más de su Salvador.
Éline trató de buscar con su mirada al ser que profería tal melodía. El señor Maspero la guiaba en su búsqueda, como siempre hacía, encaminándola hacia su perdición. ¿De qué perdición estamos hablando? Si la enferma ya estaba condenada. Sólo le quedaba su sentencia de miles de años. Sólo su condena y su locura.
Y allí estaba él. Portando el hermoso violín en sus manos. Las ancianas del lugar se apartaban, dejando a los dos inmundos seres repudiados como protagonistas absolutos de la escena. Éline se acercó a la criatura de la noche. Dio un par de vueltas al rededor del hombre, como cual leona que acecha a su presa. Acercó sus pálidos labios al oído del hombre. Sigilosa y mortal como una víbora, le susurró las siguientes palabras:
-Tócala otra vez. Para mí. Soy la única que puede destripar los austeros designios escondidos tras las notas del demonio.-Éline sonrió lascivamente. El fuego crepitaba como en una hoguera en sus tripas y supo que no podría pararlo hasta que la melodía de la Bestia no penetrase en ella.
Éline Rimbaud- Fantasma
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Re: Los desposeídos de Dios [Donovan]
Allí estaba, aquel ángel de alas desgarradas, mirada perdida y mente desquiciada, la miró acercarse a ella mientras que el mundo a su alrededor desaparecía; la gente se hacía a un lado por temor o por admiración... daba lo mismo, ahora Donovan no tenía ojos para nadie más.
Sonrió divertido al ver como la joven caminaba en círculos a su alrededor, acrtando cada vez más la distancia entre ellos, dibujando un universo donde solo existían ellos dos, no despojó a sus ojos de tan hermosa visión: cabellera de fuego medio muerto danzando al viento, ojos azules refulgientes a la luz de la luna, cuerpo magistral que volvería loco hasta al mismo demonio... si no es que este ya estaba de más extaciado con el bamboleo de caderas de aquella creatura al acercar su cuerpo al suyo.
Sintió el aura de calor que despedía hacia su gélido cuerpo, percibió de golpe el aroma tan puro que se desprendía volátil del cuerpo de la humana, s imaginó el cosquilleo que los labios de aquella mujer provocaban en su oreja y las caricias de sus palabras sobre su piel, aspiró profundo y cerró los ojos eliminando cualquier espacio que pudiera haber entre ellos.
- ¿Quién entiende mejor a un maldito mounstro, que aquella figura de embrujada alma?, si decifras el sonido, las palabras ocultas en cada nota... la muerte de tu alma será enminente y tendrás al mismisimo demonio a tus pies
Se separó de la demente dando unos pasos atrás dedicandole la más encantadora de sus sonrisas y comenzó a tocar.
Sonrió divertido al ver como la joven caminaba en círculos a su alrededor, acrtando cada vez más la distancia entre ellos, dibujando un universo donde solo existían ellos dos, no despojó a sus ojos de tan hermosa visión: cabellera de fuego medio muerto danzando al viento, ojos azules refulgientes a la luz de la luna, cuerpo magistral que volvería loco hasta al mismo demonio... si no es que este ya estaba de más extaciado con el bamboleo de caderas de aquella creatura al acercar su cuerpo al suyo.
Sintió el aura de calor que despedía hacia su gélido cuerpo, percibió de golpe el aroma tan puro que se desprendía volátil del cuerpo de la humana, s imaginó el cosquilleo que los labios de aquella mujer provocaban en su oreja y las caricias de sus palabras sobre su piel, aspiró profundo y cerró los ojos eliminando cualquier espacio que pudiera haber entre ellos.
- ¿Quién entiende mejor a un maldito mounstro, que aquella figura de embrujada alma?, si decifras el sonido, las palabras ocultas en cada nota... la muerte de tu alma será enminente y tendrás al mismisimo demonio a tus pies
Se separó de la demente dando unos pasos atrás dedicandole la más encantadora de sus sonrisas y comenzó a tocar.
Donovan O'Mallon- Vampiro Clase Alta
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Re: Los desposeídos de Dios [Donovan]
La música del violín, de nuevo, inundó cada poro de su blanquecina piel. Sus ojos azules se tornaron salvajes ante la música del vampiro. Éline se tumbó cuán larga era. Sus cabellos rojizos quedaban esparcidos por la hierba reseca. La demente entreabrió la boca y dejó escapar un suspiro de plena satisfacción. El fuego se iba extinguiendo conforme la melodía iba alcanzando su clímax.
Éline movía su cuerpo de forma sensual al ritmo de las notas endemoniadas. Para ella no existía más que la música. Éline parecía hiipnotizada por la melodía ¿Qué clase de hechizo era ése? El Señor Maspero voló despavoridamente al contemplar la mirada feroz de la demente. Pero, por primera vez, Éline no se dio cuenta de la marcha de su amigo y guía. Ella cerraba sus ojos al mundo para sólo dejar hueco en su alma a la música del Diablo. Estaba como en pleno éxtasis. Éline nunca había experimentado una cosa así.
Pero tal parecía que la música del Diablo se contentaba con fatigar a las personas débiles de corazón y, poco a poco, el placer se mezclaba con el dolor en un amasijo de contradicción, de recuerdos de una vida pasada. Por cada stretto una punzada de calvario se tallaba en el alma de la pelirroja.
Sombras del pasado importunaban ahora a Éline. ¿Cuándo había sido ella feliz? ¿En qué momento quiso morir? Dios y el Diablo se peleaban por su alma. ¿Cuál de los dos había vencido? Los querubines lloraban su pérdida. ¿Quién era ella ahora?
-¡Basta! Sierpe de los matorrales, ¿a dónde has ido?-Preguntó Éline al cielo.-Quiero que pares.-Los ojos de Éline miraron directamente al vampiro y sus ojos brillaron como nunca antes.-No quiero saber, no quiero recordar. Todas las memorias se las tragó el océano. No quiero recordar, no quiero recordar...-Su voz se iba quebrando poco a poco y se cubrió el rostro con las dos manos. Su cuerpo comenzó a temblar al ritmo de pequeñas convulsiones. Tal parecía que la enferma había irrumpido en sollozos. Pero no resbalaba ninguna lágrima de sus ojos.
Cuando la enferma se apartó las manos de la cara, dejó descubrir una expresión de macabra bonanza, estallando en salvajes carcajadas.
-Cierto es que el Leviatán no puede llorar. Los Serafines lo hacen por él. Es un Fénix roto por la culpa.-Éline dio una vuelta sobre sí misma, con una gracia que envidiaría hasta la Primera bailarina del Ballet Imperial.-Ambos, condenados, terminaremos en la Caverna del León. Seguramente, nos arrancarán la piel. Juzgados. No hay perdón. Pero, mientras...Disfrutemos. ¡Quiero oir el llanto de los ángeles!.-Gritó y el fuego en ella estalló en su vientre.-Quiero oir el llando de los ángeles.-Repitió, esta vez de forma más suave. Se acercó al vampiro, lamió su cuello y lo miró lascivamente.
Off: ya estoy de vuelta, Donovan
Éline movía su cuerpo de forma sensual al ritmo de las notas endemoniadas. Para ella no existía más que la música. Éline parecía hiipnotizada por la melodía ¿Qué clase de hechizo era ése? El Señor Maspero voló despavoridamente al contemplar la mirada feroz de la demente. Pero, por primera vez, Éline no se dio cuenta de la marcha de su amigo y guía. Ella cerraba sus ojos al mundo para sólo dejar hueco en su alma a la música del Diablo. Estaba como en pleno éxtasis. Éline nunca había experimentado una cosa así.
Pero tal parecía que la música del Diablo se contentaba con fatigar a las personas débiles de corazón y, poco a poco, el placer se mezclaba con el dolor en un amasijo de contradicción, de recuerdos de una vida pasada. Por cada stretto una punzada de calvario se tallaba en el alma de la pelirroja.
Deleite
Pesar
Dicha
Aflicción
Gozo
Suplicio
Pesar
Dicha
Aflicción
Gozo
Suplicio
Sombras del pasado importunaban ahora a Éline. ¿Cuándo había sido ella feliz? ¿En qué momento quiso morir? Dios y el Diablo se peleaban por su alma. ¿Cuál de los dos había vencido? Los querubines lloraban su pérdida. ¿Quién era ella ahora?
-¡Basta! Sierpe de los matorrales, ¿a dónde has ido?-Preguntó Éline al cielo.-Quiero que pares.-Los ojos de Éline miraron directamente al vampiro y sus ojos brillaron como nunca antes.-No quiero saber, no quiero recordar. Todas las memorias se las tragó el océano. No quiero recordar, no quiero recordar...-Su voz se iba quebrando poco a poco y se cubrió el rostro con las dos manos. Su cuerpo comenzó a temblar al ritmo de pequeñas convulsiones. Tal parecía que la enferma había irrumpido en sollozos. Pero no resbalaba ninguna lágrima de sus ojos.
Cuando la enferma se apartó las manos de la cara, dejó descubrir una expresión de macabra bonanza, estallando en salvajes carcajadas.
-Cierto es que el Leviatán no puede llorar. Los Serafines lo hacen por él. Es un Fénix roto por la culpa.-Éline dio una vuelta sobre sí misma, con una gracia que envidiaría hasta la Primera bailarina del Ballet Imperial.-Ambos, condenados, terminaremos en la Caverna del León. Seguramente, nos arrancarán la piel. Juzgados. No hay perdón. Pero, mientras...Disfrutemos. ¡Quiero oir el llanto de los ángeles!.-Gritó y el fuego en ella estalló en su vientre.-Quiero oir el llando de los ángeles.-Repitió, esta vez de forma más suave. Se acercó al vampiro, lamió su cuello y lo miró lascivamente.
Off: ya estoy de vuelta, Donovan
Éline Rimbaud- Fantasma
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Re: Los desposeídos de Dios [Donovan]
Disfrutaba la imagen de placer ajeno que se llevaba a cabo frente a él, único espectador que era capaz de comprender el lenguaje encriptado en los movimientos febriles de una loca pasional, las llamaradas de lujuria rozaron su cuerpo nublando su mente enfocando una única imagen... la figura celestial pálida y oura de una virgen de cabellos rojos y perdida mirada.
Siguió tocando, cambiando acordes, aumentando la velocidad, apaciguando el ritmo... ella era su títere en el cual no necesitaba hilos para crear perfectos movimientos que extaciaran su retorcida alma, que lo incitaran a reclamarla como suya, pero ¿acaso no lo era ya? el demonio había susurrado su nombre entre efímeras palabras, lo había reconocido y él la había marcado con su aroma, la reconocería donde quiera que fuese.
Las notas seguían flotando estallando contra la pred invisible que formaba la voz desquebrajada de su pequeño manojo de insanidad, sus verdes ojos recorrieron a la desesperada figura que ya no se retorcia de placer... sino de dolor, un dolor que lejos de causarle lástima solo lograba excitarlo más; sus dedos disminuyeron las notas, la suavidad en ellas se escuchó a lo lejos hasta que no hubo nada mas que silencio.
Siempre he estado aquí, ¿no me veías?¿no me sentías acaso sobre ti cada vez que creías que soñabas? Yo se que reconocer esas marcas como mías
El sonido cesó por completo, el vampiro bajó el violín caminando un poco hacia el cuerpo tendido de aquella fantasmagorica figura deteniendose cerca para admirarla en todo su esplendor; sonrió al ver ese frágil cuerpo desfallecer y triunfó sobre todo el sentimiento de egoísmo al verla de nuevo sobre sus pies acercandose a ella como vívora buscando donde depositar todo su veneno.
-No se puede ser condenado a algo que disfrutas...
Su cuerpo se estremeció bajo el roce fugaz de aquella lengua que recorría su gélida piel, no la dejaría ir había abierto una puerta que era dificil de cerrar, su mano se deshizo del arco que le daba vida a las notas del infierno para poder prderse en la cintura de la mujer jalandola hacia si para poder aspirar mejor su aroma y saborear su piel.
Su lengua dibujo un delicado camino sobre los labios carmín de aquel ser que se retorcía bajo su toque, su mano acarició la espalda cubierta por esa piel de porcelana que hervía por la hoguera que emanaban ambos cuerpos.
Siguió tocando, cambiando acordes, aumentando la velocidad, apaciguando el ritmo... ella era su títere en el cual no necesitaba hilos para crear perfectos movimientos que extaciaran su retorcida alma, que lo incitaran a reclamarla como suya, pero ¿acaso no lo era ya? el demonio había susurrado su nombre entre efímeras palabras, lo había reconocido y él la había marcado con su aroma, la reconocería donde quiera que fuese.
Las notas seguían flotando estallando contra la pred invisible que formaba la voz desquebrajada de su pequeño manojo de insanidad, sus verdes ojos recorrieron a la desesperada figura que ya no se retorcia de placer... sino de dolor, un dolor que lejos de causarle lástima solo lograba excitarlo más; sus dedos disminuyeron las notas, la suavidad en ellas se escuchó a lo lejos hasta que no hubo nada mas que silencio.
Siempre he estado aquí, ¿no me veías?¿no me sentías acaso sobre ti cada vez que creías que soñabas? Yo se que reconocer esas marcas como mías
El sonido cesó por completo, el vampiro bajó el violín caminando un poco hacia el cuerpo tendido de aquella fantasmagorica figura deteniendose cerca para admirarla en todo su esplendor; sonrió al ver ese frágil cuerpo desfallecer y triunfó sobre todo el sentimiento de egoísmo al verla de nuevo sobre sus pies acercandose a ella como vívora buscando donde depositar todo su veneno.
-No se puede ser condenado a algo que disfrutas...
Su cuerpo se estremeció bajo el roce fugaz de aquella lengua que recorría su gélida piel, no la dejaría ir había abierto una puerta que era dificil de cerrar, su mano se deshizo del arco que le daba vida a las notas del infierno para poder prderse en la cintura de la mujer jalandola hacia si para poder aspirar mejor su aroma y saborear su piel.
Su lengua dibujo un delicado camino sobre los labios carmín de aquel ser que se retorcía bajo su toque, su mano acarició la espalda cubierta por esa piel de porcelana que hervía por la hoguera que emanaban ambos cuerpos.
Donovan O'Mallon- Vampiro Clase Alta
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Re: Los desposeídos de Dios [Donovan]
Allí, en el circo de los gitanos, Éline se preparaba para entregarse al vampiro. Las dos figuras envueltas en las tinieblas de la noche se encontraban apartadas, cerca de unos matorrales. Nadie más prestaba atención a la blasfema escena. Una vieja que prendía el fuego de la hoguera. Otros calentaban la sopa. Todos demasiado ocupados como para intentar salvar a la pelirroja de las garras de la oscuridad. Pero Éline quería caer. Sí, ella quería caer.
Las voces de los ángeles sangrantes habían parado. Éline sólo sentía la sangre agolpándose en sus sienes, a causa de la emoción. El señor Maspero aún estaba ahí, tratando de alejar a la pelirroja del mal al que ella, consciente, se había arrojado. Si Dios ya no la escuchaba, si Dios la había abandonado, ahora ella había encontrado otro salvador; El Salvador del Mal.
"Corre, criatura de Dios. Huye. Es el Diablo. El Diablo quien te está atrayendo a sus garras. Como cual Aracne"
Pero la demente no escuchaba. Ya no escuchaba. Éline dejó que la lengua viperina del vampiro recorriese toda su boca, sintiendo como el fuego explotaba en su interior y la empapaba de una réproba euforia. La pelirroja ya había firmado su sentencia al corresponder al beso perverso de quien está a las órdenes de la oscuridad.
El señor Maspero y el Diablo se disputaban el alma de la demente. El ruiseñor no se daba por vencido; creía poder salvar aún a Éline.
El señor Maspero piaba con desesperación.
"Huye. ¡¿No lo ves?! Es un condenado. ¿No ves que te arrastará hasta el fango de los malditos?"
Y el Diablo: "El cabello rojo como el fuego. Siempre has estado marcada. Eres mía desde el principio. No hay manera de salvarte. Sólo déjate llevar. Es lo que quieres"
Éline recorrió con su boca escarlata los labios del vampiro, que estaban fríos y carentes de vida. Pero a Éline eso, incluso, la sedujo mucho más. Tal era la excitación de la demente que, fogosa y ardiente, mordió los labios de aquel Diablo. Él era tan perfecto. ¿Cómo podía ser un Hijo de las Tinieblas? Una criatura tan maravillosa no podía tener maldad. ¿O sí?
Mientras la demente seguía disfrutando de aquel contacto prohibido y, a la misma vez, divino, su mano izquierda se deslizó por todo el torso de aquel ángel caído hasta llegar a palpar su sexo.
Los labios aterciopelados de la pelirroja continuaron con su camino hasta que se posaron en el oído del vampiro.
-Dame tu sangre. Quiero probar tu sangre.-Susurró Éline con un suspiro de excitación. Con esas palabras, Éline se entregaba al destino que los Hados le habían anunciado. Ya no era criatura de Dios. Y quizá nunca lo fue. Éline estaba manchada. Nunca podría volver a mirar a la cara de Dios, al igual que los ángeles caídos de Lucifer. Los dos monstruos se entregaban a su frenesí enfermizo, queriendo retar a aquel que mora en las alturas.
Las voces de los ángeles sangrantes habían parado. Éline sólo sentía la sangre agolpándose en sus sienes, a causa de la emoción. El señor Maspero aún estaba ahí, tratando de alejar a la pelirroja del mal al que ella, consciente, se había arrojado. Si Dios ya no la escuchaba, si Dios la había abandonado, ahora ella había encontrado otro salvador; El Salvador del Mal.
"Corre, criatura de Dios. Huye. Es el Diablo. El Diablo quien te está atrayendo a sus garras. Como cual Aracne"
Pero la demente no escuchaba. Ya no escuchaba. Éline dejó que la lengua viperina del vampiro recorriese toda su boca, sintiendo como el fuego explotaba en su interior y la empapaba de una réproba euforia. La pelirroja ya había firmado su sentencia al corresponder al beso perverso de quien está a las órdenes de la oscuridad.
El señor Maspero y el Diablo se disputaban el alma de la demente. El ruiseñor no se daba por vencido; creía poder salvar aún a Éline.
El señor Maspero piaba con desesperación.
"Huye. ¡¿No lo ves?! Es un condenado. ¿No ves que te arrastará hasta el fango de los malditos?"
Y el Diablo: "El cabello rojo como el fuego. Siempre has estado marcada. Eres mía desde el principio. No hay manera de salvarte. Sólo déjate llevar. Es lo que quieres"
Éline recorrió con su boca escarlata los labios del vampiro, que estaban fríos y carentes de vida. Pero a Éline eso, incluso, la sedujo mucho más. Tal era la excitación de la demente que, fogosa y ardiente, mordió los labios de aquel Diablo. Él era tan perfecto. ¿Cómo podía ser un Hijo de las Tinieblas? Una criatura tan maravillosa no podía tener maldad. ¿O sí?
Mientras la demente seguía disfrutando de aquel contacto prohibido y, a la misma vez, divino, su mano izquierda se deslizó por todo el torso de aquel ángel caído hasta llegar a palpar su sexo.
Los labios aterciopelados de la pelirroja continuaron con su camino hasta que se posaron en el oído del vampiro.
-Dame tu sangre. Quiero probar tu sangre.-Susurró Éline con un suspiro de excitación. Con esas palabras, Éline se entregaba al destino que los Hados le habían anunciado. Ya no era criatura de Dios. Y quizá nunca lo fue. Éline estaba manchada. Nunca podría volver a mirar a la cara de Dios, al igual que los ángeles caídos de Lucifer. Los dos monstruos se entregaban a su frenesí enfermizo, queriendo retar a aquel que mora en las alturas.
Y el alma de Éline voló lejos. ¿Quién ganará la batalla; Dios o el Diablo?
Éline Rimbaud- Fantasma
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