My hands are cold... and i'm on my knees | LIBRE |

Bien, cuatro menos cuarto de la tarde ¿Consideraba aún la idea de salir de allí? – Le pido su bendición, padre – Masculló. En definitiva tenía cosas que hacer y permanecer en la iglesia, aunque fuese estimulante la tranquilidad que ella había, no estaba acorde a los planes.
El sol aflojó esos brillos matutinos que antes habían bañado cada rostro acongojado que se dirigía a la iglesia para mitigar sus culpas, acusaba con su marcha el fin de la tarde, el inicio de la noche. – Tranquila, tienes tiempo – Confesó a sí misma, silenciado cada murmullo que en su cabeza hacía eco, si bien la mirada la llevaba firme por aquellas calles parisinas, su imaginación se encargaba de cada vez incentivar más y más el impulso de adrenalina por sus venas. Los preparativos los había hecho a toda prisa, había planeado una fiesta sorpresa para cada realeza que se encontrara cerca, para cada personaje de estatus renombrado que se relacionara a ella, para cada conocido que pudiese averiguar el destino de sus pasos, si fuese el caso en que se perdiera unos minutos. Tenía todo en marcha, todos estarían aquella tarde en su hogar, hablando de simplezas, perdiendo su tiempo unos con otros obviando el hecho de que ella no estaría allí. Los deseaba juntos, los requería a todos en un mismo lugar ¿Subir el ego y la importancia de sus seres sería suficiente? Pues sí, gran parte de ellos solo necesitaban un poco de atención, y entre sus compañías era todo lo que podría darles.

Como segunda instancia dejaría órdenes a sus sirvientes, si cualquiera hiciera ademan de preguntar el porqué de su ausencia, sabrían con exactitud que responder dependiendo de quién hiciese la interrogante.

La tarde se acompasaba a medida que el viendo aterido bailaba con sus cabellos, ella se perdía entre los estrechos pasillos que la llevarían a su destino. Su corazón cada vez se aceleraba más, como si fuese la primera vez que… no dejaba de pensar, no podría cambiar ni por un segundos los recuerdos de aquella primera vez – No estás haciendo nada ilegal, nada – Rebatió contra las ideas que no dejaban de tropezar y colisionar unas contra otras en su mente. Inhaló, de manera tan desesperada que su pecho se infló y generó en su anatomía un dolor punzante que la obligó a llevar su pensamiento nuevamente a él.
Algo singular, pero muy vulgar, algo efímero, pero tan eterno, un poco lejos, pero tan cerca que en la infamia de convertirse por protección… los males musculares comenzaban a ser el menor de sus problemas – Espera – hizo frente a sus problemas no sin ante ruborizarse por nada, desechar la idea de un cambio de piel ahogaba en si misma ese placer antes inconcebible de poder dominar sus propios instintos.
Pero algunas veces los cambios radicales se hacían en vano. Observó el peor de los escenarios y entre un mundo repleto de suciedad y sangre, en medio de cuerpos reducidos y mutilados, estaba el punto de angustia, un bebé.
Entretanto el prejuicio propio de sus pensamientos la envilece y condena, la efigie delgada de aquella morena abría una gran puerta de madera desafiando la sanción del infortunio. Ahí estaba él, ya nada preferiblemente agradable a la vista, tan querido pero tan agónico. Nada quedaba entre sus manos más que huellas que había dejado en su piel quizás quién.

Antes de dar un paso más – Es su último día… convéncete – Susurró, examinando desde la lejanía como el pecho de aquella criatura se movía de forma tan acompasada que transmitía su dolor a cada hebra de aquella fémina. Acongojada reposó su espalda contra una pared, cargó con sumo cuidado aquella alma desvalida y acunando su cabeza comenzó a tararear una extraña canción que recordaba de antaño – ¿Qué haré ahora? – se cuestionó mientras una escasa lagrima dejaba una línea húmeda por su mejilla.