Beauty And The Beast | Privado

Beauty And The Beast

Había sucumbido a las fauces de su soledad, una y otra vez en su mente, las reminiscencias pueriles de su vida en Ámsterdam, el olor de la mansión al amanecer y las pinceladas de color que los tulipanes tapizaban los paseos de la mano de su progenitor en el amplio jardín. Todo estaba ahí compreso en su mente, a punto de estallar. No había cambio alguno realmente, después del incendio la única diferencia era que se hallaba perdida en un mundo de fantasía en este contexto llamado Paris.

La servidumbre apenas cruzaba palabras con ella, no era un trato en absoluto cortes aunque esto no le impedía mostrarse de forma contraria con ellos, sus buenos modales era algo que su madre le reprocharía seguramente si aún siguiera viva, pues sin importar si se tratase de un familiar o un extraño ella debía acatarse a lo que las normas dictaminaban. Su musa estaba presente con ella todo el tiempo y de este modo, pudo sobrellevar ya un año en la entrañas de la somnolienta capital.

Era preocupante quizás que de cierto modo su actitud noctámbula no le permitiese desarrollarse como cualquier otro infante de su edad. Un par de meses atrás había recibido una misiva donde se hacía la invitación para que esta noche la pequeña Simone presentara uno de sus tantos números ante la sociedad gala. Frente al público impaciente, una tras otra las notas nacieron del viejo instrumento, entumecida por la catarsis que le generaba desgarrar las cuerdas con el mástil. Oscuridad y luz, sanación y destrucción.

Silencio. El teatro enmudeció ante la presencia escénica que la joven proyectaba, inertes ante las historias que se forjaban de las entrañas del violín. ¿Qué secretos caminaban entre los recónditos pasillos de su mente? ¿Qué producía tal sentimiento visceral al momento de la ejecución? Ninguno de los presentes pudiera imaginar lo que ella ocultaba tras la cristalina efigie de sus claros orbes azules, el verdadero significado de mantenerse de pie ante la adversidad que en otrora época le había obligado a emigrar hacia estas tierras de fantasía.

El clímax sonoro finalmente llegó, de forma inevitable hizo estallar un eco estridente a los alrededores del lugar, nadie se atrevió a mencionar palabra de elogio alguna, aguardaron al momento adecuado para ensalzar las dotes de Simone. Fue así que una explosión de aplausos cayó sobre la nostálgica velada, una ligera flexión por parte de ella fue suficiente para agradecer aquel gesto noble. La luz cayó sobre sus hombros y salió finalmente a uno de los camerinos, conducida tan solo por sus recuerdos tomó asiento en el taburete marrón.

Frente al espejo sonrió melancólica, pues a pesar de lograr una ejecución perfecta nadie conocido se hallaba entre aquellas personas. Si tan solo ellos estuvieran aquí, suspiró. Se dispuso a guardar nuevamente el violín en la pequeña caja de madera. Junto con la invitación a tocar en el recinto estaba plasmada la instrucción de esperar en el tocador a que pasaran por ella. Estrictamente debía aguardar a ser guiada a la mansión nuevamente, sus dedos juguetearon por unos segundos las cuerdas antes de cerrar la caja por completo cuando el golpeteo suave en la puerta le despertó de su trance.

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Contempló por un par de segundos más su reflejo en aquel gigantesco espejo cromado. Fueron segundos antes de responder al llamado de la puerta que utilizó para reencontrarse a sí misma y poder aterrizar nuevamente en su realidad distorsionada, aunque en su mente pareciera ser más tiempo sumergida en ese estado nauseabundo.

-¡Adelante por favor!- respondió con amabilidad mientras terminaba de guardar el instrumento en su estuche.

Irguió su diminuta anatomía para recibir a su invitado, mismo que no tardó en saludarle y elogiar su previa actuación. Había siempre una tonalidad terciopelo en sus palabras, en cada oración y palabra que emanaban de sus labios, demasiada generosidad quizás en él para con una extraña, pero de algún modo Simone se había habituado ya a esa complicidad entre ambos.

-Muchas gracias caballero Purcell.- como ella solía llamarle –Es usted muy amable y de antemano agradezco que haya acudido su presencia siempre es grata, no se quede más tiempo ahí, casi termino de acomodar mis cosas.-

Y con una ligera sonrisa esbozada en sus labios le permitió pasar. No estaba segura si alguien más iría a verle, pero bastaba con aquel hombre para sentirse acompañada de cierto modo. Su “ángel guardián” por llamarlo de algún modo tenía una forma muy extraña de actuar, visitándole siempre de noche, cariñoso y protector, pero aún distante y misterioso en ciertas cosas. En su mente se había sembrado la sospecha de que quizás ocultaba algo, que no estaba siendo demasiado honesto.

Y es que la forma en que le había conocido dejaba un par de dudas al aire, aquella noche Simone había escapado con el violín en mano, estaba harta de seguir encerrada, teniendo que soportar la idea de vivir sola en una ciudad desconocida. Ejecutó un par de melodías antes de que la lluvia cayera intempestivamente y solo había sido Baldric quien ofreció un abrigo a la pequeña quien a su vez ofreció llevarle de regreso a su mansión. Ella le había despedido desde el jardín sin que él cruzara la enorme verja abrazada por las ramas de hiedra. Desde ese entonces las visitas esporádicas tenían que ser siempre al ocultarse el sol, había una barrera entre ellos dos que Simone no terminaba de comprender.

Parpadeó un par de veces para dejar todo eso atrás y concentrarse en su presente.

-Y bien ¿Qué le ha parecido el Teatro? Particularmente pienso que es demasiado escenario para mi sola.- río discretamente -Nunca había visto un lugar como este.- confesaba mientras sus orbes añil paseaban sobre la bóveda del camerino.

Tomó asiento nuevamente sobre el taburete. Y por unos segundos se permitió romper el protocolo que pesaba seguir todos los días desatando el listón oscuro que reprimía la caída natural de sus rubios cabellos. Sostuvo el mismo entre los dedos de su diestra, mientras la otra mano terminaba de alisar su cabello ahora suelto.

-Es un martirio soportar esto todos los días.- confesó riendo -Dígame caballero Purcell ¿Existe algo en su rutina que quisiera cambiar? personalmente creo que una persona como usted no tiene nada que modificar, pues goza del beneficio de ser un adulto.-

Su mirada inquieta se posó en la de su oyente, impaciente por escucharle nuevamente.

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Curiosamente en la mente de la chiquilla la idea de poseer más preeminencias como un adulto crecía cada vez que lo pensaba. Cada segundo, cada momento de su rutina esa curiosidad ladina asaltaba sus ideologías. No había sido hasta ese entonces, conversando con el caballero de sonrisa franca y modales exquisitos que lo pensó con tanto detenimiento. Naturalmente se deducía entonces que el paso del tiempo el conversar y convivir con personas de esa edad le brindaba de algún modo esa madurez precoz que difícilmente se vería en algún otro niño de su edad. Su carácter se hubiera quebrantado de otra forma. Se mostraría como una mujer demandante y caprichosa de no haber sido por la intervención de dos personas muy importantes en su vida. El joven Ivanovic y el caballero Purcell. Y es que las vicisitudes transcurridas en su corta vida hasta hoy en día hubieran reducido a cenizas la voluntad de cualquier otro ser humano.

–Ciertamente lo es, cada detalle en el edificio parecieran haber sido cincelados a modo que nosotros los invitados admirábamos esa belleza comprimida en forma de figuras tan caprichosas y perfectas– dijo completamente admirada mientras regalaba nuevamente un gesto amable al noble.

Un ligero sonrojo tiñó su semblante al escuchar los elogios. Estaba habituada a escucharlos una y otra vez era cierto, pero tal efecto era solo posible cuando lo escuchaba proviniendo de él o el joven Ivanovic. Agachó ligeramente la mirada.

–Gracias– se limitó a responder –Es verdad, lo importante es disfrutar cada segundo que transcurre a nuestro alrededor, es lo que cuenta al final del día–

Llevó su diestra a la altura de sus labios, en un intento por reconocer que era aquello que podría cambiar de haber la posibilidad. Su educación le impedía soñar despierta y al aterrizar entonces en algún hecho que pudiese ser concreto respondió mirando directamente a los ojos. Eran esporádicas las ocasiones en las que mantenía un contacto visual tan directo con su acompañante.

–Existen solo dos cosas. Una de ellas sería caballero Purcell poder volver a ver el mar. Si mi memoria no me traiciona fueron dos ocasiones únicas en las que pude admirar su belleza en todo su esplendor. Caminaba de la mano de mi padre en una de sus acostumbradas visitas al muelle en Amsterdam…– se detuvo de repente, como si el simple hecho de evocar esas imágenes le provocaran un dolor insoportable –Y la segunda sería, aspirar el aroma suave de los tulipanes en el enorme jardín que mi madre atendía por las tardes–

Ambos deseos se reducían a uno solo, el hecho de extrañar en momentos a sus progenitores. Y es que ambas escenas se mostrarían como un reemplazo de sus presencias. Solo eso era suficiente para poder continuar su rutina, solo eso y nada más.

Asintió cuando escuchó la última oración. –Me parece perfecto caballero Purcell, nadie mejor que usted para escoltarme de regreso a casa–

Se levantó del taburete y al agudizar su sentido del oído se percató de una bella sinfonía a lo lejos, probablemente se trataría del último número que daba cierre a todos los actos programados para ese día, repentinamente la pequeña mostró una ligera reverencia hacia él y extendiendo el brazo inquirió.

–¿Sería tan amable caballero Purcell de acompañarme en esta pieza mientras arriba el cochero?–

Una acción nada común, pero hasta entonces, nada lo era en la vida de la pequeña.