Argent et l'Or (Libre)

No si me das la palabra como yo a ti mismo. Considera primeramente esto: si crees que alguien preferiría gobernar entre temores a dormir tranquilo, teniendo el mismo poder, créeme, gobernará sobre todos. El poder es algo que siempre llega a corromper a una persona desde lo más dentro de su propio corazón. No se siente ningún ápice de misericordia. En realidad nada está bien para cuando una persona llega demasiado tarde a rescatarla de entre las sombras de la oscuridad. Máni estaba volviéndose cada vez más hacia sí mismo en aquella noche de luna llena.

Cuando finalmente las luces del alba asomaron por encima del horizonte Máni se quedo resguardado dentro de una cabaña abandonada en la que se quedo sobre una cama que habia dejado de estar en uso. Parecia haber sangre seca pero no hizo caso alguno y se dispuso a dormir hasta que su cuerpo se recuperase.

Cuando pasaron varias horas se encontraba en el mismo lugar, desnudo como dios le trajo al mundo. Fue despertandose y pensando en volver a casa se paro en otra cabaña en la que cogio prestada ropa de hombre para no ir a su residencia completamente en cueros. Su mujer ni le saludo pues la mantuvo preocupada completamente toda la noche, estaba enfada. Su hija tampoco queria hablar con él, es mas, descubrio que no volveria en unos dias debido a que habia ropa revuelta en el dormitorio de Elisha. Se acicalo y vistio con sus ropas y salio en busca del cariño de Quimera, pero esta tampoco estaba en su residencia. Estaba preguntándose que es lo que habia hecho para merecer esto o para que ahora nadie le dirigiera la palabra.


Se dirigio hacia el bosque de nuevo. Se detuvo en aquella cabaña abandonada en la que habia estado descansando. Aun estaba vacia por lo que se detuvo en ella y se quedo observándola, recorrio cada pasillo por el que iba y observaba las imagenes de las paredes. Solo suspiros salian de sus fosas nasales, Máni salio de aquella cabaña y fue de nuevo hasta la residencia de Quimera. Nada. Aun no habia vuelto a aparecer por su residencia.

Estaba seguro de que estaba en una de sus misiones ya que se le lanzaba a los brazos cada vez que este aparecia por la puerta. Casi como cuando casi le tira por las escaleras de su entrada principal y como hicieron el amor al rato después. Mirando a cada lado de la ciudad, al fondo se distinguía la torre eiffel. Lugar romantico para estar con una amante o con la siesa de su esposa.

De todas maneras se fue a comer a un restaurante de la ciudad y se estaba sintiendo completamente vigilado. Era exasperante.

París. Tanta fama que precedía a la ciudad y tras milenios teniendo que vivir en ciudades distintas todas me parecían la misma simplemente evolucionando con el paso del tiempo. La arquitectura era diferente, el arte era diferente, las personas también lo eran al igual que los idiomas que generalmente se volvían una voz molesta igual que el murmullo de miles de abejas zumbando a mi alrededor. Había aprendido a aislarme de la vida del ser humano y de todo aquello que pudiese molestarme. Pero lamentablemente tenía que permanecer encerrada hasta la noche. No recordaba cuándo había sido el momento en que mi piel había sentido la luz del sol por última vez, su calor, la vida que regalaba con solo su presencia.

Ya era de noche. El mundo estaba comenzando a dormir y yo acababa de salir. Quizá por esa canción me había vuelto tan huraña, tan inaccesible a todo aquel que quisiese ofrecerme su mano para poder seguir caminando, al menos, una parte del camino, ese camino que para mí aún no tenía fin alguno.

Mi bien querida Susette me acompañaba cada vez que salíamos de paseo. Ella también había tenido que abrazar la inmortalidad por mi mano poderosa, pero era igual que una niña pequeña, una joven que gozaba aún descubriendo sus poderes sobrenaturales, asombrándose con cada ciudad que visitábamos. Al fin y al cabo, tenía tan solo doscientos años.

— Señora, creo que se ha excedido en esta ocasión. Este vestido es demasiado bonito para una dama de mi posición —susurró sin poder dejar de acariciar la tela tan exquisita que envolvía su cuerpo rodeado por aquellas ropas interiores que nos hacían lucir más curvilíneas, más dotadas y propensas para que el hombre se fijase en nosotras. Tendencias de seducción, iguales a los bailes de los animales. Parecíamos continuamente pavos reales mostrando la hermosura de nuestras plumas para pescar un marido en época de celo.

— ¿Tu posición, Susette? ¿Qué posición es esa? —pregunté con el mentón alzado antes de mirarle de reojo y regalarle una sonrisa complaciente.

Ella, avergonzada, bajó la mirada. Sabía que se sentía inferior a todo lo que yo pudiese entregarle, pero me sobraba el dinero y ella era fiel a mí por lo que no tenía que temer hacerle algún que otro obsequio para que permaneciese feliz y contenta.

Aún recordaba el primer regalo que había recibido de mi parte. Sus ojos se habían llenado de lágrimas pues no había disfrutado de ninguna Navidad, de ningún cumpleaños ni ninguna fiesta en la que pudiesen entregarle algún presente. Todo lo que tenía era heredado puesto que su familia había sido tan pobre que a duras penas sin época de vacas flacas habían podido llevarse un mendrugo de pan a la boca.

Me recordaba a mí, en cierta forma. Hasta que no pude entrar a trabajar como criada de la primera esposa de Mentuhotep II tampoco había tenido qué comer en las épocas donde más se necesitaba llenar el cuerpo de alimentos para trabajar duramente en los campos, en las casas, en los palacios, donde fuese preciso.

Entonces, un aroma llegó a mis fosas nasales. Un aroma diferente al que desprendía un humano o la misma Susette. Era un aroma del enemigo por naturaleza de mi especie. Desde hacía tiempo había aprendido a no exaltarme cuando ese tipo de criaturas llegaban hasta la zona que solía llamar "mi reino", ese espacio vital de un kilómetro a la redonda. Pero Susette aún era una mujer muy impulsiva, no controlaba el dominio de su monstruo interno. No obstante, tenía que aprender, así que habiendo reconocido sin problema alguno quién era el hombre que desprendía tal fragancia, obligué a Susette a calmarse antes de que juntas caminásemos hacia el mismo restaurante de la ciudad.

Mi presencia impuso a todo ser que estaba allí, siempre ocurría, había algo en mí, quizá mi porte o mi mirada felina que obligaba a todo el mundo a girarse. Jamás pasaba desapercibida. No obstante, acostumbrada a ello, con barbilla en alto y sin mirar a nadie en particular, me dirigí hacia una mesa libre, justo la que estaba al lado del licántropo que parecía irradiar tanta molestia como mi queridísima Susette.

— Buenas noches —saludé al hombre inclinando ligeramente mi cabeza antes de mirar de reojo a Susette que se limitó a inclinarse ante ese hombre.

Le habría parecido un poco más eterno si la mujer que le había saludado no lo habría hecho. Máni miro a las mujeres que se reverenciaban ante él y este solamente las miro con firmeza preguntándose qué interés tendrían en él. Nuestro interés se encuentra en la orilla peligrosa de las cosas. Aunque la paz es un logro, es el interés el que mantiene la paz. Los autores han dicho siempre en sus prólogos y se lo han llegado a creer ellos mismos, que escriben para el público; no sería malo que se desengañasen de este error. Los no leídos y los silbados escriben evidentemente para sí; los aplaudidos y celebrados escriben por su interés, alguna vez por su gloria; pero siempre para sí.

- buenas noches – Saludo Máni Gilmerië a las mujeres y el mesero enseguida tomo nota al licántropo de lo que este quería para comer esa noche en el restaurante ignorando el hecho de que las mujeres podían estar todavía estudiándole con la mirada cosa que él estaba intentando mirar hacia ellas, pero la tensión era tan evidente que parecía que no querían pasar de él o de lo que fuera a hacer a continuación. Eso es algo que le molestaba al licántropo. Que le mirasen fijamente mientras vivía su vida y prácticamente odiaba eso del todo.

En un momento se levantó de la mesa en la que estaba para irse hacia otra mesa mucho más alejada entonces un mesero se acercó a las mujeres.
- Lo lamento señoritas, pero el señor no quiere ser molestado. Es un cliente habitual por lo que queremos que siga así y preferimos que siga de esa manera. – El mesero tenía un rostro serio y de pocos amigos por lo que prefería que se le hiciera caso de inmediato. No obstante estaba esperando a que algo más ocurriera en el restaurante, pero no. Estaba todo tranquilo de momento y el mesero se fue hacia las cocinas en donde seguiría dando órdenes a tutiplén para que todo fuera en perfectas condiciones.

Cuando parecía que había habido una pausa, más personas entraron en el restaurante, como si fuera una gran familia de la que estuvieran esperando el restaurante. Máni entonces alzo la mirada desde su nueva posición y observo al grupo. Una familia al parecer numerosa entraba sonriente y feliz. Que pena que no tuviera una estabilidad en lo que se refiere en temas personales y relacionales. Estaba prácticamente confundido y no sabia que hacer con todas las relaciones en activo que tenia en el momento.