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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Etel Bognár Sáb Nov 18, 2017 6:27 am

«She may be the beauty or the beast
May be the famine or the feast
May turn each day into a Heaven or a Hell»
She — Elvis Costello


Su madre siempre le había contado lo buena que fue, lo grandiosa que pudo llegar a ser hasta que su desgraciado padre la tocó. Se lo repitió hasta la saciedad, y Etel creció con el convencimiento de que ella también sería una gran bailarina. Sus progenitores lo fueron, ¿qué se lo impedía a ella también? Lo cierto es que la pregunta no debía qué, sino quién, y la respuesta tenía nombre y apellido: Patrik Rózsa. Su maldito padre le había negado tantas oportunidades de brillar en el escenario que el odio que sentía Éva empezaba a hacer mella en también en Etel. La única diferencia entre madre e hija residía en que la mayor se dio por vencida y se limitó a odiar al hombre que la había hecho caer, mientras que la otra no pensaba dejar que Rózsa se saliera con la suya. Se había jurado a sí misma que bailaría junto él, pero primero tenía que demostrarle lo que realmente era capaz de hacer. Ese era el único motivo que tenía para viajar a París: entrar a formar parte del ballet de la ciudad, muy famoso en ese mundo por la calidad de sus artistas. Si su padre la veía ahí, sabría que había dejado escapar una oportunidad de oro con ella, y el simple hecho de imaginárselo suplicándole que bailara con él le producía un cosquilleo en el estómago que muy pocas cosas conseguían reproducir.

Su llegada a la capital, sin embargo, no fue lo que la húngara se había imaginado. Pensó que con su experiencia y el don natural que creía tener sería suficiente para que la ópera se pelease por tenerla en el cartel, pero nada más lejos de la realidad. Ni siquiera la invitaron a que hiciera una demostración, cerrándole así todas las vías que podía tener a su alcance. Estaba claro que necesitaba de alguien que hiciera de aval y que la ayudara a entrar a formar parte del cuerpo de ballet, pero aquí se juntaba su segundo problema: no tenía suficiente dinero como para pagarse la estancia y la academia de baile al mismo tiempo. Con su trabajo en el cabaret podía seguir viviendo de una forma más o menos cómoda, pero eso no era suficiente. Etel Bognár necesitaba brillar.

Ella supo desde antes de marcharse que volver a Budapest no era una opción; cuando pisara su tierra de nuevo lo haría como la estrella que planeaba ser, y no antes. Entonces, ¿qué podía hacer? Aunque no fuera una mujer que se diera fácilmente por vencida, la joven bailarina estaba empezando a dudar de que aquel viaje a París hubiera sido buena idea. Creyó que las cosas sucederían de manera natural porque ella era la descendiente de Patrik Rózsa y Éva Bognár, dos de las mejores estrellas que había dado el ballet. ¿Acaso hacía falta algo más? ¡Lo llevaba en la sangre!

Su suerte, sin embargo, cambió el día en el que, al pasar frente al edificio de la ópera —siempre modificaba sus recorridos para pasar por esa calle—, vio que mucha gente entraba vistiendo el luto. En esa ocasión, la curiosidad ganó, así que se ajustó la capa oscura al cuerpo para ocultar el vestido colorido que llevaba debajo y se mezcló entre la multitud. Vio caras conocidas, demasiadas para tratarse de una coincidencia, y enseguida se dio cuenta de qué era aquello; acababa de acudir al homenaje por el fallecimiento de Alice Deville, una bailarina extremadamente conocida y ganadora de múltiples premios, según rezaba un hombre que había empezdo a hablar sobre la vida de Alice. Etel se dio la vuelta para salir de allí cuando, de pronto, escuchó un nombre que le resultó familiar. Slavik Smarag. Se paró en seco y siguió escuchando. Había visto ese nombre en algún sitio, ¿en algún cartel, quizá? Hizo memoria hasta que al fin resolvió su misterio. Había una pequeña academia en el centro de París regentada por alguien que se llamaba igual. Como caída del cielo, una idea cruzó la mente de Etel, que salió de allí tan rápido que parecía que nunca había estado presente.

Al día siguiente acudió temprano a la mencionada academia de baile con una carta en el bolsillo firmada por la mismísima Alice Deville. Sí, sí, una carta de la difunta. ¿Cómo lo había conseguido? Etel no había tenido el placer de conocer a Deville, pero, según su carta, era casi como una hija para ella. Pedía, a quien fuera, que ayudara a la joven portadora de esa misiva, de nombre Etel Bognár, porque ella, Alice, creía firmemente en sus habilidades y sabía que sería una bailarina grandiosa, si se le daba una oportunidad.

Caradura como nunca, dibujó su expresión más desolada y pidió hablar en privado con Slavik Smarag, alegando que tenía algo urgente que contarle. Una pequeña mentirijilla no haría daño a nadie, ¿no?
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Mensaje por Slavik Smarag Lun Dic 11, 2017 11:31 pm

-Más lento, más lento, ¿a dónde pretenden llegar? Vamos, cuiden las terminaciones de sus manos –pidió con su usual voz calma mientras observaba a sus cuatro alumnos-. Chassé, demi-plié, bien… ¡Otra vez desde el inicio! Esta vez ven tú adelante, Nadine.

La música que el maestro –un anciano de unos setenta años ya- tocaba con su piano envolvía todo en la clase de baile de Smarag. No podía negarlo, ese grupo era su favorito, tranquilos, deseosos de perfeccionarse… Algo lentos en el aprendizaje a decir verdad, pero tenían lo que se necesitaba tener para poder llegar lejos. Los veía y se veía a sí mismo muchísimos años atrás, en sus comienzos.

-No se apuren, respiren –les pidió y se acercó al centro de la sala para él mismo hacer los ejercicios junto a ellos-, sientan la música, conecten su cabeza con la melodía que el maestro Hayes está interpretando y... ahora.

La primera parte de la clase estaba llegando a su fin. Le seguiría una sesión de cuarenta minutos de improvisación. Pese a que improvisar no estaba bien visto en el ballet –en lo absoluto, pues todo debía estar perfectamente estructurado y debía seguir los parámetros clásicos de aquel arte-, a Slavik le gustaba que sus alumnos pudiesen ejercitar la conexión que el cuerpo necesitaba tener con la melodía. A todos les hacía bien ese momento especial de cada clase, de distintas formas, claro. Al maestro Hayes, que podía interpretar al piano lo que desease, a sus alumnos que podían sentirse libres en medio de lo que tanto amaban, y a él que como profesor tenía la oportunidad perfecta de observarlos, de identificar sus fortalezas y debilidades.

Helen Hayes, la esposa del maestro Hayes, le ayudaba a mantener en pie su academia de baile. Si no fuese por esa anciana, a la que sentía su segunda madre, todo aquello se hubiera desarmado hacía mucho tiempo. Slavik se sentía unido a ellos y ellos encontraban en la academia de él un motor para su vida que antes era gris y monótona, más ahora tenía utilidad. Fue la misma Helen quien interrumpió su clase ese día, avisándole que había alguien en la recepción que pedía hablar con él de manera urgente. A Slavik no le gustó nada ser interrumpido, pero se fiaba de la mujer y si ella decía que era algo importante él atendería el asunto.


-Terminen con esta rutina, volveré en un minuto y comenzaremos con la libre interpretación, sé que la están esperando –les explicó y, antes de salir por la puerta rumbo a la pequeña recepción improvisada, palmeó al maestro amistosamente en el hombro mientras el hombre no dejaba de tocar.

Él, que solía admirar la belleza de las mujeres mayores, esas que tenían edad parecida a la suya real, quedó subyugado por la hermosura de la joven visitante en el acto, tanto que le costó hablar desde el principio.


-Soy el maestro Smarag –se presentó, tras el momento de incomodidad, y le tendió su mano-, ¿me buscaba? Me temo que tengo poco tiempo, estoy a la mitad de una clase, señorita.
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Mensaje por Etel Bognár Dom Dic 17, 2017 12:41 pm

La espera se le hizo eterna, tanto que empezó a dudar de que aquella mujer que la había recibido hubiera ido realmente a darle el recado al maestro Smarag. Aún así, aguantó estoicamente a que el hombre que esperaba saliera a la recepción. Desde el fondo del pasillo le llegaba la suave melodía de un piano, y los ojos de Etel se desviaron instintivamente en aquella dirección, pero desde donde se encontraba no podía ver la puerta de la sala. Se mordisqueó el labio inferior con fuerza hasta casi hacerse sangrar, y repasó todo lo que ella misma había escrito en la carta. Debía sonar creíble y, sobre todo, lastimera.

Sacó la carta del bolsillo y la desdobló. ¿Habría conseguido falsificar bien la letra? De pronto tuvo tantas dudas que se giró para salir, pero unos pasos delicados en su espalda la obligaron a volverse. Frente a sí vio a un hombre, mayor que ella, pero, definitivamente, muy joven para tratarse del mismo Slavik Smarag que había ganado tantos premios junto a la difunta Alice. No faltó la expresión de sorpresa en el rostro de Etel, acompañada de un silencio bastante más largo de lo normal por parte de él.

Sí, señor —contestó, soltando la mano que le había tendido él—. Lamento mucho haberle molestado, no tardaré, se lo prometo. Es que… —Hizo una pausa muy dramática y subió las manos hasta su pecho, con la carta todavía asida entre los dedos—. Me llamo Etel Bognár, provengo de Budapest y he llegado hace poco tiempo a París —se presentó—. Llevo días buscando una academia de ballet en la ciudad, pero todavía no he conseguido que ninguna me haga ni siquiera una prueba. He traído una carta de mi antigua profesora en la que asegura que tengo talento para la danza. Léala, por favor; verá como no miento. —Parpadeó varias veces fingiendo que estaba a punto de llorar y estiró la mano para entregarle la carta—. Señor Smarag… mi sueño siempre ha sido bailar en los grandes teatros, al igual que lo hizo mi madre. Ella tuvo que abandonarlo cuando me tuvo a mí, y sólo quiero honrarla y que se sienta orgullosa de su hija.

Dejó que leyera la carta, o, al menos, que comenzara a hacerlo, y permaneció en silencio durante unos segundos. Consiguió incluso derramar alguna lágrima que se secó rápidamente con el dorso de la mano, pero siendo muy consciente de que Slavik veía todos los movimientos que realizaba.

Señor Smarag —comenzó de nuevo—, mi profesora, Alic… no, disculpe, es la costumbre. La señora Deville —¡ay, Etel! Deberías dejar la danza y dedicarte a la interpretación— me enseñó mucho, mucho, sobre el ballet. Decía que, con su ayuda, yo llegaría lejos, pero enfermó y… —Se cubrió la boca con una mano y fingió una congoja que lejos estaba de sentir. Si ni siquiera había conocido a la pobre Alice—. Yo la apreciaba mucho, para mí era casi como una segunda madre. Creía mucho en mí y se esforzó tanto… Sé que si consigo mi sueño también la honraré a ella. Siento que se lo debo, por todo lo que hizo por mí, pero parece que nadie me quiere dar una oportunidad, y yo ya no sé qué más puedo hacer… ¿Podrá usted ayudarme, por favor? —Se atrevió a dar un paso hacia él, pero sin quedarse demasiado cerca—. El dinero no será problema, señor. Le prometo que pagaré mis clases rigurosamente, trabajaré lo que haga falta para conseguirlo. Tengo algo ahorrado, mire. —Sacó de su bolsillo un saquito lleno de francos que sujetó con ambas manos—. Sé que no es mucho, pero de verdad que no le supondrá un problema.

Volvió a mirarle con los ojos anegados en lágrimas —todas falsas, por supuesto— y estudió su rostro. Seguía convencida de que aquel apuesto hombre no podía ser el mismo que su supuesta maestra conoció antaño, así que, si tenía relación con él, debía ser un hijo. ¿Sería así? ¿Estaría hablando con el hijo del famoso Slavik Smarag? Tragó saliva y esperó, puesto que era lo único que podía hacer para ver si su mentira había germinado ya.
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Mensaje por Slavik Smarag Vie Ene 19, 2018 11:22 pm

Nada lo había preparado para una emoción así. Alice. Su Alice, la mejor amiga que había tenido, su gran confidente… la única a la que le había contado su secreto mejor guardado. Miró a la muchacha antes de tomar la carta entre sus manos, si fuese otra la situación él se limitaría a decirle que no había lugar para ella en la clase, él era maestro de grupos reducidos, era así como le gustaba enseñar y era por eso también que tan bien le iba: se concentraba en unos pocos y prefería calidad antes que cantidad. Leyó la carta, pero algo de lo que la muchacha decía llamó su atención y se volvió hacia ella. ¿Hablaba en pasado de Alice?

-¿Alice ha muerto? ¡Oh, Dios mío! –exclamó y necesitó apoyarse en la pared más cercana, el golpe fue demasiado fuerte para él. No merecía enterarse de esa forma-. ¿Qué le pasó? ¿Sus hijos están bien? ¿Cuándo? Yo… tengo tiempo sin verla, demasiado a decir verdad.

Se había alejado de ella para no ponerla en peligro, para que el secreto que tan bien le guardaba no acabase por comprometerla. Intentó volver a leer la carta pero no pudo hacerlo, estaba realmente conmocionado, y tampoco podía seguir con claridad el hilo de lo que la muchacha decía... le hablaba de su madre, bailarina también, Slavik quería oír aquello en detalle pero no podía concentrarse, la noticia lo había destruido por dentro.

-Me temo que no entenderé nada de lo que me digas en estos momentos –le dijo, con un gesto para que no le contase nada todavía-. Ven, claro que eres bienvenida en mi escuela. Si Alice vio algo especial en ti es que sin dudas lo tienes, confío plenamente en ella y en sus conceptos. Yo… Alice –susurró ese nombre con culpa por no haber sido un amigo más presente. Intentaría remediarlo, acogiendo a la discípula de su amiga podría de alguna manera sentirse cerca de ella-. Ven, empecemos. ¿Traes ropa más apropiada? Sígueme.

Ella también lloraba, lucía afectada y Slavik entendía lo difícil que era perder a una maestra. Quería decirle que todo estaría bien, que él acogería a todos los alumnos que fuesen de Alice, estaba seguro que su antigua compañera haría lo mismo si las circunstancias fuesen al revés. Pero no podía hablar, simplemente la tomó de la mano para acompañarla, para demostrarle que no estaba sola en ese dolor, ahora eran dos y por eso, por Alice, estaban unidos. Luego inspiró y se encaminó de nuevo hacia el salón donde estaban sus alumnos. Se acercaba el momento de improvisación y quería verla, conocer las debilidades y fortalezas de… ¿Etel? A penas había retenido su nombre. No era que fuese un insensible, en lo absoluto, sino que su refugio siempre había sido la danza y a ella recurría cuando el dolor lo traspasaba.

-Puedes cambiarte por allá, si no traes ropa apropiada hay algunas prendas en el segundo cajón, están limpias y deberían irte. Ya hablaremos mejor de todo, te lo prometo, principalmente de esto –levantó la carta- luego, que ahora no tendré cabeza para nada, me has dejado de piedra. Te prometo que luego de la clase nos tomaremos un café y podremos hablar más tranquilos.

Solo la danza podría mitigar su dolor en esos momentos, por lo que Slavik Smarag se dispuso a bailar en una entrega total a la melodía en tanto esperaba a que la muchacha regresase. Giró y giró, como si fuese un alumno más, y se permitió honrar así a su adorada Alice. Las lágrimas no faltaron en sus ojos, era dolor por no haber estado presente en sus últimos momentos y también porque con ella se perdía la otra mitad de sus recuerdos, de esos momentos que de a dos habían transitado. Solo le quedaba la danza.
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Mensaje por Etel Bognár Dom Ene 21, 2018 11:49 am

No volvió a hablar, simplemente se limitó a esperar a que leyera la carta y le dijera si podía entrar en su escuela de baile. Etel creía que su actuación había sido creíble, pero eso sólo podría confirmarse con la respuesta del hombre. Sin embargo, ésta no fue para nada la esperada por la húngara. Cuando Slavik se dio cuenta de lo que le había ocurrido a la famosa Alice Deville, se derrumbó, y hasta Etel fue capaz de verlo con su simple mirada de humana. Parecía que sí la había conocido en vida, y la relación con ella debía haber sido bastante fuerte. La joven no terminaba de entender cómo un hombre tan joven llegó a conocer a una mujer ya mayor como lo era Alice, pero no le dio más importancia de la que tenía para ella, porque parecía que su plan había funcionado.

¿Conocía usted a... ? —dijo, llevándose las manos a la boca—. ¡Oh, Dios Santo! Discúlpeme, no creí que… oh… —Sonó afectada, y para darle más dramatismo a la situación, se agarró las manos y las llevó al pecho—. Esta no es manera de conocer una noticia de este calibre. Perdóneme, por favor, de haber sabido que la conocía habría sido mucho más sensible —mintió.

Agradeció el hecho de que Slavik no le hiciera más preguntas por el momento, puesto que todavía no sabía qué historia le contaría sobre Alice. No tenía ni la más remota idea de qué le había pasado, cómo habían sido su vida y su muerte, pero, contara lo que contase, debía sonar creíble para que él no descubriera la farsa. Algo sencillo sería lo ideal; unas fiebres, por ejemplo. Hasta los hombres más fuertes fallecían a causa de las fuertes toses que causaban las enfermedades respiratorias, y eso era mucho más digno que morir deshidratado debido a una diarrea. No conoció a la vieja bailarina, pero no era tan desalmada como para desearle un final tan maloliente. Al fin y al cabo, parecía que le estaba abriendo las puertas de su futuro.

Bajó la cabeza y dejó que las manos reposaran unidas frente a ella a la altura de sus caderas. No le hizo falta esperar mucho más tiempo, puesto que le tomó la mano y la guió por el pasillo de la academia. Escuchó el piano del salón de baile y, cuando llegaron a su altura, vio a través de la puerta semiabierta a los alumnos haciendo distintos movimientos de ballet. El corazón de Etel iba a salírsele por la boca. ¡De verdad lo estaba consiguiendo, al fin!

Gracias. —Sonrió. Por primera vez, sus palabras fueron sinceras—. No he traído nada más apropiado, pero iré a buscar algo. Qué despistada soy —dijo, se mordió el labio inferior y se secó las últimas lágrimas que cayeron por su rostro—. No tardaré. Gracias, gracias de verdad.

Vio como el cambiante desaparecía en el salón y ella desapareció por el pasillo, entrando en la salita que Slavik le había indicado. Buscó en el segundo cajón algo que le pudiese valer, y no tardó en dar con unas prendas que se ajustaban perfectamente a su composición. Su cuerpo era menudo y fibroso, como el de todas las bailarinas. El tiempo sin practicar la había vuelto algo menos flexible, pero sus movimientos seguían siendo tan gráciles y etéreos como los de un pañuelo de seda movido por el viento. Eso se vio rápidamente en cuanto se puso las zapatillas de ballet y fue corriendo hasta el salón, con la falda larga ondeando tras ella. Parecía como si flotara sobre el suelo.

Antes de llegar a la puerta se paró en seco y se recogió el cabello en lo alto de la cabeza. Lo sujetó con unas cuantas horquillas que llevaba en la boca y se asomó casi antes de terminar. Observó bailar a los que pronto serían sus compañeros y, entre ellos, al propio Slavik. Por un momento no pudo apartar los ojos de él; su forma de moverse era mágica, hipnótica y sumamente atractiva. Etel tragó saliva y entró en el salón. ¿Debía bailar ella también?

Caminó hasta situarse cerca de los demás y se agarró a la barandilla que había en la pared. Decidió que empezaría por unos movimientos de calentamiento, algo que no le vendría mal fuera lo que fuera lo que tendría que hacer a continuación.
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Mensaje por Slavik Smarag Lun Feb 19, 2018 7:14 pm

Por algunos minutos, el maestro Smarag perdió noción del tiempo y el lugar. La música lo trasladaba, lo llevaba a revivir sus recuerdos más preciados. Estaba nuevamente en Rusia, bailando con Alice que se dejaba elevar, confiada, por la fuerza de sus brazos. Viajaba en barco junto a su amiga y compañera rumbo a Inglaterra para una presentación. La consolaba en una oscura noche sin luna mientras ella se enteraba, por carta, de que su madre había fallecido mientras ellos se hallaban girando por el mundo con la compañía de baile. Alice, su hermana del corazón… Mi mejor recuerdo es nuestro secreto, le había dicho él una vez y era cierto. Mas ahora solo quedaba Slavik para cuidar todo eso que habían compartido.

Volteó y la vio calentando en la barra. Observó su reflejo en la pared espejada, su rostro lucía concentrado. ¿Quién era? ¿Por qué estaba allí? ¿Por qué lo habría buscado a él? Tal vez la muchacha ya le hubiera respondido todo aquello, pero poca era la atención que Slavik le había prestado. Se acercó por detrás, con intención de llevarla al centro del salón, donde el resto de sus alumnos bailaban solos o en duplas. Era el momento más ansiado de la clase: libre interpretación. Cada uno se movía con libertad, inspirados por la melodía del piano. Slavik podía percibir sus auras, y generalmente sacaba provecho de eso para saber quienes se concentraban de verdad y quienes solo buscaban agradarle, pero no ese día. Ese día pensaba en Alice y en la discípula de ella de la que tendría que hacerse cargo.


-Quedan unos veinte minutos de danza libre –le dijo y apoyó sus manos en la cintura de ella, la miró a los ojos a través del espejo y no reparó en lo enrojecidos que los propios estaban a causa del llanto-. Lamento que tengamos que empezar así, ¿pero cómo sino?

Profundizó el agarre, como pidiéndole permiso, y sin esfuerzo la levantó para llevarla al centro. Con ella elevada sobre su cabeza, Slavik se movió en développé hasta el centro del salón donde la bajó con suma elegancia, para permitirle que se moviera entre los demás muchachos. No reparó en las miradas de ellos que no dejaban de preguntarse quién era ella y por qué nada más llegar estaba bailando a la par de ellos, los alumnos más selectos de Smarag.

Slavik la dejó hacer y con movimientos lentos retrocedió hasta el piano donde se quedó quieto y de pie junto al maestro Hayes, observando a su nueva alumna. Sí, algo en sus movimientos le recordaba a Alice, pero no podía saber qué y tampoco si lo estaba imaginando producto del dolor. Las posiciones del cuello y de los brazos debían pulirse, pero las piernas se movían con maestría, lo mismo el dominio del tronco. No podía apartar la vista de los pies de la muchacha, era buena y en ellos no necesitaría trabajar de momento. Salió del salón y el aire fresco lo golpeó.


-Helen, hermosa –le dijo a la recepcionista-. En quince minutos da por finalizada la clase en mi nombre, no tengo fuerzas para nada. He recibido una pésima noticia –las lágrimas otra vez. La mujer lo notó y en silencio, sin preguntar nada, lo abrazó. Slavik besó la frente de ella y volvió a hablarle-: Dile a la muchachita nueva que suba, quiero hablar a solas con ella. Etel… creo que su nombre es Etel.

-¿A tu casa, Slavik? –le preguntó asombrada, pues nunca un alumno había traspasado al área personal donde vivía el maestro.

-Sí, a mi casa. Dile que la espero –le dijo y se deshizo amorosamente de su abrazo para luego comenzar a subir los peldaños.
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Mensaje por Etel Bognár Lun Mar 19, 2018 2:15 pm

Cuando Etel entró en el salón no tenía ni idea de qué esperar del maestro Smarag. ¿Le pediría que, simplemente, mirara? ¿La haría bailar delante del resto de alumnos? Por un momento sintió pánico ante esa idea. Había bailado en el cabaret, sí, pero aquello era tan sólo un mero trabajo que le estaba sirviendo para seguir adelante en aquella ciudad. Algo le decía que esa representación que ahora iba a hacer era vital para su futuro, así que pensar en bailar ella sola, delante de unos aprendices que tenían muchísimo más nivel que ella, le produjo un ataque de nervios. Etel había nacido con el don de la danza, ella realmente lo pensaba, pero era consciente de que había otros mejor entrenados. Respiró hondo y calentó los tobillos, las rodillas y las puntas de los pies. Hacía mucho tiempo que no se elevaba sobre los dedos, y estos chillaron en silencio obligándola a hacer una mueca de dolor casi imperceptible. Ahora no podía fallar.

Tan concentrada estaba en sus movimientos que no sintió cómo Slavik se acercaba hasta que no lo tuvo detrás de ella. Etel dio un respingo en el sitio y clavó sus ojos en el reflejo de los rojizos del cambiante. Asintió a modo de respuesta y dejó que la elevara en el aire sin ningún esfuerzo.

En ese momento, la húngara se sintió como un pajarillo al que acababan de liberar. Se posó en el suelo con la elegancia de un felino y danzó al son de la música. Cuando se dejaba llevar era el momento en el que era verdaderamente ella, sin mentiras, sin segundas intenciones. La melodía del piano del señor Hayes la sedujo hasta el punto de no escuchar nada más, ni el sonido de los pies aterrizando en la tarima, ni los murmullos de los compañeros que cesaron sus movimientos para mirarla. Tampoco sabía con certeza qué movimientos estaba haciendo; simplemente se dejaba llevar por lo que su cuerpo le pedía. Sólo paró cuando lo hizo la música, dejando caer los brazos de manera lenta hasta cruzarlos frente a sí, todo en movimientos delicados, como los de una pluma elevada por el viento.

Se irguió y buscó con la mirada al maestro Smarag, pero no había ni rastro de él en el salón; al contrario, fue la mujer que la había recibido quien dio por finalizada la clase. Etel se quedó un momento rezagada, esperando a que todos salieran, para poder ir a cambiarse de ropa, pero la señora Hayes la interceptó a medio camino.

Etel —la llamó, tomándola del brazo con suavidad—, acompáñame, el maestro Smarag te está esperando.

La joven no dijo nada, pero siguió a la mujer por el pasillo que había recorrido momentos antes hasta llegar a unas escaleras que subían al piso inferior. Helena Hayes se quedó abajo y le indicó que subiera. Etel dudó un momento. Miró atrás, al pasillo vacío que terminaba en el salón donde acababa de estar y que luego giraba hacia la derecha, desde donde salían unas voces alegres y animadas. El señor Hayes salió del cuarto con el paso de un hombre que había hecho bien su trabajo y se fue acercando hasta su esposa. Lo más probable es que ambos se marcharan ya para su hogar, dejando al cambiante allí hasta el día siguiente.

En ese momento, la húngara decidió subir los peldaños que conectaban la escuela de baile con la residencia del maestro Slavik Smarag. Se paró frente a la puerta entreabierta y respiró hondo un par de veces antes de decidirse a abrirla del todo. La casa estaba en silencio, un silencio que el crujir de la tarmia rompió cuando Etel dio los primeros pasos que la llevaron dentro.

¿Maestro Smarag? —llamó—. ¿Quería verme?
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Mensaje por Slavik Smarag Miér Abr 18, 2018 3:18 pm

-Sí, pasa por favor –dijo en cuanto oyó que la muchacha llamaba a su puerta, aún así él mismo se incorporó y le abrió-. Ponte cómoda –le pidió mientras le señalaba el sofá de tapizado colorado.

Su departamento era amplio, pero no dejaba de ser eso: un departamento. Lejos estaba de los lujosos y enormes espacios de las grandes mansiones que había en la zona residencial de aquella ciudad. Aún así a él no le importaba, nunca prestaba atención a aquellas cosas. Era un hombre práctico.

Se sentó frente a ella, sabiendo que debería ofrecerle algo de beber. Ya lo haría luego, primero deseaba hablar, conocerla porque sinceramente no sabía nada de la mujer que tenía delante, solo lo que le había oído decir y lo que había visto en ella cuando bailaba en la clase.


-No sé qué ha visto Alice en ti, pero que hayas sido su discípula es motivo suficiente para mí. Bienvenida a mi academia de baile, muchacha –le dijo, con talante serio porque darle la bienvenida a ese lugar era darle la bienvenida a su vida-. He visto poco de ti, comprenderás que mi concentración no sea la mejor tras la noticia que he recibido. Hay mucho para trabajar, pero tienes buenas bases –no se refería solo a sus piernas-, creo que podrás hacer carrera aquí, siempre que creas que te sirve, por supuesto. ¿A qué aspiras, Etel? ¿Cuáles son tus sueños?

Era importante saberlo desde el principio, porque le ayudaría a comprender los movimientos de su alumna y las decisiones que en cuanto al baile tomara también. Era un momento particular y él no se hallaba como siempre, pero aún así sentaría las bases de la relación como siempre hacía.

-Si deseas ser mi alumna debes saber que la confianza es esencial, no debes mentirme. Necesito poder confiar en ti y que hagas lo mismo conmigo y con tus compañeros. Aunque parezca extraño, son un grupo unido en el que no han entrado las competencias ni los celos. Me he encargado yo mismo de limpiar el alumnado, no entreno a cualquiera Etel. Quiero que quede claro para que sepas dónde estarás de aquí en más.

Le había parecido que no era francesa, de seguro estaría sola en la ciudad y si sola, con tiempo libre. Esperaba no estar equivocándose al incluirla a la par de los demás, ellos se habían ganado su lugar y ella, simplemente había llegado y ya, sin hacer mucho, tenía su plaza disponible. Slavik dudaba, pero se decía también que Alice hubiera hecho lo mismo que él estaba haciendo por cualquiera de sus alumnos, los acogería como una madre y se empeñaría en cuidarlos.

-¿Tienes dónde hospedarte? –preguntó de pronto-. No eres de aquí, se nota en tu acento. ¿Dónde estás viviendo?

Deseaba que le dijera que vivía en casa de familiares o de amigos, que le dijese que no había viajado sola. Cuidar de ella, la muchachita que ahora veía como frágil y bella, le parecía casi un mandato divino. Slavik se creía capaz de invitarla a vivir a la mismísima academia si ella le decía que no tenía dónde dormir.
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Mensaje por Etel Bognár Mar Mayo 15, 2018 11:37 am

Se adentró en el hogar de Slavik Smarag con tiento. No quiso mirar a su alrededor de manera muy descarada, puesto que desconocía si aquello molestaría al maestro. Por eso caminaba con la cabeza ligeramente gacha y las manos unidas en el frente, a la altura del regazo. Se sentó donde él le indicó y, simplemente, esperó.

Ahora que estaban solos, Etel pudo apreciar la hermosura que rodeaba al ruso. Su cabello rubio y rizado tenía un movimiento único, como el buen bailarín que era; sus ojos azules eran extremadamente hermosos, y daban al conjunto de su rostro un aire casi divino; de su cuerpo no había nada que objetar, puesto que la danza lo había moldeado hasta alcanzar el aspecto del de las mejores estatuas de mármol. La joven se quedó mirándolo más tiempo del que debería porque habían sido pocas las veces en las que se había encontrado con semejante belleza frente a sí.

Entiendo cómo debe sentirse, señor Smarag —dijo, agachando el rostro—. De haber sabido que Alice fue amiga suya no le hubiera dado la noticia de esa manera. He sido una insensible, espero que pueda perdonarme.

Se moría de sed, pero no quiso pedirle un vaso de agua por si eso influía negativamente en la opinión que se hubiera formado Slavik de ella. Apenas había pasado tiempo, eso era cierto, pero si en tan buen estima tenía a su supuesta maestra, estaba segura de que los alumnos que la mujer hubiera tenido en vida serían, ante todo, muy educados. Por eso se esforzaba ella tanto en parecerlo, usando, para eso, toda la inocencia que era capaz de sacar a la luz.

Deseo ser su alumna, lo deseo mucho —confesó—. He visto a los otros alumnos bailar y debo decirle que son brillantes. Me he esforzado mucho en la pista para intentar llegar a su altura, aunque sé que todavía me queda mucho que aprender. —Sonrió—. Aún así, agradezco sus halagos, maestro Smarag. Alice se esforzó mucho por inculcarme las cosas más básicas, pero parece que su esfuerzo ha merecido la pena.

¿Estaría sonando demasiado humilde? Etel no tenía ni la más remota idea de qué sensaciones estarían cruzando el cuerpo de Slavik al escucharla. Sí era cierto que el resto de alumnos eran buenos, pero, ¡vamos, hombre! Ella era hija de Patrik Rózsa y Éva Bognár, así que no tenían nada que hacer si se proponía llegar a lo más alto, como era el caso.

Quiero bailar en los mejores ballets del mundo —contestó, finalmente—. Mi madre era una grandísima bailarina. Actuó en los mejores escenarios de hungría, pero yo me he propuesto ser mejor. —Lo miró a los ojos antes de continuar—. Esa es la verdad, señor. No le miento. Sé que es ambicioso, pero también sé que, con mucho trabajo y su ayuda, aquí podré lograrlo. Entiendo sus reparos conmigo, no me conoce, pero ya se lo he dicho: si es por el dinero no se preocupe, conseguiré el necesario para pagarle.

Entrelazó los dedos con más fuerza y carraspeó para intentar llamar su atención y que le trajera un vaso de agua. Aunque tenía la garganta seca, prefería que ese fuera un acto propiciado por él, no por ella.

He alquilado una pequeña habitación en el hostal. No es muy grande, pero no puedo permitirme algo mejor con el dinero que poseo. Estoy trabajando en el cabaret y parece que no me va mal, pero quiero que sea algo temporal. Si deseo dedicarme a la danza, llegará un momento en el que quizá deba buscar otro trabajo que requiera menos tiempo, no lo sé.

Agachó el rostro y se miró las manos. En realidad, no había tenido tiempo de pensar en cómo demonios iba a compaginar un trabajo con las duras clases de baile que una academia requería. Tendría que establecer prioridades, y estaba claro cuál de las dos era más importante para Etel. Si podría, o no, vivir así, estaba por ver.
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Mensaje por Slavik Smarag Vie Mayo 18, 2018 10:30 pm

Claro que Slavik Smarag aparentaba tener poco más de treinta años, pero en realidad ya había pasado los sesenta años y había cosas que su moral no podía permitir. Que lo llamasen antiguo, que se atreviesen, pero mientras esa academia de baile fuese suya él y solo él pondría las reglas y ninguna bailarina suya trabajaría en el cabaret, no había discusión posible al respecto.

-Permíteme ofrecerte un vaso de aguamiel –le dijo, y solo era una excusa para ponerse en pie y acomodar así sus pensamientos.

Mientras servía dos vasos de la refrescante bebida, Slavik meditó en que le parecía una muchacha humilde y esforzada. Sincera también. Creía que entendería lo que él tenía para proponerle, que lo valoraría. Y no había pasado por alto el comentario sobre su madre –de hecho el nombre de la mujer hasta le pareció familiar- y la importancia que la muchacha le había dado a su carrera, pero prefería no indagar sobre aquello, él esperaba para ella lo mismo que para cualquiera de sus otros alumnos: que no viviese a la sombra de nadie, comparándose con bailarines que habían dejado los escenarios hacía tiempo, sino que se esforzaran por brillar debido a sus propias habilidades y capacidades. Implicaba un esfuerzo, en ese mundo que se nutría de comparaciones, pero a la vez la recompensa era grande y valiosa, él podía asegurarlo.

Volvió junto a ella y le tendió el vaso, pero no se sentó frente a Étel sino que desde la altura la observó mientras él mismo disfrutaba de la dulzura del aguamiel entrando en su cuerpo. Proyectos que se amoldaban a ella tenía y creía que –por lo poco que había visto de la mujer- Étel estaba a la altura de ellos y que incluso podía hacerse con los primeros puestos, pero ¿a cuánto estaría dispuesta a renunciar?


-Querida, he de decirte que no puedo permitir que ninguna alumna mía esté relacionada con sitios como… bueno, como el cabaret. Supongo que lo comprenderás, deseo que mi academia mantenga su estatus y que sea por siempre respetada por las grandes compañías; vinculaciones como éstas no ayudarían en nada a mis objetivos. Si necesitas trabajar podemos buscar algo más, aunque no podría jamás cobrar por enseñar a una alumna de Alice, descuida, en esta academia no deberás pagar nada.

Tomó asiento al fin frente a ella, más liberado al haber hablado con franqueza, sin traicionar sus principios. Bebió un poco más para aclarar su garganta mientras repasaba lo que ella le había confiado.

-Agradezco mucho que me hayas confiado tus deseos, tus sueños, de esta manera, a veces son los sueños lo único de valor que poseemos. Hay algunos proyectos que se amoldan a lo que me has contado… creo que incluso podrías encajar bien con los requisitos para la audición del festival de ballet anual. ¿Estás enterada sobre aquello? Claro que ya estamos tarde, las demás bailarinas te llevan dos semanas de ventaja, si quisieras aceptar el desafío deberías de entrenar a diario tus piernas y mejorar la línea de tus brazos. Claro que yo podría ayudarte, no he anotado a ninguna de mis alumnas porque ninguna tenía las condiciones necesarias a mi juicio, pero creo que tú sí. ¿Qué dices? –Hizo una pausa, tal vez le había soltado demasiada información en un solo golpe, pobre muchacha, no pretendía asustarla. Aun así volvió a hablar-: ¿Qué tan lejos de mi academia queda ese hostal? No debes perder tiempo caminando para llegar, cada minuto es un lingote de oro perdido en este caso.
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Mensaje por Etel Bognár Sáb Jun 23, 2018 3:54 pm

Recibió el aguamiel como alguien que encuentra un oasis en medio del desierto. Agarró el vaso con fuerza, tanta que sus nudillos a punto estuvieron de volverse blancos. No obstante, los tragos que dio fueron comedidos, y no por la falta de sed; no quería dar una mala impresión frente a Slavik, él era, al fin y al cabo, quién tenía potestad allí para hacer y deshacer a su antojo. Era su academia, y en manos de Etel estaba que el interés del maestro siguiera puesto en ella. Los sorbitos, sin embargo, ayudaron a que la picazón de la garganta se disipara, aunque tuvo que carraspear un par de veces para eliminarla por completo.

A mí tampoco me gusta el cabaret, señor —confesó—, pero necesitaba un trabajo que me diera algo de lo que vivir. Bailar es lo único que sé hacer bien, y encontré en aquel lugar un sitio donde me pagaban por hacerlo. —Fijó sus ojos en el vaso y clavó las uñas en el vidrio—. Sé a lo que se refiere con la reputación; vi cómo me miraban cuando estaba en el escenario, y debo decir que a mí no me gustaba. Tengo compañeras a las que sí, no entiendo por qué.

Se encogió de hombros y miró a Slavik. Aunque era difícil discernir qué, de todo lo que Etel decía, era cierto o falso, en aquella ocasión poco hubo de mentira en sus palabras. Nunca, desde el primer momento en el que puso un pie dentro del local, le había gustado el cabaret. Los hombres que lo visitaban las miraban con lujuria, y no soportaba tener que enseñar sus piernas al bailar. ¡Aquello no tenía ninguna clase, por el amor de Dios! Las tachaban de fulanas y las trataban como tal. Incluso el dueño, en ocasiones, había alargado la mano para tocar las nalgas de alguna de ellas que, tapándose la boca con un pudor que la húngara no entendía, se escaqueaban coquetas entre bastidores. A ella sólo le habían puesto la mano encima una vez, y la bofetada que se llevó el muchacho fue tan sonora que nadie se atrevió a repetir el gesto jamás.

Se lo agradezco, señor, se lo agradezco mucho —dijo cuando escuchó el ofrecimiento de parte de él—. Pero me gustaría pagarle algo, por el trabajo que le voy a suponer. Por favor, acéptelo, aunque no sea mucho. Hará que me sienta mejor.

Dio un trago largo a su hidromiel y dejó el vaso sobre una mesita que había junto al sofá. Se sentía agotada, había sido un día con muchos sobresaltos y su menudo cuerpo ya empezaba a notar los efectos. Aun así, siempre había un hueco para las sorpresas como aquella.

Señor —musitó—. Me encantaría, sí, sí. ¡Sí! —Etel no daba crédito a lo que acababa de escuchar—. Trabajaré mucho, día y noche si es necesario, lo prometo. El hotel no queda demasiado lejos, es un rato andando, pero madrugaré para llegar a tiempo.

Fuera se escucharon las campanadas de una iglesia cercana, anunciando una hora bastante tardía ya para que Etel estuviera fuera de su habitación de hotel.

Se me hace tarde, creo que debería volver —dijo, incorporándose—. No sabe lo mucho que le agradezco todo esto, maestro Smarag. Gracias por tener fe en mí, no le defraudaré.



FIN DEL TEMA
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