Mansion Cavey (privado)

Papel en mano me adentré en la mansión Cavey, mi nuevo hogar. Mi sonrisa engreída atravesando el portón intentando ser detenido por el servicio me causó cierta diversión, básicamente porque pronto esas personas que hora decían necesitaban el consentimiento de su señora pronto pasarían a trabajar para mi.

Una mujer enfundada en un traje rojo y con labios color sangre bajó las escaleras al ver el revuelo que mi presencia había ocasionado en su mansión.
Iba a abrir su gran y jugosa boca cuando desplegué el pepe que llevaba en mi mano con ese aire engreído que me caracterizaba.

Ella frunció el ceño y de un tirón me lo quitó de las manos mientras yo le recordaba que solo era una copia, que en la notaria estaba el verdadero.
En el quedaba mas que claro que la mansión había sido embargada a su padre por mi parte, debido a una deuda no saldada.
Trabaje para ese hombre en diversas ocasiones, no se podía decir que sus negocios fueran limpios y por supuesto mi salario era elevado.
No satisfago la deuda y ahora..este era el resultado.
-Podéis recoger vuestras cosas, yo he traído las mías, hoy mismo me instalaré aquí preciosa -apunté lanzandole un bocado mientras pasaba de ella que enfurecida miraba mi espalda ahora que me había parado a mirar aquella decoración tan victoriana y pomposa.

Empujé un jarrón con motivos florales con mi dedo escuchando como su estruendo contra el suelo lo convertía en añicos.
-Tendré que cambiar -señalé con mi dedo todo lo que había a mi alrededor -ummm, todo -apuntillé.

El servicio corría de aquí para allá, dos de las doncellas se pusieron a recoger mi estropicio mientras yo ladeaba la cabeza ligeramente para mirar con detenimiento sus nalgas.
-Por contra puede que mantenga a estas jovencitas de culo prieto y piernas largas.
-¿algo de beber? Tengo sed -impuse.

“No te dejes engañar por la primera sonrisa, recuerda que el demonio era un ángel.”





El tiempo transcurrido desde que regresó del Norte, unos tres meses en los que por cartas era informa del estado de sus hijos y vivencias. El único trato que quedó con la silueta del pasado. Terminaba la última carta de la semana, en ella detallaba a sus hijas lo pronto que se verían y con dicha carta, un paquete con regalos para todos. Para Orn y Fiolett unas espadas con iniciales, realizadas por el mejor de los artesanos herreros, para Valeska unos vestidos que tanto le gustaban y para los pequeños algún juguete. Para el que fue su marido en una caja de madera, un macuto de cuero, sabía lo mucho que viajaba y para no perder nada...sería el regalo perfecto.

Llamó al joven que solía llevar y recoger el correo, antes de que entrase...el estruendo que provenía de la entrada le hizo olvidarse de lo que estaba haciendo para ir a la carrera hacia las escaleras, desde allí pudo ver una silueta alta que no dejaba de caminar de un lado a otro. No se tomó ninguna prisa en bajar las escaleras, con su elegancia y porte segura de sí misma, buscó el responsable de la inquietud de la manción Cavey.

Peldaño a peldaño que les separaban, sus orbes esmeralda se clavaron en el insolente que no sólo hacía y deshacía a su antojo, exigía con papel en mano como si fuese el dueño de todo, el recién llegado ni se había presentado y tampoco hizo falta. Le arrebató el papel de la mano y lo leyó por encima, una de sus cejas rubias se enarcó sin entender absolutamente nada ¿qué se iba a instalar? Dejó que terminase el numerito, como si con romper un jarrón iba a intimidarle, aquel hombre no sabía a quién tenía delante y lo que acababa de empezar, una guerra innecesaria.

-Claro, algo de beber ¿un whisky? -una fingida sonrisa, sus pasos se alejaron hasta el mueble bar del salón, dispuso dos copas y las llenó, un largo trago, deslizando por la superficie de la barra y él la tomase. Lo que pondría en el papel le daba exactamente igual, es más, le echó otro vistazo y lo arrugó, lanzándolo a la chimenea , el olor a papel quemado le provocó una breve sonrisa que se ensanchó cuando terminó la copa.

Por encima del cristal de la copa, le observó con detenimiento, no lo había visto en su vida. A estas alturas, se esperaba cualquier cosa de los tejes manejes de su padre. La mirada inquisitiva de la francesa, se paseó sin ningún disimulo por el cuerpo del que alegaba ser el dueño de su adorada morada, ¿pretendía que aceptaría y se marcharía sin más? No, jamás.

-Como ha podido ver me importa bien poco lo que disponga en el papel, no pienso marcharme de aquí, se lo puedo decir en varios idiomas pero ya me ha entendido. Y bien, si pretende no abandonar mi casa, le sugiero que no sea estúpido y se vaya cuanto antes, la decoración será el menor de sus problemas ¿si es una amenaza? La es -lanzó a las envolventes llamas la copa de cristal de bohemia, pequeños cristalitos adornaban el suelo impoluto, seguramente más limpio que aquel infeliz -No empiece una guerra, monsieur. Tiene todas las de perder -altanera, rodeó el mueble bar para encararle, no era una de esas jovencitas sumisas, al demonio no podía domarle nadie.

Tomé la copa que la mujer de dorados cabellos me extendió con esa sonrisa altiva tan parecida a la de su propio progenitor.
Podía casi escuchar como la cabeza de la bestia daba vueltas acerca de ese papel que hizo arder en al chimenea como si eso pudiera cambiar en algún preciso momento su sino y el mio.
Como ella apuré la copa de un trago, mis ojos deambulaban por la estancia en un claro gesto de lo poco o nada que me importaban sus amenazas.
-Todo cuanto tu vista alcanza a ver es mio, hasta tus bragas, así que te aconsejo mujer que bajes esos humos.

No se con que tipo de gente estaba acostumbrada a tratar esa mujer, aunque tenia entendido que se desposó con un norteño.
-Du har Laba å få din dyrebare rumpe ut av huset mitt. (tienes hasta el alba para sacar tu precioso culo de mi casa) -Quizás en ese idioma fuera capaz de entender mi amenaza.

Extendí la copa con una sonrisa para que volviera a servirme mas licor, era un bárbaro, pero eso no quitaba que entendiera de buenos acuerdos, así que podríamos si así lo deseaba la bella mujer de dorados cabellos llegar a un pacto que nos saliera rentable a ambos.
-Jeg er en forretningsmann, hvis du har noe å tilby meg utover kroppen din servert på et sølvfat, snakker, hvis ikke så... du kan plukke opp alt og se etter liv. Soyu n Pagan, sier jeg det fordi hvis planen er å knele og snakke til meg om helvete og andre dårskap brandishing et kors, og jeg advarer deg vil ikke gi meg mer enn latter. (Soy un hombre de negocios, si tienes algo que ofrecerme mas allá de tu cuerpo servido en bandeja de plata, habla, de no ser asi...puedes recogerlo todo y buscarte la vida. Soy un pagano, lo digo porque si tu plan es arrodillarte y hablarme del infierno y otras tantas tonterías blandiendo una cruz ya te aviso que no me dará mas que risa.)

Apuré la segunda copa dejándola sobre la barra.
-¡Alguien puede enseñarme mi mansión! -dije hundiendo mis aceros en los allí presentes esperando a que esa mujer meditara mis palabras pues francamente, ahora su casa era mía y solo aceptaría un trato e el que me vendiera el alma, si es que la tenia.

Las orbes esmeralda, centellearon a la primera palabra del oportunista. Alegaba que todo pasó a ser de su propiedad, incluida la propia dueña de la casa. La propia Valeria Cavey en manos del desconocido que se había atrevido a cruzar el umbral y proclamarse dueño y señor de su apellido, absolutamente todo lo que pertenecía a la familia Cavey. ¿Cómo pudo su padre ser tan estúpido? Fiarse de quién menos debía, jugar a ser Dios y terminar en el infierno donde hace mucho debió estar, mucho antes de cometer semejante locura.

Si no había leído mal, le pertenecía una parte. Si pensaba que sería tan ilusa de coger las maletas e irse porque él lo disponía... estaba muy pero que muy equivocado. Altanera, alzó el mentón, clavando sus penetrantes ojos en el mar azul de aquel ser despreciable. Hubiese borrado de un plumazo la sonrisa arrogante del atractivo rostro pero en este caso, no tenía ni voz ni voto, la firma era de su padre. ¿Cómo podía arruinarle la vida estando muerto? No era ni sería la última vez.

Ese idioma volvía a sus oídos, como el ronroneo de un felino incesante. Le recordó a un gato travieso, acercándose a su presa para atraparla y terminar devorándola, en este caso se estaba tomando su tiempo. Medía las palabras, no iba a ser fácil deshacerse de aquel mequetrefe, atacó con la misma sonrisa, atreviéndose a reír por lo bajo. El personal del servicio desapareció en cuestión de segundos, dejándoles a solas, conocían a la señorita y esos momentos en los que era mejor estar lejos, apartados de la batalla que apenas había dado comienzo.

Noruego. Ese hombre no sólo reclamaba lo suyo, también la azotaba con el recuerdo de un pasado que dejó atrás. Con paso firme, se acercó a él, la sonrisa en los labios. El aroma de lirios y violetas embriagaba la habitación, apenas acababa de darse un baño, la piel se le erizó...el cabello de la nuca aún seguía húmedo. Cerró un instante los ojos, antes de tomar aire y soltarlo despacio, a veces decir las cosas bien y en el tono adecuado te evitaban muchos problemas...y el mayor de todos ellos, se le acababa de presentar justo delante.

-No necesitais nada. Lo teneis todo ¿qué podría ofreceros? -paseó la mirada, volvían a estar a solas en la estancia, rió al oír los murmullos, los pasos de los criados alejarse como si temiesen que el fin del mundo les pisase los talones. -Mi padre no dejaría en manos de un descerebrado sus negocios, sus posesiones...y menos a su hija en la calle. No me vas a engañar, menos acceder a algo en lo que no pienso aceptar y menos darte el placer de ver con tus propios ojos -volvió a llenarse la copa, terminando por tomar la botella y caminar hacia uno de los pasillos con claras intenciones de no abandonar su casa -Si mi padre dispuso que tu trasero de cloaca ocupase un lugar en su adorada mansión , todo tuyo pero en el papel que ahora es ceniza, no ponía nada de que su primogénita abandone el hogar de residencia. Esa chorrada de contraer matrimonio ya no es válida, ya me casé y me descasé...cosa que creo que no te importa lo más mínimo. No voy a irme, pongas como te pongas... digas lo que digas esta es mi casa y cuidado con las amenazas. ¿Qué tengo que ofrecerte? Soy influyente, más que incluso el señor Cavey que conociste así que piénsalo bien. Te tiene cuenta de que sea tu aliada que enemiga. ¿Quieres ver la mansión? Lo dudo, todas las habitaciones tendrás que cambiarlas según tu criterio...lo mejor está fuera, en el bosque donde deberías estar

A medio camino del pasillo, se giró mirándole desafiante... el pasado regresaba. Él, como un fantasma, uno que no estaba dispuesta a hacerle retroceder nunca más. Con firmeza, apretó la copa en la mano derecha, con la otra la botella. La imagen del demonio vestido de rojo, imponía pero más su mirada esmeralda centelleante, viva y más resplandeciente que nunca.

Y allí estaba la mujer de labios rojos y vestido de fuego dispuesta a desafiarme como si se creyera el demonio, quizás es que nunca había mirado de frente a Hela, la autentica diosa de Hel.
Yo en cambio, solo veía una niña asustada que se aferraba a esa casa porque era todo cuanto le quedaba.
Bebí de la copa sin perder mi engreída sonrisa, su desafió no fue velado, tampoco el modo en el que lo acogieron mis oídos.
-¿Queréis quedaros en mi hogar? A eso se reduce todo vuestro orgullo? ¿A aferraros a esa pequeña parcela de mansión que aun os queda? Adelante, podéis conservar vuestro cuarto, será divertido encontrarme cada mañana con al diva de dorados cabellos.

Deje el vaso en la barra, sendos peces chocaron entre si mientras mi mirada se fijaba en las esmeraldas de ella. Peligrosos mis aceros podían asegurar que tendía a vencer toda gesta que decidía empezar.
-No tienes nada que ofrecerme que yo no pueda conseguir, mujeres me sobran, alcohol también y a decir verdad el matrimonio es una cárcel en la que no me veo ni de lejos.
Nada tienes que pueda interesarme aunque por contra pienses que eres demasiado deseable para dejar pasar la oportunidad.

Le dí la espalda, esta vez dirigiéndome a las criadas que de impoluto uniforme francés me miraban asustadas.
-Quitaros el uniforme -dije sin mas, con una sonrisa ladeada, se miraron entre si aterradas -¿que esperáis? ¡ahora! -rugí mientras ellas entre sollozos obedecían al nuevo dueño de la mansión.
Me paseé como un depredador observando mis presas.
-Tu y tu -señale un par, las mas jóvenes y de mejor cuerpo -me serviereis personalmente, vestir con ropa menos pomposa, sois mis esclavas no las damas de la corte -rugí clavando mis ojos en una mujer de pelo cano que desafiante alzaba la mirada -bien, tu te encargaras de que el resto cumplan con su trabajo y me tengan contento.
-Pero señor para eso esta el mayordomo -replicó
-los hombres trabajaran fuera de la mansión de sol a sol, hay mucho trabajo que hacer ahí afuera, granero, cuadras ¿que os pensáis que es esto ¿un palacio?

Señalé a la vieja con el dedo mientras esta bajaba la mirada.
-Quiero una decoración mas acorde al nuevo señor y que la capilla sea derribada, soy pagano, no viviré en un lugar donde un dios falso tenga su propio teatro.
-Id -exigí -¿algo que decir señorita Cavey?