AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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· Lost Connection · Théodore
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· Lost Connection · Théodore
Acostumbrarse a un nuevo país no es tarea sencilla, ni siquiera para ella. A pesar de que en el pasado había viajado con bastante frecuencia por el mundo, no era lo mismo visitar lugares distintos a su patria por negocios o por placer, que establecerse en un sitio con pensamientos de quedarse a vivir en él. Mudarse a otra ciudad ya era bastante estresante, así que era lógico que trasladarse a una a miles de kilómetros de la suya natal la pudiera poner de los nervios. No era la primera vez que visitaba Francia, o París, ni mucho menos. Conocía el idioma y el mercado económico lo bastante bien como para hacer negocios, pero la cultura parisina era muy distinta a la china, a la que ella estaba acostumbrada. El chino era un pueblo muy anclado en tradiciones y costumbres, podría decirse que cerrado, así que no era frecuente encontrarse con tanta pluralidad cultural como la que había en la capital francesa. En menos de un mes de estancia, ya se había encontrado con personas de orígenes tan dispares como americanos o noruegos, pasando por gente que procedía de áfrica u oriente medio. Por suerte, Hui-Ying no era alguien de mentalidad cerrada, pero eso tampoco significaba que no fuera cauta con extraños.
Ahora que estaba tratando de abrir una boutique de vestidos y tejidos procedentes de su tierra, que ella pudiera manejar de forma más directa, se veía en la tesitura de tener que negociar con personas muy diferentes. No le estaba resultando sencillo. Desenvolverse en los negocios siempre había sido su fuerte, y estaba acostumbrada a que la subestimasen por ser una mujer, o simplemente por su forma de ser tan pasiva, pero nunca había buscado encajar en otros cánones que no fueran los suyos y los de su familia. Ahora, sin embargo, las circunstancias la querían obligar a amoldar su carácter a una cantidad de personas de costumbres demasiado diferentes, y eso le estaba provocando demasiada ansiedad. Ansiedad de la que no sabía cómo deshacerse. Para colmo de males, desde que se instalase en su nuevo hogar, no había tenido realmente la posibilidad de compartir nada de tiempo con su prometido, al que apenas había visto en tres ocasiones. Pasar tiempo con tu pareja de matrimonio no era un requisito para los enlaces de conveniencia, y menos en la cultura asiática, pero sí era algo que Hui-Ying consideraba necesario. Aunque se resignase a no casarse por amor, no soportaría hacerlo con alguien a quien ni siquiera conocía en profundidad. Todo aquel cúmulo de cosas la habían llevado a querer desconectar, aunque fuera por un rato. Y precisamente por eso se hallaba allí.
El distrito comercial estaba lleno de bullicio a esas horas de la mañana. Aún no daban las doce del mediodía, el Sol brillaba en todo lo alto y el clima era lo bastante cálido como para que las damas pasearan en sus vestidos veraniegos. Ella hizo lo propio, escogiendo uno de corte elegante a la par que clásico, un vestido que denotaba con claridad su estatus social, y es que la imagen era algo que siempre le habían dicho que era importante mantener, así que a pesar de que para ella no tenía mayor relevancia, ahora que estaba a las puertas de ser una mujer casada -y más con alguien tan importante- debía acostumbrarse a cumplir el papel que se esperaba de ella.
Las tiendas, y sobre todo, las personas que entraban y salían de ellas, no se asemejaban ni por asomo a lo que estaba habituada, pero no era un cambio que le resultase particularmente molesto. La multiculturalidad de aquella ciudad, a pesar de ponerla nerviosa, no le desagradaba, después de todo. Estaba segura de que acabaría por acomodarse. Para empezar comenzaría por buscar muebles nuevos y antigüedades para su nueva casa, que aún seguía demasiado vacía. Eso, y encontrar un local vacío que poder adquirir para el establecimiento de su tienda. El apellido Zhang era conocido en aquella parte del mundo, era consciente, pero ella se había propuesto que fuese aún más admirado, y no sólo por la buena calidad de los materiales que exportaba para la creación, sino por las creaciones que ella misma idearía.
Tan concentrada iba en su tarea que no se dio cuenta de que alguien la había estado siguiendo durante bastante rato. A medida que las bolsas se acumulaban en sus manos, también incrementaba la sensación de estar siendo observada. Algo que, sin embargo, ignoró.
Ahora que estaba tratando de abrir una boutique de vestidos y tejidos procedentes de su tierra, que ella pudiera manejar de forma más directa, se veía en la tesitura de tener que negociar con personas muy diferentes. No le estaba resultando sencillo. Desenvolverse en los negocios siempre había sido su fuerte, y estaba acostumbrada a que la subestimasen por ser una mujer, o simplemente por su forma de ser tan pasiva, pero nunca había buscado encajar en otros cánones que no fueran los suyos y los de su familia. Ahora, sin embargo, las circunstancias la querían obligar a amoldar su carácter a una cantidad de personas de costumbres demasiado diferentes, y eso le estaba provocando demasiada ansiedad. Ansiedad de la que no sabía cómo deshacerse. Para colmo de males, desde que se instalase en su nuevo hogar, no había tenido realmente la posibilidad de compartir nada de tiempo con su prometido, al que apenas había visto en tres ocasiones. Pasar tiempo con tu pareja de matrimonio no era un requisito para los enlaces de conveniencia, y menos en la cultura asiática, pero sí era algo que Hui-Ying consideraba necesario. Aunque se resignase a no casarse por amor, no soportaría hacerlo con alguien a quien ni siquiera conocía en profundidad. Todo aquel cúmulo de cosas la habían llevado a querer desconectar, aunque fuera por un rato. Y precisamente por eso se hallaba allí.
El distrito comercial estaba lleno de bullicio a esas horas de la mañana. Aún no daban las doce del mediodía, el Sol brillaba en todo lo alto y el clima era lo bastante cálido como para que las damas pasearan en sus vestidos veraniegos. Ella hizo lo propio, escogiendo uno de corte elegante a la par que clásico, un vestido que denotaba con claridad su estatus social, y es que la imagen era algo que siempre le habían dicho que era importante mantener, así que a pesar de que para ella no tenía mayor relevancia, ahora que estaba a las puertas de ser una mujer casada -y más con alguien tan importante- debía acostumbrarse a cumplir el papel que se esperaba de ella.
Las tiendas, y sobre todo, las personas que entraban y salían de ellas, no se asemejaban ni por asomo a lo que estaba habituada, pero no era un cambio que le resultase particularmente molesto. La multiculturalidad de aquella ciudad, a pesar de ponerla nerviosa, no le desagradaba, después de todo. Estaba segura de que acabaría por acomodarse. Para empezar comenzaría por buscar muebles nuevos y antigüedades para su nueva casa, que aún seguía demasiado vacía. Eso, y encontrar un local vacío que poder adquirir para el establecimiento de su tienda. El apellido Zhang era conocido en aquella parte del mundo, era consciente, pero ella se había propuesto que fuese aún más admirado, y no sólo por la buena calidad de los materiales que exportaba para la creación, sino por las creaciones que ella misma idearía.
Tan concentrada iba en su tarea que no se dio cuenta de que alguien la había estado siguiendo durante bastante rato. A medida que las bolsas se acumulaban en sus manos, también incrementaba la sensación de estar siendo observada. Algo que, sin embargo, ignoró.
Última edición por Hui-Ying Zhang el Jue Ene 18, 2018 1:43 pm, editado 1 vez
Hui-Ying Zhang- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/10/2017
Re: · Lost Connection · Théodore
Théo había salido de casa temprano ese día tras un almuerzo rápido. Acostumbraba a pasar en el campamento las horas de mediodía porque detestaba el calor, pero las funciones del circo gitano se habían suspendido temporalmente porque la concesión de licencias se endurecía con la llegada de la Navidad y todos en el clan estaban ociosos. Los jóvenes aprovechaban para ir a la ciudad a pasear, hacer apuestas sobre quién se atrevía a bañarse en el Sena sin congelarse y encautar a los ricos más distraídos para sisarles el monedero. Lo cierto es que Théo se enorgullecía de la agilidad de sus dedos, era una habilidad de la que se jactaba y que resultaba bastante apreciada entre los otros miembros de su familia. El patriarca de la rama parental de su madre lo había alabado públicamente ante los demás ancianos cuando la semana anterior había conseguido llevar una bolsa repleta de francos de un caballero que se había entretenido más de la cuenta admirando un coro de niños que con voz angelical recitaban villancicos en la puerta de la catedral.
Aunque colaborasen activamente en los espectáculos del circo, los niños y adolescentes no cobraban dinero directamente de su trabajo. Sus padres les mantenían con esos ingresos y les daban de comer, pero Théo no había recibido una paga como tal hasta que empezó a llevar un número propio de títeres y malabares hacía solo un par de años. No es que tuviese un gran capital - de hecho la mayoría de las veces estaba sin blanca - pero se había acostumbrado rápidamente a tener algunas monedas para invertir en sus caprichos y ahora acusaba la falta de clientela. Decidió que no estaría de más hacer unas horas extras para sacarse un sobresueldo, le encantaban los cucuruchos de castañas asadas y quería ahorrar para un abrigo nuevo.
Se vistió con lo que consideraba sus mejores galas - que no eran sino un pantalón marrón de paño grueso, un chaleco no demasiado remendado y un chaquetón algo ancho con amplios bolsillos - y se encaminó hacia el distrito comercial a la hora en que sabía que habría más bullicio. Se apoyó en un murete de piedra y aguardó fingiendo que tomaba el sol a que pasara un víctima propicia. No tardó en fijarse en una joven bien engalanada de rasgos extranjeros que parecía ir de compras. Si alguien de su edad tenía dinero para ver muebles era porque no le faltaba, así que no echaría mucho de menos perder algo de calderilla. La dejó pasar y se puso a seguirla, esperando el momento propicio para liberarla de la carga de parte de su bolso.
Aunque colaborasen activamente en los espectáculos del circo, los niños y adolescentes no cobraban dinero directamente de su trabajo. Sus padres les mantenían con esos ingresos y les daban de comer, pero Théo no había recibido una paga como tal hasta que empezó a llevar un número propio de títeres y malabares hacía solo un par de años. No es que tuviese un gran capital - de hecho la mayoría de las veces estaba sin blanca - pero se había acostumbrado rápidamente a tener algunas monedas para invertir en sus caprichos y ahora acusaba la falta de clientela. Decidió que no estaría de más hacer unas horas extras para sacarse un sobresueldo, le encantaban los cucuruchos de castañas asadas y quería ahorrar para un abrigo nuevo.
Se vistió con lo que consideraba sus mejores galas - que no eran sino un pantalón marrón de paño grueso, un chaleco no demasiado remendado y un chaquetón algo ancho con amplios bolsillos - y se encaminó hacia el distrito comercial a la hora en que sabía que habría más bullicio. Se apoyó en un murete de piedra y aguardó fingiendo que tomaba el sol a que pasara un víctima propicia. No tardó en fijarse en una joven bien engalanada de rasgos extranjeros que parecía ir de compras. Si alguien de su edad tenía dinero para ver muebles era porque no le faltaba, así que no echaría mucho de menos perder algo de calderilla. La dejó pasar y se puso a seguirla, esperando el momento propicio para liberarla de la carga de parte de su bolso.
Théodore**- Gitano
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Fecha de inscripción : 13/12/2017
Localización : El circo
Re: · Lost Connection · Théodore
Ir de compras era una de esas cosas que, aunque adoraba hacer por placer, le resultaba tedioso cuando debía hacerlo por obligación. Su familia, en sus inicios, no había sido tan pudiente como lo era en la actualidad. Para el negocio de exportar e importar, así como para cualquier otro mercader, estudiar la competencia es algo no sólo necesario, sino imprescindible. Cuando de pequeña iba a ayudar a su padre en el negocio, recordaba haber tenido que pasar horas y horas investigando otras tiendas y almacenes con el fin de averiguar la demanda que éstos tenían, así como sus precios de venta. La calidad de los productos vendidos por los Zhang siempre había sido destacada, una de las mejores, pero al final, los países que más compraban no eran aquellos que buscaban calidad a precio justo: sino una calidad decente a un precio lo más barato posible. Así funcionaba el mundo, gastar poco era básico para aquellos que querían enriquecerse, y si bien su familia nunca había cedido a las demandas externas de forma demasiado exagerada, sí que habían tenido que amoldarse a los tiempos y las demandas cuando las ventas caían en picado. En esa época, comprar era sinónimo de trabajo, así que no le aportaba más que tedio y frustración.
Pero en aquella ocasión, lo estaba disfrutando como una niña pequeña. En cada puesto, en cada tienda, se fue topando con maravillas procedentes de todas partes del mundo. Materiales buenos y no tan buenos, productos de lujo a precio de ganga, nada se escapaba a su analítico y entrenado ojo crítico. Así, a medida que caminaba y curioseaba por las inmediaciones, se fue haciendo con todos aquellos objetos que ella sabía que merecían la pena, y que en breve adornarían su nuevo hogar. El único problema que se le planteaba ahora era saber si a su prometido le iban a gustar o no. Ese era otro de los inconvenientes que no tener una relación cercana con quien ibas a casarte aportaba. Era algo que ella habría querido evitar a toda costa, pero las circunstancias eran las que eran. Si quería ser considerada como una digna heredera, teniendo la edad que tenía y siendo una mujer, le gustara o no, necesitaba un brazo masculino a su lado, a pesar de que no fuera a cederle a nadie, ni siquiera a su esposo, la dirección de sus negocios. Sabía que con nadie estarían más seguros que con ella.
Tan distraída como estaba, incluso se olvidó de la incomodidad de antes de sentirse perseguida. Un error de principiantes, como ella misma habría dicho. Más que nada porque unos cuantos minutos después de que hubiera salido de una tienda de antigüedades donde compró una alfombra, notó el aroma de alguien pasarle cerca. Demasiado cerca. Sin embargo no fue ella quien se percató del robo, sino la señora que pasaba por su lado. Al grito de "¡al ladrón!", los guardias comenzaron a perseguir al joven, quien tenía pinta de ser un adolescente. Y varias calles más allá, consiguieron acorralarlo. Súbitamente, a la joven china se le ocurrió que necesitaba algo de aquel ladronzuelo, y de paso, se ahorraba el trago de tener que ir a declarar a la comisaría. No tenía ni tiempo ni ganas para eso.
- Por favor, deténganse. Ese joven es uno de mis sirvientes, les prometo que recibirá el castigo apropiado, pero déjenlo ir. -Al ver el aspecto elegante de la joven, aunque con cara de pocos amigos, los policías hicieron lo que se les dijo, y tras una reprimenda al chico, se marcharon. El bullicio poco a poco también se fue disipando. - ¿Y bien? Si quieres ganarte unas monedas te aconsejo que busques algo mejor que hacer. Por ejemplo, ayudarme con estas bolsas. Pesan demasiado y aún no he acabado de comprar. -Depositando su confianza en aquel chico, dejó la casi totalidad de las bolsas en el suelo frente a él, para luego quitarle el monedero de un tirón, dibujando una sonrisa divertida, echándose a andar hacia el distrito comercial indicándole con el brazo que la siguiera.
Pero en aquella ocasión, lo estaba disfrutando como una niña pequeña. En cada puesto, en cada tienda, se fue topando con maravillas procedentes de todas partes del mundo. Materiales buenos y no tan buenos, productos de lujo a precio de ganga, nada se escapaba a su analítico y entrenado ojo crítico. Así, a medida que caminaba y curioseaba por las inmediaciones, se fue haciendo con todos aquellos objetos que ella sabía que merecían la pena, y que en breve adornarían su nuevo hogar. El único problema que se le planteaba ahora era saber si a su prometido le iban a gustar o no. Ese era otro de los inconvenientes que no tener una relación cercana con quien ibas a casarte aportaba. Era algo que ella habría querido evitar a toda costa, pero las circunstancias eran las que eran. Si quería ser considerada como una digna heredera, teniendo la edad que tenía y siendo una mujer, le gustara o no, necesitaba un brazo masculino a su lado, a pesar de que no fuera a cederle a nadie, ni siquiera a su esposo, la dirección de sus negocios. Sabía que con nadie estarían más seguros que con ella.
Tan distraída como estaba, incluso se olvidó de la incomodidad de antes de sentirse perseguida. Un error de principiantes, como ella misma habría dicho. Más que nada porque unos cuantos minutos después de que hubiera salido de una tienda de antigüedades donde compró una alfombra, notó el aroma de alguien pasarle cerca. Demasiado cerca. Sin embargo no fue ella quien se percató del robo, sino la señora que pasaba por su lado. Al grito de "¡al ladrón!", los guardias comenzaron a perseguir al joven, quien tenía pinta de ser un adolescente. Y varias calles más allá, consiguieron acorralarlo. Súbitamente, a la joven china se le ocurrió que necesitaba algo de aquel ladronzuelo, y de paso, se ahorraba el trago de tener que ir a declarar a la comisaría. No tenía ni tiempo ni ganas para eso.
- Por favor, deténganse. Ese joven es uno de mis sirvientes, les prometo que recibirá el castigo apropiado, pero déjenlo ir. -Al ver el aspecto elegante de la joven, aunque con cara de pocos amigos, los policías hicieron lo que se les dijo, y tras una reprimenda al chico, se marcharon. El bullicio poco a poco también se fue disipando. - ¿Y bien? Si quieres ganarte unas monedas te aconsejo que busques algo mejor que hacer. Por ejemplo, ayudarme con estas bolsas. Pesan demasiado y aún no he acabado de comprar. -Depositando su confianza en aquel chico, dejó la casi totalidad de las bolsas en el suelo frente a él, para luego quitarle el monedero de un tirón, dibujando una sonrisa divertida, echándose a andar hacia el distrito comercial indicándole con el brazo que la siguiera.
Hui-Ying Zhang- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/10/2017
Re: · Lost Connection · Théodore
Todo parecía ir maravillosamente. La chica era muy joven - Théo calculó que tendría su misma edad - y por lo tanto suponía que estaría distraída con todas esas nimiedades que gustaban a las muchachas. Seguro que se entretenía buscando bagatelas con las que decorar su salón y se volvía descuidada, como todas las de su clase. Lo cierto es que el gitano no tenía muy buen concepto de las damas de la alta sociedad que desde la más tierna infancia ya bordaban y atendían clases de piano. Admiraba mucho más a las mozas que sabían trabajar y ganarse el pan, las que no se amedraban si tenían que arremangarse para limpiar los excrementos del elefante en el carromato del circo.
Era extraño que la joven oriental que había fijado como su presa no fuera acompañada por ningún hombre. Théo no estaba acostumbrado a ver a las mujeres manejar el dinero para algo que no fuera ir al mercado, y aunque comprar muebles fuera algo que consideraba típicamente femenino lo más corriente habría sido encontrar a su lado a un padre, un hermano o un marido solícito que se encargara de los pagos. Decidió que los extranjeros eran gente muy extravagante. Durante un tiempo la siguió dilatando su misión más de lo estrictamente necesario, solo por curiosidad. Se preguntaba si compraría para su hogar algún tapiz con un dragón dorado de largos bigotes o algún ropaje lleno de borlas y flecos. No es que estuviera muy versado en las costumbres asiáticas, pero un pariente de su padre tenía un número en la troupe que consistía en pintarse los ojos muy rasgados con carbón, ponerse una peluca con coleta falsa y lanzar puñales a una ayudante que llevaba un kimono. Era a causa de ellos que Théo tenía una visión algo distorsionada de lo que era un oriental de carne y hueso.
Quizá fue a causa de esto que se despistó un momento, pero no tuvo en cuenta que cuando finalmente se atrevió a alargar la mano en el momento propicio había una vieja al lado. Solo se percató de su presencia cuando oyó el grito, y entonces echó a correr como un gamo por entre las callejuelas. Se sintió bastante herido en su amor propio cuando apenas a un par de pasos los guardias ya le seguían los talones dado que siempre se había enorgullecido de su agilidad. En pocos minutos había dado con sus huesos en el suelo y el botín había volado. Ya sopesaba cuál era la mejor forma de dar lástima a los oficiales para no recibir un castigo mayor cuando la chica dio con una solución inesperada.
Al principio a Théo le costó un poco seguirle la corriente: primero porque le pilló por sorpresa y segundo porque tenía mucho orgullo y no quería dejarse ayudar por una mujer que además se suponía que iba a ser su víctima. No obstante al final se impuso la cordura y tuvo que levantarse, sacudirse el polvo y poner su mejor sonrisa de circunstancias para aguantar una reprimenda que sería su camino hacia la libertad. Luego miró las bolsas que ella había dejado en el suelo antes de fijar su vista en los ojos almendrados que tanto llamaban su atención. - ¿De cuánto dinero estamos hablando exactamente? - Pero la muchacha, con todo su descaro, ya se alejaba dando por hecho que el gitano le seguiría. Él podría haber salido corriendo con sus compras, pero había escarmentado por esa tarde y no quería exponerse a que los guardias le atraparan de nuevo.
Cargó como pudo con todos los bártulos maldiciendo en sus adentros y de un par de zancadas se puso a su lado. A lo mejor el decoro dictaría que caminase un poco por detrás dado que fingía ser su criado, pero los buenos modales no era algo en lo que el chico fuese pródigo. - ¿De dónde es usted? - Preguntó a bocajarro.
Era extraño que la joven oriental que había fijado como su presa no fuera acompañada por ningún hombre. Théo no estaba acostumbrado a ver a las mujeres manejar el dinero para algo que no fuera ir al mercado, y aunque comprar muebles fuera algo que consideraba típicamente femenino lo más corriente habría sido encontrar a su lado a un padre, un hermano o un marido solícito que se encargara de los pagos. Decidió que los extranjeros eran gente muy extravagante. Durante un tiempo la siguió dilatando su misión más de lo estrictamente necesario, solo por curiosidad. Se preguntaba si compraría para su hogar algún tapiz con un dragón dorado de largos bigotes o algún ropaje lleno de borlas y flecos. No es que estuviera muy versado en las costumbres asiáticas, pero un pariente de su padre tenía un número en la troupe que consistía en pintarse los ojos muy rasgados con carbón, ponerse una peluca con coleta falsa y lanzar puñales a una ayudante que llevaba un kimono. Era a causa de ellos que Théo tenía una visión algo distorsionada de lo que era un oriental de carne y hueso.
Quizá fue a causa de esto que se despistó un momento, pero no tuvo en cuenta que cuando finalmente se atrevió a alargar la mano en el momento propicio había una vieja al lado. Solo se percató de su presencia cuando oyó el grito, y entonces echó a correr como un gamo por entre las callejuelas. Se sintió bastante herido en su amor propio cuando apenas a un par de pasos los guardias ya le seguían los talones dado que siempre se había enorgullecido de su agilidad. En pocos minutos había dado con sus huesos en el suelo y el botín había volado. Ya sopesaba cuál era la mejor forma de dar lástima a los oficiales para no recibir un castigo mayor cuando la chica dio con una solución inesperada.
Al principio a Théo le costó un poco seguirle la corriente: primero porque le pilló por sorpresa y segundo porque tenía mucho orgullo y no quería dejarse ayudar por una mujer que además se suponía que iba a ser su víctima. No obstante al final se impuso la cordura y tuvo que levantarse, sacudirse el polvo y poner su mejor sonrisa de circunstancias para aguantar una reprimenda que sería su camino hacia la libertad. Luego miró las bolsas que ella había dejado en el suelo antes de fijar su vista en los ojos almendrados que tanto llamaban su atención. - ¿De cuánto dinero estamos hablando exactamente? - Pero la muchacha, con todo su descaro, ya se alejaba dando por hecho que el gitano le seguiría. Él podría haber salido corriendo con sus compras, pero había escarmentado por esa tarde y no quería exponerse a que los guardias le atraparan de nuevo.
Cargó como pudo con todos los bártulos maldiciendo en sus adentros y de un par de zancadas se puso a su lado. A lo mejor el decoro dictaría que caminase un poco por detrás dado que fingía ser su criado, pero los buenos modales no era algo en lo que el chico fuese pródigo. - ¿De dónde es usted? - Preguntó a bocajarro.
Théodore**- Gitano
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Localización : El circo
Re: · Lost Connection · Théodore
Ignoró la pregunta carcajeándose para sus adentros. Estaba segura de que de haber dicho en voz alta que el dinero a recibir dependería de sus esfuerzos, conseguiría que el muchacho saliese corriendo con sus bolsas, y la verdad, no le apetecía perseguir a nadie, y tampoco pensaba que aquel chico fuera tan mala persona como para querer ponerlo entre rejas. Si algo le había enseñado su padre era que, tender una mano a aquellos que se desvían hacia un camino malo debido a sus circunstancias resultaba beneficioso para ambas partes. Nunca se sabe las joyas que puedes pasar por alto simplemente porque éstas tienen un aspecto desaliñado. Las personas, en el fondo, eran como piedras preciosas: sólo al pulirlas un poco puedes conocer su verdadero valor. La joven siguió caminando tarareando por lo bajo. La adrenalina de casi perder su bolso -y más peligroso todavía, su documentación- la había puesto extrañamente de buen humor, y es que había muchas cosas en las que Hui-Ying era bastante excéntrica, su sentido del peligro siendo una de ellas. Muchos la habrían calificado de estúpida por confiar en alguien que hacía unos minutos había intentado robarle, pero ella lo veía como una oportunidad. Nadie mejor que él para enseñarle todo cuanto había que saber de una ciudad tan grande como aquella.
- Hmm... ¿Debería responder a la pregunta o mejor dejar que lo adivines? ¿De dónde crees que soy? -Preguntó la chica de forma divertida, dejando claro que no se sentía ni mucho menos incómoda en su presencia, y que el altercado de antes había quedado, aunque fuera parcialmente, olvidado. Dejó durante unos minutos que el muchacho sopesara su respuesta, sabiendo que aquella pregunta era bastante complicada de contestar. Sabía el motivo, y es que para todos los occidentales los orientales parecían iguales, así que era lo mismo a que un europeo le preguntase a un japonés por su procedencia. Los rasgos asiáticos eran sumamente característicos, pero pertenecían a una zona demasiado amplia, geográficamente hablando, como para que fuera sencillo identificar la procedencia exacta de alguien simplemente por su aspecto. - Vengo de China, donde Padre es ministro y Madre es consejera del emperador. -Dijo tras unos instantes de pausa, para luego encoger los hombros levemente. - Supongo que diciendo esto pensarás, "ah, con razón compra tanto, qué derrochadora", pero no creas que es así. Acabo de llegar a esta ciudad, y pienso vivir aquí en el futuro más cercano, así que necesito algunas cosas para la nueva casa, de lo contrario, estará muy vacía, ¿no crees? -A pesar de su leve acento, su forma de hablar era afable y fácilmente comprensible, o dicho de otra forma, resultaba cercana.
- Ahora que lo pienso, te he "contratado" para que trabajes para mi, y ni siquiera nos hemos presentado. Mi nombre es Hui-Ying, de la familia Zhang. ¿Cuál es tu nombre? -Preguntó la joven, deteniéndose un momento y tendiéndole la mano. El gesto resultaba especialmente gracioso teniendo en cuenta que el otro tenía las manos ocupadas y no podía estrechársela, pero eso no parecía importarle a la mujer, que se quedó parada esperando su saludo, con una expresión indescifrable. ¿En qué estaría pensando?
- Hmm... ¿Debería responder a la pregunta o mejor dejar que lo adivines? ¿De dónde crees que soy? -Preguntó la chica de forma divertida, dejando claro que no se sentía ni mucho menos incómoda en su presencia, y que el altercado de antes había quedado, aunque fuera parcialmente, olvidado. Dejó durante unos minutos que el muchacho sopesara su respuesta, sabiendo que aquella pregunta era bastante complicada de contestar. Sabía el motivo, y es que para todos los occidentales los orientales parecían iguales, así que era lo mismo a que un europeo le preguntase a un japonés por su procedencia. Los rasgos asiáticos eran sumamente característicos, pero pertenecían a una zona demasiado amplia, geográficamente hablando, como para que fuera sencillo identificar la procedencia exacta de alguien simplemente por su aspecto. - Vengo de China, donde Padre es ministro y Madre es consejera del emperador. -Dijo tras unos instantes de pausa, para luego encoger los hombros levemente. - Supongo que diciendo esto pensarás, "ah, con razón compra tanto, qué derrochadora", pero no creas que es así. Acabo de llegar a esta ciudad, y pienso vivir aquí en el futuro más cercano, así que necesito algunas cosas para la nueva casa, de lo contrario, estará muy vacía, ¿no crees? -A pesar de su leve acento, su forma de hablar era afable y fácilmente comprensible, o dicho de otra forma, resultaba cercana.
- Ahora que lo pienso, te he "contratado" para que trabajes para mi, y ni siquiera nos hemos presentado. Mi nombre es Hui-Ying, de la familia Zhang. ¿Cuál es tu nombre? -Preguntó la joven, deteniéndose un momento y tendiéndole la mano. El gesto resultaba especialmente gracioso teniendo en cuenta que el otro tenía las manos ocupadas y no podía estrechársela, pero eso no parecía importarle a la mujer, que se quedó parada esperando su saludo, con una expresión indescifrable. ¿En qué estaría pensando?
Hui-Ying Zhang- Humano Clase Alta
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