AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Last Sunrise
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The Last Sunrise
Después de recorrer a toda velocidad las calles, y luego la zona boscosa que rodeaba París, comencé a aminorar la marcha una vez terminamos de atravesar el bosque que marcaba el límite de la ciudad con la siguiente. Allí había asegurado que hubiera un lugar seguro, una casa franca, antes de aventurarme en su búsqueda semanas antes. Ese era el protocolo que siempre seguía. A partir de ese momento, no la perdería de vista ni un momento, ni permitiría que pisara el exterior. Habían demasiadas cosas en juego. - Tranquila, ya hemos llegado, a partir de ahora, estarás segura.
A pesar de que, visto desde el exterior, el lugar pareciese una vieja mansión abandonada más, por lo destartalado de su aspecto, me había cerciorado de que su interior estuviera en suficiente buen estado y estuviera provisto de las necesidades básicas para pasar allí un tiempo. Además de eso, me había encargado de reforzar puertas y ventanas, arreglando cierres y colocando otros tablones de madera para tapar huecos e impedir que se viera nada desde afuera. La idea era convertirlo en lo más parecido a un búnker como me fuera posible, pero conservando el aspecto de sitio olvidado, para que así ningún curioso se aventurase a entrar en ella. Aún así, antes de dejar a Irïna en la habitación que había limpiado más concienzudamente, revisé la casa de una punta la otra, buscando imperfecciones o la presencia de algún intruso. Sólo cuando estuve satisfecho y estaba completamente convencido de que no había nada fuera de lugar, la llevé escaleras arriba y la coloqué en la cama, provista de las mantas que yo mismo había comprado antes de ir a su encuentro. El polvo había vuelto a acumularse nuevamente, lo que la hizo estornudar un par de veces, pero no era tan exagerado como para suponer un problema. Además, la conocía lo bastante bien como para saber que no prestaría atención a tales nimiedades.
Lo siguiente que hice, después de instalarla y encerrarla en la habitación, que supuse que cuando estaba habitada era la principal, me dirigí, vestido de incógnito, a la comisaría, donde dejé un aviso anónimo de que algo había sucedido en uno de los hostales de la ciudad. No tenía tiempo para yo mismo dar sepultura a aquellos cuerpos, así que recé una oración en su memoria y regresé de vuelta a la casa donde había dejado a la reina. Las autoridades se encargarían de todo. Por suerte para mi, Irïna siempre había seguido mis indicaciones y no tenía nada que pudiera revelar su identidad consigo, así que era algo más que me ahorraba, porque francamente, no me apetecía volver a visitar el sitio en el que se había desarrollado tal tragedia. Especialmente porque no había sido capaz hacer nada para impedirla.
Una vez de vuelta, volví a revisar el sitio, y tapié las diferentes entradas para impedir que nadie se colara mientras descansaba. Luego, finalmente, regresé junto al lecho donde ella descansaba. Se había removido bajo las colchas, pero seguía profundamente dormida. Eso me hizo dudar un poco. No creía que el golpe hubiera sido tan fuerte como para que estuviera tanto tiempo inconsciente. Preocupado, fruncí el ceño y acerqué una mano a su frente. Todas mis alarmas se dispararon al unísono. Estaba ardiendo, y el hecho de que fuera capaz de notarlo a pesar de mi altísima temperatura corporal no era precisamente buena señal. Además, la casa no contaba con agua corriente, como muchas mansiones antiguas, sino que tenía un pozo en la parte de atrás. Rápidamente, la destapé y quité los tablones que cubrían las ventanas, para permitir el paso del frío aire del exterior. Estaba francamente desesperado, y no muy seguro de lo que debía hacer. ¿Acaso era aquello un efecto secundario de la barrera que había instalado en su memoria? ¿O era precisamente porque ésta había comenzado a resquebrajarse? Recordé el dolor de cabeza que parecía haberla azotado antes, y esa fue la respuesta a mis preguntas. A toda prisa me dirigí al exterior, dispuesto a bombear tanta agua como me fuera posible. Necesitaba bajarle la fiebre o su vida peligraría.
A pesar de que, visto desde el exterior, el lugar pareciese una vieja mansión abandonada más, por lo destartalado de su aspecto, me había cerciorado de que su interior estuviera en suficiente buen estado y estuviera provisto de las necesidades básicas para pasar allí un tiempo. Además de eso, me había encargado de reforzar puertas y ventanas, arreglando cierres y colocando otros tablones de madera para tapar huecos e impedir que se viera nada desde afuera. La idea era convertirlo en lo más parecido a un búnker como me fuera posible, pero conservando el aspecto de sitio olvidado, para que así ningún curioso se aventurase a entrar en ella. Aún así, antes de dejar a Irïna en la habitación que había limpiado más concienzudamente, revisé la casa de una punta la otra, buscando imperfecciones o la presencia de algún intruso. Sólo cuando estuve satisfecho y estaba completamente convencido de que no había nada fuera de lugar, la llevé escaleras arriba y la coloqué en la cama, provista de las mantas que yo mismo había comprado antes de ir a su encuentro. El polvo había vuelto a acumularse nuevamente, lo que la hizo estornudar un par de veces, pero no era tan exagerado como para suponer un problema. Además, la conocía lo bastante bien como para saber que no prestaría atención a tales nimiedades.
Lo siguiente que hice, después de instalarla y encerrarla en la habitación, que supuse que cuando estaba habitada era la principal, me dirigí, vestido de incógnito, a la comisaría, donde dejé un aviso anónimo de que algo había sucedido en uno de los hostales de la ciudad. No tenía tiempo para yo mismo dar sepultura a aquellos cuerpos, así que recé una oración en su memoria y regresé de vuelta a la casa donde había dejado a la reina. Las autoridades se encargarían de todo. Por suerte para mi, Irïna siempre había seguido mis indicaciones y no tenía nada que pudiera revelar su identidad consigo, así que era algo más que me ahorraba, porque francamente, no me apetecía volver a visitar el sitio en el que se había desarrollado tal tragedia. Especialmente porque no había sido capaz hacer nada para impedirla.
Una vez de vuelta, volví a revisar el sitio, y tapié las diferentes entradas para impedir que nadie se colara mientras descansaba. Luego, finalmente, regresé junto al lecho donde ella descansaba. Se había removido bajo las colchas, pero seguía profundamente dormida. Eso me hizo dudar un poco. No creía que el golpe hubiera sido tan fuerte como para que estuviera tanto tiempo inconsciente. Preocupado, fruncí el ceño y acerqué una mano a su frente. Todas mis alarmas se dispararon al unísono. Estaba ardiendo, y el hecho de que fuera capaz de notarlo a pesar de mi altísima temperatura corporal no era precisamente buena señal. Además, la casa no contaba con agua corriente, como muchas mansiones antiguas, sino que tenía un pozo en la parte de atrás. Rápidamente, la destapé y quité los tablones que cubrían las ventanas, para permitir el paso del frío aire del exterior. Estaba francamente desesperado, y no muy seguro de lo que debía hacer. ¿Acaso era aquello un efecto secundario de la barrera que había instalado en su memoria? ¿O era precisamente porque ésta había comenzado a resquebrajarse? Recordé el dolor de cabeza que parecía haberla azotado antes, y esa fue la respuesta a mis preguntas. A toda prisa me dirigí al exterior, dispuesto a bombear tanta agua como me fuera posible. Necesitaba bajarle la fiebre o su vida peligraría.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: The Last Sunrise
Podía notar cómo el aire se movía a toda velocidad a su alrededor. Frío, casi dolía al entrar en contacto con su cuerpo. ¿Cuánto estaba corriendo? ¿Tan debilitada estaba que algo tan simple como el viento la hacía estremecerse? Y especialmente, ¿cómo demonios se estaba desplazando, si lo último que recordaba era perder el conocimiento frente a Lorick y Rhaegar? Lo curioso es que, aunque creía que desde entonces habían pasado apenas unos instantes, en su cuerpo se sentían como horas. Aquel dichoso y doloroso martilleo en sus sienes no sólo no se había detenido, sino que su intensidad se había acentuado, impidiéndole moverse, o recuperar la consciencia siquiera. La incapacidad para reaccionar la tenía aterrada. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaba Lorick? ¿Y si había vuelto a perderle? La cabeza le daba vueltas, y no era capaz de detenerse en ningún pensamiento concreto. ¡Qué frustrante! Lorick. ¡Lorick! Quería gritar su nombre pero las palabras no le salían, y lo más que escapó de sus labios fue un leve quejido, que ni siquiera sabía si sería oído por alguien.
En un instante de lucidez, pudo sentirlo. El constante y rápido palpitar de un corazón que no era el suyo. Cerca, muy cerca de ella, pegado a su oreja. ¿Alguien la estaba cargando? ¿Quién? Sus sentidos estaban medio dormidos, pero concentrándose lo suficiente, pudo encontrar la respuesta a aquella pregunta. Era él. Su aroma le invadió las fosas nasales, tranquilizándola de inmediato. Conocía la fortaleza de aquellos brazos, la calidez que se sentía al estar rodeada por ellos. Era inconfundible. Una lágrima cayó rodando, solitaria, por sus mejillas. No sabía qué sería de ella si nuevamente volviera a perderle. Se quedaría sola otra vez. Y ahora que lo había tenido cerca, que se lo arrebataran sería más de lo que podría soportar. Se encogió sobre sí misma, como queriendo perderse dentro de aquel abrazo, ansiosa por incrementar la cercanía entre ambos, y sólo así, lo que hasta entonces había sido un sueño agitado, se convirtió en uno pacífico y tranquilo. Al menos, por un rato.
El dolor era excruciante, y eso fue lo que, finalmente, la hizo despertar, entre gritos y cubierta por sudores fríos. No sabía dónde estaba, ni lo que había pasado, pero nada de lo que había a su alrededor le era conocido. - No, ¡no! ¡¿Dónde estoy?! ¡Lorick! ¡Lorick! -Su voz salió quebrada, titubeante, las lágrimas rodaban por sus mejillas, y en el estado febril que se encontraba la línea entre realidad y fantasía se veía difuminada. A ratos veía una habitación llena de polvo, y en otros momentos se creía rodeada por el fuego. Casi podía sentir el calor abrasándole la piel. - ¡Quema! ¡Me quemo! -Seguía gritando, convulsionándose, incapaz de recuperar el control de su cuerpo, de sus emociones, de sus pensamientos. Entonces, aquellos brazos, ¡oh! ¡cura de todos sus males!, volvieron a extenderse y rodearla brindándole su ayuda. Una vez pudo enfocar la vista y la habitación dejó de dar vueltas ante sus ojos, se lanzó contra el guardia real, aquel que era su refugio, su confidente, su amor. - No te vayas... No me dejes... Tengo miedo... Tengo mucho miedo... -No entendía nada de lo que el hombre le estaba diciendo, pero el tono de su voz sonaba preocupado, y sin embargo, logró calmarla.
Débil como estada, no tardó mucho en quedarse dormida, escuchándolo hablar. Creía haber escuchado una historia referente a su infancia, a uno de aquellos momentos felices que ni ella misma recordaba con frecuencia. Típico de él. No le importaba. Mientras permaneciera a su lado, nada más le importaba.
En un instante de lucidez, pudo sentirlo. El constante y rápido palpitar de un corazón que no era el suyo. Cerca, muy cerca de ella, pegado a su oreja. ¿Alguien la estaba cargando? ¿Quién? Sus sentidos estaban medio dormidos, pero concentrándose lo suficiente, pudo encontrar la respuesta a aquella pregunta. Era él. Su aroma le invadió las fosas nasales, tranquilizándola de inmediato. Conocía la fortaleza de aquellos brazos, la calidez que se sentía al estar rodeada por ellos. Era inconfundible. Una lágrima cayó rodando, solitaria, por sus mejillas. No sabía qué sería de ella si nuevamente volviera a perderle. Se quedaría sola otra vez. Y ahora que lo había tenido cerca, que se lo arrebataran sería más de lo que podría soportar. Se encogió sobre sí misma, como queriendo perderse dentro de aquel abrazo, ansiosa por incrementar la cercanía entre ambos, y sólo así, lo que hasta entonces había sido un sueño agitado, se convirtió en uno pacífico y tranquilo. Al menos, por un rato.
El dolor era excruciante, y eso fue lo que, finalmente, la hizo despertar, entre gritos y cubierta por sudores fríos. No sabía dónde estaba, ni lo que había pasado, pero nada de lo que había a su alrededor le era conocido. - No, ¡no! ¡¿Dónde estoy?! ¡Lorick! ¡Lorick! -Su voz salió quebrada, titubeante, las lágrimas rodaban por sus mejillas, y en el estado febril que se encontraba la línea entre realidad y fantasía se veía difuminada. A ratos veía una habitación llena de polvo, y en otros momentos se creía rodeada por el fuego. Casi podía sentir el calor abrasándole la piel. - ¡Quema! ¡Me quemo! -Seguía gritando, convulsionándose, incapaz de recuperar el control de su cuerpo, de sus emociones, de sus pensamientos. Entonces, aquellos brazos, ¡oh! ¡cura de todos sus males!, volvieron a extenderse y rodearla brindándole su ayuda. Una vez pudo enfocar la vista y la habitación dejó de dar vueltas ante sus ojos, se lanzó contra el guardia real, aquel que era su refugio, su confidente, su amor. - No te vayas... No me dejes... Tengo miedo... Tengo mucho miedo... -No entendía nada de lo que el hombre le estaba diciendo, pero el tono de su voz sonaba preocupado, y sin embargo, logró calmarla.
Débil como estada, no tardó mucho en quedarse dormida, escuchándolo hablar. Creía haber escuchado una historia referente a su infancia, a uno de aquellos momentos felices que ni ella misma recordaba con frecuencia. Típico de él. No le importaba. Mientras permaneciera a su lado, nada más le importaba.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: The Last Sunrise
Los trapos empapados por el agua helada venida del pozo, a pesar de ser un remedio tremendamente tosco, parecía ser lo bastante efectivo. Suspiré, aliviado, cuando al cabo de un par de horas su temperatura parecía nuevamente normalizada. Aún tenía fiebre pero dudaba que su vida peligrase por ello. Lo que más me preocupaba era el hecho de que siguiera tan profundamente dormida. Salvo por las intermitentes convulsiones, hecho que me venía a indicar que estaba teniendo alguna clase de pesadilla, Irïna estaba terriblemente quieta. Tanto era así que a cada poco, aterrado como estaba, no podía evitar inclinarme sobre el lecho y buscar, desesperado, su respiración, sólo para suspirar de alivio cuando lo encontraba. Todo aquello era culpa mía. Si había llegado tan lejos como para quitarle los recuerdos de aquel incidente, debí haber sido lo bastante astuto como para protegerla de aquello que ella no podía rememorar. A Rhaegar. ¿Cómo había podido ser tan estúpido? No llegué a considerar su presencia amenaza suficiente para ella, a pesar de que la culpa de casi todos los males que ahora estábamos sufriendo era suya. ¿Qué tramaría a partir de ese momento? La incertidumbre me hacía sentir terriblemente incómodo a la par que asustado. Si había sido capaz de organizar una matanza de forma tan repentina, no dudaba que su siguiente jugada sería incluso peor. El rencor que guardaba a la casa Hanover era demasiado grande.
Mientras estaba sumido en mis cavilaciones, ella despertó, agitada, nerviosa, probablemente confusa por no saber dónde estaba ella, o mejor dicho, dónde estaba yo. Antes de que su sobresalto hiciera que su fiebre empeorara, la estreché entre mis brazos con fuerza, buscando transmitirle mi calor, que mi presencia la tranquilizara. Me sentía honrado al saber que el efecto fue casi instantáneo. A pesar de todo, no podía evitar mi preocupación, mi pavor. Estaba claro que el dique de sus memorias había cedido. Entre sus quejidos y lágrimas mencionaba el fuego, un fuego que se suponía que no debía recordar. De pronto me sentí tremendamente avergonzado por lo que había hecho. Aunque mi intención había sido simplemente protegerla, debí haber sabido que ella nunca habría querido eso. Olvidar una parte de sí misma, una parte tan importante de su historia simplemente por seguir estando bien, era algo que consideraría inexcusable. A pesar de que esperaba que me perdonase por ello, no la culparía si no lo hiciera. La apreté aún más contra mi pecho, esperando que al menos, ahora que era vulnerable, mi presencia la tranquilizara. ¿Cómo cambiaría todo una vez que fuera consciente de la verdad? Eso sólo el tiempo me lo diría.
- Todo está bien, majestad. Estamos en un lugar seguro, y juro que no volveré a separarme de vos en ningún momento. Ya he desatendido mis funciones durante bastante tiempo. -Saber que casi todo lo acontecido era culpa de mis estúpidos errores me estaba matando. - ¿Recordáis el día en el que vuestro padre os regaló a vuestra yegua? Nunca os vi más feliz que aquel día. Vuestros ojos brillaban de la emoción. Después de años soñando con tener vuestro propio ejemplar, en ese día vuestro deseo se hizo realidad. Lo que más me sorprendió, y honoró también, fue que me pidieseis a mi y no al rey que os enseñase a montar como es debido. Lo pasamos bien, ¿verdad? Recorrimos cientos de millas los primeros meses, y en apenas medio año ya erais incluso más rápida que yo. Hicisteis morder el polvo a casi todos los guardias de palacio. Se os veía tan orgullosa... Os prometo que pronto volveréis a verla, volveréis a acariciar su pelaje y a sentir el viento golpearos en el rostro al cabalgar sobre ella. -Esas palabras fueron las únicas que se me ocurrieron como consuelo. Memorias de una época mejor, de una época que ahora estaba seguro de que nunca volvería.
Mientras estaba sumido en mis cavilaciones, ella despertó, agitada, nerviosa, probablemente confusa por no saber dónde estaba ella, o mejor dicho, dónde estaba yo. Antes de que su sobresalto hiciera que su fiebre empeorara, la estreché entre mis brazos con fuerza, buscando transmitirle mi calor, que mi presencia la tranquilizara. Me sentía honrado al saber que el efecto fue casi instantáneo. A pesar de todo, no podía evitar mi preocupación, mi pavor. Estaba claro que el dique de sus memorias había cedido. Entre sus quejidos y lágrimas mencionaba el fuego, un fuego que se suponía que no debía recordar. De pronto me sentí tremendamente avergonzado por lo que había hecho. Aunque mi intención había sido simplemente protegerla, debí haber sabido que ella nunca habría querido eso. Olvidar una parte de sí misma, una parte tan importante de su historia simplemente por seguir estando bien, era algo que consideraría inexcusable. A pesar de que esperaba que me perdonase por ello, no la culparía si no lo hiciera. La apreté aún más contra mi pecho, esperando que al menos, ahora que era vulnerable, mi presencia la tranquilizara. ¿Cómo cambiaría todo una vez que fuera consciente de la verdad? Eso sólo el tiempo me lo diría.
- Todo está bien, majestad. Estamos en un lugar seguro, y juro que no volveré a separarme de vos en ningún momento. Ya he desatendido mis funciones durante bastante tiempo. -Saber que casi todo lo acontecido era culpa de mis estúpidos errores me estaba matando. - ¿Recordáis el día en el que vuestro padre os regaló a vuestra yegua? Nunca os vi más feliz que aquel día. Vuestros ojos brillaban de la emoción. Después de años soñando con tener vuestro propio ejemplar, en ese día vuestro deseo se hizo realidad. Lo que más me sorprendió, y honoró también, fue que me pidieseis a mi y no al rey que os enseñase a montar como es debido. Lo pasamos bien, ¿verdad? Recorrimos cientos de millas los primeros meses, y en apenas medio año ya erais incluso más rápida que yo. Hicisteis morder el polvo a casi todos los guardias de palacio. Se os veía tan orgullosa... Os prometo que pronto volveréis a verla, volveréis a acariciar su pelaje y a sentir el viento golpearos en el rostro al cabalgar sobre ella. -Esas palabras fueron las únicas que se me ocurrieron como consuelo. Memorias de una época mejor, de una época que ahora estaba seguro de que nunca volvería.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: The Last Sunrise
Su yegua, la recordaba, sí, sí, recordaba el día que Lorick le estaba mencionando tal y como si fuese ayer. También recordaba el rostro exasperado de su madre cuando, por enésima vez, la joven princesa desatendió sus clases de protocolo y bordado por irse a montar en los terrenos del palacio acompañada por otros guardias. También recordaba el orgullo que sintió su padre cuando ella alzó el trofeo de su primera competición, la primera y la última, por cierto, antes de que le prohibieran participar por ser demasiado peligroso. Sin embargo, todos aquellos recuerdos que en algún momento le habrían resultado alegres, ahora se le antojaban tremendamente melancólicos. Tristes incluso. Ahora, no sólo estaba lejos de su tierra natal, de aquel animal al que adoraba, sino que muchas de las personas de ese recuerdo ya no estaban en este mundo. Muchos de los guardias reales que la habían acompañado en sus travesías por el reino, habían muerto a causa de enfrentamientos. Y, en especial, sentía la ausencia de sus padres como si fuera un gran nudo en la garganta del que no podía deshacerse. Además, las causas de la muerte de éstos ahora le parecían confusas. ¿Qué significaba la presencia del fuego en aquellos recuerdos? Ella no había estado presente, ¿qué era lo que estaba tratando de decirle su conciencia? No lo entendía. Y tan aturdida como estaba, aunque lo hubiese intentado, tampoco habría podido entenderlo.
Siguió así, navegando entre la consciencia y la inconsciencia durante horas, horas en las que pudo sentir la presencia siempre inalterable de Lorick a su lado. Eso la tranquilizaba, pero también la hacía temer el momento en el que ésta desapareciera. ¿Podría ser que todo aquello no fuera más que un sueño, provocado a causa de la fiebre? Quizá ni siquiera él estuviera allí. Y eso la aterraba. Como si pudiera comprender sus temores a pesar e no ser mencionados en voz alta, en esos momentos su guardián le apretaba la mano con gentileza, como queriendo decir, "estoy aquí". Gracias a eso, pudo dormirse, ahora sí, más profundamente, y esta vez, sin sueños.
.... .... .... .... .... .... .... .... .... .... ....
Al despertar, notó lo fría que estaba la habitación, y por supuesto, la ausencia de Lorick. La sangre se le heló en el cuerpo. ¿Sería posible? ¿Sus temores se habían vuelto ciertos? No, no era eso. Aún podía distinguir restos de su aroma en la sala, en el lecho, en el ambiente. No había duda de que había estado allí, ¿pero dónde se encontraba ahora? ¿Habría salido a por víveres? De pronto, un escalofrío la recorrió de arriba abajo, y la hizo voltearse hacia la ventana que estaba a su espalda. Allí, la luna llena, parecía gobernar un cielo más oscuro de lo que había visto nunca. Algo no estaba bien. O más bien, tenía la sensación de que estaba por pasar algo terrible. Recorrió la habitación, iluminada por el astro levemente, hasta encontrar la puerta que llevaba el piso inferior, que también estaba desierto. Allí la vio, la puerta principal, abierta de par en par, Los tablones que antes la tapiaban estaban rociados por el suelo. Lorick jamás se habría ido dejándola desprotegida. Entonces, lo escuchó. Un alarido casi animal, que procedía del exterior. Seguido por un doloroso gemido. Sus pasos la llevaron al exterior. Y allí, lo vio.
El cuerpo de Lorick, retorciéndose sobre la tierra humedecida. Se contorsionaba, los huesos parecían luchar por querer salir de su cuerpo. ¿Qué le pasaba? Quería correr hacia él, pero estaba paralizada por el miedo. No entendía lo que estaba ocurriendo.
El lobo que salió de debajo de los ropajes. Y el aullido que surgió de su garganta.
El mundo dejó de tener sentido.
Siguió así, navegando entre la consciencia y la inconsciencia durante horas, horas en las que pudo sentir la presencia siempre inalterable de Lorick a su lado. Eso la tranquilizaba, pero también la hacía temer el momento en el que ésta desapareciera. ¿Podría ser que todo aquello no fuera más que un sueño, provocado a causa de la fiebre? Quizá ni siquiera él estuviera allí. Y eso la aterraba. Como si pudiera comprender sus temores a pesar e no ser mencionados en voz alta, en esos momentos su guardián le apretaba la mano con gentileza, como queriendo decir, "estoy aquí". Gracias a eso, pudo dormirse, ahora sí, más profundamente, y esta vez, sin sueños.
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Al despertar, notó lo fría que estaba la habitación, y por supuesto, la ausencia de Lorick. La sangre se le heló en el cuerpo. ¿Sería posible? ¿Sus temores se habían vuelto ciertos? No, no era eso. Aún podía distinguir restos de su aroma en la sala, en el lecho, en el ambiente. No había duda de que había estado allí, ¿pero dónde se encontraba ahora? ¿Habría salido a por víveres? De pronto, un escalofrío la recorrió de arriba abajo, y la hizo voltearse hacia la ventana que estaba a su espalda. Allí, la luna llena, parecía gobernar un cielo más oscuro de lo que había visto nunca. Algo no estaba bien. O más bien, tenía la sensación de que estaba por pasar algo terrible. Recorrió la habitación, iluminada por el astro levemente, hasta encontrar la puerta que llevaba el piso inferior, que también estaba desierto. Allí la vio, la puerta principal, abierta de par en par, Los tablones que antes la tapiaban estaban rociados por el suelo. Lorick jamás se habría ido dejándola desprotegida. Entonces, lo escuchó. Un alarido casi animal, que procedía del exterior. Seguido por un doloroso gemido. Sus pasos la llevaron al exterior. Y allí, lo vio.
El cuerpo de Lorick, retorciéndose sobre la tierra humedecida. Se contorsionaba, los huesos parecían luchar por querer salir de su cuerpo. ¿Qué le pasaba? Quería correr hacia él, pero estaba paralizada por el miedo. No entendía lo que estaba ocurriendo.
El lobo que salió de debajo de los ropajes. Y el aullido que surgió de su garganta.
El mundo dejó de tener sentido.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: The Last Sunrise
Los efectos, como era de costumbre, comenzaron de improviso... O quizá estaba demasiado distraído con seguir el ritmo de su respiración contra mi pecho para darme cuenta de los mismos una vez se habían iniciado. No, no es que me hubiera olvidado de que aquella noche era Luna Llena. Y evidentemente tenía bastante claro lo que esto implicaba debido a mi naturaleza. Pero Irïna, como siempre lo había sido, era mi principal prioridad, así que dejé de prestarle atención al malestar general que casi siempre caracterizaba las primeras fases del cambio. Justo me había levantado para volver a empapar los trapos en agua fría, cuando el dolor característico de la siguiente etapa me hizo quebrar el silencio del lugar en un grito desgarrador. El cuerpo me ardía. Las articulaciones parecían ir cediendo una tras una, saliéndose del sitio, alargándose y contrayéndose, perdiendo su funcionalidad normal. Fue entonces cuando supe que tenía que salir corriendo de allí antes de que fuera demasiado tarde. Antes de que cambiara dentro de un sitio cerrado y de que las ansias de sangre me hicieran cometer alguna locura. Salí corriendo de la habitación, y luego escaleras abajo, para finalmente atravesar la puerta desgarrando los tablones que antes había puesto a mi paso. Todo mi cuerpo parecía estar en ebullición, la piel comenzaba a hacerse jirones. Estaba pasando. Y el cambio se aceleró cuando mis ojos, amarillentos y brillantes, se quedaron fijados en el cuerpo celeste. Un aullido escapó de mi garganta. Uno quejumbroso, desesperado, el de una bestia que estaba sufriendo. Un aullido que estaba seguro de que otros seres también oirían.
Pero ya no podía pensar con claridad, ni comprender lo que sucedía a mi alrededor. El mundo se convertía en un lugar con el que me entendía a base de impulsos simples cuando mi cuerpo dejaba de ser humano para pasar al estado de lobo. De animal irracional... Ahora quiero llorar al recordar aquella noche, porque por culpa de lo acontecido en ella, todo cambiaría.
Lo primero que vieron mis ojos, cegados por la ira propia de los animales salvajes, fue a una aterrorizada Irïna que me miraba desde fuera de la casa. Lo había visto. Me había visto. Y la realidad de mi naturaleza la había dejado paralizada en el sitio. Una vocecita en mi cabeza me suplicó que saliera corriendo en dirección contraria, pero los instintos podían más que la poca racionalidad que me quedaba, y tras gruñir de forma grave, me fue acercando a ella de forma sigilosa, como el depredador que avanza hacia la presa justo antes de asaltarla. Ella respondió gritando, agitando los brazos y llamando mi nombre... Y aquella voz, de nuevo, volvió a gritar, pero los gritos se ahogaban en los gruñidos, en el deseo por acabar con mi presa. Era todo demasiado confuso. Las emociones mías y propias del animal se entremezclaban sin ningún ritmo establecido. Cuando me quise dar cuenta, ella estaba corriendo y yo la estaba persiguiendo a través del bosque que rodeaba la casa. Yo cada vez más ágil, ella cada vez más cansada.
Por suerte para ambos, recuperé el control de mi cuerpo justo en el mismo momento en que mis fauces se abrían para atraparla. Empezó con un escalofrío que luego siguió acentuándose, y tras unos minutos de perder la consciencia, volvía a estar sobre mis dos piernas, y me acercaba a una temblorosa Irïna. A aquellas alturas mi desnudez era lo que menos me preocupaba. ¿Cómo demonios iba a explicarle lo sucedido? ¿Cómo hacer que siguiera mirándome de la misma forma? Quise hablar, pero mi voz aún sonaba más a un animal que a un humano, así que me limité a seguir acercándome, despacio, hasta donde ella se encontraba.
Pero ya no podía pensar con claridad, ni comprender lo que sucedía a mi alrededor. El mundo se convertía en un lugar con el que me entendía a base de impulsos simples cuando mi cuerpo dejaba de ser humano para pasar al estado de lobo. De animal irracional... Ahora quiero llorar al recordar aquella noche, porque por culpa de lo acontecido en ella, todo cambiaría.
Lo primero que vieron mis ojos, cegados por la ira propia de los animales salvajes, fue a una aterrorizada Irïna que me miraba desde fuera de la casa. Lo había visto. Me había visto. Y la realidad de mi naturaleza la había dejado paralizada en el sitio. Una vocecita en mi cabeza me suplicó que saliera corriendo en dirección contraria, pero los instintos podían más que la poca racionalidad que me quedaba, y tras gruñir de forma grave, me fue acercando a ella de forma sigilosa, como el depredador que avanza hacia la presa justo antes de asaltarla. Ella respondió gritando, agitando los brazos y llamando mi nombre... Y aquella voz, de nuevo, volvió a gritar, pero los gritos se ahogaban en los gruñidos, en el deseo por acabar con mi presa. Era todo demasiado confuso. Las emociones mías y propias del animal se entremezclaban sin ningún ritmo establecido. Cuando me quise dar cuenta, ella estaba corriendo y yo la estaba persiguiendo a través del bosque que rodeaba la casa. Yo cada vez más ágil, ella cada vez más cansada.
Por suerte para ambos, recuperé el control de mi cuerpo justo en el mismo momento en que mis fauces se abrían para atraparla. Empezó con un escalofrío que luego siguió acentuándose, y tras unos minutos de perder la consciencia, volvía a estar sobre mis dos piernas, y me acercaba a una temblorosa Irïna. A aquellas alturas mi desnudez era lo que menos me preocupaba. ¿Cómo demonios iba a explicarle lo sucedido? ¿Cómo hacer que siguiera mirándome de la misma forma? Quise hablar, pero mi voz aún sonaba más a un animal que a un humano, así que me limité a seguir acercándome, despacio, hasta donde ella se encontraba.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: The Last Sunrise
Si alguna vez le hubieran dicho que, a veces, las cosas que no se ven a simple vista, son tan reales como aquellas que se perciben de un vistazo, probablemente hubiese descartado la idea con bastante rapidez. Irïna era, en esencia, una persona realista. Creía y confiaba únicamente en aquello que podía ver con sus propios ojos, y/o comprobar de forma más o menos científica. Así había sobrevivido, y así se enorgullecía de ser. No comprendía la necesidad de supersticiones ni cosas por el estilo. El mundo ya era lo bastante complejo sin creer en lo imposible. Y lo que estaba presenciando, lo que estaba sucediendo ante sus mismísimos ojos, era inimaginable.
Su primera reacción fue parpadear varias veces de forma rápida y repetida. No, sus ojos la estaban engañando, ¡tenía que ser eso! En el mundo real Lorick era su confidente, su guardián y protector. Un ser humano, tal y como ella. Es más, en la realidad no existían más que animales, y humanos. Eso era lo realista. Eso era lo científicamente plausible. Pero entonces, ¿qué era lo que estaba viendo? Su segunda conclusión fue que la fiebre la estaba haciendo tener alucinaciones. Tenía que ser eso. Estaba delirando, y de alguna forma, en sus delirios, la posibilidad de que su guardaespaldas fuera algo así como un cambiante era plausible. ¿Por qué? No lo sabía. Quizá fuera a causa de haber leído algún libro extraño, más fantasioso que de costumbre. Claro. Estaba soñando. Era eso. ¡Tenía que ser eso...! Pero la brisa fresca que rozaba su piel, la dureza y frialdad del piso bajo sus pies descalzos, los sonidos, tan desagradables, procedentes de aquel cuerpo que parecía estar destruyéndose sobre sí mismo... Lo percibía todo tan alto y tan claro que la última posibilidad se abrió ante sus ojos dejándola atónita. No era posible. Aquello estaba sucediendo. Lorick estaba cambiando. Su forma se estaba diluyendo y poco a poco comenzaba a tomar la apariencia de otra cosa. De un animal grande y aterrador, parecido a un lobo, pero de un tamaño demasiado grande como para ser considerado normal.
Al principio, estaba tan confundida y aterrada que se quedó petrificada en el sitio, incapaz de procesar nada más que un pensamiento: "Lorick es un monstruo". La persona a la que, prácticamente, había confiado toda su vida desde que fuera pequeña, ocultaba en su interior a una bestia que por alguna razón acababa de aparecer. Y que, pronto, se percató de la presencia de la joven y comenzó a avanzar en su dirección. Fue entonces cuando, finalmente, reaccionó. Primero, gritando de forma incontrolable. Asustada, confusa, enfadada y profundamente perturbada. Gritó para intentar deshacerse de parte del malestar que la invadía, pero no surtió efecto alguno. Después, sus gritos comenzaron a formar palabras, y en ellas, no hacía más que repetir el nombre de aquel que estaba escondido tras el pelaje de aquella criatura, como rezando porque volviera a reaparecer. Pero el lobo siguió avanzando en su dirección, gruñendo cual bestia hambrienta, y el pánico finalmente la hizo reaccionar, haciéndola salir corriendo en dirección contraria, hacia el bosque. Cualquier lugar sería más seguro que aquel, estando tan cerca de aquella... cosa.
Sus pies parecían ligeros, así de rápido se desplazaba entre los árboles y la maleza, sin dejar de mirar atrás por encima del hombro. Pero a pesar de la velocidad a la que se estaba moviendo, no parecía ganarle demasiado terreno al animal, que la seguía de cerca. Podía notar su aura asesina. Claramente no tenía buenas intenciones. Casi parecía imposible que en otro momento la "persona" que estaba atrapada allí dentro había puesto su seguridad por encima de todo. Y ahora la estaba persiguiendo. Acechándola con la pretensión de darle caza... ¿y devorarla? ¿Desgarrarla? ¿Cuál sería su suerte, su destino, en el caso de caer en las fauces de aquel ser? No quería ni pensarlo. EL mundo ya era lo bastante extraño, sin tener que pensar en el hecho de que su único apoyo en el mundo tenía una "personalidad" tan oscura. Primero Rhaegar, y ahora Lorick. Era demasiado, mucho más de lo que podía aceptar y comprender. Su carrera se fue haciendo cada vez más pesada, y es que el cansancio fruto de su fiebre aún no se iba del todo. Pero no podía parar. Si se detenía, moriría. Moriría a manos de un Lorick que desconocía por completo.
Cuando se sintió arrollada por el peso del animal, las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. No dejaba de repetir el nombre de su guardián, de la persona a la que quería, como si estuviera rezando casi. No quería morir así. No podía morir así. No cuando aún no era capaz de comprender del todo lo que estaba pasando.
Sus palabras, sin embargo, parecieron surtir efecto. Había apretado los ojos, como intentando así no ver su muerte inminente, pero al darse cuenta de que nada sucedía, volvió a abrirlos de par en par, únicamente para encontrarse al hombre que conocía, frente a ella, con el rostro desencajado y... aquellos ojos. Brillantes. Extraños. Que parecían relucir peligrosamente en la oscuridad. Ya no le cabía duda: aquel ser y la persona que tenía enfrente eran uno mismo. Quisiera creerlo o no.
Su primera reacción fue parpadear varias veces de forma rápida y repetida. No, sus ojos la estaban engañando, ¡tenía que ser eso! En el mundo real Lorick era su confidente, su guardián y protector. Un ser humano, tal y como ella. Es más, en la realidad no existían más que animales, y humanos. Eso era lo realista. Eso era lo científicamente plausible. Pero entonces, ¿qué era lo que estaba viendo? Su segunda conclusión fue que la fiebre la estaba haciendo tener alucinaciones. Tenía que ser eso. Estaba delirando, y de alguna forma, en sus delirios, la posibilidad de que su guardaespaldas fuera algo así como un cambiante era plausible. ¿Por qué? No lo sabía. Quizá fuera a causa de haber leído algún libro extraño, más fantasioso que de costumbre. Claro. Estaba soñando. Era eso. ¡Tenía que ser eso...! Pero la brisa fresca que rozaba su piel, la dureza y frialdad del piso bajo sus pies descalzos, los sonidos, tan desagradables, procedentes de aquel cuerpo que parecía estar destruyéndose sobre sí mismo... Lo percibía todo tan alto y tan claro que la última posibilidad se abrió ante sus ojos dejándola atónita. No era posible. Aquello estaba sucediendo. Lorick estaba cambiando. Su forma se estaba diluyendo y poco a poco comenzaba a tomar la apariencia de otra cosa. De un animal grande y aterrador, parecido a un lobo, pero de un tamaño demasiado grande como para ser considerado normal.
Al principio, estaba tan confundida y aterrada que se quedó petrificada en el sitio, incapaz de procesar nada más que un pensamiento: "Lorick es un monstruo". La persona a la que, prácticamente, había confiado toda su vida desde que fuera pequeña, ocultaba en su interior a una bestia que por alguna razón acababa de aparecer. Y que, pronto, se percató de la presencia de la joven y comenzó a avanzar en su dirección. Fue entonces cuando, finalmente, reaccionó. Primero, gritando de forma incontrolable. Asustada, confusa, enfadada y profundamente perturbada. Gritó para intentar deshacerse de parte del malestar que la invadía, pero no surtió efecto alguno. Después, sus gritos comenzaron a formar palabras, y en ellas, no hacía más que repetir el nombre de aquel que estaba escondido tras el pelaje de aquella criatura, como rezando porque volviera a reaparecer. Pero el lobo siguió avanzando en su dirección, gruñendo cual bestia hambrienta, y el pánico finalmente la hizo reaccionar, haciéndola salir corriendo en dirección contraria, hacia el bosque. Cualquier lugar sería más seguro que aquel, estando tan cerca de aquella... cosa.
Sus pies parecían ligeros, así de rápido se desplazaba entre los árboles y la maleza, sin dejar de mirar atrás por encima del hombro. Pero a pesar de la velocidad a la que se estaba moviendo, no parecía ganarle demasiado terreno al animal, que la seguía de cerca. Podía notar su aura asesina. Claramente no tenía buenas intenciones. Casi parecía imposible que en otro momento la "persona" que estaba atrapada allí dentro había puesto su seguridad por encima de todo. Y ahora la estaba persiguiendo. Acechándola con la pretensión de darle caza... ¿y devorarla? ¿Desgarrarla? ¿Cuál sería su suerte, su destino, en el caso de caer en las fauces de aquel ser? No quería ni pensarlo. EL mundo ya era lo bastante extraño, sin tener que pensar en el hecho de que su único apoyo en el mundo tenía una "personalidad" tan oscura. Primero Rhaegar, y ahora Lorick. Era demasiado, mucho más de lo que podía aceptar y comprender. Su carrera se fue haciendo cada vez más pesada, y es que el cansancio fruto de su fiebre aún no se iba del todo. Pero no podía parar. Si se detenía, moriría. Moriría a manos de un Lorick que desconocía por completo.
Cuando se sintió arrollada por el peso del animal, las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. No dejaba de repetir el nombre de su guardián, de la persona a la que quería, como si estuviera rezando casi. No quería morir así. No podía morir así. No cuando aún no era capaz de comprender del todo lo que estaba pasando.
Sus palabras, sin embargo, parecieron surtir efecto. Había apretado los ojos, como intentando así no ver su muerte inminente, pero al darse cuenta de que nada sucedía, volvió a abrirlos de par en par, únicamente para encontrarse al hombre que conocía, frente a ella, con el rostro desencajado y... aquellos ojos. Brillantes. Extraños. Que parecían relucir peligrosamente en la oscuridad. Ya no le cabía duda: aquel ser y la persona que tenía enfrente eran uno mismo. Quisiera creerlo o no.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: The Last Sunrise
Mi primera reacción, en cuanto recuperé el control sobre mis propias extremidades, fue la de intentar acercarme nuevamente a ella para ver cómo se encontraba. Estaba en pánico. ¿Le había llegado a dañar? ¿Qué ocurriría si la mala fortuna me había hecho contagiarle la maldición que a mi mismo me perseguía? No podría perdonármelo. Ni el reino tampoco me lo perdonaría, en caso de enterarse. Pero al fijarme más detenidamente en ella, no parecía tener ninguna herida externa, más allá que arañazos en las plantas de los piel y los brazos desnudos, causados por la maleza del bosque con la que se había topado en su carrera al huir de mi. No le había hecho daño. Suspiré de alivio, volviendo a dar un paso al frente, simplemente para volver a quedarme paralizado en el sitio instantes después. ¿Qué demonios estaba intentando hacer? Ya era tarde para pretender que nada había sucedido. El problema no residía únicamente en que mi naturaleza se había visto descubierta, sino que además me había vuelto en su contra al perder el control, dejándome dominar por mi lado animal. Había sido estúpido y descuidado, y sabía que no tenía forma de disculparme con ella. No, no deseaba ser perdonado. No lo merecía.
- I...Irïna... majestad... ¿estáis bien? -Mi voz no dejó de temblar, a pesar de lo estúpido de aquella pregunta. ¿Qué esperaba que respondiera? ¿Que se riese y dijera que tampoco era para tanto? ¿Que el hecho de haberle ocultado básicamente mi verdadero ser no era para tanto? ¿Que el hecho de ser un monstruo en realidad no tenía mayor importancia? Estaba demasiado nervioso como para pensar en excusas, y tampoco creía que fuese el momento más correcto para tratar de buscarlas. Ya que la verdad había salido a la luz, intentar ocultarla de nuevo no conseguiría más que incrementar el posible odio que la reina podría sentir hacia mi. La repulsión que debería profesar por alguien quien, de no haber recuperado el control, la habría dañado sin dudarlo. Diablos, ¡si a mi mismo me repugnaba! Su cuerpo no dejaba de temblar, aún en shock. Podía oír su corazón palpitar incluso a aquella distancia de varios palmos. Aquella joven frágil a la que siempre había prometido cuidar ahora me temería, y tenía razones para hacerlo. Y nada ni nadie podría cambiar aquel hecho. - Por favor... decid algo... -Estaba siendo egoísta, lo sabía, pero no podía soportar ese silencio. Yo también estaba asustado, ¿pero acaso tenía derecho a quejarme, o a sentirme dolido cuando sus ojos me miraron con terror y desprecio?
Era lo menos que merecía.
Ni si quiera me sentí capaz de acercarme a ella para ayudarla a levantarse una vez la vi tambalearse intentando ponerse en pie. Su lenguaje corporal me decía a gritos que no podría soportar mi cercanía, no en aquel momento. No la culpaba. Tenía mucho que procesar, mucho en lo que pensar, y ahora yo, quien antes fue su refugio, me había convertido en una amenaza, probablemente en la más peligrosa con la que se había enfrentado nunca. Instintivamente, me eché hacia atrás unos cuantos pasos, como intentando darle espacio, mostrándole que no tenía que temerme ahora, que estaba en control, que no iba a hacerle daño. No surtió efecto, por supuesto, ya que después de un largo vistazo, y de dejar caer un reguero de lágrimas, Irïna salió corriendo nuevamente. Y yo... yo no pude seguirla.
En ese momento, jamás imaginé que dejarla marchar, sería la peor de las decisiones que podría haber tomado. Tras separarnos en aquella fatídica noche en la que la realidad de mi naturaleza se vio descubierta, no volví a encontrar el rastro de mi reina en algunas semanas. Y cuando finalmente nos reencontramos, ya era tarde. Muy tarde. Ella había cambiado, y la relación que una vez tuvimos peligraba. ¿Cuál fue la peor de las mentiras que le dije? Aún hoy, no lo tengo claro. Sólo sé que me arrepentiré por siempre de haberla dejado ir esa noche.
- I...Irïna... majestad... ¿estáis bien? -Mi voz no dejó de temblar, a pesar de lo estúpido de aquella pregunta. ¿Qué esperaba que respondiera? ¿Que se riese y dijera que tampoco era para tanto? ¿Que el hecho de haberle ocultado básicamente mi verdadero ser no era para tanto? ¿Que el hecho de ser un monstruo en realidad no tenía mayor importancia? Estaba demasiado nervioso como para pensar en excusas, y tampoco creía que fuese el momento más correcto para tratar de buscarlas. Ya que la verdad había salido a la luz, intentar ocultarla de nuevo no conseguiría más que incrementar el posible odio que la reina podría sentir hacia mi. La repulsión que debería profesar por alguien quien, de no haber recuperado el control, la habría dañado sin dudarlo. Diablos, ¡si a mi mismo me repugnaba! Su cuerpo no dejaba de temblar, aún en shock. Podía oír su corazón palpitar incluso a aquella distancia de varios palmos. Aquella joven frágil a la que siempre había prometido cuidar ahora me temería, y tenía razones para hacerlo. Y nada ni nadie podría cambiar aquel hecho. - Por favor... decid algo... -Estaba siendo egoísta, lo sabía, pero no podía soportar ese silencio. Yo también estaba asustado, ¿pero acaso tenía derecho a quejarme, o a sentirme dolido cuando sus ojos me miraron con terror y desprecio?
Era lo menos que merecía.
Ni si quiera me sentí capaz de acercarme a ella para ayudarla a levantarse una vez la vi tambalearse intentando ponerse en pie. Su lenguaje corporal me decía a gritos que no podría soportar mi cercanía, no en aquel momento. No la culpaba. Tenía mucho que procesar, mucho en lo que pensar, y ahora yo, quien antes fue su refugio, me había convertido en una amenaza, probablemente en la más peligrosa con la que se había enfrentado nunca. Instintivamente, me eché hacia atrás unos cuantos pasos, como intentando darle espacio, mostrándole que no tenía que temerme ahora, que estaba en control, que no iba a hacerle daño. No surtió efecto, por supuesto, ya que después de un largo vistazo, y de dejar caer un reguero de lágrimas, Irïna salió corriendo nuevamente. Y yo... yo no pude seguirla.
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En ese momento, jamás imaginé que dejarla marchar, sería la peor de las decisiones que podría haber tomado. Tras separarnos en aquella fatídica noche en la que la realidad de mi naturaleza se vio descubierta, no volví a encontrar el rastro de mi reina en algunas semanas. Y cuando finalmente nos reencontramos, ya era tarde. Muy tarde. Ella había cambiado, y la relación que una vez tuvimos peligraba. ¿Cuál fue la peor de las mentiras que le dije? Aún hoy, no lo tengo claro. Sólo sé que me arrepentiré por siempre de haberla dejado ir esa noche.
Lorick N. Magné- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/04/2014
Re: The Last Sunrise
A pesar de que el tono de su voz, de aquella voz que tan bien conocía, trataba de ser tranquilizador, aún se percibía cierto ¿salvajismo? Era más ronca, más profunda que de costumbre. Por eso no pudo evitar estremecerse en cuanto el guardia real hizo el amago de acercarse. Él lo había notado, lo incómoda, confusa y asustada que se sentía. No era de extrañar, desde que fuese una simple niña él era con quien más tiempo había compartido de su vida. Sus padres, siempre ocupados, aunque no tenían reparos en compartir tiempo con su adorada hija, no podían evitar que los muchos compromisos propios de los monarcas se interpusieran en esas ocasiones. E Irïna nunca se lo había reprochado precisamente porque tenía a Lorick, así que no llegaba a sentirse sola. Por eso le surgió la pregunta, que jamás formularía en voz alta, de por qué y, sobre todo, desde cuando, aquel hombre en quien había confiado su vida misma le había estado ocultando un secreto de semejante envergadura. Si era capaz de mentir acerca de algo tan serio, de algo que superaba con creces el entendimiento humano, ¿qué más podría estar ocultándole?
Los dioses sabían que en aquel momento no tenía ni la más remota idea de que pronto, muy pronto, encontraría la respuesta a tales cuestiones. Y de la forma más amarga y terrible posible.
Una vez logró recomponerse lo bastante como para, a tientas, ponerse en pie, comenzó a recular sin perder de vista al... monstruo que tenía frente a ella. No sabía realmente qué era lo que más le había sorprendido, o dolido, si la certeza de que Lorick no era ni siquiera humano, que no le hubiera confiado semejante información, o que hubiese perdido el control e intentado atacarla cuando estaba transformado en aquella especie de lobo. No sabía qué pensar, ni tampoco podía centrarse en un pensamiento únicamente. A pesar de que ya podía respirar sin tanta dificultad, su nerviosismo no había disminuido. Si a eso le añadías que no estaba en su mejor momento físico... Lo único que quería era salir corriendo de allí, desaparecer de su vista, encontrar un lugar alejado y oculto de todo y todos para así poder concentrarse y ordenar sus emociones. ¿Qué iba a hacer a partir de ese momento? Había perdido la confianza que tenía en el que era probablemente el único aliado que le quedaba en el mundo (o al menos, en aquel país que no era el suyo).
Finalmente, una vez se hubo cerciorado de que el hombre no pensaba seguirla, a juzgar porque no había intentado detenerla a medida que ella se había estado alejando, sin darle nunca la espalda, volvió a echarse a correr a toda prisa en dirección a donde confiaba que estaba la ciudad. Después de lo ocurrido en el hostal, con la aparición de Rhaegar, debería buscar un nuevo escondite, unos nuevos cuidadores, un nuevo lugar en el que establecerse. Y esta vez tendría que hacerlo a sabiendas que no tendría la ayuda ni el apoyo de nadie. A medida que sus piernas la llevaban lejos de la escena, las lágrimas, cálidas, pesadas, comenzaron a fluir por sus mejillas. ¿Qué demonios estaba sucediendo? ¿Qué tendría que hacer a partir de ahora? Hasta ese momento, siempre que se encontraba en un encrucijada, o que tenía problemas, él era el único al que podía acudir. Y ya no le era posible. ¿Qué había hecho tan mal en su vida para tener que pagar un precio tan alto?
Por desgracia, aún no había terminado de pagar por los pecados de su pasado.
Su sufrimiento se extendería por mucho más tiempo.
Los dioses sabían que en aquel momento no tenía ni la más remota idea de que pronto, muy pronto, encontraría la respuesta a tales cuestiones. Y de la forma más amarga y terrible posible.
Una vez logró recomponerse lo bastante como para, a tientas, ponerse en pie, comenzó a recular sin perder de vista al... monstruo que tenía frente a ella. No sabía realmente qué era lo que más le había sorprendido, o dolido, si la certeza de que Lorick no era ni siquiera humano, que no le hubiera confiado semejante información, o que hubiese perdido el control e intentado atacarla cuando estaba transformado en aquella especie de lobo. No sabía qué pensar, ni tampoco podía centrarse en un pensamiento únicamente. A pesar de que ya podía respirar sin tanta dificultad, su nerviosismo no había disminuido. Si a eso le añadías que no estaba en su mejor momento físico... Lo único que quería era salir corriendo de allí, desaparecer de su vista, encontrar un lugar alejado y oculto de todo y todos para así poder concentrarse y ordenar sus emociones. ¿Qué iba a hacer a partir de ese momento? Había perdido la confianza que tenía en el que era probablemente el único aliado que le quedaba en el mundo (o al menos, en aquel país que no era el suyo).
Finalmente, una vez se hubo cerciorado de que el hombre no pensaba seguirla, a juzgar porque no había intentado detenerla a medida que ella se había estado alejando, sin darle nunca la espalda, volvió a echarse a correr a toda prisa en dirección a donde confiaba que estaba la ciudad. Después de lo ocurrido en el hostal, con la aparición de Rhaegar, debería buscar un nuevo escondite, unos nuevos cuidadores, un nuevo lugar en el que establecerse. Y esta vez tendría que hacerlo a sabiendas que no tendría la ayuda ni el apoyo de nadie. A medida que sus piernas la llevaban lejos de la escena, las lágrimas, cálidas, pesadas, comenzaron a fluir por sus mejillas. ¿Qué demonios estaba sucediendo? ¿Qué tendría que hacer a partir de ahora? Hasta ese momento, siempre que se encontraba en un encrucijada, o que tenía problemas, él era el único al que podía acudir. Y ya no le era posible. ¿Qué había hecho tan mal en su vida para tener que pagar un precio tan alto?
Por desgracia, aún no había terminado de pagar por los pecados de su pasado.
Su sufrimiento se extendería por mucho más tiempo.
TEMA FINALIZADO
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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