AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Enemigos acérrimos <privado>
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Enemigos acérrimos <privado>
Mi mano sujetaba la piel rasgada del cuello, la yugular asomaba ligeramente, mantenerla en el sitio tras el bocado de Guerra era costoso ciertamente.
Jadeé apoyando mi mano en ensangrentada en la pared del callejón, apenas capaz de aguantar el dolor apreté los dientes siseando a cada paso.
Luces y sombras por las calles mal iluminadas de la zona industrial de París, mis ojos se entrecerraban, los parpados pesaban demasiado y de no haber sido entrenado para aguantar el dolor, hubiera sucumbido a la tentación de dejarme vencer contra el adoquinado suelo de aquella zona desértica.
Paso renqueante, apenas era capaz de mantenerme en pie, mas lo hice decidido a llegar a lagu sitio sin saber bien porque.
Tonos marrones, oscuros y claros cuando mas o menos luz entraba por mis achinados ojos, un reguero de sangre a mi paso, me desangraba demasiado rápido y pese a ser un licantropo, las heridas no parecían estar cerrando.
Me relamí los labios resecos por el vaho blanquecino que escapaba de mi boca, estaba preparado para esto y dejarme vencer no era una opción, no cuando la venganza era mi único motor.
Ante mi, una figura oscura, silueta de mujer, extendí hacia ella la mano como si fuera mi única esperanza.
Ella se acercaba en silencio, observando al hombre que ante sus pardos pedía clemencia para un alma condenada.
Caí de rodillas sobre el adoquinado suelo, mi mano ase afianzo a los bajos de su vestido manchandolo de ríos carmesí.
-Ayuda -pedí antes de que mis ojos se cerraran por completo y mis dedos cedieron sintiendo resbalar la tela entre ellos.
En una semiinconsciencia noté como tiraba de mi alzándome, mi brazo por encima de sus hombros, pero yo era demasiado pesado para sustentar mi cuerpo, así que aunque lo intentaba, retranqueamos ambos por las silenciosas calles.
-Gracias -jadeé extenuado volviendo a perder la consciencia entre sus brazos.
Jadeé apoyando mi mano en ensangrentada en la pared del callejón, apenas capaz de aguantar el dolor apreté los dientes siseando a cada paso.
Luces y sombras por las calles mal iluminadas de la zona industrial de París, mis ojos se entrecerraban, los parpados pesaban demasiado y de no haber sido entrenado para aguantar el dolor, hubiera sucumbido a la tentación de dejarme vencer contra el adoquinado suelo de aquella zona desértica.
Paso renqueante, apenas era capaz de mantenerme en pie, mas lo hice decidido a llegar a lagu sitio sin saber bien porque.
Tonos marrones, oscuros y claros cuando mas o menos luz entraba por mis achinados ojos, un reguero de sangre a mi paso, me desangraba demasiado rápido y pese a ser un licantropo, las heridas no parecían estar cerrando.
Me relamí los labios resecos por el vaho blanquecino que escapaba de mi boca, estaba preparado para esto y dejarme vencer no era una opción, no cuando la venganza era mi único motor.
Ante mi, una figura oscura, silueta de mujer, extendí hacia ella la mano como si fuera mi única esperanza.
Ella se acercaba en silencio, observando al hombre que ante sus pardos pedía clemencia para un alma condenada.
Caí de rodillas sobre el adoquinado suelo, mi mano ase afianzo a los bajos de su vestido manchandolo de ríos carmesí.
-Ayuda -pedí antes de que mis ojos se cerraran por completo y mis dedos cedieron sintiendo resbalar la tela entre ellos.
En una semiinconsciencia noté como tiraba de mi alzándome, mi brazo por encima de sus hombros, pero yo era demasiado pesado para sustentar mi cuerpo, así que aunque lo intentaba, retranqueamos ambos por las silenciosas calles.
-Gracias -jadeé extenuado volviendo a perder la consciencia entre sus brazos.
Garion- Condenado/Licántropo/Clase Alta
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 28/11/2017
Re: Enemigos acérrimos <privado>
Como todas las noches tras el ocaso, cuando el sol se ponía y el manto celestial se teñía oscuro, Deborah ensilló su corcel azabache y partió de su hogar en función de llevar a cabo la labor que por naturaleza le correspondía. A raudo galope la bestia y su jinete cabalgaron hacia la zona industrial en la periferia de la capital, donde un clan de destripadores, asentados como un nido de ratas en una fábrica abandonaba, mediante compulsiones, atraían mundanos de la clase más baja hasta su asquerosa morada. Eran astutos, su nicho era gente olvidada por la sociedad, personas que nadie extrañaría en caso desaparecer y, por ende, servían el propósito a la perfección. Aquellos inmortales no bebían sangre únicamente para subsistir sino por eran adictos a ella, a su sabor, su aroma, e incluso, a la idea del vital elixir circulando presuroso y caliente en la vena; eran esclavos del hambre y precisamente, esta se convertiría en su perdición.
El trabajo fue bastante sencillo.
Una vez llegó a su destino, ingresó sin precaución alguna y recitó un hechizo que creó una barrera invisible alrededor de la gigantesca bodega, una que ninguno cuya sangre estuviese tiznada de magia podría cruzar, incluyéndose a sí misma. ¿Qué podía decir? Encontraba regocijo en la adrenalina. Una sutil y casi imperceptible sonrisa le curvó los labios cuando las miradas de las sanguijuelas, teñidas en carmín y opacas por la desmesurara necesidad de sangre que les resecaba el gaznate, se relamieron ante la fragancia del ferroso néctar que palpitaba provocador bajo su piel.
No le tomó por sorpresa que los vampiros se lanzaran con prisa en busca de su yugular, después de todo, ella era el hambre y por ende la representación figurativa de lo que a toda criatura apetecía. Uno de ellos alcanzó a perforarle la piel con sus colmillos, a pegarse a su cuello cual parásito, ansioso del delicioso plasma en sus vasos sanguíneos. Deborah permaneció inmóvil si no se le diera nada y repentinamente, el inmortal retrocedió tambaleante, escupiendo a borbotones toda la sangre consumida, ahogándose con ella mientras le quemaba las entrañas hasta convertirlo en una pila ardiente de cenizas.
Los demás vampiros se detuvieron en seco. La observaron horrorizados y tras alcanzar una epifanía de que era ella un enemigo que no tenían el poder de derrotar, procedieron con prisa a la huida… Vaya sorpresa se llevaron cuando no pudieron salir. In dei nomine, excutit fame, quod corrumpit anima eius creatura. Tan pronto como el conjuro fue lanzado y su influjo alcanzó a las bestias, sólo tomó un instante para que los hijos de la noche se persiguieran hasta arrancarse la cabeza entre ellos mismos sólo por un trago de sangre como un grupo de caníbales sedientos.
Cuando sólo quedó uno en pie, Deborah le licuó el corazón con un chasquido de dedos y, tras asegurarse de que los humanos esclavizados se largaran de allí con la advertencia de vivir una vida regida por los mandamientos del padre omnipotente, procedió a revertir el hechizo que le impedía la salida y se dispuso a partir de vuelta a casa. No muy lejos llegó pues, tan pronto como se dispuso a montar su corcel, con el rabillo del ojo captó la figurilla de un hombre que se arrastraba moribundo pidiendo auxilio.
A paso cadencioso y receloso, la hechicera se acercó al desahuciado, cuya aura reconoció como la de un licántropo. Ladeó la cabeza contemplándolo con los ojos entrecerrados a uno o dos metros de distancia mientras, el hombre, en un último esfuerzo, atrapó la falda de su vestido justo antes de desfallecer a sus pies, balbuceando por clemencia. La castaña se inclinó y alcanzó el rostro del lobo, sujetándolo por la mandíbula para darle un mejor vistazo a él y a la profunda herida que llevaba en el cuello. Su mejor suposición fue que aquella lesión había sido causada por uno de la misma especie de aquella criatura.
Su mano se deslizó hacia la mejilla del hombre. Apretó los párpados — Revelat fame, quod ruminat in anima — Susurró reiteradas veces, tomando una lectura de la esencia de aquel infausto lobo que con tanto ahínco se aferraba a la vida. Más de un pecado corroía el alma del hijo de la luna, a través de su tacto alcanzaba a percibir una terrible ira que anidaba y se removía con violencia en el corazón de la bestia, una que complementaba un hambre voraz de reconocimiento y venganza.
Honestamente, la primera idea que le cruzó la mente fue acabar con la miseria de aquel individuo y darle muerte… y a punto estuvo de concretarlo, de no ser por que pensó en su hermano y el execrable yerro que encontró forma en la fusión de sus cuerpos. Suspiró. Había buscado absolución llevando a cabo su labor, castigando seres y actos impíos que como plaga se esparcían sobre la creación del padre celestial; sin embargo, ¿qué tal si el indulto de su pecado no residía en la pena sino en el perdón? Si la voluntad de Dios fuese que aquel hombre pereciera, probablemente no lo hubiese colocado en su camino.
Sin cavilarlo otro instante, Deborah colocó su cuerpo bajo en brazo del licántropo y sirviéndole de apoyo, lo guio hasta su caballo. Del cuello de la bestia el líquido escarlata se escapaba escandaloso; él jadeaba, las piernas le flaqueaban y aunque fue todo un esfuerzo ayudarlo a montar la cabalgadura, cuando finalmente su cuerpo reposó sobre el del animal, ella tomó las riendas y emprendió camino hacia una posada.
Utilizando de su dominio oscuro sobre el posadero, la hechicera le ordenó la mejor habitación, así como la tarea de conseguir los utensilios necesarios para coser la herida del lobo: hilo, una aguja, un recipiente con agua y una toalla pequeña para limpiar el exceso de sangre que a este se le escapaba de la vena. Era consciente de la naturaleza del hombre que agonizaba entre sus brazos, mas como el tarascazo no parecía sanar por su cuenta, supuso que necesitaría un poco de ayuda.
Una vez el dueño del hospedaje colaboró a trasladar al herido hasta el lecho y le alcanzó los materiales solicitados, ya sin más que hacer allí se retiró del cuarto. Deborah remojó la toalla entre el agua del cuenco, limpió el exceso de sangre que le impedía visibilidad de la herida y tras esterilizar la aguja con la llama de una vela, procedió a suturar la dermis lastimada. El lobo jadeaba, se quejaba y se removía inquieto impidiéndole realizar correctamente el procedimiento, así que Deborah, ligeramente exasperada, susurró un encantamiento contra los labios de la bestia, permitiendo que el aliento cálido de su boca calara en la ajena, en un suspiro que lo forzó a perder el conocimiento. Tan pronto como el hijo de la luna recayó calmo en los brazos de Morfeo, ella retomó su labor de inmediato.
Un poco más de una hora le llevó zurcir por completo la piel rasgada, era una herida grande y aunque su padre le había enseñado a coser, nunca fue muy diestra en la labor, por lo que la costura en el cuello del hombre no quedó perfecta. Se encogió de hombros contemplando silente su obra, no había mucho más que pudiese hacer y, a decir verdad, nunca en su existencia mundana había puesto semejante esfuerzo en otro que no fuera ella misma o su familia.
Se contempló. Tanto sus ropas como su cuerpo estaban empapados en sangre; bien pudo partir así a su hogar, mas supuso que entonces el camino habría sido bastante incómodo. Asomándose por la puerta, la castaña llamó al posadero y esta vez le ordenó traerle una toalla y un nuevo vestido, mandato que, sin réplica y de inmediato, el pobre mundano se dispuso a cumplir.
Ya con lo solicitado entre sus manos, aprovechando el estado de inconsciencia del lobo, la castaña se desnudó e ingresó en la bañera, sumergiéndose en el agua tibia para fregar la sangre seca en su piel… la verdad, no guardaba la más remota intención de continuar allí cuando el lobo recuperara la lucidez.
El trabajo fue bastante sencillo.
Una vez llegó a su destino, ingresó sin precaución alguna y recitó un hechizo que creó una barrera invisible alrededor de la gigantesca bodega, una que ninguno cuya sangre estuviese tiznada de magia podría cruzar, incluyéndose a sí misma. ¿Qué podía decir? Encontraba regocijo en la adrenalina. Una sutil y casi imperceptible sonrisa le curvó los labios cuando las miradas de las sanguijuelas, teñidas en carmín y opacas por la desmesurara necesidad de sangre que les resecaba el gaznate, se relamieron ante la fragancia del ferroso néctar que palpitaba provocador bajo su piel.
No le tomó por sorpresa que los vampiros se lanzaran con prisa en busca de su yugular, después de todo, ella era el hambre y por ende la representación figurativa de lo que a toda criatura apetecía. Uno de ellos alcanzó a perforarle la piel con sus colmillos, a pegarse a su cuello cual parásito, ansioso del delicioso plasma en sus vasos sanguíneos. Deborah permaneció inmóvil si no se le diera nada y repentinamente, el inmortal retrocedió tambaleante, escupiendo a borbotones toda la sangre consumida, ahogándose con ella mientras le quemaba las entrañas hasta convertirlo en una pila ardiente de cenizas.
Los demás vampiros se detuvieron en seco. La observaron horrorizados y tras alcanzar una epifanía de que era ella un enemigo que no tenían el poder de derrotar, procedieron con prisa a la huida… Vaya sorpresa se llevaron cuando no pudieron salir. In dei nomine, excutit fame, quod corrumpit anima eius creatura. Tan pronto como el conjuro fue lanzado y su influjo alcanzó a las bestias, sólo tomó un instante para que los hijos de la noche se persiguieran hasta arrancarse la cabeza entre ellos mismos sólo por un trago de sangre como un grupo de caníbales sedientos.
Cuando sólo quedó uno en pie, Deborah le licuó el corazón con un chasquido de dedos y, tras asegurarse de que los humanos esclavizados se largaran de allí con la advertencia de vivir una vida regida por los mandamientos del padre omnipotente, procedió a revertir el hechizo que le impedía la salida y se dispuso a partir de vuelta a casa. No muy lejos llegó pues, tan pronto como se dispuso a montar su corcel, con el rabillo del ojo captó la figurilla de un hombre que se arrastraba moribundo pidiendo auxilio.
A paso cadencioso y receloso, la hechicera se acercó al desahuciado, cuya aura reconoció como la de un licántropo. Ladeó la cabeza contemplándolo con los ojos entrecerrados a uno o dos metros de distancia mientras, el hombre, en un último esfuerzo, atrapó la falda de su vestido justo antes de desfallecer a sus pies, balbuceando por clemencia. La castaña se inclinó y alcanzó el rostro del lobo, sujetándolo por la mandíbula para darle un mejor vistazo a él y a la profunda herida que llevaba en el cuello. Su mejor suposición fue que aquella lesión había sido causada por uno de la misma especie de aquella criatura.
Su mano se deslizó hacia la mejilla del hombre. Apretó los párpados — Revelat fame, quod ruminat in anima — Susurró reiteradas veces, tomando una lectura de la esencia de aquel infausto lobo que con tanto ahínco se aferraba a la vida. Más de un pecado corroía el alma del hijo de la luna, a través de su tacto alcanzaba a percibir una terrible ira que anidaba y se removía con violencia en el corazón de la bestia, una que complementaba un hambre voraz de reconocimiento y venganza.
Honestamente, la primera idea que le cruzó la mente fue acabar con la miseria de aquel individuo y darle muerte… y a punto estuvo de concretarlo, de no ser por que pensó en su hermano y el execrable yerro que encontró forma en la fusión de sus cuerpos. Suspiró. Había buscado absolución llevando a cabo su labor, castigando seres y actos impíos que como plaga se esparcían sobre la creación del padre celestial; sin embargo, ¿qué tal si el indulto de su pecado no residía en la pena sino en el perdón? Si la voluntad de Dios fuese que aquel hombre pereciera, probablemente no lo hubiese colocado en su camino.
Sin cavilarlo otro instante, Deborah colocó su cuerpo bajo en brazo del licántropo y sirviéndole de apoyo, lo guio hasta su caballo. Del cuello de la bestia el líquido escarlata se escapaba escandaloso; él jadeaba, las piernas le flaqueaban y aunque fue todo un esfuerzo ayudarlo a montar la cabalgadura, cuando finalmente su cuerpo reposó sobre el del animal, ella tomó las riendas y emprendió camino hacia una posada.
Utilizando de su dominio oscuro sobre el posadero, la hechicera le ordenó la mejor habitación, así como la tarea de conseguir los utensilios necesarios para coser la herida del lobo: hilo, una aguja, un recipiente con agua y una toalla pequeña para limpiar el exceso de sangre que a este se le escapaba de la vena. Era consciente de la naturaleza del hombre que agonizaba entre sus brazos, mas como el tarascazo no parecía sanar por su cuenta, supuso que necesitaría un poco de ayuda.
Una vez el dueño del hospedaje colaboró a trasladar al herido hasta el lecho y le alcanzó los materiales solicitados, ya sin más que hacer allí se retiró del cuarto. Deborah remojó la toalla entre el agua del cuenco, limpió el exceso de sangre que le impedía visibilidad de la herida y tras esterilizar la aguja con la llama de una vela, procedió a suturar la dermis lastimada. El lobo jadeaba, se quejaba y se removía inquieto impidiéndole realizar correctamente el procedimiento, así que Deborah, ligeramente exasperada, susurró un encantamiento contra los labios de la bestia, permitiendo que el aliento cálido de su boca calara en la ajena, en un suspiro que lo forzó a perder el conocimiento. Tan pronto como el hijo de la luna recayó calmo en los brazos de Morfeo, ella retomó su labor de inmediato.
Un poco más de una hora le llevó zurcir por completo la piel rasgada, era una herida grande y aunque su padre le había enseñado a coser, nunca fue muy diestra en la labor, por lo que la costura en el cuello del hombre no quedó perfecta. Se encogió de hombros contemplando silente su obra, no había mucho más que pudiese hacer y, a decir verdad, nunca en su existencia mundana había puesto semejante esfuerzo en otro que no fuera ella misma o su familia.
Se contempló. Tanto sus ropas como su cuerpo estaban empapados en sangre; bien pudo partir así a su hogar, mas supuso que entonces el camino habría sido bastante incómodo. Asomándose por la puerta, la castaña llamó al posadero y esta vez le ordenó traerle una toalla y un nuevo vestido, mandato que, sin réplica y de inmediato, el pobre mundano se dispuso a cumplir.
Ya con lo solicitado entre sus manos, aprovechando el estado de inconsciencia del lobo, la castaña se desnudó e ingresó en la bañera, sumergiéndose en el agua tibia para fregar la sangre seca en su piel… la verdad, no guardaba la más remota intención de continuar allí cuando el lobo recuperara la lucidez.
Deborah- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 16/11/2017
Re: Enemigos acérrimos <privado>
Abrí los ojos despacio, me costaba mantenerlos abiertos, mis labios resecos entreabiertos suplicaban algo de agua. Me sentía débil, mareado, como si estuviera en un barco con mar picado o preso de una buena borrachera.
Llevé mi mano al cuello, notaba las burdas suturas recién hechas, mas no fue solo eso lo que me puso alerta, si no el sonido en la habitación contigua.
Miré a mi alrededor, un motel de mala muerte por las dimensiones y la decoración de aquella habitación, allí me había llevado posiblemente la dama que me encontró.
Apreté los dientes incorporando mi torso, gruñí preso del dolor hasta que logré posar los pies en el suelo.
Apenas podía mantenerme en pie, pero aun así lo intenté, me alcé dando un paso tras otro descalzo por aquel suelo enmoquetado y lleno de quemazos de colillas.
Abrí la puerta del baño tambaleándome, las sombras marrones se difuminaban ante mis ojos incapaces de enfocar nada.
¿Donde estoy? -pregunté trastabillando hasta caer de rodillas sobre el húmedo suelo jadeando por el esfuerzo.
Escuché como el agua se movía, gruñí con los ojos ámbar, frustrado por sentirme tan débil.
-Eres una bruja -dije en ese instante en el que percibí su aura.
Reculé hacia atrás mostrandole los dientes desafiante.
Mi labio superior se arrugó, mis ojos centelleaban en un amarillo radiactivo sin lograr centrar en ella mi mirada.
La puerta fue golpeada, servicio de habitaciones, pero mas bien olía a camello, algo que no era de extrañar dado la pensión a la que me había llevado.
Ladeé la sonrisa de forma engreída.
-¿drogas? ¿que pensabas hacerme bruja? -pregunté con mis zarpas fuera mientras poco a poco me iba centrando en aquella mujer que salia de la tina.
Una morena impresionante, con curvas de escándalo, unos labios dignos del pecado y unos pardos que eran capaz de desarmar a mas de uno.
-No te mataré porque has salvado mi vida -dije llevando mi mano al cuello donde ella había cosido mi herida -vete y fingiré no haberte visto jamas. Favor con favor se paga.
Llevé mi mano al cuello, notaba las burdas suturas recién hechas, mas no fue solo eso lo que me puso alerta, si no el sonido en la habitación contigua.
Miré a mi alrededor, un motel de mala muerte por las dimensiones y la decoración de aquella habitación, allí me había llevado posiblemente la dama que me encontró.
Apreté los dientes incorporando mi torso, gruñí preso del dolor hasta que logré posar los pies en el suelo.
Apenas podía mantenerme en pie, pero aun así lo intenté, me alcé dando un paso tras otro descalzo por aquel suelo enmoquetado y lleno de quemazos de colillas.
Abrí la puerta del baño tambaleándome, las sombras marrones se difuminaban ante mis ojos incapaces de enfocar nada.
¿Donde estoy? -pregunté trastabillando hasta caer de rodillas sobre el húmedo suelo jadeando por el esfuerzo.
Escuché como el agua se movía, gruñí con los ojos ámbar, frustrado por sentirme tan débil.
-Eres una bruja -dije en ese instante en el que percibí su aura.
Reculé hacia atrás mostrandole los dientes desafiante.
Mi labio superior se arrugó, mis ojos centelleaban en un amarillo radiactivo sin lograr centrar en ella mi mirada.
La puerta fue golpeada, servicio de habitaciones, pero mas bien olía a camello, algo que no era de extrañar dado la pensión a la que me había llevado.
Ladeé la sonrisa de forma engreída.
-¿drogas? ¿que pensabas hacerme bruja? -pregunté con mis zarpas fuera mientras poco a poco me iba centrando en aquella mujer que salia de la tina.
Una morena impresionante, con curvas de escándalo, unos labios dignos del pecado y unos pardos que eran capaz de desarmar a mas de uno.
-No te mataré porque has salvado mi vida -dije llevando mi mano al cuello donde ella había cosido mi herida -vete y fingiré no haberte visto jamas. Favor con favor se paga.
Garion- Condenado/Licántropo/Clase Alta
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 28/11/2017
Re: Enemigos acérrimos <privado>
Sumergida entre las tibias aguas de aquella tina reposó Deborah por un par de minutos, refregando delicadamente su cuerpo con una esponja, limpiando los residuos del elixir que teñía carmesí su piel canela, tinturando el incoloro líquido de un tono rosáceo. Una vez terminó de acicalarse, recostó la cabeza en el borde de la tina y con la mirada perdida en el techo trató de dar forma a las manchas que, a causa del descuido y la humedad, habían aparecido en puntos aleatorios, tiznando amarillenta la pintura que alguna vez fue blanca, mas para entonces se había tornado gris. Hizo un mohín de asco; probablemente se daría otro baño en casa, uno que incluyera un espacio higiénico, jabones de aromas frutales, burbujas y algún aromatizante dulce. Suspiró. Por lo menos no tendría que aguantar el camino de vuelta empapada en la sangre de aquel hijo de la luna, Armagedon y Guerra poseían un olfato agudo y, a decir verdad, no cargaba ánimos de brindar explicaciones.
Fue entonces cuando escuchó la puerta abriéndose de par en par en un chirrido que delataba la antigüedad de la madera. Deborah no se inmuto, limitándose a observar de reojo a la tambaleante figurilla que cruzaba el umbral. Al parecer su pequeño caso de caridad había despabilado del hechizo que lo colocó entre los brazos de Morfeo. Rodó los ojos ligeramente exasperada, no se suponía que despertara mientras ella continuara allí, el encantamiento que había recitado debía de haberle dejado inconsciente por al menos un par de horas. Quizá el lobo era más resistente de lo que aparentaba.
— Estás en un hostal de mala muerte — Respondió ella con sinceridad, apuntando lo evidente, sin moverse un centímetro de su posición — y estás vivo, de nada.
Al sumergirse entre el contenido de la tina este se había desbordado considerablemente, humedeciendo las baldosas del baño, por lo que no fue una sorpresa cuando el licántropo, visiblemente débil, balanceando el peso de su cuerpo de un lado a otro, cayó de rodillas al suelo. La hechicera giró el cuello en dirección al hombre, hincado a unos pasos de ella, enfrentando sus astronómicos orbes a esas gigantas rojas que la observaban con fiereza. Ladeó la sonrisa.
— ¿Drogas? — Repitió ella la indagación, frunciendo el entrecejo en una mueca de confusión — Yo lo llamaría pérdida de sangre, lobo. Te he brindado la ayuda que me suplicaste, deberías mostrarme agradecimiento.
El lobo le gruñó, escupiendo una insolente advertencia, aseguró que la única razón por la que indultaba la vida era porque ella había salvado la de él. En cualquier otra ocasión se hubiese visto obligada a hacer un esfuerzo enorme por no estallar en carcajadas, mas en ese instante permaneció con semblante pétreo, sin obsequiarle a su airado interlocutor una sola pizca de emoción. Los últimos días fueron duros: rompió su primer sello y rastreó sin éxito la daga de la verdad, una de los doce reliquias sagradas que le ayudarían a ella y a los demás jinetes a llevar el apocalipsis a la tierra; las relaciones de sus hermanos le habían colmado la paciencia y lo cierto era que estaba bastante cabreada como para admitir que tan insignificante criatura se dirigiera a ella con ese tono altanero.
Deborah se puso en pie, observando al lobo en contrapicado como si se tratase de una vil hormiga. Miles de gotas se deslizaron por su dermis tostada, descendiendo gráciles por sus montañas, sus declives y sus curvas. Con evidente dificultad las esferas áureas del lobo se centraron en ella y aunque este intentó mantenerlas fijas en sus oscuras constelaciones, pudo apreciar cuando se deslizaron por la geografía de su corporeidad.
Sin decir palabra, la morena salió de la bañera y en su máxima expresión de desnudez caminó cadenciosa en dirección al licano, tomándolo por la mandíbula para asegurarse de que fijara la vista en sus tempestades.
— Esa es una enunciación bastante osada para quien a penas puede mantenerse en pie — declaró con poca emoción, soltando el agarre y dándole un empujón con la mano que lo hizo caer de espaldas. Firme Deborah le colocó uno de sus pies en el pecho, haciendo presión sobre este. — No estás libre de pecado… la próxima vez que me hables así, te mataré yo misma — Advirtió en inflexión siniestra.
Una vez finalizó su discurso siguió de largo su camino hasta la habitación, procediendo a vestirse con rapidez. Si le dijo algo lo ignoró por completo. El hijo de la luna estaba tan falto de fuerzas que aún luchaba contra la pesadez de su cuerpo en un triste intento por levantarse. La castaña únicamente se volvió a él cuando estuvo lista para partir.
— Si yo fuera tú me arrastraría hasta la cama e intentaría descansar. Mi hermano comparte tu misma naturaleza, he cosido sus heridas un par de veces, sabrás cuando retirar la sutura — Le informó a la criatura que se removía en el suelo, rugiendo entre dientes — Trata de no morir.
Tras darse media vuelta Deborah se dirigió a la salida, no tenía más qué hacer allí; sin embargo, se llevó un susto de muerte, cuando, al girar la perilla, encontró a Guerra plantado tras el umbral.
Fue entonces cuando escuchó la puerta abriéndose de par en par en un chirrido que delataba la antigüedad de la madera. Deborah no se inmuto, limitándose a observar de reojo a la tambaleante figurilla que cruzaba el umbral. Al parecer su pequeño caso de caridad había despabilado del hechizo que lo colocó entre los brazos de Morfeo. Rodó los ojos ligeramente exasperada, no se suponía que despertara mientras ella continuara allí, el encantamiento que había recitado debía de haberle dejado inconsciente por al menos un par de horas. Quizá el lobo era más resistente de lo que aparentaba.
— Estás en un hostal de mala muerte — Respondió ella con sinceridad, apuntando lo evidente, sin moverse un centímetro de su posición — y estás vivo, de nada.
Al sumergirse entre el contenido de la tina este se había desbordado considerablemente, humedeciendo las baldosas del baño, por lo que no fue una sorpresa cuando el licántropo, visiblemente débil, balanceando el peso de su cuerpo de un lado a otro, cayó de rodillas al suelo. La hechicera giró el cuello en dirección al hombre, hincado a unos pasos de ella, enfrentando sus astronómicos orbes a esas gigantas rojas que la observaban con fiereza. Ladeó la sonrisa.
— ¿Drogas? — Repitió ella la indagación, frunciendo el entrecejo en una mueca de confusión — Yo lo llamaría pérdida de sangre, lobo. Te he brindado la ayuda que me suplicaste, deberías mostrarme agradecimiento.
El lobo le gruñó, escupiendo una insolente advertencia, aseguró que la única razón por la que indultaba la vida era porque ella había salvado la de él. En cualquier otra ocasión se hubiese visto obligada a hacer un esfuerzo enorme por no estallar en carcajadas, mas en ese instante permaneció con semblante pétreo, sin obsequiarle a su airado interlocutor una sola pizca de emoción. Los últimos días fueron duros: rompió su primer sello y rastreó sin éxito la daga de la verdad, una de los doce reliquias sagradas que le ayudarían a ella y a los demás jinetes a llevar el apocalipsis a la tierra; las relaciones de sus hermanos le habían colmado la paciencia y lo cierto era que estaba bastante cabreada como para admitir que tan insignificante criatura se dirigiera a ella con ese tono altanero.
Deborah se puso en pie, observando al lobo en contrapicado como si se tratase de una vil hormiga. Miles de gotas se deslizaron por su dermis tostada, descendiendo gráciles por sus montañas, sus declives y sus curvas. Con evidente dificultad las esferas áureas del lobo se centraron en ella y aunque este intentó mantenerlas fijas en sus oscuras constelaciones, pudo apreciar cuando se deslizaron por la geografía de su corporeidad.
Sin decir palabra, la morena salió de la bañera y en su máxima expresión de desnudez caminó cadenciosa en dirección al licano, tomándolo por la mandíbula para asegurarse de que fijara la vista en sus tempestades.
— Esa es una enunciación bastante osada para quien a penas puede mantenerse en pie — declaró con poca emoción, soltando el agarre y dándole un empujón con la mano que lo hizo caer de espaldas. Firme Deborah le colocó uno de sus pies en el pecho, haciendo presión sobre este. — No estás libre de pecado… la próxima vez que me hables así, te mataré yo misma — Advirtió en inflexión siniestra.
Una vez finalizó su discurso siguió de largo su camino hasta la habitación, procediendo a vestirse con rapidez. Si le dijo algo lo ignoró por completo. El hijo de la luna estaba tan falto de fuerzas que aún luchaba contra la pesadez de su cuerpo en un triste intento por levantarse. La castaña únicamente se volvió a él cuando estuvo lista para partir.
— Si yo fuera tú me arrastraría hasta la cama e intentaría descansar. Mi hermano comparte tu misma naturaleza, he cosido sus heridas un par de veces, sabrás cuando retirar la sutura — Le informó a la criatura que se removía en el suelo, rugiendo entre dientes — Trata de no morir.
Tras darse media vuelta Deborah se dirigió a la salida, no tenía más qué hacer allí; sin embargo, se llevó un susto de muerte, cuando, al girar la perilla, encontró a Guerra plantado tras el umbral.
Deborah- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 16/11/2017
Re: Enemigos acérrimos <privado>
Aquella bruja de semblante pétreo y cuerpo curvilíneo se atrevió a desafiarme como si solo fuera un incauto cachorro y no un peligroso licano. Claro, que no era de mi eso lo que debía de temer, si no mi pertenencia a la santa inquisición, descendía de una familia poderosa, hombres que habían consagrado su vida a nuestro señor y su obra.
No le faltó razón al decirme con su pie puesto en mi pecho que no estaba libre de pecado, la maldición que llevaba en mis entrañas solo era la lacra que ensuciaba mi apellido, que me reducía a la nada, odiaba a los seres sobrenaturales tanto como a la sangre que corrompida de pecado danzaba enérgica por mis venas.
Gruñí mostrando la esencia de mi naturaleza, no pretendía seguirla, ni detener su huida, no estaba en condiciones de alzarme del suelo y como le había dicho antes, pagaba mis deudas de juego, ella salvó mi vida, que menos que yo hacer en esta ocasión lo mismo, peor si la noche volvía a enfrentarnos, la decapitaría sin dudarlo.
Cerré los ojos apoyando mi cabeza en la pared, mis labios entreabiertos expulsaban con dificultad el aire, maltrecho, con mi yugular abierta en canal apenas era capaz de seguir el ritmo de mis propios pensamientos, todo me daba vueltas, mi visión nublada no me permitía discernir donde me encontraba y lagunas oscuras de actos pasados se abrían en mi mente acallando el dolor de las heridas sumiéndome a un estado de semiinconsciencia necesitado.
Mas fue entonces cuando mis sentidos captaron su olor, entre mil y un enemigos el de “guerra” despuntaba, pues el me convirtió en esta bestia, él era mi némesis y juraba ante dios que le daría muerte, solo así expiaría mi culpa, después, la santa inquisición podría darme paz abocándome a las llamas.
Sacando fuerzas de flaqueza logré alzarme, apretaba los dientes, la sangre volvía a fluir de los punto que con el sobre-esfuerzo y todavía estando tiernos se habían abierto.
¿Venia a rematarme? No iba a ponérselo tan fácil.
Tambaleándome salí del baño, nuestros ámbar se encontraron hasta centellear en un amarillo radioactivo.
Guerra furibundo trataba de hacer a esa hechicera a un lado, “hermana” la llamaba, de traición hablaba, y entonces comprendí quien era ella, la abominación que mi tío había creado por venganza, los falsos jinetes que se habían tragado una patraña pero que ahora se habían convertido en el mayor peligro para la humanidad jamas conocido.
-Hermana, apártate -rugía Guerra -es Garion.
Podía ver como en su mirada había dolor, rabia e ira. Algo me decía que no era en si por mi presencia, si no por lo desconcertado que se sentía de verla conmigo, disfruté de ese isntante.
-Se ha empleado a fondo por sanar mis heridas, tiene unas manso delicadas -dije con la voz entrecortada solo para ganarle esta batalla. Necesitaba ofuscarlo tanto que no pensara, solo eso podría darme cierta ventaja.
-¡Cállate hijo de puta! -rugía empujando a su hermana a un lado dispuesto a abalanzarse contra mi con saña.
Acababa de dar con el talón de Aquíles de Guerra y pensaba aprovecharlo.
No le faltó razón al decirme con su pie puesto en mi pecho que no estaba libre de pecado, la maldición que llevaba en mis entrañas solo era la lacra que ensuciaba mi apellido, que me reducía a la nada, odiaba a los seres sobrenaturales tanto como a la sangre que corrompida de pecado danzaba enérgica por mis venas.
Gruñí mostrando la esencia de mi naturaleza, no pretendía seguirla, ni detener su huida, no estaba en condiciones de alzarme del suelo y como le había dicho antes, pagaba mis deudas de juego, ella salvó mi vida, que menos que yo hacer en esta ocasión lo mismo, peor si la noche volvía a enfrentarnos, la decapitaría sin dudarlo.
Cerré los ojos apoyando mi cabeza en la pared, mis labios entreabiertos expulsaban con dificultad el aire, maltrecho, con mi yugular abierta en canal apenas era capaz de seguir el ritmo de mis propios pensamientos, todo me daba vueltas, mi visión nublada no me permitía discernir donde me encontraba y lagunas oscuras de actos pasados se abrían en mi mente acallando el dolor de las heridas sumiéndome a un estado de semiinconsciencia necesitado.
Mas fue entonces cuando mis sentidos captaron su olor, entre mil y un enemigos el de “guerra” despuntaba, pues el me convirtió en esta bestia, él era mi némesis y juraba ante dios que le daría muerte, solo así expiaría mi culpa, después, la santa inquisición podría darme paz abocándome a las llamas.
Sacando fuerzas de flaqueza logré alzarme, apretaba los dientes, la sangre volvía a fluir de los punto que con el sobre-esfuerzo y todavía estando tiernos se habían abierto.
¿Venia a rematarme? No iba a ponérselo tan fácil.
Tambaleándome salí del baño, nuestros ámbar se encontraron hasta centellear en un amarillo radioactivo.
Guerra furibundo trataba de hacer a esa hechicera a un lado, “hermana” la llamaba, de traición hablaba, y entonces comprendí quien era ella, la abominación que mi tío había creado por venganza, los falsos jinetes que se habían tragado una patraña pero que ahora se habían convertido en el mayor peligro para la humanidad jamas conocido.
-Hermana, apártate -rugía Guerra -es Garion.
Podía ver como en su mirada había dolor, rabia e ira. Algo me decía que no era en si por mi presencia, si no por lo desconcertado que se sentía de verla conmigo, disfruté de ese isntante.
-Se ha empleado a fondo por sanar mis heridas, tiene unas manso delicadas -dije con la voz entrecortada solo para ganarle esta batalla. Necesitaba ofuscarlo tanto que no pensara, solo eso podría darme cierta ventaja.
-¡Cállate hijo de puta! -rugía empujando a su hermana a un lado dispuesto a abalanzarse contra mi con saña.
Acababa de dar con el talón de Aquíles de Guerra y pensaba aprovecharlo.
Garion- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/11/2017
Re: Enemigos acérrimos <privado>
La esencia de Guerra no escuchaba razones pues resguardaba una naturaleza infernal, impetuosa y devastadora que le hacía víctima de su propio instinto. Actuar primero y hacer preguntas después, esa era la forma de su hermano. Deborah dio un pequeño respingo, frunciendo las facciones en un gesto de confusión al encontrárselo de frente al otro lado del umbral. Él, por su parte, se limitó a examinarle con esas inquisitivas orbes argentadas, tan brillantes e incisivas como la espada que guardaba en el cinto.
No era necesario que dijera palabra, las intenciones del lobo estaban escritas en esos mares que, violentos, en ella se posaban. Guerra se inclinó hacia ella, olfateándola en busca de respuesta; no obstante, había estado él tan empecinado en encontrarla que, al centrar la atención en su aroma, llegó a pasar por alto los demás, mas tan pronto como las fosas nasales del lobo captaron el olor del otro que compartía la maldición de la luna, los faros de su hermano se encendieron en ámbar tan intenso que aquellas esferas semejaron dos gigantas rojas a punto de detonar.
El jinete dio un paso hacia delante más que dispuesto a irrumpir en la habitación, mas la hechicera se interpuso en su camino, bloqueándole el paso, cruzándose de brazos y elevando el mentón con aire altanero. Su hermano era bastante irreflexivo y no tenía intenciones de dejarle pasar hasta que explicara el motivo de su inesperada aparición. Deborah estaba hasta la coronilla de que su hermano la tratase como a un infante; ella era una bruja poderosa, el hambre que corrompía, el yerro que castigaba, una criatura perversa parida en el más abismal de los infiernos y, a decir verdad, ya estaba lo suficientemente crecida como para ser capaz de cuidar de sí misma.
— ¿Qué estás haciendo aquí? — inquirió con severidad, semblante pétreo y fulminantes pardos.
La única respuesta que obtuvo fue un gruñido y la orden de apartarse, pero bien sabía Guerra que ella no era una mujer de condescendencias. En apariencia, el lobo por el cuál había intercedido, supuestamente, en respuesta a la voluntad del padre celestial, era nada más ni nada menos que el infame Garion, enemigo jurado de su hermano. La castaña se volvió hacia el inquisidor, quien, al parecer bastante entretenido por la inestabilidad que aquel suceso producía en el férreo carácter del jinete, le sonreía engreído, no supo si en actitud bastante intrépida o insolente, considerándolo como uno que había realizado sobrehumano esfuerzo para levantarse y ahora apenas lograba mantenerse de pie sin tambalearse.
De nuevo, Deborah se giró hacia su hermano, pero en ese momento él se abrió paso en la habitación, tirando de ella hacia un lado sin prestar demasiada atención a sus protestas, perdidas los rugidos con que se retaban ambos licanos. Sin más preámbulo ambos lobos se precipitaron en salvaje contienda, con tal ímpetu y ferocidad que pronto la habitación les quedó pequeña. zarpazos, espadazos y tarascazos, fueron lanzados a diestra y siniestra, con violencia que dejaba en evidencia cuánto se despreciaban el uno al otro.
Como si no se le diera nada, la hechicera dejó caer el peso de su cuerpo sobre el marco de la puerta y, silente, se dedicó únicamente a ser espectadora de la terrible gesta; el jinete ostentaba la ventaja y, a decir verdad, la salud del inquisidor no podía interesarle menos. Rodó los ojos. Garion, en un patético intento por contrarrestar los ataques de su hermano, no dejaba de picarlo con el hecho de que le había asistido y, aunque ya comenzaba ella a lamentarlo, lo cierto era que jamás en lo que llevaba de vida había presenciado cólera semejante calcinando las entrañas de su hermano.
Últimamente había tenido que sufrir lo insufrible conociendo que existía ahora otra mujer de la que el jinete estaba prendado y no podía negar que encontraba mórbido gusto en la furia que consumía a Guerra cada vez que Garion lo forzaba a plantearse la idea de que entre él y ella existiera otra cosa que no fuese a acérrima enemistad. A pesar de todas sus diferencias, aquella era una posición en la que, tanto el inquisidor como la hechicera, parecían concordar.
Fue entonces cuando en su mente se encendió una idea. — Motus — recitó, creando con sus palabras una fuerza invisible que hizo volar a los hombres hacia lados opuestos de la habitación. Ambos lobos se retorcieron contra la pared a causa del violento impacto. El inquisidor no parecía tener intenciones de quedarse callado. — Cierra el pico y quédate quieto — Le ordenó, centrando su parda mirada sobre la ajena, entonando las palabras en tono de compulsión, haciendo uso de su dominio para forzar al cruzado a mantenerse en silencio, incluso aunque tal acción fuese en contra de la testaruda voluntad que se gastaba.
Entonces la hechicera se volvió con altivez hacia su hermano.
— Yo me lo he encontrado — aseguró— vuelve a casa o, por lo poco que me importa, corre a los brazos de esa mujer... de este puedo encargarme yo.
No era necesario que dijera palabra, las intenciones del lobo estaban escritas en esos mares que, violentos, en ella se posaban. Guerra se inclinó hacia ella, olfateándola en busca de respuesta; no obstante, había estado él tan empecinado en encontrarla que, al centrar la atención en su aroma, llegó a pasar por alto los demás, mas tan pronto como las fosas nasales del lobo captaron el olor del otro que compartía la maldición de la luna, los faros de su hermano se encendieron en ámbar tan intenso que aquellas esferas semejaron dos gigantas rojas a punto de detonar.
El jinete dio un paso hacia delante más que dispuesto a irrumpir en la habitación, mas la hechicera se interpuso en su camino, bloqueándole el paso, cruzándose de brazos y elevando el mentón con aire altanero. Su hermano era bastante irreflexivo y no tenía intenciones de dejarle pasar hasta que explicara el motivo de su inesperada aparición. Deborah estaba hasta la coronilla de que su hermano la tratase como a un infante; ella era una bruja poderosa, el hambre que corrompía, el yerro que castigaba, una criatura perversa parida en el más abismal de los infiernos y, a decir verdad, ya estaba lo suficientemente crecida como para ser capaz de cuidar de sí misma.
— ¿Qué estás haciendo aquí? — inquirió con severidad, semblante pétreo y fulminantes pardos.
La única respuesta que obtuvo fue un gruñido y la orden de apartarse, pero bien sabía Guerra que ella no era una mujer de condescendencias. En apariencia, el lobo por el cuál había intercedido, supuestamente, en respuesta a la voluntad del padre celestial, era nada más ni nada menos que el infame Garion, enemigo jurado de su hermano. La castaña se volvió hacia el inquisidor, quien, al parecer bastante entretenido por la inestabilidad que aquel suceso producía en el férreo carácter del jinete, le sonreía engreído, no supo si en actitud bastante intrépida o insolente, considerándolo como uno que había realizado sobrehumano esfuerzo para levantarse y ahora apenas lograba mantenerse de pie sin tambalearse.
De nuevo, Deborah se giró hacia su hermano, pero en ese momento él se abrió paso en la habitación, tirando de ella hacia un lado sin prestar demasiada atención a sus protestas, perdidas los rugidos con que se retaban ambos licanos. Sin más preámbulo ambos lobos se precipitaron en salvaje contienda, con tal ímpetu y ferocidad que pronto la habitación les quedó pequeña. zarpazos, espadazos y tarascazos, fueron lanzados a diestra y siniestra, con violencia que dejaba en evidencia cuánto se despreciaban el uno al otro.
Como si no se le diera nada, la hechicera dejó caer el peso de su cuerpo sobre el marco de la puerta y, silente, se dedicó únicamente a ser espectadora de la terrible gesta; el jinete ostentaba la ventaja y, a decir verdad, la salud del inquisidor no podía interesarle menos. Rodó los ojos. Garion, en un patético intento por contrarrestar los ataques de su hermano, no dejaba de picarlo con el hecho de que le había asistido y, aunque ya comenzaba ella a lamentarlo, lo cierto era que jamás en lo que llevaba de vida había presenciado cólera semejante calcinando las entrañas de su hermano.
Últimamente había tenido que sufrir lo insufrible conociendo que existía ahora otra mujer de la que el jinete estaba prendado y no podía negar que encontraba mórbido gusto en la furia que consumía a Guerra cada vez que Garion lo forzaba a plantearse la idea de que entre él y ella existiera otra cosa que no fuese a acérrima enemistad. A pesar de todas sus diferencias, aquella era una posición en la que, tanto el inquisidor como la hechicera, parecían concordar.
Fue entonces cuando en su mente se encendió una idea. — Motus — recitó, creando con sus palabras una fuerza invisible que hizo volar a los hombres hacia lados opuestos de la habitación. Ambos lobos se retorcieron contra la pared a causa del violento impacto. El inquisidor no parecía tener intenciones de quedarse callado. — Cierra el pico y quédate quieto — Le ordenó, centrando su parda mirada sobre la ajena, entonando las palabras en tono de compulsión, haciendo uso de su dominio para forzar al cruzado a mantenerse en silencio, incluso aunque tal acción fuese en contra de la testaruda voluntad que se gastaba.
Entonces la hechicera se volvió con altivez hacia su hermano.
— Yo me lo he encontrado — aseguró— vuelve a casa o, por lo poco que me importa, corre a los brazos de esa mujer... de este puedo encargarme yo.
Deborah- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 16/11/2017
Re: Enemigos acérrimos <privado>
Choque de bestias mientras la bruja se apoyaba en el marco de la puerta. La envergadura de guerra potencialmente salvaje ganaba la gesta, cubierto de sangre, débil en exceso hacia cuanto podía por defenderme mis partes vitales de sus afilados colmillos. Sus orbes profundos como el mismo sol irradiaban calor, rabia y su frenesí al escuchar ms palabras en lso que le recordaba lo bien que su hermana cabalgaba lo hizo rugir hundiendo su diestra en mi costado, rasgó mi piel sin pensarlo, me queria muerto y yo también a él. Mis fauces se hundieron en su cuello, mas poco duró el agarré, pues guerra hundió su mano buscando mis entrañas, mi vida se escapaba y este no parecia esta vez decidido a dejarme escapar vivo.
-1 Corintios 15:55: 55 ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria? -Dije con una sonrisa en mis labios que Guerra detestó.
-Lucas 12:51: 51 ¿Pensáis que he venido á la tierra á dar paz? -Respondió Guerra con sarcasmo.
La palabra de su hermana, decidida ahora si a intervenir nos lanzó a cada uno a un lado de la habitación, por segunda vez impedía mi muerte y Guerra parecía dispuesto a explotar de ira.
Deborah se dirigió a mi, al parecer no le gustaban mis palabras y buscaba el silencio de mis labios, mas la desobediencia era un grado y no le hice el menor caso.
La bruja tenia recursos y pronto sentí como si la voz me faltara, como si un brazo invisible presionara mi cuello ahogando mi respiración y con ella mi voz.
Rugí furioso, los mataría a todos.
Guerra no preciara mas clamo, en la pared de enfrente se revolvía como una bestia tal era su poder, que la magia que a mi cuerpo herido contenía sin problemas no podía del todo con el suyo.
Lo vi, eso si, haciendo un esfuerzo sobrehumano moverse, rugía a cada paso como si le arrancara la vida y Deborah se esforzaba mas por mantenerlo quieto. Por un instante guardé silencio admirando el poder de dos titanes que parecían amarse y odiarse a partes iguales.
La voz entrecortada de guerra rompió el silencio.
-No se si eres estúpida o ingenua o quizás senadas cosas, mas vendrás conmigo a casa o tendrás que sacarme de esta cámara con los pies por delante.
No olvido tu magia, la sufro ahora en mis carnes, mas no olvides que soy Guerra y Dios me dio una espada. Tu portas hambre, yo caos y desgracia, no me retes hermana porque juro ante dios nuestro creador que la gesta no conocerá parangón.
Ambos se miraban uno frente al otro, de frente, con los ojos encendidos y su aliento golpeando al otro furibundo.
Tenia que escapar, y la debilidad de Deborah también la acababa de encontrar, intenté moverme, mas era férreo ese agarre invisible.
-Deja a ella fuera de esto -rugió guerra mirando los incendiados orbes de su hermana -nada tiene que ver en este desencuentro.
-1 Corintios 15:55: 55 ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria? -Dije con una sonrisa en mis labios que Guerra detestó.
-Lucas 12:51: 51 ¿Pensáis que he venido á la tierra á dar paz? -Respondió Guerra con sarcasmo.
La palabra de su hermana, decidida ahora si a intervenir nos lanzó a cada uno a un lado de la habitación, por segunda vez impedía mi muerte y Guerra parecía dispuesto a explotar de ira.
Deborah se dirigió a mi, al parecer no le gustaban mis palabras y buscaba el silencio de mis labios, mas la desobediencia era un grado y no le hice el menor caso.
La bruja tenia recursos y pronto sentí como si la voz me faltara, como si un brazo invisible presionara mi cuello ahogando mi respiración y con ella mi voz.
Rugí furioso, los mataría a todos.
Guerra no preciara mas clamo, en la pared de enfrente se revolvía como una bestia tal era su poder, que la magia que a mi cuerpo herido contenía sin problemas no podía del todo con el suyo.
Lo vi, eso si, haciendo un esfuerzo sobrehumano moverse, rugía a cada paso como si le arrancara la vida y Deborah se esforzaba mas por mantenerlo quieto. Por un instante guardé silencio admirando el poder de dos titanes que parecían amarse y odiarse a partes iguales.
La voz entrecortada de guerra rompió el silencio.
-No se si eres estúpida o ingenua o quizás senadas cosas, mas vendrás conmigo a casa o tendrás que sacarme de esta cámara con los pies por delante.
No olvido tu magia, la sufro ahora en mis carnes, mas no olvides que soy Guerra y Dios me dio una espada. Tu portas hambre, yo caos y desgracia, no me retes hermana porque juro ante dios nuestro creador que la gesta no conocerá parangón.
Ambos se miraban uno frente al otro, de frente, con los ojos encendidos y su aliento golpeando al otro furibundo.
Tenia que escapar, y la debilidad de Deborah también la acababa de encontrar, intenté moverme, mas era férreo ese agarre invisible.
-Deja a ella fuera de esto -rugió guerra mirando los incendiados orbes de su hermana -nada tiene que ver en este desencuentro.
Garion- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/11/2017
Re: Enemigos acérrimos <privado>
La hechicera observó con el semblante impasible a su hermano, preso aún de su magia, que rugía furibundo e intentaba zafarse del agarre invisible de los hilos del poder de la castaña. Cada vez que salía a colación la mujer que ahora debía compartir Deborah con el jinete, éste perdía aún más el control sobre sus actos. Y, ahora que se había topado con Garion, tenía un as en la manga que no pensaba desperdiciar. Aunque ella, al contrario que el inquisidor, no era de regodearse en actos que no habían ocurrido, sino en dejar que por la mente de Guerra se formaran ideas que el otro licántropo se empeñaba en difundir y la bruja, sencillamente, no se molestaba en desmentir.
— Ella nada tiene que ver con esto, ¿cierto? Pues tú tampoco. — Aseguró, pasando frente a su hermano, a la suficiente distancia como para que en sus vanos intentos de soltarse, no la alcanzara sin querer con una de sus garras. — Es algo entre Garion y yo. — Puntualizó, dando así por zanjado el tema.
Aunque pudiera importarle o afectarle lo que opinara el otro jinete, ahora mismo lo que quería era hacerle daño. Le quería, pero no soportaba la idea de tenerle cerca en aquellos instantes cuando venía de, seguramente, haber estado con la humana que le abría sus piernas. Ella no tenía el desarrollado olfato de los lobos, pero no necesitaba pasar su nariz por el cuello del castaño para saber que había estado con Estrella, porque era lo único que hacía últimamente cuando no estaba con el resto de sus hermanos buscando las reliquias que le darían paso al Apocalipsis que arrasaría la Tierra.
Se alejó de nuevo, plantándose en el centro de la habitación. Regresó la vista al maltrecho licántropo que a penas lograba moverse con el poder de su hechizo. — Dimisit. — Recitó, dejando libre únicamente al condenado.
No se giró a mirar a su hermano, iba a castigarlo por su comportamiento, por haberlos dejado de lado en un momento tan importante, crítico. Él había encontrado algo parecido a un refugio, una ruta de escape que lo aislaba de aquello para lo que habían sido creados. No tenía derecho a abandonar su destino, ni siquiera por unas horas. Ellos tenían una misión encomendada por Dios y debían cumplirla sin demora. Nada de entretenimientos ni pérdidas de tiempo. Y por si aquello fuera poco, encima se entrometía en sus quehaceres, cuando había sido el propio creador el que pusiera al inquisidor en su camino. Ahora sabía por qué, pues podía usarlo para recuperar, más adelante, las reliquias que estaban en poder de la inquisición. Pero, por ahora, se limitaría a buscarle otras utilidades más próximas.
Finalmente, se dio media vuelta y encaró al jinete, clavando en los refulgentes orbes de Guerra sus pardos oscurecidos como pozos que alcanzaban el mismísimo centro del planeta. — Dimisit. Vete y déjame cumplir con mi cometido, ya que tú no cumples con el tuyo. — Aunque albergara rencor en su corazón, las palabras de la hechicera salieron sin entonación, sin carga alguna de enfado, celos o reproche.
Hizo un gesto con la mano, liviano y sin demasiado esfuerzo. Le estaba instando a marcharse, dando por cerrada su anterior discusión. No había nada más que hablar y sí mucho que hacer. Tenía planes para Garion y su hermano era, en aquellos momentos, una china en el zapato.
— Ella nada tiene que ver con esto, ¿cierto? Pues tú tampoco. — Aseguró, pasando frente a su hermano, a la suficiente distancia como para que en sus vanos intentos de soltarse, no la alcanzara sin querer con una de sus garras. — Es algo entre Garion y yo. — Puntualizó, dando así por zanjado el tema.
Aunque pudiera importarle o afectarle lo que opinara el otro jinete, ahora mismo lo que quería era hacerle daño. Le quería, pero no soportaba la idea de tenerle cerca en aquellos instantes cuando venía de, seguramente, haber estado con la humana que le abría sus piernas. Ella no tenía el desarrollado olfato de los lobos, pero no necesitaba pasar su nariz por el cuello del castaño para saber que había estado con Estrella, porque era lo único que hacía últimamente cuando no estaba con el resto de sus hermanos buscando las reliquias que le darían paso al Apocalipsis que arrasaría la Tierra.
Se alejó de nuevo, plantándose en el centro de la habitación. Regresó la vista al maltrecho licántropo que a penas lograba moverse con el poder de su hechizo. — Dimisit. — Recitó, dejando libre únicamente al condenado.
No se giró a mirar a su hermano, iba a castigarlo por su comportamiento, por haberlos dejado de lado en un momento tan importante, crítico. Él había encontrado algo parecido a un refugio, una ruta de escape que lo aislaba de aquello para lo que habían sido creados. No tenía derecho a abandonar su destino, ni siquiera por unas horas. Ellos tenían una misión encomendada por Dios y debían cumplirla sin demora. Nada de entretenimientos ni pérdidas de tiempo. Y por si aquello fuera poco, encima se entrometía en sus quehaceres, cuando había sido el propio creador el que pusiera al inquisidor en su camino. Ahora sabía por qué, pues podía usarlo para recuperar, más adelante, las reliquias que estaban en poder de la inquisición. Pero, por ahora, se limitaría a buscarle otras utilidades más próximas.
Finalmente, se dio media vuelta y encaró al jinete, clavando en los refulgentes orbes de Guerra sus pardos oscurecidos como pozos que alcanzaban el mismísimo centro del planeta. — Dimisit. Vete y déjame cumplir con mi cometido, ya que tú no cumples con el tuyo. — Aunque albergara rencor en su corazón, las palabras de la hechicera salieron sin entonación, sin carga alguna de enfado, celos o reproche.
Hizo un gesto con la mano, liviano y sin demasiado esfuerzo. Le estaba instando a marcharse, dando por cerrada su anterior discusión. No había nada más que hablar y sí mucho que hacer. Tenía planes para Garion y su hermano era, en aquellos momentos, una china en el zapato.
Deborah- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 16/11/2017
Re: Enemigos acérrimos <privado>
Acaba de encontrar la brecha entre los jinetes, esos dos “ hermanos” se desafiaban furibundos como si no hubiera un mañana, no alcanzaba a comprender bien que es eso que los arrastraba al abismo, peor is sabía que una vez en el solo tendría que echar un poco de fuego y dejarlo prender y arderían en el infierno como merecían esos falsos profetas.
Observé como el lobo luchaba por zafarse y la otra le recordaba que esto era entre ella y yo, no se en que momento empezó a darme la razón, pero mi sonrisa se tornó pérfida, estaba herido, demasiado, pero esta pelea me empezaba a dar cierta ventaja.
La jinete se movía por la sala furibunda, hablaron de otra mejer, una que parecía ser justo esa chispa que yo necesitaba prender, ladeé la cabeza en un gesto muy lobuno esperando comprender mejor de que iba todo aquello, mas en ese instante la hechicera se plantó frente a mi, mi mentón se alzó desafiante y le mostré ligeramente los dientes alzando mi labio superior.
Ella no me temía y con una palabra mi cuerpo cedió contra el suelo, nada ya me mantenía preso, así que apreté los dientes tratando de ponerme en pie resbalando en el propio charco de sangre que a borotones salia de mis heridas abiertas por el encuentro licano.
Mis ojos dorados se perdieron en los de la hechicera, gruñí de nuevo, yo no era de los que me rendía y si su plan era darme muerte frente a su hermano, se equivocaba de lejos si creía se lo iba a poner fácil.
-¡vete al infierno! -rugí tratando de abalanzarme contra ella, pero de nuevo acabé cayendo a plomo contra el suelo incapaz de mantenerme en pie por mucho tiempo.
Su sonrisa se afilo al ver mis banales intentos, sus ojos eran pozos de oscuridad y supe de inmediato que dios si algún día había estado con ella ya la había abandonado hacía tiempo.
Se giró dándome la espalda, mostrando el poco miedo que hacía mi sentía, un desafió en toda regla que de nuevo me llevo a gruñir de pura impotencia, su hermano quedó liberado, los ojos de ambos chocaban titanicos.
Claro que en la hechicera había un deje de pasotismo que encendió mas al licano, le dijo que se largar de allí como si mandara a su mascota a por una pelota, peor Guerra, atajó la distancia con la velocidad sobrenatural que a los de nuestra especie nos caracterizaba y sn mas preámbulos, golpeó el cuello de la hechicera impidiendo no solo que pronunciara ninguna palabra mágica si no que el aire entrara, como si el toque hubiera resultado letal los ojos de la joven se enturbiaron hasta cerrarse cayendo así en brazos del hermano que la sujeto con la delicadeza con la que recibes a un amante.
La alzó entre sus brazos y sin reparar en mi presencia mas que para asegurarme que si sobrevivía a las heridas, el mismo se encargaría de matarme, en una promesa que me sonó segura, se largó de la habitación sin cerrar la puerta.
Observé como el lobo luchaba por zafarse y la otra le recordaba que esto era entre ella y yo, no se en que momento empezó a darme la razón, pero mi sonrisa se tornó pérfida, estaba herido, demasiado, pero esta pelea me empezaba a dar cierta ventaja.
La jinete se movía por la sala furibunda, hablaron de otra mejer, una que parecía ser justo esa chispa que yo necesitaba prender, ladeé la cabeza en un gesto muy lobuno esperando comprender mejor de que iba todo aquello, mas en ese instante la hechicera se plantó frente a mi, mi mentón se alzó desafiante y le mostré ligeramente los dientes alzando mi labio superior.
Ella no me temía y con una palabra mi cuerpo cedió contra el suelo, nada ya me mantenía preso, así que apreté los dientes tratando de ponerme en pie resbalando en el propio charco de sangre que a borotones salia de mis heridas abiertas por el encuentro licano.
Mis ojos dorados se perdieron en los de la hechicera, gruñí de nuevo, yo no era de los que me rendía y si su plan era darme muerte frente a su hermano, se equivocaba de lejos si creía se lo iba a poner fácil.
-¡vete al infierno! -rugí tratando de abalanzarme contra ella, pero de nuevo acabé cayendo a plomo contra el suelo incapaz de mantenerme en pie por mucho tiempo.
Su sonrisa se afilo al ver mis banales intentos, sus ojos eran pozos de oscuridad y supe de inmediato que dios si algún día había estado con ella ya la había abandonado hacía tiempo.
Se giró dándome la espalda, mostrando el poco miedo que hacía mi sentía, un desafió en toda regla que de nuevo me llevo a gruñir de pura impotencia, su hermano quedó liberado, los ojos de ambos chocaban titanicos.
Claro que en la hechicera había un deje de pasotismo que encendió mas al licano, le dijo que se largar de allí como si mandara a su mascota a por una pelota, peor Guerra, atajó la distancia con la velocidad sobrenatural que a los de nuestra especie nos caracterizaba y sn mas preámbulos, golpeó el cuello de la hechicera impidiendo no solo que pronunciara ninguna palabra mágica si no que el aire entrara, como si el toque hubiera resultado letal los ojos de la joven se enturbiaron hasta cerrarse cayendo así en brazos del hermano que la sujeto con la delicadeza con la que recibes a un amante.
La alzó entre sus brazos y sin reparar en mi presencia mas que para asegurarme que si sobrevivía a las heridas, el mismo se encargaría de matarme, en una promesa que me sonó segura, se largó de la habitación sin cerrar la puerta.
Garion- Condenado/Licántropo/Clase Alta
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 28/11/2017
Re: Enemigos acérrimos <privado>
El inquisidor no parecía muy dispuesto a colaborar, pero la he hechicera no necesitaba su consentimiento ni beneplácito para hacer lo que quisiera con él. Era un licántropo maltrecho y el poder de la jinete lo superaba con creces. De no ser por su alarde de indiferencia abismal, Deborah hubiese sonreído ante los fútiles intentos de Garion por enfrentarla, incapaz de salir del charco que se había conformado en el suelo con su propia sangre.
— ¿A dónde crees que vas? — Inquirió con cierto deje de curiosidad en la voz, cuando lo que en realidad sentía era diversión. Pero no lo externalizó en ningún momento, dispuesta a mantener esa apariencia inmune e impenetrable.
Giró, dándole la espalda al condenado y se centró en su hermano, que no quería marcharse. Se llevó dos dedos a la sien derecha y la masajeó con suavidad, como si la presencia de Guerra comenzara a producirle cierto dolor de cabeza. Le conocía, sabía que sería un impedimento para sus planes y, además, no deseaba verle en aquellos momentos.
— Te he dicho que te vayas. Déjanos a solas. — Vio las intenciones del otro jinete, pero no supo muy bien por qué, no reaccionó a tiempo para evitar que el castaño la atacara como había previsto, dejándola inconsciente sobre su hombro.
No supo el tiempo que pasó de ese modo, siendo cargada como un simple saco de patatas, pero cuando abrió los ojos, ya estaban frente a la casa que ocupaban los cuatro hermanos. Los ojos de Deborah se oscurecieron de inmediato, ofuscada, furibunda. Golpeó a su hermano para que la bajara, dándole con ambas manos en la espalda e incluso un rodillazo en el vientre, justo donde terminaban las costillas.
— ¡Bájame! De inmediato. — Guerra la bajó, pero con el forcejeo de ella, casi cayó de espaldas antes de tocar el suelo. Fue su hermano el que evitó que aquello pasara, pero para arrastrarla del codo al interior de la mansión.
Ella se resistía y, aún con la certeza de no poder zafarse de él, lo intentaba. Una vez en dentro y con la mirada inquisitiva de Armagedon puesta sobre ellos, la hechicera de un tirón se liberó. Sus ojos pardos se clavaron en los del licántropo al sentir una presencia ajena a la casa.
— ¿Cómo osas traer aquí a la humana? — Le acusó y pronto se enzarzaron en una discusión sobre cuál de los dos era el mayor traidor, si ella por salvar a Garion o él por exponerlos a una desconocida que podría delatarlos a la inquisición.
— ¿A dónde crees que vas? — Inquirió con cierto deje de curiosidad en la voz, cuando lo que en realidad sentía era diversión. Pero no lo externalizó en ningún momento, dispuesta a mantener esa apariencia inmune e impenetrable.
Giró, dándole la espalda al condenado y se centró en su hermano, que no quería marcharse. Se llevó dos dedos a la sien derecha y la masajeó con suavidad, como si la presencia de Guerra comenzara a producirle cierto dolor de cabeza. Le conocía, sabía que sería un impedimento para sus planes y, además, no deseaba verle en aquellos momentos.
— Te he dicho que te vayas. Déjanos a solas. — Vio las intenciones del otro jinete, pero no supo muy bien por qué, no reaccionó a tiempo para evitar que el castaño la atacara como había previsto, dejándola inconsciente sobre su hombro.
No supo el tiempo que pasó de ese modo, siendo cargada como un simple saco de patatas, pero cuando abrió los ojos, ya estaban frente a la casa que ocupaban los cuatro hermanos. Los ojos de Deborah se oscurecieron de inmediato, ofuscada, furibunda. Golpeó a su hermano para que la bajara, dándole con ambas manos en la espalda e incluso un rodillazo en el vientre, justo donde terminaban las costillas.
— ¡Bájame! De inmediato. — Guerra la bajó, pero con el forcejeo de ella, casi cayó de espaldas antes de tocar el suelo. Fue su hermano el que evitó que aquello pasara, pero para arrastrarla del codo al interior de la mansión.
Ella se resistía y, aún con la certeza de no poder zafarse de él, lo intentaba. Una vez en dentro y con la mirada inquisitiva de Armagedon puesta sobre ellos, la hechicera de un tirón se liberó. Sus ojos pardos se clavaron en los del licántropo al sentir una presencia ajena a la casa.
— ¿Cómo osas traer aquí a la humana? — Le acusó y pronto se enzarzaron en una discusión sobre cuál de los dos era el mayor traidor, si ella por salvar a Garion o él por exponerlos a una desconocida que podría delatarlos a la inquisición.
Deborah- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 16/11/2017
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