[Privado] Otra tarde en el mercado.

Era una tarde como otra cualquiera en el mercado de París. Estaba empezando a anochecer y por lo tanto, comenzaba a refrescar. Aurora se encontraba sentada en una de las aceras, apoyada sobre la pared de un pequeño puesto de venta de frutas y verduras.

Cada vez había menos personas, y el barullo era menor que hacía unas horas. Eso reconfortaba a la joven, ya que el ruido incesante le estaba provocando dolor de cabeza. La única ventaja de la aglomeración de gente, era que por lo menos de vez en cuando alguna que otra persona le dejaba unas cuantas monedas en una pequeña manta que tenía posada sobre el suelo. Estos gestos eran los que le permitían sobrevivir día a día desde hacía unos cuántos meses.

El frío se estaba apoderando de su cuerpo, así que, muy a su pesar, tuvo que retirar de la acera el trozo de tela que contenía unos cuántos francos en su interior, para ponerlo encima de su vientre, el cual siempre intentaba ocultar a toda costa. Sentía que si alguien la veía de esa forma, la acusarían de madre soltera y sería una vergüenza para la sociedad. Ya tenía suficiente con martirizarse ella misma, como para que el resto también lo hiciese.

Sabía que en algún momento ya no podría esconder su condición, al fin y al cabo, los cambios físicos que se muestran con el paso de los meses lo dirían todo, y mucho más cuando naciese el bebé. De todas maneras, cuanto más tiempo pudiese ocultarlo, mejor.

Los puestos comenzaban a recoger sus mercancías. Aurora prestaba atención a cada movimiento, dispuesta a avistar cualquier resto de comida que pudiese haber caído al suelo, para luego poder ir a por este.

Esa tarde no había habido suerte, otros indigentes habían sido más rápidos que ella, no dejando ni un sólo trozo de ningún tipo de alimento. Ni siquiera le había dado tiempo a moverse de donde estaba. Incluso lo prefería, así no gastaba energías innecesarias en algo que sabía que no iba a tener ni una sola oportunidad.

Mira al cielo, con tristeza acumulada en sus ojos. Se tapa estos, y acaricia su vientre, intentando calmarse y no pensar en nada. Esto cambia en seguida, ya que escucha unos pasos acercándose a ella. Aparta la mano de su cara y baja la mirada, observando que el que se aproximaba era un hombre que aparentaba unos treinta años. Se queda mirándolo fijamente.

-Buenas tardes señorita, ¿sería tan amable de indicarme dónde puedo comprar fruta?-

Preguntó el varón, con una sonrisa algo extraña dibujada en su boca.

-Por hoy los puestos han cerrado, si quiere puede volver mañana. Estoy segura de que le atenderán con mucho gusto.- Dijo Aurora, intentando ser lo más amable posible, dentro del nerviosismo que le producía la situación.

El hombre se agachó en un gesto algo sospechoso, cogió la mano izquierda de la joven, y tiró de esta. -¿Y si me enseñas algún otro lugar donde pueda encontrar fruta?-

Aurora, nerviosa, no pudo pronunciar palabra alguna, y sólo un chillido ahogado salió de su garganta.

Mientras Aurora intentaba que el desconocido la soltase, apartó la mirada de él y giró la cabeza hacia un lado. De esa manera pudo ver que otro hombre se estaba acercando a ellos. -Por favor, por favor... Ayúdame...- Pensaba la muchacha, sin apenas fuerzas para salir airosa de esa situación por su propio pie.

Los milagros de vez en cuando se cumplen, y éste había sido uno de ellos. La gente por lo general cuando se encontraba a algún mendigo en clara desventaja contra otra persona, o se paraban a contemplar la escena, o simplemente ignoraban lo sucedido y seguían a lo suyo.

-Disculpe caballero, ¿necesita alguna cosa?- Preguntó el joven al extraño que forcejeaba con ella. Una frase un tanto ofensiva salió de la boca de este último, y como consecuencia, el muchacho agarró la garganta de éste con una sola mano. Al parecer, era bastante fuerte.

Gracias a esto, la muñeca de Aurora se liberó del agarre del más adulto de los tres. A causa del tiempo que se la había tenido aprisionada con tanta fuerza, le había quedado una marca morada alrededor de toda su superficie. Por ello, lo primero que hizo la chica fue acariciar esa parte de su cuerpo, aguantando el dolor que le causaba, y suspirando a su vez del alivio que le producía el haber podido escapar de la situación.

Lo que no se esperaba, era la pelea que se desarrolló a continuación. Sorprendida, se tapó la boca con las manos, y apartó la vista hacia un lado, esperando que no ocurriese nada grave. A pesar de no querer contemplar la escena, por desgracia fue algo inevitable, ya que el mayor cayó al suelo delante de ella, y acto seguido el menor le asestó una patada en el costado.  

Al ver que el malhechor se escapaba de allí, sus músculos comenzaron a relajarse, liberándose de la tensión que los mantenían agarrotados. -No deberías estar por aquí a estas horas, puede ser peligroso.- Le dijo el joven. Ella lo sabía, no era adecuado, pero tampoco tenía otra opción.

Se levantó con cuidado, intentando a su vez esconder su vientre con uno de sus brazos y con su pequeña manta, para evitar que se diese cuenta de su estado. Con la mano que le quedaba libre, la que anteriormente le habían magullado, sostuvo los pocos francos que había recaudado hoy, y se los ofreció al hombre que la había rescatado. -No sabes lo muchísimo que te agradezco que me hayas salvado. Por favor, acepta esto, es todo lo que tengo ahora mismo. Sé que no es demasiado, no da ni para una pieza de fruta, pero al menos espero que ayude.- Después de pronunciar esto, esbozó una ligera sonrisa.

Esta persona, a diferencia de la mayoría, le transmitía confianza, aunque no estaba segura del por qué, exceptuando lo que acababa de hacer por ella sin siquiera conocerla. Echó una fugaz ojeada al muchacho, inspeccionándolo de arriba a abajo, intentando no parecer demasiado descarada. Aparentaba estar en su veintena, y sus ojos verdes destacaban por encima de todo.

Mientras esperaba a que aceptase el dinero, notó que el hombre desprendía un olor un tanto peculiar y conocido. -¿Y si es...? ¿Debería preguntarle?- Pensó Aurora, y luego negó con la cabeza en un gesto involuntario. -No creo que ahora vengan hasta los mercados, no lo necesitan, siempre se han abastecido ellos mismos con la caza.-

Ese olor le recordaba en concreto al bosque, ese lugar en el que se crió durante media vida y que había abandonado hacía unos meses. Una mueca de tristeza invadió su rostro, recordando lo tanto que le gustaba estar allí, y sabiendo que nunca más volvería a pisar esas tierras.

-Tranquila, no quiero el dinero. Sin embargo tú pareces necesitar comida. Toma.- En cuanto vio la bolsa del hombre, sorprendida, se le cayeron los francos de la mano. Se le había hecho la boca agua con sólo pensar lo que podría contener esa bolsa. A pesar de ello, no quería ser una carga para nadie, y menos para él, ya que la había ayudado. No iba a quitarle el alimento de las manos. Además, ni siquiera conocía su situación. Quizás incluso estaba en peores condiciones que ella.

-Muchas gracias, pero no puedo aceptarlo.- Dice Aurora con cierto pesar en el tono de su voz, a la vez que hace un gesto de negación con una de sus manos. Se agacha después de esto y recoge las monedas que anteriormente habían resbalado de entre sus dedos. Realmente deseaba que las hubiese aceptado, era la única forma que tenía de agradecerle lo que había hecho por ella.

El olor a bosque seguía invadiendo su sentido del olfato, y cada vez estaba más segura de sus pensamientos. No era un simple humano, pero tampoco era una de esas horribles criaturas de la noche que habían engañado a sus padres.

-Esta noche hará frío. ¿Tienes un techo bajo el que resguardarte?- Preguntó el joven. En ese mismo instante, miles de pensamientos vinieron a la cabeza de la muchacha. -Sólo quiere aprovecharse de ti, como ya han hecho muchas otras veces, no caigas en la trampa.- Le decía una parte de su conciencia. -Es un buen hombre, seguro que sólo quiere ayudarte como ya ha hecho.- También sonaba en sus adentros.

No sabía si decirle la verdad o mentir. Por intentar confiar en la gente siempre había salido perdiendo, pero a su vez no quería dejar de hacerlo, ya que así era su naturaleza y no podía evitarlo. Al fin y al cabo, las buenas personas existen, sólo hay que dar con ellas.

Se dio cuenta del gesto de timidez de su salvador al haber dejado de mirarla por momentos, lo cual le hizo reír ligeramente. Pero era el momento de dar una contestación. -S-sí... Digamos que tengo, pero gracias por preguntar y preocuparte.- Dice titubeando. Luego sonríe mientras lo mira a los ojos, sin despegar la vista de estos en ningún momento.

Había optado por la mentira. Sabía que pasaría hambre y frío, como la mayoría de los días, pero no quería molestarlo más. Ya bastante había hecho. Aparte, si por algún casual quisiese llevarla con él y viviese en el bosque, tendría un problema, ya que seguro que Kray, el licántropo que la había cuidado, podría rastrearla y encontrarla fácilmente por su olor.

Este joven tenía algo especial. Desde que había fijado los ojos en los suyos no había podido dejar de mirarlos en ningún momento. Y por lo que veía parecía que a él le ocurría lo mismo, a pesar de que se notaba que quería evitar su mirada de vez en cuando para no incomodarla. Lo que él no sabía es que ella así se encontraba bien, estaba cómoda de esa manera. Le gustaba ese tipo de contacto que estaban teniendo, ya que le hacía sentirse arropada, sin saber la razón.

Acto seguido, miró de nuevo a la bolsa con alimentos en su interior, y no pudo evitar apretar la mandíbula y los puños, intentando contener las lágrimas que amenazaban con salir de entre sus pupilas. Al darse cuenta de que el chico podía estar fijándose en estos gestos, comenzó a respirar hondo para calmarse, y lo miró de nuevo fijamente. -Perdona, tengo algo de catarro y de vez en cuando me lloran los ojos, es algo normal.-

Esa pequeña risa calmó un poco a Raff, ella se dio cuenta que había apartado la mirada y titubeante en sus palabras le dijo que tenía un techo donde dormir. Raff no era tonto, había pasado muchos años viviendo en la calle y desde hacía unos pocos se había construido con sus propias manos una pequeña cabaña en un lugar apartado del bosque. Le costó mucho esfuerzo, pero al final hizo de su cabaña un hogar. El aura de la muchacha se tornó de un color que Raff reconoció al momento. Sabía que le estaba mintiendo. No necesitaba ver su aura para saberlo de todas formas, era evidente que la pobre chica no tenía donde resguardarse.

La muchacha miró la bolsa y apretó la mandíbula, sin duda tenía hambre pero su orgullo le impedía aceptar la comida. Ella le miró fijamente y tratando de excusarse le dijo que tenía catarro. -Que excusa mas mala- Pensó.

-Está bien, ya veo que tienes un sitio para dormir- Le dijo con una media sonrisa en los labios -De todas formas quédate las manzanas,
a mi no me gustan realmente, y tengo cena caliente en mi cabaña- Se arrodilló y dejó la bolsa en el suelo, con cuidado de que no cayera ninguna de las frutas.

-Entiendo que no confíes en mí, al fin y al cabo soy un extraño - Le dijo incorporándose -Pero en tu estado no deberías pasar noches a la intemperie-. No sabía como se tomaría ella que él supiera su secreto, pero ahora se sentía obligado, al menos, a ofrecerle un poco de protección. Diciéndole esto le dejaba intuir su condición sobrenatural en caso de que ella supiera de la existencia de tales seres. O igual simplemente parecería una persona muy observadora. Como fuese, al decirle esto se estaba exponiendo, pero decidió hacerlo, la muchacha no albergaba malas intenciones, lo veía en su aura. Pero el ser humano es una criatura de sentimientos fugaces y cambiantes, nunca se sabía lo que se podía esperar de ellos.

-Si en algún momento decides buscar una cena caliente y un techo bajo el que dormir,
ven a devolverme la chaqueta, no es elegante, pero abriga.- Le dijo sin mirarla mientras se sacaba la chaqueta y la dejaba doblada al lado de la bolsa de manzanas -Búscame a las afueras del bosque, al sur del camino hay una cabaña de madera, nadie te molestará.- Le dijo mientras se daba la vuelta sin mirarla y comenzaba a caminar en dirección al bosque. -Por cierto- Se giró mostrándole una cálida sonrisa y le dijo -Mi nombre es Raff-

Sin esperar su respuesta se dio la vuelta y siguió caminando, si la chica era lista lo seguiría, o al menos aparecería por su cabaña, era fácil de encontrar. En el peor de los casos ella se quedaría con algo de abrigo y comida. Raff esperaba de corazón que lo siguiera, pero no podía obligarla. Con la bolsa de herramientas en la mano echó a caminar, sin percatarse de que se había dejado la pequeña navaja con la P grabada en el bolsillo de la chaqueta.

Cuando el joven dejó la bolsa en el suelo, los ojos de Aurora se iluminaron. No podía creérselo. No quería hacerle daño, y además le ofrecía comida. Esta noche dormiría con el estómago algo más lleno de lo habitual, y lo agradecía enormemente. El bebé le restaba mucha energía, y tenía que hacer las cosas por dos. Ese era uno de los precios que debía pagar quien tenía una vida en su interior.

De repente, el muchacho mencionó que no debería de pasar la noche a la intemperie en su estado. Eso la confundió. ¿Había sido tan poco cuidadosa como para que se hubiese dado cuenta? ¿O quizás sí que había tenido razón antes al pensar en que podría ser un ser sobrenatural? No iba a preguntar, no quería incomodarlo, pero esperaba tener la oportunidad en algún momento u otro de descubrirlo.

Apartó la manta de encima de su vientre, que antes estaba utilizando para ocultar su condición, y se la puso por encima de sus hombros para así poder abrigarse algo. En parte, era un alivio el poder estar libre y no esconder nada, pero por otro lado, sentía una enorme vergüenza por estar embarazada siendo pobre y soltera, y que él la estuviese viendo de esa manera.

-Gracias por... No juzgarme a pesar de saber lo que sabes.- Sonrió después de decir esto, y apoyó la mano en su vientre. Luego, asintió con la cabeza, como confirmando que lo que él intuía era cierto.

El chico se quitó su chaqueta y la posó al lado de la bolsa con comida. Aurora lo miró, sorprendida ante tantos gestos generosos que estaba teniendo con ella, y aun por encima, acto seguido le indicó su dirección, ofreciéndole un techo sobre el que resguardarse. -¡Lo sabía, vive en el bosque!- Pensó, al estar cada vez más segura de que lo que creía no iba muy desencaminado con la realidad.

-Por cierto. Mi nombre es Raff.- La muchacha se alegró al escuchar su nombre, y le contentó aun más el haber visto su sonrisa. Hasta ahora no se la había mostrado, y la verdad es que era preciosa. -Yo soy Aurora. Mucho gusto, Raff.- Dijo ella, feliz, ya que por lo menos ahora no eran simplemente dos desconocidos.

El joven comenzó a caminar en dirección al bosque. Ella, en cambio, no estaba segura de lo que hacer. En verdad, quería ir con él, pero... ¿Y si fuese otra trampa? No es lo que le decía su intuición, pero quién sabía si estaba o no en lo cierto.

-Debo ir, ya no por mí, sino por mi hijo. Estoy hambrienta, y mi cuerpo no aguantará mucho más de esta manera. Si algo malo pasa estando con él, no creo que sea peor que lo que me podría ocurrir aquí.- Pensaba ella, decidiéndose al final a ir hacia el bosque, aunque con cuidado, ya que lo que tampoco quería era encontrarse con Kray por el camino.

Se agachó, y comió las manzanas a toda prisa dándose la vuelta para que, si por algún casual Raff se girase, no la viese de esa manera. Al terminarlas, notó cómo sus lágrimas brotaban de entre sus ojos y se deslizaban por sus mejillas. -Pequeño, quizás podemos tener una nueva oportunidad... Mamá luchará para que salgas adelante, ¿sí?- Susurró mientras acariciaba y abrazaba su vientre con delicadeza.

Pasó la manga derecha de su camiseta por su cara, para así disimular el que había estado llorando, y se levantó, despacio, con la chaqueta del hombre en mano. No tenía demasiadas fuerzas, pero a pesar de ello comenzó a correr lo más rápido que pudo para alcanzar al chico.

Una navaja que se encontraba dentro de uno de los bolsillos de la prenda de ropa se cayó durante la carrera, sin que la mujer se hubiese dado cuenta alguna de ello.

Su respiración comenzó a acelerarse a un ritmo descontrolado, y lo mismo ocurrió con los latidos de su corazón. Estaba muy nerviosa y temblaba, ya que miles de emociones florecían dentro de su cuerpo. -¡R-Raff, espera!-

De repente, sintió que no podía más. Estaba exhausta, y el haber corrido esa distancia había acabado con las pocas energías que le quedaban. Su cuerpo se paró en seco, y Aurora se agachó poco a poco, quedándose de rodillas en el suelo. Ni siquiera había podido alcanzar al chico. Se sentía inútil y débil. ¿Cómo en tan poco tiempo, las cosas habían podido cambiar tanto?

Mientras seguía arrodillada, su cuerpo comenzó a flaquear, y cayó completamente rendida. Cerró sus ojos, ahora acostada, y a la vez que agarraba como podía la chaqueta del muchacho para intentar que no se ensuciase, perdió el conocimiento.