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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Anna Vronskaya Lun Ene 15, 2018 10:15 am

¿Cómo sería su prometido? ¿Dónde viviría en París? ¿Cómo sería la ciudad? ¿Sus padres se quedarían allí con ella? No eran pocas las dudas que ocupaban su mente mientras veía el ir y venir de las criadas empacando todas sus cosas en varios baúles. Cuando salió de la habitación los armarios quedaron vacíos al igual que los cajones de las cómodas y mesitas auxiliares, parecía haber metido su vida en los baúles que ahora estaban acomodados en los carros que irían tras los coches de caballos. Era un viaje larguísimo el que les esperaba, días, semanas tan solo parando para estirar las piernas, comer y dormir. Nunca había pasado tantos ratos muertos en su vida, cada vez repudiaba más la idea de tener que ir a otro país solo porque un hombre la estaba esperando, muy bueno tenía que ser para que mostrara su agrado cuando le conociera. Ningún caballero pediría a una princesa rusa hacer tal sacrificio por él y por tanto, hasta donde ella entendía, no la merecía en absoluto. No sabía qué habrían visto sus padres en él para entregarle su bien más preciado, pero el enfado se extendía a ellos y por eso mismo apenas les dirigió la palabra hasta su llegada al palacio que habían adquirido en la capital francesa.

Bajó del carruaje estando ya bajo la seguridad de los muros de la propiedad, se trataba de una edificación no tan grande como los que poseían en San Petersburgo pero era elegante, con la fachada en tono beige en forma de “u” y el suelo empedrado. Un balcón se erguía sobre las puertas de entrada amparadas por dos enormes columnas hasta el tejado, ladeó la cabeza y acabó cediendo al encanto del lugar aunque no lo dejara ver. -Bienvenida princesa, seré su ayuda de cámara. Sígame, le enseñaré su habitación-, se presentó una doncella hablando un casi perfecto ruso. La habían avisado de que su título no tenía validez en Francia, pues era algo propio de Rusia, por lo que allí solo poseía el valor de su apellido y su posición social y económica claro. Subió las escaleras hasta llegar a una amplísima habitación con cama de dosel en tonos pastel y con detalles dorados, recargado. Si en Rusia los palacios, la forma de vestir y peinarse rozaban, en ocasiones, lo excesivo París no se quedaba atrás. Al haber llegado al amanecer tuvo todo ese día para descansar del extenuante viaje y tan solo salió de casa para dar un paseo por los terrenos de la propiedad, cuya verja estaba cerrada bajo orden directa de su padre, siendo imposible –nuevamente allí- que pudiera salir a la calle con el resto de mortales.

A los tres días de estar allí, por la noche, se celebraría la fiesta de compromiso; pero no sería una fiesta al uso. Por las mismas fechas se habían concertado varios compromisos de la alta sociedad y todos se llevarían a cabo en París por lo que las familias se habían puesto de acuerdo para celebrar un evento de una magnitud suprema en la que las parejas se conocieran, un baile de máscaras en el que todos acabarían desenmascarados y emparejados. Si no fuera porque no tenía ganas de casarse con un hombre a quien no había visto en su vida, Anna iría de buen grado al evento, era conocida por sus dotes de bailarina y cantante, siempre se convertía en el centro de todas las miradas en su Rusia natal, allí no sería diferente. Se sonrió en el espejo mientras se preparaba para esa noche, iban a enterarse las francesas de lo que era lujo y elegancia, de lo que era una mujer rusa. Vio sobre la cama el vestido que había elegido su madre para ella y negó, -guárdalo, no voy a mi boda-, ordenó queriendo perder de vista el virginal vestido blanco que tenía ante ella, -saca el negro-, sonrió al verlo, era perfecto. El corpiño ceñía su figura haciendo una cintura diminuta y a su vez que la cadera se notara más, al igual que su no excesivo pecho, -pulseras, pendientes y collar de diamantes-, las joyas nunca podían faltar en una fiesta y los diamantes relucían en contraste con el color del vestido, sobre su pálida piel. No le hacía falta maquillaje, por lo que dejó que la retocaran lo más mínimo para que se notase una preparación previa a la fiesta y salió de aquel palacio escoltada por Igor y Anya, sus padres.

A su llegada se les preguntó el nombre de la joven y su posición social, al igual que la procedencia; tras lo cual fue presentada a viva voz, -princesa Vronskaya de San Petersburgo, presentada por Igor Vronsky y su esposa Anya-, la mayoría de los asistentes estaban ya en la fiesta por lo que, como había deducido, fue el centro de atención –al menos en ese momento-. Bajó las escaleras con la elegancia que le daba la práctica de toda una vida haciéndolo y recogió una de las copas de champagne que volaban entre los asistentes, -¿esto es lo que se bebe aquí?-, puso una mueca de desagrado, -que alguien me traiga un vodka…-, aunque lo dijo para sí misma pareció haber llamado la atención de cierto caballero que se rio por el comentario tras ella.
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Mensaje por Olivier Lémieux Miér Ene 17, 2018 12:34 pm

Le habían ascendido y no tardó en saberse por todo Francia. Su carrera militar se había catapultado y no tardaron en llegarle felicitaciones, reuniones y presentes. Su madre se había molestado en enviarle una carta urgente para demostrarse le afecto, su orgullo y lo mucho que el echaba de menos. También mandaba recuerdos y el afecto de su abuelo, que estaba mayor y empezaba a desvariar, al leer esas palabras el joven mariscal sintió en su pecho la pena y la nostalgia por la ciudad donde nació, Gévaudan. Sin embargo, aquel ascenso, no solo le otorgó una fortuna seguida, sino que además mantendría el estatus y el apellido de su familia y era todo lo que podía pedir. Todo aquello era una victoria personal, lo había conseguido todo por su fuerza y voluntad y debería saborear la dulce victoria, pero cuando tragó saliva encontró el amargor que le recordaba la aterradora verdad. Había tenido que poner tierra de por medio de su ciudad, no sabía cuándo volvería a ver a su familia y su alter ego siempre le recordaba que estaba allí, desconocía su aspecto, pero era consciente de que se transformaba en un monstruo cada noche, en una bestia.

Se miró al espejo y en sus ojos azules, vie el destello salvaje y la sombra de la bestia, que aullaba dentro de su pecho clamando la libertad que le era otorgada cada mes. Vivía siempre con temor y debía controlar sus emociones, pues los instintos animales que poseían los humanos afloraban en él de mayor manera que en los demás. Así, desechando la idea de la bestia, terminó por vestirse y se dirigió a la recepción de los embajadores y la familia rusa que venía a París. Cuando llegó no fue presentado, no pertenecía a la nobleza ni tenía que ser presentado como tal, iba soltero y en una misión diplomática, pero aquello no le iba a impedir disfrutar de la velada y posiblemente una buena compañía, tenía que celebrar que estaba allí, en la cima que cualquier mortal deseaba aspirar.

Cuando llegó recogió una copa de Champagne, parecía ser lo típico en las fiestas y que sobraba en Francia, aunque personalmente no era capaz de encontrarle el gusto a una bebida tan amarga. Varios camaradas se acercaron hasta él, le felicitaron y pronto se formó un círculo de uniformes que estaban hablando de diferentes campañas, después el tema se tornó hacia las jóvenes que estaban y empezaron las apuestas por las conquistas. Olivier se había involucrado bien con sus nuevos compañeros de armas, en la ciudad todo era diferente a las campañas. Parecía que los hombres disfrutaban más de la vida una vez habían servido en una batalla y habían vivido para contarlo- Apuesto doce libras a que acabo con la chica soltera y más guapa del lugar- dijo uno de los soldados. Era apuesto y lucía un bigote acicalado y bien peinado. Otro de ellos asintió terminando la copa- Y yo apuesto otras doce a que se le robo yo- y todos empezaron a sacar el dinero zarandeándolo de un lado a otro. Enmudecieron cuando presentaron a la princesa Vronskaya y después se echaron a reír, así Olivier terminó el champagne de la copa de un solo trago, sacó doce libras y dijo- Apuesto doce libras a que acabo con un beso de la chica más guapa de toda la fiesta- metió el dinero en el bolsillo de un camarada y se alejó directo a por su presa.

-A mi tampoco me gusta- dijo mientras se cuadraba delante de ella y besaba el dorso de su mano-Olivier Lémieux, princesa- y dicho eso no la soltó en el acto, sino que aguantó la mirada dos segundos antes de hacerlo y seguido le pidió un baile- ¿Me concederá un vals?- dijo el mariscal colocándose a su lado, estudiando el rostro uniforme y el vestido negro tan poco apropiado que llevaba, no esperaba que le rechazara, había sacado a relucir todos sus encantos bravucones y estaba ahí para divertirse- Abandonaré el salón de inmediato si me rechaza- y justo cuando acabó de hablar un matrimonio mayor se acercó a ellos, junto con el embajador ruso Oblonsky, al que ya conocía Olivier, le presentó- Los Señores Vronsky y Vronskaya, veo que ya conoce a su hija la princesa Anna. Señores les presento al nuevo mariscal general de Francia, Olivier. Han venido a París a conocer al prometido de la princesa- En ese momento la atención que tenía depositada en la chica pasó a los que parecían sus padres. Demasiado para una primera cita pensó, y notó el grupo de sus camaradas riéndose en la lejanía de la situación embarazosa en la estaba- Le estaba pidiendo a su hija que me concediera un baile justo cuando han llegado, espero que no le importe a su prometido semejante atrevimiento por mi parte- sonrió amablemente mientras todos tenían puestos sus ojos y su atención en la joven princesa.
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Mensaje por Anna Vronskaya Miér Ene 17, 2018 1:34 pm

Tuvo que esforzarse por no sonreír al verle y oírle, pero dados los años de práctica logró mantenerse seria, -entonces no es usted a quién he de conocer esta noche-, comentó demostrando así su falta de interés en él. Estaba irascible, impertinente y con poquísima paciencia, aquel pobre infeliz había escogido un mal momento para ponerse a coquetear con ella, -no lo sé, ¿debería? Estoy aquí para conocer a mi prometido, sería muy atrevido por mi parte bailar con otro hombre antes que con él-, se dio nauseas nada más oírse pues aquella era una frase que bien pudiera haber dicho su padre, hablando del cual… Desvió la mirada al grupo de oficiales que parecían estar pasando el mejor rato de sus vidas al contemplar la escena y después de nuevo a Olivier, así que estaban atentos a él y por tanto a ella. -De ninguna manera bailará con nadie hasta que llegue el señor Gabriel Dupont-, ¡qué sorpresa! Su padre negándole un momento de libertad y diversión. Sonrió dulcemente al embajador y recogió las manos de su padre con la misma aparente inocencia, -padre, es él quien se casará con una princesa. Si no sabe ser puntual el primer día no se merece mi paciencia-, tras lo cual dio la espalda al trio de adultos y miró a Olivier para que la guiara a la pista de baile.

Fuera por una razón o por otra él se había salido con la suya, -así que mariscal, no está mal para ser tan joven-, comentó mientras se deslizaban en la pista de baile entre el resto de las parejas. Sabía que su acento no era perfecto pero no parecía ser en eso en lo que se estaba fijando el oficial sino en su boca, -cuidado oficial, soy una mujer prometida-, avisó viendo el descaro del joven. En otra ocasión era más que probable que se escabullese de la fiesta a alguna de las salas oscuras para darse unos cuantos besos, pero ese no era el momento y debía dejarlo claro o su reputación se iría al garete. -¡Anna!-, la voz de su madre llamó la atención de la joven que vio junto a ella de espaldas un desconocido, -consígueme un vodka y te deberé una-, dijo como despedida mientras ambos se reverenciaban, y a medio camino entre Olivier y su madre se giró hacia él y vocalizó para que le leyera los labios, -mejor que sean dos-, contuvo la risa y se situó junto al grupo. -Anna, él es monsieur Dupont-, la presentación fue corta al igual que la reverencia posterior por parte de ambos.

No tenía ni idea de qué pensar de él, simplemente se sintió incómoda en cuanto le vio. La complicidad de este con su padre era palpable, jamás había visto a Igor Vronsky soltar tales carcajadas y en cuanto a Gabriel, tras su mirada analítica y un posterior comentario poco ingenioso sobre lo guapos que iban a salir los niños no reparó más en ella ni se molestó en conocerla, ¿así iba a ser su vida ahora? ¿Iba a pasar de un padre que no la apreciaba a un marido que solo la quería para tener descendencia? -Si me disculpáis-, quería salir de allí, perderles a todos de vista, y a medio camino hacia la terraza de nuevo el mariscal; iba a soltarle alguna bordería cuando este situó una botella y dos copas ante ella, vodka. -Cualquier lugar salvo este, ya tendrán tiempo de encerrarme en casa, salgamos de aquí-, vale, no le conocía de nada y vale, conocía ese estilo de hombre y lo que quería de ella; los fanfarrones eran iguales en Rusia o dónde fuera, pero a lo que temía de verdad era a no disfrutar nunca en su vida de una noche de libertad.  
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Mensaje por Olivier Lémieux Sáb Ene 20, 2018 7:54 am

Logró hacerse con una botella de vodka, su nuevo título parecía abrirle más puertas que las del status social. Se acercó a coger dos copas vacías y se fue en busca de la princesa Anna. Se habían encontrado y pese a ser un momento incómodo para ambos, lo fue a un más para ella. Olivier notó con rapidez que la chica estaba fuera de su ambiente, que no estaba acostumbrada a la nobleza europea y que era joven. Si sus padres estaban organizando matrimonios concertados se trataba de un matrimonio y una familia bastante conservadora.

Mostró la adquisición a varios metros, teniendo la cautela de que solo le pudiera verle ella, así que cuando la vio venir hacia él sonrió sinceramente- Vamos a la balconada- le dijo dirigiéndose a donde parecía que las parejas de tortolitos se asomaban para buscar intimidad- Omítalo- dijo riéndose ante las escenas románticas. Olivier descansó el cristal sobre la balconada, sonó el vidrio sobre la piedra y sirvió tres dedos de Vodka a cada uno- Vashe zdorovie- dijo en ruso más que decadente y miró cómo la princesa se aguantaba la risa- Sé que es lo que decís, pero no sé qué significa. Solo espero no haberla faltado al respeto- y dicho eso el mariscal llevó la copa a sus labios y se tomó el vodka de un trago.

Nada más ponérselo en la boca notó como el alcohol impregnaba su paladar y una vez tragó, su garganta hizo lo mismo. Era una bebida fuerte y sin todo el hielo que hacía falta para servirlo era casi imbebible- Casi prefiero el champagne- dijo dejando la copa vacía. Para la princesa parecía que era agua, así que sirvió la segunda copa que momentos antes, en una situación más cómica que esa, le había pedido. Olivier se apoyó en la balconada sobre sus codos, dando la espalda a la fiesta y mirando el cielo estrellado y una pequeña luna creciente. Al verla se estremeció y tragó saliva incómodo, solía hacerlo cuando estaba incómodo- Así que la han prometido a un desconocido…No es su mejor noche ¿Verdad?- dijo sin apartar la mirada del infinito- Si te sirve de consuelo, acabo de perder doce libras con mis camaradas. Nos jugamos el dinero a ver quien conseguía el beso de la chica soltera más guapa del lugar- ahora parecía un juego de niños y se sintió un poco avergonzado- No sé por qué hacemos eso, supongo que estar rodeados de tanta testosterona nos afecta y nos vuelve primitivos- buscó la mirada de Anna y le dedicó una sonrisa amable- Pero bueno, me alegro de haber hecho una amistad en esta fiesta, así que si al final resultas ser una buena amiga, habrá valido la pena perder esas doce libras- se echó a reír cálidamente.

Se sentía a gusto en la balconada, fuera del bullicio y de mil ojos que parecían analizar todo lo que hacía, estar allí con alguien a quien él había elegido para estar esta reconfortante- ¿Tiene muchos amigos en París, princesa?- preguntó conociendo ya la respuesta, pero no quería asustarla, ni quería presionarla más de lo que ya estaba por esa velada que sus padres le habían preparado- Bueno, ya cuenta usted con uno- sirvió un poco más de vodka a la copa vacía de Anna y apartó la botella- Evitemos accidentes bochornosos para ambos- mintió. Para que a Olivier le afectara el alcohol, por lo menos, debía tomarse él solo la botella.


Última edición por Olivier Lémieux el Dom Ene 21, 2018 10:33 am, editado 2 veces
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Mensaje por Anna Vronskaya Dom Ene 21, 2018 10:27 am

-Vashe zdorovie-, repitió riendo por la pésima pronunciación que tenía del ruso, -significa a su salud-, explico retirando con las yemas de los dedos el resto de humedad que quedaba sobre ellos tras haber bebido. En Europa no era habitual ver mujeres bebiendo alcohol, salvo que fuera champagne, pero en su Rusia natal el vodka era una bebida casi obligatoria y quien no lo tomaba no podía ser un orgullo para su país. Se sentían orgullosos de su bebida y cada uno de ellos había nacido prácticamente con una botella bajo el brazo, Anna no había conocido a un solo compatriota que no bebiera vodka como agua y ella no se quedaba atrás, pero parecía que para el francés que tenía delante no era un trago agradable. -Es una bebida de rusos y para rusos, pocos toleran y disfrutan de su sabor-, comentó al ver el gesto de desagrado y escuchar su posterior comentario. El champagne le parecía insulso e incluso molesto, esa cantidad absurda de burbujas que se le subían a uno por la nariz… Alejó esos pensamientos de ella en cuanto Olivier rescató el tema maldito y lo volvió a poner en la palestra, si no tenía bastante con saber que la habían prometido a aquel hombre y haberle conocido, ahora Olivier quería hablar del tema, -no, no lo es, pero será una de las últimas como mujer soltera y por tanto elegiré dónde y con quién estar-. En el fondo de su ser sabía que no tenía tal poder de decisión, que era un golpe en la mesa para sentirse más segura, más libre… pero el hecho es que pasaría a ser propiedad de Gabriel en cuestión de semanas y nadie podría cambiar eso.

-Llevarse un beso de la homenajeada, un poco pretencioso por su parte mariscal-, en otra ocasión era más que probable que una de dos, o hubiera cortado por lo sano cualquier contacto con él o hubiera seguido ese tonteo, pero no tenía ganas de juegos, tan solo de estar tranquila y alejada de su vida real; -puede decirles que lo consiguió, al fin y al cabo nos han visto salir al rincón romántico de la fiesta, le creerán-, sugirió con la mirada perdida en el mismo cielo que estaba observando él. -Y lo hacen porque pueden, porque no se les juzga por ser libres y divertirse-, ojalá hubiera sido el hijo tan deseado por su padre en vez de simplemente una niña linda. -Sí… muchísimos, conozco a todas y cada una de las personas que mis padres han invitado a la fiesta-, era obvio que estaba fuera de su entorno y que se defendía como podía. Suspiró y se apoyó también en la balconada moviendo la copa vacía entre los dedos, -ya lo siento por usted, necesitaba un beso y se lleva una amiga-, trató de bromear aunque aún con el gesto algo triste. -Vashe zdorovie -, alzó la copa y ambos la vaciaron de un solo trago. Ese sabor era lo que más la acercaba a su hogar en ese momento y lo paladeó todo lo que pudo para retenerlo.

-No me parece justo, usted sabe mucho de mi en una sola velada, cuénteme algo de usted-, dejó la copa junto a la botella y recogió su vestido antes de sentarse en la fría piedra del balcón, -¿hay alguna futura madame Lémieux?-, era curioso para Anna que las mujeres en vez de cambiar los apellidos de los hombres para feminizarlos simplemente adquirieran el masculino; para un ruso era como si todos los apellidos fueran masculinos independientemente de quién los portara. -No cuenta con el porte arrogante de quien ha nacido en la nobleza o la clase alta, es más humilde que todos ellos-, dijo observándole y señalando a todos los caballeros altivos del interior de la sala, -consiguió llegar a ser mariscal con su trabajo, ¿no es cierto?-, ¿estaría hablando de verdad con alguien no criado en palacios entre algodones?, -¿cómo es? ¿cómo es el mundo real?-, lo más seguro es que tal pregunta le pareciera un tanto extraña por lo que creyó apropiado explicarse un poco. -Nací y me crié en palacios, nunca he estado fuera de sus muros-.
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Mensaje por Olivier Lémieux Mar Ene 23, 2018 9:29 am

De nuevo el escalofrío le recorrió la espalda. Esta vez no por la luna creciente que estaba anunciando la peor de las pesadillas del mariscal. Fue porque la conversación empezó a girar en torno a él y no le gustaba hablar de él. Carraspeo y después intentó que su incomodidad pasara desapercibida para ella- No, no hay ninguna madame Lémieux, pero temo que mis superiores rápidamente hagan de casamenteros- comentó con un pequeño tono de burla. No sabía por qué, pero cuando Anna preguntó por “madame Lémieux” el fantasma de Sylvia pasó por su cabeza. Ella fue lo más cercano que tuvo a comprometerse y la punzada de su traición le revolvió el estómago notando la bilis por la boca- Así es. Me he ganado el puesto por méritos propios y he estado en el frente- dijo ahora perdiéndose en los recuerdos que tenía de la guerra y del frente. Agradecía estar en una habitación sano y salvo, haciendo misiones diplomáticas en vez de pasar hambre, lo cual le hizo recordar que estaba hambriento y su estómago rugió.

Sonrió a Anna y después dejó las copas allí- Tengo mucha hambre, deberías saber que soy un glotón. No tengo límite a la hora de comer- dijo riendo algo nervioso- Te lo digo porque me gustaría ir a cenar algo. A poder ser que nos colarnos en la cocina o que nos escapáramos a un restaurante- en el momento que las palabras salieron por su boca, se dio cuenta de que era una mala idea. El “cuidado mariscal soy una mujer prometida” que había soltado antes la princesa, le resonó en la cabeza, pero no estaba proponiendo una cita, sino que estaba ofreciendo que le acompañara a saciar su apetito. Se moría por comer cualquier cosa que encontrara. Desde que fue transformado, su temperatura corporal y probablemente su metabolismo se había acelerado, eso le daba una constitución fuerte y atlética. También hacía que necesitara cantidades ingentes de alcohol para poder saborear un estado de embriaguez y y la misma cantidad de comida para saciarse. La bestia salvaje también deseaba comer, es un instinto primitivo que tiene el ser humano- Lo siento si te he incomodado, es simplemente que no puedo alimentarme a base de bocaditos dulces y champagne- se echó a reír junto a ella- Además supondrá un suspiro para ti, libertad por una noche- entonces movió la cabeza señalando la salida y con una sonrisa de invitación.

A los veinte minutos se habían colado en una cocina vacía, los platos de comida parecían desbordar la mesa. Olivier miró a Anna y se echó a reír- Ya hemos robado una botella de Vodka ¡qué va a pasar por llevarnos un plato de pollo, o de verduras…!- susurró emocionado al ver tanta comida. Anna había tomado vodka y también era una buena idea que comiera algo, evitando desmayarse o ir embriagada con su familia y la de su futuro prometido. Olivier se sentó en la mesa que parecía en la que comía el servicio y se sirvió en un plato un poco, que no tan poco, de pollo; de brócoli, de queso, de champiñones y de patatas asadas. Observó a Anna mirar su plato y antes de que preguntara, el mariscal pinchó una patata- Te he dicho que tenía hambre- se encogió de hombros y empezó a devorar el plato- Además, aunque no te lo creas[- esperó haber tragado para hablar- Cuando estuve en el frente pasé días sin comer. Pasé hambre e incluso algunos de mis camaradas enfermaron. Vi alguno desmayarse y volverse débil me dije a mi mismo que no volvería a pasar hambre.
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Mensaje por Anna Vronskaya Miér Ene 24, 2018 2:13 pm

Cuánta envidia le tenía. Claro está que no era precisamente por haberse pasado años luchando en el frente, pero la libertad de la que había disfrutado y la que tenía ahora eran impagables para alguien como Anna. Todas sus compañeras de fiestas, hijas de padres políticos, nobles, etc… eran diferentes a ella en ese aspecto; Anna siempre tuvo curiosidad por conocer el exterior de su vida perfecta, mientras las demás vivían felices justo por no tener que hacerlo. Con ver a los criados era suficiente para las jóvenes, sus manos maltratadas por el trabajo, sus cutis dorados al sol, el rostro con marcadas ojeras; pero, ¿no era todo eso al fin y al cabo porque ellos luchaban por su propio futuro? ¿Qué tenía de especial haber nacido con todos los privilegios de la clase alta? Admiraba a Olivier por su vida y por el orgullo que desprendía al hablar de su esfuerzo, aunque no comentó ninguno de sus pensamientos y tan solo le sonrió hasta que este decidió cambiar de tema y rescatarla de los entresijos de su mente.

Para ella el picoteo de la fiesta era suficiente cena pero entendía que los hombres siempre comían más que las damas y no la sorprendió la afirmación del mariscal, -la fiesta es para mi y mi prometido, podemos ir donde queramos-, comentó encogiendo los hombros. A pesar de estar por debajo en el rango social que su padre, ni se enteraría de que desaparecía –de hecho aún no había mandado a buscarla-.-Hace falta bastante más que una invitación a cenar para incomodarme-, respondió divertida por las dudas de Olivier a la hora de tratar con ella, -vamos-, dijo después de asegurarse de que su grupo seguía enfrascado en una calurosa conversación sobre propiedades y títulos. Al entrar en la cocina recordó al joven con el que acostumbraba a pasar el tiempo libre en su última etapa en San Petersburgo, el hijo del cochero.; pasaban horas y horas por la finca y la zona de servicio comiéndose a besos. Nunca se llegó a enamorar de él pero sí sintió un cariño especial por aquel joven y su manera de tratarla, no la temía ni trataba de conseguirla simplemente era él mismo con sus gracias y sus bromas; la hizo feliz y eso siempre quedaría en el recuerdo de Anna. No pudo evitar reír al descubrir el Olivier, por un instante, esa naturalidad que tanto disfrutaba en los demás, -no creo que se pueda considerar robar, todo esto lo ha pagado mi padre-, comentó mientras se sentaba en el banco de madera cogiendo alguna que otra uva.

-Siento que tuvieras que pasar penurias, si vuelves a estar en una situación de necesidad recurre a mi por favor-, no creía que tuviera que hacerlo nunca habiendo llegado a ser un mandamás del ejército francés, pero tan pronto como alguien subía a lo más alto otro estaba detrás dispuesto a hacerle caer por lo que esperaba servirle de colchón si alguien le empujaba. Se sentía terriblemente cómoda con él y era tan agradable… No era una cita, no era un hombre tratando de meterse en su cama ni llevarse su riqueza o su apellido; solo era dos personas en igualdad de condiciones pasando un rato un tanto peculiar. Por desgracia debía dejarle allí para regresar a la fiesta, eran casi las diez de la noche y debía bailar en público con su prometido para sellar su relación y aceptación mutua. -Debo volver arriba-, dijo y alzó las palmas cuando vio que él la imitaba y se ponía en pie, -¡no, no! No hace falta que vengas, disfruta de tu cena. Se el camino de vuelta-, sonrió para que confiara en que lo decía de corazón y no por quedar bien con él. -Ha sido un placer conocerte, espero que te sigan yendo las cosas también como desees-, hizo una suave reverencia y salió de las cocinas para regresar al gran salón donde se reunió con sus padres y él. -Bien matrioshka, enséñame cómo te mueves-, de nuevo sintió naúseas, y pensar que ese era el hombre al que su padre había decidido entregarla…
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Mensaje por Olivier Lémieux Vie Ene 26, 2018 5:56 am

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Habían pasado dos días desde que había conocido a Anna y su prometido en la fiesta y ya sentía náuseas por el comportamiento de este hacia su futura prometida. Suspiró cansado por lo que le tocaría pasar a esa y a otras mujeres en esa ciudad, era tan injusto, tanto los hombres como las mujeres eran personas, sentían y padecían lo mismo unos de otros y esperaba que la crueldad y la violencia no traspasara los umbrales de la guerra. A su modo de ver y con el paso del tiempo vio que las relaciones y sobre todo el matrimonio se trataba de una guerra pírrica y como tal ya perdida por la mujer. Recordó como la reclamó, como un objeto y como una muñeca y sintió pena por ella. Bastante tenía con estar en una ciudad que no era la tuya, haber dejado atrás su hogar y sus amistades, para terminar casada con un cretino. Pero ahí acabó el pensamiento sobre Anna antes de levantarse esa mañana y vestirse para la ocasión.

Su condecoración y la de varios oficiales era un acontecimiento político-social al que acudirían las grandes y más influyentes familias que había en París. No lo pensó, pero la familia de Anna, por ser una familia diplomática y política asistiría al evento.

Se colocó el traje de ceremonia, las condecoraciones previas y el bastón de mando azul, decorado con la flor de lis, símbolo de la monarquía francesa. En último vistazo en el espejo se encontró elegante, pensó que a su madre y a su abuelo les hubiera gustado estar ahí para verlo y sintió un poco de nostalgia y pena por ellos. Les echaba de menos sí, pero prefería mantener alejado de Gévaudan hasta que se calmara el problema de la bestia. Su rostro se veía duro, por la barba que tenía. Aunque sus superiores insistieran en que se afeitara o refinara su bello facial, el seguía sin hacerlo. Se encontraba cómodo y arropado por su barba y no dejaría que nadie se la quitara.

Se presentó a la hora acordada, se colocó en fila y el ministro de guerra fue uno a uno colocando las medallas correspondientes. A cada uno le arropaba una ovación de aplausos por parte del público. Se fijó de reojo en los presentes, pero su mirada encontró la de Anna y se dibujó una gran y sincera sonrisa en su rostro, al menos compartiría con alguien el momento más feliz de su vida. Cuando llegó el turno de Olivier los aplausos le llegaron y cuando se disipó la secesión, se dio paso a un pequeño banquete de celebración por los oficiales. Recibió felicitaciones de muchos, y esperó a encontrar a Anna entre el gentío- No sabía que vendría.
Me alegro de verla, Princesa.
- dijo el mariscal haciendo una reverencia y sonriendo a la princesa. Le estaba cogiendo cariño y en el fondo sabía que eso era malo. El recuerdo de Sylvia le abofeteó al pensar en intimar con alguien, en acercarse o simplemente confiar en Anna y tuvo de deshacerse de esos pensamientos para disfrutar de la celebración y de su compañía.

Ahí estaba él, Gabriel el cretino, como llamaba Olivier al prometido de Anna en sus pensamientos. Todo era una lucha constante por demostrar el menosprecio a las mujeres y concretamente a su prometida. Por no hablar del trato de indiferencia que mostraba a todos exceptuando a su suegro político.
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Mensaje por Anna Vronskaya Dom Ene 28, 2018 11:13 am

Esa vez no pudo escoger su propio estilismo y tuvo que llevar lo seleccionado por su madre. Para Anna, como para tantas otras mujeres como ella, la forma de vestirse o peinarse era una de las pocas formas de expresarse socialmente y hasta eso les era arrebatado en determinados momentos. -Con esto estarás preciosa pero no provocative, no quieres volver a ofender a tu prometido querida-, ¿no quería? La salvaba ser su madre y no su padre la que había dicho aquello pues de lo contrario no se habría quedado callada, esa vez tan solo asintió y esperó a que se retirara para ponerse aquel estúpido vestido. Los tonos pastel eran típicos en las jóvenes antes de contraer matrimonio, inspiraban pureza e inocencia, lo único que a la gran mayoría de los hombres les interesaba encontrar en sus esposas; quizás por eso Anna prefería las tonalidades oscuras, la representaban mucho mejor. En fin, esa mañana llevaría un vestido pesado de tono azul celeste con el cuello en barco y corpiño labrado con hilos de oro; el anillo de pedida de diamantes y con una perla en el centro iba a juego que los pendientes que le había regalado la que sería su familia política. El pelo recogido en un moño dejaba tan solo dos mechones de pelo ondulado caer sobre los hombros y su escote, bufó al verse y tras coger el parasol salió de casa en dirección a Versalles.

Aquella era la parte positiva del día, que a pesar de no tener ni voz ni voto en su vida, podría pasar un rato –ojalá- con la única persona que había sido afable con ella desde su llegada, Olivier. Gracias a ya estar prometida podía charlar o pasear con él sin que nadie comentara negativamente su comportamiento, ya que ni su propio prometido lo hacía. Una vez llegaron a palacio se les guio al jardín posterior donde habían colocado asientos para poder disfrutar de la ceremonia, dio gracias a Dios por haber llevado el parasol, era increíble lo que distaba aquello de ser Rusia… Sonrió al localizar al mariscal y aplaudió cuando le llegó su turno, a pesar de que a causa de los guantes de rejilla no se escuchara mucho ya hizo ella por aplaudir con más fuerza que a los anteriores. Fue una ceremonia un tanto larga para lo que ella acostumbraba a soportar y más aun teniendo en cuenta que esa mañana a su prometido le apetecía –por primera vez- hablar con ella. Tras un rato prudencial en su compañía, y asegurarse de dejarle con su padre –ya que así estaría ocupado otro buen rato- fue en busca de Olivier. -Mariscal…-, correspondió a su reverencia y tras ello se olvidaron de las formalidades, -ha sido una ceremonia bonita pero demasiado larga, estaría de muy mal humor de no haber estado tú entre los condecorados-, le confesó mientras empezaban a pasear.

Poco les duró la tranquilidad, en cuanto Gabriel hizo acto de presencia todo se desvaneció. -Olivier ya conoces a Gabriel, mi prometido-, repitió la presentación para evitar que la incomodidad entre los tres continuara, -él ha sido uno de los condecorados hoy, seguro que viniste a felicitarle-, instó a Gabriel esperando que por una vez fuese educado y no un capullo. Parecía que era esperar demasiado de él, que simplemente hizo un saludo rancio con la cabeza y se la llevó de allí, -con saludar basta, no quiero que pases tiempo a solas con otros hombres, ¿entendido?-, no era solo lo que dijo, fue cómo lo dijo. Anna tiró del brazo para zafarse del agarre de Gabriel, -es la única amistad que mantengo en París y no vas a prohibirme verle, aun no estamos casados, no actúes como tal-, avisó. Lo que veía en él era lo opuesto a lo que cualquier mujer querría para su vida, era vanidoso, egoísta, machista y poco educado. -Y como vuelvas a ponerme la mano encima no habrá tal boda-, acto seguido aceleró sus pasos en dirección a la salida dejándole atrás, necesitaba estar sola. Había llegado al límite de su paciencia y resistencia emocional, tenía que romper a llorar y para ello necesitaba estar sola.
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