Fragile {Neisha}

Habían transcurrido varias semanas desde que el circo en el que viajaba y del cual  era una de las atracciones principales, había asentado su campamento a las afueras de la capital francesa, con la finalidad de exhibir sus nuevos espectáculos a los habitantes del lugar. No era la primera vez que visitábamos aquella ciudad desde que mis padres me vendieron al dueño de éste, tanto tiempo atrás que ya había perdido la cuenta. Sin embargo algo en mi interior me dijo al instalarnos que en esta ocasión nuestra estancia allí podría ser muy distinta, una extraña palpitación me daba la esperanza de que tal vez fuese esta vez cuando alcanzase esa libertad tan deseada.

Pero los días iban pasando ante mis ojos sin que hubiese ningún cambio excepcional, y el ánimo con el que había llegado a la ciudad fue mermando poco a poco hasta convertirme en un espectro de nuevo. Cada día me retiraba entre clamores y aplausos tras mis transformaciones. Varios pases diarios en los que al son de unas palabras ininteligibles tenía que ir cambiando mi apariencia. Días y más días de clientes estupefactos que mostraban su sorpresa entre gritos y ovaciones, solo que éstos no iban dedicados a mí, sino al ilusionista que los espectadores creían que era capaz de convertir una humana en varios tipos de animal con tan solo una varita de madera y unas palabras mágicas.
Y cada noche este mismo mago, tras dejarme desnuda en un pequeño zulo en el que no podía si quiera ponerme en pie, enganchaba a mi tobillo un grillete de plata con afiladas púas que se clavaban en mi carne. Esa era su forma de asegurarse que no me transformaría en un animal más pequeño y escaparía de entre los barrotes de esa jaula que llevaba siendo mi hogar desde hacía más de veinte años. Las heridas que me infligía el grillete no era tan letales como para matarme, a pesar de que mis fuerzas descendían durante la noche, y sin saber muy bien como, habían averiguado la forma de así controlar mis cambios.

Aquella mañana, tras la actuación matinal algo distinto sucedió. El ilusionista me dejó la comida y el agua en dos barreños en el suelo  como cada día tras colocarme el grillete, mientras yo me acomodaba en un colchón de paja cubriéndome con una fina manta que de poco servía para aislarme del frío. Con la cabeza tapada incluida, mantenía los ojos cerrados para descansar hasta la siguiente actuación cuando de pronto un sonido que llevaba escuchando desde que llegué al circo no sucedió. Aún bajo la manta, abrí los ojos con cautela recelosa de que fuese una trampa y mi cuidador tuviese una escabrosa sorpresa preparada para mí. Tras esperar unos segundos y no sentir la presencia de nadie más alrededor, fui sacando la cabeza de la tela que me cubría poco a poco para comprobar si aquello que creía que estaba pasando, era solo fruto de mi imaginación o por el contrario era mi gran oportunidad. Cuál fue mi sorpresa cuando me percaté de que el candado que cerraba la puerta de mi jaula no había sido echado, así que tras un jadeo fruto del nerviosismo, salté de mi lecho y salí corriendo por la puerta con dirección a un frondoso bosque donde esperaba poder ocultarme hasta el anochecer.

Había corrido y caminado durante horas desnuda, puesto que no había sido capaz de quitarme el grillete cuya sujeción comenzaba a hacer mella en mí. A esas alturas podrían seguir el rastro de mi sangre si se lo propusiesen, puesto que debido al esfuerzo de la carrera las púas se habían clavado más de lo acostumbrado, haciéndome sangrar de forma considerable. Entre escalofríos y presa del miedo a ser capturada de nuevo, pensé tratar de cruzar un pequeño riachuelo cuyas aguas había sido capaz de escuchar desde la distancia. Pero el frío y el cansancio estaban siendo más fuertes que yo, y cuando empecé a atisbar las vivas aguas de éste, caí inconsciente sobre la húmeda hierba.

Comencé a moverme con inquietud todavía en estado de semi inconsciencia cuando escuché a lo lejos una suave voz que parecía llamarme, sorprendiéndome sobre manera cuando al  entre abrir ligeramente los ojos vi la silueta de un hombre justo a mi lado.- No me haga daño, por favor. – comencé a suplicar escondiéndome bajo una prenda de abrigo que por lo poco que había podido olfatear pertenecía a aquel joven, sintiéndome incapaz de despertar del todo de ese letargo en el que me hallaba sumida.

Los incesantes temblores causados por el frío y el miedo que zarandeaban mi menudo cuerpo con rabia,  fueron mermando a medida que los segundos iban pasando y la prenda de abrigo que me salvaguardaba de la humedad ambiental iba cumpliendo su misión. La suave voz del hechicero conseguía calmar mis nervios, y a pesar de que había aprendido con el paso de los años a desconfiar en todo el mundo, había algo en él que me hacía sentirme diferente. Algo en su forma de tratarme y hablarme que me empujaba a darle esa oportunidad de ayudarme que llevaba muchos años sin darle a nadie.

-¿Por qué querríais ayudarme? No tengo nada que ofreceos a cambio..- susurré con apenas un hilo de voz, temerosa de que mi pregunta pudiese resultarle ofensiva. Tantos años de maltrato y vejaciones me habían enseñado que nadie ayudaba a nadie por nada, que siempre había alguna razón oculta y egoísta detrás de cada acto desinteresado.

Con timidez, mi cabeza fue emergiendo del abrigo que hasta ahora la había mantenido oculta de la mirada del joven hechicero, que por su semblante parecía realmente preocupado por mí. Apoyando una mano en el suelo, traté de incorporarme levemente, cubriendo mi desnudez con la prenda. Cada gesto al tratar de moverme causaba en todo mi cuerpo una oleada de punzadas de dolor, más sabía que no podía quedarme allí mucho más tiempo.- Me llamo Neisha.- afirmé perdiéndome en la profundidad de su mirada cuando nuestros ojos se encontraron. Podía sentir la debilidad de todo de mi ser, y aunque todavía estaba reticente a confiar en él, empecé a llegar a la conclusión de que probablemente mi vida dependía de aquel humano que por casualidades del destino se había cruzado en mi camino.

-Escapé del circo donde  llevaba prisionera desde hace años… toda mi vida realmente... Pero ellos no lo permitirán… siguen mi rastro… siguen mi sangre.- expliqué notando como de nuevo desfallecía, mientras observaba como Alarick trazaba un extraño círculo en el suelo.- No cesarán hasta que me encuentren, y si me protegéis vos también os pondréis en peligro. Además, el hechizo solo evitará que nos vean, pero llevan perros que siguen mi olor, y mientras siga sangrando no podré ocultar mi rastró.- expliqué mostrando el grillete de plata que rodeaba mi tobillo, cuyas afiladas púas de plata se incrustaban dolorosamente en mi piel.

De nuevo busqué su mirada con la mía, buscando esa complicidad que parecía surgir entre nosotros. Más era consciente que salir ilesos de esa emboscada iba a resultarnos más complicado de lo que pensábamos.- Sé que debemos marcharnos, pero no puedo moverme. No puedo seguir…- susurré disminuyendo mi tono de voz, mientras negaba con la cabeza consciente de que la osadía de escaparme de mi cárcel podía terminar no solo con mi vida, sino también con la de aquel buen samaritano.

-Marcháos. Si os encuentran conmigo no le permitirán continuar con vida. No dejarán que queden testigos que puedan contar lo que soy y que me mantienen en el circo contra mi voluntad. - podía sentir como mis ojos se abnegaban en lágrimas al pensar que podía pensar en el único ser que se había ofrecido a ayudarme desde que mi naturaleza salió a la luz, pero por esa misma razón, debía proteger a ese hombre aunque fuese con mi vida.