AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
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País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
No sabía el tiempo que había pasado en alta mar, cuántas veces había intentado vomitar o vomitado ya la poca comida que le daban; el vaivén de las olas mecía el barco y eso era algo a lo que el estómago de la cambiante no se lograba acostumbrar. Se tambaleaba entre los barrotes que convertían aquella prisión en su hogar provisional. En la bodega de un carguero, rodeada de otros animales cautivos, algunos yacían muertos, no habían sido capaces de soportar el viaje o ya subieron a bordo enfermos. Sus ojos oscuros miraban de un lado a otro, jamás un resquicio de luz en semanas y casi siempre cubiertos en telas sucias para que no armaran escándalo, como si por estar a oscuras se fueran a pasar la vida durmiendo, hibernando como osos. Pasó mucho frío y hasta su pelaje se vio resentido por las malas condiciones en las que viajaban, pero cuando creía que el infierno ya no podía ser más profundo, se abrió el cielo de madera y un cegador rayo de sol iluminó su hocico. Se percató entonces que el suelo ya a penas se movía, habían llegado a puerto.
Sacaron las jaulas, más no era un embarcadero, habían atracado en un arenal. El traqueteó al ser arrastrada por el barco y luego casi dejada caer desde la cubierta a la playa, hizo que se golpeara en la escápula y de no ser porque se cubrió con una pata, también se hubiese dado en la cabeza. A pesar del sol en el firmamento, el color anaranjado indicaba que ya casi se estaba poniendo. No sería hasta un par de horas más tarde que Coco sabría lo que sería de ella, lo que estaba haciendo allí. En un primer momento estaba convencida que la sacrificarían, que utilizarían su piel para un abrigo o que tal vez la disecaran para ponerla en algún lugar como trofeo. Lo cierto era que llevaba ya días deseando estar muerta mejor que en aquel estado y con el temor calando sus huesos.
Entrada ya la noche, de nuevo tapada con una tela, aunque ésta al menos no olía a pescado ni parecía haber sido utilizada para limpiar una pocilga. A ella le habían dado un baño, o al menos algo parecido, le habían tirado un cubo de agua helada por encima y con un palo y un trapo le habían estado frotando. Ahora estaba relativamente limpia, aunque de poder moverse cojearía por el golpe a su salida del encierro al que había sido sometida. Muchas voces se escuchaban al otro lado del tejido y sombras se cruzaban entre la luz de fuego que iluminaba y su posición. Había allí mucha gente y aunque entendía algunas cosas, con tanto grito y todos hablando a la vez, le resultó imposible discernir nada. Hasta que descubrieron su cubículo metálico y quedó completamente expuesta, atemorizada. Se arrinconó en la esquina más alejada de la jaula, pero los ojos de docenas de personas seguían clavados en ella. Lloriqueó como llevaba sin hacer semanas y agachó la cabeza. Había llegado la hora de su condena.
Sacaron las jaulas, más no era un embarcadero, habían atracado en un arenal. El traqueteó al ser arrastrada por el barco y luego casi dejada caer desde la cubierta a la playa, hizo que se golpeara en la escápula y de no ser porque se cubrió con una pata, también se hubiese dado en la cabeza. A pesar del sol en el firmamento, el color anaranjado indicaba que ya casi se estaba poniendo. No sería hasta un par de horas más tarde que Coco sabría lo que sería de ella, lo que estaba haciendo allí. En un primer momento estaba convencida que la sacrificarían, que utilizarían su piel para un abrigo o que tal vez la disecaran para ponerla en algún lugar como trofeo. Lo cierto era que llevaba ya días deseando estar muerta mejor que en aquel estado y con el temor calando sus huesos.
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Entrada ya la noche, de nuevo tapada con una tela, aunque ésta al menos no olía a pescado ni parecía haber sido utilizada para limpiar una pocilga. A ella le habían dado un baño, o al menos algo parecido, le habían tirado un cubo de agua helada por encima y con un palo y un trapo le habían estado frotando. Ahora estaba relativamente limpia, aunque de poder moverse cojearía por el golpe a su salida del encierro al que había sido sometida. Muchas voces se escuchaban al otro lado del tejido y sombras se cruzaban entre la luz de fuego que iluminaba y su posición. Había allí mucha gente y aunque entendía algunas cosas, con tanto grito y todos hablando a la vez, le resultó imposible discernir nada. Hasta que descubrieron su cubículo metálico y quedó completamente expuesta, atemorizada. Se arrinconó en la esquina más alejada de la jaula, pero los ojos de docenas de personas seguían clavados en ella. Lloriqueó como llevaba sin hacer semanas y agachó la cabeza. Había llegado la hora de su condena.
Última edición por Coco el Jue Nov 16, 2017 3:40 am, editado 1 vez
Coco- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 16/10/2017
Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
Todo el mundo sabía lo aficionado que era el señor Gunnarson a los objetos valiosos y exclusivos. Así lo pensó Michael Hersberg, quien se encargaba de proveer al Coloso de Hielo los artículos que veía de interés. Ysgramir era caprichoso y no podía entregarle cualquier fruslería, pero era un buen negociador, sabía apreciar la calidad cuando la tenía delante y Michael no se atrevía a ponerle delante cualquier cosa que no fuera digna de él. Gunnarson era serio, pero no idiota y tenía poco humor para las tonterías, de modo que el hombre se paseaba por el mercado aquella mañana en busca de suculentos objetos. Tenía varios clientes y ya tenía la saca a rebosar, pero no encontraba nada que le llamase la atención suficiente para el más estimado.
Las mejores horas para la compra eran las tempranas, donde toda la mercancía acababa de ser expuesta, recién sacada del horno, como quien dice. Unas horas a las que Gunnarson no podía acudir, por cuestiones de trabajo según le había mencionado, pero para él era un negocio redondo y solo tenía que encontrar algo impactante. Mientras recorría los diferentes puestos del mercado, encontró el de las bestias, había varias pieles y animales vivos, que sabía eran del especial gusto de aquel gran terrateniente, al principio solo vio cosas más corrientes, felinos enormes, monos, algo que no le llamaba la atención ni a él, pero entonces vio al perro hecho un ovillo y gimoteando, con un gran número de estúpidos observándola. Algunos admirando su rareza y hasta él pudo apreciarla, pero entonces escuchó a unos cuantos empezar a hacer comentarios.- ¿Cuánto duraría el pellejo en Los Aros?-Era un secreto a voces, los aros eran ls lugares donde se organizaban peleas de perros y de gallos, pero ese animalito saltaba a la vista que estaba aterrado.- Apuesto a que ni medio asalto con Grump.- No bromees, al menos dos, esta bestia es grande.- Pero si está medio muerta y en los huesos.-¿Quieres apostar?
Michael era un hombre de mediana edad y no tenía mal corazón, ni siquiera era un timador, era un hombre honrado, con familia e hijos. Imaginar a esa pobre criatura en manos de esas bestias le puso de mal humor. Tanteó el saquito de dinero que le quedaba y finalmente fue en busca del vendedor del animal, era buen hombre, pero raudo para las cuentas y para la negociación, en seguida pagó un buen precio por el bicho, aunque la mayoría dijeron que era un precio excesivo por un perro que estaba claro no servía para nada más que para quedar bonito delante de un caserón. Michael ignoró los comentarios y miró a los organizadores de peleas como si les estuviera lanzando las siete plagas de Dios antes de indicar a los estibadores que movieran la jaula hacia su carro. Costó subir a la parte trasera y pagó unas cuantas monedas a los mozos por su esfuerzo. Cubrió a la perra con una manta, para que dejara de asustarse con el exterior y se la llevó a casa.
- Marie va a matarme.-Comentó, por lo bajo, su mujer ra estricta con el dinero y cuando comprobase que la perra no valía nada y que sería una boca más que alimentar le pondría el grito en el cielo. La manción de los Gunnarson le pillaba de camino a su modesta casa a mitad de camino entre el puerto y el mercado, de modo que se detuvo primero en esta.
Como siempre, Ysgramir fue amable y le invitó a entrar en la cocina, a refugiarse del frío de la noche que ya empezaba a caer.- Siento decirle que no había nada interesante en el mercado, señor Gunnarson, he comprado unas cuantas cosas para otros clientes, hay una piel de oso que no había visto hasta ahora, es blanca como la nieve, si quiere echarle un vistazo por si le interesa, iba a sacarle unos francos más al peletero Jackson.
Ysgramir cogió aire y asintió con la cabeza, los osos de pelaje oscuro eran más de su tierra, por lo que aquellos animales blancos le gustaban por su rareza. Caminó hasta el carromato, observando la piel que le indicaba, hasta que escuchó un gimoteo tras unos trapos. Se fijó en la jaula, por el ruido, Michael solo traía animales vivos cuando se trataban de comida o bien quería vendérselos a él.-Oh..Es una nadería.- Contestó el hombre, quitándole importancia al notar que había llamado la atención de Gunnarson.- Los chicos de los Benson querían tirar a la pobre criatura a Los Aros para apostar cuánto duraba. Mi mujer va a matarme.-Michael sonrió mientras sacaba la piel de nuevo.-Tiene buena calidad eso si, aunque el acabado está..-¿Lo ha comprado por compasión?-...¿Señor?- El animal.- Ah..Bueno...Mi mujer dice que me hago viejo y que estamos en la ruina por eso. No parece mala bestia, aunque no se lo que va a durar, nadie merece morir en esos sitios.- Bueno, morir luchando no es un sino tan despreciable.- No lo dudo, señor, pero existen los guerreros y luego todos los demás..Para desgracia somos muchos los que no tenemos ese don, este animal tampoco, está medio muerto.- Y aun así lo compra..-...Ya le he dicho que soy viejo e idiota, señor.- Suspirando, Ysgramir observó la jaula, ahora tenía curiosidad.- Está bien, muestrelo, a ver qué es.
Michael pareció sorprendido, pero quitó un poco la manta de encima de la jaula, procurando no hacerlo bruscamente para que el perro no se asustase.-...Siempre puede vender la piel, es poco corriente. ¿Cuanto le ha costado?- Veinte francos, una barbaridad para un perro medio muerto, así que los chicos de Los Aros no iban a pujar tanto.
Ysgramir se quedó en silencio, observando con seriedad al animal en la jaula, cogió aire y miró a Michael.- Le doy treinta y cinco por todo. La piel..Y el saco de huesos.- ¿Señor? -Me gusta la piel, tal vez no se de cuenta por el estado de la bestia pero es muy poco común, es singular. No había visto algo así nunca, así que creo que el precio es justo.- Claro, señor..Sabe..Que sale perdiendo, ¿No es así?-Señor Hersberg..Debería hacer caso a su mujer.- El hombre se rió y aceptó el trato.
Ysgramir observó la jaula en el suelo cuando el hombre la descargó y frunció el ceño, hastiado. Pudiera ser especial pero el bicho en sí no valía nada, solo la piel, pero Michael era un buen hombre, que se dejaba llevar a menudo por su corazón, no quiso hacerle saber que la compasión que había sentido por ese animal le había bastado para comprarlo. Por lo general, todos los animales le huían, de modo que no quiso hacer ningún movimiento, hasta que cogió la jaula y se la llevó a las caballerizas. Tenía cuadras vacías, pero tenían paja todavía y estaban cerradas, pese a estar bien aireadas, el perro no podría salir de ahí si no le abrían la puerta. Colocó la jaula mirando hacia el interior de la cuadra y luego abrió la puerta, para permitir salir a la bestia si así lo deseaba.-Ya puedes ser de los que no ladran por lo menos.- Le había salido cara la broma.
Las mejores horas para la compra eran las tempranas, donde toda la mercancía acababa de ser expuesta, recién sacada del horno, como quien dice. Unas horas a las que Gunnarson no podía acudir, por cuestiones de trabajo según le había mencionado, pero para él era un negocio redondo y solo tenía que encontrar algo impactante. Mientras recorría los diferentes puestos del mercado, encontró el de las bestias, había varias pieles y animales vivos, que sabía eran del especial gusto de aquel gran terrateniente, al principio solo vio cosas más corrientes, felinos enormes, monos, algo que no le llamaba la atención ni a él, pero entonces vio al perro hecho un ovillo y gimoteando, con un gran número de estúpidos observándola. Algunos admirando su rareza y hasta él pudo apreciarla, pero entonces escuchó a unos cuantos empezar a hacer comentarios.- ¿Cuánto duraría el pellejo en Los Aros?-Era un secreto a voces, los aros eran ls lugares donde se organizaban peleas de perros y de gallos, pero ese animalito saltaba a la vista que estaba aterrado.- Apuesto a que ni medio asalto con Grump.- No bromees, al menos dos, esta bestia es grande.- Pero si está medio muerta y en los huesos.-¿Quieres apostar?
Michael era un hombre de mediana edad y no tenía mal corazón, ni siquiera era un timador, era un hombre honrado, con familia e hijos. Imaginar a esa pobre criatura en manos de esas bestias le puso de mal humor. Tanteó el saquito de dinero que le quedaba y finalmente fue en busca del vendedor del animal, era buen hombre, pero raudo para las cuentas y para la negociación, en seguida pagó un buen precio por el bicho, aunque la mayoría dijeron que era un precio excesivo por un perro que estaba claro no servía para nada más que para quedar bonito delante de un caserón. Michael ignoró los comentarios y miró a los organizadores de peleas como si les estuviera lanzando las siete plagas de Dios antes de indicar a los estibadores que movieran la jaula hacia su carro. Costó subir a la parte trasera y pagó unas cuantas monedas a los mozos por su esfuerzo. Cubrió a la perra con una manta, para que dejara de asustarse con el exterior y se la llevó a casa.
- Marie va a matarme.-Comentó, por lo bajo, su mujer ra estricta con el dinero y cuando comprobase que la perra no valía nada y que sería una boca más que alimentar le pondría el grito en el cielo. La manción de los Gunnarson le pillaba de camino a su modesta casa a mitad de camino entre el puerto y el mercado, de modo que se detuvo primero en esta.
Como siempre, Ysgramir fue amable y le invitó a entrar en la cocina, a refugiarse del frío de la noche que ya empezaba a caer.- Siento decirle que no había nada interesante en el mercado, señor Gunnarson, he comprado unas cuantas cosas para otros clientes, hay una piel de oso que no había visto hasta ahora, es blanca como la nieve, si quiere echarle un vistazo por si le interesa, iba a sacarle unos francos más al peletero Jackson.
Ysgramir cogió aire y asintió con la cabeza, los osos de pelaje oscuro eran más de su tierra, por lo que aquellos animales blancos le gustaban por su rareza. Caminó hasta el carromato, observando la piel que le indicaba, hasta que escuchó un gimoteo tras unos trapos. Se fijó en la jaula, por el ruido, Michael solo traía animales vivos cuando se trataban de comida o bien quería vendérselos a él.-Oh..Es una nadería.- Contestó el hombre, quitándole importancia al notar que había llamado la atención de Gunnarson.- Los chicos de los Benson querían tirar a la pobre criatura a Los Aros para apostar cuánto duraba. Mi mujer va a matarme.-Michael sonrió mientras sacaba la piel de nuevo.-Tiene buena calidad eso si, aunque el acabado está..-¿Lo ha comprado por compasión?-...¿Señor?- El animal.- Ah..Bueno...Mi mujer dice que me hago viejo y que estamos en la ruina por eso. No parece mala bestia, aunque no se lo que va a durar, nadie merece morir en esos sitios.- Bueno, morir luchando no es un sino tan despreciable.- No lo dudo, señor, pero existen los guerreros y luego todos los demás..Para desgracia somos muchos los que no tenemos ese don, este animal tampoco, está medio muerto.- Y aun así lo compra..-...Ya le he dicho que soy viejo e idiota, señor.- Suspirando, Ysgramir observó la jaula, ahora tenía curiosidad.- Está bien, muestrelo, a ver qué es.
Michael pareció sorprendido, pero quitó un poco la manta de encima de la jaula, procurando no hacerlo bruscamente para que el perro no se asustase.-...Siempre puede vender la piel, es poco corriente. ¿Cuanto le ha costado?- Veinte francos, una barbaridad para un perro medio muerto, así que los chicos de Los Aros no iban a pujar tanto.
Ysgramir se quedó en silencio, observando con seriedad al animal en la jaula, cogió aire y miró a Michael.- Le doy treinta y cinco por todo. La piel..Y el saco de huesos.- ¿Señor? -Me gusta la piel, tal vez no se de cuenta por el estado de la bestia pero es muy poco común, es singular. No había visto algo así nunca, así que creo que el precio es justo.- Claro, señor..Sabe..Que sale perdiendo, ¿No es así?-Señor Hersberg..Debería hacer caso a su mujer.- El hombre se rió y aceptó el trato.
Ysgramir observó la jaula en el suelo cuando el hombre la descargó y frunció el ceño, hastiado. Pudiera ser especial pero el bicho en sí no valía nada, solo la piel, pero Michael era un buen hombre, que se dejaba llevar a menudo por su corazón, no quiso hacerle saber que la compasión que había sentido por ese animal le había bastado para comprarlo. Por lo general, todos los animales le huían, de modo que no quiso hacer ningún movimiento, hasta que cogió la jaula y se la llevó a las caballerizas. Tenía cuadras vacías, pero tenían paja todavía y estaban cerradas, pese a estar bien aireadas, el perro no podría salir de ahí si no le abrían la puerta. Colocó la jaula mirando hacia el interior de la cuadra y luego abrió la puerta, para permitir salir a la bestia si así lo deseaba.-Ya puedes ser de los que no ladran por lo menos.- Le había salido cara la broma.
Ysgramir Gunnarson- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/08/2017
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Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
Estando ya al descubierto, la gente se empezó a acercar para estudiarla como si fuera un trozo de carne a la venta y es que así se sentía, como un objeto sin apenas valor, no más que el de una cena huesuda o un pellejo para abrigar. Sin embargo, las conversaciones que empezó a escuchar le hicieron cambiar de parecer, y es que aunque no sabía lo que era Los Arcos, toda aquella charla le sonaba muy mal. Hablaban de enfrentamientos, de lo esquelética que estaba y de un tal Grump, que por cómo lo describían, parecía ser un monstruo. Se arrinconó cuanto pudo en la jaula, usando las patas delanteras como freno para que el resto de su cuerpo no se deslizara, pegando los cuartos traseros a la esquina de barrotes opuesta al público. Su piel empezó a tiritar, no tenía claro si era sólo por el frío o por el miedo que le helaba la sangre. Ella no deseaba morir, menos aún a manos de una fiera, lentamente, torturada, machacada. Sollozó de nuevo, atemorizada y se quedó viendo a un hombre que pasaba tras aquellos que discutían sobre cuál sería su destino final, aquel que no podría eludir aunque quisiera. Las orbes oscuras del recién llegado parecían cálidas, podía ve compasión en su mirar. Le aulló, esperando que entendiera su súplica, aunque pronto se marchó, dejándola de nuevo a merced de aquellos que sólo pensaban en convertirla en carnaza. Le siguió con la cabeza y antes de verle desaparecer, una piedra venida de alguna parte le dio en la cabeza, sobre el ojo y le hizo encogerse aún más entre quejidos. Se rieron de ella, sin vergüenza, con ganas, disfrutando del espectáculo en el que un hermoso animal salvaje se había convertido tras semanas encerrada en alta mar. Imágenes de su vida en África pasaron fugazmente frente a sus ojos y se sintió más añorada que nunca. Estaba condenada.
Cuando la cubrieron de nuevo y la jaula volvió a temblar al ser trasladada, se hizo un ovillo y cerró los ojos, ocultando el hocico bajo una de sus patas traseras. Aprovecharía sus últimas horas o tal vez minutos en soñar con algo mejor. Fue como si de pronto ensordeciera, porque ya no oyó nada más. Los breves saltos que daba al ir en el carromato eran como si la mecieran. Hubo varios altos en el camino, pero todos fueron breves, excepto uno. Fue con aquel parón en seco, largo, que la perra alzó de nuevo la cabeza y con ello las orejas, intentando escuchar. No se oía nada, era extraño. Comparado con el bullicio de la llegada, aquello estaba muy tranquilo y olía a hierba fresca, a vegetación variada. Movió la nariz intentando identificar olores conocidos, pero las plantas de allí no se parecían en nada a las de su hogar. Se levantó con torpeza, con las patas traseras medio adormecidas y rascó la madera del carro como si con ello fuera a levantar olores del terreno en el que se encontraba. Y, entonces, se escucharon unas voces que se aproximaban a su posición y Coco volvió a recular, topando con las barras de acero que tenía detrás. Se sentó y recostó una vez más, intentando desaparecer sobre sí misma.
Las voces estuvieron pronto junto a ella y les pudo entender cuando charlaban. Conocía la lengua francesa, aunque no la dominaba y a los tipos de antes le había costado porque estaban medio borrachos y encima pronunciaban como si tuvieran comida en la boca al hablar. Alzó una de sus orejas hasta casi dejarla toda erguida, pero la punta pesaba y quedó algo caída, aun así pudo prestar atención a la conversación y para cuando decidieron descubrir lo que se escondía bajo la manta, ella estaba alerta, mirándoles a ambos con cierta sospecha. El hombre del puerto -había reconocido su voz- había mencionado que le había dado lástima, así que en el fondo parecía haber querido salvarla. En cambio ahora se la vendía a aquel desconocido rubio y grandioso que estaba claro sólo tenía interés en ella por su piel. Al final la suerte estaba echada. Aunque tal vez antes de acabar con ella, decidiera alimentarla, por si al engordar ganaba más pellejo para utilizar.
De nuevo fue movida la jaula, pero extrañamente, ahora descubierta, pudo ver como la manejaba un solo hombre y aunque estuviera huesuda, seguía pesando, por no hablar del hierro que forjaba su prisión. Aquel humano era exageradamente fuerte y aquello la atemorizó. Una vez depositada frente a un recinto lleno de paja y con la puerta abierta, la cambiante miró a su alrededor, desconfiada. El sentido del olfato de poco podía servirle allí y la vista tampoco, no había nada excepto cuatro paredes, el montón de vegetación seca y el hombre que la había comprado. ¿Por qué la dejaba salir de su celda? ¿Por qué le daba espacio? Fuera como fuere, no deseaba pasar un segundo más entre los fríos barrotes de hierro, así que en un arranque impetuoso salió a toda prisa y buscó refugio, escondiéndose bajo un montón de paja, dejando ver sólo la punta del hocico. Estaba con los ojos cerrados para que nada le pinchara en ellos y movió la nariz un poco. Al menos se estaba más caliente y el terreno era más blando. Estornudó y briznas doradas volaron por el aire. Obviamente allí no estaba protegida, pero tampoco sabía cómo huir ni a dónde. No tenía fuerzas.
Cuando la cubrieron de nuevo y la jaula volvió a temblar al ser trasladada, se hizo un ovillo y cerró los ojos, ocultando el hocico bajo una de sus patas traseras. Aprovecharía sus últimas horas o tal vez minutos en soñar con algo mejor. Fue como si de pronto ensordeciera, porque ya no oyó nada más. Los breves saltos que daba al ir en el carromato eran como si la mecieran. Hubo varios altos en el camino, pero todos fueron breves, excepto uno. Fue con aquel parón en seco, largo, que la perra alzó de nuevo la cabeza y con ello las orejas, intentando escuchar. No se oía nada, era extraño. Comparado con el bullicio de la llegada, aquello estaba muy tranquilo y olía a hierba fresca, a vegetación variada. Movió la nariz intentando identificar olores conocidos, pero las plantas de allí no se parecían en nada a las de su hogar. Se levantó con torpeza, con las patas traseras medio adormecidas y rascó la madera del carro como si con ello fuera a levantar olores del terreno en el que se encontraba. Y, entonces, se escucharon unas voces que se aproximaban a su posición y Coco volvió a recular, topando con las barras de acero que tenía detrás. Se sentó y recostó una vez más, intentando desaparecer sobre sí misma.
Las voces estuvieron pronto junto a ella y les pudo entender cuando charlaban. Conocía la lengua francesa, aunque no la dominaba y a los tipos de antes le había costado porque estaban medio borrachos y encima pronunciaban como si tuvieran comida en la boca al hablar. Alzó una de sus orejas hasta casi dejarla toda erguida, pero la punta pesaba y quedó algo caída, aun así pudo prestar atención a la conversación y para cuando decidieron descubrir lo que se escondía bajo la manta, ella estaba alerta, mirándoles a ambos con cierta sospecha. El hombre del puerto -había reconocido su voz- había mencionado que le había dado lástima, así que en el fondo parecía haber querido salvarla. En cambio ahora se la vendía a aquel desconocido rubio y grandioso que estaba claro sólo tenía interés en ella por su piel. Al final la suerte estaba echada. Aunque tal vez antes de acabar con ella, decidiera alimentarla, por si al engordar ganaba más pellejo para utilizar.
De nuevo fue movida la jaula, pero extrañamente, ahora descubierta, pudo ver como la manejaba un solo hombre y aunque estuviera huesuda, seguía pesando, por no hablar del hierro que forjaba su prisión. Aquel humano era exageradamente fuerte y aquello la atemorizó. Una vez depositada frente a un recinto lleno de paja y con la puerta abierta, la cambiante miró a su alrededor, desconfiada. El sentido del olfato de poco podía servirle allí y la vista tampoco, no había nada excepto cuatro paredes, el montón de vegetación seca y el hombre que la había comprado. ¿Por qué la dejaba salir de su celda? ¿Por qué le daba espacio? Fuera como fuere, no deseaba pasar un segundo más entre los fríos barrotes de hierro, así que en un arranque impetuoso salió a toda prisa y buscó refugio, escondiéndose bajo un montón de paja, dejando ver sólo la punta del hocico. Estaba con los ojos cerrados para que nada le pinchara en ellos y movió la nariz un poco. Al menos se estaba más caliente y el terreno era más blando. Estornudó y briznas doradas volaron por el aire. Obviamente allí no estaba protegida, pero tampoco sabía cómo huir ni a dónde. No tenía fuerzas.
Última edición por Coco el Jue Nov 16, 2017 3:39 am, editado 1 vez
Coco- Cambiante Clase Baja
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Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
Los establos estaban bien atemperados por la propia presencia de los caballos, que hacían sonidos y se movían ante los intrusos, pero no parecían nerviosos. La cuadra donde había dejado a la perra tenía barrotes a ambos lados y un caballo curioso observaba al extraño animal al otro lado, pero al menos estaba limpio y seco, la paja era un buen lecho, caliente y cómodo. Ysgramir apartó la jaula cuando vio al animal salir de golpe de ella y esconderse bajo el montón de lecho. El vampiro no cerró la puerta, tal vez confiando que el perro no tuviera el valor de esquivarle o empujarle para poder huir.
El olor a sangre le golpeó la nariz y entrecerró los ojos, pero como el animal estaba enterrado en la paja no fue capaz de averiguar el origen. Entró en la cuadra y apartó de un manotazo el montón de hierba que le impedía verle la cabeza, el pobre bicho parecía aterrado. Cogió aire y lo soltó con firmeza al descubrir la herida en su ojo. Los animales asustados y atrapados eran los más peligrosos, los que podían morder en cualquier momento. Hacía tiempo que los animales no toleraban su presencia ni su cercanía, se contentaba con observarles de lejos, pero en su día, fue granjero, sabía tratar con ellos.- ¿Te has hecho daño?- Su tono de voz era tranquilo, neutro. Extendió la mano para quitar una brizna de hierba de la herida. A este paso corría peligro de infección y se le moriría el bicho antes de lo esperado. Suspiró, pensando en qué hacer con él.
Se alejó del perro mirándolo desde la puerta, antes de cerrarla con el pestillo exterior y alejarse del establo. Los caballos parecían más curiosos que inquietos por la nueva presencia, pero al ser tarde estaban más por la labor de dormir que de montar jaleo. Al rato, Ysgramir volvió con un cuenco, volvió a abrir la cuadra y dejó a un lado el cuenco de barro con una especie de papilla que olía a carne, pan y verduras. Le preparó también un cubo con agua, que dejó en la otra esquina para que no se llenara de paja si la perra se movía.
El vampiro dio un paso atrás, para darle espacio y se cruzó de brazos, esperando a que el animal saliera de su escondite y así poder ver lo que había comprado por entero.
El olor a sangre le golpeó la nariz y entrecerró los ojos, pero como el animal estaba enterrado en la paja no fue capaz de averiguar el origen. Entró en la cuadra y apartó de un manotazo el montón de hierba que le impedía verle la cabeza, el pobre bicho parecía aterrado. Cogió aire y lo soltó con firmeza al descubrir la herida en su ojo. Los animales asustados y atrapados eran los más peligrosos, los que podían morder en cualquier momento. Hacía tiempo que los animales no toleraban su presencia ni su cercanía, se contentaba con observarles de lejos, pero en su día, fue granjero, sabía tratar con ellos.- ¿Te has hecho daño?- Su tono de voz era tranquilo, neutro. Extendió la mano para quitar una brizna de hierba de la herida. A este paso corría peligro de infección y se le moriría el bicho antes de lo esperado. Suspiró, pensando en qué hacer con él.
Se alejó del perro mirándolo desde la puerta, antes de cerrarla con el pestillo exterior y alejarse del establo. Los caballos parecían más curiosos que inquietos por la nueva presencia, pero al ser tarde estaban más por la labor de dormir que de montar jaleo. Al rato, Ysgramir volvió con un cuenco, volvió a abrir la cuadra y dejó a un lado el cuenco de barro con una especie de papilla que olía a carne, pan y verduras. Le preparó también un cubo con agua, que dejó en la otra esquina para que no se llenara de paja si la perra se movía.
El vampiro dio un paso atrás, para darle espacio y se cruzó de brazos, esperando a que el animal saliera de su escondite y así poder ver lo que había comprado por entero.
Ysgramir Gunnarson- Vampiro Clase Alta
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Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
Escuchaba la paja crujir najo los pies del hombre al acercarse y aquello hizo que la perra se tensara. Estaba alerta, pero no se esperó el manotazo sobre la cabeza y echó ésta hacia atrás con miedo, pegando las orejas a la nuca de tal manera que, según como la mirasen, casi parecía que se las hubiesen cortado. Sus ojos estaban cerrados con fuerza y tembló como una hoja cuando notó el roce sobre la herida, aunque esta vez no sollozó. Estaba paralizada, sólo se movía como si vibrara por el miedo. Aguardó a lo que vendría luego, pero no llegó nada. Una pregunta que comprendió perfectamente, pero que no podía responder en su estado y que, además, aterrorizada como estaba, aun en su forma humana, tampoco hubiese pronunciado palabra alguna.
En cuanto el desconocido se apartó y la dejó a solas, despegó los prietos párpados y miró a su alrededor. Vio a un caballo asomando parte del hocico entre unos barrotes y torpemente se levantó. Se movía con cautela y adolorida por la desnutrición. Estiró poco a poco el cuello en dirección al corcel y lo olisqueó. Éste relinchó y Coco se apartó de inmediato, sólo le faltaba enfadar a un bicho que de una coz podía dejarla inconsciente o, peor aún, matarla. Le gustaban mucho los animales, pero no era lo mismo tener todo el campo para correr de ser necesario que estar encerrada sin posibilidad de huida. Cuando aún cavilaba las posibilidades de volver a aproximarse a lo que parecía ser una yegua, escuchó de nuevo los pasos de alguien acercándose y volvió a su escondrijo original bajo el montón de paja. De nuevo dejó sólo a la vista la nariz, la cual empezó a moverse de inmediato al llegarle el olor de la comida. ¿Qué era aquello que olía tan bien? Llevaba semanas a base de poco y encima vomitándolo, así que cualquier cosa le hubiese parecido un manjar a la cambiante. La pila de hebras doradas empezó a moverse cuando, llevada por el instinto, empezó a sacar la cabeza y mover las patas, aunque se desplazó a ras de suelo, sin levantarse. Iba estirando las patazas delanteras y arrastrando el resto del cuerpo, mientras con las garras de atrás se iba empujando poco a poco. Sus ojos observaban todo el tiempo al rubio al irse acercando al cuenco, desconfiada. Pero el hambre que tenía era atroz y puestos a pensar que podía morir, que al menos lo hiciera con la panza llena. En cuanto alcanzó el bol de barro hundió el hocico en la pasta para engullir con ansia, estornudando cuando parte del mejunje se le metió por las fosas nasales, pero aún así siguió comiendo y poco a poco fue levantando los cuartos traseros, empujando con la cabeza el cacharro de la mandanga por la cuadra y terminó por andar tras él hasta dejarlo vacío y tan relamido que de haber estado pintado hasta le habría quitado el color. Empezó a pasarse la lengua por los belfos, las encías y la trufa de manera exagerada, buscando recuperar hasta la última migaja. Estaba tan concentrada en aquella tarea que se le olvidó que estaba acompañada.
En cuanto el desconocido se apartó y la dejó a solas, despegó los prietos párpados y miró a su alrededor. Vio a un caballo asomando parte del hocico entre unos barrotes y torpemente se levantó. Se movía con cautela y adolorida por la desnutrición. Estiró poco a poco el cuello en dirección al corcel y lo olisqueó. Éste relinchó y Coco se apartó de inmediato, sólo le faltaba enfadar a un bicho que de una coz podía dejarla inconsciente o, peor aún, matarla. Le gustaban mucho los animales, pero no era lo mismo tener todo el campo para correr de ser necesario que estar encerrada sin posibilidad de huida. Cuando aún cavilaba las posibilidades de volver a aproximarse a lo que parecía ser una yegua, escuchó de nuevo los pasos de alguien acercándose y volvió a su escondrijo original bajo el montón de paja. De nuevo dejó sólo a la vista la nariz, la cual empezó a moverse de inmediato al llegarle el olor de la comida. ¿Qué era aquello que olía tan bien? Llevaba semanas a base de poco y encima vomitándolo, así que cualquier cosa le hubiese parecido un manjar a la cambiante. La pila de hebras doradas empezó a moverse cuando, llevada por el instinto, empezó a sacar la cabeza y mover las patas, aunque se desplazó a ras de suelo, sin levantarse. Iba estirando las patazas delanteras y arrastrando el resto del cuerpo, mientras con las garras de atrás se iba empujando poco a poco. Sus ojos observaban todo el tiempo al rubio al irse acercando al cuenco, desconfiada. Pero el hambre que tenía era atroz y puestos a pensar que podía morir, que al menos lo hiciera con la panza llena. En cuanto alcanzó el bol de barro hundió el hocico en la pasta para engullir con ansia, estornudando cuando parte del mejunje se le metió por las fosas nasales, pero aún así siguió comiendo y poco a poco fue levantando los cuartos traseros, empujando con la cabeza el cacharro de la mandanga por la cuadra y terminó por andar tras él hasta dejarlo vacío y tan relamido que de haber estado pintado hasta le habría quitado el color. Empezó a pasarse la lengua por los belfos, las encías y la trufa de manera exagerada, buscando recuperar hasta la última migaja. Estaba tan concentrada en aquella tarea que se le olvidó que estaba acompañada.
Última edición por Coco el Jue Nov 16, 2017 3:39 am, editado 1 vez
Coco- Cambiante Clase Baja
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Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
Ysgramir observaba de cerca, no sabía realmente qué iba a hacer con ese bicho, pero si no lo veía como era entonces poco podía planear. Se quedó quieto cuando el perro empezó a moverse muy lentamente al principio, hacia el olor de la comida, parecer una estatua sin vida se le daba realmente bien, porque no tenía la necesidad de pestañear o de mover el pecho simulando una respiración que hacía siglos había perdido y que solía forzar. Si quería podía tener una fuerte presencia, que difícilmente podría pasar inadvertida, pero del mismo modo, podía tener la misma presencia que el mueble de la esquina.
Dejó que el animal probase la comida y siguió sus movimientos con la mirada fija mientras recorría todo el redil arrastrando el cuenco por toda la sala, señal de que había pasado hambre. Conocía esa sensación, aunque hacía tiempo que no notaba la mordedura de un estómago vacío. Hubo una época en la que habría actuado de igual manera y hasta habría lamido el mismo cuenco que el can sin ningún tipo de vergüenza. Se había olvidado de esos años, pero por algún motivo imágenes de su pasado pasaban por su mente. Inclinó la cabeza hacia un lado cuando al fin el dogo se fijó en que por un instante podía haber sido presa fácil.
No hizo ningún movimiento sospechoso, permaneció donde estaba, serio y algo pensativo. Podía contar las costillas del perro a través de la piel y se veía perfectamente la espina dorsal, habían arrastrado a ese pobre bicho por a saber dónde, llevando su triste cuerpo al límite hasta convertirlo en un saco de huesos y nada más. Cogió aire y se cruzó de brazos.- Así que una perra. ¿Qué voy a hacer contigo?-Miró el cuenco, prácticamente limpio.- Si te doy más te hará daño.- Lo sabía mejor que cualquiera.- Aquí, ven.-Pegó un pequeño tirón a los pantalones antes de colocarse lentamente en cuclillas, metió la mano en el cubo con el agua y sacudió el contenido.- Tienes agua.- Salpicó con los dedos la cabeza de la perra, pero no se acercó más.
Dejó que el animal probase la comida y siguió sus movimientos con la mirada fija mientras recorría todo el redil arrastrando el cuenco por toda la sala, señal de que había pasado hambre. Conocía esa sensación, aunque hacía tiempo que no notaba la mordedura de un estómago vacío. Hubo una época en la que habría actuado de igual manera y hasta habría lamido el mismo cuenco que el can sin ningún tipo de vergüenza. Se había olvidado de esos años, pero por algún motivo imágenes de su pasado pasaban por su mente. Inclinó la cabeza hacia un lado cuando al fin el dogo se fijó en que por un instante podía haber sido presa fácil.
No hizo ningún movimiento sospechoso, permaneció donde estaba, serio y algo pensativo. Podía contar las costillas del perro a través de la piel y se veía perfectamente la espina dorsal, habían arrastrado a ese pobre bicho por a saber dónde, llevando su triste cuerpo al límite hasta convertirlo en un saco de huesos y nada más. Cogió aire y se cruzó de brazos.- Así que una perra. ¿Qué voy a hacer contigo?-Miró el cuenco, prácticamente limpio.- Si te doy más te hará daño.- Lo sabía mejor que cualquiera.- Aquí, ven.-Pegó un pequeño tirón a los pantalones antes de colocarse lentamente en cuclillas, metió la mano en el cubo con el agua y sacudió el contenido.- Tienes agua.- Salpicó con los dedos la cabeza de la perra, pero no se acercó más.
Ysgramir Gunnarson- Vampiro Clase Alta
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Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
Algo le recorrió la espina dorsal desde la punta de la cola hasta las vértebras de la nuca, haciendo que detuviera sus torpes movimientos y se quedara congelada en el sitio. Lo primero en moverse fueron sus orejas, mero instinto, y seguidamente lo hicieron sus ojos, mostrando más la parte blanca al girarse el iris y las pupilas para ver hacia un lado. Enseguida vislumbró aquella figura imponente y sin tiempo a pensar siquiera en cómo se le podía haber olvidado por un instante siquiera que no estaba sola, giró de un brinco exagerado, desgravada y larguirucha como era de extremidades, cayendo de nuevo sobre sus patas y, extrañamente, mantuvo el equilibrio aquella vez. Agachó las orejas hasta que casi le tocaron el cuello y arrugó los belfos antes de soltar un ladrido de aviso, no fue nada agresivo, sino una advertencia similar a un “te he visto”, lo cuál de haberlo dicho en voz alta hubiese sonado completamente estúpido, pero el hombre no podía entenderla, así que el instante pasó desapercibido.
Al escucharle hacer mención a lo que era, ella misma se miró, observando sus grandes patas y piernas exageradamente largas, vio incluso su gran lengua por el rabillo del ojo, que colgaba por un lateral de su boca al respirar algo agitada. Sin duda era una perra, pero le extrañó que hubiese tardado tanto en darse cuenta, ¿a caso no había perros por allí? ¿O tal vez era su sexo lo que acababa de descubrir? Ladeó la cabeza, curiosa y movió la nariz al olfatear, buscando el olor de ese individuo que permanecía frente a ella, aunque ahora ya agachado. Parecía que quería verse menos amenazante, cosa que funcionaba, porque aunque ella de pie alcanzaba más de metro ochenta, seguía estando en los huesos, más flaca que nada. Miró atenta como metía la mano en el cuenco y luego la salpicaba con el agua, a lo que ella reculó, sacudiendo la cabeza y seguidamente agachó el pecho al estirar los cuartos delanteros hasta casi tocar el suelo, mientras su trasero seguía levantado. Dio un par de breves aullidos al aire e hizo oscilar su cola, aún medio baja. Sus belfos se arrugaron antes de cada sonido, otorgándole un aspecto más a cachorro del que solía tener. Volvió a erguirse tras unos segundos y usando principalmente el olfato, se fue acercando poco a poco a aquel bol de barro. Se relamió antes de alcanzar el agua, notando ya la humedad en el ambiente y con la mirada puesta en el rubio, le dio un par de lamidas al líquido. Parecía algo más confiada, ya que todos los que le habían hecho daño no se molestaron en ofrecerla nada antes excepto en el barco y allí había estado enjaulada. Ahora su estancia era más grande, cálida y ¡no se movía! Además, la comida que le había dado estaba buenísima, no sería tan mala persona, ¿no? Bebió un poco más y dándose latigazos en las mejillas con la sinhueso, alzó la cabeza para mirar directamente al grandullón que seguía observándola.
Al escucharle hacer mención a lo que era, ella misma se miró, observando sus grandes patas y piernas exageradamente largas, vio incluso su gran lengua por el rabillo del ojo, que colgaba por un lateral de su boca al respirar algo agitada. Sin duda era una perra, pero le extrañó que hubiese tardado tanto en darse cuenta, ¿a caso no había perros por allí? ¿O tal vez era su sexo lo que acababa de descubrir? Ladeó la cabeza, curiosa y movió la nariz al olfatear, buscando el olor de ese individuo que permanecía frente a ella, aunque ahora ya agachado. Parecía que quería verse menos amenazante, cosa que funcionaba, porque aunque ella de pie alcanzaba más de metro ochenta, seguía estando en los huesos, más flaca que nada. Miró atenta como metía la mano en el cuenco y luego la salpicaba con el agua, a lo que ella reculó, sacudiendo la cabeza y seguidamente agachó el pecho al estirar los cuartos delanteros hasta casi tocar el suelo, mientras su trasero seguía levantado. Dio un par de breves aullidos al aire e hizo oscilar su cola, aún medio baja. Sus belfos se arrugaron antes de cada sonido, otorgándole un aspecto más a cachorro del que solía tener. Volvió a erguirse tras unos segundos y usando principalmente el olfato, se fue acercando poco a poco a aquel bol de barro. Se relamió antes de alcanzar el agua, notando ya la humedad en el ambiente y con la mirada puesta en el rubio, le dio un par de lamidas al líquido. Parecía algo más confiada, ya que todos los que le habían hecho daño no se molestaron en ofrecerla nada antes excepto en el barco y allí había estado enjaulada. Ahora su estancia era más grande, cálida y ¡no se movía! Además, la comida que le había dado estaba buenísima, no sería tan mala persona, ¿no? Bebió un poco más y dándose latigazos en las mejillas con la sinhueso, alzó la cabeza para mirar directamente al grandullón que seguía observándola.
Coco- Cambiante Clase Baja
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Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
Se refería a que era hembra, perros había habido toda la vida, más pequeños, más grande, más o menos salvajes, pero un perro era un perro. No necesitaba ninguno, pero tal vez su presencia asustase lo suficiente a las ratas que solían rondar por el tablo en busca de la comida de los caballos y al final aireaban enfermedades, difícilmente contagiosas a los equinos pero no sería la primera vez que parásitos y otro tipo de asquerosidades matase a más de uno. Cogió aire de nuevo negando con la cabeza al ver lo torpe y cobarde que era, como perra guardiana no tenía nada que hacer.- Menos mal que eres bonita. O rara. O las dos cosas.
Pero había varias cosas que tenía claras, para empezar, engodarla, si quería hacer algo con ella, lo que fuera, para conseguir una presencia decente tendría que alimentarla bien durante mucho tiempo y para sacar brillo a su pelaje, otro tanto. Si algo tenía Ysgramir era una santa paciencia, pero tampoco veía gran beneficio final en la cantidad de comida que ese animal iba a necesitar. Suspiró, en buena hora había decidido recompensar al hombre por sus servicios.- Ven, vamos. Acércate.-Hizo una seña primero y luego se palmeó una de las piernas, a ver si el bicho al menos era obediente, aunque estuviera asustado y podría hacer algo con él. La mayoría de los animales no se le acercaban, solo algunos depredadores, pero la mayoría eran hostiles y ninguno se quedaba con él de buena gana, pero por probar, no perdía nada.
Pero había varias cosas que tenía claras, para empezar, engodarla, si quería hacer algo con ella, lo que fuera, para conseguir una presencia decente tendría que alimentarla bien durante mucho tiempo y para sacar brillo a su pelaje, otro tanto. Si algo tenía Ysgramir era una santa paciencia, pero tampoco veía gran beneficio final en la cantidad de comida que ese animal iba a necesitar. Suspiró, en buena hora había decidido recompensar al hombre por sus servicios.- Ven, vamos. Acércate.-Hizo una seña primero y luego se palmeó una de las piernas, a ver si el bicho al menos era obediente, aunque estuviera asustado y podría hacer algo con él. La mayoría de los animales no se le acercaban, solo algunos depredadores, pero la mayoría eran hostiles y ninguno se quedaba con él de buena gana, pero por probar, no perdía nada.
Ysgramir Gunnarson- Vampiro Clase Alta
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Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
Ladeó la cabeza al escuchar sus palabras, que la llamaran rara como algo bueno, era una novedad. Conocía perfectamente su significado, no era buena construyendo frases y su acento era horrible cuando hablaba, pero sabía francés al haber estudiando durante años a los humanos de su colonia en África.
Coco era una perra precavida, pero después de pasarlo tan mal durante semanas en el viaje y a su llegada a París, que alguien fuera bueno con ella era suficiente para que decidiera darle un voto de confianza, y cuando la perra accedía, era de las que no sólo daba el dedo, sino el brazo entero. Ladró una vez, arrugando sus belfos en un gesto que casi pareciera iba a silbar, de no ser porque un can no podía hacer semejante cosa, y se acercó más al rubio, con la coma medio baja, pero la iba oscilando en señal de amistad. Ella era así, simple, sincera. Sus ojos se veían grandes a pesar de lo oscuros que eran sus irises y una semi luna blanca los bordeaba por la parte inferior, algo típico en los de su raza por las pequeñas bolsas que se formaban bajo sus ocelos. Olisqueó la mano del gigantón muy de cerca, tanto que terminó por mojarla con su húmeda nariz. Buscaba trazas de lo que había hecho, de quién era, pero como le había preparado antes la comida y ella seguía con un hambre de loca famélica, aquello fue lo único que notó y enseguida empezó a lamerle los dedos con su gran filetón. No era consciente de si rebasaba alguna norma, si se pasaba de cercanía, de confianza o de amistosa. Sencillamente se dejaba llevar por el instinto, por los impulsos, por la necesidad. Y en aquellos momentos, incluso más que comer, necesitaba cariño, proximidad, alguien que no la tratara como a un saco de huesos y pulgas. Ups, al pensar en ello le empezó a picar una oreja y rápidamente se sentó en el suelo para rascarse con la pata trasera con suma insistencia.
Coco era una perra precavida, pero después de pasarlo tan mal durante semanas en el viaje y a su llegada a París, que alguien fuera bueno con ella era suficiente para que decidiera darle un voto de confianza, y cuando la perra accedía, era de las que no sólo daba el dedo, sino el brazo entero. Ladró una vez, arrugando sus belfos en un gesto que casi pareciera iba a silbar, de no ser porque un can no podía hacer semejante cosa, y se acercó más al rubio, con la coma medio baja, pero la iba oscilando en señal de amistad. Ella era así, simple, sincera. Sus ojos se veían grandes a pesar de lo oscuros que eran sus irises y una semi luna blanca los bordeaba por la parte inferior, algo típico en los de su raza por las pequeñas bolsas que se formaban bajo sus ocelos. Olisqueó la mano del gigantón muy de cerca, tanto que terminó por mojarla con su húmeda nariz. Buscaba trazas de lo que había hecho, de quién era, pero como le había preparado antes la comida y ella seguía con un hambre de loca famélica, aquello fue lo único que notó y enseguida empezó a lamerle los dedos con su gran filetón. No era consciente de si rebasaba alguna norma, si se pasaba de cercanía, de confianza o de amistosa. Sencillamente se dejaba llevar por el instinto, por los impulsos, por la necesidad. Y en aquellos momentos, incluso más que comer, necesitaba cariño, proximidad, alguien que no la tratara como a un saco de huesos y pulgas. Ups, al pensar en ello le empezó a picar una oreja y rápidamente se sentó en el suelo para rascarse con la pata trasera con suma insistencia.
Coco- Cambiante Clase Baja
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Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
Si algo tenía Ysgramir era paciencia, de modo que dejó la mano al alcance del animal, se quedó tranquilo mientras ella cogía confianza para acercarse. El ladrido le sorprendió por el tono, que era bastante grave, seguramente por el tamaño del propio perro, si ladraba y nadie la veía tal vez sería suficiente para alejar a los imprudentes. Permitió que le lamiera la mano suspirando, no le entusiasmaba demasiado pero ya era bastante logro que se atreviera a hacerlo, de modo que no se quejó ni la apartó, movió el dedo pulgar para acariciarle uno de los belfos, que era lo que tenía a mano.
Cuando empezó a rascarse arqueó una ceja. No tendría pulgas...¿Verdad? Le recorrió un escalofrío por el espinazo y se puso en pie. Eso si que no, no había querido bañarla nada más poner un pie en su propiedad porque parecía cansada y muy asustada, pero tenía sus límites. Apoyó una mano sobre el cabezón del perro y salió del establo. Cuando entró en la casa pidió al ama de llaves que preparase un par de toallas de tamaño considerable y un barreño con agua, también lo más grande que hubiera, se negaba a bañar al animal en su propia bañera, solo le faltaba eso, aunque a él no se le pegarían las pulgas, no iba a consentir tener parásitos. Bastante tenía con William y Napa.
Fue a la cocina a buscar algo para darle de comer, con lo que atraer al bicho, al final se decidió por un hueso de cocido, que además estaría reblandecido, no sabía en qué estado tendría la perra la dentadura. Volvió al establo y abrió la puerta. Le enseñó el hueso y se lo acercó al morro para que pudiera olerlo antes de empezar a caminar.- Vamos, chica.- Caminó despacio, cuando la perra se mostraba insegura de nuevo le acercaba el hueso para convencerla de seguir caminando, atento por si decidía huir.
Meterla en la casa le costó más de lo que tenía calculado pero una vez dentro consiguió llevarla hasta la cocina. De pronto la perra pareció darse cuenta del problema en el que se había metido, así que Ysgramir la cogió en brazos y la llevó hasta el barreño de agua templada, le costó pero la metió dentro con un suspiro. La contuvo con una mano mientras que la ama de llaves se encargaba de frotar bien el pelaje.- Trae jabón, como se queden aquí las pulgas..-Se quejó, mientras mantenía a la perra dentro del barreño. Hizo una mueca cuando Coco se sacudió y llenó todo de agua, gruñó algo sobre los malditos puercos, pero la remojó a conciencia ayudando a la ama de llaves a terminar cuanto antes. Una vez limpia, Ysgramir cogió una de las toallas y envolvió a la perra antes de volver a cogerla en brazos y llevarla hasta el salón principal, donde otra toalla extendida la esperaba en frente de la chimenea, que estaba siempre encendida, más desde que Napa estaba allí.
Colocó a la perra sobre la otra toalla y le secó la cara y las orejas, frotó su pellejo para quitarle la máxima humedad y luego la dejó ahí a secar. Le tendió finalmente el hueso.- Toma.- A ver si con un poco de suerte se quedaba ahí entretenida hasta que estuviera totalmente seca.
Cuando empezó a rascarse arqueó una ceja. No tendría pulgas...¿Verdad? Le recorrió un escalofrío por el espinazo y se puso en pie. Eso si que no, no había querido bañarla nada más poner un pie en su propiedad porque parecía cansada y muy asustada, pero tenía sus límites. Apoyó una mano sobre el cabezón del perro y salió del establo. Cuando entró en la casa pidió al ama de llaves que preparase un par de toallas de tamaño considerable y un barreño con agua, también lo más grande que hubiera, se negaba a bañar al animal en su propia bañera, solo le faltaba eso, aunque a él no se le pegarían las pulgas, no iba a consentir tener parásitos. Bastante tenía con William y Napa.
Fue a la cocina a buscar algo para darle de comer, con lo que atraer al bicho, al final se decidió por un hueso de cocido, que además estaría reblandecido, no sabía en qué estado tendría la perra la dentadura. Volvió al establo y abrió la puerta. Le enseñó el hueso y se lo acercó al morro para que pudiera olerlo antes de empezar a caminar.- Vamos, chica.- Caminó despacio, cuando la perra se mostraba insegura de nuevo le acercaba el hueso para convencerla de seguir caminando, atento por si decidía huir.
Meterla en la casa le costó más de lo que tenía calculado pero una vez dentro consiguió llevarla hasta la cocina. De pronto la perra pareció darse cuenta del problema en el que se había metido, así que Ysgramir la cogió en brazos y la llevó hasta el barreño de agua templada, le costó pero la metió dentro con un suspiro. La contuvo con una mano mientras que la ama de llaves se encargaba de frotar bien el pelaje.- Trae jabón, como se queden aquí las pulgas..-Se quejó, mientras mantenía a la perra dentro del barreño. Hizo una mueca cuando Coco se sacudió y llenó todo de agua, gruñó algo sobre los malditos puercos, pero la remojó a conciencia ayudando a la ama de llaves a terminar cuanto antes. Una vez limpia, Ysgramir cogió una de las toallas y envolvió a la perra antes de volver a cogerla en brazos y llevarla hasta el salón principal, donde otra toalla extendida la esperaba en frente de la chimenea, que estaba siempre encendida, más desde que Napa estaba allí.
Colocó a la perra sobre la otra toalla y le secó la cara y las orejas, frotó su pellejo para quitarle la máxima humedad y luego la dejó ahí a secar. Le tendió finalmente el hueso.- Toma.- A ver si con un poco de suerte se quedaba ahí entretenida hasta que estuviera totalmente seca.
Ysgramir Gunnarson- Vampiro Clase Alta
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Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
Al ver que el hombretón salía del establo, se quedó con la cabeza ladeada mirando hacia la puerta con cara de confusión y curiosidad, con la lengua colgando por el lateral de la boca y uno de sus belfos subido sobre el colmillo inferior derecho. Ella no tenía prisa ni otro lugar al que ir, así que para cuando el gigante regresó, seguía exactamente en el mismo lugar y con la mismísima postura. En cuanto olió el hueso, empezó a mover la cola, primero despacio y luego más rápido. Dejó caer la mandíbula al jadear e intentar alcanzar la comida, pero, por algún extraño motivo, el rubio no se lo llegaba a entregar. Le comenzó a seguir, pero de vez en cuando se detenía, sopesando la situación, sin entender por qué le ofrecía algo que no le terminaba de dar. Aún así, la tentación seguía siendo demasiado grande y al final, sin percatarse, terminó dentro de la casa.
Para cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde y había un barreño con agua a cierta distancia. Sabía lo que aquello significaba, lo había visto en el poblado cerca de su manada, y aunque a Coco le gustaba el agua, había visto cosas muy extrañas en aquel tipo de cubas donde, de pronto, salía espuma como la de las olas del mar. Intentó huir, mas el norteño la atrapó de las patas al levantarla del suelo y sumisa como ella era, se quedó sollozando, suplicando que la liberara. Pero no le hizo caso y la puso en remojo. Intentó saltar una vez, pero la presión que aquella mano ejercía sobre su lomo era exagerada y no logró salir. Entonces empezaron los masajes y la cosa no le pareció tan mala. Se dejó frotar y acicalar con gusto, hasta que, de repente, un extraño aroma mezcla de grasa y flores le inundó las fosas nasales y al mirar hacia el agua vio la sospechosa capa blanca con burbujas. Se sacudió con ímpetu e intentó huir de nuevo, ladrando y aullando. Pero no ganaría la batalla. Y a pesar de sus miedos y múltiples quejas, todo terminó sin que nada terrible pasara, sin heridas, sin dolores. Aunque había perdido su olor y aquello la preocupaba seriamente. Así que en cuanto la dejó finalmente libre y en el suelo, empezó a frotarse por la toalla, pero como tampoco le servían, lo hizo contra las piernas del hombretón, empujándole con su peso y fuerza incontrolada. Necesitaba sentirse ella de nuevo, o al menos ¡oler a algo! Así que se restregó contra todo aquello que encontró que desprendiera algún tipo de aroma que le gustara. Obviamente ella no pensó que su pelaje aún algo húmedo pudiera molestarle al de los ojos de hielo, porque para ella aquello era algo natural, algo obvio y más que necesario. Así que estaba convencida de que lo comprendería sin oponerse a su intento por recuperar la identidad y una vez bien impregnada de algunos olores, se tiró boca arriba sobre la toalla y se refrotó contra el hueso que olía a deliciosa comida, antes de empezar a lamerlo y morderlo con sus grandes y afilados dientes. Tenía muy buena dentadura porque en África siempre roía los huesos hasta sacarles el tuétano y a veces se dedicaba incluso a astillar ramas. Eso sí, las encías las tenía maltrechas, pero ya estaba acostumbrada al dolor que éstas le causaban con cada bocado que daba.
Para cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde y había un barreño con agua a cierta distancia. Sabía lo que aquello significaba, lo había visto en el poblado cerca de su manada, y aunque a Coco le gustaba el agua, había visto cosas muy extrañas en aquel tipo de cubas donde, de pronto, salía espuma como la de las olas del mar. Intentó huir, mas el norteño la atrapó de las patas al levantarla del suelo y sumisa como ella era, se quedó sollozando, suplicando que la liberara. Pero no le hizo caso y la puso en remojo. Intentó saltar una vez, pero la presión que aquella mano ejercía sobre su lomo era exagerada y no logró salir. Entonces empezaron los masajes y la cosa no le pareció tan mala. Se dejó frotar y acicalar con gusto, hasta que, de repente, un extraño aroma mezcla de grasa y flores le inundó las fosas nasales y al mirar hacia el agua vio la sospechosa capa blanca con burbujas. Se sacudió con ímpetu e intentó huir de nuevo, ladrando y aullando. Pero no ganaría la batalla. Y a pesar de sus miedos y múltiples quejas, todo terminó sin que nada terrible pasara, sin heridas, sin dolores. Aunque había perdido su olor y aquello la preocupaba seriamente. Así que en cuanto la dejó finalmente libre y en el suelo, empezó a frotarse por la toalla, pero como tampoco le servían, lo hizo contra las piernas del hombretón, empujándole con su peso y fuerza incontrolada. Necesitaba sentirse ella de nuevo, o al menos ¡oler a algo! Así que se restregó contra todo aquello que encontró que desprendiera algún tipo de aroma que le gustara. Obviamente ella no pensó que su pelaje aún algo húmedo pudiera molestarle al de los ojos de hielo, porque para ella aquello era algo natural, algo obvio y más que necesario. Así que estaba convencida de que lo comprendería sin oponerse a su intento por recuperar la identidad y una vez bien impregnada de algunos olores, se tiró boca arriba sobre la toalla y se refrotó contra el hueso que olía a deliciosa comida, antes de empezar a lamerlo y morderlo con sus grandes y afilados dientes. Tenía muy buena dentadura porque en África siempre roía los huesos hasta sacarles el tuétano y a veces se dedicaba incluso a astillar ramas. Eso sí, las encías las tenía maltrechas, pero ya estaba acostumbrada al dolor que éstas le causaban con cada bocado que daba.
Última edición por Coco el Miér Ene 31, 2018 6:02 am, editado 1 vez
Coco- Cambiante Clase Baja
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Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
Ysgramir se dejó caer en el sofá frente a la mesa para el té, se presionó la sien con los dedos sintiéndose asqueado por la cantidad de agua con olor a perro muerto, jabón y varias cosas más. Al escuchar revuelo en la zona donde estaba el animal, levantó la vista dejando la mano posada sobre su mentón y contempló cómo el bicho se rebozaba en las mantas en un burdo intento por volver a llenarse de mierda. Se le mermaba la paciencia..bajó la mano y cogió aire, inflando tanto los pulmones como para sentir la opresión en ellos, luego lo soltó con mucha tranquilidad, le daba igual respirar o no pero seguía siendo un buen ejercicio para no matar a todo el que le inflase mucho las narices.
Aun así le resultaba graciosa la jodida perra, de modo que se quedó mirándole con una ceja más alzada que otra mientras ella se esforzaba por manchar el suelo hasta llegar a él, se puso rígido cuando se frotó contra sus piernas, llenando más su ropa de suciedad, con cierta mejora, antes olía a perro muerto y ahora solo a uno mojado. La vena de su sien palpitaba amenazadora mientras el animal se seguía restregando contra él, pero si lo que pretendía era impregnarse del olor de su amo tampoco le parecía tan mal, que se fuera acostumbrando, ya cuando fue manchando todo el salón no le hizo tanta gracia. Había bastantes muebles con los que frotarse y quedarse a gusto, un sofá de cuatro plazas, uno como el suyo justo en frente de la mesa tallada a mano, varias mesitas y jarrones con distintos tipos de plantas que hacían que aquel salón para el té fuera un poco menos muerto y más a la moda. Cualquiera podría ir allí a tener una reunión decente. Ahora, ya no. Con todo ese olor a perra, pese a todo no estaba por la labor de reñir a la bestia, que parecía en esos momentos demasiado entretenida con los huesos, al fin se había quedado quieta la condenada.
Aun observaba ensimismado al bicho, cuando un fuerte olor llegó a sus fosas nasales, tenía un matiz muy curioso, no era la sangre normal que podría recordar de un animal común pero era tan sutil que no supo reconocer a qué se debía esa diferencia. Se puso en pie con lentitud y se acercó paso a paso al animal hasta colocarse en cuclillas a su lado. Le intentó coger el morro para levantar uno de los belfos y ver dónde se había hecho daño. Arqueó una ceja al ver cómo tenía las encías, además de que había una herida reciente que era lo que había olido él.- Tsk..- Le quitó el hueso y por su bien esperaba que no intentase morderle o gruñirle por hacerlo, caminó derecho a la cocina.- Ven.- Llamó y sin querer soltó un silbido corto y agudo, a ver si así llamaba su atención.
Empezó a rebuscar por la cocina, era obvio que él allí no pintaba nada, de modo que le costó encontrar un cuenco de madera con un machacador que usó para hacer trizas el hueso, las astillas podrían ser peores, pero la insistencia del cainita provocó que prácticamente se volvieran polvo. Fue a buscar algo de leche, de la que hizo una especie de papilla de hueso de lo más extraña, pero al menos era suave, echó también algo de avena, para que la consistencia fuera más agradable todavía. Tardó aun algo más para encontrar un plato que no le diese asco poner al perro para que se lo quedara, se recordó que tenía que comprar uno y tirar ese, le puso la papilla en el plato y luego este en el suelo. - Se acabaron para usted los huesos, señorita.- Medio gruñó, mientras empezaba a lavar lo que había estado utilizando.
Aun así le resultaba graciosa la jodida perra, de modo que se quedó mirándole con una ceja más alzada que otra mientras ella se esforzaba por manchar el suelo hasta llegar a él, se puso rígido cuando se frotó contra sus piernas, llenando más su ropa de suciedad, con cierta mejora, antes olía a perro muerto y ahora solo a uno mojado. La vena de su sien palpitaba amenazadora mientras el animal se seguía restregando contra él, pero si lo que pretendía era impregnarse del olor de su amo tampoco le parecía tan mal, que se fuera acostumbrando, ya cuando fue manchando todo el salón no le hizo tanta gracia. Había bastantes muebles con los que frotarse y quedarse a gusto, un sofá de cuatro plazas, uno como el suyo justo en frente de la mesa tallada a mano, varias mesitas y jarrones con distintos tipos de plantas que hacían que aquel salón para el té fuera un poco menos muerto y más a la moda. Cualquiera podría ir allí a tener una reunión decente. Ahora, ya no. Con todo ese olor a perra, pese a todo no estaba por la labor de reñir a la bestia, que parecía en esos momentos demasiado entretenida con los huesos, al fin se había quedado quieta la condenada.
Aun observaba ensimismado al bicho, cuando un fuerte olor llegó a sus fosas nasales, tenía un matiz muy curioso, no era la sangre normal que podría recordar de un animal común pero era tan sutil que no supo reconocer a qué se debía esa diferencia. Se puso en pie con lentitud y se acercó paso a paso al animal hasta colocarse en cuclillas a su lado. Le intentó coger el morro para levantar uno de los belfos y ver dónde se había hecho daño. Arqueó una ceja al ver cómo tenía las encías, además de que había una herida reciente que era lo que había olido él.- Tsk..- Le quitó el hueso y por su bien esperaba que no intentase morderle o gruñirle por hacerlo, caminó derecho a la cocina.- Ven.- Llamó y sin querer soltó un silbido corto y agudo, a ver si así llamaba su atención.
Empezó a rebuscar por la cocina, era obvio que él allí no pintaba nada, de modo que le costó encontrar un cuenco de madera con un machacador que usó para hacer trizas el hueso, las astillas podrían ser peores, pero la insistencia del cainita provocó que prácticamente se volvieran polvo. Fue a buscar algo de leche, de la que hizo una especie de papilla de hueso de lo más extraña, pero al menos era suave, echó también algo de avena, para que la consistencia fuera más agradable todavía. Tardó aun algo más para encontrar un plato que no le diese asco poner al perro para que se lo quedara, se recordó que tenía que comprar uno y tirar ese, le puso la papilla en el plato y luego este en el suelo. - Se acabaron para usted los huesos, señorita.- Medio gruñó, mientras empezaba a lavar lo que había estado utilizando.
Ysgramir Gunnarson- Vampiro Clase Alta
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Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
La cambiante era una buenaza, tanto, que ni cuando le quitaban la comida de la boca rechistaba. Sólo había algo capaz de sacar su mal genio, y era que tocaran a su pequeño Baro, si no, se comportaba siempre de manera sumisa, aunque no por ello menos alocada. Se quedó primero allí tumbada con la cabeza ladeada y los belfos arrugados del lado en el que el hombretón le había mirado los dientes y encías. Alzó una de sus orejas al escuchar que le decía que fuera, pero fue con el silbido que se levantó, primero de los cuartos traseros, que ya puestos aprovechó el gesto para estirarse perezosamente. Bostezó y fue tras el rubio hacia la cocina.
Una vez cruzado el umbral hacia la otra estancia, se aproximó al hombre y se le sentó al lado, moviendo a tal velocidad la cola que casi podría haber creado un pequeño tornado a ras de suelo con sus oscilaciones descontroladas y vigorosas. Le siguió con la mirada mientras él rebuscaba y hacía cosas. Su cabeza se movía de un lado a otro, ahora con la lengua colgando por un lateral de la boca. Su nariz se arrugaba y las fosas nasales se abrían y cerraban, intentando discernir los olores que se entremezclaban bajo las fuertes prensiones del grandullón de ojos azules.
En cuanto vio que el torso ajeno se inclinaba y que algo portaba el norteño en la mano, reculó para dejarle espacio y rápidamente se abalanzó sobre el cuenco para arrasar con su contenido. Se manchó el hocico entero con la mezcla, algo que le hizo estornudar un par de veces mientras intentaba limpiarse a lengüetazos. No tenía ni idea de lo que acababa de engullir, pero estaba bueno. Ladró una vez, como si le diera las gracias y de un salto subió las patas delanteras a la encimera, situándose junto al hombre que se empeñaba en limpiar objetos como si fuera sumamente necesario. Le vio tan inmerso en ello que decidió ayudarle y empezó a lamer cuencos que había por allí encima con un entusiasmo inaudito. Le gustaba sentirse útil, porque, obviamente, ella no tenía ni idea que con sus actos estaba empeorando la situación en vez de mejorarla.
Una vez cruzado el umbral hacia la otra estancia, se aproximó al hombre y se le sentó al lado, moviendo a tal velocidad la cola que casi podría haber creado un pequeño tornado a ras de suelo con sus oscilaciones descontroladas y vigorosas. Le siguió con la mirada mientras él rebuscaba y hacía cosas. Su cabeza se movía de un lado a otro, ahora con la lengua colgando por un lateral de la boca. Su nariz se arrugaba y las fosas nasales se abrían y cerraban, intentando discernir los olores que se entremezclaban bajo las fuertes prensiones del grandullón de ojos azules.
En cuanto vio que el torso ajeno se inclinaba y que algo portaba el norteño en la mano, reculó para dejarle espacio y rápidamente se abalanzó sobre el cuenco para arrasar con su contenido. Se manchó el hocico entero con la mezcla, algo que le hizo estornudar un par de veces mientras intentaba limpiarse a lengüetazos. No tenía ni idea de lo que acababa de engullir, pero estaba bueno. Ladró una vez, como si le diera las gracias y de un salto subió las patas delanteras a la encimera, situándose junto al hombre que se empeñaba en limpiar objetos como si fuera sumamente necesario. Le vio tan inmerso en ello que decidió ayudarle y empezó a lamer cuencos que había por allí encima con un entusiasmo inaudito. Le gustaba sentirse útil, porque, obviamente, ella no tenía ni idea que con sus actos estaba empeorando la situación en vez de mejorarla.
Coco- Cambiante Clase Baja
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Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
El vikingo era atento por naturaleza, al menos con los animales, llevaba desde siempre pendiente de ellos y antiguamente, en cuanto se te escapaba un celo se perdían lechones y la cosa no estaba como para ir perdiendo carne como si nada. Entre tener crías y no tenerlas para el invierno estaba a menudo la diferencia entre sobrevivir o no. De modo que notó perfectamente cómo de perezosa era ese perro, tal vez porque la energía que podía acumular no le daba para más que pestañear y mover el rabo de vez en cuando, cuanto más la veía más se daba cuenta del estado tan precario que tenía. Si pudiera, le pondría un embudo para obligarla a comer y engordar a marchas forzadas, pero hasta él sabía que eso no era sano, ni natural ni beneficioso para la carne, pues todo se transformaba en grasa.
Hizo una mueca de desagrado viendo al cánido estornudad y poner todo pintado de papilla, era como tener un crío pero de cuarenta malditos kilos. Suspiró, armándose de paciencia, decidió seguir limpiando y no fijarse en las manchas que hacían que el tick en el ojo comenzase a latir, con unas ganas infinitas de ponerse a frotar el suelo como una ama de casa histérica. El ladrido le sorprendió, más por el tono grave y estruendoso que por haberse asustado, desde luego con esa voz podría alejar a intrusos capaces de meter las narices en sus tierras, aunque luego en el fondo los fuera a recibir moviendo el culo de alegría.
Contempló con horror cómo se ponía en pie sobre sus cuartos traseros para alcanzar los enseres, vista así era tan alta como él mismo. - Para..¡Para!Maldita..No.- Cogió los cuencos alejándolos de la perra.- Baja.- Señaló el suelo con el ceño fruncido.- No.- Se sentía estúpido, es más, se sentía como si estuviera hablando con el indio. Cogió aire mirando a la perra. Señaló el plato vacío, pero decidió usar uno de los cuencos que ya había lamido para llenarlo de agua y colocárselo en el suelo con cara de asco reprimido.- Esos son tuyos. Esos. No estos. Estos son míos...joder..-Se frotó el puente de la nariz con los dedos. Ahora estaba hablando como si pudiera entenderle.- Quédate quieta. A tu sitio.- Señaló el montón de mantas frente a la chimenea.
Hizo una mueca de desagrado viendo al cánido estornudad y poner todo pintado de papilla, era como tener un crío pero de cuarenta malditos kilos. Suspiró, armándose de paciencia, decidió seguir limpiando y no fijarse en las manchas que hacían que el tick en el ojo comenzase a latir, con unas ganas infinitas de ponerse a frotar el suelo como una ama de casa histérica. El ladrido le sorprendió, más por el tono grave y estruendoso que por haberse asustado, desde luego con esa voz podría alejar a intrusos capaces de meter las narices en sus tierras, aunque luego en el fondo los fuera a recibir moviendo el culo de alegría.
Contempló con horror cómo se ponía en pie sobre sus cuartos traseros para alcanzar los enseres, vista así era tan alta como él mismo. - Para..¡Para!Maldita..No.- Cogió los cuencos alejándolos de la perra.- Baja.- Señaló el suelo con el ceño fruncido.- No.- Se sentía estúpido, es más, se sentía como si estuviera hablando con el indio. Cogió aire mirando a la perra. Señaló el plato vacío, pero decidió usar uno de los cuencos que ya había lamido para llenarlo de agua y colocárselo en el suelo con cara de asco reprimido.- Esos son tuyos. Esos. No estos. Estos son míos...joder..-Se frotó el puente de la nariz con los dedos. Ahora estaba hablando como si pudiera entenderle.- Quédate quieta. A tu sitio.- Señaló el montón de mantas frente a la chimenea.
Ysgramir Gunnarson- Vampiro Clase Alta
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Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
En cuanto el grandullón alzó la voz, ella bajó de inmediato, encorvando la espalda, agachando la cabeza, echando las orejas hacia atrás y ocultando el rabo entre las patas, pegando éste por completo a su vientre y costillas. Claramente estaba compungida, asustada, acojonada. Nunca había sido la más valiente de las perras, pero desde que fue capturada, se había vuelto aún más miedosa, pues se sentía débil debido a la desnutrición y falta de agua durante tanto tiempo. Porque aunque ahora acabase de zamparse un bol entero de a saber lo que fuera, hasta que recuperase la fuerza que antaño tuviera, pasarían semanas o, seguramente, incluso meses. Actualmente no era más que un saco de huesos con una piel extravagante y varias heridas causadas por pedradas, golpes e incluso por las pulgas que, gracias al reciente baño, ya no tenía.
Observó al hombre que le señalaba los cuencos y le insistía en que los suyos eran los del suelo y que no tocara el resto. Arrugó los belfos al sollozar como un cachorro de manera lastimera y tal y como le ordenó, se alejó a pasos lentos pero grandes, porque ella no podía hacer nada pequeño, hacia el montón de mantas que se mantenía caliente frente a la chimenea encendida. Varias veces detuvo su andar por el camino y giró a ver al hombre que seguía maldiciendo y volviendo a limpiar lo que ella había lamido. Dejó caer la cabeza, derrotada y en cuanto llegó a la pila de ropas, se subió y dio tres vueltas sobre éstas hasta acomodarlas. Sólo entonces se tumbó, hundiendo el hocico bajo una de sus patas. Quedó en dirección a la cocina, observando lo que su dueño hacía. Precavida al mismo tiempo por si se avecinaba una nueva bronca. Sus ojos se veían tristes por naturaleza, por cómo las pieles de su morro tiraban hacia debajo de los párpados inferiores y mostraban las pequeñas rojizas venitas de sus orbes, aunque las de ella, debido a su estado de salud, eran a penas un rosa pálido ahora.
Quería esperar, pero estaba cansada, y sin darse cuenta de cuándo, quedó dormida. Todo bien, relajada, hasta que empezaron las pesadillas y empezó a aullar sin despertar e intentar correr, pateando las mantas sobre las que yacía. En su cabeza estaba intentando salvar a sus cachorros de la leona, pero como ocurrió en la realidad y siempre que tenía aquel sueño, no llegaba a tiempo. Su respiración y latidos se aceleraron presa del pánico y del dolor que sentía. Uno que tantas veces había revivido en los últimos dos años desde aquel fatídico día.
Observó al hombre que le señalaba los cuencos y le insistía en que los suyos eran los del suelo y que no tocara el resto. Arrugó los belfos al sollozar como un cachorro de manera lastimera y tal y como le ordenó, se alejó a pasos lentos pero grandes, porque ella no podía hacer nada pequeño, hacia el montón de mantas que se mantenía caliente frente a la chimenea encendida. Varias veces detuvo su andar por el camino y giró a ver al hombre que seguía maldiciendo y volviendo a limpiar lo que ella había lamido. Dejó caer la cabeza, derrotada y en cuanto llegó a la pila de ropas, se subió y dio tres vueltas sobre éstas hasta acomodarlas. Sólo entonces se tumbó, hundiendo el hocico bajo una de sus patas. Quedó en dirección a la cocina, observando lo que su dueño hacía. Precavida al mismo tiempo por si se avecinaba una nueva bronca. Sus ojos se veían tristes por naturaleza, por cómo las pieles de su morro tiraban hacia debajo de los párpados inferiores y mostraban las pequeñas rojizas venitas de sus orbes, aunque las de ella, debido a su estado de salud, eran a penas un rosa pálido ahora.
Quería esperar, pero estaba cansada, y sin darse cuenta de cuándo, quedó dormida. Todo bien, relajada, hasta que empezaron las pesadillas y empezó a aullar sin despertar e intentar correr, pateando las mantas sobre las que yacía. En su cabeza estaba intentando salvar a sus cachorros de la leona, pero como ocurrió en la realidad y siempre que tenía aquel sueño, no llegaba a tiempo. Su respiración y latidos se aceleraron presa del pánico y del dolor que sentía. Uno que tantas veces había revivido en los últimos dos años desde aquel fatídico día.
Coco- Cambiante Clase Baja
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Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
Miró de reojo a la perra cuando hizo ese sonido lastimero, hacía siglos que no escuchaba algo que le enterneciera tanto, sobre todo teniendo en cuenta que no había ningún bicho que soportase su presencia, al menos vio con orgullo cómo se iba a su sitio y que esa parte la había entendido a la perfección. Cogió aire para contener su rabia, ¿Tanto había gritado? A él no se lo había parecido, hablaba poco, lo justo para dar alguna orden, por lo geneal, los criados ya sabían sus gustos y lo tenían todo listo para cuando él llegaba, así que le ahorraban a molestia de tener que abrir la boca para algo, mientras que no le molestasen él no daba señales de vida, ni siquiera se notaba que estaba allí.
Una vez que todo estuvo limpio volvió a la sala de estar, se encontró con la perra dormida y suspiró, debería llevarla de vuelta a la cuadra pero teniendo en cuenta que podía ponerse a llorar de nuevo, prefirió dejar las cosas como estaban. Procuró no hacer ruido cuando subió por las escaleras hacia su habitación, se preparó un baño él mismo para quitarse todo ese olor a perro mojado y carne de estofado. Estaban a mitad de la noche, quedaban un par de horas aun para el amanecer, el ama de llaves y la esclava que nunca se apartaba demasiado de él hacía rato que estaban dormidas, escuchó los movimientos agitados que alteraban toda la casa, aunque el único que podía escucharlas fuera él. Dejó de leer, cuando los ruidos le interrumpieron, intentó retomar la lectura para pocos minutos después tener que detenerse de nuevo. ¿Quién estaba haciendo ese escándalo?
Descansó el libro sobre la mesa del escritorio y se puso los pantalones, al menos, para salir de la habitación. No había luces encendidas y estaba todo ligeramente iluminado por los astros salpicando el cielo ennegrecido. Siguió el sonido de los sollozos y el revoloteo de mantas, encontró finalmente a la perra, sacudiendo las payas y llorando. ¿De qué huía esta vez? Se colocó en cuclillas. Reconocía una pesadilla..Él a veces las seguía teniendo, cuando su cerebro divagaba en esa especie de duermevela en el que se sumía, porque había perdido la facultad de dormir. Ya no soltaba alaridos, ni se despertaba empapado en lágrimas, gritando el nombre de los Dioses, pero recordaba lo que se sentía.
Apoyó una mano sobre la cabeza de la perra, con toda la suavidad que pudo.- Tranquila.- Su voz era profunda y retumbó por toda la sala, pero era tranquila, segura. Lo que no esperaba era encontrarse parte de la pesadilla, parte de los recuerdos de la perra transportados hacia su cabeza por la intensidad del dolor que ella sufría, su cerebro lo captó como ella captaría un olor intenso. Apartó la mano, mirando al animal, un tanto sorprendido. Nunca había recibido pensamientos de otro ser que no fuera humano.- ...Es solo una pesadilla…-Dijo, finalmente, volviendo a colocar la mano sobre su cabeza y le acarició, suspirando.- ¿Eso era un león? Nunca he visto uno de cerca, tendría que visitar el sur cuando tenga tiempo..Odio el calor. Debes ser de áfrica.-Imaginaba que su voz relajaría al can. ¿Eran cachorros lo que había visto? ¿Serían de ella? No sabía si los seguiría teniendo o no, pero si el mercader lo hubiera visto, se lo habría traído junto a ella o eso era lo más lógico.- Olvídalo..Se han ido.- Era lo mejor, olvidarlo..Dejarlo atrás o el dolor acabaría por consumirla..Si es que una perra podría tener sentimientos tan profundos.
Una vez que todo estuvo limpio volvió a la sala de estar, se encontró con la perra dormida y suspiró, debería llevarla de vuelta a la cuadra pero teniendo en cuenta que podía ponerse a llorar de nuevo, prefirió dejar las cosas como estaban. Procuró no hacer ruido cuando subió por las escaleras hacia su habitación, se preparó un baño él mismo para quitarse todo ese olor a perro mojado y carne de estofado. Estaban a mitad de la noche, quedaban un par de horas aun para el amanecer, el ama de llaves y la esclava que nunca se apartaba demasiado de él hacía rato que estaban dormidas, escuchó los movimientos agitados que alteraban toda la casa, aunque el único que podía escucharlas fuera él. Dejó de leer, cuando los ruidos le interrumpieron, intentó retomar la lectura para pocos minutos después tener que detenerse de nuevo. ¿Quién estaba haciendo ese escándalo?
Descansó el libro sobre la mesa del escritorio y se puso los pantalones, al menos, para salir de la habitación. No había luces encendidas y estaba todo ligeramente iluminado por los astros salpicando el cielo ennegrecido. Siguió el sonido de los sollozos y el revoloteo de mantas, encontró finalmente a la perra, sacudiendo las payas y llorando. ¿De qué huía esta vez? Se colocó en cuclillas. Reconocía una pesadilla..Él a veces las seguía teniendo, cuando su cerebro divagaba en esa especie de duermevela en el que se sumía, porque había perdido la facultad de dormir. Ya no soltaba alaridos, ni se despertaba empapado en lágrimas, gritando el nombre de los Dioses, pero recordaba lo que se sentía.
Apoyó una mano sobre la cabeza de la perra, con toda la suavidad que pudo.- Tranquila.- Su voz era profunda y retumbó por toda la sala, pero era tranquila, segura. Lo que no esperaba era encontrarse parte de la pesadilla, parte de los recuerdos de la perra transportados hacia su cabeza por la intensidad del dolor que ella sufría, su cerebro lo captó como ella captaría un olor intenso. Apartó la mano, mirando al animal, un tanto sorprendido. Nunca había recibido pensamientos de otro ser que no fuera humano.- ...Es solo una pesadilla…-Dijo, finalmente, volviendo a colocar la mano sobre su cabeza y le acarició, suspirando.- ¿Eso era un león? Nunca he visto uno de cerca, tendría que visitar el sur cuando tenga tiempo..Odio el calor. Debes ser de áfrica.-Imaginaba que su voz relajaría al can. ¿Eran cachorros lo que había visto? ¿Serían de ella? No sabía si los seguiría teniendo o no, pero si el mercader lo hubiera visto, se lo habría traído junto a ella o eso era lo más lógico.- Olvídalo..Se han ido.- Era lo mejor, olvidarlo..Dejarlo atrás o el dolor acabaría por consumirla..Si es que una perra podría tener sentimientos tan profundos.
Ysgramir Gunnarson- Vampiro Clase Alta
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Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
Estaba completamente sumida en la pesadilla, en ese recuerdo que, vívido, la aterrorizaba. Si bien en el sueño no ocurría todo tal cuál había sucedido en la realidad, pues las variantes eran muchas, el final trágico y el dolor que sentía, eran siempre los mismos y la calaban hasta lo más hondo de su alma. Alarmada siguió corriendo sobre su cama hecha con mantas, de lado, enredándose con las telas, pateándolas. Sus belfos se arrugaban con cada sollozo o gruñido que soltaba, demostrando externamente su estado de ánimo, su enfado, su miedo.
No supo qué fue lo que ocurrió, pero de pronto, algo se coló por el enmarañado de fragmentos de memoria que conformaban aquella pesadilla. Fue como una brisa fría, casi heladora, que pareció apagar los fuegos de su cabeza, de su pecho, de su historia. Las imágenes se congelaron como si se volvieran dibujos, pinturas. Nada allí se movía excepto la propia Coco. Giró sobre sus cuatro patas, observando todo a su alrededor. Ya no se escuchaban los alaridos de sus cachorros, ni los rugidos de la leona. Ni siquiera sus pasos sonaban sobre la tierra cubierta, ahora, por un manto blanco. Y en mitad de aquel confuso silencio, una voz se abrió paso. Le sonaba familiar, pero no era capaz de ubicarla en un cuerpo concreto. Era obvio, llevaba apenas unas horas conviviendo con su nuevo dueño como para relacionar que aquellas palabras que resonaban dentro de su mente le pertenecían.
Elevó un poco las orejas, ladeando la cabeza en un gesto muy perruno y prestó atención, aunque la voz sonaba diluida, enclaustrada, y costaba entender bien lo que decía. Y aunque no era capaz de comprender nada, el hecho de detener el sueño, de no tener que seguir escuchando ni viendo lo sucedido, fue un alivio para la cambiante, cuyo ritmo cardíaco empezó a descender, al igual que su respiración. Sollozó aún un poco, pero más tranquila, hasta que logró apaciguar lo que sentía y el dolor volvió a ser una espina clavada en su corazón, en vez de mil agujas que la atravesaban al mismo tiempo.
Al despertar, bostezando de manera exagerada, sacando y enroscando su gran lengua como un matasuegras, estiró las patas de adelante, alzando los cuartos traseros ligeramente. Abrió los ojos con pesadez y buscó con el olfato al gigantón que era su amo. La vista la tenía aún turbia por el sueño, nublada, así que como buena perra, usó su sentido más desarrollado para, olisqueando con el hocico pegado al suelo, buscar a su dueño por la casa, resoplando contra los tablones del parqué. Aunque intentaba ser silenciosa, parecía una minúscula locomotora con tanto aspirar y soltar aire, mientras que sus largas uñas también sonaban a cada lenta y pesada pisada que daba. Canes y madera, nunca fueron buenos amigos del sigilo.
No supo qué fue lo que ocurrió, pero de pronto, algo se coló por el enmarañado de fragmentos de memoria que conformaban aquella pesadilla. Fue como una brisa fría, casi heladora, que pareció apagar los fuegos de su cabeza, de su pecho, de su historia. Las imágenes se congelaron como si se volvieran dibujos, pinturas. Nada allí se movía excepto la propia Coco. Giró sobre sus cuatro patas, observando todo a su alrededor. Ya no se escuchaban los alaridos de sus cachorros, ni los rugidos de la leona. Ni siquiera sus pasos sonaban sobre la tierra cubierta, ahora, por un manto blanco. Y en mitad de aquel confuso silencio, una voz se abrió paso. Le sonaba familiar, pero no era capaz de ubicarla en un cuerpo concreto. Era obvio, llevaba apenas unas horas conviviendo con su nuevo dueño como para relacionar que aquellas palabras que resonaban dentro de su mente le pertenecían.
Elevó un poco las orejas, ladeando la cabeza en un gesto muy perruno y prestó atención, aunque la voz sonaba diluida, enclaustrada, y costaba entender bien lo que decía. Y aunque no era capaz de comprender nada, el hecho de detener el sueño, de no tener que seguir escuchando ni viendo lo sucedido, fue un alivio para la cambiante, cuyo ritmo cardíaco empezó a descender, al igual que su respiración. Sollozó aún un poco, pero más tranquila, hasta que logró apaciguar lo que sentía y el dolor volvió a ser una espina clavada en su corazón, en vez de mil agujas que la atravesaban al mismo tiempo.
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Al despertar, bostezando de manera exagerada, sacando y enroscando su gran lengua como un matasuegras, estiró las patas de adelante, alzando los cuartos traseros ligeramente. Abrió los ojos con pesadez y buscó con el olfato al gigantón que era su amo. La vista la tenía aún turbia por el sueño, nublada, así que como buena perra, usó su sentido más desarrollado para, olisqueando con el hocico pegado al suelo, buscar a su dueño por la casa, resoplando contra los tablones del parqué. Aunque intentaba ser silenciosa, parecía una minúscula locomotora con tanto aspirar y soltar aire, mientras que sus largas uñas también sonaban a cada lenta y pesada pisada que daba. Canes y madera, nunca fueron buenos amigos del sigilo.
Coco- Cambiante Clase Baja
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Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
No vio lo que sucedía en la mente del animal, su poder era sutil, transmitía imágenes solo cuando la mente que invadía estaba totalmente centrada en una misma cosa, por lo general escuchaba más pensamientos de los que veía, en parte porque la memoria era extremadamente difusa, como si tuviera un fondo pixelado para aquellas cosas de las que no se tiene plena consciencia, él podía ver el rostro de su mujer con nitidez, igual que la de su hija, pero no lograba recordar el color de sus ojos o el tacto de su cabello enredado entre sus dedos o el tono de su voz, eran cosas que se iban perdiendo con el tiempo y era una milagro que pudiera aun recordar sus rostros, la sensación de pérdida se acentuaba por cada detalle perdido. ¿Le gustaba el verde o era el naranja? ¿Llevaba el cabello suelto o recogido? Suspiró, observando sin ver a la perra mientras acariciaba su cabeza, hasta que notó que su respiración se había normalizado, que volvía a dormir tranquila.
Dejó de acariciarla apoyando los antebrazos en sus rodillas y contemplándola durante un tiempo. No sabía que tuviera ese poder para calmar, lo había tenido de humano, al final la vida de un isleño estaba rodeado de animales para subsistir, si no se sabía tratar con ellos era un desastre para la familia.- Buena chica.- Dijo, en automático, casi podría decirse que por costumbre y la dejó de nuevo en su sitio para volver a su habitación, para ser tan grande el vampiro si era silencioso, no lo hacía a propósito.
El paso del tiempo para Gunnarson no tenía el mismo peso que para el resto de mortales, las horas pasaran sin que a él le afectase, podían pasar días encerrado en el mismo lugar, horas sentado mirando al infinito, todo ocurría mucho más despacio cuando uno se percata de que el tiempo ha dejado de tener importancia. Por eso mismo le pareció muy poco tiempo cuando escuchó las ensordecedoras pisadas del perro rascando la madera. Había finiquitado varias empresas y un montón de papeles se acumulaban en un extremo de la mesa. Su puerta estaba siempre cerrada, no con llave porque de todos era sabido que la habitación de Gunnarson estaba absolutamente prohibida y pasaban por delante de la puerta de puntillas por temor a importunarle, pero la perra no lo sabía.
Se frotó la cara y empezó a moverse, con lo que sus huesos crujieron por falta de elasticidad. Se tomó un pequeño tiempo para asearse, prefería bañarse a mediodía o durante el crepúsculo. Se quedo parado mirando la ventana contrachapada, el brillo de sol chocaba en los bordes, pero no llegaban a filtrar. Era de día. Se frotó la nuca y se dio la vuelta, abrió la puerta sin haberse puesto la camisa. El segundo piso permanecía vetado al sol hasta que llegaba el atardecer, por eso no tuvo temor a abrirlo. Miró hacia el animal.- ¿Qué ocurre? ¿Estás otra vez hambrienta?
Dejó de acariciarla apoyando los antebrazos en sus rodillas y contemplándola durante un tiempo. No sabía que tuviera ese poder para calmar, lo había tenido de humano, al final la vida de un isleño estaba rodeado de animales para subsistir, si no se sabía tratar con ellos era un desastre para la familia.- Buena chica.- Dijo, en automático, casi podría decirse que por costumbre y la dejó de nuevo en su sitio para volver a su habitación, para ser tan grande el vampiro si era silencioso, no lo hacía a propósito.
El paso del tiempo para Gunnarson no tenía el mismo peso que para el resto de mortales, las horas pasaran sin que a él le afectase, podían pasar días encerrado en el mismo lugar, horas sentado mirando al infinito, todo ocurría mucho más despacio cuando uno se percata de que el tiempo ha dejado de tener importancia. Por eso mismo le pareció muy poco tiempo cuando escuchó las ensordecedoras pisadas del perro rascando la madera. Había finiquitado varias empresas y un montón de papeles se acumulaban en un extremo de la mesa. Su puerta estaba siempre cerrada, no con llave porque de todos era sabido que la habitación de Gunnarson estaba absolutamente prohibida y pasaban por delante de la puerta de puntillas por temor a importunarle, pero la perra no lo sabía.
Se frotó la cara y empezó a moverse, con lo que sus huesos crujieron por falta de elasticidad. Se tomó un pequeño tiempo para asearse, prefería bañarse a mediodía o durante el crepúsculo. Se quedo parado mirando la ventana contrachapada, el brillo de sol chocaba en los bordes, pero no llegaban a filtrar. Era de día. Se frotó la nuca y se dio la vuelta, abrió la puerta sin haberse puesto la camisa. El segundo piso permanecía vetado al sol hasta que llegaba el atardecer, por eso no tuvo temor a abrirlo. Miró hacia el animal.- ¿Qué ocurre? ¿Estás otra vez hambrienta?
Ysgramir Gunnarson- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/08/2017
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Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
El olfato la había llevado escaleras arriba, pisando los escalones con lentitud y pesadez, porque aunque aparentara ser solamente un saco de huesos, estos eran densos y tenía una cabeza grande y muy dura. Todo ello hacía que el animal fuera contundente con sus pasos. Giró hacia la derecha con la nariz aún pegada al suelo y se detuvo frente a una puerta. Alzó la cabeza, ladeándola cuando estuvo bien erguida y elevó ligeramente las orejas, aunque las puntas de ambas quedaron caídas. La perilla giró y la gran hoja de madera cedió, dejando ver entonces al grandullón con el torso desnudo y el cabello húmedo. La boca de la perra se abrió y la lengua cayó por un lateral al tiempo en que movía la cola, primero despacio, pero en cuanto escuchó la voz de su amo lo hizo más deprisa, hasta que, sin querer, se dio golpes contra el marco por la derecha. Podía doler, pero ella ni se inmutaba. Ladró. Estaba contenta y como interpretó la apertura de la puerta como una invitación, pasó al interior de la otra estancia, rodeando las piernas del rubio y lo observó todo, moviendo ligeramente la trufa. Olía poco en general aquella casa, la excesiva pulcritud le quitaba la gracia. Pero si su amo deseaba tenerlo todo impecable, ella le ayudaría como había hecho con los cuencos antes.
Giró sobre la patas regresando hacia la puerta y cruzó el umbral de nuevo, mirando al norteño por encima de uno de sus omóplatos algo salidos. Jadeó con energía y ladró de nuevo, instándole a seguirla. A paso rápido, pero sin correr, se dirigió hacia las escaleras, deteniéndose justo antes de descenderlas, observando en la dirección de la que ella había venido. Estaba esperando a que el grandullón se le uniera para proseguir con el camino. Le había hablado de comida y, obviamente, tenía hambre. Sus tripas se revolvían y rugían como siete tigres. El sueño tal vez no se acumulara, pero la voracidad ella tenía claro que sí. Coco nunca había sido excesivamente glotona, pero después de tantas semanas sin casi agua y aún menos comida, poco le había faltado para empezar a devorarse a sí misma. Estaba ansiosa porque le diera otro plato como el de unas horas antes, porque le había sabido a gloria. Ladró de nuevo, ¿dónde se había metido ese hombre que no la seguía raudo y veloz para alimentar a su adorable mascota? Ladeó la cabeza, confusa, aguardando verle aparecer al girar la esquina del pasillo. Aquella casa era muy grande y tenía una forma extraña. Acostumbrada a vivir en cuevas y grutas o incluso a la intemperie y conociendo únicamente las chozas de los poblados africanos colindantes al territorio que su manada ocupaba, una hacienda como aquella era casi un laberinto.
Giró sobre la patas regresando hacia la puerta y cruzó el umbral de nuevo, mirando al norteño por encima de uno de sus omóplatos algo salidos. Jadeó con energía y ladró de nuevo, instándole a seguirla. A paso rápido, pero sin correr, se dirigió hacia las escaleras, deteniéndose justo antes de descenderlas, observando en la dirección de la que ella había venido. Estaba esperando a que el grandullón se le uniera para proseguir con el camino. Le había hablado de comida y, obviamente, tenía hambre. Sus tripas se revolvían y rugían como siete tigres. El sueño tal vez no se acumulara, pero la voracidad ella tenía claro que sí. Coco nunca había sido excesivamente glotona, pero después de tantas semanas sin casi agua y aún menos comida, poco le había faltado para empezar a devorarse a sí misma. Estaba ansiosa porque le diera otro plato como el de unas horas antes, porque le había sabido a gloria. Ladró de nuevo, ¿dónde se había metido ese hombre que no la seguía raudo y veloz para alimentar a su adorable mascota? Ladeó la cabeza, confusa, aguardando verle aparecer al girar la esquina del pasillo. Aquella casa era muy grande y tenía una forma extraña. Acostumbrada a vivir en cuevas y grutas o incluso a la intemperie y conociendo únicamente las chozas de los poblados africanos colindantes al territorio que su manada ocupaba, una hacienda como aquella era casi un laberinto.
Coco- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 16/10/2017
Re: País nuevo, condena nueva // Privado - Ysgramir
Ysgramir aun estaba observando a la perra, al verla le recordaba lo que era estar vivo, cómo se sentía, lo ingenua que era la existencia, lo feliz que se podía ser con la simple visión de un ser querido apareciendo por la puerta, no entendía por qué ella parecía tan contenta de verle, nadie reaccionaba así en realidad, estaba algo confuso, solo le había dado de comer..Aunque hubo una época en la que con eso a él también le bastaba para empezar el día con buen pie. Asimilando todavía que ella estuviera ahí vio como sin más ni más entraba en su habitación, inmediatamente su cuerpo se tensó, hasta su mandíbula marcó el músculo incluso por encima de la barba. A su habitación no entraba nadie y de hecho, estaba completamente a oscuras, pero no era solo eso, si no que el ambiente cambiaba sin ninguna duda. La mansión era moderna, no tan sobrecargada como indicaba la moda, era más amplia, daba la sensación de ser espaciosa con los muebles justos para no parecer desolada, inspiraba tranquilidad y animaba a la abstracción, pero su habitación tenía un corte totalmente diferente.
La oscuridad era más espesa pero los ojos de la perra le podían mostrar un suelo de madera cubierto apenas por unas cuantas pieles que estaban a colocadas estratégicamente a modo de alfombras curtidas, sin tratar, por eso la habitación tenía un olor diferente al resto de la casa. Los muebles eran realmente escasos, la cama era un camastro lleno de pieles, revuelto por haber sido usado, la chimenea aun tenía brasas pero cubiertas ya de cenizas, una sencilla mesa de escritorio llena de informes, junto con un libro aun abierto, tras el rudimentario escritorio había una estantería repleta de libros y una solitaria silla de madera coronaba el aspecto de aquella habitación, como si hubieran sido trasladados diez siglos atrás.
Se acercó a la perra cuando finalmente reaccionó, se recordó que debía ponerle un collar para poder manejarla, pero ni siquiera tuvo que enfadarse, el animal salió solo e iba a cerrar la puerta cuando los potentes ladridos retumbaron por toda la casa. Ysgramir llegó hasta el corredor, pero no se asomó a las escaleras, porque todos los sirvientes, los pocos que le seguían en la propia casa, estabas todos en el piso de abajo haciendo sus tareas ordinarias. Se frotó la nuca, incómodo, porque había estado a punto de bajar como si nada, la perra le hacía olvidar lo que era.-..No puedo bajar chica, ve a la cocina y pide a la..-Luego lo pensó mejor, cogió aire soltándolo despacio. ¿Por qué hablaba con ella? Silbó, para ver si volvía.
La oscuridad era más espesa pero los ojos de la perra le podían mostrar un suelo de madera cubierto apenas por unas cuantas pieles que estaban a colocadas estratégicamente a modo de alfombras curtidas, sin tratar, por eso la habitación tenía un olor diferente al resto de la casa. Los muebles eran realmente escasos, la cama era un camastro lleno de pieles, revuelto por haber sido usado, la chimenea aun tenía brasas pero cubiertas ya de cenizas, una sencilla mesa de escritorio llena de informes, junto con un libro aun abierto, tras el rudimentario escritorio había una estantería repleta de libros y una solitaria silla de madera coronaba el aspecto de aquella habitación, como si hubieran sido trasladados diez siglos atrás.
Se acercó a la perra cuando finalmente reaccionó, se recordó que debía ponerle un collar para poder manejarla, pero ni siquiera tuvo que enfadarse, el animal salió solo e iba a cerrar la puerta cuando los potentes ladridos retumbaron por toda la casa. Ysgramir llegó hasta el corredor, pero no se asomó a las escaleras, porque todos los sirvientes, los pocos que le seguían en la propia casa, estabas todos en el piso de abajo haciendo sus tareas ordinarias. Se frotó la nuca, incómodo, porque había estado a punto de bajar como si nada, la perra le hacía olvidar lo que era.-..No puedo bajar chica, ve a la cocina y pide a la..-Luego lo pensó mejor, cogió aire soltándolo despacio. ¿Por qué hablaba con ella? Silbó, para ver si volvía.
Ysgramir Gunnarson- Vampiro Clase Alta
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