AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Canis Maior → Privado
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Canis Maior → Privado
Su vida nunca había sido sencilla, pero sin duda, desde que había dejado Austria, todo había ido en picada. La convivencia con la señorita Petra era cada vez más tirante, y no hallaba hora de salir un rato, con cualquier pretexto. No le gustaba dejarla sola, su deber era protegerla, aunque posiblemente ninguna de sus dos familias existiría ya. Suspiró ante ese terrible pensamiento y continuó su camino hacia la Plaza Tertre.
No tenía mucho dinero, no para malgastar en un café, o algo así, así que sólo se sentó al filo de una pileta, otrora una fuente que en ese instante no borboteaba agua. Ahí sacó carboncillo y papel. Comenzó a dibujar, era lo único que le traía sosiego, considerando todo lo que sucedía a su alrededor. Con una rapidez y una habilidad envidiables, plasmó una tras otras las escenas que frente a él se fueron dibujando. Un niño y su perro. Una pareja joven y enamorada. Una anciana andando con bastón. Ese lugar, en especial, le gustaba, porque toda clase de personas convergían ahí, y eso le servía para seguir practicando. Petra desconocía esa habilidad suya, para su fortuna, pues a veces en casa, cuando ella no se daba cuenta, la dibujaba de perfil. La señorita podía ser un dolor de cabeza, pero poseía facciones dignas de plasmarse, a quién iba a engañar tratando de negarlo.
En tranquilidad pasó la tarde, dibujando, y a veces, mirando al horizonte, hacia el Este, donde su país natal yacía, un lugar al que temía no poder regresar. Eso ensombreció su semblante, no que estuviera particularmente feliz últimamente, pero en esta ocasión fue más notorio.
Sumido en sus pensamientos, un revuelo en una de las esquinas de la plaza, lo sacó de su estupor. Parpadeó, sacudió la cabeza como un perro mojado, y se puso de pie, aunque no logró ver nada. Le sorprendió la rapidez con la que la gente se aglomeró en torno al suceso, cualquier cosa que éste fuera. Suspiró, guardó sus materiales de dibujo, el carboncillo en un pañuelo y luego en su pantalón, y los bocetos de la tarde bajo el brazo, y se acercó al alboroto, aunque no logró ver nada, a pesar de ser bastante alto.
Se hizo para atrás, resignado, entonces chocó con alguien.
—Lo siento —se disculpó, buscando con la mirada a la pobre víctima de un pisotón suyo. Estaba consciente de su corpulencia, era la mayor virtud que tenía para realizar su trabajo, el de guardaespaldas, así que trató de ponerse en el lugar del otro.
Última edición por Milo Albrechtsberger el Dom Sep 24, 2017 1:05 am, editado 1 vez
Milo Albrechtsberger- Cambiante Clase Media
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Localización : París
Re: Canis Maior → Privado
Hastiada de las mismas paredes y habitaciones vacías yacía sobre un diván en sus aposentos, jugaba de cuando en vez con el colgante que descansaba sobre la piel desnuda desde hace ya más de un siglo extrañando incontrolablemente las ganas de salir a la luz del sol, sonriendo de seguro ante el recuerdo de sus últimos días como mortal, de las noches en las que su hermano gemelo trabajaba en crear un amuleto lo bastante poderoso para permitirle caminar a plena luz del día; tiempo en el que su mayor preocupación era no ser atrapada al llegar a altas horas de la noche. Es gracioso, piensa, con suerte encuentra alguien al llegar.
Aun siente vivida la noche en que encontró a Malachai y el camino de ambos se unió al del desconocido vampiro, a quien siente malditamente familiar aun sin haber visto su rostro en el pasado; entonces, al encontrar la mirada del vampiro una desconocida ansiedad cargada de un miedo irracional le invadió desconcertándola por completo, no por miedo a morir pues, hace años que estaba muerta, no, era algo más que residía a la vuelta de la esquina posiblemente oculto junto a las memorias perdidas. Sin embargo, estar encerrada como damisela en apuros no era ella en lo absoluto, la esperanza de verlo precisamente a él se desvanecía con cada luna y ver a su hermano los últimos días era simplemente imposible, por lo que aun quedando escasos rayos de sol se puso en pie, colocó guantes en manos y saltó por la ventana.
Al Adentrarse en las calles parisinas sintió que respiraba, no porque se sintiera a gusto en la ciudad, no, comenzaba a odiar Francia grandamente mas cualquier lugar que la alejara de la residencia y sus nefastos pensamientos era bien recibido; para su desgracia lo segundo no parecía desaparecer llevándola a ciegas a la fuente que se mostraba orgullosa en Tertre regresando a la inmortal la tan detestable sensación de pesadez, mayor e insoportable, allí estaba, tan brillante como siempre la noche en que murió. Para Enaylen cuyo ego es basto y espíritu, aunque muerto, intrépido, el miedo jamás ha sido un huésped constante siendo este limitado a dos únicas noches que, con suerte, de tenerla, habrían de estar sepultadas en el tiempo por lo que tal sentimiento ahogante resultaba frustrante.
Respira profundo como si tal necesidad fuese primordial. Carcajea para si misma ante la mera idea, una vampira con ansiedad…, piensa incrédula. No le llamó la atención lo concurrida que estaba la plaza hasta que el tumulto aglomerado fue imposible de ignorar enviándola al instante en dirección contraria ya cuando estuvo en medio tanto de demonios disfrazados y humanos curiosos.
Al escuchar un lo siento culpable que notó el pisotón y el enorme caballero frente a ella.
—…Ouch —dijo de inmediato en un tono que se asemejaba más a una pregunta que una exclamación—. Ouch —afirmó aun sin haber sentido dolor alguno. En cuanto percibió el aura distintiva de su agresor achicó los ojos, su atención dirigida al lienzo que llevaba el desconocido—. No creo que pintar en medio de tanto caos sea una buena técnica —articuló, media sonrisa en el rostro que no sabía aún era capaz de poseer. Tomando desvergonzadamente los bocetos en busca de poder apreciarlos con detenimiento, encamiandose en sentido contrario a la multitud.
Aun siente vivida la noche en que encontró a Malachai y el camino de ambos se unió al del desconocido vampiro, a quien siente malditamente familiar aun sin haber visto su rostro en el pasado; entonces, al encontrar la mirada del vampiro una desconocida ansiedad cargada de un miedo irracional le invadió desconcertándola por completo, no por miedo a morir pues, hace años que estaba muerta, no, era algo más que residía a la vuelta de la esquina posiblemente oculto junto a las memorias perdidas. Sin embargo, estar encerrada como damisela en apuros no era ella en lo absoluto, la esperanza de verlo precisamente a él se desvanecía con cada luna y ver a su hermano los últimos días era simplemente imposible, por lo que aun quedando escasos rayos de sol se puso en pie, colocó guantes en manos y saltó por la ventana.
Al Adentrarse en las calles parisinas sintió que respiraba, no porque se sintiera a gusto en la ciudad, no, comenzaba a odiar Francia grandamente mas cualquier lugar que la alejara de la residencia y sus nefastos pensamientos era bien recibido; para su desgracia lo segundo no parecía desaparecer llevándola a ciegas a la fuente que se mostraba orgullosa en Tertre regresando a la inmortal la tan detestable sensación de pesadez, mayor e insoportable, allí estaba, tan brillante como siempre la noche en que murió. Para Enaylen cuyo ego es basto y espíritu, aunque muerto, intrépido, el miedo jamás ha sido un huésped constante siendo este limitado a dos únicas noches que, con suerte, de tenerla, habrían de estar sepultadas en el tiempo por lo que tal sentimiento ahogante resultaba frustrante.
Respira profundo como si tal necesidad fuese primordial. Carcajea para si misma ante la mera idea, una vampira con ansiedad…, piensa incrédula. No le llamó la atención lo concurrida que estaba la plaza hasta que el tumulto aglomerado fue imposible de ignorar enviándola al instante en dirección contraria ya cuando estuvo en medio tanto de demonios disfrazados y humanos curiosos.
Al escuchar un lo siento culpable que notó el pisotón y el enorme caballero frente a ella.
—…Ouch —dijo de inmediato en un tono que se asemejaba más a una pregunta que una exclamación—. Ouch —afirmó aun sin haber sentido dolor alguno. En cuanto percibió el aura distintiva de su agresor achicó los ojos, su atención dirigida al lienzo que llevaba el desconocido—. No creo que pintar en medio de tanto caos sea una buena técnica —articuló, media sonrisa en el rostro que no sabía aún era capaz de poseer. Tomando desvergonzadamente los bocetos en busca de poder apreciarlos con detenimiento, encamiandose en sentido contrario a la multitud.
Enaylen Chavanell- Vampiro/Realeza
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Re: Canis Maior → Privado
Entonces pudo verla mejor. Cualquiera lucía más pequeño junto a él, no obstante, esta mujer poseía una presencia que había visto antes, no exactamente así, pero muy parecida. Tuvo sus reservas, Milo había sido entrenado para una misión muy clara, la de cuidar a Petra, y ello conllevaba tratar de evitar vampiros y licántropos. Su padre siempre le dijo que tratar de enzarzarse en una pelea con alguno de ellos era gasta energía inútil. Pero esta mujer no parecía con intenciones de atacarlo. Sabía que muchos inmortales pecaban de sanguinarios, de cínicos, de descarados, sin embargo creyó que aún debían tener sus límites y perpetrar un embate con tanta gente a su alrededor tenía que ser uno.
Fue a responder pero fue empujado y tuvo que voltear a ver quién o por qué. Cuando regresó la vista al frente, la mujer ya se alejaba, eso que él debió hacer desde un principio. La siguió porque quería recuperar sus bocetos. A pesar de medio empezar a comerciar con ellos, todavía era muy consciente de sí mismo, jamás tuvo educación en arte formal, eso lo hacía muy sensible a la crítica.
—Sólo fui a husmear, a ver qué sucedía —respondió al fin y giró el rostro para ver a la gente que poco a poco ya se disipaba. Cualquier cosa que hubiera llamado su atención, se había terminado—. Supongo que ahora nunca sabré lo que ahí pasaba. —Se rascó la sien y se quedó un tanto a la espera. No era de los que arrebataran las cosas, pero hizo amago de quitarle sus dibujos de la tarde.
—No es la mejor técnica, lo acepto —dijo, y era complicado saber si se refería al comentario anterior del vampiro, o a lo que ahora ella estaba viendo—. No soy profesional —agregó luego, al notar que ella seguía atenta a sus trazos. Muy pocas personas se habían enterado de esa parte de él, pues se suponía que debía ser un protector y nada más, no un remedo de artista, aunque su hermana Ebba siempre le dijo que de hecho, tenía talento. Tragó saliva.
—¿Puede regresarme mis dibujos? —al fin tuvo que decir. No le gustó en absoluto apresurar a la mujer, pero la incomodidad le estaba ganando. Cualquier cosa que hiciera le iba a provocar cierta molestia. Debía dejar de ser tan escrupuloso de sí mismo, y de los demás.
—No sabía que los que son como usted salieran tan temprano, siempre había tenido la idea de que su hora favorita era pasada la medianoche. Pero yo qué sé… casi nunca salgo tan tarde —habló por hablar y quizá lo mejor hubiera sido quedarse callado. Si no salía mucho, de noche menos, era por Petra, así que ahora empezaba a preocuparse por ella, pues la había dejado sola más tiempo del que podía recordar. Esa era otra cosa que debía dejar de hacer, preocuparse tanto por la señorita, era una adulta y no la creía tonta, un poco ingenua, pero no tonta, y si iban a sobrevivir juntos, debía aprender a cuidarse sola, él no iba a poder estar siempre ahí para ella, ya no más.
Comenzó a mover las manos nervioso, y aguardó.
Milo Albrechtsberger- Cambiante Clase Media
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Re: Canis Maior → Privado
Sonrió de lado, más sincera que en otras ocasiones, menos fastidiada. Una sonrisa liviana y sin los demonios que suelen salir a pasear con ella.
—Al contrario —dijo, observando la plaza que había abandonado su ubicación para trasladarse al lienzo entre sus manos. A medio acabar mas se atrevería a decir que un tanto más bella que su original—. Claramente no eres Leonardo pero... —arqueó una ceja y ladeó la cabeza. Labios fruncidos mientras sus ojos escudriñan el boceto como si fuese lo más interesante del mundo.
La baronesa Chavanell tendía a ser un tanto caprichosa, empecinada incluso y, a pesar de las pesadillas que presenciaba en cada pestañar, aún quedaba rastro de la niña que amaba molestar a sus hermanos y esconderse en el bosque. Dirigió la atención al hombre cuya naturaleza se acentuaba en el aire sin necesidad de preguntarlo. Arrugó el entrecejo y fingió estar dolida.
—¿No es acaso para el público que pintas? —inquirió con actuada inocencia. Sus intenciones no eran buscar pelea, no, de esas se estaba cansando. Demás sabía que era necesario guardar sus fuerzas para para lo que se acercaba. Pero, en un castillo que no le brindaba la sensación de hogar que alguna vez poseyó en Italia, aquel desconocido prometía, sin percatarse, una calidez que no había encontrado desde que llegó a Francia o tal vez años antes, no tenía cómo saberlo. Las lagunas que se imponían entre el presente y un pasado lejano guardaban para sí un tiempo borroso ante sus ojos.
—Tus instintos han de estar un poco oxidados —prosiguió sin esperar respuesta a la pregunta anterior—. Lo más inteligente el caminar en dirección contraria si la diversión no es lo tuyo. Y usted, caballero, no parece del tipo que sale en busca de peligro. Disculpe mi intromisión pero hasta aquí puedo percibir el remolino de angustias con las que se debate —y a sinceridad no lo era, sino su poder que sin consentimiento se enfocó en el Cambiante—. Disculpe.
Pocas eran las disculpas sinceras que se deslizaban de sus labios. Conocía los límites al usar las habilidades que trajo consigo el vampirismo; no disfrutaba de ir por ahí entrometiendose en la mente de los demás por puro regocijo.
—¿Cómo puede un hijo de la noche, evitar a su madre celestial? —inquiera horrorizada, casi incluso ofendida.
Ahuyentando la pena, acortó distancia entre ambos, sosteniendo el boceto hacia el aún desconocido.
—Soy Enaylen, ¿puedo ver los otros dibujos que lleva? —pide, mirándole con maravilla y una que otra pizca de nostalgia. Desde la noche que abandonó Italia procuró no acercarse a los Cambiantes, muy a su pesar le recordaban a su padre y hermanos, a las tardes en el bosque cuando les veía cambiar de forma encantada; con deleite. Este, en cambio, no solo respondía a la misma naturaleza, sino que pintaba al igual que su hermano Kol—. Prometo no morderle —agrega un tanto jocosa, otro más cohibida.
—Al contrario —dijo, observando la plaza que había abandonado su ubicación para trasladarse al lienzo entre sus manos. A medio acabar mas se atrevería a decir que un tanto más bella que su original—. Claramente no eres Leonardo pero... —arqueó una ceja y ladeó la cabeza. Labios fruncidos mientras sus ojos escudriñan el boceto como si fuese lo más interesante del mundo.
La baronesa Chavanell tendía a ser un tanto caprichosa, empecinada incluso y, a pesar de las pesadillas que presenciaba en cada pestañar, aún quedaba rastro de la niña que amaba molestar a sus hermanos y esconderse en el bosque. Dirigió la atención al hombre cuya naturaleza se acentuaba en el aire sin necesidad de preguntarlo. Arrugó el entrecejo y fingió estar dolida.
—¿No es acaso para el público que pintas? —inquirió con actuada inocencia. Sus intenciones no eran buscar pelea, no, de esas se estaba cansando. Demás sabía que era necesario guardar sus fuerzas para para lo que se acercaba. Pero, en un castillo que no le brindaba la sensación de hogar que alguna vez poseyó en Italia, aquel desconocido prometía, sin percatarse, una calidez que no había encontrado desde que llegó a Francia o tal vez años antes, no tenía cómo saberlo. Las lagunas que se imponían entre el presente y un pasado lejano guardaban para sí un tiempo borroso ante sus ojos.
—Tus instintos han de estar un poco oxidados —prosiguió sin esperar respuesta a la pregunta anterior—. Lo más inteligente el caminar en dirección contraria si la diversión no es lo tuyo. Y usted, caballero, no parece del tipo que sale en busca de peligro. Disculpe mi intromisión pero hasta aquí puedo percibir el remolino de angustias con las que se debate —y a sinceridad no lo era, sino su poder que sin consentimiento se enfocó en el Cambiante—. Disculpe.
Pocas eran las disculpas sinceras que se deslizaban de sus labios. Conocía los límites al usar las habilidades que trajo consigo el vampirismo; no disfrutaba de ir por ahí entrometiendose en la mente de los demás por puro regocijo.
—¿Cómo puede un hijo de la noche, evitar a su madre celestial? —inquiera horrorizada, casi incluso ofendida.
Ahuyentando la pena, acortó distancia entre ambos, sosteniendo el boceto hacia el aún desconocido.
—Soy Enaylen, ¿puedo ver los otros dibujos que lleva? —pide, mirándole con maravilla y una que otra pizca de nostalgia. Desde la noche que abandonó Italia procuró no acercarse a los Cambiantes, muy a su pesar le recordaban a su padre y hermanos, a las tardes en el bosque cuando les veía cambiar de forma encantada; con deleite. Este, en cambio, no solo respondía a la misma naturaleza, sino que pintaba al igual que su hermano Kol—. Prometo no morderle —agrega un tanto jocosa, otro más cohibida.
Enaylen Chavanell- Vampiro/Realeza
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Re: Canis Maior → Privado
Quiso preguntarle si ella lo había conocido, a Leonardo, quería decir, pero se tragó las palabras. Tenía esta tonta, casi infantil idea de que todos los vampiros eran antiguos y que todos habían conocido a los grandes de la Historia. Era una noción muy romántica, de libros nada más, no sabía en realidad cómo era ser inmortal, y no le interesaba experimentarlo en carne propia, aunque desde luego que le daba curiosidad. Se relamió los labios y soltó una risa sardónica.
—Dibujo y pinto para mí —respondió al fin—, principalmente, al menos. La necesidad me ha hecho hacer esto público, pero no es algo que me haga sentir cómodo —declaró con inusitada sinceridad. Se removió en su lugar, inquieto, como si no pudiera mantener los pies en un solo sitio.
Entornó la mirada al seguir escuchándola, y no supo qué decir, mucho menos cuando ella pareció poder leer sus pensamientos, cosa que le pareció injusta, que tuviera tal habilidad; alguna vez leyó al respecto y le pareció una fantasía, aún cuando él podía transformarse en un perro japonés. En ese momento tragó saliva y miró a otro lado, menos a ella. Sólo volvió el rostro al escuchar su nombre.
—Milo, me llamo Milo —respondió y se llevó una mano a la nuca. Su brazo se flexionó y mostró los músculos que le servían para hacer su trabajo, el de cuidar a Petra, no ese, el de dibujar.
Volvió a reír, esta vez como un resoplido y hubo algo en las palabras y el rictus ajenos que le indicaron que no estaba en peligro, mucho más allá de la promesa que sabía, era una broma. Negó con la cabeza, pero no como para decirle que no, sino como si se reprendiera a sí mismo y tomó el resto de sus bocetos.
—No creía que fueras a morderme —respondió como una cuestión de hecho. Extendió entonces el resto de los dibujos y se mordió un labio, nervioso, expectante. ¿Ahora le importaba mucho la opinión de Enaylen? Curioso.
—Enaylen —dijo súbitamente—, es un nombre curioso, jamás lo había escuchado —continuó, completamente incómodo. No salía mucho, como dijo, eso lo convertía en alguien torpe a la hora de tratar de hacer conversación.
Última edición por Milo Albrechtsberger el Vie Ago 17, 2018 7:39 pm, editado 1 vez
Milo Albrechtsberger- Cambiante Clase Media
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Re: Canis Maior → Privado
Curioso, otra sonrisa. No, una carcajada que pasaba por tímida. Desde el incidente que la tomó de la mano y obligó a formar parte de la noche, Enaylen ha aprendido a ser amiga de sus demonios, en ocasiones los aborrecía, deseaba perderse y de paso perderlos mas al final del día aceptaba la realidad, esa que la arrullaba desde hace más de cien años y ha estado a su lado incluso antes de nacer. Incluso con el regreso de Kyros, que esperaba supusiera un respiro de la trama que insiste en cazarla, podría afirmar que era aquel momento en el que por fin, si bien los demonios no se esfumaron, se detuvieron en silencio a contemplar el arte de Milo junto a ella.
Alzó el mentón divertida y sin pena declaró: —Tal parece es lo que la mayoría espera al ver un par de colmillos. Sin embargo, eso te hace el primero.
Aceptó los bocetos complacida, camino de regreso a la fuente donde la noche caía por completo y los comensales se dispersaron. Tomó asiento en el borde, piernas juntas e inclinadas al costado derecho con ligereza y procedió a observar aquellos magníficos dibujos; encantada sin dudas se encontraba.
—Es Italiano —respondió con la mirada fija en los lienzos y una sonrisa a labios cerrados dirigida a Milo—, dicen que solo lo encuentras en Roma o es lo que recuerdo —algo en su interior, que creyó muerto, se removió trayendo con sigo la imagen de su madre y las historias de su padre que iban de caballeros que cambiaban su forma humana y, de algún modo, concluían en el porqué de su nombre que por razones que nunca comprendió parecía estar ligado a su lado paterno—. ¿Has estado en Italia? —levantó la mirada fugazmente hacia su acompañante de la noche, dedicó interés por la respuesta que pudiese recibir y regresó la atención a los lienzos en sus manos.
Repasó el contorno de uno de ellos con la yema de los dedos, supuso que era paz lo que sentía pues el mero atisbo la hizo sentir inquieta, empero no desistió de su labor. Necesitaba esos minutos de quietud sin importar que el universo se lo cobrara con creces.
—Si las historias son ciertas a él le hubiesen agradado tus dibujos. Leonardo, quiero decir —optó por reemplazar los relatos que bien sabía no se tenía permitido rememorar por otros un tanto más joviales, como la historia que solía contar su abuela sobre Da Vinci.
Enaylen Chavanell- Vampiro/Realeza
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Re: Canis Maior → Privado
La siguió de regreso a la fuente y observó con detenimiento sus movimientos, había elegancia en ellos, misma que le recordó a Petra misma, lo que indicaba que esta mujer, esta inmortal, provenía de una clase privilegiada. Milo tenía esta otra tonta idea de que los vampiros, todos, tenían mucho dinero, sin embargo, él bien sabía que la riqueza no daba la clase, y que esa era otra generalización que debía dejar de hacer, no obstante, el único ser de la noche que conocía de frente era Enaylen, ¿quién podía culparlo por tener nociones tan erróneas?
No tomó asiento, se quedó a un par de pasos de ella, como para verla al completo y a la vez no tener que gritar a la hora de hablar. Escondió las manos en los bolsillos del pantalón y el gesto lo hizo lucir más joven de lo que aparentaba, gracias a su habilidad cambiante.
—Jamás —respondió ante la pregunta de si había estado en Italia. Negó con la cabeza—. Sólo he estado en el Sacro Imperio y ahora aquí, no soy un hombre de mucho mundo —dijo y era curioso, debido a su trabajo, por el que se había entrenado toda su vida, uno creería que habría dejado más seguidamente su lugar de origen, pero Petra, la mujer a la que debía cuidar, tuvo que huir demasiado joven y terminaron ahí, no tuvieron tiempo de ir a ningún otro sitio. Era injusto, si se detenía a pensarlo, la vida de su ama iba a ser una de viajes y lujos, y ahora luchaban por sobrevivir al grado que Milo mismo tenía que vender sus dibujos, eso a lo que él consideraba su más íntimo secreto.
—Oh, vaya, gracias —musitó con torpeza y las orejas se le pusieron rojas. Carraspeó y al fin tomó asiento junto a Enaylen—. ¿En serio lo crees? No quiero ser entrometido, pero… tú… ¿tú lo conociste? No me lo tomes a mal, sin embargo, todo lo que significa ser como tú me da algo de… miedo. —Eligió muy bien sus palabras, no quería ofenderla en serio—. Pero la idea de haber conocido a tanta gente a través del tiempo es lo único que encuentro encantador. Y mira que yo también voy a vivir más de la cuenta. —Rio en complicidad y terminó con un suspiro.
—Puedes quedártelo —le dijo de pronto y señaló con vaguedad el dibujo que sostenía—, y todos los que quieras, puedo hacer más. —Se encogió de un hombro. No pensaba cobrarle aun cuando el dinero le hacía tanta falta, pero prefería que sus obras se quedaran con alguien que en verdad las pudiera apreciar.
—Y si algún día necesitas un dibujo, puedes acudir a mí —ofreció y la miró con ambas cejas levantadas. De ese modo lucía más como el perro en el que era capaz de convertirse, con algo de curiosidad y nobleza en los ojos que brillaban con el reflejo de las estrellas y las mustias farolas.
Milo Albrechtsberger- Cambiante Clase Media
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