AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Peur du loup | Privado |
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Peur du loup | Privado |
No te me acerques que quema
Cuando me buscas me quiebras…
Cuando me buscas me quiebras…
No reconocía las calles, usualmente le pasaba aquello. Tenía vivencias muy claras y otras que se difuminaban en un recuerdo ambivalente con diversas imágenes, asumía que muchas de aquellas eran producto del trauma junto a muchas otras que se tergiversaban por sus propios recuerdos ¿Era real? ¿Lo que había vivido lo era? Negaba con su cabeza mientras sus pasos se perdían entre haciendas de personajes adinerados.
Ya había olvidado el calor que le daba un catre bajo el techo, como la luz de una vela daba la posibilidad a sus padres de leer un libro de infantes antes de dormir, como el beso de su madre contra la cien de ella y de su hermana, era todo lo necesario para entender que estaban protegidas y fuera de peligro. Que ilusa he irracional mentalidad.
Llevaba años recorriendo sitios de bajo mundo, haciendo trabajos que le daban tan solo para la comida del día, y escondiéndose dónde se le hiciera posible solo para no encontrarse con la mirada acusadora de aquel personaje que había desgraciado su vida. Todos sus movimientos eran en torno a ese fin, evitar de nuevo el flagelo de su presencia. Recordó a su hermana y una delicada lágrima recorrió su mejilla hasta dar contra la punta de su viejo zapato. Frunció el puente de su nariz y continuó.
Estaba de frente a estas mansiones que solía tan solo admirar desde lejos. Nunca había trabajado en una similar. De formas ocasionales seres de estas viviendas, mismos empleados la contrataban para limpiar los establos o mantener la maleza a ras de suelo, no era de sus pasatiempos favoritos, pero gustaba de trabajos solitarios. Ya cuando la reconocían y la comenzaban a llamar por su nombre, no regresaba. Debía, quería y se proponía pasar desapercibida, por lo que estar en comodidad o familiarizada con terceros, creía tenerla en peligro ¿Cómo era posible que un día de toda su vida haya arruinado por completo su forma de vivir? Cerró sus puños contra sus propias prendas, sus nudillos se tornaron blanquecidos entre tanto el resto de su piel se enrojecía por la vergüenza y la ira.
Alguien salía de aquel hogar, una señora, de edad, curiosa y temerosa se acercaba a ella.
— ¿Te envío Vladimir? ¿Vienes por el encargo? La chica que estaba está en cinta, te necesitamos urgente en la casa, el patrón está con los nervios de punta y no tenemos tiempo — Murmuró la anciana, tomando del brazo a la muchacha de ojos claros casi arrastrándola al interior — Hueles pésimo ¿No te diste una ducha? ¿No te dijo Vladimir a que venías? —
Abrió los ojos de par en par, bajo el miedo, se paralizaba y la voz no era su mejor compañera, carraspeo para entonar bobas palabras — No… n… no, no — Intentaba resaltar el error, pero ya se encontraba en el interior de una cocina pretenciosa.
— Ve, ve a darte una ducha, colócate eso y regresa, no pierdas el tiempo, ve — La empujó, desde los hombros y luego la espalda, a una cuarto que se ocultaba tras una puerta de madera.
¿Qué debía hacer? En sus manos había un género pesado y blanco, un par de zapatos planos, ropa interior y un delantal en tono invierno. Se cargó contra la puerta para asegurar que ésta se encontraba cerrada y alzó la mirada. El cuarto de baño no era ostentoso. Lo necesario, una tina, el retrete y un lavamanos. Una vez más, insegura, coloco seguro a la puerta. Se desnudó y tras temperar el agua, entró a la tina no sin antes dejar aflorar de entre sus labios un gemido de satisfacción. El calor del agua humedeció cada centímetro de su piel, su cabello dejaba caminos de suciedad por la superficie de la bañera hasta perderse entre las rendijas del alcantarillado. Olvidaba la última vez en que se sintió tranquila bajo el agua, cuando la calma agobiaba sus sentidos y sus músculos ya no se tensaban preparados para huir en el momento menos indicado.
Un estruendoso golpe a la madera la alertó:
— ¡Rápido niña! — Nuevamente la vieja.
—… voy — Murmuró, ahogándose con el agua que golpeaba directamente a su rostro.
Cerró el paso del agua y se vistió tan rápido como pudo, un espejo frente a su rostro marcó el reflejo que tanto había evitado durante el tiempo que se mantuvo prófuga. Todo tan familiar, sus rasgos tan heredados, aquellos ojos similares a los de su madre y hermana, la barbilla junto al color de cabello de su padre. Su imagen era el recuerdo más crudo por el cual podría cargar. Salió.
La mujer tenía un par de platería sobre una bandeja de metal. Sus ojos se abrieron de par en par, cuando las indicaciones eran claras de poner en orden cada utilería sobre la gran mesa que se preparaba para la cena. Respiró hondo y mordió sus labios ¿Qué demonios haría ahora?
Llevó con suma ligereza las cosas que eran necesarias. No tenía idea de cómo ordenar, no sabía que hacer o que pretender fingir para salir de ese conflictivo escenario. Abandonó todo, dejó los servicios, las copas, los pañuelos de seda y comenzó a buscar salida en aquella enorme mansión. Estaba asustada, su corazón comenzaba a latir de manera descontrolada, casi lo podía sentir en su garganta. Cada puerta habría otras tres más, habitaciones enormes y lujosas salas de estar desde donde no encontraba huida.
Abrió sus pasos a la habitación más llamativa. Observó cada objeto hasta oír pasos que iban en su dirección. No lo pensó, corrió a esconderse en un closet cercano maldiciendo una y otra vez sus estúpidas decisiones. Notó como un hombre alto, de cabello castaño entraba murmurando un par de palabras a quienes lo seguían. No entendía, de hecho, sintió como sus oídos se bloqueaban con un chirrido tan solo por nerviosismo. No hizo movimiento alguno, se aferró de las prendas que allí se encontraban y se mantuvo oculta entre estas deseando que el sujeto saliera sin dar con ella.
Arleen Deacon- Humano Clase Baja
- Mensajes : 20
Fecha de inscripción : 28/09/2014
Re: Peur du loup | Privado |
El golpe a Olivi había salido perfecto, sin demasiados contratiempos; sin inconveniente alguno. Se sentía satisfecho ante los resultados, no podía negarlo. Para ser la primera vez que utilizaba a alguien de afuera, que nada tenía que ver con su grupito de verdugos, las cosas obtuvieron los resultados deseados, y eso era algo digno de celebrar. Sin embargo, hubo una cosa que había disgustado en gran medida a Helié, y esa cosa tenía por apellido Blanchard, por nombre Blaise, y el rostro de un viejo desgraciado al que no pudo borrar del mapa a tiempo, porque antes tuvo la osadía de escapar, otra vez... ¿Y a quién tenía el honor de culpar? A una mujer que no estaba muy bien de la cabeza. La muy desgraciada había arruinado todo, y eso no lo contentó en lo más mínimo. Pero el señor Seguier no era tan estan estúpido como para dejar pasar ocasión y así acabar con sus enemigos. Movería cada centímetro del abismo, de ser necesario.
Aun así, su humor no había mejorado en nada. Seguía demasiado enfrascado en su malestar, en su enojo, en ese ferviente deseo de mandar a la hoguera a aquella loca insolente. Podría hacerlo, porque sus contactos en la Inquisición pululaban de un lado a otro; tenía influencias de peso aquí y allá, además del apoyo incondicional del Papa; sin embargo, no decidió tomar cartas en el asunto, simplemente lo dejó pasar. Ya luego se encargaría. En ese momento sólo tenía en mente encontrar a Blanchard, aunque la misión se estaba llevando mal, y era algo que lo hacía rabiar.
Helié era un hombre que perseguía sin cansancio sus objetivos, y si algo salía mal en el trayecto, no descansaba hasta cambiar la partida a su favor. Siempre a su favor. No se permitía cometer fallos, porque las consecuencias siempre eran mal recibidas por él. Las odiaba más que a nada en este mundo, quizá por haberse obsesionado con la perfección de sus actos. O por ser esa su particular naturaleza. ¿Quién lo aseguraba? Ni siquiera sus criados, quienes tenían que soportar su amargura, en especial durante los días en que el plenilunio amenazaba con acercarse mucho más.
Pero ese día no involucraba a la luna llena, sólo estaba presente el tema de Blaise Blanchar, revoloteando sobre su cabeza; zumbándole en los oídos como una molesta mosca. Apenas había probado bocado, y a pesar de las insistencias de la matrona, Helié continuó en su despacho hundido en sus documentos, ignorando cualquier cosa del exterior. Hasta que, claro, alguien fue a visitarlo. Alguien con noticias de Blaise Blanchard, y le resultó un pequeño alivio, como quitarse parte del peso sobre sus hombros. Y lo mejor, es que el invitado no venía solo, lo acompañaba la hermana de Helié. Ella era una excelente buscadora, sin duda alguna. Incluso compartieron una agradable plática, ideando la manera en la que debían acorralar a Blaise.
Luego de eso, Helié sintió el deseo de conversarlo sólo con Erinnia, su hermana. Eligieron la habitación de él mientras tanto el otro sujeto esperaba abajo.
—No podemos asesinar a Blaise hasta que no hable. Necesitamos saber en dónde oculta los malditos manuscritos —dijo, una vez ingresaba en la habitación, no sin antes cederle el paso a su hermana. Cerró la puerta tras sus espaldas y continuó distraído—: La Inquisición no puede meterse, sería contraproducente que vieran el contenido. Podría acarrearnos problemas. Quizá a ti no tanto, porque sigues siendo un cuervo caprichoso...
Se detuvo y observó a Erinnia en lo que ésta dirigía su mirada hacia una de las puertas de la habitación. Ambos, gracias a su naturaleza sobrenatural, se dieron cuenta que en el armario había "algo" más que ropa. La primera en acercarse y abrir las puertas de par en par fue Erinnia, quien sonrió con malicia, dejando escapar un "alguien escuchó más de lo que debía". Helié simplemente enfureció, aun así, aguantó su molestia, en lo que su hermana abandonaba la habitación.
Confrontó a la joven que yacía escondida en el armario. Era la primera vez que la veía en la mansión, aunque eso le daba igual. Lo que no le daba igual era lo que pudo haber escuchado.
—¿Y tú quién eres? ¿Quién te contrató? Nunca te había visto aquí —exigió—. ¡Habla ya, maldita sea! O te arrancaré las palabras de la boca con un fierro caliente.
Aun así, su humor no había mejorado en nada. Seguía demasiado enfrascado en su malestar, en su enojo, en ese ferviente deseo de mandar a la hoguera a aquella loca insolente. Podría hacerlo, porque sus contactos en la Inquisición pululaban de un lado a otro; tenía influencias de peso aquí y allá, además del apoyo incondicional del Papa; sin embargo, no decidió tomar cartas en el asunto, simplemente lo dejó pasar. Ya luego se encargaría. En ese momento sólo tenía en mente encontrar a Blanchard, aunque la misión se estaba llevando mal, y era algo que lo hacía rabiar.
Helié era un hombre que perseguía sin cansancio sus objetivos, y si algo salía mal en el trayecto, no descansaba hasta cambiar la partida a su favor. Siempre a su favor. No se permitía cometer fallos, porque las consecuencias siempre eran mal recibidas por él. Las odiaba más que a nada en este mundo, quizá por haberse obsesionado con la perfección de sus actos. O por ser esa su particular naturaleza. ¿Quién lo aseguraba? Ni siquiera sus criados, quienes tenían que soportar su amargura, en especial durante los días en que el plenilunio amenazaba con acercarse mucho más.
Pero ese día no involucraba a la luna llena, sólo estaba presente el tema de Blaise Blanchar, revoloteando sobre su cabeza; zumbándole en los oídos como una molesta mosca. Apenas había probado bocado, y a pesar de las insistencias de la matrona, Helié continuó en su despacho hundido en sus documentos, ignorando cualquier cosa del exterior. Hasta que, claro, alguien fue a visitarlo. Alguien con noticias de Blaise Blanchard, y le resultó un pequeño alivio, como quitarse parte del peso sobre sus hombros. Y lo mejor, es que el invitado no venía solo, lo acompañaba la hermana de Helié. Ella era una excelente buscadora, sin duda alguna. Incluso compartieron una agradable plática, ideando la manera en la que debían acorralar a Blaise.
Luego de eso, Helié sintió el deseo de conversarlo sólo con Erinnia, su hermana. Eligieron la habitación de él mientras tanto el otro sujeto esperaba abajo.
—No podemos asesinar a Blaise hasta que no hable. Necesitamos saber en dónde oculta los malditos manuscritos —dijo, una vez ingresaba en la habitación, no sin antes cederle el paso a su hermana. Cerró la puerta tras sus espaldas y continuó distraído—: La Inquisición no puede meterse, sería contraproducente que vieran el contenido. Podría acarrearnos problemas. Quizá a ti no tanto, porque sigues siendo un cuervo caprichoso...
Se detuvo y observó a Erinnia en lo que ésta dirigía su mirada hacia una de las puertas de la habitación. Ambos, gracias a su naturaleza sobrenatural, se dieron cuenta que en el armario había "algo" más que ropa. La primera en acercarse y abrir las puertas de par en par fue Erinnia, quien sonrió con malicia, dejando escapar un "alguien escuchó más de lo que debía". Helié simplemente enfureció, aun así, aguantó su molestia, en lo que su hermana abandonaba la habitación.
Confrontó a la joven que yacía escondida en el armario. Era la primera vez que la veía en la mansión, aunque eso le daba igual. Lo que no le daba igual era lo que pudo haber escuchado.
—¿Y tú quién eres? ¿Quién te contrató? Nunca te había visto aquí —exigió—. ¡Habla ya, maldita sea! O te arrancaré las palabras de la boca con un fierro caliente.
Cagnazzo- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 29/10/2014
Localización : En el octavo círculo del infierno
Re: Peur du loup | Privado |
Esta noche...
hace un poco más de frío.
hace un poco más de frío.
¿Asesinar había oído? Tragó en seco, quieta, como jamás antes lo había estado. Sentía como sus piernas temblaban con insistencia y el piso no se le hacía nada seguro. No entendía como, porque o la razón por la cual se había escondido en sitio. Pero la cabeza mientras le daba vueltas la obligaba también a guardar la compostura y entender que no había forma alguna de que la descubriese ¿Cómo lo haría? Hasta había dejado de respirar para no hacer un atisbo de ruido. Sus oídos se ensordecían y casi como un método de defensa propia quería no seguir escuchando, pero lo hacía. Tan claro, tan fuerte. La voz del hombre que se apoderaba con prestancia de aquella habitación ahogaba todo silencio en alaridos decididos y constantes.
¿Inquisición? No sabía quiénes eran los personajes dueños del hogar, mientras maldecía una y otra vez en su interior a la mujer que la había obligado a entrar sin siquiera pedirle datos para confirmar que no se trataba de a quien esperaban. Pero era lógico también. Arleen luego de las atrocidades que había vivido en el pasado había optado por una personalidad mucho más cohibida, más baja de lo normal. Su voz rara vez era oída y a decir verdad, pocas veces se revelaba ante confusiones o injusticias. Tenía la ligera impresión de que moriría aquella noche, de ser o no encontrada, en su interior sabía que estar allí cambiaría su vida por completo. Y al ser de las que ve el vaso medio vacío, sabía que las tenía todas de perder.
Por las rendijas de aquel escondite logró observar la silueta de una mujer, acompañando a quien parecía ser el dueño de hogar. Una hermosa fémina que se movía con confianza por los lugares que se le eran ofrecidos. Se quedó atenta, pues la postura del hombre también tomaba un aspecto más de complicidad junto a ella, y de forma inocente, agradeció que junto a él, entrase una señorita. Había perdido hace mucho tiempo atrás la confianza en los hombres, por lo que la simple presencia de una mujer en cualquier acto, le daban un deje de suavidad a todo acto. Aunque a veces, era todo lo contrario, tas un trauma como el suyo, se segaba ante ideas ilusorias.
Y mientras una extraña sensaciones de tranquilidad la embriagó, observó con los ojos abiertos de par en par como los tacones de aquella fémina se acercaban hasta el armario para dejar en exposición completa la figura diminuta de la castaña.
El color huyó de sus mejillas. Sus piernas como gelatina no la dieron otra opción que dar un par de paso hacía atrás. Con la espalda contra la pared, entre todas las prendas perfectamente colgadas y ordenadas ¿Ahora qué? Abrió la boca, para defenderse, para hablar, para decir algo, pero nada. La figura que la había dejado en evidencia se iba casi con satisfacción mientras en la mirada del hombre simplemente se observaba la desaprobación a la violación de privacidad que había cometido la mujer de clase baja.
Temor, desconcierto y angustia. No podía hablar, por más que quisiera tener verborrea en ese momento, no fue posible. Pues su garganta se cerró a tal nivel que había olvidado hasta la parte más esencial, respirar. Todo acto se alejaba de su cuerpo entre tanto una pequeña lagrima recorría su mejilla simplemente por el pánico
“¡Habla ya!” Tiritó, todo su cuerpo se removió como si la estuviese zamarreando y fue allí, donde tomando una gran bocanada de aire llenó sus pulmones de este — No sé, lo siento, señor, lo siento, discúlpeme, no sé qué hago acá, confundí las habitaciones, no… lo siento, por favor, no me haga daño — Tartamudeó al azar. Solo dejó que las palabras abandonaran sus labios en el instante justo en que sintió como las fuerzas la abandonaban y caía contra el piso de rodillas frente al corpulento cuerpo del castaño.
— Deje que me vaya, no he oído nada — Se delató, aunque en ese momento creyó que era la mejor excusa, con la mirada contra el suelo observando tan solo sus manos extendidas contra el piso. Cerró los ojos deseando no tener que dar más explicaciones, pues no las tenía — Ni siquiera le he visto el rostro, deje que me vaya y no volverá a saber de mí — Continuó — Es un error que esté aquí, es una confusión... lo siento, lo siento —
Arleen Deacon- Humano Clase Baja
- Mensajes : 20
Fecha de inscripción : 28/09/2014
Re: Peur du loup | Privado |
Tan molesto como se encontraba, era casi un milagro que no hubiera reaccionado con violencia. Ventajas, creía, de intentar controlar su carácter para no cometer alguna estupidez. Por más que su naturaleza pretendiera obligarlo a rozar el abismo, Cagnazzo prefería optar por otro tipo de alternativas, jamás se había caracterizado por ser un sujeto violento, a pesar de que albergaba demasiada malicia en su interior. Él siempre iba por un tipo de daño psicológico, porque ese solía ser mucho más efectivo, al menos desde su punto de vista. Sin embargo, en ese instante, en lo único que pensaba era en el culpable que había dejado entrado a esa mujer mediocre. Incluso llegó a bufar de pura molesta. Para ese momento ya Erinnia estaba fuera, y daba gracias al destino mismo que así fuera, o de seguro estaría pinchándolo más para que hiciera alguna cosa.
A Cagnazzo le costó moverse de su lugar. Estaba prácticamente hundido en el mismo sitio, con la vista clavada en el suelo y los brazos como jarras. Su mente trabajaba con desesperación por hallar alguna alternativa. Desde luego, tanto enojo no venía porque le habían invadido su privacidad, sino porque ella había escuchado algo que, sin duda, podría comprometerlo a él y a toda su carrera política. ¿Acaso iba a permitir que una ignorante hiciera semejante cosa? Ya demasiadas sospechas se había ganado en los últimos meses como para, además, sumarse una extra.
Si mantenía a la servidumbre al margen, y éstos habían entendido claramente sus órdenes, ¿por qué ella no? La observó fijamente, y no pudo evitar poner los ojos en blanco. Era nueva, obvio. Era inexperta, también. Pero, ¡por qué demonios no le hicieron llegar las mismas advertencias! Cagnazzo apresuró el paso hasta ella, jalándola por un brazo para obligarla a ponerse de pie. ¡Cómo detestaba que las personas se pusieran con esas escenitas de súplica! Y sobre todo con él, que era de cero a nada misericordioso.
—¿Acaso piensas que soy tan estúpido? —gruñó, presionando más su brazo con la mano, pero sin valerse del todo de esa fuerza propia de un licántropo—. ¿Crees que me tragaré esas excusas? ¡No!
La empujó, dejándola caer en un sillón; luego se dirigió a cerrar la puerta con llave. Contó un par de minutos antes de dirigirse a ella, poniéndosele en frente.
—¿Quién te permitió venir aquí? ¡Contesta! Y deja ya de llorar, o terminarás colmándome más la paciencia —espetó, sin apartar la mirada en ningún momento—. Al menos supongo que sabes el lío en el que te has metido, ¿verdad? Eso significa que no te permitiré largarte de esta casa. La única forma que lo hagas es que estés muerta, pero te daré una última oportunidad... Formarás parte de la servidumbre, pero sólo me atenderás a mí, ¿entendido? —aseguró, y aunque continuaba molesto, sacó un control envidiable para pronunciar aquello—. ¡¿Entendido?!
Se frotó el rostro con frustración. Lidiar con aquella mujer iba a ser más complicado de lo que había creído. ¿Acaso no iba a parar de sollozar nunca? La única idea le hizo sacar deseos de ahocarla con sus propias manos, pero aisló el pensamiento a un rincón.
A Cagnazzo le costó moverse de su lugar. Estaba prácticamente hundido en el mismo sitio, con la vista clavada en el suelo y los brazos como jarras. Su mente trabajaba con desesperación por hallar alguna alternativa. Desde luego, tanto enojo no venía porque le habían invadido su privacidad, sino porque ella había escuchado algo que, sin duda, podría comprometerlo a él y a toda su carrera política. ¿Acaso iba a permitir que una ignorante hiciera semejante cosa? Ya demasiadas sospechas se había ganado en los últimos meses como para, además, sumarse una extra.
Si mantenía a la servidumbre al margen, y éstos habían entendido claramente sus órdenes, ¿por qué ella no? La observó fijamente, y no pudo evitar poner los ojos en blanco. Era nueva, obvio. Era inexperta, también. Pero, ¡por qué demonios no le hicieron llegar las mismas advertencias! Cagnazzo apresuró el paso hasta ella, jalándola por un brazo para obligarla a ponerse de pie. ¡Cómo detestaba que las personas se pusieran con esas escenitas de súplica! Y sobre todo con él, que era de cero a nada misericordioso.
—¿Acaso piensas que soy tan estúpido? —gruñó, presionando más su brazo con la mano, pero sin valerse del todo de esa fuerza propia de un licántropo—. ¿Crees que me tragaré esas excusas? ¡No!
La empujó, dejándola caer en un sillón; luego se dirigió a cerrar la puerta con llave. Contó un par de minutos antes de dirigirse a ella, poniéndosele en frente.
—¿Quién te permitió venir aquí? ¡Contesta! Y deja ya de llorar, o terminarás colmándome más la paciencia —espetó, sin apartar la mirada en ningún momento—. Al menos supongo que sabes el lío en el que te has metido, ¿verdad? Eso significa que no te permitiré largarte de esta casa. La única forma que lo hagas es que estés muerta, pero te daré una última oportunidad... Formarás parte de la servidumbre, pero sólo me atenderás a mí, ¿entendido? —aseguró, y aunque continuaba molesto, sacó un control envidiable para pronunciar aquello—. ¡¿Entendido?!
Se frotó el rostro con frustración. Lidiar con aquella mujer iba a ser más complicado de lo que había creído. ¿Acaso no iba a parar de sollozar nunca? La única idea le hizo sacar deseos de ahocarla con sus propias manos, pero aisló el pensamiento a un rincón.
Cagnazzo- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 29/10/2014
Localización : En el octavo círculo del infierno
Re: Peur du loup | Privado |
Y mientras su pulso aumentaba cada vez más, sentía como la vida se le iba en un suspiro. El terror logró abarcar cada delicada parte de su ser. Mientras corrientes de electricidad le prohibían hacer movimiento, también tensaba sus músculos inconscientemente preparada a ser golpeada, abusada o quizás que otras cosas más podría hacerle aquel sujeto, que ya a simple vista, estaba furioso con ella. Los acontecimientos del pasado le rodeaban la cabeza una y otra vez, cada una con más presencia que la otra, solo que ahora… asumía que un recuerdo no podía ser más terrible que aquello que podría presenciar en el presente.
Sus palabras habían sido por completo mal entendidas, pero… ¿Qué se supone que debía hacer? ¿Qué se supone que debía decir? Las lágrimas brotaban de sus ojos como si fuesen ellas, las únicas que podían delatar su estado actual. Miedo. Petrificada de pies a cabeza, sintió como la voz ronca y poderosa del hombre quebrantaba todo silencio en la habitación, como se imponía frente a su anatomía exigiendo de ella al menos un par de palabras. Chistó, ¡Al fin! Sintió como su cuerpo reaccionó a todo tacto, cuando aquella cálida y en exceso ardiente mano la sujetaba con presura para prácticamente arrastrarla contra un sofá cercano — No… no, no, no, no… por favor — Rogó, sintiendo como las lágrimas se secaban en el momento justo cuando alzaba la vista para observar, memorizar y jamás olvidar aquel rostro endurecido que la desafiaba.
Tragó en seco, y se hizo un ovillo contra aquella superficie. Simplemente se mantuvo así, mientras la dureza de su anterior estado terminaba para dar paso al nerviosismo extremo. Temblaba, y mucho más cuando por largos minutos solo entendió que la estaba encerrando en aquel cuarto. Más no era ese el peor presagio, ya que la situación que la colmó hasta creer que podría morir allí mismo de la angustia, es que él se había quedado dentro a solas con ella.
Maldecía a sus adentros entre tanto sentía el corazón latiendo casi en su garganta. Pasada la espera, nuevamente su voz rompió con todo, haciendo que su diminuto cuerpo saltase alterada. Había cesado el llanto, aunque la respiración agitada y el temblor de sus manos parecía ser mucho más molesto que un par de lágrimas — Fue un error, un maldito error, lo lamento, nunca debí entrar… — Murmuró, con voz baja, sumisa — Por favor, déjeme sa… — “Salir de aquí” Esas serían sus siguientes palabras, hasta que al contrario de su estado, sintió como un sudor en frío la baño por completo. No habían temblores, no había llanto y su corazón en lugar de disparase en latidos, al parecer se había detenido un par de segundos — ¿Qué? — Casi en un suspiro… blanca como el papel.
Sentencia de muerte, jamás saldría de allí — Está bien, sí, lo entiendo… trabajaré para usted, haré todo lo que me pida, lo que sea necesario… está bien — Es mejor mantener al atacante contento, jamás alterado. A fin de cuentas, ya era su final, dudaba de su palabra, y estaba segura de que no saldría con vida en las siguientes horas.
Sus palabras habían sido por completo mal entendidas, pero… ¿Qué se supone que debía hacer? ¿Qué se supone que debía decir? Las lágrimas brotaban de sus ojos como si fuesen ellas, las únicas que podían delatar su estado actual. Miedo. Petrificada de pies a cabeza, sintió como la voz ronca y poderosa del hombre quebrantaba todo silencio en la habitación, como se imponía frente a su anatomía exigiendo de ella al menos un par de palabras. Chistó, ¡Al fin! Sintió como su cuerpo reaccionó a todo tacto, cuando aquella cálida y en exceso ardiente mano la sujetaba con presura para prácticamente arrastrarla contra un sofá cercano — No… no, no, no, no… por favor — Rogó, sintiendo como las lágrimas se secaban en el momento justo cuando alzaba la vista para observar, memorizar y jamás olvidar aquel rostro endurecido que la desafiaba.
Tragó en seco, y se hizo un ovillo contra aquella superficie. Simplemente se mantuvo así, mientras la dureza de su anterior estado terminaba para dar paso al nerviosismo extremo. Temblaba, y mucho más cuando por largos minutos solo entendió que la estaba encerrando en aquel cuarto. Más no era ese el peor presagio, ya que la situación que la colmó hasta creer que podría morir allí mismo de la angustia, es que él se había quedado dentro a solas con ella.
Maldecía a sus adentros entre tanto sentía el corazón latiendo casi en su garganta. Pasada la espera, nuevamente su voz rompió con todo, haciendo que su diminuto cuerpo saltase alterada. Había cesado el llanto, aunque la respiración agitada y el temblor de sus manos parecía ser mucho más molesto que un par de lágrimas — Fue un error, un maldito error, lo lamento, nunca debí entrar… — Murmuró, con voz baja, sumisa — Por favor, déjeme sa… — “Salir de aquí” Esas serían sus siguientes palabras, hasta que al contrario de su estado, sintió como un sudor en frío la baño por completo. No habían temblores, no había llanto y su corazón en lugar de disparase en latidos, al parecer se había detenido un par de segundos — ¿Qué? — Casi en un suspiro… blanca como el papel.
Sentencia de muerte, jamás saldría de allí — Está bien, sí, lo entiendo… trabajaré para usted, haré todo lo que me pida, lo que sea necesario… está bien — Es mejor mantener al atacante contento, jamás alterado. A fin de cuentas, ya era su final, dudaba de su palabra, y estaba segura de que no saldría con vida en las siguientes horas.
Arleen Deacon- Humano Clase Baja
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