The enchanted book // Privado - Hazhir

por **Balbina Woodstock** Lun Ene 15, 2018 4:24 am

Cuando la bruja no le tenía organizado algún encuentro con un noble, nuevo rico o personaje influyente, la muchacha solía pasarse las horas en la biblioteca, recabando información sobre posesiones, espiritismo, el más allá, la muerte, las almas errantes, la interpretación de los sueños y lo sobrenatural. Era como una esponja y absorbía todo tipo de información al respecto, gracias a su mente entrenada desde niña y a su avidez de conocimiento. Aunque, lo que más la incitaba era la idea de buscar una solución a su problema o, al menos, encontrar una manera de hacer más llevadero cada proceso. Era imposible que ella misma se exorcizara de ser necesario, porque cuando un alma ajena tomaba posesión de su cuerpo, según quién fuera y el momento, podía llegar a anular por completo la conciencia de Balbina, así que una persona más era necesaria, alguien con el poder suficiente como para someter a la ocupación y liberar a la italiana, devolviéndole su capacidad de dominar nuevamente su ser al completo.

Aquella tarde había sido una más de las que pudo disfrutar de la soledad enterrada en libros. Sin embargo, tras leerse uno sumamente interesante, había encontrado una referencia a otro título que aseguraba contener información mucho más detallada sobre la conocida como “primera posesión” y, de inmediato, aquello reclamó la atención de la cortesana. Lo anduvo buscando por todo el lugar y cuando, desesperada, acudió a recepción para saber dónde se encontraba el tomo, la respuesta que le facilitaron llenó sus azules orbes de frustración. ¿En una colección privada? Apretó sus voluminosos labios en una mueca de desagrado, pero no se rindió. Se inclinó sobre el mostrador y con la mirada llena de determinación insistió en saber quién tenía dicho libro en su poder. Le costó convencer al hombre que la observaba del otro lado del gran mueble de madera, tras unos gruesos lentes que se apoyaban al final del puente de la nariz, casi en la punta. Por suerte, aunque era una chica poco sociable, había aprendido a usar sus dotes de seducción, más o menos, y con ello logró convencerle de darle una dirección, aunque no un nombre. Se guardó el pequeño trocito de papiro en la manga del vestido y salió de allí a toda prisa.

Miró al cielo, el sol a penas brillaba ya y su tonalidad era casi rojiza, signo inequívoco que estaba a punto de ponerse y dar paso a la noche. No era una mujer que le temiera a la oscuridad, pero necesitaba preguntar a la gente para llegar a su destino, y debía darse prisa si no quería quedarse sin nadie que le pudiera dar indicaciones.

Tras mucho inquirir, logró llegar a una casa en las afueras, una mansión. El aspecto de esta dejaba un poco que desear, pues a pesar de lo grande e imponente que se veía, parecía algo dejada, decrépita, descuidada. Sin embargo, había lumbre en el interior y se veían sombras moverse ahora que lo único que brillaba en el cielo era la luna. La verja estaba abierta, así que se adentró, sin detenerse a pensar en que se estaba ensuciando el calzado por el terreno. La noche anterior había llovido mucho y a la tierra no le había dado tiempo a tragar toda la humedad, así que aún estaba el lugar algo fangoso. Se limpio un poco en el primer peldaño que daba a la puerta de entrada y ascendió los otros cuatro, hasta detenerse frente a las enormes hojas de madera decoradas con minuciosas filigranas. Sujetó la pesada aldaba, tomó aire lentamente y golpeó tres veces con ella, aguardando que alguien viniera a atenderla. Seguramente la servidumbre, así que debería ver cómo se las ingeniaba luego para que la dejaran hablar con el propietario, aquel al que debería convencer para que le dejara leer un libro de su biblioteca. Si se paraba a pensarlo, era todo una locura, pero Balbina no le estaba dando vueltas al asunto, quería leer ese tomo, costara lo que costara. Pasados unos minutos, como nadie acudía a atenderla, volvió a tocar con más fuerza. -¿Hola? ¿Me oye alguien?- Alzó la voz, algo que no estaba a acostumbrada a hacer y se notó cuando ésta se le quebró.

por **Hazhir Vegar** Lun Ene 15, 2018 8:38 am

Hay algunas cosas que son mero sentido común para todos aquellos que viven en el París victoriano. No te acercas el Senna, asegúrate de lavar bien tu comida antes de consumirla, no mires a la gente a los ojos por demasiado tiempo... y no camines solo en la oscuridad. Para nadie era un secreto el rumor, los susurros de aquellas personas que deambulan de noche en la Ciudad de las Luces. Gente con malas intenciones, personas peligrosas y, a veces, alguna que otra criatura que simplemente no parecía ser de este mundo. Lo más probable es que la joven cortesana ya conociera muy de cerca los peligros que se esconden en la oscuridad, y puede que se creyera lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a lo que sea que este mundo pudiera entregarle.

Pero nada la podría haber preparado lo suficiente para aquello que la esperaba en la antigua mansión.

El demonio de las afueras había despertado hace no mucho tiempo. Tenía la costumbre de dormir poco, pues ya habían pasado siglos desde que el descanso del día le proporcionaba alguna clase de alivio. Dormir, vivir, todo era lo mismo para él, y al menos mientras estaba despierto era capaz de entretenerse con alguno de sus sirvientes...

Pero no esa noche. No, esa noche tan solo observaba melancólicamente desde el ventanal de sus aposentos, cruzándose de brazos mientras observaba como una figura pequeña, solitaria, tan frágil... se acercaba por sí sola hacia su mansión. El vampiro enarcó una de sus cejas ligeramente ¿Quién eres tú, dulzura? ¿Qué te trae a la boca de este lobo? La mujer no parecía dudar mientras avanzaba, mientras se esforzaba para abrir el portal que separaba su propiedad del resto de los bosques.

No le conocía de nada, la verdad, y en su apariencia seguro que podría confundirla con cualquier otra prostituta del viejo París, pero había algo en sus ojos, en su cabello... algo en su forma de caminar, que en cierta forma enferma, le recordaba a él mismo.

Hubieron varios minutos de silencio luego de que la mujer llamara a la puerta, y solo entonces esta empezó a abrirse, lenta y pesada, gracias a la fuerza de una solitaria mucama. Era una mujer alta y delgada, de piel morena y cabello oscuro, pero había algo... extraño, en sus ojos. En la forma en que sonreía tan relajada, tan tranquila. Su mirada estaba vacía, casi como si se hallara en las nubes en ese preciso instante.

- Buenas noches, señorita... -Habló la mujer, en susurros, casi en un suave suspiro.- ¿Qué es lo que desea por aquí? ¿Hay algo en la que esta servidora pueda ayudarle?

por **Balbina Woodstock** Lun Ene 15, 2018 9:33 am

Cuando, al fin, la puerta empezó a ceder, sintió un sudor frío recorrerle la espalda, caer desde la nuca y descender a lo largo de la columna vertebral. Fue una sensación fantasma, pues realmente su piel no se perló en ningún momento, pero fue como un presagio de algo malo, un mal augurio. Desde que había albergado la primera alma, era como si se hubiese vuelto más sensible a todo tipo de cosas sobrenaturales, aunque fuera incapaz de identificarlas o utilizar aquellos datos de modo alguno. Mas fue al ver aquellos ojos como dos pozos negros que supo que algo no iba bien en ese lugar. Dio un breve paso atrás, pero entonces recordó el motivo por el que estaba allí e irguió su cuerpo, sacando fuerza de flaqueza. -¿Está el señor de la casa? Desearía hablar con él, de ser así...- Sus ropas no la delataban como cortesana, pues no vestía como ellas, no iba enseñando nada, al contrario, sus ropas eran de corte modoso y las telas no se transparentaban en lo más mínimo. Balbina era una prostituta para la clase alta, y como tal, debía verse una dama más para pasar desapercibida y no llamar a las malas lenguas y los rumores con su cercanía para con los hombres con los que pasaba su tiempo.

Se puso de puntillas e inclinó ligeramente su torso, intentando ver más allá de la figura que le cortaba el paso, aquella que se interponía entre ella y su interés. Apretó los labios y soltó un leve bufido. La mujer, o lo que fuera aquella forma que tenía en frente, no sólo era lenta yendo a abrir la puerta, también parecía que le costaba procesar la información y responder acorde a lo que le decían. -No sé si me ha oído... Desearía hablar con el propietario de la mansión, por favor. O con el de mayor rango presente.- Hizo una pausa prolongada y, como si le costara un enorme esfuerzo, liberó una última palabra en un resoplido contenido. -Gracias.- Mas que estarle realmente agradecida, lo que pretendía era apremiarla a que le diera lo que ella quería, alguien que pudiera responder a sus preguntas y darle acceso al libro, aunque fuera por tiempo limitado. Tenía buena memoria, le bastaría con leerlo una vez para recordarlo a posteriori cuando le fuera necesario. Además, tal vez le bastara con echarle un vistazo para saber que no merecía la pena. Pero, al menos, tenía que intentarlo. Y si bien se parecía mucho a su madre, la testarudez la había heredado de su británico padre.

por **Hazhir Vegar** Lun Ene 15, 2018 9:54 am

La mucama le miraba pero no le miraba a la vez, sus ojos parecían estar perdidos en lo profundo de una contemplación que no comprendía, algo bello e invisible a la vista de cualquier otra persona. Sus palabras tardaron un tiempo antes de realmente alcanzar la mente de la servidora, que suavemente sacudió su cabeza y dejó escapar una pequeña risilla, mientras que tomaba los bordes de su vestido y hacía una suave reverencia.

- Oh, por supuesto que sí. Por favor, sígame.

No preguntó por su nombre, o por el motivo de su visita. No hizo ningún esfuerzo por asegurarse de que la señorita no fuera un ente peligroso, un estafador o un ladrón. Simplemente le aceptó sin ponerle problemas, suavemente girándose antes de empezar a caminar hacia el interior de la casa, como si en su mente hubiera escuchado de inmediato la autorización de su amo para dejarle entrar... Eso, o simplemente era una muy mala portera.

Ambas avanzaron a través del recibidor lleno de pequeñas piezas de arte y perchas para abrigos, con algunos abrigos por ahí ¿Acaso habrían visitas en la mansión ese día? Por las escasas luces que se notaban desde afuera, no parecía algo muy probable la verdad.

- Al amo no suelen agradarle las visitas... -Susurró la mucama, mientras abría la puerta del recibidor para entrar al vestíbulo.- Pero siento que no le molestará en lo más mínimo recibiros...

Del vestíbulo pasaron a un set de largas, largas escaleras. No había un alma en su camino, ni una señal de otros sirvientes o habitantes en la mansión. Tan solo estatuas de bellas mujeres, e imágenes de paisajes inhóspitos, misteriosos, colgados en las paredes. La señorita que guiaba a su invitada tan solo seguía avanzando a ciegas, tarareando una suave melodía mientras que seguía caminando, hasta finalmente llegar frenta a su destino. Un par de enormes puertas de madera oscura, tan pesadas como las que protegían la casa.

- El amo le espera... Por favor, pase.

Del otro lado de la puerta, a la mujer le espera una enorme habitación. Había libreros a ambos lados de la habitación, cubriendo las paredes; en la pared de fondo había un enorme ventanal, detrás de un grupo de sofás alrededor de una mesa de té, un escritorio, y un enorme trono de madera, sobre el cual descansaba el señor de la casa. Por supuesto que había tomado su disfraz humano ese día, aunque sus ojos rojos, penetrantes, sobrenaturalmente atrayentes, estaban clavados en la señorita que entraba.

- ... Buenas noches, señorita... ¿A qué debo este honor...?

por **Balbina Woodstock** Lun Ene 15, 2018 10:50 am

La muchacha no le dio vueltas al tema, porque sabía que no se veía como una amenaza. Era una joven delgada y no muy alta, precisamente, con la piel pálida y unas extremidades finas. Como mucho podría ser una ladrona y con el vestido que llevaba, difícil le resultaría intentar escapar a toda prisa. Mas obvio fue aún cuando empezaron a avanzar mansión adentro, el lugar era enorme y laberíntico, y aunque Balbina tenía muy buena memoria, no estaba segura de ser capaz de regresar por el mismo camino que estaban usando de serle de necesidad.

La casa, además de gigantesca, estaba llena de cuadros, estatuas, lámparas extrañas y ropas colgadas sin ton ni son. Tal vez el dueño tuviera mucho dinero y su entretenimiento fuera coleccionar, pero no se tomaba mucho tiempo para decorar y ordenar.

La mujer que la guiaba se movía con tanto sigilo que de no ser porque veía sus pies pisando frente a ella, pensaría que levitaba como un fantasma. Y tan concentrada estaba en tontos detalles como aquel, que cuando la escuchó hablar de nuevo se sobresalto, llevándose la mano al pecho al darle un vuelco el corazón. Entornó la mirada, dando un aspecto más oscuro a sus claros ojos azulados. -¿Qué quiere decir con eso?- ¿A santo de qué estaba segura que ella no iba a ser una molestia para alguien a quien no le gustaban las visitas? Y, para más inri, encima era una visita no programa y de una total desconocida. No hubo respuesta a su pregunta, sólo más metros de recorrido, más puertas. Hasta que, finalmente, se detuvieron y aquella extraña sirvienta le cedió el paso al interior de una gran sala llena de libros. Las estanterías llegaban hasta el techo y no era un techo normal, estaba tan alto como lo podría estar en una iglesia y cubierto de pinturas que desde la altura de la pelirroja eran imposibles de descifrar. Había escaleras a ambos lados, de esas móviles, para poder llegar a los estantes más altos. Su cara de asombro debía decirlo todo, pues no podía dejar de admirar aquella biblioteca tan exuberante en cuanto a contenido. No podía ver los lomos, pero olía los años de los tomos, el aroma del papel, el polvo, los siglos.

De repente, una voz al final de la habitación reclamó su atención e hizo que la italiana pisara la Tierra de nuevo, dejando de volar por las nubes de su imaginación. A aquella distancia no pudo percibir el extraño color de los orbes de el que se dirigía a ella, ni la fisionomía de su rostro. Dio un par de pasos más y, decidida a iniciar por las buenas, tomó los lados de la falda del vestido y, tras flexionar una pierna hacia atrás, hizo una reverencia cordial. -Buenas noches, caballero. Lamento interrumpir sus quehaceres.- Alzó un poco el rostro para verle, pero su torso seguía inclinado en la misma posición. -Ruego disculpe mi osadía al presentarme sin notificación previa, pero quisiera pedirle prestado un libro de su basta colección...- Primero calló ahí, mas luego se percató que debía ser más cortés y añadió de manera casi atropellada. -Si fuera posible, claro.- Aguardó en silencio, dejando caer un poco los brazos porque en aquella posición empezaba a ser incómodo mantenerlos a medio vuelo.

por **Hazhir Vegar** Lun Ene 15, 2018 11:39 am

El vampiro suavemente hizo un gesto para invitar a la muchacha a sentarse frente a su escritorio, mientras que juntaba sus manos en un ademán pensativo, relajado. Así que, la mujer había llegado hasta allí por información ¿No es así? Suspiró, de poco acomodándose mejor en su asiento, sus ojos penetrando a la muchacha con la mirada, buscando ver más allá de lo que aquel bello rostro ocultaba. Quería ver sus emociones, sus sentimientos. Quería ver el estado de aquel corazón ¿Acaso sufría? ¿Acaso temía? ¿QUé es lo que llevaba a una mujer a acercarse al oscuro aposento de un Señor de la Noche?

Una sirvienta súbitamente entró en la habitación, dejando sobre el escritorio una tetera de porcelana y dos tazas pulcras, pulidas, además de una pequeña bandeja con sandwiches de rez y pavo. Solo lo mejor para sus invitados.

- Ah, no no... Así no es como se piden las cosas, señorita...

Sus ojos brillaban con fuerza, intentando establecer de inmediato que quien tenía el control de la situación era aquel demonio, y nadie más. No iba a seducirla, no iba a hipnotizarla... tan solo quería mantenerle atrapada en su mirada, mientras que servía el té para ambos.

- Lo primero que debéis hacer, es decirme vuestro nombre... Y contarme como es que habéis llegado hasta aquí. Hable conmigo, señorita. Luego podremos negociar adecuadamente...

La habitación tenía un ambiente opresivo, pesado, y la luz del sol poco a poco abandonaba la habitación, hasta dejarles casi completamente a oscuras, solos, en aquel enorme estudio lleno de libros con el conocimiento que la mujer buscaba. Tan cerca, y a la vez tan lejos de su alcance.

por **Balbina Woodstock** Lun Ene 15, 2018 1:35 pm

Al ver el ademán de la mano que la invitaba a tomar asiento, terminó por erguirse y avanzar hasta el escritorio, acomodándose cuidadosamente en la silla que había al otro lado del lugar que ocupaba aquel hombre. Aún no estaba bien sentada que la aparición de la sirvienta le dio un sobresalto. ¡La gente en esa casa no hacía ruido! Pero nada, cero. ¿Cómo era humanamente posible? Por no hablar de esas miradas vacías que le recordaban a la sensación que tenía ella en ese hueco donde cabía un alma ajena a la suya, ese sentimiento de estar rota, incompleta.

En cuanto les dejaron solos de nuevo, regresó la vista al rostro del dueño de la mansión y, no fue hasta entonces que, se percató del color rojizo de sus ojos, intenso, como el de aquellas ratas albinas que había visto en casa de la hechicera. A diferencia que en los de este desconocido, habitaban pupilas negras y un leve halo casi dorado. Eran unos orbes muy extraños, pero siendo ella un recipiente de espíritus, ¿quién era para juzgar las rarezas de los demás? Intentó no fijar demasiado su mirada en aquellos ocelos aunque, francamente, resultaba casi imposible, parecían atraerla de un modo indescriptible. -Disculpad mis modales.- Hizo una breve inclinación de cabeza como disculpa, pues sentada como estaba no podía hacer mucho más. -Mi nombre es Balbina y fue el bibliotecario el que me facilitó la dirección de este lugar...- Hizo una breve pausa, meditando el cómo enfocar la situación, pues la locura ya estaba hecha y, por suerte, el hombre no parecía enojado. Esperaba que durara la situación del mismo modo, dado que no le gustaban las visitas, según le había dicho la mujer que la acompañara hasta aquella sala. -Estaba leyendo un libro sobre espiritismo en el que apareció una referencia que me resultó de sumo interés, mas cuando fui a pedir el tomo en cuestión, me dijeron que el único ejemplar de París se encontraba en una colección privada...- De nuevo hizo una pausa, pues creía que quedaba claro de a quién pertenecía ésta, aunque, por si acaso, decidió matizar finalmente. -La suya.- Ladeó un poco la cabeza, esperando que dijera algo él a continuación, que expresara lo que pensaba al respecto o que le preguntara por el título del ejemplar que andaba buscando, por ejemplo.

por **Hazhir Vegar** Lun Ene 15, 2018 3:53 pm

El demonio observaba a la muchacha con sumo interés, apenas prestando atención a su propia taza de té, mientras que su mente dividía la atención entre dos planos diferentes. Una parte escuchaba su explicación, la cual a decir verdad era bastante... extraña ¿El bibliotecario había abierto la boca? Tendría que silenciarle, no quería que más personas continuaran frecuentando su hogar como esta humana lo había hecho ¿Qué sería de su tranquilidad si así fuera? De todas maneras, debía dar algo de crédito a la valentía de la tal Balbina...

Ahora, la otra parte de su mente, buscaba rebuscar en las memorias de la señorita, buscaba espiar un poco de su día a día. No parecía estar mintiendo, realmente había estado investigando sobre espiritismo, y al parecer era algo que solía hacer muy a menudo. Por algo oscuro, algo que no conseguía leer directamente, algo que le causaba un profundo dolor en aquel corazón.

Un dolor... similar al del demonio.

Dejó salir una larga exhalación, cuidadosamente tomando su taza y bebiendo de ella, mientras posaba sus ojos en las bellas manos de la cortesana. Realmente era un ejemplo de la elegante belleza victoriana, y aquello no parecía dejar de atraer al vampiro.

- Ya veo... señorita Balbina, mi nombre es Hazhir. Hazhir, señor de la casa Vegar, que es donde usted ha entrado.

Sonrió con suavidad mientras extendía un brazo, con tal de que mirara a su alrededor, de que viese todos los tomos recopilados en su estudio. Estos no eran más que algunos de los muchos que poseía, no solo en esta casa, sino que alrededor del mundo. Hazhir podía ser muchas cosas, modesto no era precisamente una de ellas.

- Y bueno, considerando la naturaleza de mi colección... puede que el señor Bibliotecario esté correcto. Tengo mucha, mucha información con respecto a temas ocultos para el ojo del humano común... Pero dime, querida ¿Por qué es que buscas esta clase de cosas?

La mirada de sus ojos se volvió más intensa, atrapante, casi fascinante. Quería sacarle la verdad, y tal vez querría también tomar un poco de su atención, un poco de su admiración. La atención de una bella mujer siempre era apreciada.

- Y más importante... ¿Por qué debería compartir este conocimiento con vos, mi querida Balbina...?

por **Balbina Woodstock** Mar Ene 16, 2018 4:30 am

Aquella introducción la descolocó un poco, pues no tuvo claro si el apellido del hombre era Vegar o sólo era el de la mansión. A la muchacha nunca le había gustado hablar de usted a la gente, pero se había tenido que acostumbrar dada la naturaleza de su trabajo y el rango social que tenía, quisiera ella o no.

Miró su propia taza, no muy segura de qué hacer. Era consciente que no beber se vería como una falta de respeto, pero nada le aseguraba que aquello no supiera a rayos o, peor aún, estuviera drogado. La bruja se lo había hecho en más de una ocasión y ahora se sentía muy reticente a tomar cosas que no veía cómo se preparaban. Sin embargo, el hombre parecía disfrutar del contenido de su taza, así que ella inspiró breve pero intensamente, esperando que lo que hubiera en la propia le supiera igual de bien, y le sopló suavemente antes de darle un sorbo al líquido oscuro. El sabor intenso la sorprendió, y no de manera desagradable, seguramente era el mejor té que había tomado en años. Le hizo recordar aquellas infusiones que preparaba su madre, mezclando ella misma las plantas aromáticas, las raíces… Las usaba para todo, hasta para curar dolores de cabeza o de estómago.

Se centró entonces en el gesto de aquel desconocido que, claramente, tenía mucho más de lo que era capaz de abarcar. Había libros apilados incluso en el suelo, porque ya no cabían en las estanterías. El conocimiento allí contenido no cabría ni en diez mil cabezas, ¿cómo podía leerlos todos una sola persona? Además que, en términos de tiempo, era imposible leer tanto, menos cuando el que se sentaba frente a ella no aparentaba tener siquiera el doble de la edad de Balbina. Enfocó de nuevo sus azules orbes en aquellos tan extraños que poseía ese ser llamado Hachir. -Es un tema que me resulta de gran interés desde hace algún tiempo… Y leo todos los libros sobre esa temática que encuentro.- No dijo ninguna mentira, claro que tampoco se iba a poner a explicarle a ese, al que no conocía de nada, que ella era un recipiente viviente para almas errantes, una muñeca que podía ser utilizada para terminar aquellos asuntos inconclusos que los espíritus debían cerrar para poder cruzar al más allá y descansar en paz.

La siguiente pregunta la encontró algo desprevenida, pues no sabía qué motivo, que le fuera relevante al que la interrogaba, pudiera darle para que accediera a prestarle el libro o, al menos, se lo dejara leer, aunque fuera allí mismo. Deseaba estudiarlo, la localización era lo de menos. -Sólo puedo decirle que necesito acceso a esa información. No sé de nada que pueda darle a cambio, pues lo único que poseo es mi cuerpo.- Hizo una pausa, pues odiaba venderse. Ser prostituta no había sido su elección, sino una imposición de la bruja. Un modo rápido para que la arpía consiguiera dinero. Suspiró lentamente. -Pero si con eso os conformáis, lo podéis tener.-

por **Hazhir Vegar** Mar Ene 16, 2018 8:33 am

El hombre seguía mirándole fijamente, juzgando cada palabra, espiando cada pensamiento que pasaba por la mente de la bella señorita. En sus labios se hallaba aquella sonrisa confiada, maliciosa, de quien parece estar en completo control de la situación. Poco a poco levantó su taza de té y bebió de ella, sin perder la mirada de los ojos de la señorita un solo instante, sus ojos poco a poco volviéndose un poco más intensos, interesantes, tratando de lentamente aletargar a la cortesana, hacerle sentir que flotaba, que poco a poco las preocupaciones empezaban a quedar atrás.

- No estáis siendo sincera conmigo, señorita Balbina...

Asintió pesadamente un par de veces, dotando sus palabras de un gran peso. Sí, sabía que la mujer no estaba mintiendo, pero a la vez estaba omitiendo mucha información, y no estaba dispuesto a entregar su conocimiento a quien no quería poner todas sus cartas sobre la mesa a la hora de negociar ¿Qué clase de comerciante sería si así fuera? Quería obtener cosas de todo aquello, quería obtener el máximo provecho de un trato con la cortesana.

Y por supuesto, la chica eventualmente ofreció su propio cuerpo.

El hombre lentamente negó con la cabeza, suspirando pesadamente, casi como si aquella oferta le decepcionara en lo más profundo. Dejó su taza de té sobre la mesa y permaneció en silencio unos instantes, no para considerarlo, sino que para meditar correctamente las palabras que le obsequiaría a su señorita.

- ¿Qué valor tiene un cuerpo sin corazón, Balbina?... ¿Qué valor tendrán tus gemidos, si no habrá verdadero placer, verdadero goce tras ellos?... -Le miró, suavemente encogiéndose de hombros.- Un cuerpo frío y sin sentimientos es un placer sin sentido, y solo personas simplonas y de mente corta podrían obtener verdadera satisfacción de aquello.

Hubo otra pausa, otro silencio, antes de que el demonio nuevamente tomara un sorbo de su taza de té, lentamente jugueteando con una mano por sobre la superficie de su escritorio. Solo entonces regresó la mirada a la muchacha.

- Tendréis que contarme la verdad, y buscar dentro de vos algo que poder ofrecer...

por **Balbina Woodstock** Mar Ene 16, 2018 11:40 am

Cuando el hombre dijo que no estaba siendo sincera, por un instante creyó que era capaz de leerle la mente y se sobresaltó, agarrando con firmeza la falda con ambas manos, arrugando la tela entre sus finos y largos dedos. Mas pronto se dio cuenta que sólo estaba utilizando la lógico, o eso pensaba ella, que era lógico que los humanos mintieran, ella mejor que nadie lo sabía que se veía obligada a compartir lecho con personas que decían ser fieles a sus esposas, padres amantes… Y en realidad sólo eran mera escoria.

Cuando el mutismo reinó en la estancia, la cortesana no supo qué hacer. Hazhir estaba meditando algo, aunque ella no supiera el qué, y aunque le incomodaban los silencios, se centró en volver a tomar un poco de té, dándole tiempo al contrario a sopesar lo que necesitara y por el tiempo que lo precisara. Y en cuanto la grave voz foránea resonó una vez más en la sala, los ojos azules de la italiana regresaron al rostro ajeno. Por un lado le molestó que dijera que pasar tiempo en la cama con ella fuera algo sin sentido y para gente estúpida, en pocas palabras, y fue algo extraño, porque era lo mismo que pensaba ella, pero claro, no era lo mismo a que lo dijera otra persona. En boca ajena dolían más las verdades, era algo que ya sabía, pero que hacía tiempo que no experimentaba. Y aunque quería contestar a aquella ofensa, no lo hizo, porque sabía que no tenía nada con lo que rebatir las certezas que aquel desconocido acababa de plasmar en sus palabras.

Desvió la mirada a la mesa, como si intentara estudiar las vetas de la madera o la forma de las gotas del barniz que la recubrían. Obviamente todo era una excusa para no tener que enfrentar aquellos extraños ojos rojizos que cada vez la incomodaban más. -La verdad parece una broma y no deseo que nadie se mofe de mí ahora…- Alcanzó a decir en tono serio, aunque bastante bajo. Algo más que un murmuro, pero sin llegar a ser su timbre habitual. Suspiró, consciente de que no había nada que ofrecer dentro de ella, porque era un vacío existencial, un agujero negro, un pozo oscuro como los ojos de los que servían en aquella gran mansión. Alzó, finalmente, su rostro y con sus orbes color cielo ensombrecidos, habló de nuevo, contestando a la petición que le había hecho el dueño del lugar. -No tengo nada dentro que ofreceros, señor. Pues soy una muñeca rota, un cascarón vacío. Es por eso que sólo mi cuerpo encuentran algunos de utilidad…- Su voz sonó fría, distante. No estaba siendo calculadora, sólo sincera una vez más. Cuando pensaba en lo que se había convertido, en aquello que había dejado de ser… La consumía una confusa y pesada apatía.

por **Hazhir Vegar** Miér Ene 17, 2018 3:28 pm

El hombre frunció el ceño y lentamente bajó su taza de té, negando poco a poco ante la respuesta de la señorita. Todo indicaba que se trataba de alguien testarudo y de voluntad fuerte ¡Todo sería mucho más fácil si tan solo pudiera seducirle! Pero algo en su interior le hacía tratar de ser... ¿Amable? ¿O tal vez compasivo con la señorita? Claro, esa actitud no estaba haciendo las cosas exactamente más fáciles. Dejó escapar un suave suspiro, mirando a su alrededor un instante antes de volver a ver a la cortesana a los ojos.

- Tendréis que ser sincera entonces. Tendréis que contarme vuestra historia, si no tenéis nada más que ofrecer.

Esa forma de pensar, de que su cuerpo era todo lo que valía de ella, de que se encontraba rota más allá de toda sanación o reparación, era algo que resonaba mucho en el interior del vampiro. Era algo que le sonaba tan familiar, tan cercano... no podía evitar fruncir el ceño, casi como si su mente quisiera escapar de la situación para sumirse en los recuerdos de sus primeros días, hace mucho, mucho tiempo.

Tanto tiempo que hasta le costaba un poco recordar cuando había sido ¡Incluso mucho antes de que aquella ciudad, o cualquier otra ciudad, hubiera nacido del barro!

El vampiro se levantó poco a poco de su asiento y caminó, rodeando el escritorio y poniéndose a un lado de la señorita mientras que ofrecía su brazo.

- Acompáñeme, quizá caminando podrá sentir que sus pensamientos fluyen de mejor manera.

Cuando tomara su brazo, el demonio le acompañaría hacia la puerta, y luego empezarían a caminar por el interior de la enorme mansión, alrededor de los infinitos pasillos, de aquellos hermosos ventanales y las obras de arte que había conseguido acumular para esa casa en particular. Y puede que incluso terminaría su recorrido en el patio, dependiendo de como la conversación siguiera...

por **Balbina Woodstock** Jue Ene 18, 2018 3:56 am

La negativa del hombre a aceptar sus explicaciones estaba mermando la energía de la muchacha. No era impaciente, así que era difícil que la sacara de sus casillas por mucho que dijera querer saber más de ella o aunque intentara buscarle las cosquillas. Balbina se había vuelto hueca por dentro y pocas cosas lograban despertar en ella algún tipo de sentimiento. De hecho, excepto por su hermano Simon, dudaba ser capaz de sentir nada por nada ni nadie, bueno o malo, a largo o corto plazo. Él era su único vínculo con lo que había sido, el último recuerdo de lo que ya no volvería a ser, y al mismo tiempo en que deseaba protegerlo, lo odiaba. Claro que de todo eso, el joven italiano, no sabía nada de nada. La cortesana le ocultaba la realidad al chico, desde lo rota que se sentía a lo que la bruja le obligaba a hacer con tal de pagarle los favores al exorcizar aquellos espíritus que pretendían quedarse más de la cuenta.

Regresó al presente, a la conversación, o intento de ella, que estaba manteniendo con aquel desconocido que tanto se empeñaba en saber la verdad. Suspiró, cansada. Le vio alzarse de su asiento y aproximarse a ella, primero pensó que habría decidido aceptar la oferta de su cuerpo, resignado, pero estaba claro que no tenía tal idea en la cabeza, al menos, por ahora. Dejó la taza de té, que sostenía entre sus finos y pálidos dedos, sobre el platito de porcelana y se levantó, tomando el brazo que el señor Vegar le ofrecía. -Os advierto que si os mofáis de mí…- Dejó aquel intento insulso de amenaza en el aire, pues no tenía nada con lo que amedrentarle. Si le decía que se iría, seguro que hasta se alegraría, y ella no era una mujer que se molestara en golpear a alguien cuando se enfadaba. La apatía era tal en aquellos momentos que gracias a Dios que su cuerpo respiraba por voluntad propia.

Empezaron a andar de nuevo por aquellos extensos y laberínticos pasillos. La mansión se le antojó aún más grande, tal vez porque estaban visitando otro lado de la casa que no había visto antes o, quizá sí, pero ya no lo recordaba. Era todo tan igual, no por los objetos en sí, sino por el desorden que reinaba, que le resultaba complicado orientarse y saber, exactamente, dónde se encontraba. -Si tanto insistís, os contaré la verdad. Pero no es nada interesante y, además, es aún menos creíble. No digáis luego que vuelvo a mentir.- Su tono volvió a sonar frío y distante, aunque seco, conciso, serio. Sus orbes azules estaban clavados en el suelo, a penas prestaba atención alguna a lo que les rodeaba ahora. Su mente no estaba allí, sino con la bruja, con las posesiones, con aquel primer espíritu que la quebró por dentro. -¿Creéis en las almas errantes? ¿En los propósitos incumplidos?- Hizo una breve pausa, mas no esperando respuesta, porque continuó aún sin escuchar si el hombre contestaba a sus retóricas preguntas. -Yo soy un recipiente. Mi cuerpo tiene un alma incompleta y eso permite que otros… espíritus me posean y me usen para terminar aquello que dejaron inconcluso con tal de cruzar al otro lado.- Parecía que lo que estuviera contando le pasara a otra persona, pues no había emoción alguna en sus palabras, estaban vacías, igual que ella. -Pero no todos están dispuestos a abandonar este mundo…-

por **Hazhir Vegar** Jue Ene 18, 2018 11:35 am

La verdad es que hizo caso omiso a las amenazas y advertencias de la muchacha, pues estaba seguro de que no importaba cuan extraña fuera su explicación, si sentía que la mujer hablaba con sinceridad, no iba a burlarse de ella en su cara... Al menos, no demasiado cruelmente. La verdad es que no tenía claro que clase de asunto podría ser como para burlarse de ella.

Y las preguntas que hizo al principio de su discurso le dejaron aún más perplejo.

- Por supuesto que creo en esas cosas. -Susurró, casi con pesar.- He vivido junto a entidades así por un buen tiempo...

Mientras avanzaban a través del patio, entre árboles enormes y arbustos frutales, el vampiro le escuchaba. Escuchaba y suavemente asentía con la cabeza. Así que de eso era lo que se trataba, de un recipiente para espíritus, un cuerpo con espacio suficiente para más almas en su interior. Eso sí era algo extraño, una ocurrencia que no se solía ver más que un par de veces en cientos de años ¡Y aquí tenía una, frente a él! La verdad es que eso le volvía bastante valiosa a sus ojos, bastante interesante, pero a la vez había algo más, había algo en ella que le hacía pensar que tenía un valor extraño, algo agregado, algo que no podía notar tan fácilmente.

Finalmente le hizo detenerse cerca de una banca, justo debajo de un gran roble. Con cuidado le invitó a sentarse a su lado mientras miraba hacia el resto del patio con nostalgia, dejando escapar leves suspiros en lo que meditaba respecto a esto.

- ... ¿Siempre ha tenido esta capacidad? ¿O fue acaso dada por alguien más...?

Aquella era una pregunta clave, un detalle que debía investigar. Estaba claro que el contacto con los espíritus era lo que le había vuelto así. Distante, apática, fría y dolida... ¿Pero acaso había sido rota por alguien más? ¿O fue el destino el que le hizo nacer para sufrir?

por **Balbina Woodstock** Jue Ene 18, 2018 1:59 pm

El hombre no parecía tener intención de burlarse, no le escuchó reír entre dientes ni bufar con incredulidad, y cuando dijo que había vivido con espíritus, no sonó a mofa tampoco. Aún así, la cortesana no le prestaba demasiada atención, ella estaba centrada aún en el suelo, como si analizara los dibujos del parqué o las sombras que se proyectaban de las estatuas y sus propios pies al pasar entre las llamas de las velas y candiles que alumbraban los pasillos de la mansión.

De pronto, el mullido del suelo cambió y notó que habían salido al exterior. Estaba tan absorta en sus pensamientos que ni se percató del frío que la había envuelto, del brillo de la luna que destacaba en el firmamento o del olor de las flores que les rodeaba. De hecho, de haber tenido que describir algo del interior de la casa, le hubiese resultado imposible del todo, pues ahora mismo no recordaba nada, excepto el té. Aquel sabor amargo y el aroma, estaba segura de que tardaría mucho tiempo en olvidarlos. Fue entonces que hizo caso de las palabras ajenas, justo cuando le hacía aquellas dos preguntas que para ella no eran ya ningún secreto después de contarle al desconocido sobre su verdad, sobre lo que era. -La tengo desde el día en que cumplí dieciocho años. Y, que yo sepa, nadie me la traspasó.- Claro que no tenía pruebas de nada, sólo aquella primera posesión que lo cambió todo para la italiana. Aquel espíritu corrompido, podrido por la sed de venganza, traumatizado por una infancia complicada, llena de maltrato físico y violaciones que atormentaron a Balbina durante los casi nueve meses en los que Pierre tomó el control de su cuerpo y sumió la alma de la chica en las tinieblas de sus recuerdos. La joven había dejado de ser aquella chica risueña y tierna tan parecida a su hermano Simon, tan devota a sus padres, a la familia. La pequeña se vio forzada a crecer de golpe y de la peor de las maneras. Como si haber perdido a sus progenitores no hubiese sido suficiente, la vida le deparaba un futuro lleno de momentos desagradables, de experimentar dolores ajenos que poco a poco drenarían su alma y vaciarían su corazón, dejándola como un recipiente sin sentido, apático, con el único propósito de ser utilizado una y otra vez por cualquiera que lo deseara, igual que le obligaba a hacer la bruja al venderla a los hombres que la mancillaban. ¿Pero qué importancia tenía ya su cuerpo, cuando su mente había sido quebrada?

Suspiró allí sentada en la banca, mirándose los largos y finos dedos que parecían afanados en jugar con uno de los encajes del vestido, aunque en realidad sus orbes no veían nada. El azul parecía teñido de una extraña neblina y su pensamiento, naufragaba.

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