Valhalla (Valeria Cavey)(+18)

Trote de mi espectro sobre el cual apenas podía mantener mi cuerpo, musculo contra musculo, tensos sendos. La parca me miraba de frente, pues aunque las heridas no sangraban las costillas rotas perforaban el pulmón dejándome sin aire.
Piel violeta, pecho en llamas, dolor al que estaba acostumbrado, ese que había aprendido a soportar con los años.
Brizna de aire tomada por mis labios, en un intento de mandar a la muerte de vuelta al infierno.

Ojos esmeralda que salían a mi encuentro, casi suplicando que no me durmiera, que me mantuviera despierto. Enlacé mis dedos a las crines, apretando las piernas contra el lomo negro.
Hoy no vería el Valhalla, hoy las valquirias no vendrían a mi encuentro.
Cuervos graznaban por sendos héroes, sedientos de apoderarse de sus almas para engendrar un ejercito de valientes.

Mi pecho se hundía salvaje, casi pudiendo ver el pulmón bailar contra mi piel, sonreí de medio lado apretando los dientes, dejando escapar un gruñido que rompió la negra noche uniéndose a los graznidos.

La realidad se desdibuja frente a mis ojos, la noche los acoge entre bailes de luces y sombras, en la que los edificio solo son imágenes futuras, las gentes pasadas y el presente los cascos del caballo contra el empedrado.

Sudor perlado sobre mi frente, agotado, casi inerte respiro de nuevo, mi pecho se quiebra frente al movimiento del espectro. Un alarido, dolor incendiario, guardo silencio ,sal en las heridas, cuerpo que se quiebra, voluntad férrea.

En mi mente solo la venganza, pues el otro sigue con vida, acero que hundiré en su pecho la próxima vez que le vea, eso y no otra cosa me mantiene consciente, con vida.
Frente a mi el destino, la mansión Cavey, allí encontraré mi sino.
Toso de nuevo, sangre sobre la piel del corcel, mis labios resecos se impregnan de carmesí y caigo al suelo incapaz de mantener mi cuerpo erguido.

Oigo gritos, se de quien son, las doncellas de la mansión salen a mi encuentro. Mi Caballo relincha armando jadeo, las luces se encienden iluminando el sendero.
Abro los ojos en un último esfuerzo por ver el rostro de la mujer que quiero.
Oscuridad es lo siguiente que veo antes de caer inconsciente sobre el frió suelo.

Toda la tarde, había estado escribiendo cartas… una tarea que le agotaba sobremanera. Apenas un par de horas le dedicó a esos menesteres, necesitaba tranquilidad… un té rojo frente a su jardín , respirando el rico aroma del atardecer… y verlo morir , un día más. “Un día más”, pensó para sí misma, un día en el que todo parecía haber tomado un silencio inquietante.

Se encontraba sola en la mansión Cavey, apenas había salido a hacer unos recados pero por la noche, tendría que acudir a uno de esos encuentros en el que terminaba perdiendo el norte con la bebida y en brazos desconocidos, unos a los que no recordaba ni quería ver un encuentro más pues con uno era más que suficiente.

Se había dado un baño, el olor a violetas perdura en su piel…fresco y resplandeciente como ella misma. Su batín de satén rojo carmesí como sus labios, baila a cada paso, se dirige a comer algo… no recuerda la vez que ha probado bocado. Las doncellas, de un lado para otro, al verla pasar enmudecen… no quieren importunar a su señorita.

-Estela, un té rojo, unas pastas de mantequilla y mi whisky -la joven asiente, apenas pasan unos segundos cuando oye el jaleo en la calle, en su puerta. Si fuese otro tipo de ruido no iría pero reconoce que es un caballo y no cualquiera, ese que bufa como un condenado…su corcel blanco. Algo ha ocurrido, algo grave. Es Hoör, lo presiente.

Corre a ver, sus pasos se aceleran, serpenteando al servicio y ser ella quien se acerca al corcel para ayudarle a bajar. No puede sola, sus hombres se ocupan de él que con un susurro “llévenlo a los aposentos” intenta acabar con ese miedo, preocupación que con un siseo el servicio vuelve a enmudecer.

-El médco. Y YA -no puede evitarlo, su respiración se entrecorta, no tiene buen aspecto… parece un muerto en vida. Se acerca a la cama en donde le despojan de los jirones de su ropa. Primero hay que lavarle las heridas, desinfectarlas y taparlas…así que ella se encarga de lo primero. Sumerge un paño, en el agua caliente y comienza a descender por su brazo, maldita sea… ¿Es que ese hombre no pensaba las cosas?

-Maldit noruego, te propones asustarme -murmura, intentando que el líquido borgoña no la manche pero eso, es lo que menos le importa. Suspira, no sabe si está despierto y lo consigue dándole un tortazo, inclinándose a su rostro -Espero que sea una de tus tretas para captar la atención… maldito seas ¿es que no puedes quedarte quieto? Sin luchar… la vida no es siempre una guerra -y es que sus orbes esmeraldas…reflejaban preocupación, una que él aún no había vislumbrado en la señorita Cavey.

Abrí los ojos al sentir una mano impactar contra mi cara, apenas entraba aire en mis pulmones cuando mis ojos se enredaron en las esmeraldas de la señorita Cavey.
Sus palabras nada tenían que ver con lo que me gritaban sus ojos y una sonrisa de medio lado cruzo mis labios cansados y secos.
-Necesitaba que me prestaras atención -bromeé antes de que una tos ronca surcara mi cuerpo.

Los ojos volvieron a entrecerrarse, apenas me quedaba aire, en un último esfuerzo busque con la mirada el abrecartas del escritorio y se lo señalé a Valeria.
-Entre las costillas, la tercera por abajo, clavalo...mi voz se entrecortó.
Sentía sus manso aferrando mi camisa, no se si estaba enfadada, preocupada o de todo un poco.

-Estoy bien -aseguré volviendo a dibujar una sonrisa mientras las gotas de sudor perlaban mi frente.
Sus orbes verdes eran intensos, creo que nunca antes los había visto de ese color, si mas oscuros, teñidos de pasión.
Empezaba a ser experto en su mirada, tenia tantas y tan distintas. La de alegría, esa que pocas veces  tenia. En ella sus orbes brillaban centelleantes acompañando una sonrisa abierta y sincera. La contemple en el bosque cuando la lluvia arrecio y me uso de escudo para la tormenta.
Luego estaba la de la mas profunda tristeza, esa que vislumbré cuando alcé el puño contra Haytham. Sus orbes se teñían de humedad, aunque no dejaba escapar sus lagrimas por orgullo.
La pasional, en la que la pupila se apoderaba de sus esmeraldas, esa que gocé cuando hacíamos el amor en la gruta, o cuando entré borracho en su alcoba la primera noche en la que nos conocimos.
La desafiante, en la que entrecerraba ligeramente los ojos acompañándolos del abanico de sus pestañas, esa era con la que jugaba con los hombres, la vi cuando en el exterior de su casa me vio por primera vez, era a la que mas acostumbrado estaba y para que mentir, la que ella usaba como escudo.
La de miedo, no muy distinta a esta, pero con ciertos matices. La vi, cuando entre en el despacho, la luz apagada, y su cuerpo mancillado. Sus ojos estaban muertos, sin resquicio de brillo alguno.
También había otra mirada, esa que no quería ver y solo la tenia cuando miraba a Haytham

De nuevo la inconsciencia se apodero de mi, la mano que había lanzado hacia su rostro sin alcanzarlo cayo funesta sobre el lecho y de nuevo oscuridad, no había aire.

La verdad, hacía años que nadie cruzaba las puertas de su mansión en ese estado. El último, fue su propio padre, el malnacido, se batió en duelo con un caballero de clase alta y ambos resultaron heridos. Un flash de aquel recuerdo, apenas unos segundos…volvieron al presente. Sentada en el borde de la cama al lado del caballero, intentaba presionar las heridas para que no se desangrase. No era experta en curar a nadie, apenas fue testigo de las insuperables ocasiones en que al hombre con habilidades especiales irrumpió en su casa, quizás necesitase algo así y no un médico como había mandado a llamar.

-Qué egocéntrico, ya decía yo que tanto espectáculo era por algo -bromeó de igual modo, con una media sonrisa. A la vez que apretaba la herida, la mano libre intentaba limpiar la sangre, cualquiera dudaría si afirmase que eso no era algo a lo que ella se dedicase. Aún así, sus movimientos decididos y calculados, temblaban por la inexperiencia. No lo admitiría nunca, jamás pero la preocupación y el desconcierto, se reflejaba en sus orbes esmeraldas…unas orbes que brillaban con más fuerza cuando se pasearon por su cuerpo, apreciando las heridas que aquella pelea había hecho mella en él.

-No lo estás, estás para el arrastre. En tu estado no debería decírtelo pero estás horrible, no me pones nada -bromeó, una risa nerviosa abandonó sus labios al pedirle lo del abrecartas. Creía entender para qué lo quería…nunca se había visto en situación parecida pero al menos si fue testigo de ciertas “clases” médicas, demasiadas heridas tratadas en la casa Cavey. Dejó la gasa húmeda en su frente, dejando de presionar por unos segundos. No podía respirar, eso quería decir que algo se lo impedía

Presta, tomó el abrecartas de plata. Volvió a la cama pero esta vez , de rodillas ante él y no lo pensó, en ocasiones de pánico o nerviosismo , su impulso era aún mayor que el miedo…no se achantaba. Tiró de la ropa, haciéndola añicos entre sus dedos, dejando su pecho al descubierto y observar dónde debía hacerlo, tenía que hundir el filo en una parte en concreto. Con dos de sus dedos, presionaron la piel… si no recordaba mal, entre las costillas…donde un simple pinchazo terminaría por devolverle, ese soplo de aire a sus pulmones.

-Una…dos…-presionó justo entre las costillas y no, ni siquiera avisó. Apuñaló la zona, dejándola clavada…devolviéndole aquello que ansiaba. ¿Le habría salvado la vida? ¿o quién de los dos? Se inclinó hacia él, apartándole la gasa y los cabellos de su frente, el médico tardaría en llegar…estaría en una urgencia o peor… fuera de Paris - No quiero muertos en mi casa, así que ya puedes ir abriendo los ojos -sonrió con el ceño fruncido, apartando de forma seca el abrecartas y presionar la pequeña herida que lo había provocado.

- No esperes que vuelva a repetir semejante… acabo de mancharme las manos de sangre, debí haberte rematado -se recostó a su lado, sin dejar de presionar y seguir limpiando las heridas, quién iba a decir que aquella niña orgullosa tuviese tanta determinación.

Una punzada entre las costillas, un quejido ahogado y la sangre saliendo de mi costado, aliviando así la presión que rápido hincho mis pulmones permitiéndome dar una amplia bocanada de aire.
Mis ojos buscaron abriéndose las esmeraldas, mientras esta con su palabras de cariño, adecuadas como no a un moribundo, me aconsejaban que si quería la muerte, saliera de su lecho, que allí no quería ningún muerto.

No pude evitar sonreír de medio lado, esta vez moviendo la mano entre siesos para acariciar su mejilla antes de tomar su nuca atrayendola contra mis labios secos.
-¿como que no te pongo nada? -pregunté medio en broma, medio en serio, rozando con suavidad sus labios antes de tomarlos con ahincó.

Tenia que reconocer que cuanto mas la conocía, mas me gustaba. Cualquier otra hubiera dudado, le hubieran temblado las manos, de echo estoy seguro que jamas hubiera hundido la plata en mi piel.
Mas ella, no era como las demás, era salvaje, impetuosa, no se achantaba frente a los problemas y tomaba decisiones complicadas sin temblarle el pulso por ello.
Digna mujer de un guerrero -pensé divertido -solo debe aprender a coser heridas y a hablar con mas cariño.
Bueno, la verdad es que su forma de hablarme también me agradaba. Básicamente porque sabia que estaba preocupada, que sus palabras solo eran el reflejo de su propio escudo ,ese que yo también tenia siempre en alto.
Nos parecíamos demasiado, ninguno era fácil de alcanzar, aunque yo había abierto mi corazón de un modo en el que había quedado demasiado expuesto y eso me asustaba mas que cualquier guerra en la que me pudiera ver envuelto.
Había heridas, como las que hoy portaba que cerrarían ,mas otras habían quedado abiertas de por vida, de esas ya portaba alguna en mi alma.

Su cuerpo se recostó contra el mio, aun dedicándome palabras de amor para que me mantuviera despierto o para hacerme sonreír. La verdad, no lo sabia muy bien pues ambas cosas estaba lograndolas en aquella noche la dama.
-Os compraré otro vestido -apunté contemplando sus ojos con los míos.
Enrede mis dedos a los ajenos, acariciando la palma de su mano.
Mi cuerpo temblaba pese a mis intentos de mantenerlo quieto para no preocuparla.
-Si me das alcohol, aguja e hilo yo mismo cerraré las heridas -susurré contra sus labios.

Dudar era de cobardes y ella aún, no lo había hecho en su vida y ahora no iba a ser menos, aunque quien sabe… quizás Valeria sí que tuviese algo de calor en aquel frío corazón. No acostumbraba a tener invitados en casa, menos que se quedasen durante un determinado tiempo a vivir en su casa. En la casa de los Cavey, el espíritu hospitalario era más que conocido por sus amigos y conocidos. Valeria lo compartía, gracias a esos “favores” ella podría pedir otros a todo aquel que le pedía cobijo o algún favor sin importancia.

-No digas tonterías, tuviste suerte…casi fallo en clavar la daga, un poco más arriba…cerca del corazón. Y se acabó el problema -bromeó mordiéndose el labio inferior, dejando escapar un suspiro…seguido de una risa. Bromeaba en una situación delicada pero ¿por qué iba a hacer un drama de todo eso? por supuesto que no, verse vulnerable o preocupada no estaba en su lista aunque tampoco hacía falta mostrarlo, si la conocía lo suficiente podía leer en sus orbes que estaba preocupada.

-Cualquier otra dama, estaría llorando a moco tendido porque pensaría que no volvería a verte más, yo sin embargo estoy cabreada… porque vas a salir de esta y me vas a volver a hacer la vida imposible -pese a sus palabras, sonrió de medio lado…risa que hizo eco en la habitación.

Seguía sentada en el borde, esperando que le trajesen toallas limpias, agua caliente y sí, como bien decía…alcohol y aguja. No sería tan difícil, su madrastra y su afición con la costura le había enseñado dar puntos suficientes como para seguro coser la herida , mucho mejor que él mismo. Apenas podía mantenerse en pie, sería una completa tontería.

-Espera, voy a ver qué pasa con lo que he pedido…que poco respeto se me tiene en mi propia casa -le abandonó unos segundos para gritarle a pleno pulmón al servicio que le trajese las toallas y demás. -Luego que soy un ogro… -chasqueó la lengua, apenas un minuto después una de sus criadas le trajo todo lo que pidió sin dejar de pedirle disculpas a la joven Cavey.

-Bien, puedes dejarnos a solas, sé muy bien lo que hacer -la mujer se marchó casi a la carrera. Lo primero que hizo fue limpiar sus heridas. La aguja debía usarse pronto, quemaba…con rapidez le desinfectó con alcohol la herida. Esperaba no se quejase demasiado, una vez más, no volvió a titubear.

Hundió la aguja en su piel , cosiendo la herida con paciencia, sin dejar de limpiar la sangre. Muy concentrada durante unos minutos. Terminó de coser y colocó una toalla limpia sobre la herida, frunciendo ligeramente el ceño.

- Pues me debes un favor… no hago estas cosas gratis. Ya te dije que no me suelo manchar las manos de sangre

Sonreí negando con la cabeza, como era posible que esa mujer fuera tan perfecta. Era cierto cualquier otra lloraría sobre lo que ya apostaría era mi cadáver, mientras desquiciaba suplicaría y rezaría a su dios por que trajera presto al medico.
No necesitaba llantos, solo aguja e hilo, una venda que apretara mis costillas y arriba a continuar con mi entrenamiento.

Al menos sabia que con Valeria las cosas en ese aspecto serian fáciles, estaba acostumbrada a pelear, a mantenerse en pie cuando todo se desmoronaba frente a sus ojos. Puede que no fuera una guerrera curtida a fuego de acero, su cuerpo inmaculado no tenia muestra de cicatriz alguna, mas al contrario su alma estaba plagada de muchas de ellas.
Jirones que desconocía hasta que punto todavía sangraban ¿lo descubriría? No lo se, solo se que lo intentaría.

Se levantó de mi lado como un huracán arrastrándolo todo a su paso. Eso si, sin perder aquel buen humor que fingía tener, ese despreocupado, pero que sus orbes me gritaban lo contrario.
No tardó en llegar con paño, agua y una aguja la criada, a la que hizo marchar cerrando tras de si la puerta, dejándonos solos y en penumbra.
Alargué la mano para tomar la botella y dar un trago. Whisky, al menos tenia buen gusto con el alcohol que utilizar en las heridas.
-¿No sabe usted señorita Cavey que por educación y protocolo haya que ofrecer algo de beber a su invitado? -pregunté con una mueca divertida, antes de sisear el sentir el alcohol abrasar la herida.

Durante unos minutos reino el silencio, parecía que estaba haciendo un bordado, mas la verdad, mis ojos la contemplaron de arriba a bajo. Concentrada estaba preciosa, sus esmeraldas brillaban con cada puntada, reflejando el color carmesí que ahora manchaba sus manos.

Alzó la cabeza al terminar, fundiendo así nuestros ojos en uno solo. Sus mordaces palabras tentadoras, provocativas y como no típicas en ella, me pedían algo a cambio por salvarme de esta.
-Cobresé EL favor cuando lo necesite señorita Cavey, estoy en deuda con vos y yo siempre cumplo mis promesas.
Cierto era que ella no solía hacer las cosas por nada. Sabia de los favores que muchos le debían a su familia, mas del mismo modo ella sabia que yo cumplía lo prometido.
Así un pacto quedo sellado entre ambos, cumpliría sin rechistar una de sus peticiones, ella pondría las condiciones y yo me limitaría a acatar.

Me incorporé despacio apretando la mandíbula, quedando así sentado frente a ella. Mis ojos la contemplaron de nuevo de arriba a bajo, oscureciéndose frente a los ajenos, necesitados de contacto.
Tiré de su cintura para orillarla a mi, hablándole a escasos centímetros de sus labios. Apenas un roce que suplicaba mucho mas.
-¿probamos lo bien que has bordado la herida? -susurré relamiendo mis labios

Ella, Valeria Cavey curando heridas y de nada más y nada menos que de su invitado. Si su padre levantar la cabeza y la viese, preocupándose por su manera por el bienestar de alguien que no fuese sí misma. No lo admitiría, menos aseguraría que lo hizo si saliese la conversación fuese de esas cuatro paredes. Él podía saber porqué Valeria era tan orgullosa, incluso en esos momentos. ¿Cómo no iba a serlo? Ni aún cosiendo aquella herida, se mantuvo serena, sí con el ceño fruncido siendo más que consciente que él le estaba observando, detenidamente…por lo que enarcó ambas cejas…preguntando con la mirada.

-Me lo cobraré, desde luego, de eso no hay duda… ¿cómo no cobrármelo? Montas la escandalera, te presentas medio muerto en mi corcel, revolucionas a mi personal y termino en tu cama cosiendo tus heridas…como una buena mujer. Buena… -rió por sus propias palabras. La palabra “promesa” para ella tenía un significado muy diferente que para él, ella no hacía promesas, tampoco le agradaba que se las hicieran -No me gustan las promesas, menos si no vas a cumplirlas. Hasta que no lo hagas… ten por seguro que para mí son palabras que se las lleva el viento. Por eso no prometo nada, yo actúo en consecuencia… sin importarme otra cosa que mis actos. ¿Y tú Hoör? Eres decidido, sabes muy bien a dónde y con quién vas… -

No hablaba por hablar, era muy observadora y pudo demostrarlo en esas palabras. Estaba siendo sincera, más de lo que él creía. Nunca hablaba de sí misma y él era el único que empezaba a intentar abrir esa caja de Pandora. Suspiró, negando con la cabeza, ese maldito testarudo volvía a intentar desafiarla inconscientemente. Siseó, apoyando las manos en sus hombros para que no se moviese, le iba a doler más y ya cosió la herida como para tener que volver a hacerlo.

Apoyó su frente en la ajena, mirándole fijamente a los ojos. Ambas miradas volvían a fundirse, diciéndose todo. Sonrió, rozándole los labios, buscándole y encontrándolo deseoso de ella. Dibujó una sonrisa contra sus labios, dibujando los ajenos con la punta de su lengua, negar con la cabeza porque no, no iba a ser tan inconsciente de abrirle la herida.

-Si apenas puedes mantener los ojos abiertos… tendríamos que tener cuidado, despacio, sin prisa…movernos lo justo para que no te desmayes y la herida no se abra. Ambos sabemos que no puedes… así que tendrás que esperar pero si quieres saber lo bien que coso puedo hacerte yo misma una herida para curarla… pero con mis garras -apoyó su frente en la ajena, deslizando la nariz por su mejilla mordiendo su mandíbula -Descansa, o espera… ¿es una especie de proposición? Quedarme a velarte…en tu cama durante toda la noche -

Él también era muy orgulloso, lo suficiente para no admitir que quería que la joven se quedase, aún así, seguía allí, asegurándose de que su herida no rozase con nada y poco a poco él recuperase esa sangre que había perdido.

Mordaces, astutas y divertidas, así me sonaban sus palabras que desafiantes llegaban a mis oídos dibujandome una sonrisa.
Sin duda que se lo cobraría, algo que me hizo sonreir y lanzar un bocado al aire.
-En carne, cobratelo en carné -bromeé guiñándole un ojo mientras buscaba sus labios como premio a ser “la mujer del mes”
No podía evitar sonreír con ella, era tan fácil estar bien cuando ella lo permitía.
¿Acaso no se daba cuenta de que si bajaba las defensa, se quitaba las mascaras y yo deponía los escudos, solo quedábamos ella y yo sin orgullo.
En esos momento todo merecía la pena, todo era perfecto, demasiado para perdurar en el tiempo.

Nuevamente hablo de promesas, esas que no se creía, que no deseaba que le hiciera. Mentiroso me llamaba, mas no sabia cuan equivocada estaba al pronunciar eso como una certeza.
-Para mi una promesa lo implica todo, crecí con un código de honor, donde las palabras se escriben a fuego, siendo esclavo de todas ellas.
Si prometo algo, lo cumplo, hasta mis ultimas consecuencias. Te protegeré Valeria, no prometo que no te haré daño en alguna ocasión ,ni tampoco que no me equivocaré en muchas otras, mas espero que sepas ayudarme a encontrar el camino, no soy un hombre fácil.
Sonreí de medio lado, claro que comparado con ella, un crucigrama sin respuesta...

Su frente se poso en la mía tratando con las manos de mantenerme tumbado sin éxito, era lo suficientemente testarudo para no quedarme en el lecho al menos, no sin un buen motivo.
-No será la primera vez que cocinamos nuestros cuerpos a fuego lento, confía en mi, si puedo -jadeé contra sus labios.
Tenia ganas, ella siempre lograba incendiarme, gruñí cuando su lengua contorneo mi boca.
Mis manos tiraron de sus nalgas al tiempo que abria mis piernas para colarla entre ellas.
Alce la mirada cuando contra su vientre sintió mi dureza y una sonrisa picara se dibujo en mis labios.
-Somos dos contra uno, ella también dice que puede -bromeé colisionando contra su boca entreabierta que acogió a mi lengua necesitada dándole paso para saborear cada resquicio de ella.
Lenguas que se encadenaron en un baile sin tregua, un gruñido al sentir un mordisco de esta y mis manos delineando las cintas de su corseé dispuesto a empezar la gesta.

Me aparté al decirme lo de pasar la noche a mi lado, velandome, me sonó a una broma, un engaño, pues creo que ella era consciente de mi necesidad de ella. Ni siquiera sabia si lo decía en serio, pues ella no eran de las que se quedan, tampoco lo era yo hasta conocerla.
Demasiado orgulloso para decirle que si, que no solo quería pasar la noche con ella, si no el resto de mi vida, guarde silencio volviendo a enlazar nuestras bocas.
Si no sabia interpretar una mirada, nunca entendería una larga explicación..las palabras sobraban.

Con un ágil movimiento la tumbé sobre el lecho, siseé por el dolor al girar el cuerpo tan rápido, mas pronto me convertí en su escudo gateando por su piel hasta que nuestras miradas se fundieron en una.
-Te deseo señorita Cavey -apunté sin dar tregua a sus labios sujetando mi cuerpo tenso con las manos que ahora se enlazaban a las suyas a ambos lados de su perfecto rostro de porcelana.

Era extraño pero verle sonreír le agradaba, diferente para ella en muchos sentidos. Por cortesía, meras palabras de preocupación si a alguno de sus invitados le ocurría algo, ella no se dedicaba ni a curar heridas…menos interesarse más de lo debido, solo lo justo y necesario. ¿Por qué él sí? No llegaba a comprenderlo o quizás, tampoco quería. Verle como importante, era mucho más difícil de asimilar…más de lo que llegase nadie a imaginar.

Rió contra sus labios, pagarlo de esa manera habría salido de sus labios pero lo que calló fue algo mucho más que una simple deuda, quería un momento como aquel del bosque en donde sí…se sintió diferente, distinta. Las orbes oscuras observándola como si nada más ocurriese a su alrededor, los besos y caricias…terminando en un acto desenfrenado culpable de esa tensión desde el primer segundo.

Sonaba demasiado bien eso de “Te protegeré , Valeria”. Una parte de ella quería creerle pero otra… corría en una dirección muy diferente. Ya le habían hecho esa promesa antes y la quebrantaron, no podía confiar así como así en nadie y él… él parecía tan sincero que no podía ser real. Las palabras se convirtieron en besos necesitados, las caricias…envolvían el cuerpo de la joven, haciéndolo estremecer…volviendo a sentir la piel quemar pero ella se tomó su tiempo.

Acarició sus costados, con la yema de los dedos, bordeando la herida… entre besos susurraba su nombre como una súplica. Miradas que se fundieron cuando no la creyó ¿quién iba a creerla en su sano juicio? Esa infame mujer, fría como el hielo ¿cómo iba a querer velarle? Estar a su lado. Tuve que agachar un instante la mirada, con los labios entreabiertos por el deseo pero también por la necesidad de no abandonarle esa noche pasase lo que pasase. No quería preguntar qué pasaba, tampoco hacía falta… saltaba de puntillas para no tropezar, no quería equivocarse, ese era el error al que más temía.

Las orbes esmeraldas de la joven, se clavaron en las ajenas en silencio. Un silencio que se había apoderado de ella, pues en ningún instante había dejado de buscar su mirada, acariciado su cuerpo con tanto tacto que por segundos creyó que fuese a romperse… sintiéndolo como algo preciado de su propiedad. Notaba la excitación, al igual que en su cuerpo… pero lo que más necesitaba era aquel calor que él le daba inconscientemente, esas palabras que habían hecho mella en su frío corazón.

Apretó tanto los labios como los dedos entrelazados, pidiéndole en silencio que no la dejase marchar. No solo quería un momento de placer y sosiego, quería quedarse. Se mordió los labios, apoyando su frente en la suya… le deseaba, ella también y pudo demostrárselo cuando su cuerpo se arqueó buscando refugio en unos brazos que la atrapaban sin dejarle marchar… o eso al menos quería.

-Quiero quedarme -murmuró muy cerca de sus labios, rozándolos, no le importaba que ocurriese cualquier cosa… solo quería eso, le había pedido lo que a nadie antes…que la dejase marchar.

Su boca surcaba la mía susurrando mi nombre, logrando con un gesto tan sencillo hacerme temblar.
Podría pensar que era por la fiebre, mas no seria yo quien se lo desmintiese, pero en realidad, eran sus dedos surcando mis costados, despacio, tan lento, que sentía cada resquicio de su ser en esas caricias que mudas me regalaban el infierno, bajándome el cielo.

Jadeos roncos que morían en sus labios, su cuerpo se arqueaba buscacandome con calma, como si pese a lo excitados que ambos nos encontraramos, para ella fuera mas importante que esa herida permaneciera cerrada que su placer o que el mio.

Admito que la ame mas por ello, porque cada gesto que tenia conmigo reflejaba a esa Valeria que no mostraba al resto del mundo, mas que sin embargo y frente a mi, casi sin darse cuenta apartaba a un lado las mascaras y se convertía en Valeria, esa mujer sin apellido que sonreía feliz, tranquila y ¿enamorada?
No lo sabia, mas deseaba creerlo.

Mi cuerpo sobre el suyo, seguía moviéndose incendiando su vientre, estaba cansado, herido, pero es que esa mujer era mi perdición, mi mayor deseo. No era solo lujuria, era otra cosa, que si tenia nombre, mas que por miedo calle.

Sus dedos acariciaban los míos regalandome unos momentos que nada tenían que ver con otros vividos. Ella, con cada gesto, por insignificante que pareciera lo convertía en un mundo, mi mundo.
Valeria Cavey era mi norte y mi sur, era la brújula que necesitaba para guiar mi sino.

“Quiero quedarme” susurró contra mi boca de nuevo mostrándome que su valor era muy superior al mío.
-Necesito que te quedes -esta vez no mentí, ni calle, confesé lo que ella bien sabia y yo también.
-No porque este herido, no porque necesite que bajes mi fiebre, necesito tu piel, como nunca antes he necesitado nada Valeria.

Sonrió y yo lo hice también, deje caer mi cuerpo a un lado del lecho con un siseo, aguantarme en vilo mucho mas tiempo era un esfuerzo sobrehumano para mis costillas desquebrajadas.
Vi sus ojos nuevamente preocupados, mientras mis dedos surcaban sus labios.
-Solo estoy cansado -confesé tirando de ella para orillarla contra mi cuerpo -mas eso no quiere decir, que no os haría el amor, ahora mismo.
Reconocí con absoluta sinceridad, mas lo mas importante estaba dicho, se quedaría, me regalaría otra noche de su vida.

Con el mismo cuidado con el que le había curado la herida, sus dedos delineaban cada resquicio de su piel. Cuidado, con mucho detenimiento , hizo dibujos sin sentido, cuidando de no tocar su herida, le calmase su tacto. Ya de por sí, le había hecho daño cuando le cosió la herida, no necesitaba más dolor…solo calma y que se bebiese aquella infusión de hierbas. Eran milagrosas, ella las tomaba cada cierto tiempo…cuando lo necesitaba y eran muchas veces pero eso él aún no lo sabía, no tenía constancia de ello.

Frases cortas que significaban mucho más que cualquier larga conversación. Sus esmeraldas, lo admiraban desde su posición, lo estudiaba, lo observaba en silencio… en el más absoluto desconcierto. La frente ajena, perlada de sudor, sus dedos apartaron aquella finas gotas , enredando las yemas en el cabello azabache del joven. Sonrió ante sus palabras, no quería que se quedase “necesitaba” tal cosa. Pestañeó, un movimiento coqueto seguido de un leve rubor en sus mejillas, sabía que él no solo la quería para aplacar sus necesidades… quería más.

-Sería la culpable de que tu herida se abriese… no eres capaz de cocinar a fuego lento, Hoör y no es algo que te eche en cara…porque yo tampoco sé ser así pero dicen…que para todo hay una primera vez -acarició su nariz con la ajena, mordiendo su labio inferior, realizar un masaje en su cuero cabelludo, para relajarle, mostrarle que iba a complacerle igualmente aunque fuese tan solo ese simple gesto.

-Debes descansar -susurró a media voz, su respiración un tanto agitada por aquel reencuentro de sus cuerpos. Valeria sonrió, algo se le estaba ocurriendo. Despacio, se colocó sobre él, echando su menudo cuerpo sobre el ajeno y dejar ambas manos a la altura de la cabeza del noruego. Volvió a apoyar su frente en la suya, rozando sus labios…dejando escapar un suspiro de alivio..estaba bien y eso era lo que realmente importaba.

-¿No querrás que te cante? No sé, solo tararear… no me cantaron ninguna canción de niña - rió contra sus labios, dejando éstos sobre una de sus mejillas -¿Cómo te has hecho la herida? No me lo has contado y tampoco creo que estés por la labor… así que lo dejo en tu mano. -terminó sentada, en su regazo, observándolo con sus enormes esmeraldas… y su cabello rubio cayendo en bucles , casi podían acariciar el rostro del joven.

Buscó sus dedos, para entrelazarlos, como si ella fuese el inicio de aquella danza… una lenta pero terriblemente placentera, una que necesitaban para terminar de fundir sus almas.

Sus dedos dibujaban figuras sobre mi piel, esquivando cada rasguño, hundiendo sus yemas en los jirones del pasado, en los que pronto se trasformarían las heridas hoy abiertas.
Sus ojos las delineaban estudiándolas y yo, la miraba embelesado pues en su mirada esmeralda veía un brillo distinto ¿felicidad? Creo que era eso ¿futuro? En ese momento lo creía posible.
Temblé de nuevo, no solo por la fiebre si no por sus caricias, me hacia cosquillas y una sonrisa se pinto en mi cara sin poder dejar de admirarla.

Sus dedos reescribieron mis labios, despacio, contemplandono, ¿palabras? Quien las necesitaba cuando nuestros ojos hablaban. Nunca me entendí con nadie mejor, nunca discutí con nadie con tanta fuerza y nunca ame a nadie e esta manera.
-Mi Valhalla -susurré cuando sus dedos apartaron el sudor perlado de mi rostro que en forma de gotas resbalaba por mi piel.
Después acarició mi pelo, cerré los ojos por un instante reconfortado ¿era eso de lo que hablaban mis compañeros de batalla en la hoguera? De como el amor todo lo sacia.
Ella calmaba mi dolor tan solo con una caricia, gesto ínfimo que para mi era todo. Como siempre, todo o nada.

Abrí los ojos al escuchar sus palabras mientras hacia un mohin. Quería tomarla, mas era cierto estaba agotado. Aun así ,mi respiración se agitaba cada vez que su cuerpo se adentraba en las proximidades del mio, cada vez que eran sus labios los que entreabiertos calentaban con su aliento mi boca
-No se cocinar a fuego lento, mas, déjame intentarlo -casi supliqué.
Fue entonces cuando su picara sonrisa se dibujo trepando con delicadeza sobre mi cuerpo.
En mi regazo sus piernas abrazaron mi cuerpo, nuestros ojos se engarzaron y nuestras bocas se fundieron en un cálido encuentro que prometía sin hacer promesas.

Bucles de oros acariciaron mi rostro, mientras su boca suspiraba sobre la mía reclamando a mi lengua que lenta invadió sus labios cruzando el precipicio de estos para adentrarse en el vació.
Lenguas que se acariciaron muy despacio, con los ojos cerrados. Beso que se hizo eterno, nuestro, unico.
De nuevo las risas de una complicidad completa y sus palabras que me hablaban de una canción que nunca escuchó.
-Quizás pueda cantártela yo -susurré contra su boca- mi madre cantaba una que según ella tarareaba a menudo mi padre. Me la cantaba cuando llegaba herido, tras la fusta o el látigo de mi tío. Acariciaba mi pelo, como tu lo haces ahora, lograba calmarme, mas la rabia me impedía dormirme.
Recuerdo que no me salían las lagrimas, por el odio, deje de llorar hace tanto tiempo que ya no recuerdo lo que es eso.

Estaba abriéndole mi corazón, contándole retales de mi pasado, algo que me costaba mucho hacer, pues dar lastima era algo que odiaba demasiado.
Tatareé la canción contra sus labios mientras nuestros dedos se entrelazaban. Jadeé al sentir sus caderas en movimiento, un baile lento al ritmo del son de aquella canción que empezaba a tornar ronca mi voz.
Mi virilidad se endureció bajo su sexo, nuestros ojos volvieron a fundirse ante la intensidad de los acontecimientos.
-Jeg skulle ønske, gjør meg glad sakte, jeg tenemso hele natten ... at vi finner den daggry Valeria (te deseo, hazme el amor despacio, tenemos la noche entera ...que nos encuentre el alba Valeria)

Lo que tararea.

Esa noche, se diferenciaba a cualquier otra. Las miradas lo decían todo, en este caso más que los labios pues mentirían negando cualquier evidencia de que entre ellos había mucho más, comenzaba algo que seguramente no esperasen jamás. Valeria, desde su posición, lo admiró en silencio. Totalmente vencido ante ella pero no como cualquier otra persona, de un modo que le hacía sentirse diferente, única ante sus ojos…como si uno para el otro fuesen un espejismo. Lo mejor seguramente que les hubiese pasado en todo aquel tiempo, un momento en el que lo sellaron cuando ambas manos se entrelazaron entre sí, creando una burbuja invisible alrededor para que nadie pudiese entrar en ella…

No era ningún secreto que ambos cuerpos se buscasen, se encontrasen necesitados del otro. Imposible que alguien como ella, necesitase a alguien en ningún sentido y sin embargo, no podía soltarle por mucho que su mente le dijese que lo hiciera. El beso , aquel beso no fue como los dados anteriormente entre los dos. Tiempo en deleitarse en el sabor del otro, mostrando una vez más lo que las palabras eran incapaces y que conociéndolos, jamás admitirían. Valeria alargó todo lo posible aquel sello de sus bocas, terminando por apoyar la frente en la ajena, perdiendo cuidado en no tocar demasiado su cuerpo, hacerle daño. Alguien tan distante, frío y calculador como ella… preocupándose más que por sí misma.

Cerró los ojos, los labios carmesí entreabiertos a medida que sus palabras hecha canción impactaban contra su rostro y ella, se dejó vencer ante sus palabras. Necesitaban más, oírle mientras sus cuerpos se entregaban una vez. Rió cuando le oyó aquellas palabras desconocidas que siempre ejercían la misma fuerza en ella, sus dientes marcaron su cuello despacio, dejando besos y siseos, no tenía porqué preocuparse de nada. Aunque no las supiese, su cuerpo se fue amoldando al ajeno.

Sus manos lo soltaron, dedicando un camino de caricias por sus brazos. Sus dedos delineaban cada parte de su piel a medida que iba hundiéndose en su pecho, dibujando sus nombres en su torso con la yema de los dedos. Rió, sus propias caricias le estaban haciendo cosquillas a sí misma y no solo eso… sus manos se deleitaron en sus costados retirándole la ropa, sin dejar de mirarle a los ojos. Bucles de oro que se unieron a curarle a su modo, podía ser su antídoto en vez del veneno…ese al que tanto se referían hacia su persona.

Ante él, cuando una vez le apartó la ropa que quedaba vistiendo la piel del joven, fue ella misma quien se desnudó para él, ante sus ojos y su canción, dejándola al lado junto con la de él. Las palabras volvieron a sobrar, el corsé cedió, su falda y sus cuerpos desnudos volvían a encontrarse. Siseó, para que no dijese nada, alentándole a que siguiese cantando…dejándose vencer por su voz. Y así, poder cocer sus cuerpos a fuego lento…uno desconocido para los dos.

-No dejes de cantar -murmuró contra sus labios junto con una sonrisa carmesí. Guió su cuerpo , tomando su miembro guiándolo para poder empezar aquella receta. Cerró con fuerza los ojos, uniéndose a su tarareo, dejando pequeños besos a medida que sus caderas fueron moviéndose despacio, sin prisa… marcando ese ritmo lento que ambos necesitaban. Volvió a enredar sus dedos con los ajenos mientras su única canción…era el nombre de aquel noruego. No hacía falta moverse como si el mundo se acabase, tan solo con sentirse plenamente… era más que suficiente.

Sus dedos aterciopelados recorrieron mi piel despacio, sin prisa, sorteando cada herida haciéndome cosquillas.
Mano que descendió hasta mis costados liberándome de los jirones de la camisa que habían quedado tras las curas, después los zapatos, por último los pantalones.
Sus ojos descubrieron mi ya mas que dispuesta virilidad en alza, esa sobre la que había empezado esa lenta danza empujada por la canción que ella no conocía mas que tarareaba.
¿Que era esto? Mis ojos la miraban sedientos, conocedores de la respuesta que no daban mis labios. ¿cuanto tardaría ella en hacerse esta misma pregunta?

Su ropa callo a un lado mientras de nuevo nuestros ojos intensos se buscaron, nada tenia que ver con la vez del bosque, en el que aunque nos dedicamos tiempo, no fui capaz de hacerlo lento, tal era la excitación que su cuerpo producía en mis entrañas, la locura de su aliento contra mis labios, que la tome con rudeza, aunque con un resultado que me enseño lo que era el amor en todas sus formas.
Mas hoy estaba rendido, no por las heridas si no por su belleza.

La entrada de su pecado se abrió para mi, mientras de nuevo nuestros dedos se buscaban para crear nuestro propio espacio, ese único, infranqueable, nuestro.
Arqueando su espalda sus paredes se dilataron, un gemido de su boca acompaño este acto produciendo en mi un escalofrió que me excito demasiado.
Mi voz ronca seguía tarareando aquella canción que se entrecortaba contra sus labios al jadear amortiguando en ellos mis mas bajos deseos.

Danza que emprendimos lenta, dejando que ella llevara las riendas, placer que jamas experimente, ni creí que fuera capaz de hacer cuando las cosas no eran a mi manera, salvajes, rudas y fieras.
Mas si, encajábamos de tal manera, que esa danza se convirtió en fuego pese a ser tierna, crepitaron nuestros cuerpos fundiéndose en roncos jadeos mientras sus labios me pedían un imposible, que continuara cantando cuando lo único que era capaz de hacer era aplacar mis gruñidos contra su piel.

Volví a intentar tararear con los ojos cerrados, completamente fuera de mi, buscándola con mis caderas sin soltar sus manos.
Sus bucles dorados, el antídoto de mis males, acariciaban mi rostro enmarcando el suyo, cascada dorada que convertía nuestros alientos en nuestro único sustento mientras nos devorábamos de un modo lento.
Labios que se acariciaban, lenguas que jugaban a encontrarse y separarse mientras mi nombre se unía a aquella canción de fuego y acero, la de los guerreros.

Lance la cabeza hacia atrás respirando cada vez mas fuerte, incapaz de seguir cantando, fue ahora su nombre entre rugidos roncos los que escapaba de mi garganta saliendo de lo mas profundo de mis entrañas, estaba tan excitado por cada uno de sus movimientos que dudaba que fuera capaz de continuar por mucho mas tiempo.
Alcé mi cuerpo para tomar su boca de forma desesperada, enredando nuestras lenguas esta vez de forma apasionada, mas sus manos me tumbaron de nuevo, ella había dicho a fuego lento, algo que me hizo sonreír, me gustaba que por una vez ella fuera la que domara a la fiera de mi interior.
Gruñí por ello ,resistiéndome a lo evidente, hundiendo mi mirada en la suya completamente ennegrecida.
-Jeg kommer til å komme -gruñi completamente fuera de mi.

La danza, se inició con el encuentro de sus cuerpos, acobijándose en el del otro. Más que un simple encuentro, un abrazo dado con el alma en donde se fundieron en una sola. No, no era como la otra vez. Ella quería ser la cura de aquella herida marcada en su piel y ser la caricia de todas las otras marcas ya curadas, ser la culpable y dueña de todas ellas. Causante de aquel dolor en la herida y la cual quería aplacar, mientras su cuerpo se fundía en el ajeno… demostrándole que era mucho más cuidadosa con él que consigo misma.

Como si él fuese un cristal frágil el cual podría morir entre sus manos, romperse en mil pedazos… como todo lo que le había rodeado en su vida. Él, era tratado como un tesoro preciado al cual cuidar como nunca antes había hecho con nada, ni nadie. El sonido de su voz se le antojó terriblemente dulce con esa pizca provocadora a medida que su voz se iba tornando ronca, deseoso de jadear, gemir…susurrar su nombre sin tener fin en aquella noche en la que se habían encontrado de forma más íntima…desnudándose ambos y no solo sus cuerpos, de ese modo más espiritual.

Maldito noruego, intentaba incorporarse y ella no le dejó, lo castigó con sus dedos hundiéndose en sus hombros a medida que sus caderas aumentaron el ritmo pero sin dejar de ser lento, hacerse desear aún más. No le negó sus labios, fue ella quien se inclinó hacia él para interrumpir aquel susurro que le había puesto la piel de gallina, dándole una gran lección de lo que era sentir más que el placer físico, tocar el cielo con los dedos y fundirse en un abrazo único del que nadie podría separarles.

Las palabras en su idioma, fueron interrumpidas por aquel mordisco en su labio inferior. Regalándole una danza, en la que se perdió totalmente, sus caderas no dejaban de dedicarle el más absoluto de los placeres, regalándole la mejor de las imágenes. Su cuerpo totalmente entregado a él. Gimió sobre su boca, sin perder sus besos, soltando el agarre de sus dedos entrelazados para tomar su rostro, peinándole con la yema de sus dedos y poco a poco ser ella quien lo incorporase en la cama. Deteniéndose un instante, el justo para mirarle a los ojos, sonreírle de aquel modo sincero, diferente.

-Jeg kommer til…-murmuró contra sus labios, los cuales devoró sin dejar de mirarle a los ojos, haciendo sus movimientos más constantes, en círculos, arqueando su cuerpo para que él pudiese sujetarla. -Di mi nombre, quiero oírlo -murmuró presa del placer, experimentando un acto diferente que al del bosque, imposible separarse de su boca, acariciando sus labios con los ajenos… intentando no volverse aún más loca entre sus brazos.

Las emociones le llevaron a perderse del todo en el placer extremo, deslizando las manos por su espalda, haciendo presión allá donde terminaba su columna vertebral y hundir sus dedos , llevarle a la máxima locura de su mano.

Aire que se perdía ronco entre nuestros labios, sus caderas ardían perdiendose en mis manos. Despacio, un modo que yo no conocía pero que estaba disfrutando. Acostumbrado a tomar las cosas de forma salvaje, dejándome llevar por la adrenalina, por el fragor de la guerra o por los deseos mas carnales, nunca fui capaz de perderme en los detalles.

Pero así, todo eran justo eso, minúsculas partículas de verdad que se dibujaban frente a mis ojos y que me excitaban cada vez mas.
Como entreabría los labios para poder respirar, su piel erizada, su espalda arqueada. Mis manos dibujaban cada movimiento que se perdía de un modo eléctrico contra las yemas de mis dedos.
-Valeria no puedo mas -rugí cuando su boca sin piedad tomo la mía incrementando el ritmo de sus caderas. Sonrisa picara en su rostro, esa que sabe que tiene a merced la voluntad del otro.
Mi placer anidaba en su bajo vientre, su pecho acariciaba con fervor el mio cicatrizando cada herida, haciéndome olvidar incluso el dolor.

Allí cabalgando aprecia una diosa, su cabello ondeaba como la mejor de las banderas mientras sus esmeraldas clavadas en mis orbes parecían presagiar el inicio de mi tormenta.
No me regalo tregua, no la quería, parecía gustarle aquel juego en el que ella me poseía y yo rendido bajaba los escudos por primera vez simplemente dejándome hacer.

Gemía de forma ronca, su placer tortuoso se trasformaba en el mio, mis dedos se hundieron en su piel, clavandola mas hondo, rugí completamente fuera de mi, sintiendo como nuestros cuerpos ardían en llamas con cada movimiento.
Palabras de sus labios que me arrastraban al mas absoluto pecado, mi idioma que ahora parecía conocer la mas de bien me llevo a otro lugar, el norte, mi hogar.
-Maldita mujer de París -gruñí alzando mi tronco para encontrarme con su boca.
La tomé sin pausa, sin tregua, mordiendo sus labios completamente excitado. Mi mano se enredo en su pelo, tirando de el para despegar nuestros labios el instante necesario para acceder a su cuello.
Allí arrastre mis dientes, succioné su piel hasta marcarla como mía, lo que siempre fue.
Un empujón contra el lecho me retorno a la afilada realidad. Hoy ella, y no yo me estaba llevando al cielo haciéndome rozar el infierno.

Rugí al sentirme explotar en su interior, su nombre escapo de mis labios tantas veces con un sonido gutural que la proclamaba vencedora de aquella gesta en la que me había echo sacudirme en su interior solo perdiéndome en sus caderas, en sus formas, en su olor y en su piel.
Su cuerpo cayó sobre el mio extenuado y mis brazos la cobijaron aun sintiendo los últimos coletazos llenándola de mi.

La puerta se abrió de golpe, tiré de la manta para cubrir nuestra desnudez mientras una risa se apoderó de mi al ver la cara del medico incrédula mirándonos a ambos.
A la doncella casi le da un pasmo, creo que intuyendo la que le iba a caer por abrir sin llamar, claro que era normal, suponiendo que me estaba muriendo, ¿quien llama para entrar?
Ambos salieron fuera para darnos la intimidad necesaria para vestirnos.
Mis ojos divertidos se perdieron en las esmeraldas, sin poder parar de reír.
-como medica no tienes precio Valeria -bromeé entre risas mordiendo su labio inferior.

Valeria hizo ademan de levantarse para atender al doctor, mas mi mano aferró su muñeca, mis ojos buscaron sus esmeraldas suplicantes
-no te vayas, esta noche no.

Al igual que él, se acostumbró a lo rudo y salvaje, desconociendo el baile lento pero desesperado en el que sus almas deseaban con fervor unirse, una vez más. Lo observaba mientras su cuerpo, bailaba sobre el de él, danzando solo para sus ojos oscuros. Movimientos que se intensificaron a la desesperación de su cuerpo, de sentir como traspasaba su piel, se fundían sus almas. Gimió su nombre al marcarle con los dientes, besaba su cuello…excitándola aún más, no era suficiente con solo una pieza de baile más esa noche solo podrían encontrarse una sola vez.

Rozó la locura al verlo a su total merced, perdido por su propio cuerpo, como se buscaban, deseaban más del otro… necesitaban todo. Valeria, no cerró los ojos, seguía observándole , cada gesto y sonido que emitía sus labios, reclamando los propios, como el cuerpo del caballero se tensaba definiendo cada músculo. Sí, para sus orbes esmeralda, era hermoso… le gustaba apreciar como lo volvía loco y su boca la aclamaba, marcándola como suya. No pudo evitarlo, le imitó, no sin antes tomarlo de las muñecas con cierta fuerza. Acercó el rostro a su cuello , su nariz marcó una inexistente V. Mordió con fuerza, succionando para que no se le olvidase que era suyo, incluso gruñó por lo bajo…era una delicia hacer tal gesto, sin dejar de mover las caderas.

Acallar gemidos, susurros ahogados, jadeos incontrolados…con besos, mordidas, risas cómplices. Estaba al límite, arqueó su cuerpo sin dejar de mirarle, haciendo los movimientos más rápidos e intensos, chocando ambas pelvis sin descanso. No había nada mejor que sentirlo culminar aquel acto, lo abrazó contra sí, apoyando sus labios en su oreja y sonreír satisfecha, susurrando su nombre una vez…ronroneando sin darse cuenta.

Antes de que la puerta se abriese, entrelazó sus dedos con los ajenos, lo miraba fijamente a los ojos aún sin dejar de pertenecerle. Sonrió, acariciando su nariz con la ajena y reír contra sus labios antes de volver a tomarlos, besándolo de un modo más pausado. Rió por lo bajo, mordiendo su barbilla, volviendo a su cuello justo cuando la puerta se abrió. No le importó lo más mínimo, siguió besando e intercalando besos y mordiscos por su cuello… un camino sin pausa por su torso, delineando cada músculo con cuidado de no rozar herida alguna.

-Pillados-su lengua retomó el camino de vuelta y volvió a sonreír apoyando su frente en la de él, apartándole mechones del flequillo con mucha suavidad…un gesto que a ella no le salía habitualmente-Tengo que ser buena anfitriona, le diré que ha pasado, pagaré sus servicios y mientras mandaré a que nos hagan algo de cenar…sin postre -besó fugazmente sus labios, buscando su ropa con la mirada, se pondría el vestido por encima, no iba a estar ahora atando corsé. Antes de salir , lo miró intensamente, haciéndole una promesa en silencio…iba a volver.

Cuando salió, el silenció se apoderó del pasillo. La criada bajó la mirada y el médico carraspeó esperando órdenes, no estaba allí para juzgar si no para la urgencia. Valeria, como si nada, dedicó una leve reverencia al hombre y fue directa, sin paños calientes.

-He cortado la hemorragia, cosí la herida y demás, valórelo y en cuanto termine no se preocupe, será más que recompensado. Doctor, es usted muy amable, ha venido muy pronto -sonrió de ese modo altanero suyo y dejó escapar una risa ante los murmullos que dejó tras su espalda. Volvería con la comida, a su lado, justo como él le había pedido… no, no se iría esa noche.

Nuestros ojos se cruzaron de nuevo con intensidad cuando esta me prometió sin palabras que volvería a esa habitación. Sentía, quizás equivocado, que en cierto modo ella también necesitaba velar mi sueño, fundirnos en uno tras este encuentro que nada tenia que ver con ningún otro.
Observé con detenimiento como cada prenda volvía a su lugar, acariciando su piel desnuda, sinónimo de mi placer, de mi guerra y de mi paz.
Mis ojos aun oscuros por lo sucedido no perdieron detalle de cada movimiento que hipnotizante aun parecía seguir sintiéndola danzar sobre mi.

Abandonó la estancia cuando el vestido tapó su desnudez, hasta entonces no hubo un solo segundo en el que nuestros ojos no se perdieran en los del otro.
Una sonrisa de medio lado se instauro en mi rostro recordando la primera vez en la que la vi. Cabellos dorados, tez clara, labios carmesí, no me costo mucho entender que mi vida o mi muerte dependerían de sus deseos mas ocultos.

El medico entró, tras el la comitiva de la señora de la casa y otra doncella. La puerta se cerró a mis espaldas mientras el doctor pedía que me descubriera el torso. Aun no me había vestido, la doncella miraba expectante, mas la manta me cubría medio cuerpo, lo necesario para no dar un buen espectáculo.
Mis orbes hacia sus esmeraldas, miradas intensas que se acariciaban mientras el doctor examinaba con cuidado las puntadas de Valeria.
-Estoy bien doctor -aseguré -lamento le hayan hecho venir para nada.

El hombre me miraba atónito, no se si por las cicatrices que surcaban mi cuerpo, supongo algo no demasiado común para el sobrino de un rey o por lo bien que la señorita Cavey había cosido aquella herida.
-Ya sabe doctor, las mujeres aprenden a bordar y al final hacen un trabajo infinitamente mejor que el nuestro en estos casos -bromeé con una sonrisa en los labios volviendo a mirar a Valeria.
Me encantaba mosquearla, ver su ceño fruncirse...bien sabia que no era a bordar a lo que le habían enseñado precisamente.
-Tiene las costillas rotas, no veo mi señor como puede hacer la afirmación de sentirse bien, el dolor ha de ser insoportable. Le mandaré opio para poder sobrellevarlo y vendaremos con fuerza su torso hasta que las costillas solden, por lo demás, mucho descanso -miró a Valeria, creo que haciéndola participe de sus indicaciones -y un par de semanas en cama como minimo.
Me limité a asentir, no pensaba discutir con ese hombre, pero yo no era uno de los tipos a los que estaba acostumbrado a tratar.
Niños ricos que posiblemente se codeaban con la señorita Cavey en esas fiesas de la lata aristocracia.
Me vendo con rapidez apretando fuerte para que le cuerpo quedara anclado y todo cicatrizase.
Quizás era lo mejor, pero así no podría manejar la espada.

El doctor salio de la cámara acompañado de la señorita Cavey, respiré aliviado cuando la puerta se cerró.
Sonreí de medio lado haciendo a un lado la manta para despacio poder apoyar los pies en el frio suelo, apreté los dientes, el dolor me atenazaba dejándome sin aliento. Siempre pasa la primera vez que pones los pies en el suelo.
Me alcé en busca de mis pantalones, la señorita Cavey los había dejado caer tras el lecho, así que acorte las distancias y los deslicé por mis piernas con rapidez.

Me acerqué al mueble bar y me serví una copa de whisky, eso mitigaría el dolor, así caminé descalzo a la ventana, estaba inquieto ,Valeria tardaba y me lo había prometido ¿ o no?
El carro parecía preparado posiblemente para que la dama asistiera a alguna de esas fiestas a las que acostumbraba a ir, di un nuevo trago esperando que volviera, la necesitaba allí.

Un momento incómodo para los ajenos a aquella habitación, pero para ellos fue otra manera de conocerse. Ocurrió sin más, sin pensar, entre los dos era así. No iba a admitir que le preocupó al verle llegar en ese estado. Sentir que perdías a alguien era una sensación que nunca había tenido. Pues ¿cómo iba a sentir algo así? si nadie fue lo suficientemente importante en su vida para tener que preocuparse demasiado, no lo hacía por sí misma.

Rió de lo más divertida, dejando tras su espalda a su criada y al médico que aún intentaban entender lo ocurrido en la habitación. Se suponía que el joven Cannif llegó grave a la mansión Cavey, tanto que no pudo bajarse del cabello y ella sin embargo, parecía haber ejercido de su magia…terminada enredada en su cuerpo, como ese bálsamo que necesitaban ambos. Fue un baile lento, muy sentido y diferente… al único que miró a los ojos, le encantaba ver…sentir como se deshacía con cada movimiento y ella fuese la culpable.

Mandó a preparar un poco de caldo y pescado, el postre mandó expresamente que se lo trajesen justo en una hora en concreto. Se aseó, tomando uno de sus baños, esos en los que se perdía y su cuerpo… en esos momentos olía a su propio perfume mezclado con el del caballero. Apreció su aroma, a hierba fresca, madera recién cortada, rocío. Su olfato no fallaba y estaba segura que encontraría su aroma.

Regresó a la habitación con su habitual batín de seda, rojo carmesí como sus labios. No llamó a la puerta, entró como un huracán, sus orbes esmeralda, buscaron aquellos en los que se había perdido esa noche más de una vez . Estaba bien ¿lo estaba? Quería oírlo del doctor, era el que entendía y Hoör podía decir misa, sabía que era un hombre fuerte pero… no iba a dejar que no quisiese preocuparla y él se muriese de dolor.

Y allí estaba, de espaldas. La tenue luz que había en la habitación, lo definía a la perfección…entre pequeñas luces ámbar y sombras. Cerró tras de sí, sonriendo de medio lado. Acortó las distancias sin prisa, mirándole fijamente, observándole en el más inquietante silencio. Se tenía que encontrar mejor si ya se animaba a levantarse y no solo eso. Se mordió el labio inferior, robándole el vaso y beber un sorbo, sin apartar su mirada de la suya… siempre esa tensión que incluso se podía palpar.

Lo rodeó, dando una vuelta sobre él… delineando su cintura con su dedo índice y rodearle finalmente con uno de sus brazos, atrayéndole hacia sí. No le soltó aunque su criada entrase con la comida, sus orbes seguían fijos en él, como si ambos se hubiesen lanzado una especie de hechizo. Era extraño pero fue así desde el primer segundo .

-Caldo y pescado, no me digas que no tienes hambre… te lo daré yo misma…sé que eso quieres-se inclinó a sus labios, mordiendo su labio inferior y tirar de éste, juguetona -Come conmigo… en la cama -Tiró de él, hacia la cama, les habían dispuesto una bandeja con dos platos de caldo y uno más pequeño con el pescado -Si te lo comes todo… traen lo especial si no… me voy. -sonrió de medio lado, tomando el plato , hundiendo la cuchara y esperar a que él…comiese, le gustaba demasiado aquella situación.

-Maldita sea, me gusta demasiado…darte de comer -una gota no dejó que se deslizase por su barbilla, ella misma se la apartó, recogiéndola con la lengua, mordiendo su barbilla.. -No,no me darás de comer…. Aún , esa es la sorpresa -sonrió como una niña traviesa… mirándole intensamente a los ojos.