AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Pétalos Putrefactos.
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Pétalos Putrefactos.
"My boy builds coffins for the rich and the poor
Kings and queens have all knocked on his door
Beggars and liars, gypsies and thieves
They all come to him 'cause he's so eager to please"
Florence+The Machine "My Boy Builds Coffins"
Kings and queens have all knocked on his door
Beggars and liars, gypsies and thieves
They all come to him 'cause he's so eager to please"
Florence+The Machine "My Boy Builds Coffins"
La habían traído por mar desde Inglaterra. Quién sabe, si hubiese continuado viviendo allí, puede que ya la hubiese visto. Sin embargo, ahí estaba, inquieta, con su libro favorito de botánica entre sus manitas y caminando con impaciencia hacia el jardín botánico. Su abuela le detuvo cuando comenzó a excitarse de sobremanera y caminó más rápido.
─ Tranquilízate niña, no soy capaz de seguirte el paso.
Alitzée dio un brinco, como un polluelo con ansias de volar. Y es que tenía tantas ganas de llegar, tantas que no recordaba la última vez que había estado tan contenta. Sin embargo, cuando alcanzaron el jardín botánico, la cola fue tan inmensa que daba la vuelta a la calle. Alitzée caminó, dispuesta a entrar entre brazos y espaldas, pero su abuela volvió a detenerla.
─¿Adónde vas niña, no ves que hay gente esperando?
Pero ella no entendía por qué debía de esperar por algo que deseaba ver tanto si podía hacerlo en menos de un minuto. Su abuela no la soltó y por lo tanto se mantuvieron en el exterior, avanzando lentamente hasta que al fin, cuando el sol amenazaba con caer en picado, consiguieron entrar en el jardín botánico. Su abuela no la soltó, temerosa de perderla entre el gentío. Sortearon espinos, manos y capullos, siguiendo la marea que cada vez estaba más cerca del aroma a putrefacción. Alitzée saltó de emoción. Sin duda, así es como debía de oler la flor. Caminaron y cuando alcanzaron el lugar, la muchacha ni si quiera fue capaz de ver la punta de planta. Miles de coronillas le bloqueaban la visión y es que el lugar se encontraba tan atestado que pronto fue arrastrada por una masa de gente. Circuló por todos los sitios disponibles, pero desde ninguno de ellos consiguió ver la planta. Tal fue su frustración, que un par de lágrimas rodaron por sus rosadas mejillas. Comenzó a preguntar a la muchedumbre por una escalera, sin embargo, quienes le dedicaban una mirada, se alejaban de ella con la incomprensión grabada en su expresión. Alitzée ni si quiera tuvo una oportunidad y cuando cayó el atardecer, el jardín botánico empezó a ser desalojado. Su abuela se había perdido entre la marea y por un momento juró escuchar como la llamaba. El gentío, arrastró a la muchacha al exterior. Pero no podía marcharse sin ver la planta, no tendría otra oportunidad.
El murmullo de los asistentes se vio ahogado por unos segundos y lo único que escuchó, fue el tictac de un reloj. Un reloj familiar. Entre los tobillos del gentío, el conejo blanco se desplazó hasta perderse en un matorral. La muchacha siguió al animal, mezclándose con el verde clorofila de los arbustos, pero allí no encontró ni madriguera ni conejo. Sin embargo, era una buena idea esperar en aquel recoveco hasta que la gente desapareciera. Y así lo hizo, acomodada entre la maleza, no se movió hasta que el último murmullo desapareció y la luna atravesó las grandes cristaleras del jardín botánico. Alitzée emergió entonces, en la oscuridad. Recorrió las pasarelas vacías, siguiendo nuevamente el aroma a putrefacción y por fin la vio, Amorphophallus titanum, imponente y macabra vibrante. Contempló la planta con una sonrisa de oreja a oreja y no se marchó hasta que se vio complacida y el aroma dulzón pudo con ella. Solo entonces giró sobre sus talones para regresar a casa. Cuál fue su sorpresa cuando al alcanzar la puerta, la encontró cerrada por un pesado candado.
Al parecer, tendría que pasar la noche en el jardín botánico.
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/10/2014
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Re: Pétalos Putrefactos.
Se encontraba en su jardín trasero sosteniendo un jarrón de agua y de vez en cuando lo ladeaba para poder darles un poco de agua a las flores de un masetero que daba a los ventanales de una de las salas principales. No tenía expresión alguna en el rostro, sólo concentración y nada más. A lo lejos se escuchaban un par de gritos amenazantes de un hombre, la voz ya resultaba ronca, cansada y furiosa, a duras penas había fuerza en ese cuerpo, esas que ocupaba intentando que su mujer lo liberara o alguien pudiera escucharlo.
La vida de Frauke Neumann había dado un giro inesperado pero totalmente necesario. Ya no era la mujer sumisa y obediente en la que se había convertido desde hace 20 años; el hartazgo la llevó a romper cadenas, claro, todo con la ayuda de personas que verdaderamente la deseaban libre, única y enteramente ella.
¿Cuál era el siguiente paso?
La desaparición de Horst era un secreto a voces, ella había enseñado un par de cartas dónde Neumann indicaba viajaría a Alemania para cerrar un trato, mismo que había ya hecho antes de llegar a París, por eso nadie dudaba de la culpabilidad de la señora de la casa. ¿Quién se atrevería a dudar? Se trataba de una mujer respetable, de alcurnia, influyente y con mucha bondad. Nadie en su sano juicio lo haría, ni siquiera el propio Horst lo imaginó. Por esa razón debía ser cautelosa en los siguientes pasos que debía a tomar. No dejarse ver en lugares peligrosos, trabajar solo con personas de su entera confianza y caminar entre las sombras cómo si fuera un verdadero fantasma.
El día siguió transcurriendo con normalidad. Se aseguró que su marido hubiera sido alimentado y aseado. Tener a un hombre lobo entre sus filas, ayudaba a no tener fallos o escapes comprometedores. La suerte estaba de su lado, y un encuentro estaba por ser realizado.
Frauke había llegado al Jardín Botánico a las cinco de la tarde. Llevaba una peluca alta y de color negro, además, su rostro se encontraba tapado por el velo de un gran sombrero negro que no dejaba a nadie, supiera su identidad. Ser una especie de mujer camaleón le divertía. Así fue como llegó hasta uno de los sótanos, saludando con la mano en alto, fingiendo (con escudos reales bordados en sus ropajes), que era alguien sumamente importante de aquella nación. Su anfitrión la esperaba con emoción.
Dos horas más tarde, el silencio reinó el lugar y las plumas firmaron un papel que lograría hacerla inmune a cualquier cosa que quisiera hacer Neumann, solo faltaría que el llegara a firmar; lo obligarían.
Fue así como la noche le daba un mejor panorama de la vida. Se despidió y con tranquilidad dio un paseo por aquel hermoso y poco iluminado lugar. Algunas lámparas de parafina se encontraban encendidas, por lo que el espectáculo no era tan malo, al contrario. Frauke volteó el rostro distraídamente al escuchar pasos ligeros, observó forzando la vista y pudo identificar una pequeña sombra; hizo una mueca.
- ¿Quién anda por ahí? – Cuestionó con miedo. ¿Y si la habían seguido? ¿Qué pasaría si todo aquello fue una trampa? El miedo invadió a la bella dama.
La vida de Frauke Neumann había dado un giro inesperado pero totalmente necesario. Ya no era la mujer sumisa y obediente en la que se había convertido desde hace 20 años; el hartazgo la llevó a romper cadenas, claro, todo con la ayuda de personas que verdaderamente la deseaban libre, única y enteramente ella.
¿Cuál era el siguiente paso?
La desaparición de Horst era un secreto a voces, ella había enseñado un par de cartas dónde Neumann indicaba viajaría a Alemania para cerrar un trato, mismo que había ya hecho antes de llegar a París, por eso nadie dudaba de la culpabilidad de la señora de la casa. ¿Quién se atrevería a dudar? Se trataba de una mujer respetable, de alcurnia, influyente y con mucha bondad. Nadie en su sano juicio lo haría, ni siquiera el propio Horst lo imaginó. Por esa razón debía ser cautelosa en los siguientes pasos que debía a tomar. No dejarse ver en lugares peligrosos, trabajar solo con personas de su entera confianza y caminar entre las sombras cómo si fuera un verdadero fantasma.
El día siguió transcurriendo con normalidad. Se aseguró que su marido hubiera sido alimentado y aseado. Tener a un hombre lobo entre sus filas, ayudaba a no tener fallos o escapes comprometedores. La suerte estaba de su lado, y un encuentro estaba por ser realizado.
Frauke había llegado al Jardín Botánico a las cinco de la tarde. Llevaba una peluca alta y de color negro, además, su rostro se encontraba tapado por el velo de un gran sombrero negro que no dejaba a nadie, supiera su identidad. Ser una especie de mujer camaleón le divertía. Así fue como llegó hasta uno de los sótanos, saludando con la mano en alto, fingiendo (con escudos reales bordados en sus ropajes), que era alguien sumamente importante de aquella nación. Su anfitrión la esperaba con emoción.
Dos horas más tarde, el silencio reinó el lugar y las plumas firmaron un papel que lograría hacerla inmune a cualquier cosa que quisiera hacer Neumann, solo faltaría que el llegara a firmar; lo obligarían.
Fue así como la noche le daba un mejor panorama de la vida. Se despidió y con tranquilidad dio un paseo por aquel hermoso y poco iluminado lugar. Algunas lámparas de parafina se encontraban encendidas, por lo que el espectáculo no era tan malo, al contrario. Frauke volteó el rostro distraídamente al escuchar pasos ligeros, observó forzando la vista y pudo identificar una pequeña sombra; hizo una mueca.
- ¿Quién anda por ahí? – Cuestionó con miedo. ¿Y si la habían seguido? ¿Qué pasaría si todo aquello fue una trampa? El miedo invadió a la bella dama.
Frauke Neumann- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/01/2012
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Re: Pétalos Putrefactos.
Una rosa, oscura y brillante. Fina y recta, como el cuello de una gacela. Sus pétalos eran elegantes y sus espinas estaban ocultas.
Alitzée ladeó el rostro. ¿Le hablaba a ella la rosa? Sus pétalos temblaron ligeramente y la muchacha dejó entrever una pequeña sonrisa. Decidió propinarle un pequeño susto por el simple hecho de reír un poco. Así que simplemente cuando la mujer rosa tornaba, emergió de los arbustos y dejó escapar un pequeño chillido:
−¡Bú!
Acto seguido, una dulzona carcajada brotó de sus labios, producto de su inocente travesura. Ladeo el rostro y se acercó a la extraña. Envuelta por las flores nocturnas del jardín botánico, sus pétalos opacos parecían relucir todavía más.
−Hola, soy Alitzée. ¿Cuál es vuestro nombre? −le preguntó a la espléndida rosa−. ¿Qué hacéis en medio del camino apartada de las demás rosas? Vuestros pétalos apenas se vislumbran en la oscuridad.
La luz lunar se desliaba a través de las cristaleras del jardín. Alitzée, se detuvo bajo uno de ellos, acercándose todavía más.
−¿Esperáis a alguien? El jardín botánico está cerrado y no hay forma de salir hasta el alba. No debería quedarse usted aquí desamparada, sus espinas apenas son visibles y se enfriará los pétalos en la noche. Si lo desea, puede pasar la noche junto a mí. Me hubiese gustado visitar el jardín durante la noche, sin embargo, apenas su rostro es visible. Puedo mostrarle las flores más brillantes, a pesar de todo.
Esperó la respuesta de aquella rosa, nueva y fresca en su vida. Alitzée no era admiradora de las rosas y mucho menos de las blancas, inmaculadas en su inocencia. No le gustaban, puesto que siempre que se inclinaba para olerlas, se terminaba pinchando las yemas de los dedos y las tintaba de rojo. Siempre, regresaba a casa con los dedos enquistados. Sin embargo, aquella vez, la rosa era negra y se le antojó bella. No halló espina alguna y esperaba no encontrarlas puesto que resultaría imposible tintar de carmesí sus pétalos carbón.
Rojo, blanco, negro.
Se preguntó cuál terminaría siendo su color verdadero.
Alitzée ladeó el rostro. ¿Le hablaba a ella la rosa? Sus pétalos temblaron ligeramente y la muchacha dejó entrever una pequeña sonrisa. Decidió propinarle un pequeño susto por el simple hecho de reír un poco. Así que simplemente cuando la mujer rosa tornaba, emergió de los arbustos y dejó escapar un pequeño chillido:
−¡Bú!
Acto seguido, una dulzona carcajada brotó de sus labios, producto de su inocente travesura. Ladeo el rostro y se acercó a la extraña. Envuelta por las flores nocturnas del jardín botánico, sus pétalos opacos parecían relucir todavía más.
−Hola, soy Alitzée. ¿Cuál es vuestro nombre? −le preguntó a la espléndida rosa−. ¿Qué hacéis en medio del camino apartada de las demás rosas? Vuestros pétalos apenas se vislumbran en la oscuridad.
La luz lunar se desliaba a través de las cristaleras del jardín. Alitzée, se detuvo bajo uno de ellos, acercándose todavía más.
−¿Esperáis a alguien? El jardín botánico está cerrado y no hay forma de salir hasta el alba. No debería quedarse usted aquí desamparada, sus espinas apenas son visibles y se enfriará los pétalos en la noche. Si lo desea, puede pasar la noche junto a mí. Me hubiese gustado visitar el jardín durante la noche, sin embargo, apenas su rostro es visible. Puedo mostrarle las flores más brillantes, a pesar de todo.
Esperó la respuesta de aquella rosa, nueva y fresca en su vida. Alitzée no era admiradora de las rosas y mucho menos de las blancas, inmaculadas en su inocencia. No le gustaban, puesto que siempre que se inclinaba para olerlas, se terminaba pinchando las yemas de los dedos y las tintaba de rojo. Siempre, regresaba a casa con los dedos enquistados. Sin embargo, aquella vez, la rosa era negra y se le antojó bella. No halló espina alguna y esperaba no encontrarlas puesto que resultaría imposible tintar de carmesí sus pétalos carbón.
Rojo, blanco, negro.
Se preguntó cuál terminaría siendo su color verdadero.
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Pétalos Putrefactos.
Pocos eran los que se encontraban en aquel lugar con ella, por eso le resultó extraño que alguien más estuviera merodeando. ¿Acaso era un ladrón? Justo aquella noche no llevaba seguridad y para ser franca, no sabía defenderse fisicamente.
Se llevó las manos al pecho del susto, una pequeña figura apareció frente a ella y quiso gritar, sin embargo guardó rápidamente la compostura; tantos años de completo aprendizaje “social” no se iba a esfumar de un momento a otro.
— Mucho gusto, mi nombre es Frauke — Se presentó sonriendo ligeramente, aún podía sentir el palpitar acelerado de su cuerpo. — Vine a una reunión de negocios, jovencita, hay cómodos salones que nos ayudan a tratar temas con completa discreción — No dejó de mirarla, aquella muchachita tenía un rostro angelical, con rasgos dulces. En esa sociedad tan maleada, era muy raro encontrarse a alguien que mostrara tanta inocencia e inquietud al mismo tiempo. Recordó su yo del pasado, ese que no imaginaba lo que sería su vida al casarse con Horst.
Jugueteó un momento con las llaves que cargaba en sus manos y después las enredó en los pliegues de su vestido.
— Este lugar cerró hace un par de horas. ¿Qué haces aquí? No es seguro que pases la noche sola, la temperatura ambiental comenzará a bajar considerablemente — Caminó unos pocos pasos para encontrarse a la par. — ¿Quieres disfrutar del jardín? — La miró con complicidad. Sabía la respuesta, era más que obvia.
— Acompáñame, hagamos que enciendan las lamparas de parafina. ¿Cómo crees que conservan de forma impecable los jardines. — Hizo una seña elegante para indicarle el camino. Las luces de unas cabañas se mantenían encendidas. Frauke tocó la puerta y dos hombres se asomaron, estaban uniformados y se notaba que acababan de cenar.
Solo bastó una pequeña indicación para que todos salieran deprisa empujando carretillas que llevaban instrumentos extraños y costales. Ambas caminaron detrás de ellos, a su paso, los trabajadores iban encendieron los faroles. Aquello era un espectáculo único y digno de admirar.
— Dime, ¿Qué zona desea disfrutar sin las multitudes? Ellos se encargarán de iluminar todo aquello que deseemos admirar — Frauke era una mujer poderosa, nadie sabía de la desaparición de su marido, así que estaban seguras por esa noche — ¿Y tus familiares? Seguramente se estarán preguntando donde te encuentras y puedes meterte en un grave problema, al finalizar el recorrido me encargaré de llevarte a casa ¿Te parece bien? — Era una jovencita de clase alta, se notaba en sus finas ropas y en la elegancia que cada uno de sus movimientos.
Se llevó las manos al pecho del susto, una pequeña figura apareció frente a ella y quiso gritar, sin embargo guardó rápidamente la compostura; tantos años de completo aprendizaje “social” no se iba a esfumar de un momento a otro.
— Mucho gusto, mi nombre es Frauke — Se presentó sonriendo ligeramente, aún podía sentir el palpitar acelerado de su cuerpo. — Vine a una reunión de negocios, jovencita, hay cómodos salones que nos ayudan a tratar temas con completa discreción — No dejó de mirarla, aquella muchachita tenía un rostro angelical, con rasgos dulces. En esa sociedad tan maleada, era muy raro encontrarse a alguien que mostrara tanta inocencia e inquietud al mismo tiempo. Recordó su yo del pasado, ese que no imaginaba lo que sería su vida al casarse con Horst.
Jugueteó un momento con las llaves que cargaba en sus manos y después las enredó en los pliegues de su vestido.
— Este lugar cerró hace un par de horas. ¿Qué haces aquí? No es seguro que pases la noche sola, la temperatura ambiental comenzará a bajar considerablemente — Caminó unos pocos pasos para encontrarse a la par. — ¿Quieres disfrutar del jardín? — La miró con complicidad. Sabía la respuesta, era más que obvia.
— Acompáñame, hagamos que enciendan las lamparas de parafina. ¿Cómo crees que conservan de forma impecable los jardines. — Hizo una seña elegante para indicarle el camino. Las luces de unas cabañas se mantenían encendidas. Frauke tocó la puerta y dos hombres se asomaron, estaban uniformados y se notaba que acababan de cenar.
Solo bastó una pequeña indicación para que todos salieran deprisa empujando carretillas que llevaban instrumentos extraños y costales. Ambas caminaron detrás de ellos, a su paso, los trabajadores iban encendieron los faroles. Aquello era un espectáculo único y digno de admirar.
— Dime, ¿Qué zona desea disfrutar sin las multitudes? Ellos se encargarán de iluminar todo aquello que deseemos admirar — Frauke era una mujer poderosa, nadie sabía de la desaparición de su marido, así que estaban seguras por esa noche — ¿Y tus familiares? Seguramente se estarán preguntando donde te encuentras y puedes meterte en un grave problema, al finalizar el recorrido me encargaré de llevarte a casa ¿Te parece bien? — Era una jovencita de clase alta, se notaba en sus finas ropas y en la elegancia que cada uno de sus movimientos.
Frauke Neumann- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/01/2012
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Re: Pétalos Putrefactos.
Alitzée se vio decepcionada, su pequeña travesura no había surtido efecto y la mujer apenas se había asustado. Aun así, trazó su figura con la mirada, que pronto, le recordó a una vieja conocida. De belleza singular, cabellos carmesíes y postura elegante, evocó la dureza de la Reina Roja. La muchacha sin embargo no temió que le cortara la cabeza, aunque tampoco lo hizo cuando se encontró con la reina por primera vez. Así que simplemente ladeó el rostro y sonrió.
─Hola Frauke, es un gusto conocerte ─saludo, tal y como su abuela le había aleccionado. Tanto repetírselo al fin había dado sus frutos.
La mujer continuó hablando, pero despistada, la mente de Alitzée divago, ausente de interés hasta que de pronto regresó a la conversación como un resorte cuando Frauke le hizo una oferta que ni en mil años rechazaría. Sonrió de lado a lado, una sonrisa plena en su felicidad, rebosante de ilusión.
─¿De verdad? ─grazno, abrumada por la emoción─. ¡Sí por favor! ¿Podemos hacer eso? ¿Podemos? ¡Me encantaría!
Su oferta no se hizo esperar, que dos hombres emergidos de la nada, las guiaron por el camino de luces. Se les antojaron tan obedientes como las cartas que, disciplinarias, pintaban las rosas de rojo. Pero estos no, estos alumbraban la oscuridad. Con inocencia, Alitzée tomó la mano de su nueva amiga y la guió hasta donde el aroma putrefacto era insoportable. Qué dulce la ironía de aquella flor, cuyo aspecto rezumaba vida y su hedor apestaba a muerte.
─Aquí, vamos aquí…─susurró, llegando a su destino.
Sin el gentío que había rodeado a la Amorphophallus titanum durante el día, contemplarla en aquel momento bajo la claridad de la luz era realmente gratificante. La adolescente se aferró al brazo de la mujer y reclinó su cabeza contra su costado, mostrando con aquel gesto cariñoso cuan agradecida se encontraba en aquel instante.
No respondió sin embargo a su última pregunta, no porque tratara de evitarlo, sino por el simple hecho de que Alitzée se encontraba sumamente ensimismada en la imagen que tenían frente a ambas como para escuchar si quiera la más importante de las noticias. Aun así, era evidente que estaba perdida. No era difícil adivinar quién era, por su notable demencia, que, a pesar de inocente, seguía siendo demencia. Alitzée Fairfax, la loca de clase alta que nadie quería. La loca a la que su abuela Lucille estaba desesperada por casar.
─Vine con mi abuela…─murmuró al fin─. Sí, podemos regresar luego…Te invitaré a un té.
Parecía ignorar el hecho que recién habían entrado en la madrugada.
─Hola Frauke, es un gusto conocerte ─saludo, tal y como su abuela le había aleccionado. Tanto repetírselo al fin había dado sus frutos.
La mujer continuó hablando, pero despistada, la mente de Alitzée divago, ausente de interés hasta que de pronto regresó a la conversación como un resorte cuando Frauke le hizo una oferta que ni en mil años rechazaría. Sonrió de lado a lado, una sonrisa plena en su felicidad, rebosante de ilusión.
─¿De verdad? ─grazno, abrumada por la emoción─. ¡Sí por favor! ¿Podemos hacer eso? ¿Podemos? ¡Me encantaría!
Su oferta no se hizo esperar, que dos hombres emergidos de la nada, las guiaron por el camino de luces. Se les antojaron tan obedientes como las cartas que, disciplinarias, pintaban las rosas de rojo. Pero estos no, estos alumbraban la oscuridad. Con inocencia, Alitzée tomó la mano de su nueva amiga y la guió hasta donde el aroma putrefacto era insoportable. Qué dulce la ironía de aquella flor, cuyo aspecto rezumaba vida y su hedor apestaba a muerte.
─Aquí, vamos aquí…─susurró, llegando a su destino.
Sin el gentío que había rodeado a la Amorphophallus titanum durante el día, contemplarla en aquel momento bajo la claridad de la luz era realmente gratificante. La adolescente se aferró al brazo de la mujer y reclinó su cabeza contra su costado, mostrando con aquel gesto cariñoso cuan agradecida se encontraba en aquel instante.
No respondió sin embargo a su última pregunta, no porque tratara de evitarlo, sino por el simple hecho de que Alitzée se encontraba sumamente ensimismada en la imagen que tenían frente a ambas como para escuchar si quiera la más importante de las noticias. Aun así, era evidente que estaba perdida. No era difícil adivinar quién era, por su notable demencia, que, a pesar de inocente, seguía siendo demencia. Alitzée Fairfax, la loca de clase alta que nadie quería. La loca a la que su abuela Lucille estaba desesperada por casar.
─Vine con mi abuela…─murmuró al fin─. Sí, podemos regresar luego…Te invitaré a un té.
Parecía ignorar el hecho que recién habían entrado en la madrugada.
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/10/2014
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Re: Pétalos Putrefactos.
Frauke se sentía encantada con la inocencia y frescura que aquella pequeña le estaba mostrando en ese momento. Se recordó unos 25 años atrás, cuando veía simplemente inmersa en sueños, historias fantasiosas y grandes cantidades de lecciones de etiqueta. Había sido inquieta, muchísimo, con unas grandes alas dispuestas a abrirse para emprender el vuelo que fuera necesario y eso creyó que pasaría, aunque conocer a Horst fue el inicio de su perdida de plumas. Nunca más volvió a pensar en volar. ¿Quién era ella para quitarle las ilusiones a una niña inquieta? Nadie, muy por el contrario.
Aquel lugar era mucho más bonito de noche que de día, incluso se podían distinguir los olores danzando a sus alrededores. Era un lugar para reflexionar y poder tener un poco de paz, esa que necesitaba antes de seguir poniendo en marcha su plan.
La aún esposa de Horst Neumann no conocía mucho de plantas, a ella no le enseñaron esa área en su vida. Por lo que sintió pena de sí misma y un poco de nostalgia. Siempre se decía “Si hubiera hecho esto”, pero de nada servía, porque el pasado no se podía cambiar. Solo quedaba el deseo de poder llegar a hacerlo. Sí, así era Frauke, demasiado sufrida.
Su mirada se perdió entre la oscuridad con tintes de colores a causa de las plantas. Los adultos enjaulados como ella lo estuvo, pocas veces pueden apreciar esa clase de paisajes, solo quedaba aprender a disfrutar instantes así, porque estaba meses de recibir la verdadera libertad, esa que deseó volver a tener desde el día que se casó.
Giró el rostro de nuevo y la contempló.
— ¿Qué tiene de especial este lugar y esta flor? — Cuestionó con completa curiosidad — ¿Tiene algún significado especial? — Arqueó una ceja y recargó sus brazos en el las barras de seguridad de manera que dividían el área natural al paso del público. Frauke no tenía prisa, podía quedarse un largo rato escuchando a la pequeña y disfrutando de la soledad de ese lugar. Ya no había nadie que le dijera que era muy tarde y que eso estaba mal visto. Ella estaba segura que se encontraba un poco más adelante de la mitad de su vida, no valía la pena preocuparse por tonterías.
— Necesito que me digas donde vives, si no, no podremos estar aquí mucho tiempo y te llevaremos a un lugar para que te cuiden y pases la noche. Son las reglas — Aquello no era una pregunta cualquiera, iba con una orden, porque para estar en la noche con una recién conocida en un lugar que ya había cerrado, se necesitaba mucha responsabilidad. Ella no debía meterse aún en escándalos.
— Tienes suerte, hoy no parece que vaya a llover, el clima se encuentra agradable y las velas iluminan muy bien— Sonrió amistosa. ¿Qué más podía hacer?
Aquel lugar era mucho más bonito de noche que de día, incluso se podían distinguir los olores danzando a sus alrededores. Era un lugar para reflexionar y poder tener un poco de paz, esa que necesitaba antes de seguir poniendo en marcha su plan.
La aún esposa de Horst Neumann no conocía mucho de plantas, a ella no le enseñaron esa área en su vida. Por lo que sintió pena de sí misma y un poco de nostalgia. Siempre se decía “Si hubiera hecho esto”, pero de nada servía, porque el pasado no se podía cambiar. Solo quedaba el deseo de poder llegar a hacerlo. Sí, así era Frauke, demasiado sufrida.
Su mirada se perdió entre la oscuridad con tintes de colores a causa de las plantas. Los adultos enjaulados como ella lo estuvo, pocas veces pueden apreciar esa clase de paisajes, solo quedaba aprender a disfrutar instantes así, porque estaba meses de recibir la verdadera libertad, esa que deseó volver a tener desde el día que se casó.
Giró el rostro de nuevo y la contempló.
— ¿Qué tiene de especial este lugar y esta flor? — Cuestionó con completa curiosidad — ¿Tiene algún significado especial? — Arqueó una ceja y recargó sus brazos en el las barras de seguridad de manera que dividían el área natural al paso del público. Frauke no tenía prisa, podía quedarse un largo rato escuchando a la pequeña y disfrutando de la soledad de ese lugar. Ya no había nadie que le dijera que era muy tarde y que eso estaba mal visto. Ella estaba segura que se encontraba un poco más adelante de la mitad de su vida, no valía la pena preocuparse por tonterías.
— Necesito que me digas donde vives, si no, no podremos estar aquí mucho tiempo y te llevaremos a un lugar para que te cuiden y pases la noche. Son las reglas — Aquello no era una pregunta cualquiera, iba con una orden, porque para estar en la noche con una recién conocida en un lugar que ya había cerrado, se necesitaba mucha responsabilidad. Ella no debía meterse aún en escándalos.
— Tienes suerte, hoy no parece que vaya a llover, el clima se encuentra agradable y las velas iluminan muy bien— Sonrió amistosa. ¿Qué más podía hacer?
Frauke Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Pétalos Putrefactos.
Siempre me dijeron que los monstruos viven dejaba de la cama, pero cuando me asomo al oscuro recoveco no hallo prueba alguna de ello. Y es que bajo mi cama, tan solo vive un príncipe. Mi príncipe me trae dulces, chocolates belgas y muñecas para vestir de seda. Antes de dormir me cuenta historias pintadas en rojo y trenza mi cabello para luego destrenzarlo. Mi príncipe en ocasiones tiene hambre, y por eso una vez por accidente, se comió a mi mama. Pobre tonta que se quiso quedar parada frente a un lobo hambriento. Y por eso, mi príncipe, no es tan solo un príncipe, es un príncipe encantado. Tiene sonrisa gentil, pero garras de lupino, tiene cabello sedoso pero mirada endemoniada. Mi príncipe no es un príncipe normal tampoco, ya que no hay nada que pueda romper su hechizo. El vive debajo de mi cama y vela por mí esencia, es mi jaula de cristal, que del mundo me aparta. Es caprichoso, más que yo, y de sus dulces no quiere alejarse, tampoco de mi casa, ni de mi mente inmaculada. Tintarla de rojo quiere, pero preservarla también. Es un príncipe muy indeciso el que duerme bajo mi cama. No hay espacios para monstruos ya que él es mejor que ninguno, tiene su propio infierno y su propio cielo, y con nadie parece desear compartirlo. Y en mitad de la noche cuando me asomo al oscuro recoveco, él me sonríe con ternura, y sus colmillos de tiburón brillan.
¡Qué locura! Sin duda, descabellado. Como era posible que su nueva acompañante no conociera a semejante señora que se exponía frente a sus ojos, desnuda y sincera. No había forma humana de apartar los ojos de ella una vez reparabas en su presencia.
─Viene desde Gran Bretaña. Se ha paseado por el Atlántico tan solo para honrarnos con su presencia. Es la flor de la muerte, ¿acaso no la hueles? ─preguntó, sin apartar los ojos de la planta.
La mirada de Alitzée se oscureció de forma extraña. De pronto, no parecía ella, sino un reflejo de su cara oculta. Su expresión se volvió madura, y externa, como si su sombra se hubiese despegado de su silueta y hubiese tomado posesión de su alma.
─Es su aroma, su aroma a putrefacción es lo que la hace atractiva, más que su apariencia es su sugerente entintado a la muerte lo que atrae a miles de visitantes al jardín botánico. Te hace cuestionar, cómo algo tan bello puede ser obsequiado con semejante aroma. Y cuantas más cosas preciosas habrá que oculten secretos descompuestos. Nada es lo que parece… ─musitó, ladeando el rostro como gorrión desamparado─. ¿Quién sabe quién puede ser un poco mentiroso?
Alitzée alzó el perfil hacia la mujer y su mirada esclareció.
─Esta flor es muy importante, porque trae verdad. La verdad de la vida. La verdad de la mentira. La verdad de la naturaleza.
La muchacha se separó, sus zapatos repiqueteando suavemente sobre el adoquín del suelo. Permitió que la mujer contemplara la planta y con un susurro añadió:
─Mírala bien, porque trae muchas cosas. Tan solo ella te dice, el negro no es azabache y el blanco no es inmaculado. Parpadea un par de veces y tal vez el carmesí te desampare.
Y con la contemplación, las arenas del tiempo se derramaron más rápido de lo esperado y con un soplido, toda presencia de la muchacha se evaporó. Ya no estaba. Desapareció y con ella dejó tan solo una duda.
¿Había estado realmente ahí?
¡Qué locura! Sin duda, descabellado. Como era posible que su nueva acompañante no conociera a semejante señora que se exponía frente a sus ojos, desnuda y sincera. No había forma humana de apartar los ojos de ella una vez reparabas en su presencia.
─Viene desde Gran Bretaña. Se ha paseado por el Atlántico tan solo para honrarnos con su presencia. Es la flor de la muerte, ¿acaso no la hueles? ─preguntó, sin apartar los ojos de la planta.
La mirada de Alitzée se oscureció de forma extraña. De pronto, no parecía ella, sino un reflejo de su cara oculta. Su expresión se volvió madura, y externa, como si su sombra se hubiese despegado de su silueta y hubiese tomado posesión de su alma.
─Es su aroma, su aroma a putrefacción es lo que la hace atractiva, más que su apariencia es su sugerente entintado a la muerte lo que atrae a miles de visitantes al jardín botánico. Te hace cuestionar, cómo algo tan bello puede ser obsequiado con semejante aroma. Y cuantas más cosas preciosas habrá que oculten secretos descompuestos. Nada es lo que parece… ─musitó, ladeando el rostro como gorrión desamparado─. ¿Quién sabe quién puede ser un poco mentiroso?
Alitzée alzó el perfil hacia la mujer y su mirada esclareció.
─Esta flor es muy importante, porque trae verdad. La verdad de la vida. La verdad de la mentira. La verdad de la naturaleza.
La muchacha se separó, sus zapatos repiqueteando suavemente sobre el adoquín del suelo. Permitió que la mujer contemplara la planta y con un susurro añadió:
─Mírala bien, porque trae muchas cosas. Tan solo ella te dice, el negro no es azabache y el blanco no es inmaculado. Parpadea un par de veces y tal vez el carmesí te desampare.
Y con la contemplación, las arenas del tiempo se derramaron más rápido de lo esperado y con un soplido, toda presencia de la muchacha se evaporó. Ya no estaba. Desapareció y con ella dejó tan solo una duda.
¿Había estado realmente ahí?
FIN DEL TEMA
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
- Mensajes : 117
Fecha de inscripción : 03/10/2014
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