AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Voices soft as thunder {Faith Blackthorn & Alarick}
3 participantes
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Voices soft as thunder {Faith Blackthorn & Alarick}
I dreamed, that love would never die
I dreamed that God would be forgiving
Then I was young and unafraid
And dreams were made and used and wasted
I dreamed that God would be forgiving
Then I was young and unafraid
And dreams were made and used and wasted
El coche de caballos corría como azuzado por mil demonios, que huirían despavoridos si supieran el destino de este viaje acelerado. Las palabras de la carta de monsieur Moncharmin habían sido claras. Claras y dolorosas. Era injusto que Dios se llevase siempre a los más jóvenes y débiles. "Fabian. El pequeño Fabian" ¿Cómo había pasado? Monsieur Moncharmin no me lo había explicado en su carta en la que todavía se podía apreciar la tinta fresca. Las calles de París estaban en ese momento agitadas, convulsas, conmocionadas por lo que acababa de pasar hacía unas pocas horas. No creía que hubiese nadie en todo París que no se hubiese enterado de la noticia. "¡Revuelta! ¡Una revuelta!", cantaba el chico de los periódicos.
En la plaza de Notre Dame las campanas ya anunciaban la muerte.
-Aquí. Pare aquí, por favor -le insté al cochero. Después de darle los francos correspondientes bajé del coche.
El interior de Notre Dame no estaba concurrido, pero también lloraba por la pérdida del joven, trabajador y diligente siempre con sus ocupaciones. Eran muchas las noches que ambos nos quedábamos hasta tarde en el conservatorio, cada uno con nuestros propios demonios y labores. Todavía a pesar del velo negro que cubría mi rostro era capaz de distinguir el esplendor de aquella edificación. Era un buen sitio para descansar.
-Carolina. Ha venido -parecía sorprendido por ello. Monsieur Moncharmin me tomó las manos, enguantadas como siempre. Él era uno de los pocos que sabían de mi verdadera naturaleza. Lo descubrió él mismo, hacía mucho, mucho tiempo atrás. La habitual sonrisa de Philip Moncharmin la sustituía ahora una pena grande, infinita y pesada.
-¿Cómo ha ocurrido? -fue lo único capaz de preguntar.
-Ha sido en la revuelta. El chico... Parece ser que andaba con anarquistas.
Me aparté de monsieur Philip y me acerqué a la figura que reposaba en el cajón. El pequeño Fabian tenía un rostro tranquilo y sereno, como si nunca hubiera sido testigo de las matanzas callejeras que habían tenido lugar hacía escasas horas en pleno centro de la capital francesa. Acaricié la mejilla del chico. Estaba fría. Tan fría como yo misma.
-El cura que estaba intentando poner freno a los atentados fue el que lo trajo aquí. Sabía que Fabian trabaja... trabajaba como afinador en el conservatorio, y se puso en contacto conmigo tan rápido como pudo. Ya sabe que el chico no tien... tenía familia.
-Debería estar prohibido -dije, sin escuchar casi las palabras de monsieur Moncharmin. Él pareció confuso ante mis palabras-Debería estar prohibido que los adultos entierren a los jóvenes.
-Mademoiselle Carolina, la he llamado porque sé el afecto que le tenía al joven...
-Y ha hecho bien. Se lo agradezco.
Monsieur Moncharmin estuvo conmigo un rato más hasta que se marchó. Estuve en silencio la mayor parte del tiempo, porque se me antojaba una atrocidad despertar de aquel sueño eterno al pequeño Fabian. ¿Se nos permite a nosotros, los vampyr, velar por la muerte? ¿Acaso era justo que yo llorase la pérdida de un mortal? Si bien esta vez no habían sido los vampiros los que le habían robado la vida. Habían sido los humanos mismos. A veces creía que Friedrich tenía razón cuando decía que los mortales se bastaban ellos solos para acabar con su propia existencia.
"Arretez-vous! Arretez-vous!" Desde fuera todavía se podían apreciar los gritos de la revuelta. Disparos y gritos eran los que coronaban el requiem por el alma de Fabian. "Ay, pequeño. ¡Qué has hecho!". ¿Quién tenía la culpa? ¿los anarquistas? ¿los guardias? ¿el estado? Hacía un año desde la Revolución, pero las ideas no se terminan de implantar en un año. Francia era todavía una tierra convulsa, y daba igual lo que La Gazette quisiera hacernos creer.
Me acerqué otra vez al cuerpo inerte de Fabian y las yemas de mis dedos volvieron a acariciar su frente helada, entrando en contacto con la parte áspera y rugosa donde estaba la herida. La herida de bala que había acabado con su vida. Sentí que podía morir de pena en aquel momento. Era curioso, porque después de todos estos años (¡siglos!) todavía no me había acostumbrado a la muerte.
En la plaza de Notre Dame las campanas ya anunciaban la muerte.
-Aquí. Pare aquí, por favor -le insté al cochero. Después de darle los francos correspondientes bajé del coche.
El interior de Notre Dame no estaba concurrido, pero también lloraba por la pérdida del joven, trabajador y diligente siempre con sus ocupaciones. Eran muchas las noches que ambos nos quedábamos hasta tarde en el conservatorio, cada uno con nuestros propios demonios y labores. Todavía a pesar del velo negro que cubría mi rostro era capaz de distinguir el esplendor de aquella edificación. Era un buen sitio para descansar.
-Carolina. Ha venido -parecía sorprendido por ello. Monsieur Moncharmin me tomó las manos, enguantadas como siempre. Él era uno de los pocos que sabían de mi verdadera naturaleza. Lo descubrió él mismo, hacía mucho, mucho tiempo atrás. La habitual sonrisa de Philip Moncharmin la sustituía ahora una pena grande, infinita y pesada.
-¿Cómo ha ocurrido? -fue lo único capaz de preguntar.
-Ha sido en la revuelta. El chico... Parece ser que andaba con anarquistas.
Me aparté de monsieur Philip y me acerqué a la figura que reposaba en el cajón. El pequeño Fabian tenía un rostro tranquilo y sereno, como si nunca hubiera sido testigo de las matanzas callejeras que habían tenido lugar hacía escasas horas en pleno centro de la capital francesa. Acaricié la mejilla del chico. Estaba fría. Tan fría como yo misma.
-El cura que estaba intentando poner freno a los atentados fue el que lo trajo aquí. Sabía que Fabian trabaja... trabajaba como afinador en el conservatorio, y se puso en contacto conmigo tan rápido como pudo. Ya sabe que el chico no tien... tenía familia.
-Debería estar prohibido -dije, sin escuchar casi las palabras de monsieur Moncharmin. Él pareció confuso ante mis palabras-Debería estar prohibido que los adultos entierren a los jóvenes.
-Mademoiselle Carolina, la he llamado porque sé el afecto que le tenía al joven...
-Y ha hecho bien. Se lo agradezco.
Monsieur Moncharmin estuvo conmigo un rato más hasta que se marchó. Estuve en silencio la mayor parte del tiempo, porque se me antojaba una atrocidad despertar de aquel sueño eterno al pequeño Fabian. ¿Se nos permite a nosotros, los vampyr, velar por la muerte? ¿Acaso era justo que yo llorase la pérdida de un mortal? Si bien esta vez no habían sido los vampiros los que le habían robado la vida. Habían sido los humanos mismos. A veces creía que Friedrich tenía razón cuando decía que los mortales se bastaban ellos solos para acabar con su propia existencia.
"Arretez-vous! Arretez-vous!" Desde fuera todavía se podían apreciar los gritos de la revuelta. Disparos y gritos eran los que coronaban el requiem por el alma de Fabian. "Ay, pequeño. ¡Qué has hecho!". ¿Quién tenía la culpa? ¿los anarquistas? ¿los guardias? ¿el estado? Hacía un año desde la Revolución, pero las ideas no se terminan de implantar en un año. Francia era todavía una tierra convulsa, y daba igual lo que La Gazette quisiera hacernos creer.
Me acerqué otra vez al cuerpo inerte de Fabian y las yemas de mis dedos volvieron a acariciar su frente helada, entrando en contacto con la parte áspera y rugosa donde estaba la herida. La herida de bala que había acabado con su vida. Sentí que podía morir de pena en aquel momento. Era curioso, porque después de todos estos años (¡siglos!) todavía no me había acostumbrado a la muerte.
Última edición por Carolina Van de Valley el Sáb Dic 09, 2017 8:30 am, editado 1 vez
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Voices soft as thunder {Faith Blackthorn & Alarick}
La pena que se sentía en el ambiente de la catedral era simplemente extenuante. Había olido la sangre desde que todo habia comenzado esa misma tarde. El disparo fue como un relámpago en el aire, sabía la situación actual de Francia y quizás era eso lo que le dolía, más o menos. Pero tampoco una dama como ella podía hacer mucho, solo observar.
Solo las luces de las lámparas de cera en las calles eran testigos de el ir y venir de las personas indistintamente de su raza u objetivo. Y eso era lo que nos lleva a la residencia de la vampiresa Faith Blackthorn, la cual habia quedado patas arriba luego de diversos acontecimientos.
En fin, Faith salia de su hogar para rondar las calles de París en busca de algún pobre diablo que estuviera más perdido que ella. Aunque la idea de encontrar a alguno que otro vampiro e invitarle a hacerle compañía en una cacería nocturna. La probabilidad era poca, más tampoco la idea dejaba de hacer eco en su mente.
Era una vampiresa, y debía respetar su lugar. Tantos siglos y su corazón no latente cargaba un pesar infinito. Su familia entera pereció de pena, o al menos aquella de su época de conversión. Entendía el dolor, el dolor de una pérdida mortal. Así que, caminando hacía el interior de la capilla, vio a quien cuya ahora delató como una vampiresa también. Pero sintió su dolor como si fuera de ella.
—Pobres almas efímeras. Nosotros no tenemos tanta suerte.—dijo mientras se acercaba a aquella rubia poniéndose a su lado, viendo al cuerpo inerte, frío y pálido en aquél ataúd.
Entonces, alargó el brazo y rozó con sus dedos la piel del rostro del joven y soltó un suspiro de pesar.
—¿Que estás aguardando? —preguntó mirándole.
No recordaba si un muerto podía ser convertido, pero el dolor era palpable y la posibilidad rondaba el aire, ¿Porqué no proponerla ella, para cortar el aire tensionado del lugar?
Solo las luces de las lámparas de cera en las calles eran testigos de el ir y venir de las personas indistintamente de su raza u objetivo. Y eso era lo que nos lleva a la residencia de la vampiresa Faith Blackthorn, la cual habia quedado patas arriba luego de diversos acontecimientos.
En fin, Faith salia de su hogar para rondar las calles de París en busca de algún pobre diablo que estuviera más perdido que ella. Aunque la idea de encontrar a alguno que otro vampiro e invitarle a hacerle compañía en una cacería nocturna. La probabilidad era poca, más tampoco la idea dejaba de hacer eco en su mente.
Era una vampiresa, y debía respetar su lugar. Tantos siglos y su corazón no latente cargaba un pesar infinito. Su familia entera pereció de pena, o al menos aquella de su época de conversión. Entendía el dolor, el dolor de una pérdida mortal. Así que, caminando hacía el interior de la capilla, vio a quien cuya ahora delató como una vampiresa también. Pero sintió su dolor como si fuera de ella.
—Pobres almas efímeras. Nosotros no tenemos tanta suerte.—dijo mientras se acercaba a aquella rubia poniéndose a su lado, viendo al cuerpo inerte, frío y pálido en aquél ataúd.
Entonces, alargó el brazo y rozó con sus dedos la piel del rostro del joven y soltó un suspiro de pesar.
—¿Que estás aguardando? —preguntó mirándole.
No recordaba si un muerto podía ser convertido, pero el dolor era palpable y la posibilidad rondaba el aire, ¿Porqué no proponerla ella, para cortar el aire tensionado del lugar?
Faith Blackthorn- Vampiro Clase Alta
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Re: Voices soft as thunder {Faith Blackthorn & Alarick}
Hacía tiempo que Alarick no había entrado a la Catedral, le parecía un poco incómoda debido al hecho de que tenía que guardar sus apariencias con respecto a su condición de hechicero. Aunque la verdad es que no todos se daban cuenta de la magia existente entre los alrededores. De todas formas, Alarick sabía defenderse y estaría preparado para cualquier cosa.
Había sido invitado a un funeral, los músicos cuidadores del niño fallecido, le habían invitado. Su muerte sobrevino tras las revueltas de las calles hace unos días atrás. Al parecer el muchacho se juntaba con anarquistas sociales. Alarick negociaba con muchas personas, pero sólo unos pocos tenían la posibilidad de saber quién era realmente, o cuál era su rostro. Entre ellos algunos músicos, pues se juntaban con Alarick porque comercializaban pociones de relajación, distracción y que usaban de forma recreativa y experimental.
Al estar en la catedral, sintió ese pesaroso ambiente religioso que tanto detestaba. Observó en silencio a los presentes, percatándose de algo singular: Habían allí dos vampiresas que estaban acompañando el féretro. “-¿Vampiresas? ¿Exhibiéndose tan públicamente en la catedral, con los riesgos de la inquisición y sus guerreros acechando?- “ se preguntaba Alarick, bastante sorprendido ante la valentía de aquellas dos mujeres.
Las observó con curiosidad y silencio, percibiendo sus auras mortíferas. Luego, cuando le tocaba acercarse a mirar el cadáver del niño, por mero morbo suyo. Les dijo: -A tan temprana edad conociendo la muerte… al parecer, todos tenemos un poco de muerte en nuestro interior.- dijo dándoles a entender a ambas, que él percibía sus auras de muerte en el lugar. –Siempre hay que ir con cuidado, en los pasos de la Muerte- dijo como advirtiéndoles. Y más que eso, era porque ya no sentía que era el único en el lugar que cargaba con las sombras de la muerte. –Impresionante- dijo como comentario ante lo que veía en ellas, y su valentía de salir a la luz aparentando ser humanas.
Aunque Alarick, no estaba muy lejos de aquella costumbre…
Había sido invitado a un funeral, los músicos cuidadores del niño fallecido, le habían invitado. Su muerte sobrevino tras las revueltas de las calles hace unos días atrás. Al parecer el muchacho se juntaba con anarquistas sociales. Alarick negociaba con muchas personas, pero sólo unos pocos tenían la posibilidad de saber quién era realmente, o cuál era su rostro. Entre ellos algunos músicos, pues se juntaban con Alarick porque comercializaban pociones de relajación, distracción y que usaban de forma recreativa y experimental.
Al estar en la catedral, sintió ese pesaroso ambiente religioso que tanto detestaba. Observó en silencio a los presentes, percatándose de algo singular: Habían allí dos vampiresas que estaban acompañando el féretro. “-¿Vampiresas? ¿Exhibiéndose tan públicamente en la catedral, con los riesgos de la inquisición y sus guerreros acechando?- “ se preguntaba Alarick, bastante sorprendido ante la valentía de aquellas dos mujeres.
Las observó con curiosidad y silencio, percibiendo sus auras mortíferas. Luego, cuando le tocaba acercarse a mirar el cadáver del niño, por mero morbo suyo. Les dijo: -A tan temprana edad conociendo la muerte… al parecer, todos tenemos un poco de muerte en nuestro interior.- dijo dándoles a entender a ambas, que él percibía sus auras de muerte en el lugar. –Siempre hay que ir con cuidado, en los pasos de la Muerte- dijo como advirtiéndoles. Y más que eso, era porque ya no sentía que era el único en el lugar que cargaba con las sombras de la muerte. –Impresionante- dijo como comentario ante lo que veía en ellas, y su valentía de salir a la luz aparentando ser humanas.
Aunque Alarick, no estaba muy lejos de aquella costumbre…
- Off:
- Espero no sea una molestia, si me uno. Aunque cualquier cosa solo avísenme
Alarick- Hechicero Clase Media
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Re: Voices soft as thunder {Faith Blackthorn & Alarick}
Por unos momentos éramos únicamente el silencio de Nuestra Señora y yo, unidas en una extraña armonía que jamás pensé volver a recuperar entre unos muros tan sagrados como aquellos. Si mi hermano Hans aún estuviera vivo para verme allí plantada, delante de un católico Cristo supurante... ¿Me escupiría de nuevo a la cara mi aberrante condición, o quizá se hubiese apiadado de una hermana que volvía arrepentida del pecado de la sangre? Jamás lo sabría, y ese hecho era uno de los recuerdos que con más pesar aferraría hasta el fin de mis siglos.
Lloré por Fabian solamente en alma, ya que en cuerpo me era imposible. Gasté todas las lágrimas que se nos permiten a los inmortales la noche en la que Friedrich perdió su vida eterna, recibiendo la muerte verdadera. A veces me pregunto si no habrían sido lágrimas mal gastadas. ¡Oh, pero qué injusta puedo llegar a ser a veces! Lo aceptase o no, Dvorak había sido mi padre, hermano y amante en esta existencia longeva que ahora percibo como maldición.
El eco de los pasos resonó por el mármol de la catedral. Eran pasos ágiles pero sosegados. Nadie quería perturbar el descanso de ese tránsito. En esos momentos, quería creer más que nunca en un cielo y en una salvación, aunque ese significara mi propia condenación como hija de aquel que llamaban el Portador de Luz.
-Supongo que nada. -contesté a la pregunta de mi compañera imperecedera. De cabellos rubios, rizados, piel pálida como la que poseía el pequeño Fabian metido en su féretro. Inconfundiblemente, una de los míos. ¿De los tuyos, Carolina? ¡Si siempre has renegado de los tuyos! ¿Cómo puedes ser tan hipócrita?, me reproché- Nuestra ventaja es que nuestras horas son demasiado largas como para poder contarlas.
Era cierto lo que había dicho la otra inmortal. Los míos no tenían tanta suerte. ¿Llegaría el día en el que, hastiada con un mundo que repetía sus errores una y otra vez, terminaría por darme la muerte verdadera yo misma? ¡Qué pensamientos tan cruentos tengo. Qué poca consideración a aquel a quien el egoísmo humano había aniquilado tan pronto.
-¿Conocía al muchacho? Trabajaba conmigo en el conservatorio.
Recordaba, y siempre recordaría, las manos del pequeño Fabian afinando ese instrumento que era lo único verdaderamente puro que todavía conservaba yo en esta vida de sangre.
-Carolina Van de Valley. -me presenté. En ese momento, los portones de la sagrada edificación chirriaron dando anuncio de otra ánima que buscaba descanso en los brazos, a veces cálidos, de Nuestra Señora de París.
-Y aún así la guadaña siempre encuentra a quien busca. Aún incluso a nosotros.
Aquella dama mortífera, que algunos proclamaban bella. ¿Quién se atrevería a adorarla con todas sus consecuencias? Observé al otro desconocido con recelo. Había percibido su olor, mezclado con el incienso de la capilla. Hechiceros. Friedrich nunca se había fiado de ellos. Eran volátiles, sutiles e inestables. Poseían un poder que algunos no sabían controlar. La mayoría acaban abocados a la locura.
Lloré por Fabian solamente en alma, ya que en cuerpo me era imposible. Gasté todas las lágrimas que se nos permiten a los inmortales la noche en la que Friedrich perdió su vida eterna, recibiendo la muerte verdadera. A veces me pregunto si no habrían sido lágrimas mal gastadas. ¡Oh, pero qué injusta puedo llegar a ser a veces! Lo aceptase o no, Dvorak había sido mi padre, hermano y amante en esta existencia longeva que ahora percibo como maldición.
El eco de los pasos resonó por el mármol de la catedral. Eran pasos ágiles pero sosegados. Nadie quería perturbar el descanso de ese tránsito. En esos momentos, quería creer más que nunca en un cielo y en una salvación, aunque ese significara mi propia condenación como hija de aquel que llamaban el Portador de Luz.
-Supongo que nada. -contesté a la pregunta de mi compañera imperecedera. De cabellos rubios, rizados, piel pálida como la que poseía el pequeño Fabian metido en su féretro. Inconfundiblemente, una de los míos. ¿De los tuyos, Carolina? ¡Si siempre has renegado de los tuyos! ¿Cómo puedes ser tan hipócrita?, me reproché- Nuestra ventaja es que nuestras horas son demasiado largas como para poder contarlas.
Era cierto lo que había dicho la otra inmortal. Los míos no tenían tanta suerte. ¿Llegaría el día en el que, hastiada con un mundo que repetía sus errores una y otra vez, terminaría por darme la muerte verdadera yo misma? ¡Qué pensamientos tan cruentos tengo. Qué poca consideración a aquel a quien el egoísmo humano había aniquilado tan pronto.
-¿Conocía al muchacho? Trabajaba conmigo en el conservatorio.
Recordaba, y siempre recordaría, las manos del pequeño Fabian afinando ese instrumento que era lo único verdaderamente puro que todavía conservaba yo en esta vida de sangre.
-Carolina Van de Valley. -me presenté. En ese momento, los portones de la sagrada edificación chirriaron dando anuncio de otra ánima que buscaba descanso en los brazos, a veces cálidos, de Nuestra Señora de París.
-Y aún así la guadaña siempre encuentra a quien busca. Aún incluso a nosotros.
Aquella dama mortífera, que algunos proclamaban bella. ¿Quién se atrevería a adorarla con todas sus consecuencias? Observé al otro desconocido con recelo. Había percibido su olor, mezclado con el incienso de la capilla. Hechiceros. Friedrich nunca se había fiado de ellos. Eran volátiles, sutiles e inestables. Poseían un poder que algunos no sabían controlar. La mayoría acaban abocados a la locura.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Voices soft as thunder {Faith Blackthorn & Alarick}
La rubia no podía evitar escuchar con atención las palabras de aquella mujer con la que compartía condición. Entonces, admiró una vez más el espectral rostro del joven fallecido y soltó un suave suspiro. Su cabello rubio ceniza estaba recogido en un perfecto moño adornado por una cinta de color negro, que estaba atada en perfecta sincronía con su vestido y el humor del lugar.
Oscuridad, era todo lo que parecía existir en ese momento. Y, lamentablemente, aquel joven parecía haber querido formar parte de un futuro que cada vez... Que cada vez parecía más borroso, pero también, más nítido con cada amanecer, anochecer y atardecer. Y ella lo sabía, y en secreto, había apoyado esa causa, para bien o para mal.
—Lamentablemente, le he conocido. Quizás no en el aspecto impoluto del joven Fabián que trabajaba en el conservatorio, pero si el aspecto que presenta alguien que tiene las ideas claras sobre qué lugar quiere para su futuro. —respondió dirigiendo su mirada a Carolina, una vez esta se presentó acorde a la etiqueta conocida de la época— Faith Blackthorn, un placer. —dijo correspondiendo aquel saludo cuando el sonido chirriante de las puertas abriéndose, dejando entrar a alguien, pero no fue hasta que detectó su aura que notó de quien se trataba. Era un hechicero, y lamentablemente, la mayoría de sus anécdotas que involucraban hechiceros terminaban no muy bien, aunque claro, siempre hay excepciones.
Su figura se giró apenas, encontrándose con aquél hombre hechicero. Sus palabras hicieron algo de eco en Faith, más no tardó en abrir los labios con el objetivo de hablar respondiendo a sus palabras.
—La Muerte tiende a atrasarse, para los más desafortunados. —dijo mientras miraba por última vez el cuerpo de su pequeño amigo mortal, cuya presencia había sido su regocijo cuando le ayudó a protegerse durante una de las revueltas, cubriendo su rastro y desviando la atención. Ese era su fuerte, proteger.
Si tan solo fuese posible que solo estuviese durmiendo... Qué despertara y sonriera como solo él podía sonreír, con aquella sonrisa torcida de la forma más irreverente posible. La anarquía había estado afectando, lo quisieran o no, a todos. Ya hubiesen sido afectados o no de forma directa o indirecta, todos tenían un papel en eso.
Incluso aquellos que actuaban desde las sombras o ocultaban su verdadero ser. Entonces, su mirada se dirigió a Carolina, y su mano a su hombro, en un gesto de compasión que no creía posible utilizar desde la muerte de su madre.
La muerte no discrimina entre pecadores y santos, para ella... Todos son iguales, todos están disponibles para que su guadaña tome posición de sus almas, para llevarlas a su lecho final. Y eso quizá todos lo ignoraban, porque sin importar cuanto uno de esforzará, cuanto rezará a quien fuera, sin importar la religión que posee o podría poseer, si es malo o bueno.
Simplemente no importa.
Oscuridad, era todo lo que parecía existir en ese momento. Y, lamentablemente, aquel joven parecía haber querido formar parte de un futuro que cada vez... Que cada vez parecía más borroso, pero también, más nítido con cada amanecer, anochecer y atardecer. Y ella lo sabía, y en secreto, había apoyado esa causa, para bien o para mal.
—Lamentablemente, le he conocido. Quizás no en el aspecto impoluto del joven Fabián que trabajaba en el conservatorio, pero si el aspecto que presenta alguien que tiene las ideas claras sobre qué lugar quiere para su futuro. —respondió dirigiendo su mirada a Carolina, una vez esta se presentó acorde a la etiqueta conocida de la época— Faith Blackthorn, un placer. —dijo correspondiendo aquel saludo cuando el sonido chirriante de las puertas abriéndose, dejando entrar a alguien, pero no fue hasta que detectó su aura que notó de quien se trataba. Era un hechicero, y lamentablemente, la mayoría de sus anécdotas que involucraban hechiceros terminaban no muy bien, aunque claro, siempre hay excepciones.
Su figura se giró apenas, encontrándose con aquél hombre hechicero. Sus palabras hicieron algo de eco en Faith, más no tardó en abrir los labios con el objetivo de hablar respondiendo a sus palabras.
—La Muerte tiende a atrasarse, para los más desafortunados. —dijo mientras miraba por última vez el cuerpo de su pequeño amigo mortal, cuya presencia había sido su regocijo cuando le ayudó a protegerse durante una de las revueltas, cubriendo su rastro y desviando la atención. Ese era su fuerte, proteger.
Si tan solo fuese posible que solo estuviese durmiendo... Qué despertara y sonriera como solo él podía sonreír, con aquella sonrisa torcida de la forma más irreverente posible. La anarquía había estado afectando, lo quisieran o no, a todos. Ya hubiesen sido afectados o no de forma directa o indirecta, todos tenían un papel en eso.
Incluso aquellos que actuaban desde las sombras o ocultaban su verdadero ser. Entonces, su mirada se dirigió a Carolina, y su mano a su hombro, en un gesto de compasión que no creía posible utilizar desde la muerte de su madre.
La muerte no discrimina entre pecadores y santos, para ella... Todos son iguales, todos están disponibles para que su guadaña tome posición de sus almas, para llevarlas a su lecho final. Y eso quizá todos lo ignoraban, porque sin importar cuanto uno de esforzará, cuanto rezará a quien fuera, sin importar la religión que posee o podría poseer, si es malo o bueno.
Simplemente no importa.
Faith Blackthorn- Vampiro Clase Alta
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