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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Nora Salazar Sáb Sep 09, 2017 3:47 pm

Madame Moreau la iba a matar. ¡Qué digo, matar! La iba a enterrar vivita y coleando junto a la sobria tumba de su señora madre, que en paz descanse. Nora corría todo lo que le permitían sus finas piernas, pero no era suficiente para evitar la furia de la dueña del burdel. Y es que, a no ser que tuviera el poder necesario para viajar atrás en el tiempo, poco podía hacer para deshacer el enredo en el que se había metido. Pero ¿qué culpa tenía ella si el tipo con el que se había visto era un caradura? Necesitaba esas hierbas para el sangrado. Una gran parte de los francos que ganaba estaban destinados a comprar las suficientes para no traer al mundo a más bebés indeseados. Además, debía ser el único que las podía conseguir de manera rápida, porque todas las prostitutas que conocía acudían a él para hacerse con ellas, y el muy canalla lo sabía bien.

Hasta ese día, Nora no había tenido más rifirrafes con el tipo que los más habituales, casi siempre relacionados con la tardanza en llegar por parte de él. Porque sí, aparecía cuando le daba la real gana y no en los horarios que ya habían estipulado previamente. “¡Qué quieres que le haga! ¡No puedo satisfaceros a todas!” Y se quedaba tan contento. Ese día, sin embargo, no sólo había llegado tarde —muy tarde, en realidad—, sino que venía con una sorpresa bajo el brazo: había subido el precio de las hierbas. ¿Cómo podía saber ella algo así, si ni siquiera se había molestado en avisarla? Después de mucho discutir, la morena consiguió que le vendiera la parte proporcional que le correspondía al puñado de monedas que había llevado, pero no tenía todas consigo de que no le hubiera timado. Ser una analfabeta nunca jugaba a su favor.

Dobló la esquina de la calle donde se encontraba Le Sapin Rouge y vio los farolillos colgando discretamente en la entrada. Estaban encendidos, lo que significaba que ya había empezado el turno. Se paró en seco para respirar profundamente y recuperar el aliento. No sólo llegaba tarde, sino que debía apestar por culpa del esfuerzo en llegar allí a tiempo, así que tendría que lavarse antes de empezar a trabajar, lo que la retrasaría aún más. Nadie querría acostarse con una prostituta pegajosa y maloliente. Con un último esfuerzo corrió lo que quedaba de calle y se paró de nuevo cuando llegó a la puerta, temerosa de abrirla porque ya podía imaginar lo que se encontraría al otro lado. Con un nudo en la garganta y las manos temblorosas, giró el pomo y empujó. Un intenso olor a flores y a cera la golpeó en el rostro, y el calor húmedo que hacía dentro incrementó el sudor de todo su cuerpo. Cerró la puerta tras de sí y comenzó a avanzar dando pequeños pasitos cuando la voz de Moreau le taladró los oídos.

Llegas tarde, muchacha —susurró, pero aquella voz baja fue casi peor que el mayor de los gritos que sabía que podía dar—. Muy tarde.

La vieja la miró con ojos acerados mientras Nora se hacía cada vez más y más pequeña. Si le explicaba lo que le había pasado, quizá…

No ha sido culpa mía, Madame. Él ha llegado tarde y yo n…

Moreau levantó la mano y la estrelló contra la mejilla de Nora, empujándola tan fuerte que la tiró al suelo. Un dolor intenso le cruzó la cara, que le ardía tanto que creía poder derretir un bloque de hielo con ella. Las lágrimas se le saltaron sin poder evitarlo y, allí tirada, escuchó la retahíla de improperios que le soltó la mujer.

Esto va a salirte caro —le dijo cuando al fin terminó de humillarla—. Una semana de tu sueldo por saltarte tu primer turno, y otra por tu insolencia. A ver si aprendes de una vez. —Se dio la vuelta—. Y date un baño. Apestas.
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Mensaje por Kaleth Reuven Jue Oct 05, 2017 1:06 am

¡Ah, qué bien se sentía! El día había comenzado de mala forma, mas ahora ya se estaba encaminando y Kaleth acababa de dar por cierto algo que ya tenía en mente hacía tiempo: no existía nada que un buen polvo no aliviase.

La costumbre de visitar el burdel al menos tres veces a la semana había comenzado hacía poco, solo unos cuatro meses atrás, pero ya la calificaba como sana. Las prostitutas eran las mujeres perfectas, ¡ojalá pudiese casarse con alguna de ellas! No exigían nada, eran complacientes por demás, suaves y sensuales o guerreras, todo dependía de lo que él quisiese en esa oportunidad. Podía cambiarles el nombre sin dudarlo y no se ofenderían, podía contarles cualquier cosa y ellas fingirían que en verdad les importaba, podía incluso –si tomaba el whisky suficiente antes- pretender que tenían otro rostro y otra voz… Y no se sentía culpable al pensar así de ellas ni creer que sería más feliz uniendo su vida a alguna de las putas del burdel que a la de una estúpida niña bien como las amigas de su hermana, después de todo ellas -las prostitutas- también sacaban un rédito de aquello, dándole sentido a todo.

Acabó de acomodarse las ropas con extrema lentitud, esa que sin notarlo emplean las personas sumamente relajadas. Cuando acabó, Kaleth buscó con la mirada a la muchacha con la que había compartido la última hora y media. Ella estaba sentada en la cama con la mirada perdida, cuando oyó que él se le acercaba una sonrisa notoriamente falsa apareció en sus labios.


-Adiós, querida –le dijo y tomó su mano para besarla, como si se tratase de la más distinguida de las damas-. Tal vez nos veamos otra vez el viernes.

Sin más salió de la habitación. Ya había dejado algunos francos extra para ella en una de las mesillas. Sabía que el manejo del dinero allí no era del todo claro, ellos pagaban al salir a la Madame del lugar, pero ¿cuánto les quedaba en verdad a las chicas? De seguro mucho menos de la mitad.

Fue testigo involuntario de una escena que no hizo más que confirmar sus sospechas, la Madame y una de las muchachas parecían discutir y Kaleth alcanzó a oír la mención del dinero que hacía la mayor. A decir verdad, la chica a penas podía hablar… sus ojos gritaban cuanto le temía a la otra mujer. Y todo sucedió demasiado rápido, el golpe, la caída, las palabras de desprecio… y cuando la mujer volteó, dándole la espalda a la muchacha, se encontró de frente con Kaleth que ya había caminado varios pasos sabiendo que debía intervenir, que tenía que hacer o decir algo, pero ¿qué?


-Un baño, ¡qué gran idea! –Sonrió, con exagerada galantería-. Yo también necesito un baño, un baño y un masaje. Tengo el cuello tan tensionado… Si no le importa, me pido a esta chica. –Vio en el gesto de la mujer que sí le molestaba y que a punto estaba de decirle que le convenía irse con cualquier otra, mas se anticipó para hacerla callar-: ¡Oh, antes que lo olvide! Aquí tiene lo de Dalia –le tendió los francos correspondientes y sumó el doble de la cifra para dejar pago el segundo turno-, y aquí le dejo lo de ahora. Con permiso. –Pasó rápidamente a su lado, sin darle oportunidad de hablar. Tomó a la muchacha para ayudarla a incorporarse y comenzó a caminar por uno de los pasillos junto a ella, contento al intuir que la había ayudado-. Bien, tú dirás por donde –le susurró.
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Mensaje por Nora Salazar Vie Oct 13, 2017 3:33 pm

Seguía tirada en el suelo, incapaz de incorporarse. Sabía que tenía que hacerlo, porque cuanto antes llegara a su habitación antes empezaría a trabajar y menos dinero perdería, pero, simplemente, no podía. Había sido tal la humillación que había sufrido que lo único que quería era morirse allí mismo. Los clientes que esperaban, con una copa en la mano, a que se liberara la chica por la que querían pagar, la miraban de reojo y cuchicheaban entre ellos, pero ninguno movió un dedo por ayudarla. Nora entendía que no quisieran verse involucrados en los asuntos internos del burdel, y más después de haber visto a Moreau en acción, pero ¿ni una simple mano podían echarle? Un poco de compasión, no pedía nada más. Ni siquiera las compañeras que habían contemplado la escena se atrevían a acercarse hasta ella, por miedo a que la dueña del burdel las castigara a ellas también. Se sentía sola, muy sola, y no era capaz de buscar las fuerzas suficientes para enfrentarse a aquellas dos semanas en las que no vería ni un mísero franco. Porque sabía que los castigos de Moreau nunca disminuían, y eran afortunadas si no aumentaban con el transcurso de los días.

Se enjugó las lágrimas con el dorso de una mano y, de pronto, cuando estaba a punto de levantarse, llegó: un joven que rondaría su edad salió en su defensa y plantó cara a la vieja Madame, que lo miró con esos ojos pequeños y malvados mientras se acercaba hasta ella. Nora no lo dudó y, de haber estado de pie, se hubiera lanzado a sus brazos dando grandes zancadas. Desde el suelo, en cambio, sólo se agarró a él y se incorporó para, después, caminar juntos por el pasillo que llevaba a las habitaciones. Todavía no era capaz de pronunciar palabra, puesto que el nudo en la garganta seguía tan prieto que, para poder hablar, primero tenía que soltarlo. ¿Y cómo lo hizo? A base de lágrimas, silenciosas, que corrían por las mejillas hasta llegar a la barbilla. Tampoco lo miró aún, estando como estaba concentrada en llegar a su cuarto y hacer lo que fuera que quisiera. ¿Un masaje? Se lo daría con todo el mimo que fuera capaz. ¿Un baño? Se lo prepararía y se metería con él en la bañera, si así lo pedía. ¿Que decidía que, al final, quería acostarse con ella? Entonces, se abriría de piernas para él.

Le agarró la mano con suavidad (porque, cuando se trataba de hombres, el cuerpo de Nora siempre reaccionaba así) pero también con firmeza, como si tuviese miedo de que cambiara de opinión y la dejara sola a mitad de camino. Se cruzaron con Dalia, que salía de su habitación, y los miró con extrañeza y algo más que Nora interpretó como celos. ¿Tan mal había estado ella que tenía que volver con otra? No disimuló la mirada cuando pasaron a su lado, pero la morena la ignoró. Ya habían llegado.

Abrió la puerta y esperó a que él entrara para cerrarla, dejándolos solos y aislados del exterior. Con los dedos de ambas manos entrelazados entre sí a la altura del vientre, se giró despacio y dio unos pocos pasos hasta quedar frente al joven.

Gracias —dijo, con un hilillo de voz—. Gracias, de verdad.

Volvió a enjugarse las lágrimas y sacó la bolsita con las hierbas que había comprado. Con eso apenas tendría para dos semanas, que eran exactamente los mismos días durante los que no iba a conseguir ningún beneficio, y, cuando se acabaran, tendría que desembolsar una cantidad mayor a la habitual para seguir teniendo suministros suficientes que impidieran que se quedara embarazada. Entre el castigo de Moreau y la subida de precio, sus ahorros se verían muy afectados, mucho más que con lo que ella había contado. De no ser tan necesarias para su día a día, habría tirado el saquito de hierbas por la ventana, fruto de la rabia y la impotencia que sentía en ese momento. Lo que hizo, en cambio, fue guardarlo en el primer cajón de la mesita de noche y volverse hacia Kaleth. Lo hecho, hecho estaba, y de nada servía lamentarse.

Me llamo Nora —se presentó, algo más serena, pero con los ojos todavía llorosos—. Le has dicho a Moreau que querías darte un baño y que también querías un masaje —le habló con la voz más dulce que pudo poner mientras se acercaba hasta volver a quedar frente a él—. Puedo darte uno mientras se calienta el agua, o puedo dártelo después del baño. O… quizá quieras hacer otra cosa.
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Mensaje por Kaleth Reuven Sáb Oct 28, 2017 10:58 pm

Saciado ya estaba… pero, ¿qué hombre en su lugar se negaría a seguir? Además ya había pagado. Claro que la primer intención de Kaleth no había sido de índole sexual con la muchacha, había querido ayudarla nada más, pero si para agregarle cierto aire verídico a aquello debía gozar de una segunda ronda, simplemente lo haría. Suspiró y se quitó el abrigo, dispuesto a ponerse cómodo. Buscó con la mirada el sector donde se hallaban las bebidas como whisky o brandy, pero no lo encontró.

-Nora –repitió con voz calma-, es nombre de mujer que sabe dar masajes. Creo que me gustaría tomar las dos cosas juntas, o las tres –respondió, mirándola detenidamente. Nunca había estado con ella pese a que en el último tiempo se había transformado en un cliente habitual del lugar, por lo que se demoró especialmente admirando su belleza-. Digo, el baño, el masaje y a ti, todo al mismo tiempo.

Se sentó en el borde de la cama y comenzó a quitarse el calzado mientras la observaba moverse para preparar la tina en medio de la habitación. Kaleth siempre, tras observar algo o a alguien, hallaba su parte favorita de las cosas o personas. Rápidamente decidió que su parte favorita del cuerpo de Nora eran sus piernas, estilizadas pero fuertes, por lo que podía ver ahora que se había recogido el vestido para no mojarlo.

Solo habían cruzado miradas durante unos instantes, pero había visto en sus ojos dolor, preocupación y tal vez miedo. De hecho su aura de hallaba algo apagada y eso sólo podía deberse a la angustia. Kaleth quiso decirse que no tenía sentido pensar demasiado en ello, que solo era una puta teniendo los problemas que tienen las putas… pero él no era así, no podía ver a una persona mal y simplemente no hacer nada.

Cuando ella se volteó hacia él, no tuvo necesidad de invitarlo a acercarse, pues antes de que Nora hablase Kaleth ya estaba muy cerca, descalzo y sin camisa. Se hubiera quitado los pantalones también, pero ella se había movido rápido, como una verdadera experta, para preparar todo –o él se había quedado observándola y perdiendo el tiempo, que bien podía ser- y no había llegado ya a hacerlo.


-Nora, Nora, Nora –le dijo y tomó su mentón para que ella elevase sus ojos-. ¿Qué sucede? ¿Por qué estás tan triste? Puedes decirme que no es asunto mío, que estoy aquí para disfrutar de tu cuerpo y no para hacer preguntas… Dilo si quieres, no me importa, porque preguntaré de todos modos. –Sí, él era curioso por naturaleza y por eso sabía que sería un buen doctor de leyes cuando lograse terminar sus estudios. -¿Qué ha sido eso de hace un rato? ¿Por qué la Madama te ha tratado así? ¿Estás en apuros?

El vapor del agua, las esencias que de seguro ella le había echado, la piel suave de su rostro entre sus dedos y sus labios, llenos, entreabiertos… Todo tendría que haber actuado en conjunto para que Kaleth dejase de curiosear en la vida de la muchacha y volviera a su papel de cliente que deseaba ser satisfecho, pero no… No bastaba. Algo le decía que podía ayudar a la joven y, si en verdad podía, así lo haría.
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Mensaje por Nora Salazar Dom Nov 26, 2017 3:48 pm

No tardó en comenzar a moverse para preparar la bañera, pero no sin antes dedicarle una sonrisa amable al joven que la había salvado de las garras de Moreau. Debía ser eficaz y no andarse por las ramas, bastante tiempo había perdido ya, así que mientras el agua se calentaba en la chimenea destapó la tina (que siempre permanecía en una zona sin alfombras a un lado de la habitación) y preparó algunas esencias relajantes que sólo solía añadir cuando preparaba sus propios baños, pero que en aquella ocasión necesitaba urgentemente. Se encontraba agotada, y más ahora que el nivel de adrenalina había empezado a disminuir.

Soltó el vestido remangado, que cayó pesado cubriéndole las piernas, y se giró hacia Kaleth. Creía que lo encontraría sentado, esperándola cómodamente a que terminara para empezar a desnudarle (o lo que quisiera hacer), pero verlo allí, tan cerca de ella, hizo que diera un respingo. Tan sólo le dio tiempo a mirar el cuerpo ajeno una vez antes de que Kaleth tomara su barbilla y la obligara a levantar el rostro.

¿De verdad te interesan los problemas de una simple puta? —preguntó con voz dulce y sin ningún tipo de acritud. No era frecuente que los hombres que entraran allí se preocuparan por ella ni en lo más mínimo, pero Kaleth, con ese semblante tranquilo y curioso, consiguió que parte de esa tranquilidad se le contagiara a Nora, haciéndola sonreír de manera sincera—. Serías la primera persona que se interesa por algo así.

Se llevó las manos al lazo de su vestido y tiró de una de las puntas, deshaciendo las ataduras que lo mantenían en su sitio. La prenda descendió lenta hasta el suelo, rozando su piel con delicadeza y dejándola desnuda frente a él. Después las posó en la cintura de Kaleth y lo acercó hacia sí. Deslizó las yemas de los dedos hasta llegar al cierre del pantalón, que desabrochó sin prisa y que, al igual que el vestido, terminó arrugado en el suelo de la habitación.

Ven —dijo, tirando de sus manos suavemente—, se nos enfriará el agua.

Entró ella primero y se acomodó en uno de los lados de la tina. El agua estaba caliente, tanto que nada más rozarla se podía sentir como se arrugaba la piel, pero así era como más le gustaba. Guió a Kaleth para que se sentara frente a ella, entre sus piernas, y lo atrajo hacia sí hasta que apoyó la espalda en su pecho. Sabía que aún no había contestado a sus preguntas, y no fue algo casual; no estaba segura de querer compartirlo con él, un hombre que no la conocía de absolutamente nada. No obstante, al estar los dos en la bañera rodeados del vapor y el perfume de agua, sintió el impulso de contárselo. Desconocía si él seguía interesado en escuchar sus problemas, pero también era consciente de que no tenía muchos con los que poder hablar. Las prostitutas no iban a querer mezclarse en sus asuntos por miedo a las represalias que pudieran ocasionarles ponerse del lado de Nora en vez del de Moreau.

Lo que ha pasado ha sido culpa mía —contestó, al fin. Supuso que, si no quería hablar con ella, se lo diría. Para eso había pagado—. Tenía que haber llegado antes, pero me he retrasado y me he saltado el primer turno. —Buscó la esponja a tientas y, cuando la encontró, la sumergió en la bañera—. Eso han sido pérdidas para el burdel, así que tengo que compensarlas. Aquí tenemos comida, un techo y protección, y todo eso no sale de la tierra. Todos tenemos que hacer nuestros esfuerzos por mantenerlo en pie, y faltando al trabajo sólo consigo poner en peligro la estabilidad de este sitio.

Sacó la esponja empapada y la estrujó encima del pecho de Kaleth, haciendo que el agua resbalara por su piel. Después frotó con suavidad el pecho y el cuello del joven, deleitándose de esa juventud que todavía poseía. No todos los días tenía clientes tan atractivos como él.

No me has dicho tu nombre —dijo, sumergiendo la esponja por segunda vez, dispuesta a repetir esos mismos pasos que acababa de hacer.
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Mensaje por Kaleth Reuven Vie Ene 05, 2018 11:45 pm

Solía burlarse del corazón tierno y sensible de su hermana, de la facilidad con la que Lucille se conmovía… mas ahora iba a resultar que él también era así, sensible, porque la mirada triste de Nora lo conmovía, porque oír la seguridad con la que afirmaba que nadie se preocupaba por ella había hecho mella en él.

-Sí, me interesa –le aseguró-, no lo digo sólo para lograr así complacerte y que hagas bien tu trabajo conmigo. No lo necesitamos, tú no necesitas mentiras y yo no necesito decirlas para lograr que trabajes bien, pues no tengo dudas de que de igual modo lo harás.

El agua estaba perfecta. En cuanto su piel tomó contacto con ella Kaleth se relajó, eso era lo que necesitaba: descansar en brazos de una mujer hermosa. Y Nora no solo era hermosa, era muy delicada también, sus momentos eran suaves y cuidados. Esa era la gran diferencia que la experiencia hacía.

Resultaba extraño, pero para ser un cambiante felino a Kaleth Reuven le gustaba demasiado el agua. ¡Cuánto más esos baños sensuales y relajantes en buena compañía! Era su parte favorita de las visitas que hacía al burdel, el momento en el que pedía tomar un baño fragante en compañía. Ah, lamentablemente no se lo podía permitir siempre. Había un adicional en el dinero que debía pagarse, pero no era por eso –Kaleth era hijo de una buena familia, y eso era una gran bendición pues era derrochador por naturaleza-, sino por el tiempo que le dedicaba a aquello. Era algo de debía ser bien hecho y no a las apuradas, si iba a tomar un baño con una de las putas él quería saber que disponía de al menos dos horas de tranquilidad para disfrutar sin tener que salir corriendo luego para llegar a alguna clase o reunión de negocios.


-Soy Kaleth, me parece tan extraño que no nos hayamos conocido antes… –le dijo, mientras meditaba en como responder a todo lo que ella le había confiado-. Entiendo que deban pagar por el lugar donde duermen y comen, eso es justo. ¿Pero golpes y malos tratos? Ella se lleva un buen dinero al bolsillo gracias al cuerpo de ustedes –se volteó para poder verla, aunque estaban muy cerca y la mirada no iba a tener el efecto que él buscaba-. Por esto que haces en estos momentos ella se lleva más dinero que tú –le dijo y atrapó bajo el agua la mano de la muchacha en la que ella sostenía la esponja, con las yemas de sus dedos acarició su piel desde la palma hasta el codo una y otra vez-, eso sí que no me parece justo. Sí, alguien tiene que poner orden aquí, alguien tiene que decir a quién le toca con quien y se necesita quien vigile a las muchachas, supongo, ¿pero a qué costo? Nadie puede trabajar bien si tiene miedo y fue justo eso, miedo, lo que me pareció ver en tu rostro cuando te salvé de esa mujer.

¿Estaba siendo muy duro? No con ella, por supuesto. Tal vez con quienes estaban a cargo del lugar, pero le molestaban las injusticias y los abusos. No era solo una puta, era una mujer que vivía de exponer su cuerpo, no solo a sus clientes sino a otras personas –como la vulgar y agresiva Madama- que podían dañarla aún más que cualquier borracho ciego de deseo.

-Dime, Nora. ¿Qué te hubiera gustado ser? –Cerró los ojos y volvió a entregarse a la calidez del agua, pero no dejó de hablarle-. ¿Qué deseabas ser de mayor cuando eras niña? ¿Dónde querrías estar si no tuvieses que estar aquí conmigo en estos momentos?
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Mensaje por Nora Salazar Mar Feb 13, 2018 12:30 pm

El aroma de la lavanda que desprendía el agua la estaba comenzando a adormilar. Quizá debería haber echado otros aceites distintos, más frescos y energéticos, pero ese era su favorito. Olía tan bien… Además, era perfecto para el propósito de ese baño en concreto: relajarse. Ella lo necesitaba, y parecía que él también. O quizá no, aunque eso a Nora poco le importaba. Haría lo que siempre hacía, pero con un mimo exquisito y dedicado sólo a Kaleth. Se había convertido en su salvador, el único de entre todos los que habían presenciado la vergonzosa escena que se había molestado lo suficiente para sacarla de allí, y la morena se lo iba a devolver como mejor sabía.

Escuchó lo que le decía sin pronunciar palabra. ¿Quién era ella para rebatir lo que sabía que era verdad? Nora era plenamente consciente de que madame Moreau se llevaba una suma mucho más cuantiosa de lo que realmente merecía, sobre todo porque su único trabajo de importancia allí era decidir con qué chica se acostaba cada hombre que acudía al burdel. También compraba la comida, o, más bien, ordenaba a alguna de las aprendices que fuera al mercado con la lista de lo que debía adquirir bien aprendida; por supuesto, nunca les daba un papel con todo bien anotado. ¿Para qué, si ninguna sabía leer? Así pues, si regresaban y algo faltaba, se lo restaba de su jornal. De esa manera se aseguraba de que, al menos, ejercitaran la memoria, porque cuantas más fueran las cosas por las que tuvieran que volver al mercado, menos francos verían al final del día.

No pudo soportar mucho tiempo la mirada de él fija en sus ojos, así que terminó agachándola y perdiéndola entre la espuma del agua.

Ella da miedo, sí —dijo, en voz baja y sin levantar la mirada, como si Moreau pudiese oírla—, pero más miedo da la calle y los tipos que van buscando a las mujeres que trabajan ahí —confesó, levantando la vista y buscando la de él—. Los hombres que vienen aquí tienen dinero, puede que no mucho, pero lo mínimo para que Moreau los deje pasar. Ella se asegura de que no nos golpean ni nos hacen daño, y créeme si te digo que lo hace bien. —Estrujó la esponja dentro del agua, haciendo que unas burbujitas salieran a la superficie—. Puede que se lleve más dinero del que merece, eso no te lo discuto, pero prefiero eso a tener que sobrevivir yo sola en una calle en la que no dudaría ni dos días.

Volvió a recibirlo sobre ella y siguió lavándole la piel, pero más pensativa que hacía un momento. Él, no obstante, pareció no darse cuenta, puesto que siguió hablándole. ¿Que qué le hubiera gustado ser cuando era pequeña? La pregunta correcta sería: ¿qué otra cosa podría haber sido?

No lo sé —contestó—. Nací aquí, crecí aquí y nunca contemplé otro trabajo que no fuera este, a decir verdad. —Colocó los dedos sobre su barbilla y tiró suavemente de ella para obligarlo a que estirara el cuello, permitiéndole pasar la esponja en la zona de la mandíbula—. Mi madre también era puta, pero murió al darme a luz y madame Moreau me crió. No conozco nada de la vida que hay fuera de estos muros. Salgo, claro, pero no sabría cómo ganarme la vida por mí misma, y el simple hecho de pensar en hacerlo me da pavor. Dicen que vale más lo malo conocido, que lo bueno por conocer.

Metió ambos brazos en el agua y abrazó el cuerpo de Kaleth por la cintura, atrayéndolo hacia sí. Dejó que la cabeza del cambiante reposara en el hueco de su cuello y acarició su mejilla con la nariz. El olor de él se mezclaba con el de la lavanda, convirtiendo el baño en una sensación extremadamente agradable. La esponja, liberada ya del agarre de las manos de Nora, flotó en el agua y navegó a la deriva, dejándose guiar por las olas que se formaban cada vez que alguno de los dos se movía dentro de la tina.

Tampoco creo que haya nada que se me dé lo suficientemente bien como para dedicarme a ello. Esto es lo único que sé hacer. —Pasó las yemas de los dedos por su pecho de forma aleatoria, dibujando formas imposibles sobre la piel desnuda—. Dudo que mi vida resulte interesante —dijo, acompañando sus palabras de una risa suave y melodiosa—. Ahora dime, ¿a qué se dedica un hombre como tú? ¿Qué haces cuando no estás aquí con alguna de nosotras?
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Mensaje por Kaleth Reuven Mar Feb 20, 2018 6:18 pm

La realidad de Nora era una que él jamás había imaginado. Que una mujer como ella, que tendría experiencias de las más crueles, tuviera miedo a la calle, al mundo exterior… que sintiese el burdel su hogar, una especie de refugio en el que estaba a salvo, era simplemente terrible. Kaleth quería ayudarla, lo había deseado desde el primer momento en el que la vio, vulnerable y sometida, pero todavía no sabía cómo debía proceder.

-No. Claro que aquí estás más segura que en las calles –concedió, tras pensar por unos momentos-. Aunque tampoco deberías estar aquí si no quieres.

Era una estupidez lo que acababa de decir y lo sabía. Por supuesto que ella no debía estar donde no quisiera y no debía hacer lo que no quisiera, ¿pero qué alternativas tenía? De seguro estaba atrapada en un oscuro laberinto y permanecer en ese lugar, falsamente seguro, era su mejor opción.

Se sintió incómodo, de pronto, ¿cuántas mujeres más estarían allí con problemas similares a los de Nora? No consideraba que él se aprovechase de la situación de ellas, pues pagaba lo que se le pedía y más –ya que siempre dejaba buena propina para ellas-, pero no dejaba de sentirse incómodo ante la idea de haber disfrutado del cuerpo de mujeres que solo pensaban en ser libres alguna vez, en escapar en cuanto tuvieran opción, mientras lo recibían entre sus piernas.


-Me gustaría que conocieras la ciudad en la que vives, que la disfrutaras –le dijo mientras se acomodaba dentro del abrazo de Nora, su voz era relajada, ya sin los bríos de hacía unos momentos. Sin dudas las caricias expertas de esa mujer tenían el poder de relajar a cualquiera-. París está llena de vida, de buena vida.

Los dibujos que las yemas de los dedos de la mujer armaban sobre su pecho lo encendían también, pero Kaleth ya había decidido que no la tomaría. Había pedido un masaje y un baño, pagaría por eso y se iría antes de tomarla porque no quería hacerle eso, no a Nora luego de todo lo que ella le había contado, sería darle poco valor a la forma en la que ella había confiado en él, sería no ver lo importante que era que una prostituta abriese su corazón.

-Heredé negocios cuando mi abuelo murió, al ser el único hombre de la familia todo pasó a mis manos –le confió, sin darle demasiados detalles-. Pero no quiero vivir mi vida cuidando lo que otros me dejaron, aunque por supuesto lo haré, sino que quiero tener logros propios. Por eso estudio leyes, ya casi estoy por diplomarme. –Se giró en el agua y le acarició los labios con un pulgar. –Te prometo que estarás invitada a la fiesta que hará mi hermana cuando yo consiga graduarme, Nora.
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Mensaje por Nora Salazar Vie Mar 30, 2018 8:00 am

El chapoteo suave del agua era lo único que rompía el silencio que se había creado entre ellos, aunque lo cierto era que a Nora no le importaba. Recostada en el borde de la bañera, seguía abrazando a Kaleth, y éste apoyado contra ella. Sus dedos, hábiles compañeros de faena, no dejaron de dibujar sobre la piel del cambiante, incluso cuando pareció que él recuperaba el habla.

¿De buena vida? —preguntó, ligeramente distraída. ¡Ah! Qué visión tan distinta tenían los pudientes de su amada ciudad—. Para algunos sí será buena; para nosotras, no lo es tanto. Aunque no mentiría si dijera que me encantaría conocer esa París destinada sólo a unos pocos, empezando por tu fiesta de graduación. Jamás me han invitado a una.

Besó el pulgar que acariciaba sus labios con lentitud, sabiendo desde el mismísimo principio que nunca pisaría esa dichosa fiesta a la que él la acababa de invitar. Así era su vida, llena de promesas sin cumplir, producto todas de su saber hacer, de la felicidad momentánea que brindaba a los hombres que entraban en esa habitación. Era capaz de hacer prometer que traerían para ella la luna en una botella, pero a la hora de la verdad, nadie se acordaba de la dulce Nora; era la puta, al fin y al cabo, alguien por el que pagar para pasar un buen rato. Cuando salían de allí, todos tenían mujeres, hijos e hijas a los que criar, trabajos, fiestas, amigos. Todos tenían una vida, menos ella. No, nunca conocería lo que era la buena vida parisina que Kaleth decía que había porque nadie se iba a tomar la molestia de enseñársela.

Nora fue a hablar, pero unos golpes secos en la puerta de la habitación anunciaban que el tiempo juntos llegaba a su fin. No hizo falta que Moreau dijera nada para que la joven supiera qué significaba: debía ir despachando al hombre para que el siguiente pudiera entrar.

Moreau no perdona ni un minuto, sobre todo cuando llegamos tarde —dijo, apenada, mientras se movía en la tina para salir—. Me temo que nuestro tiempo se ha terminado.

Se envolvió con una toalla e hizo lo propio con Kaleth cuando salió de la bañera. Le ayudó a secarse con suavidad, sabiendo que debía despedirse pero sin ninguna prisa para hacerlo. Lo guió hasta la cama y lo vistió con pulso firme; ella, sin embargo, se puso un batín de seda, puesto que su turno no había hecho más que empezar.

Kaleth —lo llamó antes de que se despidieran—, gracias.

Depositó un beso en su mejilla y miró cómo salía del burdel sólo hasta que Moreau le asignó al siguiente cliente, con el que volvió a la habitación.


FIN DEL TEMA
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