AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Resistencia a la autoridad | Privado
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Resistencia a la autoridad | Privado
Había tenido un sueño horrible. Se había despertado acalorada y, a la vez, con temblores. Sus hermanos la perseguían mientras ella corría por el bosque. Querían atraparla, obligarla a que vuelva a casarse con el mismo hombre al que ya había abandonado, ese que la había repudiado delante de todos los miembros de su comunidad, llenándola de vergüenza. Una vergüenza que no había experimentado delante de nadie, pues había escapado antes del veredicto. Aunque le gustaría creer que sí, Shayla no era lo suficientemente fuerte como para pasar una pena tal delante de todos los que compartían con ella, hacía años, campamento.
En el sueño sus hermanos, y cuñados, querían arrastrarla otra vez al centro de su dolor, ese que le recordaba que no había podido ser madre pese a intentarlo. Pero Shayla corría y, para bien o para mal, había despertado antes de saber si había sido o no atrapada.
En las afueras del área, más allá del circo y de las viviendas de los gitanos que de él vivían, Shayla Kraemer tenía su pequeño centro de entrenamiento entre los árboles del incipiente bosque. Acudía cada mañana a ese lugar porque, a su edad, no podía darse el lujo de dejar de practicar. Sabía que si dejaba pasar un día sin entrenar el ocio le ganaría y se le volvería costumbre eso de quedarse más tiempo entre los almohadones. A decir verdad, era dada a dormir más de lo que se debía y nada le gustaba más que pasar horas sin hacer nada en la cama… pero no sé podía, la vida le había enseñado que debía trabajar si quería independencia.
Su tela colorada colgaba doble de las gruesas ramas y Shayla, con el mínimo de ropa necesaria, comenzó a treparse a ella con toda la fuerza que sus piernas tenían. Enredaba sus tobillos para poder seguir subiendo, probaba las nuevas figuras que había visto en su mente: colgaba de sus pies, cabeza abajo, girando para volver a elevarse; trenzaba los dos extremos con su pierna en medio para sujetarse; enredaba sus brazos para luego sacar el tronco de su cuerpo por entre medio de las dos partes de la tela. Subía y subía.
Su vida había cambiado en los últimos años y, a su manera, había acabado por encontrar paz en aquel ruidoso lugar rebosante de energía y pleno de alegría. Si su madre pudiera verla en esos momentos… ¿Qué le diría? Pues que era una insensata, que no tenía edad de andar colgada a los árboles practicando sabía Dios qué monerías, sino que ya estaba en la etapa de la vida en la que las mujeres gitanas van por el cuarto o quinto hijo… “¿Dónde están mis nietos?”, preguntaría y Shayla no tendría respuesta para darle, al menos no en palabras. Solo en forma de lágrimas.
Claro que lo había deseado, lo había deseado con todo su corazón y por años había rezado antes de intimar con su esposo –durante también-, pidiendo a Dios un hijo, solo uno, que confirmara que ella no estaba maldita, que era una mujer completa… Pero algo estaba mal en ella, algo no funcionaba en su cuerpo –no sabía si en su vientre, en su sangre o en su cabeza- y no había podido tener esos hijos que a su madre le hubiera gustado abrazar.
-Ya no pienses en eso o te caerás –se dijo a sí misma.
Estaba en lo alto de su tela, descansando con sus pies firmes en los nudos, cuando algo le llamó la atención y la sacó de sus más tristes conclusiones. No estaba sola, había alguien observándola en la base del árbol.
-¡Ya bajo! –dijo al hombre para demostrar que se había enterado que tenía compañía.
En el sueño sus hermanos, y cuñados, querían arrastrarla otra vez al centro de su dolor, ese que le recordaba que no había podido ser madre pese a intentarlo. Pero Shayla corría y, para bien o para mal, había despertado antes de saber si había sido o no atrapada.
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En las afueras del área, más allá del circo y de las viviendas de los gitanos que de él vivían, Shayla Kraemer tenía su pequeño centro de entrenamiento entre los árboles del incipiente bosque. Acudía cada mañana a ese lugar porque, a su edad, no podía darse el lujo de dejar de practicar. Sabía que si dejaba pasar un día sin entrenar el ocio le ganaría y se le volvería costumbre eso de quedarse más tiempo entre los almohadones. A decir verdad, era dada a dormir más de lo que se debía y nada le gustaba más que pasar horas sin hacer nada en la cama… pero no sé podía, la vida le había enseñado que debía trabajar si quería independencia.
Su tela colorada colgaba doble de las gruesas ramas y Shayla, con el mínimo de ropa necesaria, comenzó a treparse a ella con toda la fuerza que sus piernas tenían. Enredaba sus tobillos para poder seguir subiendo, probaba las nuevas figuras que había visto en su mente: colgaba de sus pies, cabeza abajo, girando para volver a elevarse; trenzaba los dos extremos con su pierna en medio para sujetarse; enredaba sus brazos para luego sacar el tronco de su cuerpo por entre medio de las dos partes de la tela. Subía y subía.
Su vida había cambiado en los últimos años y, a su manera, había acabado por encontrar paz en aquel ruidoso lugar rebosante de energía y pleno de alegría. Si su madre pudiera verla en esos momentos… ¿Qué le diría? Pues que era una insensata, que no tenía edad de andar colgada a los árboles practicando sabía Dios qué monerías, sino que ya estaba en la etapa de la vida en la que las mujeres gitanas van por el cuarto o quinto hijo… “¿Dónde están mis nietos?”, preguntaría y Shayla no tendría respuesta para darle, al menos no en palabras. Solo en forma de lágrimas.
Claro que lo había deseado, lo había deseado con todo su corazón y por años había rezado antes de intimar con su esposo –durante también-, pidiendo a Dios un hijo, solo uno, que confirmara que ella no estaba maldita, que era una mujer completa… Pero algo estaba mal en ella, algo no funcionaba en su cuerpo –no sabía si en su vientre, en su sangre o en su cabeza- y no había podido tener esos hijos que a su madre le hubiera gustado abrazar.
-Ya no pienses en eso o te caerás –se dijo a sí misma.
Estaba en lo alto de su tela, descansando con sus pies firmes en los nudos, cuando algo le llamó la atención y la sacó de sus más tristes conclusiones. No estaba sola, había alguien observándola en la base del árbol.
-¡Ya bajo! –dijo al hombre para demostrar que se había enterado que tenía compañía.
Shayla Kraemer- Gitano
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 02/02/2017
Re: Resistencia a la autoridad | Privado
No había sido fácil dar con ella. Desde que abandonara el campamento con el que había viajado casi toda su vida, habían pasado muchos meses, y Dominic no sabía ya en qué punto del planeta se encontraba. Sabía que, el día que se marchó, la tierra que habitaban los gitanos era verde y llena de árboles frondosos. Calculaba que serían los bosques de Rumanía, pero no podía asegurarlo con exactitud; él acababa de volver de otro de sus viajes, esta vez a las áridas tierras del sur, y que había resultado más largo de lo esperado, así que, para cuando los volvió a encontrar, ya no seguían el mismo itinerario que él conocía. Aun así, no se arrepentía: traía consigo buenos ejemplares de caballos asiáticos con los que comerciar, y el gitano estaba seguro de que sacaría un buen precio por ellos porque en Europa había pocos ejemplares.
No obstante, su llegada al campamento no fue la esperada. Acudió raudo a la carreta de Sabrina, la mujer con la que Dominic solía entretenerse cuando quería pasar un rato en compañía, y fue ella la que le dio la noticia: la familia de Shayla quería verlo. Se extrañó. ¿Por qué a él? ¿Le habría pasado algo a su hermana? De haber sido así, la propia Sabrina se lo habría dicho; Dominic no era el hombre más querido del campamento, pero era algo relacionado con su familia y algo así no podían ocultárselo, ¿no?
La mujer comenzó a besar el cuello del gitano, pero él ya tenía la mente en otra parte. Apartó a Sabrina de un empujón y se vistió para salir de la cómoda carpa femenina. No tardó en dar con el que hasta entonces había sido su cuñado, aunque Dominic todavía lo seguía contando como tal. Se acercó hasta él y lo saludó de una manera lo suficientemente cortés como para iniciar una conversación tranquila. Iniciarla, sí, porque no evolucionó bien.
La noticia que recibió lo sorprendió, y no hubo manera de ocultarlo. Al principio ni siquiera se lo creyó, y no fue hasta pasados unos días que terminó cediendo a las peticiones de Jrgien: pagó la indemnización exigida después de tener que soportar la retahíla de improperios que la suegra de Shayla soltó sobre su hermana. Dominic estaba furioso, pero no por el desprestigio que había causado a su familia. Lo que de verdad lo molestaba era el dinero que había tenido que pagar para saldar una deuda que nada tenía que ver con él.
Apenas deshizo el poco equipaje que llevaba. Al día siguiente partió con su caravana y sus caballos en busca de Shayla. Viajó de campamento en campamento dando una descripción fiel de la joven. Algunos decían haberla visto, otros, en cambio, miraban hacia otro lado, completamente desinteresados. Poco a poco y con paciencia —de eso tenía mucho él— terminó encontrando el rastro de miguitas de pan que la gitana había dejado. También ayudó el relato que un cazador le contó mientras compartían unos tragos en una taberna, que aseguraba haber ayudado a una chica cuya descripción encajaba demasiado bien con la de Shayla.
Así fue como acabó apareciendo en París, una ciudad que había visitado hacía años y que ahora encontraba tremendamente cambiada. No se entretuvo en observar las calles adoquinadas o los vistosos escaparates de las tiendas, sino que se fue directo hacia el campamento gitano de las afueras. Aparcó la carreta en un lugar ligeramente apartado del resto y dejó abrevar a los caballos. Llevaba meses buscándola, podía esperar unos pocos minutos más. Aprovechó también para quitarse el polvo del camino, y no perdió la oportunidad de flirtear con unas jovencitas que lavaban ropa a su lado. ¡Oh, sí! Hermosos rostros nuevos y lugares desconocidos, lo que a Dominic le gustaba. Preguntó a las mismas muchachitas dónde podía encontrar a Shayla, y despues de pelearse por ser la que más información le diese, terminaron confesando que había ido al bosque. Les guiñó un ojo y se marchó, colocándose la camisa por el camino, hacia la zona que ellas le habían señalado.
No le hizo falta adentrarse demasiado para dar con ella. Se apostó contra un árbol y esperó a que su hermana se diera cuenta de su presencia.
—Joder, Shayla, vaya mona de feria que estás hecha. —Dijo cuando aterrizó. Llevó la vista hacia arriba y observó las sedas colgadas, ondeando todavía a causa de los movimientos de ella—. ¿A esto es a lo que te dedicas ahora? —La miró con ojos fríos, a pesar de su color castaño cálido, y se acercó a ella—. Dime que no has abandonado a tu marido para dar saltos como un chimpancé.
No obstante, su llegada al campamento no fue la esperada. Acudió raudo a la carreta de Sabrina, la mujer con la que Dominic solía entretenerse cuando quería pasar un rato en compañía, y fue ella la que le dio la noticia: la familia de Shayla quería verlo. Se extrañó. ¿Por qué a él? ¿Le habría pasado algo a su hermana? De haber sido así, la propia Sabrina se lo habría dicho; Dominic no era el hombre más querido del campamento, pero era algo relacionado con su familia y algo así no podían ocultárselo, ¿no?
La mujer comenzó a besar el cuello del gitano, pero él ya tenía la mente en otra parte. Apartó a Sabrina de un empujón y se vistió para salir de la cómoda carpa femenina. No tardó en dar con el que hasta entonces había sido su cuñado, aunque Dominic todavía lo seguía contando como tal. Se acercó hasta él y lo saludó de una manera lo suficientemente cortés como para iniciar una conversación tranquila. Iniciarla, sí, porque no evolucionó bien.
La noticia que recibió lo sorprendió, y no hubo manera de ocultarlo. Al principio ni siquiera se lo creyó, y no fue hasta pasados unos días que terminó cediendo a las peticiones de Jrgien: pagó la indemnización exigida después de tener que soportar la retahíla de improperios que la suegra de Shayla soltó sobre su hermana. Dominic estaba furioso, pero no por el desprestigio que había causado a su familia. Lo que de verdad lo molestaba era el dinero que había tenido que pagar para saldar una deuda que nada tenía que ver con él.
Apenas deshizo el poco equipaje que llevaba. Al día siguiente partió con su caravana y sus caballos en busca de Shayla. Viajó de campamento en campamento dando una descripción fiel de la joven. Algunos decían haberla visto, otros, en cambio, miraban hacia otro lado, completamente desinteresados. Poco a poco y con paciencia —de eso tenía mucho él— terminó encontrando el rastro de miguitas de pan que la gitana había dejado. También ayudó el relato que un cazador le contó mientras compartían unos tragos en una taberna, que aseguraba haber ayudado a una chica cuya descripción encajaba demasiado bien con la de Shayla.
Así fue como acabó apareciendo en París, una ciudad que había visitado hacía años y que ahora encontraba tremendamente cambiada. No se entretuvo en observar las calles adoquinadas o los vistosos escaparates de las tiendas, sino que se fue directo hacia el campamento gitano de las afueras. Aparcó la carreta en un lugar ligeramente apartado del resto y dejó abrevar a los caballos. Llevaba meses buscándola, podía esperar unos pocos minutos más. Aprovechó también para quitarse el polvo del camino, y no perdió la oportunidad de flirtear con unas jovencitas que lavaban ropa a su lado. ¡Oh, sí! Hermosos rostros nuevos y lugares desconocidos, lo que a Dominic le gustaba. Preguntó a las mismas muchachitas dónde podía encontrar a Shayla, y despues de pelearse por ser la que más información le diese, terminaron confesando que había ido al bosque. Les guiñó un ojo y se marchó, colocándose la camisa por el camino, hacia la zona que ellas le habían señalado.
No le hizo falta adentrarse demasiado para dar con ella. Se apostó contra un árbol y esperó a que su hermana se diera cuenta de su presencia.
—Joder, Shayla, vaya mona de feria que estás hecha. —Dijo cuando aterrizó. Llevó la vista hacia arriba y observó las sedas colgadas, ondeando todavía a causa de los movimientos de ella—. ¿A esto es a lo que te dedicas ahora? —La miró con ojos fríos, a pesar de su color castaño cálido, y se acercó a ella—. Dime que no has abandonado a tu marido para dar saltos como un chimpancé.
Dominic Kraemer- Gitano
- Mensajes : 29
Fecha de inscripción : 07/01/2018
Re: Resistencia a la autoridad | Privado
Ella, que tan orgullosa estaba de todo lo que había crecido en ese tiempo vivido dentro de la familia del circo. Ella, que había aprendido y asimilado para su vida la rutina diaria del entrenamiento. Ella, que se tomaba muy enserio eso de ser acróbata aérea. Ella, Shayla Kraemer, no necesitó más que la apreciación de su hermano para comenzar a dudar de todo cuanto amaba, de todo eso que la había hecho sentir orgullosa de lo que con esfuerzo había aprendido. Para bien o para mal, provenían ambos de una familia en la que la opinión de los mayores tenía un peso letal sobre la cabeza de cada integrante y en eso él siempre le ganaría, siempre tendría poder sobre ella, pues Dominic era el hermano mayor y le habían enseñado que le debía respeto y obediencia.
-Dominic –susurró cuando, con pies temblorosos, aterrizó junto a él-. ¿Qué haces aquí?
Si hubiera podido verse, como él la veía, Shayla habría notado que su rostro enrojecido por el esfuerzo del ejercicio empalidecía poco a poco, como si verlo a él fuese ver un espectro pero a plena luz del día.
-¿Qué ha sucedido? –le preguntó, aunque en verdad no quería saber. No quería enterarse de nada de su antigua vida, no quería que se contaminase su diario vivir con cosas del pasado-. Dominic, yo soy realmente feliz aquí –le dijo, pero sabía bien que a él no le importaría. Lo conocía, a Dominic Kraemer solo le importaba Dominic Kraemer-. No me quiero ir.
Supo leer su mirada. Había enojo en ella, no entendía por qué, pero sus ojos la miraban demandantes, como si ella le debiese algo.
¿En qué momento había comenzado a creer que era una mujer libre? ¿Por qué se había convencido de aquella ilusión? ¿Cómo pudo pensar que podía vivir como una joven independiente? No, Shayla, no. La libertad no fue hecha para las mujeres, menos para las que viven en comunidades. Había creído que al romper su matrimonio todo cambiaría pero ahora veía que no. No tenía certezas pero sí la premonición y ella obedecía siempre sus presentimientos. La mirada de Dominic le adelantaba lo que sucedería, sus ojos la prevenían, la ponían en aviso de que él estaba allí para cambiar su vida, y nada bueno traería ese cambio.
Dio pequeños pasos hacia atrás, muy lentamente, para alejarse de su hermano mayor como quien se aleja de un feroz depredador. En cuanto pudo, Shayla dio media vuelta y comenzó a correr con todas sus fuerzas, quería llegar a la zona de carretas y toldos donde vivían sus compañeros, quería buscar refugio, esconderse hasta que Dominic se cansara de buscarla y decidiera irse de allí. Corrió tanto como aquella vez en la que se había fugado de su comunidad, pero esa vez era diferente pues tenía la certeza de que era perseguida.
-Dominic –susurró cuando, con pies temblorosos, aterrizó junto a él-. ¿Qué haces aquí?
Si hubiera podido verse, como él la veía, Shayla habría notado que su rostro enrojecido por el esfuerzo del ejercicio empalidecía poco a poco, como si verlo a él fuese ver un espectro pero a plena luz del día.
-¿Qué ha sucedido? –le preguntó, aunque en verdad no quería saber. No quería enterarse de nada de su antigua vida, no quería que se contaminase su diario vivir con cosas del pasado-. Dominic, yo soy realmente feliz aquí –le dijo, pero sabía bien que a él no le importaría. Lo conocía, a Dominic Kraemer solo le importaba Dominic Kraemer-. No me quiero ir.
Supo leer su mirada. Había enojo en ella, no entendía por qué, pero sus ojos la miraban demandantes, como si ella le debiese algo.
¿En qué momento había comenzado a creer que era una mujer libre? ¿Por qué se había convencido de aquella ilusión? ¿Cómo pudo pensar que podía vivir como una joven independiente? No, Shayla, no. La libertad no fue hecha para las mujeres, menos para las que viven en comunidades. Había creído que al romper su matrimonio todo cambiaría pero ahora veía que no. No tenía certezas pero sí la premonición y ella obedecía siempre sus presentimientos. La mirada de Dominic le adelantaba lo que sucedería, sus ojos la prevenían, la ponían en aviso de que él estaba allí para cambiar su vida, y nada bueno traería ese cambio.
Dio pequeños pasos hacia atrás, muy lentamente, para alejarse de su hermano mayor como quien se aleja de un feroz depredador. En cuanto pudo, Shayla dio media vuelta y comenzó a correr con todas sus fuerzas, quería llegar a la zona de carretas y toldos donde vivían sus compañeros, quería buscar refugio, esconderse hasta que Dominic se cansara de buscarla y decidiera irse de allí. Corrió tanto como aquella vez en la que se había fugado de su comunidad, pero esa vez era diferente pues tenía la certeza de que era perseguida.
Shayla Kraemer- Gitano
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 02/02/2017
Re: Resistencia a la autoridad | Privado
Shayla tenía miedo. Un hermano normal habría intentado tranquilizarla, hacerle saber que no corría peligro junto a él. Un hermano normal la habría abrazado, habría hecho el esfuerzo de comprender el porqué de su huída, qué había pasado por su mente para hacer algo que estaba considerado una locura en la cultura en la que habían crecido. Un hermano normal habría hecho mil y una cosas para defenderla y ponerse de su lado, pero el problema residía en que Dominic Kraemer no era un hermano normal. Su vida giraba en torno a él y su propio bienestar, mientras que el de los demás le importaba menos que nada —siempre y cuando no influyera en el suyo—. Para desgracia de la pobre Shayla, su felicidad interfería directamente con la de él, así que el gitano no pensaba descansar hasta que todo volviera a su cauce. Cómo terminara ella era algo que le traía sin cuidado.
—¿Que qué ha sucedido? —preguntó Dominic, elevando las manos en el aire—. No sé, dímelo tú. ¿Qué pasa, que no te acuerdas? —Dio unos pasos en su dirección, acortando la distancia de manera peligrosa—. ¿Recuerdas a Jrgien? Es tu marido, así que supongo que sí.
Se recostó contra un árbol y la miró. Si su sola presencia la hacía temblar como un ratoncillo acorralado era que sabía bien que algo malo había hecho, la muy pájara. Dominic se rascó la barba de varios días de manera perezosa y comenzó a caminar alrededor de ella.
—La pequeña Shayla es feliz aquí. Me alegro por ti, hermanita, en serio —dijo cuando estaba en su espalda—, pero hay un problema. Verás —terminó de dar la vuelta y se puso frente a ella—, resulta que al abandonar a tu marido, porque imagino que eso sí recordarás, has roto un trato que habías prometido cumplir —explicó, aparentemente calmado, como si su hermana fuera una niña tonta que no se enteraba de nada—. La familia de tu esposo quería que alguien pagara esa desfachatez, y a que no adivinas a quién han acudido —acercó su rostro al ajeno y la miró con todo el odio que fue capaz de acumular en sus ojos—: a mí —susurró, tan cerca de ella que su aliento removió los mechones en torno a su cara—. Como podrás imaginar, cinco años de matrimonio sin un sólo hijo no es barato de compensar, sobre todo cuando la desgraciada de mi hermana lo tira todo por tierra. ¿Y por qué? Porque es feliz aquí. —Se irguió sin apartar la mirada—. Me vas a pagar hasta el último franco, mujer, cueste lo que te cueste.
Fue a agarrarla del brazo para que la llevase a su tienda, carreta o donde demonios viviese cuando, sin haberlo previsto, Shayla echó a correr. Dominic maldijo sin temor a que ella lo escuchara; cosas peores le habría dicho en años anteriores. Tardó un poco en reaccionar, así que para cuando él comenzó a correr tras ella, la gitana le había sacado una ventaja considerable. Vio que se dirigía hacia las carretas. ¡Iba lista si se pensaba que eso iba a salvarla! Parecía que no conocía a su único hermano.
Aceleró, y casi le había dado alcance cuando otra joven salió al encuentro de Shayla. Dominic frenó en seco y observó a las dos gitanas con mirada suspicaz.
—Hola —saludó, sonriente, a la desconocida—. Gracias por frenarla, es tan bromista… ¡Shayla! ¿Se puede saber por qué has salido corriendo así? Sólo estábamos hablando. Vamos, ven.
—¿Que qué ha sucedido? —preguntó Dominic, elevando las manos en el aire—. No sé, dímelo tú. ¿Qué pasa, que no te acuerdas? —Dio unos pasos en su dirección, acortando la distancia de manera peligrosa—. ¿Recuerdas a Jrgien? Es tu marido, así que supongo que sí.
Se recostó contra un árbol y la miró. Si su sola presencia la hacía temblar como un ratoncillo acorralado era que sabía bien que algo malo había hecho, la muy pájara. Dominic se rascó la barba de varios días de manera perezosa y comenzó a caminar alrededor de ella.
—La pequeña Shayla es feliz aquí. Me alegro por ti, hermanita, en serio —dijo cuando estaba en su espalda—, pero hay un problema. Verás —terminó de dar la vuelta y se puso frente a ella—, resulta que al abandonar a tu marido, porque imagino que eso sí recordarás, has roto un trato que habías prometido cumplir —explicó, aparentemente calmado, como si su hermana fuera una niña tonta que no se enteraba de nada—. La familia de tu esposo quería que alguien pagara esa desfachatez, y a que no adivinas a quién han acudido —acercó su rostro al ajeno y la miró con todo el odio que fue capaz de acumular en sus ojos—: a mí —susurró, tan cerca de ella que su aliento removió los mechones en torno a su cara—. Como podrás imaginar, cinco años de matrimonio sin un sólo hijo no es barato de compensar, sobre todo cuando la desgraciada de mi hermana lo tira todo por tierra. ¿Y por qué? Porque es feliz aquí. —Se irguió sin apartar la mirada—. Me vas a pagar hasta el último franco, mujer, cueste lo que te cueste.
Fue a agarrarla del brazo para que la llevase a su tienda, carreta o donde demonios viviese cuando, sin haberlo previsto, Shayla echó a correr. Dominic maldijo sin temor a que ella lo escuchara; cosas peores le habría dicho en años anteriores. Tardó un poco en reaccionar, así que para cuando él comenzó a correr tras ella, la gitana le había sacado una ventaja considerable. Vio que se dirigía hacia las carretas. ¡Iba lista si se pensaba que eso iba a salvarla! Parecía que no conocía a su único hermano.
Aceleró, y casi le había dado alcance cuando otra joven salió al encuentro de Shayla. Dominic frenó en seco y observó a las dos gitanas con mirada suspicaz.
—Hola —saludó, sonriente, a la desconocida—. Gracias por frenarla, es tan bromista… ¡Shayla! ¿Se puede saber por qué has salido corriendo así? Sólo estábamos hablando. Vamos, ven.
Dominic Kraemer- Gitano
- Mensajes : 29
Fecha de inscripción : 07/01/2018
Re: Resistencia a la autoridad | Privado
Kala barajaba las cartas con energía, quizá demasiada para tratarse de una baraja del tarot. Fifika le estaba enseñando una nueva técnica para ver el futuro que, según ella, era mucho más fácil que cualquier otra. Sólo hacía falta tener el “don”, como Fifi lo llamaba, y ésta aseguraba que la ceilanesa lo tenía, y con creces. A Kala, la tarotista le resultaba demasiado mística, e ignoraba muchas de las cosas que le decía. ¿De verdad importaba tanto la forma de mover la muñeca cuando se repartían las cartas sobre la mesa? ¿Y por qué había que destaparlas desde el lado izquierdo y no el derecho? ¿Acaso se alteraba en algo el porvenir? Por educación, la gitana fingía que hacía caso de cada truco que Fifika le decía, pero, cuando estaba a solas, seguía los pasos básicos, dejando el resto al libre albedrío.
Lo que sí hacía, sin embargo, era practicar. Sacaba la baraja en cada momento libre que tenía y se ofrecía a ver el futuro de aquellos que quisieran conocer el suyo. Lo bueno que tenía estar aprendiendo es que no se aventuraba a predecir cosas y eventos demasiado importantes, sino asuntos más triviales que no fueran de vital importancia. Así, si algo no salía como ella había dicho, no había pérdidas irreparables, y Kala tenía un punto de referencia para las siguientes veces. Poco a poco, su habilidad para interpretar las cartas fue afinándose, con lo que cada vez era capaz de dar predicciones más certeras y, por eso, se atrevía a ver cosas que en sus inicios no.
Unos días atrás había estado con Shayla, y su amiga le dejó que le echara las cartas. No le prestó demasiada atención, puesto que las dos jóvenes pasaron más tiempo hablando de sus cosas que haciendo caso a lo que salía de la baraja, pero una serie de combinaciones extrañas llamaron la atención de Kala. Según lo que ella interpretó, alguien del pasado de Shayla iba a venir a París, y lo cierto era que no parecía que fuera algo bueno. No le dieron demasiada importancia, pensando que esas respuestas serían fruto de un mal hacer de la vidente, pero la gitana no se quedó tranquila.
Por eso, aprovechando que tenía unas horas libres y se encontraba a solas en su carreta, sacó la baraja y comenzó a buscar respuestas a eso que le había estado molestando detrás de la oreja desde que vio a Shayla por última vez. Lo intentó varias veces, pero el resultado terminó siendo el mismo que la primera. Su intuición —reforzada por la capacidad natural que tenía para ver el futuro— le revolvió el estómago; sentía que algo malo iba a ocurrirle a su amiga, y Kala ya había escarmentado con creces sobre ese tema. Se levantó y salió en su busca, esperando que fuera todo fruto de su imaginación.
Sabía que se encontraba practicando sus acrobacias en el bosque, así que tomó esa dirección. No obstante, no había andado ni diez metros cuando Shayla apareció corriendo por el camino.
—¡Shayla! —la llamó, con evidente cara de asombro—. ¡Eh! Tranquila. —Le sujetó las manos, pero tan nerviosa estaba que no entendía nada de lo que decía—. ¿Qué…?
Justo tras ella llegó un hombre, poco mayor que ambas, al que Kala no había visto nunca en el campamento. Lo miró con el ceño fruncido, intentando descifrar qué estaba ocurriendo ahí. Algo no encajaba, empezando por la cara de terror de Shayla y terminando por las extrañas palabras, demasiado afectivas, del hombre en cuestión.
—Hola —contestó, finalmente—. ¿Ocurre algo?
Miró a los dos hermanos de manera alterna —sin saber que eran tal—, esperando una respuesta por parte de alguno de ellos, mientras que, instintivamente, pegaba su cuerpo al de su amiga en un acto protector.
Lo que sí hacía, sin embargo, era practicar. Sacaba la baraja en cada momento libre que tenía y se ofrecía a ver el futuro de aquellos que quisieran conocer el suyo. Lo bueno que tenía estar aprendiendo es que no se aventuraba a predecir cosas y eventos demasiado importantes, sino asuntos más triviales que no fueran de vital importancia. Así, si algo no salía como ella había dicho, no había pérdidas irreparables, y Kala tenía un punto de referencia para las siguientes veces. Poco a poco, su habilidad para interpretar las cartas fue afinándose, con lo que cada vez era capaz de dar predicciones más certeras y, por eso, se atrevía a ver cosas que en sus inicios no.
Unos días atrás había estado con Shayla, y su amiga le dejó que le echara las cartas. No le prestó demasiada atención, puesto que las dos jóvenes pasaron más tiempo hablando de sus cosas que haciendo caso a lo que salía de la baraja, pero una serie de combinaciones extrañas llamaron la atención de Kala. Según lo que ella interpretó, alguien del pasado de Shayla iba a venir a París, y lo cierto era que no parecía que fuera algo bueno. No le dieron demasiada importancia, pensando que esas respuestas serían fruto de un mal hacer de la vidente, pero la gitana no se quedó tranquila.
Por eso, aprovechando que tenía unas horas libres y se encontraba a solas en su carreta, sacó la baraja y comenzó a buscar respuestas a eso que le había estado molestando detrás de la oreja desde que vio a Shayla por última vez. Lo intentó varias veces, pero el resultado terminó siendo el mismo que la primera. Su intuición —reforzada por la capacidad natural que tenía para ver el futuro— le revolvió el estómago; sentía que algo malo iba a ocurrirle a su amiga, y Kala ya había escarmentado con creces sobre ese tema. Se levantó y salió en su busca, esperando que fuera todo fruto de su imaginación.
Sabía que se encontraba practicando sus acrobacias en el bosque, así que tomó esa dirección. No obstante, no había andado ni diez metros cuando Shayla apareció corriendo por el camino.
—¡Shayla! —la llamó, con evidente cara de asombro—. ¡Eh! Tranquila. —Le sujetó las manos, pero tan nerviosa estaba que no entendía nada de lo que decía—. ¿Qué…?
Justo tras ella llegó un hombre, poco mayor que ambas, al que Kala no había visto nunca en el campamento. Lo miró con el ceño fruncido, intentando descifrar qué estaba ocurriendo ahí. Algo no encajaba, empezando por la cara de terror de Shayla y terminando por las extrañas palabras, demasiado afectivas, del hombre en cuestión.
—Hola —contestó, finalmente—. ¿Ocurre algo?
Miró a los dos hermanos de manera alterna —sin saber que eran tal—, esperando una respuesta por parte de alguno de ellos, mientras que, instintivamente, pegaba su cuerpo al de su amiga en un acto protector.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: Resistencia a la autoridad | Privado
No podía rendirse, no podía simplemente entregarse a su hermano sin hacer nada para preservarse, para intentar escapar. Estaba segura de que Dominic la atraparía, no tenía dudas de que aquella noche, o la siguiente, o la siguiente incluso, estaría de camino junto a él a su antigua vida, a sus miedos y a su esposo. Pero Shayla quería posdatar ese momento, quería retrasar todo lo que pudiera ese instante en el que volvería a estar presa de la autoridad de su hermano. Así debía ser, ¿no? Era lo que le habían enseñado de pequeña, obediencia a sus padres y si ellos faltaban obediencia a Dominic, el único hermano varón, el mayor. Pero Shayla ya no era obediente y eso representaba un problema, hacía algún tiempo –desde que la habían acogido en el circo gitano con tanto cariño, haciéndola parte de esa gran familia- ella había dejado de obedecer con sumisión porque ese lugar la había sanado, la había cuidado y dado seguridad de sí misma.
Corría entonces aferrándose a la inexistente chance de escapar, porque escapar de Dominic era tener seguridad de que su presente no cambiaría, de que todo seguiría igual en su vida –que ahora amaba-; pero eso no dejaba de ser una idea, un sueño cada paso más imposible. Tan imposible que cada vez que se giraba para mirar adetrás descubría que Dominic estaba más y más cerca de ella… pronto estiraría su mano y atraparía su cabello con enojo, dolorosamente.
Casi podría decirse que chocó con Kala, porque verla la detuvo en su carrera lo que le dio ventaja a su hermano finalmente.
-Kala… Kala –No podía hablar, no sabía cómo explicarle-. Vamos, Kala… No le hables, no lo mires.
¿A dónde iba a ir ella? No tenía otro lugar fuera del circo, fuera del asentamiento de gitanos. Las únicas posesiones de Shayla eran las que estaban en su pequeña carpa hecha de telas de colores. Ni siquiera tenía un caballo propio. ¿A dónde iba a ir? No tenía salida.
Recordó lo que Kala le había dicho, que alguien de su pasado volvería. Ilusa Shayla que había creído que se trataba del cazador que la había ayudado a escapar en el bosque, mientras ella buscaba dar con ese asentamiento del que ahora era parte. Había sentido que las cosas entre ellos habrían podido prosperar si hubiesen tenido algo más de tiempo. Pero ahora entendía que no era otro que Dominic el dueño de su pasado que volvía para arrastrarla a la vida que había odiado vivir.
-Es mi hermano, es mi hermano, Kala –le dijo, con la respiración entrecortada más a causa del miedo que de la carrera.
Shayla lamentó no haberle hablado más que lo básico sobre su hermano, si Kala supiera todo lo que había vivido tal vez entendería que oír a un engatusador como Dominic Kraemer era un error garrafal. Ah, pero Kala era inteligente y tenía un instinto proverbial para conducirse con las personas, de modo que Shayla tomó la mano de su mejor amiga con fuerza y se giró para enfrentar a su hermano, para verlo a los ojos y mostrarle que no estaba sola allí, sino que era amada, realmente amada.
Corría entonces aferrándose a la inexistente chance de escapar, porque escapar de Dominic era tener seguridad de que su presente no cambiaría, de que todo seguiría igual en su vida –que ahora amaba-; pero eso no dejaba de ser una idea, un sueño cada paso más imposible. Tan imposible que cada vez que se giraba para mirar adetrás descubría que Dominic estaba más y más cerca de ella… pronto estiraría su mano y atraparía su cabello con enojo, dolorosamente.
Casi podría decirse que chocó con Kala, porque verla la detuvo en su carrera lo que le dio ventaja a su hermano finalmente.
-Kala… Kala –No podía hablar, no sabía cómo explicarle-. Vamos, Kala… No le hables, no lo mires.
¿A dónde iba a ir ella? No tenía otro lugar fuera del circo, fuera del asentamiento de gitanos. Las únicas posesiones de Shayla eran las que estaban en su pequeña carpa hecha de telas de colores. Ni siquiera tenía un caballo propio. ¿A dónde iba a ir? No tenía salida.
Recordó lo que Kala le había dicho, que alguien de su pasado volvería. Ilusa Shayla que había creído que se trataba del cazador que la había ayudado a escapar en el bosque, mientras ella buscaba dar con ese asentamiento del que ahora era parte. Había sentido que las cosas entre ellos habrían podido prosperar si hubiesen tenido algo más de tiempo. Pero ahora entendía que no era otro que Dominic el dueño de su pasado que volvía para arrastrarla a la vida que había odiado vivir.
-Es mi hermano, es mi hermano, Kala –le dijo, con la respiración entrecortada más a causa del miedo que de la carrera.
Shayla lamentó no haberle hablado más que lo básico sobre su hermano, si Kala supiera todo lo que había vivido tal vez entendería que oír a un engatusador como Dominic Kraemer era un error garrafal. Ah, pero Kala era inteligente y tenía un instinto proverbial para conducirse con las personas, de modo que Shayla tomó la mano de su mejor amiga con fuerza y se giró para enfrentar a su hermano, para verlo a los ojos y mostrarle que no estaba sola allí, sino que era amada, realmente amada.
Shayla Kraemer- Gitano
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Fecha de inscripción : 02/02/2017
Re: Resistencia a la autoridad | Privado
Si algo debía reconocerle a Shayla era lo rápida que podía llegar a ser. Siempre fue la más ágil de todos los hermanos Kraemer, y lo cierto es que a Dominic no le había extrañado mucho encontrársela suspendida en el aire, sujeta tan sólo por esas telas sedosas y de colores vibrantes. De haber sido otras las circunstancias, le habría traído sin cuidado que su hermana se dedicase a satisfacer la vista de los asistentes al circo haciendo piruetas; era una profesión como cualquier otra y que a él no le interesaba en lo más mínimo —como todo lo que requería un mínimo de esfuerzo, en realidad—.
Miraba a la desconocida con recelo bien disimulado, fingiendo que no le importaba quién era pero prestando atención a cada detalle, desde cómo sujetó a Shayla cuando se la encontró hasta su actitud protectora para con ella. Por las palabras que pudo captar, la joven se llamaba Kala, un nombre exótico para una mujer exótica. Dominic no la había visto antes, de eso estaba seguro; siendo como era, su cara no la habría olvidado, de la misma forma que ella no olvidaría la de él tras ese encuentro.
—En efecto, soy su hermano —afirmó dando un paso al frente—. Me llamo Dominic Kraemer, un placer.
Hizo una reverencia bastante pronunciada y, cuando se irguió, clavó sus ojos en los azules de Shayla, que lo miraban desafiantes. ¿Qué se había creído, que se iba a echar para atrás? Parecía que, a pesar de los años, no terminaba de conocerlo del todo. Aún así, el gitano cambió su expresión a una más amable. Era nuevo en el lugar y nadie lo conocía lo suficiente como para salir en su defensa, al contrario que a ella. Y es que, viendo la reacción de su hermana y suponiendo que la tal Kala la conocía lo suficiente como para saber leer entre líneas, el gitano supo que debía andarse con pies de plomo. No le convenía mentir —no del todo, al menos— porque, en caso de disputa, estaba seguro de que la ceilanesa no no se pondría de su parte.
Mantuvo una distancia prudente y desvió los ojos hasta los castaños de la otra gitana.
—Como ves, está nerviosa —dijo como si Shayla no estuviera delante—. He venido para darle noticias, pero no son demasiado halagüeñas. Se ha bloqueado y ha echado a correr. —Devolvió la vista hacia su hermana e inclinó la cabeza ligeramente—. No me mires así, Shayla. Sé que no es lo que querías oír, pero no es el fin del mundo. Tiene solución y lo sabes.
Cambió el peso de pierna y suspiró. Después, elevó el rostro hacia el cielo, como si estuviera calculando la hora del día, y se pasó la mano por el pelo, haciendo que sus bucles incipientes bailaran suavemente en su cabeza.
—Se nos va a hacer tarde, Shayla. Ven conmigo y seguimos hablando, vamos.
Le tendió la mano y esperó a ver si Kala la instaba a que se fuera con él porque, si no era así, sabía que por sí sola no iba a hacerlo.
Miraba a la desconocida con recelo bien disimulado, fingiendo que no le importaba quién era pero prestando atención a cada detalle, desde cómo sujetó a Shayla cuando se la encontró hasta su actitud protectora para con ella. Por las palabras que pudo captar, la joven se llamaba Kala, un nombre exótico para una mujer exótica. Dominic no la había visto antes, de eso estaba seguro; siendo como era, su cara no la habría olvidado, de la misma forma que ella no olvidaría la de él tras ese encuentro.
—En efecto, soy su hermano —afirmó dando un paso al frente—. Me llamo Dominic Kraemer, un placer.
Hizo una reverencia bastante pronunciada y, cuando se irguió, clavó sus ojos en los azules de Shayla, que lo miraban desafiantes. ¿Qué se había creído, que se iba a echar para atrás? Parecía que, a pesar de los años, no terminaba de conocerlo del todo. Aún así, el gitano cambió su expresión a una más amable. Era nuevo en el lugar y nadie lo conocía lo suficiente como para salir en su defensa, al contrario que a ella. Y es que, viendo la reacción de su hermana y suponiendo que la tal Kala la conocía lo suficiente como para saber leer entre líneas, el gitano supo que debía andarse con pies de plomo. No le convenía mentir —no del todo, al menos— porque, en caso de disputa, estaba seguro de que la ceilanesa no no se pondría de su parte.
Mantuvo una distancia prudente y desvió los ojos hasta los castaños de la otra gitana.
—Como ves, está nerviosa —dijo como si Shayla no estuviera delante—. He venido para darle noticias, pero no son demasiado halagüeñas. Se ha bloqueado y ha echado a correr. —Devolvió la vista hacia su hermana e inclinó la cabeza ligeramente—. No me mires así, Shayla. Sé que no es lo que querías oír, pero no es el fin del mundo. Tiene solución y lo sabes.
Cambió el peso de pierna y suspiró. Después, elevó el rostro hacia el cielo, como si estuviera calculando la hora del día, y se pasó la mano por el pelo, haciendo que sus bucles incipientes bailaran suavemente en su cabeza.
—Se nos va a hacer tarde, Shayla. Ven conmigo y seguimos hablando, vamos.
Le tendió la mano y esperó a ver si Kala la instaba a que se fuera con él porque, si no era así, sabía que por sí sola no iba a hacerlo.
Dominic Kraemer- Gitano
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Re: Resistencia a la autoridad | Privado
¿Shayla tenía un hermano? Eso parecía, puesto que el hombre se presentó como tal. Dominic Kraemer era su nombre, y Kala supo de inmediato que, efectivamente, era nuevo allí. No lo había visto antes, y si bien eso no era significativo —podían, simplemente, no haber coincidido en tiempo y lugar—, sí era extraño, puesto que el campamento era un lugar en el que los recién llegados llamaban demasiado la atención. Además, su amiga no le había hablado de él y, siendo familiares como parecía que lo eran, no entendía el porqué de la reacción de Shayla; la ceilanesa habría dado todo lo que tenía por tener a alguno de sus hermanos con ella y no habría echando a correr como lo estaba haciendo ella.
—Yo soy Kala —se presentó, un tanto confusa.
La fuerza con la que Shayla se agarraba no era normal, ni su tartamudeo nervioso, lo que acrecentó el malestar que había llevado a la vidente hasta allí. «Alguien de su pasado», recordó que le habían dicho las cartas. ¿Sería él esa persona que iba a irrumpir en la vida de su amiga? Se maldijo por no haber prestado más atención cuando tuvo ocasión, porque estaba claro que ya era demasiado tarde. La tensión que se respiraba en el ambiente era palpable hasta para el más apático del universo, aunque la voz melosa de Dominic daba a entender todo lo contrario.
Kala se habría dejado seducir por el tono varonil de él si no conociese a Shayla tanto como lo hacía. La consideraba una hermana casi desde el mismo momento en que la vio por primera vez, y no había secreto de una que no conociese la otra. O eso había creído hasta ese momento.
—¿Malas noticias? —preguntó—. Shayla —la agarró de los hombros y la obligó a girarse hacia ella—, ¿qué ha pasado? ¿Estás bien?
Dominic tendió la mano para que su hermana se fuera con él, pero Kala no dejó de sujetar a Shayla. Su instinto la estaba advirtiendo de algo, aunque todavía no tenía claro qué era. Probablemente fuera el tono de voz aparentemente inofensivo del gitano, que contrastaba con esa mirada oscura y acusadora, tan atractiva como peligrosa.
—¿Qué malas noticias son las que traes?
Se lo preguntó directamente a él porque la preocupación la estaba matando y su amiga no parecía que estuviera en condiciones de contestar.
—Puedes hablar —lo instó—. Si no me lo cuentas tú, me lo va a contar ella después. ¿Verdad que sí, Shayla?
—Yo soy Kala —se presentó, un tanto confusa.
La fuerza con la que Shayla se agarraba no era normal, ni su tartamudeo nervioso, lo que acrecentó el malestar que había llevado a la vidente hasta allí. «Alguien de su pasado», recordó que le habían dicho las cartas. ¿Sería él esa persona que iba a irrumpir en la vida de su amiga? Se maldijo por no haber prestado más atención cuando tuvo ocasión, porque estaba claro que ya era demasiado tarde. La tensión que se respiraba en el ambiente era palpable hasta para el más apático del universo, aunque la voz melosa de Dominic daba a entender todo lo contrario.
Kala se habría dejado seducir por el tono varonil de él si no conociese a Shayla tanto como lo hacía. La consideraba una hermana casi desde el mismo momento en que la vio por primera vez, y no había secreto de una que no conociese la otra. O eso había creído hasta ese momento.
—¿Malas noticias? —preguntó—. Shayla —la agarró de los hombros y la obligó a girarse hacia ella—, ¿qué ha pasado? ¿Estás bien?
Dominic tendió la mano para que su hermana se fuera con él, pero Kala no dejó de sujetar a Shayla. Su instinto la estaba advirtiendo de algo, aunque todavía no tenía claro qué era. Probablemente fuera el tono de voz aparentemente inofensivo del gitano, que contrastaba con esa mirada oscura y acusadora, tan atractiva como peligrosa.
—¿Qué malas noticias son las que traes?
Se lo preguntó directamente a él porque la preocupación la estaba matando y su amiga no parecía que estuviera en condiciones de contestar.
—Puedes hablar —lo instó—. Si no me lo cuentas tú, me lo va a contar ella después. ¿Verdad que sí, Shayla?
Kala Bhansali- Gitano
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Re: Resistencia a la autoridad | Privado
No podía meter en problemas a Kala, no era justo, no estaba bien. Su hermano era peligroso y no quería que se acercase a su amiga. Shayla lo conocía, él era vengativo y tozudo, siempre lograba lo que se proponía y lo reconocía con pesar porque eso, indirectamente, significaba asumir que tarde o temprano estaría obedeciéndole, sería doblegada y lo seguiría, esa misma noche, en dos días o tres meses… no importaba, Shayla estaba segura de que Dominic ganaría y creía que él poseía esa seguridad también. Estaba perdida, la mujer que había elegido ser viviendo allí –en ese asentamiento que le había abierto los brazos desde el primer momento- se desmoronaba ante la presencia de Dominic porque volvía a sentirse una niña débil, presa de los mandatos familiares.
-Quiere llevarme con él, de nuevo a la comunidad –respondió ella, pese a que la pregunta de Kala iba dirigida a su hermano. Shayla clavó su mirada clara en la poderosa de Dominic y negó con su cabeza una y otra vez, como advirtiendo la decisión que ya había tomado-. No, Dom, no iré a ningún lado. Ésta es mi casa, esta es mi familia ahora –aseguró, apretando todavía más la mano de Kala.
Quería rogarle a Kala que se marchara, que no oyera a su hermano, que volviese a su carreta, que no se metiera en problemas porque podía asegurarle que no querría ser considerada por él como una enemiga... pero no podía porque no quería estar sola, necesitaba a su amiga en esos momentos.
Enfrentarlo era una locura, su madre estaría tan desilusionada al ver esa escena que se desarrollaba en las inmediaciones del campamento entre sus dos hijos; un campamento ajeno donde los Kraemer no eran conocidos ni respetados, el lugar perfecto para comenzar una nueva vida lejos de las frustraciones, lejos del dolor y de la mujer que Shayla ya no quería volver a ser. Pero, ¿qué pensaría Dominic de ese sitio? ¿Qué pensaría de los cirqueros? Por Dios bendito, Shayla no quería ni pensar en eso, no quería imaginar las palabras hirientes que él soltaría.
-Kala es mi amiga, lo sabe todo de mí. Sabe todo lo que he tenido que pasar para llegar a estar aquí hoy… Dom, ellos me repudiaron –se refería a su nueva familia, la de Jrgien, el hombre que sus padres habían elegido para ella-, mi esposo me repudió. No le debo nada a nadie allí, me tiene sin cuidado lo que digan ellos, me fui al amparo de nuestras leyes, me fui y ahora ambos somos libres, Dom. No volveré, si solo has venido a eso, a buscarme para llevarme, pues has venido en vano. No hay nada para mí allí y no tengo deudas con nadie –remarcó una vez más para que el asunto quedase claro al fin, ella se había asesorado bien antes de tomar las decisiones que había tomado y estaba segura de que nunca en su vida había elegido un camino tan correcto como ese que había seguido-, ésta es mi casa, Kala es mi hermana ahora. Nada me une a ese lugar y estoy segura de que puedes entender eso, porque eres la persona más desapegada que conozco.
-Quiere llevarme con él, de nuevo a la comunidad –respondió ella, pese a que la pregunta de Kala iba dirigida a su hermano. Shayla clavó su mirada clara en la poderosa de Dominic y negó con su cabeza una y otra vez, como advirtiendo la decisión que ya había tomado-. No, Dom, no iré a ningún lado. Ésta es mi casa, esta es mi familia ahora –aseguró, apretando todavía más la mano de Kala.
Quería rogarle a Kala que se marchara, que no oyera a su hermano, que volviese a su carreta, que no se metiera en problemas porque podía asegurarle que no querría ser considerada por él como una enemiga... pero no podía porque no quería estar sola, necesitaba a su amiga en esos momentos.
Enfrentarlo era una locura, su madre estaría tan desilusionada al ver esa escena que se desarrollaba en las inmediaciones del campamento entre sus dos hijos; un campamento ajeno donde los Kraemer no eran conocidos ni respetados, el lugar perfecto para comenzar una nueva vida lejos de las frustraciones, lejos del dolor y de la mujer que Shayla ya no quería volver a ser. Pero, ¿qué pensaría Dominic de ese sitio? ¿Qué pensaría de los cirqueros? Por Dios bendito, Shayla no quería ni pensar en eso, no quería imaginar las palabras hirientes que él soltaría.
-Kala es mi amiga, lo sabe todo de mí. Sabe todo lo que he tenido que pasar para llegar a estar aquí hoy… Dom, ellos me repudiaron –se refería a su nueva familia, la de Jrgien, el hombre que sus padres habían elegido para ella-, mi esposo me repudió. No le debo nada a nadie allí, me tiene sin cuidado lo que digan ellos, me fui al amparo de nuestras leyes, me fui y ahora ambos somos libres, Dom. No volveré, si solo has venido a eso, a buscarme para llevarme, pues has venido en vano. No hay nada para mí allí y no tengo deudas con nadie –remarcó una vez más para que el asunto quedase claro al fin, ella se había asesorado bien antes de tomar las decisiones que había tomado y estaba segura de que nunca en su vida había elegido un camino tan correcto como ese que había seguido-, ésta es mi casa, Kala es mi hermana ahora. Nada me une a ese lugar y estoy segura de que puedes entender eso, porque eres la persona más desapegada que conozco.
Shayla Kraemer- Gitano
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 02/02/2017
Re: Resistencia a la autoridad | Privado
Dominic observó en silencio la escena, y supo inmediatamente que no tenía mucho que hacer allí. Esa tal Kala se había metido en mitad de su conversación, y no parecía que se fuera a marchar tan fácilmente.
—Tu hermana. Entiendo —ironizó.
Dio un paso hacia atrás y miró a su hermana. Apretó los labios y se los humedeció, pensando bien sus palabras antes de hablar.
—Si me hubieras dejado hablar antes de echar a correr, sabrías que no me importa a lo que te dediques ahora o dónde quieras vivir, Shayla. ¿Que te gusta esto? Me parece perfecto. ¿Que tienes amigas? Maravilloso. No he venido para llevarte a ninguna parte, he venido a que me devuelvas lo que pagué por tus acciones, nada más —explicó, calmo como siempre, pero letal en su tono—. Dámelo y me iré. Serás libre de hacer lo que te venga en gana, pero no con mi dinero.
Miró a la otra gitana de penetrantes ojos castaños y sonrió.
—Supongo que ya lo sabes todo. Si algo no entiendes, pídele a ella que te lo explique —le dijo, guiñandole un ojo después—. Aún tenemos una conversación pendiente, hermana. Espero que las dos tengáis un buen día.
Se dio la vuelta y volvió a su carreta, algo alejada del resto de residencias. Todavía no había tenido tiempo de relacionarse con el grueso del grupo, pero no dudaba que lo tendría. En su mente ya había hecho planes para pasar allí una larga temporada.
—Tu hermana. Entiendo —ironizó.
Dio un paso hacia atrás y miró a su hermana. Apretó los labios y se los humedeció, pensando bien sus palabras antes de hablar.
—Si me hubieras dejado hablar antes de echar a correr, sabrías que no me importa a lo que te dediques ahora o dónde quieras vivir, Shayla. ¿Que te gusta esto? Me parece perfecto. ¿Que tienes amigas? Maravilloso. No he venido para llevarte a ninguna parte, he venido a que me devuelvas lo que pagué por tus acciones, nada más —explicó, calmo como siempre, pero letal en su tono—. Dámelo y me iré. Serás libre de hacer lo que te venga en gana, pero no con mi dinero.
Miró a la otra gitana de penetrantes ojos castaños y sonrió.
—Supongo que ya lo sabes todo. Si algo no entiendes, pídele a ella que te lo explique —le dijo, guiñandole un ojo después—. Aún tenemos una conversación pendiente, hermana. Espero que las dos tengáis un buen día.
Se dio la vuelta y volvió a su carreta, algo alejada del resto de residencias. Todavía no había tenido tiempo de relacionarse con el grueso del grupo, pero no dudaba que lo tendría. En su mente ya había hecho planes para pasar allí una larga temporada.
FIN DEL TEMA
Dominic Kraemer- Gitano
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Fecha de inscripción : 07/01/2018
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