El ron sabe mejor en compañía... o tal vez no // Privado - Ephraim

por **Edmond Lautrec** Sáb Oct 28, 2017 5:25 am

Aquella noche no había misa, así que en cuanto se puso el sol, el cura colgó la sotana en la percha de la sacristía y vistiendo sus ropas negras con alzacuello blanco, salió a respirar el frío aire húmedo de las calles de París. Se estaba bien allí, le gustaba la ciudad y que casi siempre hubiera gente en cualquier parte. Les observaba, intentaba pensar lo que sería de aquellas pobres almas condenadas, de sus errores, de sus penas. Rezaba por ellos y por su perdón con cada mirada que les echaba. Siguió andando, sus pasos eran lentos, cortos y pesados. Algunas personas ralentizaban su andar para observarle, muchos aún no se acostumbraban a su estatura, a su tamaño menudo pero fuerte, distinto al de un niño. Su voz era grave, varonil y retumbaba en la iglesia cuando daba el sermón. Pero allí estaba alto, subido en el atril y ahora, a pie de calle, todo era diferente. Aun así, él no le daba importancia, Edmond era un hombre seguro de sí mismo, consciente de su carisma, de su don de gentes y ninguna opinión podía dañar algo que llevaba más de medio milenio cultivando.

Se topó con una taberna, seguramente sus pies le habían llevado allí a voluntad, mas su mente había estado ocupado recordando un encuentro curioso tenido con una dama varias noches atrás, así que le resultó una grata sorpresa alzar la vista y ver el rótulo tallado en madera con remaches de hierro forjado. El olor era fuerte, como ocurría siempre en aquellos lugares, pero eso al padre no le desagradaba. Empujó la puerta, esquivando gente, sillas, mesas y fue a parar a la barra. Se agarró del borde con ambas manos y de un salto se subió a un taburete. Dio un ligero golpe sobre la tabla de madera llena de mellas por peleas, juegos de cuchillos y a saber qué otras cosas más, llamando así la atención del que pudiera servirle una copa. -Tabernero, póngame un ron, por favor.- Aguardó a que le sirvieran, girando sobre su asiento, oteando el horizonte de hombres que allí se arremolinaban y alguna que otra mujer. No era un burdel, ni tampoco un lugar apropiado para damas, así que las féminas no abundaban, precisamente, y las pocas que había llegaban ya acompañadas o eran más rudas que el más brusco de los machos de pelo en pecho presentes en el local. El aroma a alcohol le resultaba agradable al vampiro que a pesar de no sentir los sabores como cuando era humano, aún era capaz de paladear cosas fuertes y, por ello, eran las únicas que probaba: alcohol, café y, muy de vez en cuando, algún puro. Escuchó el firme choque de la jarra contra la barra y supo que ya le habían atendido, regresó la vista al camarero y le pagó enseguida antes de tomar el asa de su recipiente y darle un trago que le manchó el bigote y dejó sendas gotas en parte de la barba.