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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Irathi Heaven Miér Sep 20, 2017 10:33 pm

Sus labios estaban suaves y tenían un sabor dulce, debido a las mandarinas que hasta hacía unos minutos habíamos estado compartiendo en la sala de estar. Mi manos danzaban por su cuerpo desnudo al ritmo de la música que había puesto de fondo, según ella, "para entrar en situación". Entre besos apasionados, sonrisas por lo bajo y roces de extremidades que se mezclaban desordenadamente sobre el lecho, hubiera jurado que en aquel momento me hallaba en el paraíso. Por un momento rememoré el modo en que nos habíamos conocido. Yo, como siempre, vagaba por los callejones buscando algo que hacer, o alguien a quien estafar, (ya sabes, lo normal), cuando de pronto una joven de aspecto recatado y rostro confundido se acercó a mi para preguntarme cómo es que tenía tantos tatuajes. La primera impresión, esa que dicen que es la que cuenta, fue que su cara era totalmente mi tipo, y probablemente el cuerpo que se escondía bajo tantas y tantas capas de ropa cara también lo fuera. Dibujé la más encantadora de mis sonrisas, sí, de esas que estaban únicamente dedicadas a los que tenían la (mala) suerte de captar mi atención, y le dije que tenía muchos más de los que se veían a simple vista. Su expresión de anhelo me dijo todo lo que necesitaba saber. Parecía una niña a la que le ofrecían por primera vez su aperitivo favorito, y no sabía si aventurarse a tomarlo o no. Tomándola de los hombros, le sugerí que lo devorara por completo. Vida no hay más que una.

Las primeras semanas fueron raras. Descubrí que sus intereses y los míos coincidían bastante, salvo por el hecho que para ella la buena imagen ante otros lo era todo, y por eso había aceptado un matrimonio de conveniencia con un tipo que le sacaba veinte años. ¡Por Dios! Si se tratara de mi, no me habría casado con un hombre que se dedicaba a recorrer todos los burdeles existentes en París ni por todo el oro del mundo. Primero, porque mi libertad valía más que una mansión y un título; y segundo, porque era un hombre, y bueno, pues no. Además, sabiendo que ella era como yo, no podía evitar preguntarme cómo tenía el estómago suficiente para compartir el lecho con semejante capullo en particular, o con un miembro del género masculino en general. Pero bueno, así eran las cosas, y no podía pedir más que aquellos ratos de intimidad que ambas compartíamos y que a mi me servían para liberar tensiones, y a ella para sucumbir a su auténtica naturaleza y mostrarse tal y como era por primera vez. 

Ahora, después de varios meses, estaba considerablemente más relajada. En parte porque el que no nos hubieran descubierto en todo aquel tiempo la hacía pensar que no había nada que temer. Su marido había dejado de tocarla, señal de que había encontrado una nueva amante, y eso la animó a dar el siguiente paso. Nunca lo habíamos hecho en su casa, y la excitación era evidente, tanto en ella como en mi. Ambas parecíamos poseídas, desesperadas, como si el riesgo a ser expuestas nos resultara más emocionante que peligroso. Tracé círculos con los dedos en la flor de loto que le había tatuado en el muslo interior derecho. De un rosa pálido, como lo eran sus mejillas. Tan inmersas estábamos en nosotras mismas, que no escuchamos la puerta, ni los pasos, ni el maleficio farfullado en voz baja. Y sólo me di cuenta de que nos habían jodido el "cuento" cuando ya lo tenía tirado encima, cogiéndome por el cuello. Ella lloraba, el golpeaba a diestro y siniestro y yo, como ya tengo bastantes problemas, salí de allí corriendo como si me persiguiera el mismísimo demonio. Supuse que ya no podría volver a verla, aunque fue bonito mientras duró.

Ya llevaba el cigarro por la mitad cuando me adentré por la zona del mercado. Saludé a más de un conocido en el camino al lugar que estaba buscando, y cuando llegué, sonreí de oreja a oreja. El tendero, sin embargo, me miró y dejó escapar un largo suspiro. - Venga, no te pongas así. Hoy sólo me apetecen mandarinas. ¡Te cojo dos! -Dije y las tomé antes de que pudiera decir nada más. Entonces vi el palo, y su expresión fastidiada. - Vamos, no me jodas... -Eché a correr por segunda vez aquella mañana, insultándole en todos los idiomas que conocía, hasta que lo perdí de vista entre el gentío. El mercado estaba a rebosar. Los puestos de frutas y verduras en concreto llamaban mucho la atención, ya que al ser uno de los primeros días de la temporada, el aspecto de los víveres era inmejorable, así como su aroma. Busqué una esquina, tras un puesto de patatas y me senté, dispuesta a disfrutar de la que sería la última vez en que tomase mandarinas. Al menos, en un tiempo. 


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Mensaje por Fia Kirkpatrick Vie Oct 06, 2017 11:13 pm

La llegada del verano había traído grandes ideas a las chicas del cabaret, ideas que yo no aprobaba del todo; sobre todo porque una “exhibición callejera” era lo último que sentía necesitaba el negocio. Entre todas las chicas éramos bastante populares y no necesitábamos exponernos ante la sociedad de una manera tan descarada como para atraer más clientes al cabaret, sin embargo, el peculiar dueño considero la exhibición una buena idea, cambiándole el nombre a “presentación artística”. Si bien es cierto que somos artistas y no meramente prostitutas, para toda la sociedad parisina somos exactamente lo mismo, así que durante aquella dichosa presentación, estaríamos arriesgándonos a los maltratos de la ciudadanía, aunque claro, yo tenía mi plan de protección personal como siempre.

El día de nuestra presentación resulto ser perfecto. El clima era el indicado como para ir con un vestido demasiado corto para una dama de sociedad pero no tan exótico ni revelador como lo que usaban mis demás compañeras, que orgullosas exhibían más piel de la que debían.  Los lugares como la plaza Tertre y el mercado ambulante, sitios elegidos para ser testigos de nuestro espectáculo se encontraban abarrotados y para mi fortuna, que no hiciera tanto calor me ayudaba a llevar a Afrodita, mi amada pitón verde, a la calle. Afrodita, dócil como siempre, se posiciono alrededor de mi cuello como si se tratase de un exótico collar que lograba resaltar más no solo por la palidez de mi piel, sino además por el color rojo de mis cabellos, esos que en rara ocasión eran contemplados fuera del cabaret pues usualmente, los llevaba ocultos bajo una peluca de color negro.

El primer show que llevamos a cabo, fue en la plaza Tertre, donde las personas se aglomeraron a nuestro alrededor para ver de que éramos capaces y si bien nadie se atrevió a decirnos nada humillante en voz alta, tanto mis compañeras como yo notábamos los cuchicheos y sobre todo, la manera tan despreciable en que nos miraban, aunque en mi caso, eran más las miradas de temor y curiosidad las que se posaban sobre mi.  Después de haber concluido con la presentación en la plaza Tertre, nos dirigimos al mercado ambulante, donde aproveche lo aglomerado para escabullirme y escapar de lo que ya suponía sería otro acto de hipocresía parisina. No es que me avergüence trabajar en el cabaret, sino que me avergüenza ver a la gente juzgarnos cuando no saben de nuestra vida, cuando no saben que ese sitió que ellos llaman lugar de perdición es lo que la mayoría de nosotras consideramos nuestro único y verdadero hogar.

Ocultándome, andando entre las partes traseras de los puestos, me dispuse a encontrar un lugar con sombra donde permanecer hasta que sospechara que el show terminaba. Y fue justo detrás de un puesto de patatas donde ya se encontraba una joven que comía mandarinas que encontré la sombra y la calma que buscaba.
¿Puedo sentarme a un lado tuyo? Que hace demasiado calor y le hará mal a Afrodita y a mi piel – sonreí entonces a la muchacha en espera de una respuesta afirmativa, al tiempo que trataba de acomodar más el revelador vestido que usaba y a Afrodita que comenzaba a impacientarse.


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Mensaje por Irathi Heaven Sáb Oct 28, 2017 11:49 am

Si vivir en la calle tiene algo de positivo, eso es sin duda la fortaleza mental que el hecho de no tener nada nos concede. La gente se busca problemas por sí mismos cuando no los tienen, siempre lo he sabido. Los ricos siempre ansían más de lo que tienen, y nunca están contentos. Sea poder, tierras o más dinero, su avaricia no conoce límites, y eso los convierte en seres impacientes, irascibles, y profundamente infelices. Yo nunca he tenido nada, y entonces tampoco lo tenía, así que mis problemas eran más reales y certeros que cualquier otro. La necesidad de sobrevivir día a día me impedía sumirme en la depresión, hacía que no me angustiara en exceso cuando las cosas no me iban como yo quería, ya que ésto era lo normal. Y sobre todo, lo más importante, me salvaba de caer en la melancolía. Mientras engullía los gajos de aquellas mandarinas robadas, no podía parar de darle vueltas en la cabeza a la imagen de aquella mujer que ya había perdido. Pero mis recuerdos no estaban teñidos por la amargura de no poder volver a tenerla, sino por la suerte de haberme topado con semejante regalo a pesar de ser una muerta de hambre. Ver el lado bueno de las cosas, creo que así lo llaman. A mi la verdad es que no me quedaba otra, cuando todo está tan negro es difícil que las cosas se pongan aún peor.

Ya lo había decidido, cuando me hubiera acabado mi tentempié la olvidaría, y pasaría a la siguiente cosa, al siguiente capítulo de mi existencia. De todas formas, ella era la que había salido peor parada con nuestro "romance". Tendría que dar muchas explicaciones. Pero desde la distancia, y mientras me deshacía de los últimos retazos de frustración, le deseaba la mayor de las suertes. ¿Qué sería lo que escogería hacer, ahora que la verdad había salido a flote? ¿Se dejaría conquistar por sus pasiones y renunciaría a lo que tenía? ¿O regresaría al camino "normal" del que se había desviado gracias a mi influencia? Sea como fuere, ya nada tenía que ver conmigo. Nunca hicimos promesas que no pudiéramos cumplir, y si algo estaba claro es que, con mi personalidad, la libertad individual, la de mi alma, la de mi ser, era más importante que cualquier atadura carnal. Dos líneas paralelas pueden ir juntas, pero nunca llegan a tocarse. Esa era la realidad. Escocía, sí, pero era inalterable.

Tiré las cáscaras de la primera fruta al suelo, sin molestarme por la mirada de reproche que me dirigió el dueño del puesto. Él había estado haciendo lo mismo con sus desperdicios. La única diferencia entre ambos es que yo no tendría un lugar al que ir a dormir cuando la noche cayera. Así que, por mi parte, podía irse al cuerno y pensar de mi lo que quisiera. Los rayos de Sol golpeaban, ahora sí, fieramente, a los transeúntes que se paseaban ante mis ojos. Yo, sin embargo, me sentía más cómoda a la sombra. El clima era bueno, pero siempre he estado acostumbrada al frío, así que el exceso de calor me resulta más molesto que ninguna otra cosa. A punto estaba de comenzar a pelar la segunda mandarina, cuando los pasos de alguien se detuvieron a mi altura, haciendo que me detuviese. Resoplé por lo bajo, esperando a encontrarme con algún guardia, o quizá con el tendero de antes, que venía a vengarse, pero lo que me recibieron fueron los rasgos exóticos de una chica cuyos cabellos parecían refulgir. 

Claro, será un placer... -Dije en un tono levemente insinuante. No podía evitarlo. El aspecto de la chica no ponía fácil que la mirase de ninguna otra manera que no fuera con deseo. ¿Sería mi día de suerte?... Tal vez no. La serpiente que llevaba encima, y que hasta ese preciso momento ni siquiera había notado, siseó en mi dirección, como si tratase de advertirme. Tragué saliva y sacudí la cabeza. - Quiero decir, claro que puedes sentarte. El Sol puede ser peligroso en días como este... Y parece que a tu amiga no le gusta demasiado. -Me deslicé a un lado para así dejar hueco, sonriendo, ahora sí, más afablemente. La verdad es que quería hacer como un millón de preguntas, como por qué demonios llevaba una serpiente alrededor de los hombros, o por qué iba vestida de semejante forma a un lugar repleto de pervertidos, pero decidí que mejor era mantener el pico cerrado, al menos, de momento. - ¿Quieres? -Le ofrecí la mandarina que me quedaba, como queriendo romper el hielo.


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Mensaje por Fia Kirkpatrick Miér Dic 06, 2017 8:23 pm

Era poco común para mi el salir a las calles de París, no solamente exhibiendo mi cuerpo para ser juzgado libremente por las clases más altas de la sociedad, que irónicamente resultaban ser aquellos que más visitaban el cabaret y buscaban no solamente mi atención, sino la de mis compañeras también. Fuera de lo extraño que y un tanto incomodo que me resultaba el que nos obligaran a ir a aquella presentación callejera, me sentía mucho más perturbada por saber que ese día había abandonado mi residencia mostrando el color real de mis cabellos.

Cierto era que yo amaba el rojo de mis cabellera, ya que aquel inusual color me recordaba a mi padre y a su amor, aunque claro, eso era lo único bueno que mi peculiar cabellera me daba, pues fuera del amor de mi padre solo existían creencias erradas respecto a la manera en que los pelirrojos llevaban mala suerte, así como la idea de que eran seguidos por el fuego, detalle que si me ponía a analizar fríamente parecía ser verdad en mi caso. Un suspiro salió de mis labios mientras que decidía que era el momento de abandonar el exótico desfile hecho por mis compañeras, por eso y porque Afrodita ya estaba sufriendo estragos por el calor del ambiente.

Al alejarme, trate de no llamar mucho la atención; siendo eso prácticamente imposible debido a que llevaba una serpiente al cuello y ropas demasiado reveladoras para ser usadas por una mujer común, sin embargo, logré pasar bastante desapercibida siguiendo la parte trasera de los puestos y no fue sino hasta que encontré un lugar agradable, con sombra y al parecer algo de compañía, para tomar asiento.

Cuando la joven a la que le pedía permiso para sentarme me dirigió la mirada, le sonreí. Era una mujer joven, de cabellos largos y castaños que poseía unos ojos bastante picaros y despiertos, detalles que su inicialmente seductor tono de voz me aseguro, pero como siempre, Afrodita llevó a aquella muchacha a cambiar su actitud. Mis serpientes resultaban inofensivas para los humanos pero al ser animales tan poco comunes y exóticos causaban temor en quien los miraba, un tanto como yo.
Gracias – respondí antes de acomodar más a Afrodita entre mis hombros y sentarme a un lado de la joven – Bueno en verano creo que el calor nos molesta a todos, pero sí, a ella suele molestarle más – y como si acariciara a cualquier otro animal, pase mis dedos por la cabeza de la serpiente, que al sentirse en la sombra comenzó a relajarse.

Afrodita y yo necesitábamos solamente un poco de tiempo para reponer energías y continuar el camino de vuelta a casa, aún así, me resulto imposible rechazar la mandarina que me era ofrecida por la joven a mi lado.
Eres muy amable – le sonreí – si puedes darme un par de gajos será más que suficiente. Afrodita ama las mandarinas – solo entonces decidí revelar algo que muchas personas desconocían de mis serpientes – Porque sabes, ella no come carne, ella solo come fruta así que es completamente inofensiva para los humanos – confesar aquello era decir que lo único que me protegía era inútil, pero por algún motivo, no sentía nada de peligro al lado de la joven, por el contrario, sentía curiosidad por ella y las decoraciones en su cuerpo, esas que no podían pasar desapercibidas.



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