AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ton absence est mon seul hiver | Flashback {Fabrice Savile}
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Ton absence est mon seul hiver | Flashback {Fabrice Savile}
Los rayos de sol de la mañana molestaron a Charlotte en los ojos, a pesar de que mantenía los párpados cerrados tras su no tan larga noche de sueño reparador. Dominique había vuelto a soñar con el día en la que el señor Sarí murió, y la muchacha pasó un par de horas intentando calmar el llanto desconsolado y sonámbulo de su madre. Cuando consiguió que volviera a conciliar el sueño, pudo volver a su camastro, pero apenas había comenzado a quedarse dormida —algo que le costó bastante después del primero susto— la pobre mujer comenzó a soñar con la marcha de Solange. Charlotte tuvo que volver a levantarse, y esta vez se tumbó junto a Dominique hasta que ésta se quedó dormida, después de otra larga hora.
Ahí se despertó, junto al cuerpo caliente de su madre, en cuanto los primeros rayos cruzaron los cristales de la ventana. Se desperezó sobre el mismo colchón y tardó varios minutos en levantarse. Los días desde que Solange se marchó habían sido tan monótonos, cansados y largos que parecía como si parte de la alegría que siempre mostraba la pequeña Sarì se hubiera marchado con la mayor. No hacía más que preguntarse dónde y cómo estaría, si tendría suficiente comida para ella después de enviar esos francos que llegaban de vez en cuando a casa. A Charlotte le hubiera gustado escribirle, contarle cómo les iba a su madre y a ella, pero no lo hacía por dos motivos: el primero era que no sabía escribir, y el segundo que no tenía nada bueno que contar. Su madre no mejoraba con el tiempo, era como un cascarón vacío, sin un alma que le diera vida. A veces incluso se sorprendía de que llorara en sueños, tanto por Maurice como por Solange, puesto que, en el caso de la última, Charlotte siempre creyó que no se había dado cuenta de su partida.
Salió despacio de entre las sábanas y volvió a cubrir el cuerpo dormido de su madre. Se sentó en el borde de la cama y se frotó los ojos, arenosos, antes de abrirlos por completo y mirar a través de la ventana. El cielo rojizo anunciaba el nuevo día y, si no cerraba las cortinas, la luz despertaría a Dominique. Se apresuró a cubrir los cristales, porque prefería una mujer dormida antes que una despierta y moribunda rondando por la casa. Se lamentó nada más pensar eso. ¡Por el amor de Dios, era su madre! Rodeó la cama y depositó un beso en la mejilla de la mujer.
—Perdóname por haber pensado eso —susurró en su oído, sabiendo que no se enteraría de nada—. Debo irme ya. Te quiero, madre.
La besó de nuevo, la arropó un poco más y salió del cuartito a enfrentar un nuevo día. Sobre la mesa donde comían había unas pocas monedas, las últimas que Solange había enviado, y, por primera vez, se sintió aliviada de no poder escribirle una carta. Definitivamente, no había nada bueno que pudiera contarle. ¿O sí? Un reflejo a la altura de su mano llamó su atención. Bajó la mirada y vio brillar el anillo con el que Fabrice le había pedido matrimonio, uno simple, pero tan hermoso que a Charlotte se le saltaron las lágrimas al recordar el momento. Se lo llevó a los labios y lo besó. Después de todo, sí había algo bueno que contarle a Solange.
El frío de la mañana le azotó el rostro, pero no le importó; se cubrió el cuello con la capa y se dirigió a los campos, donde los más madrugadores ya habían empezado a trabajar. Sabía que el sol calentaría entrada la mañana, así que el vestido que había elegido ese día era bastante ligero en comparación con otros. Además, era uno de los favoritos de Fabrice. Pensar en él le sacó una sonrisa tan inmensa que no hacía falta más para alumbrar el mundo entero.
Trabajó en todo lo que fue necesario, tanto si era arando la tierra con la azada, como cargando cestos de un lado para otro. Charlotte siempre había sido una niña bastante endeble en cuanto a fuerza física, por eso solían dejar que hiciera trabajos que requerían más habilidad que esfuerzo. A ella no le importaba, y el resto se aseguraba que esas tareas estarían bien hechas, porque sí, Charlotte tenía unas manos que algunos catalogaban de mágicas. Aunque la cocina era su especialidad, era increíblemente rápida trenzando las cebollas en ristras, limpiando ajetes o desgranando las cosechas de trigo y avena. En esa ocasión le tocó quitar la tierra de los puerros, y con esa tarea estaba cuando escuchó la tierra crujir en su espalda. Miró y ahí estaba él.
—¡Fabrice! —Soltó las verduras y corrió hasta él—. Esta mañana he pensado en ti. Bueno, pienso en ti siempre —se corrigió—, pero antes de salir el anillo ha brillado, como si quisiera recordarme que te vería. ¡Y nos hemos visto antes de lo que yo pensaba! ¿No es maravilloso?
Pasó sus brazos en torno al cuello de él y lo abrazó con fuerza. En ese momento se sentía la mujer más feliz de la tierra.
Ahí se despertó, junto al cuerpo caliente de su madre, en cuanto los primeros rayos cruzaron los cristales de la ventana. Se desperezó sobre el mismo colchón y tardó varios minutos en levantarse. Los días desde que Solange se marchó habían sido tan monótonos, cansados y largos que parecía como si parte de la alegría que siempre mostraba la pequeña Sarì se hubiera marchado con la mayor. No hacía más que preguntarse dónde y cómo estaría, si tendría suficiente comida para ella después de enviar esos francos que llegaban de vez en cuando a casa. A Charlotte le hubiera gustado escribirle, contarle cómo les iba a su madre y a ella, pero no lo hacía por dos motivos: el primero era que no sabía escribir, y el segundo que no tenía nada bueno que contar. Su madre no mejoraba con el tiempo, era como un cascarón vacío, sin un alma que le diera vida. A veces incluso se sorprendía de que llorara en sueños, tanto por Maurice como por Solange, puesto que, en el caso de la última, Charlotte siempre creyó que no se había dado cuenta de su partida.
Salió despacio de entre las sábanas y volvió a cubrir el cuerpo dormido de su madre. Se sentó en el borde de la cama y se frotó los ojos, arenosos, antes de abrirlos por completo y mirar a través de la ventana. El cielo rojizo anunciaba el nuevo día y, si no cerraba las cortinas, la luz despertaría a Dominique. Se apresuró a cubrir los cristales, porque prefería una mujer dormida antes que una despierta y moribunda rondando por la casa. Se lamentó nada más pensar eso. ¡Por el amor de Dios, era su madre! Rodeó la cama y depositó un beso en la mejilla de la mujer.
—Perdóname por haber pensado eso —susurró en su oído, sabiendo que no se enteraría de nada—. Debo irme ya. Te quiero, madre.
La besó de nuevo, la arropó un poco más y salió del cuartito a enfrentar un nuevo día. Sobre la mesa donde comían había unas pocas monedas, las últimas que Solange había enviado, y, por primera vez, se sintió aliviada de no poder escribirle una carta. Definitivamente, no había nada bueno que pudiera contarle. ¿O sí? Un reflejo a la altura de su mano llamó su atención. Bajó la mirada y vio brillar el anillo con el que Fabrice le había pedido matrimonio, uno simple, pero tan hermoso que a Charlotte se le saltaron las lágrimas al recordar el momento. Se lo llevó a los labios y lo besó. Después de todo, sí había algo bueno que contarle a Solange.
El frío de la mañana le azotó el rostro, pero no le importó; se cubrió el cuello con la capa y se dirigió a los campos, donde los más madrugadores ya habían empezado a trabajar. Sabía que el sol calentaría entrada la mañana, así que el vestido que había elegido ese día era bastante ligero en comparación con otros. Además, era uno de los favoritos de Fabrice. Pensar en él le sacó una sonrisa tan inmensa que no hacía falta más para alumbrar el mundo entero.
Trabajó en todo lo que fue necesario, tanto si era arando la tierra con la azada, como cargando cestos de un lado para otro. Charlotte siempre había sido una niña bastante endeble en cuanto a fuerza física, por eso solían dejar que hiciera trabajos que requerían más habilidad que esfuerzo. A ella no le importaba, y el resto se aseguraba que esas tareas estarían bien hechas, porque sí, Charlotte tenía unas manos que algunos catalogaban de mágicas. Aunque la cocina era su especialidad, era increíblemente rápida trenzando las cebollas en ristras, limpiando ajetes o desgranando las cosechas de trigo y avena. En esa ocasión le tocó quitar la tierra de los puerros, y con esa tarea estaba cuando escuchó la tierra crujir en su espalda. Miró y ahí estaba él.
—¡Fabrice! —Soltó las verduras y corrió hasta él—. Esta mañana he pensado en ti. Bueno, pienso en ti siempre —se corrigió—, pero antes de salir el anillo ha brillado, como si quisiera recordarme que te vería. ¡Y nos hemos visto antes de lo que yo pensaba! ¿No es maravilloso?
Pasó sus brazos en torno al cuello de él y lo abrazó con fuerza. En ese momento se sentía la mujer más feliz de la tierra.
Charlotte Sarì- Humano Clase Baja
- Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 12/11/2017
Re: Ton absence est mon seul hiver | Flashback {Fabrice Savile}
Desde que se había enamorado de Charlotte, Fabrice se había vuelto un mentiroso de ley. Era experto en ocultar, en inventar. Culpa le generaba, por supuesto, pero tapaba ese sentimiento asegurándose que era lo mejor que podía hacer por no ponerla en peligro. ¿Qué sería de ella si conociese su secreto? ¿Qué haría si supiera lo que su familia era? Se decía que saber la verdad sería riesgoso para ella, para no ver la realidad, para no reconocer lo que sentía. ¿Y qué sentía el menor de los Savile? Vergüenza. Se sentía profundamente avergonzado de ser un cambiante, de tener más de treinta años reales y estar enamorado de una muchachita tan pequeña y dulce. ¡No era digno de que le dirigiese la palabra! ¡No merecía ser dueño de sus sonrisas! Ah, pero se alimentaba de ellas... Solo la risa de su amada era capaz de cambiarle la vida cada día.
Fabrice mentía desde que se levantaba hasta que se acostaba. Mentía cuando la tomaba de la mano y también cuando la miraba a los ojos. Mentía con sus palabras y sus acciones. Solo su risa era verdadera, solo lo que sentía por ella era real y a eso se aferraba para no caer irremediablemente en la locura.
Charlotte sabía que la familia Savile era la encargada de la seguridad de los campos. Fabrice le había mentido al decirle que recorrían la finca con armas en las manos desde el anochecer hasta el amanecer… porque en verdad lo hacían, pero como armas tenían sus garras filosas y sus dientes desgarradores. Sus padres, sus hermanos y él giraban por aquí y allá como la manada de lobos que eran. A veces –por lo general en primavera o verano-, mientras estaba transformado, le llegaba el aroma de las flores con las que Lottie –como él la llamaba- se perfumaba la piel y Fabrice fantaseaba con que ella estaba cerca, espiándolo; se entregaba a la improbable certeza de ser descubierto por ella. ¿Y qué le diría? (No él, claro, porque sabía que se quedaría sin reacción) ¿Lloraría al saber que le había mentido durante tanto tiempo? ¿Ya no querría casarse con él? ¿Y cómo harían cuando estuviesen casados? Tendrían que irse del campo, empezar una vida donde él ya no tuviera que transformarse. Sí, a eso llegaría por ella, dejaría de lado su costado más natural con tal de regalarle a Charlotte Sarì una vida feliz y normal. Niños. Ella le había dicho que quería tener muchos niños... pero ese era un problema para el futuro, no podía pensar en el presente en qué haría si los niños salían cambiantes como él.
Hacía un gran esfuerzo y se levantaba lo más pronto que podía –pese a haber pasado la noche rondando el campo- para poder acompañarla, para ayudarla y aliviarle la carga en todo lo que pudiera. La buscaba con real desespero hasta que daba con ella y su cuerpo se relajaba.
-Charlotte –dijo, por el puro placer de pronunciar su nombre en voz alta, y la recibió en sus brazos-. Claro que nos veríamos, yo siempre te buscaré –le recordó con una frase cargada de aroma a promesa.
Caminó con ella aún en sus brazos, sin importarle que los estuviesen viendo, y fue a sentarse en un tronco que hacía de banquillo improvisado. Acomodó a Charlotte en su regazo y acarició el mechón de su suave cabello que se había zafado de su peinado, tras unos segundos de mirarla a los ojos habló:
-¿Por qué eres tan hermosa? No puedo entenderlo, te veo y no me parece real que exista una mujer tan bella como tú, Lottie. –Le besó la mejilla y el cuello, sabiendo que su barba le haría cosquillas-. ¿Cuánto falta para el almuerzo? Muero de hambre… ¡Oh, que casualidad! Mi prometida es la mejor cocinera de la Francia. Sí –se rió antes de agregar, con un dejo de pena-: al menos mi madre nunca sabrá que he dicho eso. ¿Qué falta hacer? Te ayudaré así podemos terminar aquí e ir a almorzar.
Fabrice mentía desde que se levantaba hasta que se acostaba. Mentía cuando la tomaba de la mano y también cuando la miraba a los ojos. Mentía con sus palabras y sus acciones. Solo su risa era verdadera, solo lo que sentía por ella era real y a eso se aferraba para no caer irremediablemente en la locura.
Charlotte sabía que la familia Savile era la encargada de la seguridad de los campos. Fabrice le había mentido al decirle que recorrían la finca con armas en las manos desde el anochecer hasta el amanecer… porque en verdad lo hacían, pero como armas tenían sus garras filosas y sus dientes desgarradores. Sus padres, sus hermanos y él giraban por aquí y allá como la manada de lobos que eran. A veces –por lo general en primavera o verano-, mientras estaba transformado, le llegaba el aroma de las flores con las que Lottie –como él la llamaba- se perfumaba la piel y Fabrice fantaseaba con que ella estaba cerca, espiándolo; se entregaba a la improbable certeza de ser descubierto por ella. ¿Y qué le diría? (No él, claro, porque sabía que se quedaría sin reacción) ¿Lloraría al saber que le había mentido durante tanto tiempo? ¿Ya no querría casarse con él? ¿Y cómo harían cuando estuviesen casados? Tendrían que irse del campo, empezar una vida donde él ya no tuviera que transformarse. Sí, a eso llegaría por ella, dejaría de lado su costado más natural con tal de regalarle a Charlotte Sarì una vida feliz y normal. Niños. Ella le había dicho que quería tener muchos niños... pero ese era un problema para el futuro, no podía pensar en el presente en qué haría si los niños salían cambiantes como él.
Hacía un gran esfuerzo y se levantaba lo más pronto que podía –pese a haber pasado la noche rondando el campo- para poder acompañarla, para ayudarla y aliviarle la carga en todo lo que pudiera. La buscaba con real desespero hasta que daba con ella y su cuerpo se relajaba.
-Charlotte –dijo, por el puro placer de pronunciar su nombre en voz alta, y la recibió en sus brazos-. Claro que nos veríamos, yo siempre te buscaré –le recordó con una frase cargada de aroma a promesa.
Caminó con ella aún en sus brazos, sin importarle que los estuviesen viendo, y fue a sentarse en un tronco que hacía de banquillo improvisado. Acomodó a Charlotte en su regazo y acarició el mechón de su suave cabello que se había zafado de su peinado, tras unos segundos de mirarla a los ojos habló:
-¿Por qué eres tan hermosa? No puedo entenderlo, te veo y no me parece real que exista una mujer tan bella como tú, Lottie. –Le besó la mejilla y el cuello, sabiendo que su barba le haría cosquillas-. ¿Cuánto falta para el almuerzo? Muero de hambre… ¡Oh, que casualidad! Mi prometida es la mejor cocinera de la Francia. Sí –se rió antes de agregar, con un dejo de pena-: al menos mi madre nunca sabrá que he dicho eso. ¿Qué falta hacer? Te ayudaré así podemos terminar aquí e ir a almorzar.
Última edición por Fabrice Savile el Mar Mar 13, 2018 5:48 pm, editado 1 vez
Fabrice Savile- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 12/11/2017
Re: Ton absence est mon seul hiver | Flashback {Fabrice Savile}
Estaba prometida con el hombre más maravilloso del mundo. Ella, la insulsa e inocente Charlotte, que siempre había ido a la zaga de todos —generalmente, por ser la más menuda y pequeña en edad— y la que todos creían que se quedaría en casa cuidado de su pobre madre. Charlotte, la misma niña que ahora estaba sentada en el regazo de su Fabrice, portando un anillo precioso en el dedo anular y que recibía las caricias del amor de su vida como si fueran el aire que respiraba.
—Eso es que tú me ves con buenos ojos —dijo, con la sonrisa más radiante del mundo pintada en el rostro—. Hay mujeres mucho más hermosas que yo, pero, ¿sabes qué? Ninguna tan afortunada, y todo porque no te tienen a ti.
Lo volvió a abrazar, aún sabiendo que todos los ojos a su alrededor estarían fijos en ellos, y se quedó ahí unos segundos antes de separarse. Se levantó y se sentó en el tronco junto a Fabrice, muy pegada a él. Si por ella fuera, no se separarían nunca.
—Estaba limpiando estos puerros. Gertrude quiere llevarlos al mercado cuanto antes, puesto que son los primeros y la gente estará ansiosa por comprarlos —explicó mientras volvía a su tarea—. Le he pedido que me dé unos pocos, los que sean pequeños o estén feos, y me ha dado esos de ahí. —Señaló un montoncito con cuatro o cinco verduras poco uniformes entre sí, algunas incluso con mordiscos de algún topillo—. Quiero hacerle un puré a madre, siempre le ha gustado el de puerro.
Aunque intentó sonar alegre, la mala noche que había pasado su madre le recordó que Dominique no estaba nada bien. Limpió la tierra de una de sus manos en el vestido y se frotó los ojos, ojerosos y rojizos por la falta de sueño. Se pasó un mechón por detrás de la oreja y suspiró.
—Me tiene tan preocupada, Fabrice —le confesó mientras seguía limpiando el puerro que tenía en las manos—. Hoy no ha dormido bien. Desde que se fue Solange puedo contar con los dedos de las manos las noches en las que no ha tenido pesadillas. Normalmente sólo es un momento de la noche, tan leve que no necesito levantarme; gime un poco y se vuelve a dormir enseguida —dejó el puerro en el cesto y buscó otro que limpiar. Todavía quedaban varios en el montón recién traído—, pero esta noche han sido dos las veces, y en las dos me he tenido que ir a su cama. Primero ha soñado con padre, y después con Solange. —La voz se le quebró, presa del cansancio y la preocupación por la salud de su madre—. Siempre he pensado que no se había dado cuenta de su partida, pero ahora veo que sí. Ojalá vuelva pronto, estoy segura de que si madre la vuelve a ver se recuperará. ¿Verdad que sí?
Necesitaba escuchar de boca de Fabrice la confirmación de todo lo que ella había dicho. Su padre ya no iba a volver, era imposible puesto que su cuerpo inerte yacía bajo tierra en su descanso eterno. Pero Solange no. Hacía varios años que se había marchado, pero Charlotte sabía que seguía viva en algún lugar. Así lo sentía en su pecho, y se aferraba a la esperanza de volverla a ver como si fuera el único motivo por el que vivir. Sabía que, por suerte, Fabrice la apoyaría en todo, tal y como había hecho hasta ahora. La joven estaba segura de que, si no hubiera sido por él, ella también habría caído presa de la locura como Dominique.
Movió el anillo con los dedos hasta dejar el pequeño brillante bien a la vista. Desvió los ojos hacia él; mirarlo siempre le sacaba una sonrisa.
—Aún no he podido decirle a Solange que me voy a casar con el hombre más maravilloso del mundo —dijo, apenada—. Si supiera dónde está podría ir en persona a decírselo, pero no me atrevo a dejar a madre sola. No sé qué será de ella cuando ya no pueda cuidarla.
Sonó asustada, y no era para menos. Desde que Fabrice le pidiera matrimonio, una pequeña parte de su cabecita no hacía más que pensar en qué le pasaría a su madre cuando ella abandonara la casa familiar para irse a la de su futuro esposo. Dominique se quedaría sola, a no ser que Fabrice tolerara que se fuera con ellos, pero ¿por qué iba a permitirlo? Nadie allí querría hacerse cargo de un peso como lo era la señora Sarì, inútil tanto dentro como fuera de la casa. Su cuidado era un gasto que Charlotte asumía con total convicción. Era su madre, al fin y al cabo, y la joven campesina tenía la imperiosa necesidad de asistirla en todo, por su madre, su padre, por Solange y por ella misma. Eran una familia, desmoronada y destruída hasta los cimientos, pero eran los Sarì, su familia.
—Eso es que tú me ves con buenos ojos —dijo, con la sonrisa más radiante del mundo pintada en el rostro—. Hay mujeres mucho más hermosas que yo, pero, ¿sabes qué? Ninguna tan afortunada, y todo porque no te tienen a ti.
Lo volvió a abrazar, aún sabiendo que todos los ojos a su alrededor estarían fijos en ellos, y se quedó ahí unos segundos antes de separarse. Se levantó y se sentó en el tronco junto a Fabrice, muy pegada a él. Si por ella fuera, no se separarían nunca.
—Estaba limpiando estos puerros. Gertrude quiere llevarlos al mercado cuanto antes, puesto que son los primeros y la gente estará ansiosa por comprarlos —explicó mientras volvía a su tarea—. Le he pedido que me dé unos pocos, los que sean pequeños o estén feos, y me ha dado esos de ahí. —Señaló un montoncito con cuatro o cinco verduras poco uniformes entre sí, algunas incluso con mordiscos de algún topillo—. Quiero hacerle un puré a madre, siempre le ha gustado el de puerro.
Aunque intentó sonar alegre, la mala noche que había pasado su madre le recordó que Dominique no estaba nada bien. Limpió la tierra de una de sus manos en el vestido y se frotó los ojos, ojerosos y rojizos por la falta de sueño. Se pasó un mechón por detrás de la oreja y suspiró.
—Me tiene tan preocupada, Fabrice —le confesó mientras seguía limpiando el puerro que tenía en las manos—. Hoy no ha dormido bien. Desde que se fue Solange puedo contar con los dedos de las manos las noches en las que no ha tenido pesadillas. Normalmente sólo es un momento de la noche, tan leve que no necesito levantarme; gime un poco y se vuelve a dormir enseguida —dejó el puerro en el cesto y buscó otro que limpiar. Todavía quedaban varios en el montón recién traído—, pero esta noche han sido dos las veces, y en las dos me he tenido que ir a su cama. Primero ha soñado con padre, y después con Solange. —La voz se le quebró, presa del cansancio y la preocupación por la salud de su madre—. Siempre he pensado que no se había dado cuenta de su partida, pero ahora veo que sí. Ojalá vuelva pronto, estoy segura de que si madre la vuelve a ver se recuperará. ¿Verdad que sí?
Necesitaba escuchar de boca de Fabrice la confirmación de todo lo que ella había dicho. Su padre ya no iba a volver, era imposible puesto que su cuerpo inerte yacía bajo tierra en su descanso eterno. Pero Solange no. Hacía varios años que se había marchado, pero Charlotte sabía que seguía viva en algún lugar. Así lo sentía en su pecho, y se aferraba a la esperanza de volverla a ver como si fuera el único motivo por el que vivir. Sabía que, por suerte, Fabrice la apoyaría en todo, tal y como había hecho hasta ahora. La joven estaba segura de que, si no hubiera sido por él, ella también habría caído presa de la locura como Dominique.
Movió el anillo con los dedos hasta dejar el pequeño brillante bien a la vista. Desvió los ojos hacia él; mirarlo siempre le sacaba una sonrisa.
—Aún no he podido decirle a Solange que me voy a casar con el hombre más maravilloso del mundo —dijo, apenada—. Si supiera dónde está podría ir en persona a decírselo, pero no me atrevo a dejar a madre sola. No sé qué será de ella cuando ya no pueda cuidarla.
Sonó asustada, y no era para menos. Desde que Fabrice le pidiera matrimonio, una pequeña parte de su cabecita no hacía más que pensar en qué le pasaría a su madre cuando ella abandonara la casa familiar para irse a la de su futuro esposo. Dominique se quedaría sola, a no ser que Fabrice tolerara que se fuera con ellos, pero ¿por qué iba a permitirlo? Nadie allí querría hacerse cargo de un peso como lo era la señora Sarì, inútil tanto dentro como fuera de la casa. Su cuidado era un gasto que Charlotte asumía con total convicción. Era su madre, al fin y al cabo, y la joven campesina tenía la imperiosa necesidad de asistirla en todo, por su madre, su padre, por Solange y por ella misma. Eran una familia, desmoronada y destruída hasta los cimientos, pero eran los Sarì, su familia.
Charlotte Sarì- Humano Clase Baja
- Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 12/11/2017
Re: Ton absence est mon seul hiver | Flashback {Fabrice Savile}
Que la madre de Charlotte no estaba nada bien era evidente, mucho más desde que Solange las dejara. La pobre mujer estaba perturbada, siempre deprimida, oprimida por la angustia, y a veces divagaba, incluso había tardes en las que Fabrice la visitaba y ella no lo reconocía. La mirada de su suegra solía estar perdida, quizás en sus recuerdos más dolorosos.
Se incorporó para ayudarla y se acercó hacia donde ella estaba. No tardó en sumarse al trabajo, él movía las manos imitándola porque, pese a que no sabía cómo hacer aquello, Fabrice siempre se había caracterizado por aprender rápido y eso aplicaba para todo. Quería apartarle del rostro el mechón de cabello que se había escapado con rebeldía de su peinado, quería darle tranquilidad con respecto a su madre, llevarla lejos, a un sitio donde no tuviera que trabajar para otros, para nadie… Quería hacerla feliz, ser el causante de su dicha.
-Cuando nos casemos tu madre vivirá con nosotros, no le faltará nada y siempre la cuidaré. Lo sabes, ¿cierto? La amo, la amo porque ella te ama y porque te dio la vida. –Soltó lo que estaba haciendo y tomó a su Lottie por la cintura para abrazarla, para hacerle saber que siempre tendría con él un refugio-. Vamos a estar bien los tres, seremos una familia –le prometió al oído-. Y Marene vivirá cerca, porque quiero ser tío… nuestros hijos jugarán con los de mi hermana.
Esperaba que aquel sueño, aquel ideal de vida que en su mente había surgido, la animase un poco, aunque tarde comprendió que lo que le había dicho podría llevarla a pensar todavía más en Solange, en ella y en como se había marchado.
-Solange está a salvo, Lottie. ¿Acaso no te envía dinero todos los meses? Es una forma de mostrarte que está bien, que está trabajando… No debes preocuparte por ella –le acarició el rostro, pero no con una caricia ligera sino que ahuecó su mano para contener la mejilla de la muchacha más hermosa que había conocido-. La vamos a encontrar. Vamos a encontrar a tu hermana y le diremos que es la invitada de honor, que no nos casaremos si ella no se hace presente en nuestra boda. Puedo buscarla yo mientras cuidas de tu madre, mi hermana me ayudará si se lo pido.
Hablar de eso también lo conmovía, aunque se cuidaba de no mostrarse débil. ¡Tantas ausencias! Por parte de ella, media familia… su padre había muerto y su hermana se había ido sin decir a dónde. Y por el lado de los Savile las ausencias eran más todavía, sus padres –asesinados por inquisidores- y Mathieu, el hermano mayor, cuyo paradero desconocían y preferían darlo por desaparecido antes que creer que había corrido la misma suerte que sus padres.
-Vamos a ser felices –le prometió-, no vinimos a este mundo a padecer, Lottie, vinimos a ser felices y tú… no te imaginas lo feliz que tú me haces. –Se inclinó y besó su mejilla con un beso suave, casto, que no podía mostrar todo lo que sentía pues Fabrice no quería exponerla delante de los demás trabajadores-. Tengo un regalo para ti. ¡No te ilusiones! –le pidió, con las manos en alto y una sonrisa-. Es algo que he hecho yo mismo, así que no esperes algo grandioso… pero me gustaría que esta noche bajemos al río, así puedo mostrártelo.
Se incorporó para ayudarla y se acercó hacia donde ella estaba. No tardó en sumarse al trabajo, él movía las manos imitándola porque, pese a que no sabía cómo hacer aquello, Fabrice siempre se había caracterizado por aprender rápido y eso aplicaba para todo. Quería apartarle del rostro el mechón de cabello que se había escapado con rebeldía de su peinado, quería darle tranquilidad con respecto a su madre, llevarla lejos, a un sitio donde no tuviera que trabajar para otros, para nadie… Quería hacerla feliz, ser el causante de su dicha.
-Cuando nos casemos tu madre vivirá con nosotros, no le faltará nada y siempre la cuidaré. Lo sabes, ¿cierto? La amo, la amo porque ella te ama y porque te dio la vida. –Soltó lo que estaba haciendo y tomó a su Lottie por la cintura para abrazarla, para hacerle saber que siempre tendría con él un refugio-. Vamos a estar bien los tres, seremos una familia –le prometió al oído-. Y Marene vivirá cerca, porque quiero ser tío… nuestros hijos jugarán con los de mi hermana.
Esperaba que aquel sueño, aquel ideal de vida que en su mente había surgido, la animase un poco, aunque tarde comprendió que lo que le había dicho podría llevarla a pensar todavía más en Solange, en ella y en como se había marchado.
-Solange está a salvo, Lottie. ¿Acaso no te envía dinero todos los meses? Es una forma de mostrarte que está bien, que está trabajando… No debes preocuparte por ella –le acarició el rostro, pero no con una caricia ligera sino que ahuecó su mano para contener la mejilla de la muchacha más hermosa que había conocido-. La vamos a encontrar. Vamos a encontrar a tu hermana y le diremos que es la invitada de honor, que no nos casaremos si ella no se hace presente en nuestra boda. Puedo buscarla yo mientras cuidas de tu madre, mi hermana me ayudará si se lo pido.
Hablar de eso también lo conmovía, aunque se cuidaba de no mostrarse débil. ¡Tantas ausencias! Por parte de ella, media familia… su padre había muerto y su hermana se había ido sin decir a dónde. Y por el lado de los Savile las ausencias eran más todavía, sus padres –asesinados por inquisidores- y Mathieu, el hermano mayor, cuyo paradero desconocían y preferían darlo por desaparecido antes que creer que había corrido la misma suerte que sus padres.
-Vamos a ser felices –le prometió-, no vinimos a este mundo a padecer, Lottie, vinimos a ser felices y tú… no te imaginas lo feliz que tú me haces. –Se inclinó y besó su mejilla con un beso suave, casto, que no podía mostrar todo lo que sentía pues Fabrice no quería exponerla delante de los demás trabajadores-. Tengo un regalo para ti. ¡No te ilusiones! –le pidió, con las manos en alto y una sonrisa-. Es algo que he hecho yo mismo, así que no esperes algo grandioso… pero me gustaría que esta noche bajemos al río, así puedo mostrártelo.
Fabrice Savile- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/11/2017
Re: Ton absence est mon seul hiver | Flashback {Fabrice Savile}
¿Acaso cabía la posibilidad de no amar a Fabrice Savile? En el mundo en el que Charlotte vivía no, desde luego. Antes casi de conocerlo le había parecido el chico más guapo de toda la aldea, y muchas veces solía mirarlo de reojo cuando pasaba cerca de donde ella se encontraba. Otras chicas hacían lo propio, pero la diferencia residía en que ellas eran mucho más avispadas y atrevidas que la joven Sarì. No se cohibían cuando se trataba de acercarse a él, bien fuera en las fiestas que se celebraban después de la cosechas del verano, en las vendimias o en los encuentros que, cada sábado al finalizar el trabajo, celebraban los campesinos en la plaza frente a la iglesia. Tenía muchas pretendientas —de la misma manera que su hermana tenía a unos cuantos hombres tras ella— pero Charlotte no era una de ellas. Soñar con Fabrice era algo que la ilusionaba, pero nunca creyó que esos sueños se harían realidad.
Y ahí estaba ahora, abrazada de él y escuchando una promesa que le sacó la más radiante de las sonrisas. Formar una familia junto al hombre que tanto amaba era lo que ella quería, y saber que a su madre no le faltaría de nada era el bálsamo que Charlotte necesitaba. Respiró hondo y absorbió el agüilla que comenzaba a bajarle por la nariz mientras imaginaba esa estampa feliz de los niños de ambos jugando. Su prometido la conocía demasiado bien.
—Yo sé que está bien. Si algo fuera mal lo sentiría, estoy segura. Es sólo que la echo mucho de menos —dijo, posando su mano sobre la de él, que reposaba en su mejilla con ternura—. Por suerte, te tengo a ti, y también a Marene, y eso hace que no me sienta sola. Ojalá pudieramos casarnos ahora, ¡ya mismo!
Pensar en ese día le producía un cosquilleo muy agradable en el estómago. Ella, radiante y vestida de blanco, caminando hacia el altar donde esperaba Fabrice, su Fabrice, tan elegante y guapo como si fuera el mismísimo rey de Francia. Todos sus seres queridos estarían allí, y su madre volvería a sonreír como lo había hecho siempre. Bailarían hasta el amanecer y nadie trabajaría en los campos, porque ese sería un día de fiesta en el que sólo podían celebrar el nuevo enlace de esa nueva familia que se creaba.
—Tú también me haces muy feliz, Fabrice, mucho. Más que ninguna otra persona en el mundo.
Cerró los ojos y dejó que su prometido besara su mejilla. A veces, Charlotte sentía el impulso de dejar de lado esos besos castos —que a ella tanto le gustaban— para besar a Fabrice como veía a otras parejas hacer. De pronto, volvío a recordar algo que había visto el último verano en el establo del señor Lavoisier cuando ella iba a buscar unas herramientas: una pareja de jóvenes, algo mayores que ella, retozando desnudos sobre una montaña de paja. Ella, tan inocente como era, se quedó quieta sin hacer ruido, observando todo con una expresión de asombro, miedo y curiosidad pintada en el rostro. No es que tuviera interés alguno en mirar; era, simplemente, que la impresión no le permitía moverse de ahí. Todavía recordaba perfectamente los gemidos que salían de la garganta de la joven, abierta de piernas con el otro entre ellas. Charlotte era inocente, pero no era tonta; sabía perfectamente qué estaba ocurriendo ahí, pero la vergüenza y el decoro habían hecho que se guardara esa imagen para ella solamente. A veces, cuando lo recordaba —como en esa ocasión—, se imaginaba a Fabrice y a ella siendo los actores de esa escena, haciendo que sus mejillas se volvieran de un rojo candente muy delator.
—¿Un regalo? —preguntó, ilusionada y con los ojos como platos—. ¡Oh, Fabrice! —Soltó el puerro que tenía en las manos y lo abrazó con fuerza—. ¿Esta noche? No sé si podré esperar tanto. ¿No puedes dármelo ahora? Podemos ir al río a almorzar cuanto termine esto. ¿O acaso necesitas que esté oscuro? Si es así, aguantaré, pero el día se me va a hacer tan largo…
Retomó su tarea con energía, como si que ella trabajara rápido significara que las horas pasarían más deprisa.
—¿No puedes darme una pista sobre lo que es? Es algo que has hecho tú. Veamos... ¿Qué puede ser?
Y ahí estaba ahora, abrazada de él y escuchando una promesa que le sacó la más radiante de las sonrisas. Formar una familia junto al hombre que tanto amaba era lo que ella quería, y saber que a su madre no le faltaría de nada era el bálsamo que Charlotte necesitaba. Respiró hondo y absorbió el agüilla que comenzaba a bajarle por la nariz mientras imaginaba esa estampa feliz de los niños de ambos jugando. Su prometido la conocía demasiado bien.
—Yo sé que está bien. Si algo fuera mal lo sentiría, estoy segura. Es sólo que la echo mucho de menos —dijo, posando su mano sobre la de él, que reposaba en su mejilla con ternura—. Por suerte, te tengo a ti, y también a Marene, y eso hace que no me sienta sola. Ojalá pudieramos casarnos ahora, ¡ya mismo!
Pensar en ese día le producía un cosquilleo muy agradable en el estómago. Ella, radiante y vestida de blanco, caminando hacia el altar donde esperaba Fabrice, su Fabrice, tan elegante y guapo como si fuera el mismísimo rey de Francia. Todos sus seres queridos estarían allí, y su madre volvería a sonreír como lo había hecho siempre. Bailarían hasta el amanecer y nadie trabajaría en los campos, porque ese sería un día de fiesta en el que sólo podían celebrar el nuevo enlace de esa nueva familia que se creaba.
—Tú también me haces muy feliz, Fabrice, mucho. Más que ninguna otra persona en el mundo.
Cerró los ojos y dejó que su prometido besara su mejilla. A veces, Charlotte sentía el impulso de dejar de lado esos besos castos —que a ella tanto le gustaban— para besar a Fabrice como veía a otras parejas hacer. De pronto, volvío a recordar algo que había visto el último verano en el establo del señor Lavoisier cuando ella iba a buscar unas herramientas: una pareja de jóvenes, algo mayores que ella, retozando desnudos sobre una montaña de paja. Ella, tan inocente como era, se quedó quieta sin hacer ruido, observando todo con una expresión de asombro, miedo y curiosidad pintada en el rostro. No es que tuviera interés alguno en mirar; era, simplemente, que la impresión no le permitía moverse de ahí. Todavía recordaba perfectamente los gemidos que salían de la garganta de la joven, abierta de piernas con el otro entre ellas. Charlotte era inocente, pero no era tonta; sabía perfectamente qué estaba ocurriendo ahí, pero la vergüenza y el decoro habían hecho que se guardara esa imagen para ella solamente. A veces, cuando lo recordaba —como en esa ocasión—, se imaginaba a Fabrice y a ella siendo los actores de esa escena, haciendo que sus mejillas se volvieran de un rojo candente muy delator.
—¿Un regalo? —preguntó, ilusionada y con los ojos como platos—. ¡Oh, Fabrice! —Soltó el puerro que tenía en las manos y lo abrazó con fuerza—. ¿Esta noche? No sé si podré esperar tanto. ¿No puedes dármelo ahora? Podemos ir al río a almorzar cuanto termine esto. ¿O acaso necesitas que esté oscuro? Si es así, aguantaré, pero el día se me va a hacer tan largo…
Retomó su tarea con energía, como si que ella trabajara rápido significara que las horas pasarían más deprisa.
—¿No puedes darme una pista sobre lo que es? Es algo que has hecho tú. Veamos... ¿Qué puede ser?
Charlotte Sarì- Humano Clase Baja
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Re: Ton absence est mon seul hiver | Flashback {Fabrice Savile}
Amaba verla tan feliz, tan ilusionada y esperanzada. Charlotte era magia, magia pura, porque cuando sonreía todo a su alrededor se iluminaba, cuando Charlotte le hablaba así, mirándolo a los ojos, Fabrice se sentía hechizado, atado a ella para siempre.
-Solo eso, que lo he hecho yo, no puedo decirte más o arruinaré la sorpresa. Ya, vamos a comer… Muero de hambre, Lottie –rogó mientras se apuraba con los últimos puerros, tal vez malográndolos a causa de la prisa-. Cuánto antes comamos antes se hará de noche –dijo, como si fuese la verdad más absoluta.
Tomó su mano para alejarla de la mesa de trabajo. Nadie se quejó porque muchos ya se estaban aprontando para el receso de almuerzo, no se fijaban en lo que los dos adolescentes hacían. Fabrice la envolvió en un abrazo disfrutando por un momento del perfume de su cabello, amaba ese aroma, era su favorito en todo el mundo.
-Eres mi perfume favorito, Lottie –le confesó antes de soltarla. Fabrice le tendió la mano para caminar con sus dedos entrelazados la distancia que los separaba de la casita de la muchacha-. ¿Qué has cocinado, amorcito?
El día estaba soleado, las pocas nubes brillaban a causa de los rayos del sol, lo que parecía augurar una magnífica noche. Bien, eso necesitaba. Aunque Lottie no debía ilusionarse, su regalo no era un anillo de brillantes, tampoco un bello vestido o una medalla. No podía permitirse esas cosas porque todo el dinero que Fabrice ganaba lo ahorraba pensando en la boda, quería que ella se sintiese la novia más bella, quería incluso comprar un vestido para su suegra y hasta zapatitos nuevos… Quería poder convidar a sus amigos a una fiesta con buena comida, deseaba que ese día fuese perfecto para Charlotte y para lograrlo necesitaba ahorrar con esfuerzo. Se llevó la mano de la joven –esa que tenía entrelazada a la suya- a los labios y sin explicaciones la besó. ¿Acaso necesitaba justificativo para demostrarle su amor? Quería besarla y lo hacía.
-Charlotte, ¿qué te falta para ser completamente feliz? Ya sé que Solange, amor mío, y la encontraré… pero, además de ella, ¿qué más necesitas? ¿Qué puedo darte para que sonrías feliz todos los días? Pídeme, pídeme lo que sea… ¡hasta la luna! Y yo soy capaz de escalar la más alta montaña para bajártela.
Se detuvo a pocos metros de la casa de la joven, porque quería besarla y ya no podría hacerlo allí, no sería correcto ante la mirada de su suegra. Se acercó lentamente a la muchacha y apoyó sus labios sobre los tibios de Charlotte, tras un instante se retiró para mirarla a los ojos y, mientras la acariciaba, volvió a sus labios. Sus besos no dejaban de ser suaves, pero cada vez se volvían más confiados.
-Mi princesa… Bueno, no soy un príncipe pero desearía serlo para poder darte un castillo. Dicen que los príncipes hacen grandes fiestas que duran días y la gente come hasta casi no poder respirar. Quisiera que nuestra fiesta de bodas fuera así, en un palacio…
Deseos, no tenía mucho más, pero contaba con una tenacidad envidiable. De sueños vivían los pobres en aquel país, de ilusiones regaladas por la imaginación, esa fiel aliada. Fabrice no era un iluso, tenía los pies sobre la tierra y veía a su alrededor, conocía sus posibilidades, pero aun así no dejaba de soñar.
-Solo eso, que lo he hecho yo, no puedo decirte más o arruinaré la sorpresa. Ya, vamos a comer… Muero de hambre, Lottie –rogó mientras se apuraba con los últimos puerros, tal vez malográndolos a causa de la prisa-. Cuánto antes comamos antes se hará de noche –dijo, como si fuese la verdad más absoluta.
Tomó su mano para alejarla de la mesa de trabajo. Nadie se quejó porque muchos ya se estaban aprontando para el receso de almuerzo, no se fijaban en lo que los dos adolescentes hacían. Fabrice la envolvió en un abrazo disfrutando por un momento del perfume de su cabello, amaba ese aroma, era su favorito en todo el mundo.
-Eres mi perfume favorito, Lottie –le confesó antes de soltarla. Fabrice le tendió la mano para caminar con sus dedos entrelazados la distancia que los separaba de la casita de la muchacha-. ¿Qué has cocinado, amorcito?
El día estaba soleado, las pocas nubes brillaban a causa de los rayos del sol, lo que parecía augurar una magnífica noche. Bien, eso necesitaba. Aunque Lottie no debía ilusionarse, su regalo no era un anillo de brillantes, tampoco un bello vestido o una medalla. No podía permitirse esas cosas porque todo el dinero que Fabrice ganaba lo ahorraba pensando en la boda, quería que ella se sintiese la novia más bella, quería incluso comprar un vestido para su suegra y hasta zapatitos nuevos… Quería poder convidar a sus amigos a una fiesta con buena comida, deseaba que ese día fuese perfecto para Charlotte y para lograrlo necesitaba ahorrar con esfuerzo. Se llevó la mano de la joven –esa que tenía entrelazada a la suya- a los labios y sin explicaciones la besó. ¿Acaso necesitaba justificativo para demostrarle su amor? Quería besarla y lo hacía.
-Charlotte, ¿qué te falta para ser completamente feliz? Ya sé que Solange, amor mío, y la encontraré… pero, además de ella, ¿qué más necesitas? ¿Qué puedo darte para que sonrías feliz todos los días? Pídeme, pídeme lo que sea… ¡hasta la luna! Y yo soy capaz de escalar la más alta montaña para bajártela.
Se detuvo a pocos metros de la casa de la joven, porque quería besarla y ya no podría hacerlo allí, no sería correcto ante la mirada de su suegra. Se acercó lentamente a la muchacha y apoyó sus labios sobre los tibios de Charlotte, tras un instante se retiró para mirarla a los ojos y, mientras la acariciaba, volvió a sus labios. Sus besos no dejaban de ser suaves, pero cada vez se volvían más confiados.
-Mi princesa… Bueno, no soy un príncipe pero desearía serlo para poder darte un castillo. Dicen que los príncipes hacen grandes fiestas que duran días y la gente come hasta casi no poder respirar. Quisiera que nuestra fiesta de bodas fuera así, en un palacio…
Deseos, no tenía mucho más, pero contaba con una tenacidad envidiable. De sueños vivían los pobres en aquel país, de ilusiones regaladas por la imaginación, esa fiel aliada. Fabrice no era un iluso, tenía los pies sobre la tierra y veía a su alrededor, conocía sus posibilidades, pero aun así no dejaba de soñar.
Fabrice Savile- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/11/2017
Re: Ton absence est mon seul hiver | Flashback {Fabrice Savile}
Charlotte amaba las sorpresas, sobre todo si venían de alguien tan importante para ella como lo era Fabrice, pero, a su vez, odiaba tener que esperar para saber qué le tenía preparado su amor para esa noche. No obstante, hizo acopio de todas sus fuerzas y no insistió más en averiguar lo que era. Ya lo sabría a su debido tiempo, así que, simplemente, dejó que su prometido le diera la mano y caminó, junto a él, hasta la aldea donde ambos vivían.
—No necesito nada más, Fabrice, ¡ni siquiera la luna! —contestó, radiante—. Tengo a mi madre y te tengo a ti, y eso me basta para ser feliz. Me gustaría que Solange también estuviera aquí, conmigo, pero ella ha hecho lo que cree que debe hacer, así que no puedo culparla. Sé que algún día volveré a verla, así lo siento.
Hablar de su hermana siempre la entristecía. No había tenido apenas tiempo de despedirse, puesto que su partida fue tan repentina y a unas horas tan intempestivas que Charlotte no tuvo ocasión de asimilarlo hasta que no se dio cuenta, a la mañana siguiente, de que su hermana no estaba en casa.
—Sólo prométeme que no me dejarás sola —le pidió, entre beso y beso—. No soportaría que tú también me faltaras, Fabrice.
La simple idea de pasar una vida sin él le dolía en el pecho y, para Charlotte, esa sensación se volvía insoportable. Pasó las manos en torno a la cintura del cambiante y lo abrazó con fuerza, apoyando su mejilla en el pecho de él. Sintió los latidos de su corazón y sonrió, pensando en todo el tiempo que les quedaba para poder estar juntos.
—Te quiero tanto —susurró, sólo para que él lo oyera—. Claro que eres un príncipe; eres mi príncipe. No, espera —separó la cabeza para poder mirar esa sonrisa que la cegaba por completo—, no eres mi príncipe, eres mi rey, y yo seré tu reina y nuestro hogar será el mejor de los palacios. —Se colocó de puntillas y lo besó en los labios tiernamente—. He preparado un guiso de ternera con verduras, lo he dejado a fuego lento para que estuviera listo a la hora de comer, así que ya debe de estar. Vamos.
Le dio la mano y se metió en su casa, seguida de Fabrice. Supo que su madre no se había levantado de la cama porque todo estaba exactamente igual a como ella lo había dejado antes de marcharse. Se le formó un nudo en la garganta y apretó los labios para aguantar el llanto que vendría después. Había habido tanta felicidad entre esas paredes, y había tan poca ahora... Se acercó a la cocina y miró dentro del puchero: parecía que el guiso había estado hirviendo suavemente, tal y como ella había planeado, puesto que el caldo estaba espeso e increíblemente apetecible. Charlotte lo removió con una cuchara de madera y se volvió hacia Fabrice.
—Voy a ir a buscar a madre, a ver si consigo que coma algo. —Colocó una tabla de madera, que usaba como salvamanteles, en el centro de la mesa—. ¿Puedes sacar el puchero del fuego y ponerlo en la mesa? No tardaré.
Le dio un rápido beso en la mejilla y se encaminó hacia el cuarto donde ellas dos dormían. Efectivamente, Dominique seguía en la misma postura en la que la había dejado, pero, esta vez, tenía los ojos abiertos. La imagen era, cuando menos, inquietante.
—Madre, es la hora de comer. —Se acercó a la ventana y descorrió las cortinas—. He preparado un guiso de carne, huele delicioso. Ha venido Fabrice a comer con nosotras, está esperándonos en la cocina. Vamos.
La destapó y la ayudó a levantarse. La vistió con algo que no fuera el pijama para que Fabrice no la viera con el camisón y la guió hasta la cocina, sentándola en una silla. Charlotte quiso decir algo agradable, pero ver a su madre en ese estado le daba ganas de llorar.
—Voy a servirte la comida, madre. —Tragó saliva y echó en el plato dos cazos de guiso, aunque bien sabía que ella no probaría ni dos cucharadas—. Siéntate, Fabrice. Te serviré a ti también.
Llenó el plato del cambiante y lo dejó en la mesa para hacer lo propio con el suyo. Se sentó y comenzó a comer mientras miraba de reojo a Dominique que, como ella ya sabía, no había probado bocado. Respiró hondo y se frotó uno de los ojos con la mano, quitando las lágrimas que se habían almacenado en él.
—No necesito nada más, Fabrice, ¡ni siquiera la luna! —contestó, radiante—. Tengo a mi madre y te tengo a ti, y eso me basta para ser feliz. Me gustaría que Solange también estuviera aquí, conmigo, pero ella ha hecho lo que cree que debe hacer, así que no puedo culparla. Sé que algún día volveré a verla, así lo siento.
Hablar de su hermana siempre la entristecía. No había tenido apenas tiempo de despedirse, puesto que su partida fue tan repentina y a unas horas tan intempestivas que Charlotte no tuvo ocasión de asimilarlo hasta que no se dio cuenta, a la mañana siguiente, de que su hermana no estaba en casa.
—Sólo prométeme que no me dejarás sola —le pidió, entre beso y beso—. No soportaría que tú también me faltaras, Fabrice.
La simple idea de pasar una vida sin él le dolía en el pecho y, para Charlotte, esa sensación se volvía insoportable. Pasó las manos en torno a la cintura del cambiante y lo abrazó con fuerza, apoyando su mejilla en el pecho de él. Sintió los latidos de su corazón y sonrió, pensando en todo el tiempo que les quedaba para poder estar juntos.
—Te quiero tanto —susurró, sólo para que él lo oyera—. Claro que eres un príncipe; eres mi príncipe. No, espera —separó la cabeza para poder mirar esa sonrisa que la cegaba por completo—, no eres mi príncipe, eres mi rey, y yo seré tu reina y nuestro hogar será el mejor de los palacios. —Se colocó de puntillas y lo besó en los labios tiernamente—. He preparado un guiso de ternera con verduras, lo he dejado a fuego lento para que estuviera listo a la hora de comer, así que ya debe de estar. Vamos.
Le dio la mano y se metió en su casa, seguida de Fabrice. Supo que su madre no se había levantado de la cama porque todo estaba exactamente igual a como ella lo había dejado antes de marcharse. Se le formó un nudo en la garganta y apretó los labios para aguantar el llanto que vendría después. Había habido tanta felicidad entre esas paredes, y había tan poca ahora... Se acercó a la cocina y miró dentro del puchero: parecía que el guiso había estado hirviendo suavemente, tal y como ella había planeado, puesto que el caldo estaba espeso e increíblemente apetecible. Charlotte lo removió con una cuchara de madera y se volvió hacia Fabrice.
—Voy a ir a buscar a madre, a ver si consigo que coma algo. —Colocó una tabla de madera, que usaba como salvamanteles, en el centro de la mesa—. ¿Puedes sacar el puchero del fuego y ponerlo en la mesa? No tardaré.
Le dio un rápido beso en la mejilla y se encaminó hacia el cuarto donde ellas dos dormían. Efectivamente, Dominique seguía en la misma postura en la que la había dejado, pero, esta vez, tenía los ojos abiertos. La imagen era, cuando menos, inquietante.
—Madre, es la hora de comer. —Se acercó a la ventana y descorrió las cortinas—. He preparado un guiso de carne, huele delicioso. Ha venido Fabrice a comer con nosotras, está esperándonos en la cocina. Vamos.
La destapó y la ayudó a levantarse. La vistió con algo que no fuera el pijama para que Fabrice no la viera con el camisón y la guió hasta la cocina, sentándola en una silla. Charlotte quiso decir algo agradable, pero ver a su madre en ese estado le daba ganas de llorar.
—Voy a servirte la comida, madre. —Tragó saliva y echó en el plato dos cazos de guiso, aunque bien sabía que ella no probaría ni dos cucharadas—. Siéntate, Fabrice. Te serviré a ti también.
Llenó el plato del cambiante y lo dejó en la mesa para hacer lo propio con el suyo. Se sentó y comenzó a comer mientras miraba de reojo a Dominique que, como ella ya sabía, no había probado bocado. Respiró hondo y se frotó uno de los ojos con la mano, quitando las lágrimas que se habían almacenado en él.
Charlotte Sarì- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 12/11/2017
Re: Ton absence est mon seul hiver | Flashback {Fabrice Savile}
-Nunca –le juró, tomando entre sus manos el rostro más precioso que había visto en su vida, demasiado larga ya-. No me iré nunca, a mí no tendrás que extrañarme pues siempre estaré junto a ti.
Sentirla tan cerca, buscando el refugio de su pecho, el abrigo de su abrazo, era el mejor regalo que podían hacerle. En esos momentos Fabrice se sentía pleno, completo luego de tanto tiempo… de tanta angustia e incertidumbre. Cuidar de Charlotte, hacerle sentir lo especial que ciertamente era, se había transformado en su motor. Era eso lo que le había hecho superar en parte el dolor de la ausencia de su familia. ¡Si Lottie supiera la bendición que representaba para su vida! Pero no podía contarle todo, no podía contaminarla con tanto dolor.
-Soy un rey solo porque tú eres una reina… ¡Una reina muy dulce! –dijo y le besó una y otra vez el cuello, haciéndole cosquillas con su barba incipiente y hasta sacando la lengua sobre su piel para molestarla.
Riendo siguió a la muchacha al interior de la casa. Asintió cuando ella le pidió que sacara la comida del fuego y no pudo evitar girarse para verla adentrarse en el dormitorio. Le encantaba verla caminar, con sus piernas largas y sus andares inocentes pero seductores... Fabrice tragó saliva con dificultad y se obligó a poner manos a la obra en lo que ella le había pedido, aunque en verdad quisiera seguirla porque odiaba estar lejos de ella.
Cuando Dominique y Lottie surgieron de la habitación, él ya había trasladado la olla a la mesa. Olía tan bien… moría de hambre, pero aunque no la tuviera comería dos platos porque sabía lo bien que le quedaban los pucheros a Lottie, se le aguaba la boca con el aroma y la inminencia del deguste.
-Que bella está usted hoy, Dominique –dijo y se acercó a la mujer de mirada perdida, le besó la mejilla y la notó demasiado fría-. A ver, yo me sentaré junto a mi futura suegra –tomó lugar a la derecha de ella-. ¡Pero qué bien huele, su hija es la mejor cocinera de este país! –le tiró un beso a Lottie y vio la angustia pintada en su rostro.
Cada vez notaba peor a Dominique, pero se cuidaba de no aparentar nada de lo que pensaba para no lastimar a su prometida. Estaba muy delgada, su piel había perdido lozanía y su mirada… su mirada era lo más impresionante de todo, pues iba de un lado al otro como si no atinase a entender si era más importante darle atención a su hija que le hablaba o a la mancha en lo alto de la pared.
-¡Pero qué delicia! –exclamó tras la segunda cucharada de guiso-. Estoy seguro de que esta receta era suya, Dominique –le dijo con una sonrisa, intentado que la mujer diera señales de comprensión-, Charlotte aprendió bien de usted. Algún día me enseñará sus secretos de cocina a mí también –la miró y volvió a tirarle un beso.
Verla así le dolía demasiado, pero él entendía bien lo que era sufrir por un padre o una madre. Dominique era la única persona que Charlotte tenía a la que la unía la sangre. Solange podría estar en Austria a esas alturas o muerta incluso; aunque se mostraba positivo al respecto, Fabrice dudaba que una muchacha como Sol estuviese a salvo porque si lo estaba, ¿por qué no les había hecho una visita? No tenía sentido, no era normal, él no le perdonaría a Marene que le hiciera algo así.
-Come Lottie –le pidió en voz baja-, yo me ocupo de esto. Dominique, coma ahora que está caliente… Venga, veamos –dijo, llenando la cuchara de la mujer con un poco de verduritas antes de ponerla cerca de sus labios. Dominique se quedó observando la comida y luego, con lentitud, giró el rostro hacia el de Fabrice y abrió la boca-. ¿O no que es una delicia? –le preguntó, contento cuando la vio tragar, y llenó otra más-. Vamos, coma un poco más, lo preparó Lottie –le informó nuevamente y le dio una segunda cucharada, seguida de una tercera y una cuarta.
La mujer le sonrió, como si al fin lo hubiera reconocido, y tomó con manos temblorosas la cuchara para alimentarse sola, algunas gotas cayeron sobre su ropa, varias verduritas rodaron hasta el suelo, pero Dominique comió –como mecánicamente- hasta acabarse el cuenco.
-Creo que a ella también le ha gustado –dijo Fabrice satisfecho mientras le pedía con la mirada a Lottie que le sirviese una segunda vez, pues también se había acabado todo su guiso.
Sentirla tan cerca, buscando el refugio de su pecho, el abrigo de su abrazo, era el mejor regalo que podían hacerle. En esos momentos Fabrice se sentía pleno, completo luego de tanto tiempo… de tanta angustia e incertidumbre. Cuidar de Charlotte, hacerle sentir lo especial que ciertamente era, se había transformado en su motor. Era eso lo que le había hecho superar en parte el dolor de la ausencia de su familia. ¡Si Lottie supiera la bendición que representaba para su vida! Pero no podía contarle todo, no podía contaminarla con tanto dolor.
-Soy un rey solo porque tú eres una reina… ¡Una reina muy dulce! –dijo y le besó una y otra vez el cuello, haciéndole cosquillas con su barba incipiente y hasta sacando la lengua sobre su piel para molestarla.
Riendo siguió a la muchacha al interior de la casa. Asintió cuando ella le pidió que sacara la comida del fuego y no pudo evitar girarse para verla adentrarse en el dormitorio. Le encantaba verla caminar, con sus piernas largas y sus andares inocentes pero seductores... Fabrice tragó saliva con dificultad y se obligó a poner manos a la obra en lo que ella le había pedido, aunque en verdad quisiera seguirla porque odiaba estar lejos de ella.
Cuando Dominique y Lottie surgieron de la habitación, él ya había trasladado la olla a la mesa. Olía tan bien… moría de hambre, pero aunque no la tuviera comería dos platos porque sabía lo bien que le quedaban los pucheros a Lottie, se le aguaba la boca con el aroma y la inminencia del deguste.
-Que bella está usted hoy, Dominique –dijo y se acercó a la mujer de mirada perdida, le besó la mejilla y la notó demasiado fría-. A ver, yo me sentaré junto a mi futura suegra –tomó lugar a la derecha de ella-. ¡Pero qué bien huele, su hija es la mejor cocinera de este país! –le tiró un beso a Lottie y vio la angustia pintada en su rostro.
Cada vez notaba peor a Dominique, pero se cuidaba de no aparentar nada de lo que pensaba para no lastimar a su prometida. Estaba muy delgada, su piel había perdido lozanía y su mirada… su mirada era lo más impresionante de todo, pues iba de un lado al otro como si no atinase a entender si era más importante darle atención a su hija que le hablaba o a la mancha en lo alto de la pared.
-¡Pero qué delicia! –exclamó tras la segunda cucharada de guiso-. Estoy seguro de que esta receta era suya, Dominique –le dijo con una sonrisa, intentado que la mujer diera señales de comprensión-, Charlotte aprendió bien de usted. Algún día me enseñará sus secretos de cocina a mí también –la miró y volvió a tirarle un beso.
Verla así le dolía demasiado, pero él entendía bien lo que era sufrir por un padre o una madre. Dominique era la única persona que Charlotte tenía a la que la unía la sangre. Solange podría estar en Austria a esas alturas o muerta incluso; aunque se mostraba positivo al respecto, Fabrice dudaba que una muchacha como Sol estuviese a salvo porque si lo estaba, ¿por qué no les había hecho una visita? No tenía sentido, no era normal, él no le perdonaría a Marene que le hiciera algo así.
-Come Lottie –le pidió en voz baja-, yo me ocupo de esto. Dominique, coma ahora que está caliente… Venga, veamos –dijo, llenando la cuchara de la mujer con un poco de verduritas antes de ponerla cerca de sus labios. Dominique se quedó observando la comida y luego, con lentitud, giró el rostro hacia el de Fabrice y abrió la boca-. ¿O no que es una delicia? –le preguntó, contento cuando la vio tragar, y llenó otra más-. Vamos, coma un poco más, lo preparó Lottie –le informó nuevamente y le dio una segunda cucharada, seguida de una tercera y una cuarta.
La mujer le sonrió, como si al fin lo hubiera reconocido, y tomó con manos temblorosas la cuchara para alimentarse sola, algunas gotas cayeron sobre su ropa, varias verduritas rodaron hasta el suelo, pero Dominique comió –como mecánicamente- hasta acabarse el cuenco.
-Creo que a ella también le ha gustado –dijo Fabrice satisfecho mientras le pedía con la mirada a Lottie que le sirviese una segunda vez, pues también se había acabado todo su guiso.
Fabrice Savile- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/11/2017
Re: Ton absence est mon seul hiver | Flashback {Fabrice Savile}
Para Charlotte, que Fabrice estuviera dispuesto a ocuparse de que su madre comiera resultó un pequeño alivio. Se centró en su plato y comió con parte de su atención puesta en su prometido, que animaba a Dominique a comer con tanta energía que la mujer terminó sujetando ella misma la cuchara. La joven alargó una mano y tomó la de Fabrice sin apartar los ojos de su madre que, con un pulso mediocre y la expresión perdida, estaba comiendo sola todo lo que le había servido.
—Sí, parece que le ha gustado —dijo una Charlotte esperanzada, levantándose y alcanzando el cazo que estaba dentro del puchero—. ¿Quieres un poco más, madre?
Sirvió a Fabrice y esperó a que su madre respondiera. Tras pasar unos segundos observando una verdura que se había quedado en el plato, terminó levantando la mirada hacia su hija y negó con la cabeza. Después hipó dos veces y se quedó con las manos sobre el regazo, la cabeza ligeramente ladeada y la vista fija en la pared de enfrente. Su cuerpo se balanceaba de un lado a otro, como si no tuviera fuerza suficiente para mantenerse erguida en la silla. Lottie dejó el cazo dentro de la olla y se colocó junto a su madre.
—Has comido muy bien, madre. Estoy muy orgullosa. —Miró a Fabrice un segundo y le sonrió—. Vamos, te acompañaré a la cama. Te colocaré los cojines para que puedas reposar la comida sentada.
Agarró a la mujer por debajo de las axilas y la levantó de la silla. Por suerte, Dominique no era —todavía— un saco de carne imposible de manejar, sino que todavía era capaz de colaborar para moverla por la casa. La llevó hasta la cama y la sentó en el borde mientras acomodaba los cojines para después recostarla sobre ellos.
—Eso es, así estarás bien —dijo, cubriéndola con la sábana y quitándole algunos mechones del rostro—. Iré con Fabrice a terminar de comer, pero vendré a despedirme antes de que nos volvamos a marchar.
Besó la frente de su madre y salió de la habitación. Lo más probable era que Dominique estaría dormida cuando volviera a decirle adiós, pero se cuidó de no mencionarlo en voz alta. Charlotte no sabía hasta qué punto su madre era consciente de lo que pasaba a su alrededor; mientras había veces en las que estaba convencida de que no era capaz de ver ni escuchar nada, otras la sorprendía llamando a Solange, o preguntándole por ella. De su padre hacía mucho que no hablaba estando despierta, no así en sueños. A Lottie se le hizo un nudo en el estómago al imaginar el dolor tan grande que debía estar sufriendo su madre para haber terminado así.
Cuando llegó a la mesa se colocó detrás de Fabrice y le pasó los brazos en torno a su cuello, abrazándolo desde la espalda.
—No sabes cuánto te lo agradezco —susurró cerca de su oído—. Hacía mucho tiempo que no la veía comer así. Creo que es una mejora.
Intentaba ser positiva, ver el lado bueno de las cosas, pero con su madre en ese estado era difícil. Después de todo lo que había pasado, Charlotte había aprendido que cualquier cambio bueno era un motivo para estar feliz, así que ella no dejaba de intentarlo.
—Terminemos de comer antes de volver —le dijo, acercando su plato y sentándose a su lado—. Aún hay que terminar de limpiar los puerros para que Gertrude pueda llevarlos al mercado, y creo que Bastien quiere que le ayude a sembrar algunas cosas. No lo sé, me lo ha dicho deprisa mientras iba a por unas herramientas.
Bastien era un joven de la edad de Solange que parecía que sería el siguiente administrador de las fincas. Se le daba muy bien organizar a los trabajadores y, además, sabía mucho de las épocas en las que se debía sembrar cada verdura, la cantidad de agua que necesitaban o los cuidados que demandaban en cada período. Siempre había mostrado especial interés por Charlotte, pero la joven nunca se había percatado de ese interés porque sólo había tenido ojos para su Fabrice.
—¿De verdad te ha gustado el guiso? —le preguntó, sonriente—. Es una receta de madre, sí, pero la he adaptado porque no puedo estar pendiente de él continuamente, así que no sabía cómo estaría.
Siguió comiendo hasta terminar su plato y recogió los tres para dejarlos en la pila. Ya los limpiaría al regresar, puesto que en ese momento debían volver a los campos.
—Voy a despedirme de madre, no tardaré.
Le dio un beso a Fabrice e ingresó en la habitación. Tal y como había sabido al dejarla, Dominique estaba totalmente dormida. Se acercó a ella en silencio, la arropó mejor y le dio un beso en la frente. Corrió las cortinas para que la luz que entraba fuera menor y salió del cuarto.
—Se ha dormido —anunció—. ¿Nos vamos? Cuanto antes retomemos las tareas antes terminaremos.
Lo abrazó sin dejar de mirarlo a los ojos, esos que la dejaban sin aire de tan hermosos que eran.
—Sí, parece que le ha gustado —dijo una Charlotte esperanzada, levantándose y alcanzando el cazo que estaba dentro del puchero—. ¿Quieres un poco más, madre?
Sirvió a Fabrice y esperó a que su madre respondiera. Tras pasar unos segundos observando una verdura que se había quedado en el plato, terminó levantando la mirada hacia su hija y negó con la cabeza. Después hipó dos veces y se quedó con las manos sobre el regazo, la cabeza ligeramente ladeada y la vista fija en la pared de enfrente. Su cuerpo se balanceaba de un lado a otro, como si no tuviera fuerza suficiente para mantenerse erguida en la silla. Lottie dejó el cazo dentro de la olla y se colocó junto a su madre.
—Has comido muy bien, madre. Estoy muy orgullosa. —Miró a Fabrice un segundo y le sonrió—. Vamos, te acompañaré a la cama. Te colocaré los cojines para que puedas reposar la comida sentada.
Agarró a la mujer por debajo de las axilas y la levantó de la silla. Por suerte, Dominique no era —todavía— un saco de carne imposible de manejar, sino que todavía era capaz de colaborar para moverla por la casa. La llevó hasta la cama y la sentó en el borde mientras acomodaba los cojines para después recostarla sobre ellos.
—Eso es, así estarás bien —dijo, cubriéndola con la sábana y quitándole algunos mechones del rostro—. Iré con Fabrice a terminar de comer, pero vendré a despedirme antes de que nos volvamos a marchar.
Besó la frente de su madre y salió de la habitación. Lo más probable era que Dominique estaría dormida cuando volviera a decirle adiós, pero se cuidó de no mencionarlo en voz alta. Charlotte no sabía hasta qué punto su madre era consciente de lo que pasaba a su alrededor; mientras había veces en las que estaba convencida de que no era capaz de ver ni escuchar nada, otras la sorprendía llamando a Solange, o preguntándole por ella. De su padre hacía mucho que no hablaba estando despierta, no así en sueños. A Lottie se le hizo un nudo en el estómago al imaginar el dolor tan grande que debía estar sufriendo su madre para haber terminado así.
Cuando llegó a la mesa se colocó detrás de Fabrice y le pasó los brazos en torno a su cuello, abrazándolo desde la espalda.
—No sabes cuánto te lo agradezco —susurró cerca de su oído—. Hacía mucho tiempo que no la veía comer así. Creo que es una mejora.
Intentaba ser positiva, ver el lado bueno de las cosas, pero con su madre en ese estado era difícil. Después de todo lo que había pasado, Charlotte había aprendido que cualquier cambio bueno era un motivo para estar feliz, así que ella no dejaba de intentarlo.
—Terminemos de comer antes de volver —le dijo, acercando su plato y sentándose a su lado—. Aún hay que terminar de limpiar los puerros para que Gertrude pueda llevarlos al mercado, y creo que Bastien quiere que le ayude a sembrar algunas cosas. No lo sé, me lo ha dicho deprisa mientras iba a por unas herramientas.
Bastien era un joven de la edad de Solange que parecía que sería el siguiente administrador de las fincas. Se le daba muy bien organizar a los trabajadores y, además, sabía mucho de las épocas en las que se debía sembrar cada verdura, la cantidad de agua que necesitaban o los cuidados que demandaban en cada período. Siempre había mostrado especial interés por Charlotte, pero la joven nunca se había percatado de ese interés porque sólo había tenido ojos para su Fabrice.
—¿De verdad te ha gustado el guiso? —le preguntó, sonriente—. Es una receta de madre, sí, pero la he adaptado porque no puedo estar pendiente de él continuamente, así que no sabía cómo estaría.
Siguió comiendo hasta terminar su plato y recogió los tres para dejarlos en la pila. Ya los limpiaría al regresar, puesto que en ese momento debían volver a los campos.
—Voy a despedirme de madre, no tardaré.
Le dio un beso a Fabrice e ingresó en la habitación. Tal y como había sabido al dejarla, Dominique estaba totalmente dormida. Se acercó a ella en silencio, la arropó mejor y le dio un beso en la frente. Corrió las cortinas para que la luz que entraba fuera menor y salió del cuarto.
—Se ha dormido —anunció—. ¿Nos vamos? Cuanto antes retomemos las tareas antes terminaremos.
Lo abrazó sin dejar de mirarlo a los ojos, esos que la dejaban sin aire de tan hermosos que eran.
Charlotte Sarì- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 12/11/2017
Re: Ton absence est mon seul hiver | Flashback {Fabrice Savile}
La notaba tan preocupada y era con motivos de sobra, la madre de Charlotte no estaba bien y eso se agravaba conforme pasaba el tiempo. Podrían decir –como muchos allí decían- que se debía a la falta de su hija mayor en su diario vivir, pero Fabrice sabía que no era solo la ausencia de Solange, esa mujer tenía el corazón roto hacía mucho tiempo ya.
-Yo la he visto mucho mejor hoy –dijo, aunque el avance era poco-. Estás haciendo las cosas bien con ella, Lottie, tus cuidados amorosos son los que hacen la diferencia.
Quería reconfortarla, animarla y darle seguridad. Sabía el dolor que su prometida sentía y de lo constante que era porque la angustia parecía no querer abandonarla, él podía notar la carga pesada que la muchacha llevaba en su espalda y no era justo, pero cada familia tenía sus problemas, sus propios débiles a los que cuidar, y él apoyaría siempre a la familia Sarì. Lottie necesitaba urgentemente que cosas buenas le sucedieran, y Fabrice pensaba tomar esa posta y hacerse cargo de que la felicidad no pasara de ella.
Fabrice había trabajado junto a su hermana toda la noche –eran los encargados de la seguridad en los campos, los dueños sabían de su condición de cambiantes y por eso les habían dado el empleo- y luego había ido temprano a ayudar a Lottie, no había descansado y después de tan exquisita comida el sueño le había bajado. La acompañó de nuevo hasta donde el estúpido de Bastien la esperaba y, descaradamente, la besó frente a él para que le quedase claro que Lottie solo lo amaba a él.
-Pasaré por ti como a las nueve –le prometió-, así tendrás tiempo de darle la cena a tu madre y de acostarla. ¿Te parece bien? –Otro beso, para que a Bastien no le quedasen dudas.
Había creído que no podría dormir pensando con nerviosismo en lo que había preparado para la noche, pero en cuanto se acostó en su camastro se durmió profundamente y no fue hasta que su hermana lo sacudió, para preguntarle si quería cenar, que Fabrice se despertó. Negó al ofrecimiento de Marene y rápidamente corrió a darse un baño –con agua fría, pues no hacía a tiempo de calentarla ya- y a ponerse ropa limpia.
Tenía todo preparado, el regalo y el papel grueso donde había escrito una sentida declaración de amor –que antes había sido un intento de canción romántica, pero que no había funcionado-, se la leería en la intimidad del rio, lo único malo era que tendrían que caminar un buen trecho porque no había logrado hacerse con un caballo, le había pedido a Baptiste que le dejase usar uno pero se lo había negado y Fabrice no quería tomarlo prestado pues si alguien descubría la falta enseguida sabrían que había sido él, que lo había tomado pese a la negativa del encargado de la cuadra.
Feliz, sintiendo que esa noche nada podría salir mal, Fabrice llegó a la casa de Lottie y llamó a la puerta. Lo hizo despacio porque no quería interrumpir el sueño de su suegra.
-¿Estás lista? –le preguntó cuando Lottie abrió la puerta-. Lo que sí es seguro es que estás hermosa, eres más bella con el correr de las horas… ¿quién te ha lanzado ese hechizo? –se rió y la abrazó.
-Yo la he visto mucho mejor hoy –dijo, aunque el avance era poco-. Estás haciendo las cosas bien con ella, Lottie, tus cuidados amorosos son los que hacen la diferencia.
Quería reconfortarla, animarla y darle seguridad. Sabía el dolor que su prometida sentía y de lo constante que era porque la angustia parecía no querer abandonarla, él podía notar la carga pesada que la muchacha llevaba en su espalda y no era justo, pero cada familia tenía sus problemas, sus propios débiles a los que cuidar, y él apoyaría siempre a la familia Sarì. Lottie necesitaba urgentemente que cosas buenas le sucedieran, y Fabrice pensaba tomar esa posta y hacerse cargo de que la felicidad no pasara de ella.
Fabrice había trabajado junto a su hermana toda la noche –eran los encargados de la seguridad en los campos, los dueños sabían de su condición de cambiantes y por eso les habían dado el empleo- y luego había ido temprano a ayudar a Lottie, no había descansado y después de tan exquisita comida el sueño le había bajado. La acompañó de nuevo hasta donde el estúpido de Bastien la esperaba y, descaradamente, la besó frente a él para que le quedase claro que Lottie solo lo amaba a él.
-Pasaré por ti como a las nueve –le prometió-, así tendrás tiempo de darle la cena a tu madre y de acostarla. ¿Te parece bien? –Otro beso, para que a Bastien no le quedasen dudas.
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Había creído que no podría dormir pensando con nerviosismo en lo que había preparado para la noche, pero en cuanto se acostó en su camastro se durmió profundamente y no fue hasta que su hermana lo sacudió, para preguntarle si quería cenar, que Fabrice se despertó. Negó al ofrecimiento de Marene y rápidamente corrió a darse un baño –con agua fría, pues no hacía a tiempo de calentarla ya- y a ponerse ropa limpia.
Tenía todo preparado, el regalo y el papel grueso donde había escrito una sentida declaración de amor –que antes había sido un intento de canción romántica, pero que no había funcionado-, se la leería en la intimidad del rio, lo único malo era que tendrían que caminar un buen trecho porque no había logrado hacerse con un caballo, le había pedido a Baptiste que le dejase usar uno pero se lo había negado y Fabrice no quería tomarlo prestado pues si alguien descubría la falta enseguida sabrían que había sido él, que lo había tomado pese a la negativa del encargado de la cuadra.
Feliz, sintiendo que esa noche nada podría salir mal, Fabrice llegó a la casa de Lottie y llamó a la puerta. Lo hizo despacio porque no quería interrumpir el sueño de su suegra.
-¿Estás lista? –le preguntó cuando Lottie abrió la puerta-. Lo que sí es seguro es que estás hermosa, eres más bella con el correr de las horas… ¿quién te ha lanzado ese hechizo? –se rió y la abrazó.
Fabrice Savile- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/11/2017
Re: Ton absence est mon seul hiver | Flashback {Fabrice Savile}
Le alegró saber que la leve mejoría que había notado en su madre no había sido fruto de su imaginación. Con Dominique no se podía dar nada por sentado; ese día podía haber comido como hacía meses que no lo hacía, pero al siguiente era muy posible que no pudiera ni salir de la cama por no tener fuerzas para mover las piernas. Era como una montaña rusa en la que Charlotte se había montado sin haberlo querido, pero en la que se mantenía por el bien de su mermada familia. Quería que, cuando Solange volviera a casa, encontrara a una Dominique de sonrisa radiante, no a la moribunda que ahora habitaba la casa.
—A las nueve está bien. Te estaré esperando —contestó, recibiendo sus besos con gusto—. Te quiero, Fabrice.
Ella le devolvió los besos y volvió a la tarea de limpiar los puerros que había interrumpido para ir a comer. Bastien no tardó en acercarse a ella cuando Fabrice se hubo marchado, pero, pero mucho que lo intentó, no consiguió captar la mirada inocente de Lottie. Lo único que ella deseaba era que llegara la noche para poder volver a ver al hombre que realmente amaba.
—Descansa, madre —dijo, quitándole la bandeja que tenía sobre las piernas y dejándola sobre la mesilla de noche—. Hoy has comido mucho y muy bien.
Se levantó y arropó a Dominique de la misma forma que lo hacía siempre. Después, cerró las cortinas para que pudiera dormir y salió del cuarto, cerrando la puerta. Lavó la vajilla que había usado para darle la cena y comió ella algo, pero las ganas de ver a Fabrice eran mayores, así que no dedicó mucho tiempo para eso. Sin embargo, sí invirtió valiosos minutos a elegir el vestido más hermoso de entre todos los que tenía, puesto que esa noche quería estar radiante. También se peinó, incluso se echó unos polvos en el rostro para quitar los signos de cansancio que se le habían acumulado durante el día. Charlotte justo terminó de prepararse cuando sonó la puerta.
—Sí, estoy lista —contestó, feliz de volver a verlo.
Dejó que la abrazara y, tras comprobar que llevaba la llave de la casa colgada alrededor del cuello, cerró la puerta tras de sí. Buscó la mano de Fabrice para recorrer agarrados el camino hasta el río. Si por ella fuera, se pasaría el resto de su vida pegada a él.
—Ha sido un día tan largo el de hoy —se quejó—, sobre todo la tarde, creía que no se iba a terminar nunca. —Giró el rostro para mirarlo y se mordisqueó el labio con nerviosismo—. ¿Me darás alguna pista sobre qué es ese regalo que tienes preparado? ¡Me muero de curiosidad, Fabrice!
—A las nueve está bien. Te estaré esperando —contestó, recibiendo sus besos con gusto—. Te quiero, Fabrice.
Ella le devolvió los besos y volvió a la tarea de limpiar los puerros que había interrumpido para ir a comer. Bastien no tardó en acercarse a ella cuando Fabrice se hubo marchado, pero, pero mucho que lo intentó, no consiguió captar la mirada inocente de Lottie. Lo único que ella deseaba era que llegara la noche para poder volver a ver al hombre que realmente amaba.
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—Descansa, madre —dijo, quitándole la bandeja que tenía sobre las piernas y dejándola sobre la mesilla de noche—. Hoy has comido mucho y muy bien.
Se levantó y arropó a Dominique de la misma forma que lo hacía siempre. Después, cerró las cortinas para que pudiera dormir y salió del cuarto, cerrando la puerta. Lavó la vajilla que había usado para darle la cena y comió ella algo, pero las ganas de ver a Fabrice eran mayores, así que no dedicó mucho tiempo para eso. Sin embargo, sí invirtió valiosos minutos a elegir el vestido más hermoso de entre todos los que tenía, puesto que esa noche quería estar radiante. También se peinó, incluso se echó unos polvos en el rostro para quitar los signos de cansancio que se le habían acumulado durante el día. Charlotte justo terminó de prepararse cuando sonó la puerta.
—Sí, estoy lista —contestó, feliz de volver a verlo.
Dejó que la abrazara y, tras comprobar que llevaba la llave de la casa colgada alrededor del cuello, cerró la puerta tras de sí. Buscó la mano de Fabrice para recorrer agarrados el camino hasta el río. Si por ella fuera, se pasaría el resto de su vida pegada a él.
—Ha sido un día tan largo el de hoy —se quejó—, sobre todo la tarde, creía que no se iba a terminar nunca. —Giró el rostro para mirarlo y se mordisqueó el labio con nerviosismo—. ¿Me darás alguna pista sobre qué es ese regalo que tienes preparado? ¡Me muero de curiosidad, Fabrice!
Charlotte Sarì- Humano Clase Baja
- Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 12/11/2017
Re: Ton absence est mon seul hiver | Flashback {Fabrice Savile}
Fabrice siempre había sentido que podía ser libre cuando estaba con ella. Libre sí, sincero no. Mientras caminaban muy juntos, recorriendo el largo camino que los conduciría al río, Fabrice pensaba en qué le diría su Lottie si supiera la verdad. Ella era amorosa y amable con todos, ¿lo sería también con él si conociera de su naturaleza cambiante? Lottie, hermosa y perfecta Lottie…
-No, amorcito, debes ser paciente… no puedo decirte más porque sino dejaría de ser una sorpresa. –Se inclinó para besarle la mejilla-. Ya no me preguntes, sabes que no me gusta esconderte cosas –Fabrice Savile estaba pasmado con su propio descaro-, si sigues inquiriendo acabaré contándotelo todo y se arruinaría mi sorpresa especial.
Caminaron por el espacio de unos quince minutos. Reían, recordando que hacía dos días atrás el estúpido de Bastien se había caído en el agua del molino y, golpeando su propio orgullo, había terminado pidiendo ayuda a los mismos trabajadores a los que siempre maltrataba porque las ropas pesadas no le permitían trepar para salir.
Pese al ánimo jocoso de ambos, Fabrice sintió que algo iba mal, toda su piel se erizó sin motivo y su instinto animal le previno. Abrazó con fuerza a su prometida mientras el viento le traía el aroma de humanos cerca, demasiado cerca.
-Lottie, apura el paso –le dijo, preocupado, y tiró de ella para que caminase más de prisa. Pero no fue suficiente.
Tres hombres se les cruzaron en el camino, saliendo de detrás de unas rocas altas y empinadas. Había un cuarto, Fabrice lo sentía aunque no lo veía. Escondió a Lottie detrás de él, mientras la sentía temblar. Nada iba a pasarle, quería decírselo, decirle que no temiera porque nadie iba a hacerle daño, pero no pudo porque el hombre más robusto habló primero:
-Dennos todo el dinero que tengan y no saldrán heridos –dijo, pero contradiciendo a sus palabras empuñó un arma.
-No traemos dinero, solo íbamos hacia el río. Apártense de nuestro camino y ustedes no saldrán heridos –los desafió él a su vez, firme. Lo único que le importaba era darle seguridad a Charlotte.
-¡Pero miren a este ridículo! –se burló el más joven y se lanzó hacia él.
Fabrice lo golpeó en cuanto lo tuvo cerca, pero al hacerlo se despegó de Lottie que fue tironeada por el cuarto hombre. Mientras peleaba con dos de los mal vivientes, vio como ese que había permanecido oculto pasaba sus manos por el cuerpo de la joven, buscando qué robarle, y le exigía que le diese dinero. Le dio un codazo en la nariz a uno y pateó en el estómago al otro antes de irse encima del que estaba atormentando a su prometida.
-¡Lottie, corre! ¡Vete, Lottie, vete! –le dijo, pero el hombre era mucho más fuerte de lo que aparentaba y le golpeó la nariz, provocándole un sangrado. No importaba, sanaría pronto, mañana no tendría ni un rasguño.
Supo que debía hacerlo cuando vio que el hombre armado, que hasta el momento se había mantenido ajeno, corría tras Charlotte. Fabrice decidió cambiar a su forma de lobo y lo hizo de manera rápida y violenta, su ropa se rompió y el sonido de las rasgaduras se mezcló con los gritos de temor de los hombres, y de Lottie.
Sin pensar en nada más, el lobo que ahora era atrapó al tipo, con sus dientes afilados le destrozó la garganta. Antes de morir el ladrón llegó a disparar, pero, como temblaba como hoja, su disparo acabó perdido entre los árboles. De los cuatro asaltantes solo uno logró escapar de la furiosa fuerza de Fabrice Savile, él se lo permitió porque –aun en su estado animal- lo único que le importaba era Charlotte.
-No, amorcito, debes ser paciente… no puedo decirte más porque sino dejaría de ser una sorpresa. –Se inclinó para besarle la mejilla-. Ya no me preguntes, sabes que no me gusta esconderte cosas –Fabrice Savile estaba pasmado con su propio descaro-, si sigues inquiriendo acabaré contándotelo todo y se arruinaría mi sorpresa especial.
Caminaron por el espacio de unos quince minutos. Reían, recordando que hacía dos días atrás el estúpido de Bastien se había caído en el agua del molino y, golpeando su propio orgullo, había terminado pidiendo ayuda a los mismos trabajadores a los que siempre maltrataba porque las ropas pesadas no le permitían trepar para salir.
Pese al ánimo jocoso de ambos, Fabrice sintió que algo iba mal, toda su piel se erizó sin motivo y su instinto animal le previno. Abrazó con fuerza a su prometida mientras el viento le traía el aroma de humanos cerca, demasiado cerca.
-Lottie, apura el paso –le dijo, preocupado, y tiró de ella para que caminase más de prisa. Pero no fue suficiente.
Tres hombres se les cruzaron en el camino, saliendo de detrás de unas rocas altas y empinadas. Había un cuarto, Fabrice lo sentía aunque no lo veía. Escondió a Lottie detrás de él, mientras la sentía temblar. Nada iba a pasarle, quería decírselo, decirle que no temiera porque nadie iba a hacerle daño, pero no pudo porque el hombre más robusto habló primero:
-Dennos todo el dinero que tengan y no saldrán heridos –dijo, pero contradiciendo a sus palabras empuñó un arma.
-No traemos dinero, solo íbamos hacia el río. Apártense de nuestro camino y ustedes no saldrán heridos –los desafió él a su vez, firme. Lo único que le importaba era darle seguridad a Charlotte.
-¡Pero miren a este ridículo! –se burló el más joven y se lanzó hacia él.
Fabrice lo golpeó en cuanto lo tuvo cerca, pero al hacerlo se despegó de Lottie que fue tironeada por el cuarto hombre. Mientras peleaba con dos de los mal vivientes, vio como ese que había permanecido oculto pasaba sus manos por el cuerpo de la joven, buscando qué robarle, y le exigía que le diese dinero. Le dio un codazo en la nariz a uno y pateó en el estómago al otro antes de irse encima del que estaba atormentando a su prometida.
-¡Lottie, corre! ¡Vete, Lottie, vete! –le dijo, pero el hombre era mucho más fuerte de lo que aparentaba y le golpeó la nariz, provocándole un sangrado. No importaba, sanaría pronto, mañana no tendría ni un rasguño.
Supo que debía hacerlo cuando vio que el hombre armado, que hasta el momento se había mantenido ajeno, corría tras Charlotte. Fabrice decidió cambiar a su forma de lobo y lo hizo de manera rápida y violenta, su ropa se rompió y el sonido de las rasgaduras se mezcló con los gritos de temor de los hombres, y de Lottie.
Sin pensar en nada más, el lobo que ahora era atrapó al tipo, con sus dientes afilados le destrozó la garganta. Antes de morir el ladrón llegó a disparar, pero, como temblaba como hoja, su disparo acabó perdido entre los árboles. De los cuatro asaltantes solo uno logró escapar de la furiosa fuerza de Fabrice Savile, él se lo permitió porque –aun en su estado animal- lo único que le importaba era Charlotte.
Fabrice Savile- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 12/11/2017
Re: Ton absence est mon seul hiver | Flashback {Fabrice Savile}
¡Cómo disfrutaba Charlotte cuando Fabrice le decía amorcito! Era tan placentero saber que, siempre que utilizara esa palabra, era para referirse exclusivamente a ella… Fuera quien fuera su interlocutor, amorcito siempre sería ella, su Lottie.
—Esta bien, vidita —le dijo, rodeando su brazo y pegándose a él—. No quiero incomodarte, así que no volveré a preguntar. Sólo quiero llegar pronto para que puedas dármela, porque de verdad que muero de curiosidad.
Quiso volver a pedirle alguna pista, pero se calló a tiempo. Había prometido no preguntar y eso pensaba hacer, pero se le iba a hacer tan dura la espera… Al menos, los momentos que compartía con su prometido siempre eran amenos y divertidos, y aquel no fue una excepción. Charlotte se rió al recordar el vergonzoso momento que había vivido Bastien hacía dos días, pero luego se arrepintió de haberlo hecho. Ella no pensaba que fuera mala persona, en realidad, creía que sería un buen gestor cuando llegara su turno. Sí era cierto que, a veces, se comportaba de una forma que a Charlotte le parecía inapropiada, como si se sintiera mejor que los demás sólo porque el dueño lo pensaba ascender. Con ella, sin embargo, siempre se portaba de una forma educada e incluso cariñosa, así que poco podía opinar Lottie al respecto.
—¿Qué ocurre, Fabrice? —preguntó, pero la respuesta llegó por sí sola.
Frente a ellos aparecieron tres hombres armados. Eran corpulentos, mucho más que Fabrice y, por supuesto, que ella misma, menuda incluso para su edad. Quiso gritar y suplicar que no les hicieran daño, pero la voz no conseguía salir de su garganta. Se echó a llorar, temiendo por Fabrice, que se había puesto delante de ella con la única intención de protegerla. Los hombres se rieron de sus lágrimas, pero a ella lo mismo le daba. Sólo quería volver a casa sanos y salvos.
—Yo llevo unas monedas en el bolsillo, Fabrice —susurró, tan bajito que ni ella era capaz de oír su propia voz—. ¿Por qué no se las damos y dejamos que se vayan?
No supo si fue porque él no la oyó o porque no hizo caso de lo que le dijo, pero estalló una pelea entre su prometido y el resto de hombres que la paralizó. Dio un par de pasos hacia atrás sin poder dejar de mirar el barullo que tenía delante, hasta que, de pronto, sintió unos brazos fuertes que le rodeaban el cuerpo. Las manos del desconocido comenzaron a tocarle todo su cuerpo, buscando qué robarle y, de paso, metiéndolas allí donde nadie más que ella y Fabrice tenían permiso para hacerlo. Charlotte estaba asqueada y le entraron unas enormes ganas de vomitar, pero se las aguantó y comenzó a patear el aire para intentar zafarse del agarre, en vano. El hombre era mucho más fuerte que ninguno que ella hubiera conocido, lo que hacía que se volviera imposible soltarse.
—¡Fabrice! ¡Fab...!
Ella gritaba, pero el tipo usó una de sus manos para taparle la boca y seguir manoseándola. Ahora sí, su garganta emitía sonidos mudos que morían antes de poder salir por la boca, pero perfectamente audibles para la gente que hubiera a su alrededor.
Cuando Fabrice se lanzó sobre el hombre, Charlotte cayó al suelo terroso, raspándose las palmas de las manos. Miró atrás un segundo antes de echar a correr en busca de ayuda. Nunca antes había dado zancadas tan largas y rápidas, y su aliento se resintió pronto. Aún así, ella no paró hasta que, de nuevo, unas manos la sujetaron del brazo. Después, todo fue caos.
Pudo ver a Fabrice un segundo antes de que un lobo gigante se abalanzara sobre el hombre que la tenía sujeta. Se quedó en el suelo, dolorida, sin poder apartar los ojos de la grotesca escena: el animal —que aún no entendía de dónde había salido— desgarró la garganta del hombre que chillaba como un cerdo en día de matanza. El resto de hombres huyeron despavoridos, y ella habría hecho lo mismo de haber podido moverse. Miró a su alrededor en busca de Fabrice, pero sólo vio sus ropas ajadas en el suelo. ¿Dónde se había metido? ¿Acaso la había dejado sola?
Cuando al fin pudo reaccionar, se arrastró hacia atrás hasta que la espalda chocó contra una de las piedras desde donde habían salido los cuatro hombres. Buscó a tientas una más pequeña que le cupiera en la mano y se preparó para lanzársela al lobo, que, una vez hubo terminado con la amenaza del ladrón, la miraba fijamente.
—Por favor, Señor, ayúdame —rogó Lottie—. Haz que se vaya, por favor.
Las lágrimas que corrían por su cara dejaban surcos de tierra en sus mejillas, que siempre se mostraban blancas y perfectas, salvo ese día.
—Esta bien, vidita —le dijo, rodeando su brazo y pegándose a él—. No quiero incomodarte, así que no volveré a preguntar. Sólo quiero llegar pronto para que puedas dármela, porque de verdad que muero de curiosidad.
Quiso volver a pedirle alguna pista, pero se calló a tiempo. Había prometido no preguntar y eso pensaba hacer, pero se le iba a hacer tan dura la espera… Al menos, los momentos que compartía con su prometido siempre eran amenos y divertidos, y aquel no fue una excepción. Charlotte se rió al recordar el vergonzoso momento que había vivido Bastien hacía dos días, pero luego se arrepintió de haberlo hecho. Ella no pensaba que fuera mala persona, en realidad, creía que sería un buen gestor cuando llegara su turno. Sí era cierto que, a veces, se comportaba de una forma que a Charlotte le parecía inapropiada, como si se sintiera mejor que los demás sólo porque el dueño lo pensaba ascender. Con ella, sin embargo, siempre se portaba de una forma educada e incluso cariñosa, así que poco podía opinar Lottie al respecto.
—¿Qué ocurre, Fabrice? —preguntó, pero la respuesta llegó por sí sola.
Frente a ellos aparecieron tres hombres armados. Eran corpulentos, mucho más que Fabrice y, por supuesto, que ella misma, menuda incluso para su edad. Quiso gritar y suplicar que no les hicieran daño, pero la voz no conseguía salir de su garganta. Se echó a llorar, temiendo por Fabrice, que se había puesto delante de ella con la única intención de protegerla. Los hombres se rieron de sus lágrimas, pero a ella lo mismo le daba. Sólo quería volver a casa sanos y salvos.
—Yo llevo unas monedas en el bolsillo, Fabrice —susurró, tan bajito que ni ella era capaz de oír su propia voz—. ¿Por qué no se las damos y dejamos que se vayan?
No supo si fue porque él no la oyó o porque no hizo caso de lo que le dijo, pero estalló una pelea entre su prometido y el resto de hombres que la paralizó. Dio un par de pasos hacia atrás sin poder dejar de mirar el barullo que tenía delante, hasta que, de pronto, sintió unos brazos fuertes que le rodeaban el cuerpo. Las manos del desconocido comenzaron a tocarle todo su cuerpo, buscando qué robarle y, de paso, metiéndolas allí donde nadie más que ella y Fabrice tenían permiso para hacerlo. Charlotte estaba asqueada y le entraron unas enormes ganas de vomitar, pero se las aguantó y comenzó a patear el aire para intentar zafarse del agarre, en vano. El hombre era mucho más fuerte que ninguno que ella hubiera conocido, lo que hacía que se volviera imposible soltarse.
—¡Fabrice! ¡Fab...!
Ella gritaba, pero el tipo usó una de sus manos para taparle la boca y seguir manoseándola. Ahora sí, su garganta emitía sonidos mudos que morían antes de poder salir por la boca, pero perfectamente audibles para la gente que hubiera a su alrededor.
Cuando Fabrice se lanzó sobre el hombre, Charlotte cayó al suelo terroso, raspándose las palmas de las manos. Miró atrás un segundo antes de echar a correr en busca de ayuda. Nunca antes había dado zancadas tan largas y rápidas, y su aliento se resintió pronto. Aún así, ella no paró hasta que, de nuevo, unas manos la sujetaron del brazo. Después, todo fue caos.
Pudo ver a Fabrice un segundo antes de que un lobo gigante se abalanzara sobre el hombre que la tenía sujeta. Se quedó en el suelo, dolorida, sin poder apartar los ojos de la grotesca escena: el animal —que aún no entendía de dónde había salido— desgarró la garganta del hombre que chillaba como un cerdo en día de matanza. El resto de hombres huyeron despavoridos, y ella habría hecho lo mismo de haber podido moverse. Miró a su alrededor en busca de Fabrice, pero sólo vio sus ropas ajadas en el suelo. ¿Dónde se había metido? ¿Acaso la había dejado sola?
Cuando al fin pudo reaccionar, se arrastró hacia atrás hasta que la espalda chocó contra una de las piedras desde donde habían salido los cuatro hombres. Buscó a tientas una más pequeña que le cupiera en la mano y se preparó para lanzársela al lobo, que, una vez hubo terminado con la amenaza del ladrón, la miraba fijamente.
—Por favor, Señor, ayúdame —rogó Lottie—. Haz que se vaya, por favor.
Las lágrimas que corrían por su cara dejaban surcos de tierra en sus mejillas, que siempre se mostraban blancas y perfectas, salvo ese día.
Charlotte Sarì- Humano Clase Baja
- Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 12/11/2017
Re: Ton absence est mon seul hiver | Flashback {Fabrice Savile}
Solo pensaba en ella, solo Lottie estaba en su mente. Corrió sin notar que continuaba en su forma animal –porque era lo normal para él en las noches-, olfateó el viento en busca de su perfume, siguió la huella de su huida sobre la tierra húmeda. Lottie, su amor, su mujer, su tesoro… ¿Qué le habrían hecho esos tipos? Deseaba volver a matarlos, asesinarlos con sus dientes mil veces más para aplacar la furia que sentía.
Cuando la encontró, cuando vio que le temía y que iba a atacarlo con una roca pequeña, Fabrice entendió que su vida con ella terminaba. Supo que la verdad que por años había ocultado bien estaba por revelarse y que se llevaría con ella todos los sueños que habían soñado juntos. Lottie, su ángel, le temía. La había salvado, estaba viva, al menos en eso no se había equivocado, pero la perdería. Saber que ella le temía le dolía más que todas las heridas que los hombres le habían provocado, al menos los cortes sanarían…
Tardó pocos segundos en dejar su forma lobuna. Volvió a ser Fabrice, un desnudo y magullado Fabrice, ante la mirada de Charlotte. Se llevó ambas manos a la entrepierna y se acercó a ella en silencio, ¿qué le diría? Cuando los separaban solo dos metros, Fabrice cayó de rodillas ante ella y le rogó:
-¿Te encuentras bien? ¿Te han herido, amorcito? No me temas, te lo suplico, no me temas. Soy yo, soy tu Fabrice. No me temas, amor mío –alzó por fin la mirada y encontró la de ella-. Sólo quería cuidarte, sólo quería… quería salvarnos y tuve que hacerlo, tuve que hacerlo, Lottie.
De rodillas todavía, Fabrice se acercó un poco más a su Lottie, aunque el terror en la mirada de la muchacha hizo que se frenara. Le gustaría abrazarla, pero no podía porque estaba seguro de que lo rechazaría, además estaba desnudo, su ropa había quedado hecha jirones en algún lugar del camino.
-No llores, estamos bien… Oh, Lottie. Puedo explicarte todo. Sé que estás confundida, sé que no entiendes, pero puedo explicarte. Debí hacerlo hace mucho –se recordó, porque sabía que así era y que había sido un cobarde todo ese tiempo-, pero no sabía cómo decírtelo. Y tampoco sé cómo hacerlo ahora, pero puedo internarlo.
Cuando la encontró, cuando vio que le temía y que iba a atacarlo con una roca pequeña, Fabrice entendió que su vida con ella terminaba. Supo que la verdad que por años había ocultado bien estaba por revelarse y que se llevaría con ella todos los sueños que habían soñado juntos. Lottie, su ángel, le temía. La había salvado, estaba viva, al menos en eso no se había equivocado, pero la perdería. Saber que ella le temía le dolía más que todas las heridas que los hombres le habían provocado, al menos los cortes sanarían…
Tardó pocos segundos en dejar su forma lobuna. Volvió a ser Fabrice, un desnudo y magullado Fabrice, ante la mirada de Charlotte. Se llevó ambas manos a la entrepierna y se acercó a ella en silencio, ¿qué le diría? Cuando los separaban solo dos metros, Fabrice cayó de rodillas ante ella y le rogó:
-¿Te encuentras bien? ¿Te han herido, amorcito? No me temas, te lo suplico, no me temas. Soy yo, soy tu Fabrice. No me temas, amor mío –alzó por fin la mirada y encontró la de ella-. Sólo quería cuidarte, sólo quería… quería salvarnos y tuve que hacerlo, tuve que hacerlo, Lottie.
De rodillas todavía, Fabrice se acercó un poco más a su Lottie, aunque el terror en la mirada de la muchacha hizo que se frenara. Le gustaría abrazarla, pero no podía porque estaba seguro de que lo rechazaría, además estaba desnudo, su ropa había quedado hecha jirones en algún lugar del camino.
-No llores, estamos bien… Oh, Lottie. Puedo explicarte todo. Sé que estás confundida, sé que no entiendes, pero puedo explicarte. Debí hacerlo hace mucho –se recordó, porque sabía que así era y que había sido un cobarde todo ese tiempo-, pero no sabía cómo decírtelo. Y tampoco sé cómo hacerlo ahora, pero puedo internarlo.
Fabrice Savile- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 12/11/2017
Re: Ton absence est mon seul hiver | Flashback {Fabrice Savile}
El lobo seguía con los ojos fijos en ella y, por un momento, Charlotte pudo ver una mirada familiar en los ambarinos del animal. No obstante, el terror era tal que no fue capaz de relacionarla con los hermosos ojos de su prometido, desaparecido como por arte de magia frente a ella.
La bestia se acercó despacio y ella le lanzó el guijarro, pero salió desviado y ni siquiera lo rozó. Buscó otro a tientas, pero dejó de moverse casi al instante. Algo raro le pasaba al lobo, algo muy extraño, puesto que comenzó a perder el pelo, pero éste no se desprendía de su piel, ¡simplemente desaparecía! Sus zarpas se convirtieron en manos, manos humanas con sus uñas y sus nudillos, y el cuerpo comenzó a tomar la forma del de un hombre. Lo último que se transformó fue el rostro, y el aliento de Lottie se detuvo cuando descubrió que no era otro que el de su Fabrice.
Sintió que todo a su alrededor se nublaba. Apoyó una mano en el frío suelo y dejó caer su peso en ella, sujetándose contra la pared para poder tener más puntos de apoyo que la mantuvieran derecha. Pensó que quizá estaba soñando, pero todo lo que podía percibir con sus sentidos era tan nítido que supo que no era así.
—Tú no eres Fabrice —dijo, con un hilo de voz—. No eres él. Fabrice es bueno, tú eres una bestia.
Lo miró con unos ojos cargados de miedo. ¿Cómo esperaba que no lo temiera, si acababa de ¿transformarse? de un lobo a un humano. Charlotte se rió, histérica. Aquello era de locos, ¿cómo se podía nadie transformar en un animal salvaje? No, esos tipos debían haberle hecho inhalar algún tipo de sustancia alucinógena, Bastien le había hablado de algunos hongos que te permitían soñar con cosas verdaderamente alucinantes.
—¿Quién eres? ¡No me llames amorcito! —gritó, angustiada— ¡No eres él! ¡NO ERES ÉL! ¡Aléjate de mí!
Al ver que no se alejaba, sino que cada vez estaba más próximo a ella, Charlotte se pegó más a la pared, alejándose poco a poco de él. Finalmente, consiguió levantarse y, tambaleante, se alejó mucho más de Fabrice.
—No quiero que me expliques nada, quiero que me dejes. —Siguió andando, pegada a la pared—. No me sigas, ¡vete!
Se giró y echó a correr sin mirar atrás, muerta de miedo y esperando que Fabrice —si es que era él verdaderamente— no la siguiera.
La bestia se acercó despacio y ella le lanzó el guijarro, pero salió desviado y ni siquiera lo rozó. Buscó otro a tientas, pero dejó de moverse casi al instante. Algo raro le pasaba al lobo, algo muy extraño, puesto que comenzó a perder el pelo, pero éste no se desprendía de su piel, ¡simplemente desaparecía! Sus zarpas se convirtieron en manos, manos humanas con sus uñas y sus nudillos, y el cuerpo comenzó a tomar la forma del de un hombre. Lo último que se transformó fue el rostro, y el aliento de Lottie se detuvo cuando descubrió que no era otro que el de su Fabrice.
Sintió que todo a su alrededor se nublaba. Apoyó una mano en el frío suelo y dejó caer su peso en ella, sujetándose contra la pared para poder tener más puntos de apoyo que la mantuvieran derecha. Pensó que quizá estaba soñando, pero todo lo que podía percibir con sus sentidos era tan nítido que supo que no era así.
—Tú no eres Fabrice —dijo, con un hilo de voz—. No eres él. Fabrice es bueno, tú eres una bestia.
Lo miró con unos ojos cargados de miedo. ¿Cómo esperaba que no lo temiera, si acababa de ¿transformarse? de un lobo a un humano. Charlotte se rió, histérica. Aquello era de locos, ¿cómo se podía nadie transformar en un animal salvaje? No, esos tipos debían haberle hecho inhalar algún tipo de sustancia alucinógena, Bastien le había hablado de algunos hongos que te permitían soñar con cosas verdaderamente alucinantes.
—¿Quién eres? ¡No me llames amorcito! —gritó, angustiada— ¡No eres él! ¡NO ERES ÉL! ¡Aléjate de mí!
Al ver que no se alejaba, sino que cada vez estaba más próximo a ella, Charlotte se pegó más a la pared, alejándose poco a poco de él. Finalmente, consiguió levantarse y, tambaleante, se alejó mucho más de Fabrice.
—No quiero que me expliques nada, quiero que me dejes. —Siguió andando, pegada a la pared—. No me sigas, ¡vete!
Se giró y echó a correr sin mirar atrás, muerta de miedo y esperando que Fabrice —si es que era él verdaderamente— no la siguiera.
FIN DEL TEMA
Charlotte Sarì- Humano Clase Baja
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