AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Blissing Me → Privado
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Blissing Me → Privado
“The world gives you so much pain and here you are making gold out of it
- there is nothing purer than that.”
— Rupi Kaur, Milk & Honey
- there is nothing purer than that.”
— Rupi Kaur, Milk & Honey
Aquella tarde que visitó a Sor Achenbach, se despidió con una leve negación con la cabeza cuando le preguntó si necesitaba algo más. Esa mujer despertó muchas dudas en él, mismas que supuso, no serían respondidas, y es que, ¿quién se negaba a ver a su propia madre cuando su padre acababa de morir? Obviamente había mucho de ese familia que no conocía, y no le debía interesar, se dijo, aunque en fondo sabía que se estaba engañando, y le intrigaba de sobremanera.
Mientras estuvo en París, disfrutó de la ópera, misma que visitó después de años de evitar cualquier expresión musical debido a sus propias vicisitudes y a ese don que parecía más una maldición que otra cosa. Hablaba sueco, alemán, francés… hablaba muchos idiomas, pero el único que parecía verdaderamente suyo era el de la música, uno que había nacido conociendo y lo perseguía allá a dónde iba. También fue a museos, y mercados ambulantes, donde encontró antigüedades que venían incluso del Reino de Suecia. También disfrutó, desde luego, de las mujeres lugareñas, apasionadas como le habían dicho, a las que disfrutó sin reservas. Akiva había dado rienda suelta a todos los vicios cuando su compromiso con Maike Lange quedó anulado, como ese hecho hubiera roto sus cadenas.
Sin embargo, el mensaje de Sor Achenbach llegó al cabo de unas semanas, y el trabajo regresó a ser su prioridad. La verdad era que esperaba que la misiva tardara más en llegar al sitio donde se hospedaba, la mujer parecía bastante llena de dudas, pero se alegró que por fin ese asunto avanzara.
El sitio para volverse a ver fue de nuevo el convento, que lo hacía sentir aún más pecador de lo que era, aunque comprendía el porqué, siendo ella madre superiora, no podía desatender a su congregación. Con maletín repleto de los documentos requeridos en mano, arribó al lugar durante la tarde, en esa hora durante la cual la luz del sol es naranja y las aves cantan; siempre le había gustado el canto de los pájaros, porque no desafinaban.
Una hermana lo recibió. Lo condujo hasta uno de los jardines interiores del convento y le dijo que tomara asiento. Akiva obedeció y lo hizo en una banca de madera, puesta en uno de los corredores que flanqueaban el jardín con sus naranjos y sus ciruelos, éstos últimos, estando en flor.
Se puso de pie cuando la vio acercarse, y una vez más, pensamientos fuera de lugar invadieron su mente. Quizá era más deseable para un hombre como él porque era prohibida. Estiró la mano para saludarla y estuvo a punto de besar el dorso, como hacía con otras mujeres, pero en esta ocasión no le pareció prudente,
—Sor Achenbach, me alegra que me haya llamado. ¿Cómo ha estado desde la última vez que nos vimos? —preguntó de manera protocolar, no queriendo entrar de lleno en materia. Seguía siendo un tema delicado y él debía tener tacto—. Comenzaba a temer que no fuera a contactarme, porque entonces me metería en un problema legal a mí, al no poder concretar esta transacción —dijo, de manera afable, casi bromista. La miró muy atento, tratando de adivinar algo en su expresión férrea, pero la mujer era bastante difícil de leer.
—¿Comenzamos? —cuestionó al darse cuenta que había gastado mucho tiempo en mirarla de frente, casi sin parpadear. No quería que creyera que era un maniático que jamás en su vida había visto a una monja bonita o algo por el estilo.
Akiva Alfvén- Humano Clase Alta
- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 06/11/2016
Localización : París
Re: Blissing Me → Privado
"The world breaks everyone and afterward many are strong at the broken places. But those that will not break it kills. It kills the very good and the very gentle and the very brave impartially. If you are none of these you can be sure that it will kill you too, but there will be no special hurry.”
Ernest Hemingway
Ernest Hemingway
La mano izquierda de Christel se aferraba a la silla de madera de su habitación. Los nudillos se le habían puesto extremadamente blancos. El sudor de su cuerpo caía en gotas gruesas al suelo, y se mezclaban con las gotas de sangre. El cabello enmarañado le ocultaba el rostro, pero podía verse a través del espejo. La mano derecha castigaba la espalda, una y otra vez. ¿Cuántos fustazos iban? Había perdido la cuenta. La carta de su padre, sobre la mesa, había desatado aquella ola de violencia. Había rezado, una y otra vez, porque ya no quería castigarse por sentir, pero nada hacía que las palabras del patriarca desaparecieran, así como tampoco la alegría. Bastian estaba vivo. Frederik, cuando se lo quitó, lo entregó a una familia de buen pasar económico y allí se había criado. El hombre suponía que continuaba bien, no podía asegurárselo porque él rompió todo contacto con ellos. Christel quería saber, y ese deseo la condenaría. No podía permitírselo. Pero habían sido casi diecisiete años de fantasías, algunas negras que la turbaban, otras más benevolentes que la hacían sonreír. Algo se había encendido con la lectura de la misiva, y si bien su padre no le pedía perdón, la religiosa comprendió que la entregarle la verdad, era su forma de hacerlo.
Soltó la fusta, caminó con dificultad al pequeño cuarto de baño, y se lavó las heridas con agua tibia. Sus brazos se flexionaban de forma tal, que logró colocarse un ungüento pastoso para cicatrizar. Había repetido aquella rutina durante tantos años, que la había perfeccionado. No necesitaba que alguien la ayudase. Esperó unos minutos, agitada por el dolor y el esfuerzo, mientras la pomada se secaba. Se enjuagó la larga cabellera y se quitó la transpiración con una toalla embebida en agua y lavanda. Luego, como si nada hubiese ocurrido, se vistió y salió de su habitación. En el despacho, garabateó una nota dirigida al abogado de la familia. Lo citaba al día siguiente.
Lo esperó con ansias, aunque procuró que eso no se notase. Cuando le avisaron que había llegado, íntimamente, agradeció la puntualidad. Dejó de lado las cuentas que estaba haciendo y salió a su encuentro. Hasta ese momento, no se había percatado del hermoso atardecer. El Sol, que comenzaba a ocultarse, compensaba la brisa fresca que soplaba, y se detuvo un instante para escuchar los pajaritos. Aquel patio era su obra. Cuando asumió como Madre Superiora, todas las plantas estaban secas y todo descuidado. Hizo colocar bancos de madera, farolas, renovó las flores y contrató a un hombre pobre que, en el pasado, había sido el jardinero de una familia pudiente. Él, por un plato de comida y unos pocos chelines, dedicaba gran parte del día a mantener bello ese sitio.
—Lamento haber demorado más de lo debido —respondió, secamente, con el duro acento prusiano más marcado que nunca. Devolvió el apretón de manos con decisión y lo invitó a tomar asiento. Sacó de un pequeño bolsillo que se ocultaba en su falda, la carta que Alfvén le había entregado día atrás. —Debe leer esto —la extendió y esperó que la tomara. Esperó unos minutos a que el abogado terminara con lo que ella le había pedido; de reojo, estudiaba el gesto de confusión del hombre. Por supuesto, no entendía nada.
—Bastian es mi hijo —soltó, y aquella revelación le provocó una puntada en el pecho. —Cuando era muy joven, a mis catorce años, me enamoré de un muchacho. Como era de esperarse, quedé embarazada. Mis padres, para evitar el escándalo, me enviaron a una casa de campo. A los pocos días del parto, apareció mi padre y me quitó a mi hijo —hablaba distante, sin quitarle la mirada –dura, sin emociones- del rostro. —En todos estos años, no supe qué fue de él. Ahora necesito de usted… —y ésta última frase le ablandó el tono—. Usted tiene acceso a toda la documentación de mi familia, necesito que encuentre a mi hijo. En algún lado tiene que haber un vínculo, un hilo del que tirar. Yo no quiero la herencia. Encuentre a Bastian y tendrá el heredero. Todo se lo daré a él —finalizó el relato y, por un instante, hubo ruego en los ojos de Christel.
Soltó la fusta, caminó con dificultad al pequeño cuarto de baño, y se lavó las heridas con agua tibia. Sus brazos se flexionaban de forma tal, que logró colocarse un ungüento pastoso para cicatrizar. Había repetido aquella rutina durante tantos años, que la había perfeccionado. No necesitaba que alguien la ayudase. Esperó unos minutos, agitada por el dolor y el esfuerzo, mientras la pomada se secaba. Se enjuagó la larga cabellera y se quitó la transpiración con una toalla embebida en agua y lavanda. Luego, como si nada hubiese ocurrido, se vistió y salió de su habitación. En el despacho, garabateó una nota dirigida al abogado de la familia. Lo citaba al día siguiente.
Lo esperó con ansias, aunque procuró que eso no se notase. Cuando le avisaron que había llegado, íntimamente, agradeció la puntualidad. Dejó de lado las cuentas que estaba haciendo y salió a su encuentro. Hasta ese momento, no se había percatado del hermoso atardecer. El Sol, que comenzaba a ocultarse, compensaba la brisa fresca que soplaba, y se detuvo un instante para escuchar los pajaritos. Aquel patio era su obra. Cuando asumió como Madre Superiora, todas las plantas estaban secas y todo descuidado. Hizo colocar bancos de madera, farolas, renovó las flores y contrató a un hombre pobre que, en el pasado, había sido el jardinero de una familia pudiente. Él, por un plato de comida y unos pocos chelines, dedicaba gran parte del día a mantener bello ese sitio.
—Lamento haber demorado más de lo debido —respondió, secamente, con el duro acento prusiano más marcado que nunca. Devolvió el apretón de manos con decisión y lo invitó a tomar asiento. Sacó de un pequeño bolsillo que se ocultaba en su falda, la carta que Alfvén le había entregado día atrás. —Debe leer esto —la extendió y esperó que la tomara. Esperó unos minutos a que el abogado terminara con lo que ella le había pedido; de reojo, estudiaba el gesto de confusión del hombre. Por supuesto, no entendía nada.
—Bastian es mi hijo —soltó, y aquella revelación le provocó una puntada en el pecho. —Cuando era muy joven, a mis catorce años, me enamoré de un muchacho. Como era de esperarse, quedé embarazada. Mis padres, para evitar el escándalo, me enviaron a una casa de campo. A los pocos días del parto, apareció mi padre y me quitó a mi hijo —hablaba distante, sin quitarle la mirada –dura, sin emociones- del rostro. —En todos estos años, no supe qué fue de él. Ahora necesito de usted… —y ésta última frase le ablandó el tono—. Usted tiene acceso a toda la documentación de mi familia, necesito que encuentre a mi hijo. En algún lado tiene que haber un vínculo, un hilo del que tirar. Yo no quiero la herencia. Encuentre a Bastian y tendrá el heredero. Todo se lo daré a él —finalizó el relato y, por un instante, hubo ruego en los ojos de Christel.
Christel Achenbach- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 03/07/2012
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Re: Blissing Me → Privado
Akiva siempre había apreciado a la gente directa, sobre todo cuando se trataba de trabajo, porque le ahorraban muchos ires y venires, porque las cosas se concretaban en instantes y en una labor como la suya, más que en ninguna otra, el tiempo era dinero. Le gustaba la gente que no se andaba con rodeos, pero durante toda su vida, impía la mayor parte del tiempo, se había hecho la idea errónea de que la gente dedicada a la religión solía ser muy poética, a falta de una mejor palabra, siempre los había visto rodeados de un halo de misticismo, entonces llegaba Sor Achenbach y echaba por tierra todo en lo que alguna vez había creído.
Ni siquiera pudo responder al saludo, tampoco que importara mucho. Tomó la carta y leyó, a cada palabra más y más dudas crecían en su cabeza como las flores del ciruelo en el jardín donde estaban. Se sintió extraño de estar leyendo la misiva que había evitado abrir por tanto tiempo, y que ahora le era entregada como un voto, o como una maldición.
Alzó el rostro, pero antes de poder preguntar, ella se le adelantó. Sinceramente, en todos sus años como abogado, jamás había enfrentado un dilema moral de esta magnitud. Él, inescrupuloso y cínico, de pronto se vio superado por una ética que creía olvidada hasta cierto punto, porque la tenía para actuar con frialdad y cabalidad, pero jamás para hacer juicios. Suspiró y bajó los hombros al tiempo que le regresaba el papel a la madre superiora.
—Yo… yo evidentemente no sabía de esta situación —explicó, tratando de sonar sereno, aunque no lo estaba, todo esto se le estaba saliendo de las manos—. Si Frederik quería que lo supiera, me lo hubiera dicho. No puedo hacer lo que me pide —dijo meridiano y le rompió el corazón. ¿Por qué? Por la mirada de súplica que esa mujer inquebrantable le dedicó. La había visto dos veces, suficientes para saber que eso no era común en ella. Pero tampoco imaginó que una religiosa tuviera un hijo.
—Pero puedo hacer algo más —continuó, retomó su usual seguridad en un instante—. Frederik la heredó a usted, y la ley me exige que así sea, no dejó especificado qué hacer en caso de que no aceptara, supongo que tenía fe en que lo hiciera, sin embargo… aunque todo mi sentido común me dice que no lo haga, puedo buscar en los documentos que poseo de su familia, ayudarla a encontrar a su hijo. Usted tiene que heredar, aceptar esto que le deja su padre, darme su firma, visitar a su madre, quizá. —Bajó la voz con eso último—. Una vez que demos con el chico, puede heredarlo en vida —propuso.
¿En qué diantres se estaba metiendo? ¿Era tanta su necesidad de cerrar el caso que terminaba por abrir más y más las heridas? Le daría la información que encontrara, se dijo, y luego que regresaran a él para hacer lo de la herencia; más no iba a involucrarse, se prometió.
—¿Qué opina, Sor Achenbach? Sólo… sólo hay algo, para poder hacerlo, tiene que visitarme en mi despacho, en Berlín, todo está notariado bajo las leyes del Imperio, no puedo ahora involucrar legislaturas francesas, sería un caos. —Temió a la reacción de la mujer. ¿Desde cuándo le temía a las mujeres? Quizá era por el hábito, o la mirada fría, o su belleza teutona. Tragó saliva y sin darse cuenta, se quedó muy quieto, temeroso, y eso no le iba nada bien.
Akiva Alfvén- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 06/11/2016
Localización : París
Re: Blissing Me → Privado
De cierta forma, poder contar la verdad en voz alta, la liberó. Las cadenas que la habían oprimido durante todos aquellos años, se habían quebrado. Los grilletes se habían extinguido. Christel estaba más liviana, y también sorprendida. Jamás se había imaginado poder expresar en voz alta aquella historia, tan oscura, tan dolorosa. Y la purga había quedado en manos de un extraño, de un simple mensajero de su propio pasado, ese que ya estaba muerto y enterrado en el mausoleo familiar, ese que ella nunca habitaría, pues había renunciado a sus derechos. Incluso, seguía sin dar crédito a que su padre la hubiera heredado. Pensó que Frederik la había borrado del testamento el mismo día que se enteró que estaba embarazada, y que para él había significado un alivio tenerla lejos. Enfrentarse a su mirada hubiera sido una herida cruel, y ya suficiente había tenido en su momento.
—Lo que me pide es bastante complicado —fue lo primero que pudo responder. —Entenderá que no puedo ausentarme de éste lugar de un momento a otro. Tengo responsabilidades y un debe para con la congregación —se había puesto a la defensiva, y se obligó a inspirar hondo y tranquilizarse. No quería ver a su madre, cómplice de la desgracia que la había condenado a la soledad y a la tristeza eternas. A Christel le costaba, aún en sus treinta años, hacerse cargo de que ella había tomado gran parte de las decisiones, y se amparaba en la sumisión que experimentaba en la adolescencia, para justificar ciertas acciones que no la hacían sentir orgullosa.
—Por lo que he leído, el tiempo nos apremia. Usted necesita urgente cerrar la sucesión —la religiosa estaba algo desencajada. No contaba entre sus planes volver a su tierra, de hecho, la muerte de Frederik había implicado un cierto alivio, ya que no sería necesario programar aquel viaje que se había cruzado por su mente tiempo atrás. —Podría viajar en un mes. Es el plazo mínimo que necesito para poder solicitar una suplente y dejar en cierto orden las cosas aquí —se puso de pie, porque estar sentada la ponía aún más nerviosa. Todas las barreras de Christel habían desaparecido. Aquella mujer dura, recia, inquebrantable, parecía haberse desarmado y no era más que un manojo de angustia, de indecisión. Y a pesar de que le hubiera gustado mostrarse de otra manera, Alfvén estaba descubriendo una faceta que ni ella misma conocía.
—Sé que tengo que firmar ahora para poder seguir con esto. Pero tengo muchas dudas. No puedo negárselo. Sería un problema para mí aceptar esa herencia. Sin embargo, usted me dice que es la forma más fácil y que será lo que le dé margen para encontrar a mi…hijo —le resultaba verdaderamente increíble referirse así a Bastian en un ámbito que no fuera su propia cabeza. —Usted es un completo desconocido para mí, y le he confiado lo más importante que tengo —volvió a sentarse, aunque ésta vez se colocó de costado, para mirarlo de frente. —Le ruego que sea sincero y no me engañe —y la que hablaba no era la Christel del presente, era esa muchacha confundida que había confiado en sus padres, y estos le habían dado una herida mortal. —Viajaré —dictaminó, sin darle tiempo a responder, un poco más recompuesta. —Confiaré en usted. Es lo único que tengo —y no quiso involucrar a Dios en todo eso. — ¿Cómo procedemos a partir de ahora? ¿En un mes tendrá avances? Tampoco podré quedarme demasiado tiempo, dos semanas sería lo máximo —y rogó que las respuestas de Akiva Alfvén fueran las que ella quería escuchar.
—Lo que me pide es bastante complicado —fue lo primero que pudo responder. —Entenderá que no puedo ausentarme de éste lugar de un momento a otro. Tengo responsabilidades y un debe para con la congregación —se había puesto a la defensiva, y se obligó a inspirar hondo y tranquilizarse. No quería ver a su madre, cómplice de la desgracia que la había condenado a la soledad y a la tristeza eternas. A Christel le costaba, aún en sus treinta años, hacerse cargo de que ella había tomado gran parte de las decisiones, y se amparaba en la sumisión que experimentaba en la adolescencia, para justificar ciertas acciones que no la hacían sentir orgullosa.
—Por lo que he leído, el tiempo nos apremia. Usted necesita urgente cerrar la sucesión —la religiosa estaba algo desencajada. No contaba entre sus planes volver a su tierra, de hecho, la muerte de Frederik había implicado un cierto alivio, ya que no sería necesario programar aquel viaje que se había cruzado por su mente tiempo atrás. —Podría viajar en un mes. Es el plazo mínimo que necesito para poder solicitar una suplente y dejar en cierto orden las cosas aquí —se puso de pie, porque estar sentada la ponía aún más nerviosa. Todas las barreras de Christel habían desaparecido. Aquella mujer dura, recia, inquebrantable, parecía haberse desarmado y no era más que un manojo de angustia, de indecisión. Y a pesar de que le hubiera gustado mostrarse de otra manera, Alfvén estaba descubriendo una faceta que ni ella misma conocía.
—Sé que tengo que firmar ahora para poder seguir con esto. Pero tengo muchas dudas. No puedo negárselo. Sería un problema para mí aceptar esa herencia. Sin embargo, usted me dice que es la forma más fácil y que será lo que le dé margen para encontrar a mi…hijo —le resultaba verdaderamente increíble referirse así a Bastian en un ámbito que no fuera su propia cabeza. —Usted es un completo desconocido para mí, y le he confiado lo más importante que tengo —volvió a sentarse, aunque ésta vez se colocó de costado, para mirarlo de frente. —Le ruego que sea sincero y no me engañe —y la que hablaba no era la Christel del presente, era esa muchacha confundida que había confiado en sus padres, y estos le habían dado una herida mortal. —Viajaré —dictaminó, sin darle tiempo a responder, un poco más recompuesta. —Confiaré en usted. Es lo único que tengo —y no quiso involucrar a Dios en todo eso. — ¿Cómo procedemos a partir de ahora? ¿En un mes tendrá avances? Tampoco podré quedarme demasiado tiempo, dos semanas sería lo máximo —y rogó que las respuestas de Akiva Alfvén fueran las que ella quería escuchar.
Christel Achenbach- Humano Clase Media
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Re: Blissing Me → Privado
Tampoco es que esperara que Sor Achenbach fuese a decirle que sí, que en ese mismo instante partieran y terminara con todo el asunto de una buena vez; Akiva era muchas cosas, menos ingenuo, pero la respuesta que obtuvo lo sorprendió de todos modos, aunque no hubo decepción anidada en el pecho, sólo expectativa. Observó, sin despegar los ojos, a la mujer, que a cada movimiento y cada palabra le parecía más fascinante, que estuviera vedada de su mundo infractor la hacía todavía más interesante y Akiva ni siquiera tuvo la delicadeza de tratar de negarlo para sus adentros. Era hombre cínico, y a la vez, el más sincero consigo mismo.
Cuando se puso de pie estuvo tentado a imitarla, pero se contuvo y se quedó en su lugar, por fortuna, ella regresó pronto a su lado, aunque el semblante era otro. Se atrevió a hablar sólo cuando estuvo seguro que ella ya no tenía nada más que decir, al menos de momento. Akiva estaba acostumbrado a los casos difícil, por algo era tan solicitado y respetado, pero cuando se involucraban los corazones y las heridas pretéritas la verdad era que ya no sabía cómo reaccionar. No era bueno consolando a las personas, quizá porque jamás nadie lo consoló a él.
—Sería lo ideal, Sor Archenbach, que firme ahora, pero… si la hace sentir más segura, le dejaré el documento y llévelo cuando regrese al Sacro Imperio, sólo le pediría que tuviera cuidado, pues son documentos originales y no queremos que el notario me regañe, ¿verdad? —Trató de bromear, bajo otras circunstancias, aquello hubiera resultado encantador, irresistible para cualquier mujer, pero no ahora, incluso se sintió torpe al hablar, como si la lengua le estorbara en la boca y hubiera olvidado todas las palabras. Suspiró al ver su intento fallido.
—Yo… yo puedo comenzar a indagar, me gustaría un permiso firmado por usted, para que no se crea que busco información por interés personal. Ser abogado me ha forjado algo cuidadoso en esos aspectos —aclaró—. En un mes, cuando usted me visite, tendré información, quizá una localización, y podremos proceder, se lo prometo —dijo y no supo qué demonios estaba haciendo. ¿Por qué rayos prometía algo que no sabía que iba a cumplir? Pudo haberse quedado callado en ese instante para no hacer más grande la zanja donde estaba hundiendo, pero, desde luego, no fue así, y continuó—: confíe en mí. —Y le sonrió para terminar de hundirse.
Había mucho que analizar en o que acababa de hacer, que para empezar, no era común en el inescrupuloso Akiva Alfvén. Y es que pedir que se confiara en él, cuando no era algo permeado por el trabajo, al menos no directamente, pues esto era más con un favor personal, era como pedir que confiara en el demonio, no obstante, había una segunda lectura, por una jodida vez en su vida, el sueco estaba siendo sincero, y más que eso, desinteresado. No supo por qué, no supo por qué este caso era tan importante como para dedicarle más días de su valioso tiempo. En verdad se lo preguntó por algunos segundos mientras que buscaba a Christel con la mirada, sin embargo, pronto se dio cuenta que era asunto perdido, que no había una respuesta inmediata y ahora ya estaba hasta el cuello en ese embrollo. No había marcha atrás.
—Dos semanas nos bastarán —continuó, y se puso de pie—, una vez que tenga todos los cabos amarrados, en un día podríamos terminar, a menos que su hijo resulte igual de tozudo que usted y nos topemos con pared. —Sonrió, esta vez su intento por bromear pareció menos forzado—. Así que, ¿qué me dice Sor Achenbach? ¿Procedemos de ese modo? Le aseguro que es la forma más segura. Claro, lo mejor hubiera sido que usted firmara y yo pudiera regresar a Berlín, pero no todo sale como lo planeamos siempre. —Se encogió de hombros.
Akiva Alfvén- Humano Clase Alta
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Re: Blissing Me → Privado
Por supuesto que nunca nada salía como se planeaba. De haber sido así, nada de lo que se había desatado en Christel desde el momento que aquel abogado apareció en su vida, hubiera ocurrido. Le había brindado una esperanza que ella consideraba tan enterrada como ahora lo estaba su padre. Lejos de ser el portador de malas noticias que anunció el deceso del hombre que le había dado la vida, Alfvén era aquel mensajero al que debía recibir con un banquete. Su paciencia, consideraciones y nobleza no engañaron a la monja, que aceptaba que él estaba haciendo una excepción con su caso y que ella estaba abusando de la gentileza del caballero. Pero debía aferrarse a aquel hilo conductor para cerrar las puertas del pasado. Ya había superado el miedo inicial. Quería saber qué había sido de Bastian, si estaba vivo o muerto, si era feliz o infeliz, si tenía un buen hogar o era un indigente. Necesitaba, con la fiereza de un huracán, conocer el destino de ese hijo al que había llorado y que nunca había buscado. Era el momento de enfrentar su propia cobardía, la que la había llevado a tomar los hábitos y refugiarse en un convento.
Escuchó con absoluta atención todas y cada una de las palabras del abogado. Su primera broma no le arrancó ni un atisbo de sonrisa, y la religiosa rogó que no volviera a hacer algo así. Le dio indicaciones, a las que ella respondió con asentimientos de su cabeza y memorizando cada una de ellas.
—Cuidaré la documentación, no se preocupe. En ella está mi vida —y no había exageración alguna en sus palabras. —Firmaré todo lo que deba firmar. Los permisos necesarios, todo lo que usted necesite para llevar a cabo la investigación. Haremos todo de forma legal, aunque eso signifique que mi puesto corra peligro —había pensado en los riesgos que asumía. Una monja, y más una de su estirpe, buscando a su hijo perdido, era un acontecimiento que la Iglesia, de descubrirlo, castigaría con dureza. Pensó que, perfectamente, podrían entregarla a la Inquisición y llevar adelante un juicio falso, con torturas de por medio para darle una lección. En el mejor de los casos, la recluirían en un convento. Sólo rogaba que le permitiesen viajar y saber de Bastian; luego, que se hiciese la voluntad de Dios.
—Señor Alfvén —dijo, parándose para imitarlo. —No le agradeceré esto con palabras o con bendiciones. Dios es generoso pero éste es el mundo de los hombres —y le devolvió una sonrisa muy suave que le suavizó el siempre recio gesto. —Ruego que descuente todos sus honorarios de la herencia, que haga uso y desuso del dinero para trasladarse, para alojarse y para subsistir. Y no aceptaré un no como respuesta. Puedo firmar un documento que lo autorice a disponer de la fortuna de mi padre, para que luego no tenga problemas —en ésta ocasión, fue Christel la que se encogió de hombros. —Usted está realizando un trabajo, no haciéndome un favor. Ni siquiera me conoce y ha accedido a tomar parte en un asunto por demás delicado. Confío en usted no sólo para encontrar lo que deba encontrar, sino también para que haga una utilización y administración correcta del dinero.
—No sé qué resultará de todo esto, con qué me encontraré. Pero si de algo estoy segura, es de que se lo agradeceré eternamente y no habrá un día que no le rece a Dios por usted —y ella, que era una mujer que estaba más cercana al Padre que el resto de los mortales, sabía que sería escuchada.
Escuchó con absoluta atención todas y cada una de las palabras del abogado. Su primera broma no le arrancó ni un atisbo de sonrisa, y la religiosa rogó que no volviera a hacer algo así. Le dio indicaciones, a las que ella respondió con asentimientos de su cabeza y memorizando cada una de ellas.
—Cuidaré la documentación, no se preocupe. En ella está mi vida —y no había exageración alguna en sus palabras. —Firmaré todo lo que deba firmar. Los permisos necesarios, todo lo que usted necesite para llevar a cabo la investigación. Haremos todo de forma legal, aunque eso signifique que mi puesto corra peligro —había pensado en los riesgos que asumía. Una monja, y más una de su estirpe, buscando a su hijo perdido, era un acontecimiento que la Iglesia, de descubrirlo, castigaría con dureza. Pensó que, perfectamente, podrían entregarla a la Inquisición y llevar adelante un juicio falso, con torturas de por medio para darle una lección. En el mejor de los casos, la recluirían en un convento. Sólo rogaba que le permitiesen viajar y saber de Bastian; luego, que se hiciese la voluntad de Dios.
—Señor Alfvén —dijo, parándose para imitarlo. —No le agradeceré esto con palabras o con bendiciones. Dios es generoso pero éste es el mundo de los hombres —y le devolvió una sonrisa muy suave que le suavizó el siempre recio gesto. —Ruego que descuente todos sus honorarios de la herencia, que haga uso y desuso del dinero para trasladarse, para alojarse y para subsistir. Y no aceptaré un no como respuesta. Puedo firmar un documento que lo autorice a disponer de la fortuna de mi padre, para que luego no tenga problemas —en ésta ocasión, fue Christel la que se encogió de hombros. —Usted está realizando un trabajo, no haciéndome un favor. Ni siquiera me conoce y ha accedido a tomar parte en un asunto por demás delicado. Confío en usted no sólo para encontrar lo que deba encontrar, sino también para que haga una utilización y administración correcta del dinero.
—No sé qué resultará de todo esto, con qué me encontraré. Pero si de algo estoy segura, es de que se lo agradeceré eternamente y no habrá un día que no le rece a Dios por usted —y ella, que era una mujer que estaba más cercana al Padre que el resto de los mortales, sabía que sería escuchada.
Christel Achenbach- Humano Clase Media
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