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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Mirko Vinográdov Lun Feb 05, 2018 1:07 pm

"My past has tasted bitter for years now, so I wield an iron fist,
Grace is just weakness or so I've been told,
I've been cold, I've been merciless."
"I'll Be Good" Jaymes Young



Hubo una época en la que encontraba doloroso incluso mirar a través de la ventana, ahora, sin embargo, tan solo sentía apatía. Insípida apatía, como la que llevaba sintiendo los últimos años de su vida. Mirko Vinográdov, dio un sorbo a su condimentando té de las indias, regalo que le había enviado una de sus hermanas, tras cerrar un trato con un importante terrateniente de Karnataka. Eran pocas las ocasiones en las que recibía algo de sus hermanas, además de cartas en referencia a su negocio. En cuanto a su madre, hacía años que no sabía de ella…y había podido deducir que ya no se encontraba en el mismo mundo que él.
Mirko, despegó la frente de la ventana, y su reflejo le devolvió la mirada; barba incipiente, cabello desalineado y oscuras ojeras. Su aspecto de hombre atormentado era tan cliché, que se hubiese podido reír. Sin embargo, sus labios no se movieron. Con un último trago, se alejó del salón y tomó rumbo hacia los baños. Cuando giró la esquina, se topó con una de las sirvientas, que derramó una jarra agua sobre su bata de seda. Mirko, suspiró, exasperado.

¡Oh! No sabéis cuanto lo lamento, mis disculpas señor ─exclamó la criada. Se agachó para tratar de remediar el desastre, pero ante la imagen de la bata de Mirko pegada contra su piel, sus carrillos tomaron una evidente tonalidad rosácea.

En épocas pasadas, el hombre hubiese bromeado sobre cuanto “lamentaba” haber desparramado el agua por encima suya, sin embargo, en aquel momento, simplemente le tendió la tazada de té vacía ya gruñó:

Mi clienta vendrá en apenas diez minutos, quiero la sala de consultas limpia para esa hora.

No era crueldad lo que asomaba entre sus palabras, simplemente aburrimiento rutinario. Hacía tiempo que no se comportaba vilmente con sus sirvientes. Si bien en un principio había sido el instigador de todo empleado, ahora, incluso les proporcionaba regalos en los días festivos.
Cuando alcanzó la bañera, se deshizo de su bata y tomó un largo baño. Necesitaba vestirse para recibir a sus clientes, no podía atenderlos en bata… ¿O sí? Puede que aquello insuflara algo de interés a su vida.

Una vez se hubo acicalado y vestido, bajó a la sala de consultas. Llegaba tarde y lo achacó a su ausencia de curiosidad ante la nueva clienta. Antes, siempre se preguntaba, si sería bella aquella que solicitaba una sesión con él. Sin embargo, por inconcebible que pareciese, había comenzado a perder incluso el apetito sexual. El antiguo Mirko, hubiese preferido tirarse del torreón más alto ante aquellas declaraciones. El nuevo, bueno…digamos que se había habituado. Al fin y al cabo, su deseo sexual hacia una gitana había sido lo que le había condenado a vivir de aquella manera.

Tomó asiento en su sofá cobre, con la pluma entre los dedos. La clienta todavía no había llegado, pero su sirvienta, Genevieve, no tardó en llamar a la puerta, alertándolo de que al fin lo había hecho.

Hazla pasar, Genevieve.

La muchachita abrió la puerta, dando paso a la susodicha. Mirko se levantó para recibirla. Le tendió la mano, formalmente y asintió seco.

Señorita Arkadievna, bienvenida… ─murmuró─. Soy el Señor Vinográdov. Tomad asiento por favor…Relajaos y no dudéis en pedidme lo que necesitéis para que vuestra estancia se más cómoda.

Si le llamó la atención la procedencia de su apellido, no lo hizo saber. Se colocó frente a ella, aguantando un notorio bostezo y se rascó la cabellera, revolviéndose el cabello ya revuelto.

Y bien…Decidme, ¿qué os trae por aquí? ¿A qué se debe vuestra necesidad de alguien como yo? Qué no os avergüence, he oído todo tipo de historias. Acudir a un psicólogo no debe considerarse motivo de demencia, al fin y al cabo, todos tenemos algo de lo que cojeamos. Así que decidme, ¿qué creéis que causa vuestra cojera?

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Mensaje por Daria A. Viazomskaia Mar Feb 20, 2018 8:30 pm

Daria no se caracterizaba por ser una mujer fuerte y decidida, eso quedaba claro para quien se detuviese a observarla tan solo unos minutos. Contrariamente a su personalidad, a sus actitudes diarias, esa vez sí que podría decirse que estaba dispuesta buscar ayuda. Aunque no pareciera.

¿Hubo un desencadenante? No, al menos que haya llamado su atención, pero sí que debía de estar mal como para que su cuñada –la única familia que le quedaba, junto a su hijito- le recomendase una consulta con un especialista. Daria no se negó, con la apatía que la caracterizaba en el último tiempo, pero tampoco hizo mucho para hallar a quién pudiese ayudarle a ver el mundo que la rodeaba de manera diferente. Aún así la oportunidad se había dado de manera particular y ahora era un hecho: vería a un psicólogo.

Hacía tiempo que no trataba con desconocidos, dicho de otra forma: hacía mucho que no conocía a nadie nuevo. Por eso, Daria se sentía nerviosa, perdida sin saber qué esperar. Acostumbrada a confiar en su fiel dama de compañía, se entregó a Aixinia para que ella decidiese el peinado y vestimenta que la Baronesa llevaría. La dejaba hacer, últimamente se ocupaba más la mujer de su vida –incluso de su hijo- que la propia Daria. Si no fuese por su compañera ya hubiera muerto por inanición, tirada en una cama.

-Ya verá, lo bien que le hará hablar con ese hombre. Dicen que es un especialista en la materia –la alentó Aixinia mientras se ocupaba de trenzar el fino cabello de Daria.

Habían llegado hasta él por recomendación del servicio doméstico. Al parecer, la hermana de una de las muchachas de la cocina, era asistente de Dianne Evans, una acaudalada vecina que había enviudado hacía tres años, pero no la abandonaba la pena. Según le dijo la asistente a su hermana, la cocinera, la mujer había comenzado a ver periódicamente al señor Vinográdov y hablar con él la había ayudado mucho.


-¿Podemos fiarnos de las palabras del servicio, Aixinia? –preguntó, más para sí que para la mujer-. Yo no soy como la señora Evans, toda mi vida fui de la realeza y tal fue el nivel de mis males. Los problemas de la realeza son más altos que los de los ciudadanos corrientes.

Aixinia no habló, pues sabía lo que Daria estaba haciendo. Buscaba la forma de justificar el poco deseo que tenía de salir de la casa, de conocer a alguien nuevo.

Contra cualquier pronóstico –porque entre los sirvientes suyos y los de su cuñada, la anfitriona que tenía en París, ya habían apostado coincidiendo todos en pensar que ella no iría-, Daria juntó todo el valor que tenía para subirse al carruaje y dirigirse –junto a su dama de compañía- a la residencia del señor Vinográdov.


-¿No es raro que solo reciba en su casa? ¿Acaso se cree Cristo y por eso debemos ir hasta su templo? Debe ser un charlatán. No me gusta eso de que me sermoneen, yo no estoy para estas cosas –se quejaba, con la mirada perdida en el camino y un deseo hondo de llorar.

¿Por qué quería llorar? ¿Por su esposo muerto? ¿Por el vínculo inexistente que tenía con su hijo? ¿Por el exilio? No, por ella, Daria quería llorar por ella. Porque todos sentían pena al ver la mujer en la que se había convertido, incluso ella misma lo sentía pese a saber que nunca había tenido otra opción, desde pequeña había sabido que estaba escrito en las estrellas que ella fracasaría en todo, que de nada le valía soñar porque a las mujeres como ella los sueños no se le cumplían. Su mente se desligó de su cuerpo. Era una autómata que se dejaba conducir hasta la casa de Vinográdov, un fantasma que seguía a la empleada del hombre al interior de la casa, escoltada por Aixinia.


-Puedes esperarme aquí –le indicó a su dama de compañía, para que se apostase en la puerta de la sala a la que ella ingresaría-, quédate cerca porque no sé en cuánto nos marcharemos.

Nada le llamó la atención cuando ingresó en la sale en la que él aguardaba. Por costumbre, Daria le dio la mano esperando que Vinográdov la besara. Él solo la estrechó por lo que ella se quedó ampliamente confundida. Fue a sentarse donde él le indicaba cuando algo en sus palabras llamó su atención:

-Señora –lo corrigió-. Soy la señora Arkadievna, pues soy viuda. -Ya era suficiente golpe haber tenido que pedir cita con ese apellido, el de soltera, y no con Viazomskaia que era el de casada. Que Vlad se lo perdonara… -Estoy aquí porque… no lo sé, últimamente estoy más triste de lo normal. –Se cuidó de no decir que para ella ese era su estado habitual desde que era pequeña. –Han pasado cosas en mi vida que me han orillado a la tristeza continua y pues… mi familia se preocupa, por eso he venido. Me han recomendado que le consulte a usted. Pero antes que nada me gustaría saber qué es exactamente lo que hace, ¿cómo es el tratamiento? Nunca había estado antes frente a un psicólogo y no sé si esto resultará o no.

Tenía miedo y era lógico, después de todo hacía años enteros que no hablaba tanto con un desconocido como acababa de hacer en esos pocos minutos.
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Mensaje por Mirko Vinográdov Lun Mar 05, 2018 8:03 am

Pesados aires de melancolía envolvían a la “Señora Arkadievna”, gélidos pero aderezados, que lo llevaron de vuelta a Ekaterimburgo. Le recordó a las frías aguas del río Iset, procedentes del lago con el mismo nombre. Cuando apenas era un adolescente, había hecho una escapada a las montañas Urales, en busca del lago Iset. Iba acompañado de una jovencita a la que deseaba seducir, pero resulta que la muchacha había sido tan desequilibrada como para desear zambullirse desnuda en las aguas del lago. Él por supuesto, no la había seguido y la chica, había paseado por el umbral de la muerte durante varias horas. Nunca supo si sobrevivió o no, al fin y al cabo, ni el mejor de los amantes la hubiese podido calentar, así que a sus ojos, había sido demasiado amable incluso llevándola al hospital. La memoria trajo consigo un ramalazo de repugnancia hacia si mismo. Se pellizcó el puente de la nariz mientras fruncía el ceño. Cuando alzó la mirada, los ojos de su paciente se enquistaron en los suyos. Ah, ahora sabía porque había recordado aquello, tenían el mimo color de ojos que la muchacha de su memoria. Puede, sin embargo, que los de la Señora Arkadievna, fueran incluso más fríos.

Señora Arkadievna, será entonces. Como desees ─murmuró ocioso, mientras esperaba a que tomara asiento.

Sin duda a primera vista, la nostalgia de su mirada había sido lo que primero había llamado su atención, parecía también una mujer con carácter, pero Mirko distinguió cierta fragilidad en su desenvoltura, como si el más mínimo roce pudiera romperla una y mil veces y aun así, nunca hacerla pedazos.

Lo primero que tiene que saber, es que tan solo el hecho de estar aquí es un gran avance. Puede considerarse alguien muy valiente, no todo el mundo tiene el suficiente coraje como para pedir ayuda. Por eso, el merito es suyo, no hubiese venido de no haberlo deseado por mucho que su familia hubiese insistido. Así que enorgullézcase, es complicado abrirse en canal ante un desconocido ─Y aquello, lo dijo de todo corazón, el nunca había tenido el valor, ni lo tendría─. Lo segundo que debe saber, es que nunca, he ningún momento, estaré aquí para juzgarla. Créame, he oído cosas que harían temblar las paredes del averno, pero no es de mi incumbencia los gustos o repercusiones emocionales de mis pacientes, sino su bienestar, así que le pido que el pudor no sea su enemigo en ningún momento. Sé que es difícil, pero la honestidad es clave para poder avanzar en nuestras sesiones. Tercero, no soy, ni seré su amigo. En cuanto a lo que a mí respecta, ese detalle sin duda resulta crucial. En todo momento, tendrá que explicarme con todo lujo de detalle, como a un desconocido. Lo creo importante, ya que conforme usted relate los hechos detalladamente, se percatará de aspectos en los que no se percató hasta el momento, usted será la principal dueña de su sanación. Y por último, si en algún momento cree que no concretamos, o que las sesiones la incomodan, puede confesarlo con sinceridad. Eso es todo, si tiene alguna pregunta, puede realizarla.

Esperó paciente, comprobando si la mujer había entendido todas y cada una de sus palabras.

Y por favor, se lo ruego, hable en el idioma que le resulte más apaciguador.

Le dedicó una sonrisa casi agria, no con afán de espantarla, simplemente por el hecho de que en ocasiones olvidaba como eran las sonrisas amables. No estaba acostumbrado a aquel tipo de expresiones y en escasas ocasiones las regalaba. Si lo había hecho esta vez, era porque una parte de él confiaba en que la Señora Arkadievna se comunicara con él en su idioma natal.

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Mensaje por Daria A. Viazomskaia Lun Abr 23, 2018 10:44 pm

Sí, era posible que se sintiese valiente por el paso que había dado al buscar ayuda con ese hombre. No sabía si eso funcionaría, si sería lo que ella necesitaba o si debería seguir buscando en otros lugares y con otras personas, pero Daria celebraba el valor que había tenido para ir hasta la casa de un desconocido a hablar de sus problemas. Además, no podía soslayar que era alivio eso que sentía en su pecho en esos momentos, como si de pronto la hubiesen desembarazado de un traje muy pesado, lleno de joyas que le hacían imposible moverse con naturalidad. Sí, Daria se sentía mucho más liviana ahora y por eso ya había valido la pena el viaje hecho hasta allí. Claro que no podría reconocerlo, no de momento, pues debía guardar su apariencia y su porte. Desde pequeña le habían enseñado a enmascarar sus sentimientos.

-Descuide, no tengo amigos ni deseos de tenerlos. No lo veré como tal a usted –le dijo y fue a lo que primero respondió, tal vez porque había interpretado que él no la consideraba apta para entablar una amistad. Claro que no era eso lo que ella había ido a buscar allí, pero de igual modo se había sentido mal el oírlo-. Sinceridad como eje, me parece bien aunque le advierto que he sido aleccionada para ocultar, desde niña me han enseñado a buscar los modales perfectos y la sinceridad no siempre es aliada de la perfección. Con eso quiero decir que seguramente me sea difícil lograrlo...

Fue un alivio oírle decir que podía hablar su lengua madre. Le había notado un acento pero había juzgado impertinente preguntar. Saber eso, que estaba ante un compatriota, le dio mayor seguridad, confianza. Claro que si hubiese puesto atención desde el primer momento en el que su cuñada le había recomendado ir allí, hubiera sabido por el nombre y apellido del hombre que se trataba de un ruso.

-Quisiera saber un poco más sobre sus métodos para curar la tristeza –dijo, tímida pero reconfortada al hablar en su idioma-. ¿Cómo lo hace? He oído sobre técnicas de hipnosis, incluso hay quienes dicen que sangrando a los pacientes y haciéndoles beber infusiones con gotas de esa sangre todo mejora. Le advierto que ambas… circunstancias me darían mucho miedo. –Bajó la vista unos instantes, tomó de la manga larga de su vestido un pañuelo blanco bordado en oro con sus iniciales y las acarició-. Claro que si tuviese garantías de que haciendo alguna cosa de esas yo sanaría todo sería diferente, tal vez me atrevería… Tengo un hijo –lo dijo y de inmediato alzó el rostro hacia él, ¿ya le había hablado de Antón o aún no? No lo sabía y eso, no estar segura de lo que había hecho o no hacía solo unos minutos, la turbaba-, él me necesita porque soy lo único que le queda. Bueno, está su tía Vesper también… la viuda de mi hermano. Ella nos ha ayudado mucho, somos sus huéspedes en esta ciudad. Ya no podíamos permanecer en la Madre Rusia y hemos venido a París –se cuidó de no dar mayores detalles, saber más podía poner en peligro al hombre, dado que Daria había huido de su tierra por cuestiones políticas-. Yo solo quiero estar bien para tener deseos de jugar con mi niño.
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