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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Anhiel Von Saher Mar Abr 23, 2013 5:03 pm

Fuera llovía, llovía intensamente, mientras en la oscuridad de mi despacho el montón de artículos, resúmenes, notas de otros editores y otro sin fin de papeles clasificados por carpetas, descansaban en perfecto orden, apilados en varias columnas a un lado de la mesa, mientras que al otro, mis piernas descansaban una sobre la otra en la misma superficie, mientras que yo, reclinada sobre mi confortable asiento, jugueteaba con una pluma entre mis dedos, acariciándola suavemente, dejando que esta resbalara por mi mejilla para bajar por mi mentón suavemente, haciendome sentir un cosquilleo cuando esta rozo mis labios, uno que me robo una sutil sonrisa, pues me hizo recordarle...

¿Que estaría haciendo la dueña de aquellos labios, cuales recuerdos asomaban ahora en mi mente? ¿Dormiría ya?...
¿Se encontraría acurrucada entre sus sabanas, plácidamente dormida, con los cabellos revueltos sobre la almohada?...
Mordí mis labios al imaginarle así, simplemente dormida…tan frágil….tan tranquila…con cada pliego de sus ropajes pegándose a cada una de sus magnificas y maravillosas curvas... y solté el aire que inconscientemente había retenido, torciendo una sonrisa antes de bajar mis piernas y ponerme en pie.

Mi despacho, las oficinas, las imprentas, todo estaba vacío a aquellas altas horas de la noche. El trabajo me había retenido, y cuando había acabado me había quedado pensando en ella perdiendo la noción del tiempo, hasta que una pregunta fugaz vino a mi mente. ¿Por qué rememorarla cuando podría estar con ella en aquel momento?

Era una idea absurda, un sinsentido…

Fue por ello que tome mi abrigo y lo puse sobre mis hombros, caminando hasta salir del edificio. Era hora de hacerle una visita a mi musa.

El sonido de mis pasos al andar eran junto a la lluvia el único sonido que resonaba en la noche, mientras el agua me empapaba sin que me importara realmente, hasta que despues de una larga caminata llegue a aquella casa en la que sabía que ella se encontraría.Pensando por un momento en que diría de verme allí…¿se escandalizaría? ¿Se enfadaría?...quizás se alegraba o puede que quizás me cruzara la cara.
La idea de imaginarlo me hizo sonreír en la oscuridad a la vez que caminaba hacia su puerta, decida a tocarla, hasta que me percate de que ésta se encontraba abierta. Hice una mueca, pensándolo unos segundos antes de decidirme y entender que estar ahí era lo deseaba realmente. Por lo que sin dilación me adentre y cerré con sigilo aquella puerta. Caminando despacio por aquel largo pasillo, dejando que mi abrigo cayera al suelo tras mis pasos sigilosos, hasta que aquella puerta de madera me recibió entreabierta.

Deje la palma de mi mano situada en ella para empujarla muy despacio…abriéndola para verle descansar sobre su lecho.
Me adelante unos pocos pasos para contemplarle dormida, sonriendo como una niña traviesa ante una maldad por cometer.
y es que alli estaba ella, mi musa, la consagración de todos mis deseos, la belleza hecha mujer.
En aquel momento me senti posesiva y orgullosa ante lo que miraba, como si al hacerlo pudiera deleitarme con un terreno que debia conquistar. Como si ella fuera la tierra que tanto anhelaba, el sabor que mas deseaba, el color que no encontraba entre los lienzos de las obras de arte...

Ladee el rostro mientras le miraba, contemplándole dormida boca arriba, acurrucada entre sus sabanas como le imaginaba, solo que ahora estaba ahí, delante de mi y no era una ensoñación, era ella, tapada solamente por aquella sabana. Gia se removía, gimiendo como si hablara en el sueño.
Me acerqué aun mas a su lecho para mirar su semblante de cerca mientras las gotas de agua resbalaban por mi pelo y por mis mejillas, cayendo una de ellas desde mi mentón hasta su escote..

Un rayo quebró el cielo y ella abrió los ojos encontrándome allí inclinada sobre ella, mientras empapada y con los ojos fijos en los suyos, sonreía con malicia ante mi fechoría aun sin realizar…
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Mensaje por Galia di Marco Mar Abr 23, 2013 5:53 pm

Miniaturas anglosajonas fechadas entre los siglos IX y X. ¿Qué clase de trabajo universitario era aquél? La cólera y la impotencia de saber que suspendería por mucho que me esforzara me hizo farfullar vejaciones varias dirigidas a la madre de aquella desdichada profesora que ahora se alejaba de mi pupitre para retomar la clase con aquella voz monótona y aburrida cuyo efecto somnífero empezaba ya a hacer mella en mí.

El resto del día fue así, vacío, mientras en mi cabeza sólo deseaba que llegara el viernes para escaquearme del trabajo en el Museo e ir a ver a la dueña de mis pensamientos y mis latidos, aquella de la que no lograba sacar de mi mente ni un sólo instante, preguntándome en todo momento si ella pensaría tanto en mí como yo en ella, si se acordaría de mí a veces, qué estaría haciendo ahora, a quién le ofrecería una migaja de su tiempo dorado, quién recibiría pues semejante honor, quién sería aquél que se deslumbraría con su sola sonrisa, quién gozaría de su compañía, de su aroma, de su risa, de su voz o de su piel.

Dejé de torturarme con aquellas absurdas ideas, aunque debido al escaso trabajo en la Recepción del Louvre tuve tiempo de sobras para seguir meditando sobre ella, pues me moría de ganas de verla, de abrazarla, de besarla, de tocarla... Miré el calendario situado sobre mi mesa y suspiré apesadumbradamente: miércoles veinticuatro de abril. Faltaban dos días para nuestro reencuentro. Rememoré nuestro último encuentro. Había sido en un parque solitario dónde, entre risas, aquella chispa fogosa había despertado en nosotras, haciendo que aquellos besos que no podía brindarle me arañaran la boca, que aquellos deseos de poseerla fueran convertidos en cenizas, las mismas cuyo fuego devoraba el tiempo junto a ella, siempre haciéndose tan corto, tan efímero, tan inexistente. Recordé la despedida, con aquél beso que se llevó y el vacío que me dejó. Su ausencia pronto había calado en mi piel hasta hacerme estremecer. De repente, era como si mi alegría se desvaneciera, como si el sentido de mi propia vida desapareciera sin ella. De pronto, Andrea se había llevado mi alma con aquél último beso y sabía, que no me la devolvería hasta el viernes. Hasta nuestro fugaz reencuentro...

Llegada la noche tomé mis pertenencias y huí del Museo a paso firme aunque relentizándolo, pues no deseaba llegar aun a casa. Una casa vacía, solitaria y demasiado grande para mí sola. Echaba de menos su compañía y aunque querría compartir cada noche mi lecho con ella, era consciente que Andrea aun no se sentía preparada para semejante paso conmigo. Aquello me hizo plantearme varias cosas sobre nuestra situación sentimental, sobre el punto en el que nos encontrábamos. ¿A dónde iba lo nuestro? Quizás para ella... yo sólo era una confusión.

Al llegar a casa, lo primero que hice fue quitarme aquellos incómodos zapatos de tacón, lanzándolos desde el pasillo hasta mi dormitorio sin importarme a dónde caían realmente. Caminando descalza fui dejando tras mis pasos un camino de ropa formado por una falda de media caña hasta las rodillas, un chaleco azúl marino a conjunto con ella, el pañuelo del cuello, la camisa blanca de botones dorados, la horquilla que sostenía mi cabello, luego las ligas, las medias azabaches, el corsé de encaje, las braguitas y finalmente, los calcetines. Entré en mi dormitorio desnuda y rebusqué en el armario mi camisa de seda blanca de sutiles botones plateados, volviendo mis pasos hacia la cocina para prepararme un vaso de leche con unas galletas, pues no tenía mucha hambre y me hallaba cansada del día, a decir verdad. Sólo deseaba meterme en la cama y olvidarme del mundo... aunque no de ella. Esperaba poder verla al menos en mis sueños, aquella noche. Poder sentirla más cerca de mí aquella noche de tormenta, pues desde la ventana de la cocina pude ver cómo empezaba a descargar con ira aquella tempestad, azotando los cristales y sumiéndome en una triste sensación de soledad.

Mi lecho vacío y sábanas frías me abrazó con sutileza cuando me inmiscuí entre sus entrañas, cerrando los ojos con cansancio para dejarme arrastrar por Orfeo al mundo de los sueños... No obstante, las pesadillas me acechaban y cuando la tensión llegaba a su clímax, algo frío sobre mi piel, una respiración y un relámpago bastaron para despertarme, incorporándome agitada y con el sudor empañando mi rostro, contemplando acobardada aquella mirada que me era familiar. Al fin, sosegada, una amplia sonrisa conquistó mi rostro y di un brinco de la cama para acercarme a ella, posando mis manos sobre su rostro como si no creyera en su presencia, como si temiera que aquello no era más que un sueño. Otro sueño.

Pero era ella, era Andrea. Tan bella y hermosa como la recordaba. Con su mirada centelleante, brillante con un fulgor inexistente en cualquier otra mirada. Sus pómulos sonrojados podían adivinarse pese a la penumbra de la sala, así como su sonrisa, tímida, que siempre me hacía perder la noción del espacio y el tiempo.

No obstante, fue la humedad de su cabello y su presencia en sí en mi dormitorio lo que me alertó, poniéndome en guardia y desvaneciéndose de pronto mi sonrisa, dando paso a mi ceño fruncido por la preocupación y la alarma.

- Oh, pequeña... ¿Qué te ocurre? ¡Estás empapada! - Indiqué alterada, corriendo hacia el baño a por una toalla que le ofrecí junto a mi lecho para que se sentara, intrigada por conocer la historia por la que había acudido a mí a aquellas altas horas de la madrugada.- ¿Qué pasó?- Insistí, sentándome junto a ella mientras yo misma secaba su rostro con la toalla, inquieta, mordiéndome de pronto los labios cuando acaricié su cuello con la tela, imaginándome ser una de aquellas gotas de agua que se colaban por su escote y descendían hacia la Tierra Prometida... Tragué saliva ruidosamente, sonrojada seguramente, intentando disimular lo que era obvio que no podía disimular: mi excitación.- Oh, qué descortés... Ni siquiera te ofrecí algo de tomar o ropa seca... Cogerás un resfriado si continuas así...- Musité cada vez con un tono de voz más bajo, siéndome imposible el controlar los instintos que me empujaban a su boca ahora mismo, tal y como me miraba, con aquella cercanía de la que me deleitaba, con su aroma impregnando mis pulmones... Mis latidos se desbocaron y yo me alcé, dispuesta a distraer mi mente, dispuesta a traerle ropa seca y algo de beber, dispuesta a huir de la tentación que ella representaba para mí. Andrea era la fruta prohibida, mi particular manzana del Edén.
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Mensaje por Anhiel Von Saher Miér Abr 24, 2013 5:26 am

Oh tranquila…No ocurre nada, todo va bien, no te desesperes. Inste, haciendole calmarse, tomando la toalla de sus manos para dejarla a un lado haciendole sentarse junto a mi.

Yo…
Tenia ganas de verte
, comente intentando no sonreir, desviando la mirada de forma inconciente de ella, sabiendo que de ese modo podria intentar centrarme un tanto sin dejar que mi cabeza divagara tanto, pues su sola mirada me hacia perder el hilo de todo pensamiento lógico coherente y racional.

Por cierto, te has dejado la puerta abierta. He entrado sin invitación, sin llamar y sin avisar, lo siento pero no me pude resistir…
Comente un tanto avergonzada, después de todo…aquello era allanamiento de morada. Y si a eso le sumábamos que deseaba violar a la propietaria…como le contara eso al juez, me iba a caer una buena.
Parpadee para aterrizar y para no perderme en mis delirios, escuchando su ofrecimiento con gesto de duda. ¿Beber? ¿Ropa seca?

No te preocupes Gia! yo… Le mire con una sonrisa mientras ella me miraba con esos ojos enormes y brillantes, con toda su atención centrada en mi, mientras su cabello caia sobre aquellos hombros, conduciendo mi vista por ese vertiginoso escote, en el que me perdi unos intantes, obligandome a subir la mirada, siempre con el temor –Infundado o no- a que me cruzaran la cara, para volver a subir la mirada hacia su rostro. Habia vuelto a perder el hilo, y mientras mas miraba aquellos ojos, mas sentia que deseaba recortar distancias.

Acerque mi mano hacia su mejilla, compartiendo el silencio que realmente era llenado en su compañía, acariciando su pómulo con el pulgar a la vez que le sonreía. Pues era tanto lo que me inspiraba aquel semblante, tanta ternura, tanta belleza, tanta calidez, que ni siquiera me di cuenta de cómo recortaba distancias, hasta que vi aquellos labios, sabiendo que los deseaba mas que a nada en el mundo…
Trague saliva y me encontré con su mirada, sintiendo que la necesitaba, que deseaba deborar aquella boca, fue asi como que deslice mis dedos desde su mejilla hasta sus cabellos, acercándome mientras le sostenía de la nuca para poder acercarme tanto que senti su aliento sobre mi, me mordi los labios, intentando aguantar la tension que yo misma habia formado en aquel instante, dejandome llevar cuando la lógica fue derrumbada por los dictados del corazón, obligandome estos a besarle, sintiendo al fin el contacto de su piel contra la mía, degustandole, saboreandole, con necesidad, con ansias y con desespero ante sus rostro ahora enrojecido.

Lleve ambas manos a su semblante, necesitando sostenerle para seguir robandole el aire mientras ella inmóvil, me contemplaba cuando me distancie ligeramente para observarle, haciéndome tragar saliva ante su gesto, que por un momento me hizo pensar si estaria en shock...O si me iba a zarandear ya.
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Mensaje por Galia di Marco Miér Abr 24, 2013 6:52 am

Siempre solía alterarme o preocuparme cuando ella me sorprendía, o al menos en aquél caso, pensé que quizás había tenido problemas y venía a mí en busca de ayuda. ¿Qué otra cosa podía ser? Se había presentado en mi casa, en mitad de la noche, empapada por la tormenta... Sí, lo cierto es que aun y lo morbosa de la situación me resultaba alarmante.

No obstante, la voz siempre dulce y conciliadora de Andrea logró sosegar mi nerviosismo, tornándolo ahora en un ligero sonrojo cuando ella se excusó alegando sus ganas de verme para su intromisión en mi morada, riendo incluso cuando mencionó que había dejado la puerta abierta y su inapropiada forma en la que llegó hasta mí, pues probablemente -y éticamente- debería asustarme que se presentara ante mí sin avisar y de aquél modo, más lo cierto es que me agradó el desenfadó con el que osó hacerlo, pues ahora me sentía como una prisionera a la que su caballera visita por las noches de soledad para compartir quizás, algo más que simplemente el lecho...

- Uuuuhhh.. A ver si tendré que ponerme violenta con mi asaltante y reducirla, no sea que me robe más cordura de la que ya poco poseo por su culpa...- bromeé guiñándole el ojo, divertida y más relajada.

Sólo cuando aquella sonrisa pervertida mía cruzó mi semblante ella emitió la señal que recogí tras aquél apasionado y ansiado beso que tan descolocada me dejó al no esperarlo, pues ella solía ser tan tímida, tan controlada, que siempre me desarmaba cualquier muestra de cariño o desenfreno carnal por su parte, aunque siempre fuera bienvenido, por supuesto.

Tragué saliva y la miré de abajo arriba, recuperando mi sonrisa socarrona incluso, una mezcla de orgullo, deseo, tensión, triunfo y sobretodo... excitación. Ella me contemplaba con una pizca de duda o de terror, a la expectativa, esperando algo por mi parte. Yo torcí la sonrisa y llevé la punta de mi dedo índice hacia su boca, posándola en su labio inferior mientras, poco a poco, la yema fue descendiendo por su cuello con suavidad rumbo a su escote, manteniendo en todo momento el contacto visual con sus ojos, escrutando su semblante, sus gestos, su rubor.

- Pero bueno... ¿quién te ha dicho que te detengas?- murmuré con apenas un murmuro, soltando luego una carcajada antes de abalanzarme sobre ella y tumbarla en mi lecho, sentándome sobre su cadera y posicionando mis manos a lado y lado de su cabeza, perdiéndome por unos largos instantes en el mar luminoso de su mirar, aspirando el aroma que destilaban sus cabellos húmedos pegados a su rostro de prominentes pómulos que se marcaban más aun cuando ésta sonrió.- Necesitas calor... o te resfriarás.- Me excusé entre dientes, apoyándome ahora en mis codos para dejar caer mi boca sobre su cuello, mordisqueando su mandíbula inferior, deslizándome sutilmente por ella hasta el mentón, descendiendo por su cuello, al cual besé con suavidad, disfrutando de aquella tensión con la que su piel erizada me respondió, suscitándome unas nuevas sensaciones que arañaron mi vientre con tal de subir hasta mi boca y poder así devorar la carne de Andrea, redescubriendo cada rincón de su anatomía. Así que, usando mis dientes, bajé hasta dónde el obstáculo de su ropa no me permitía proseguir mis fechorías e inicié así mi particular batalla contra las telas que envolvían su desnudez, ansiosa por contemplarla en su frágil y siempre hermosa forma natural. Y mientras, una de mis manos se inmiscuyó por la parte interna de su muslo, deslizándome por él aun por encima de sus molestos ropajes, imaginando la suavidad de su piel, la textura de ésta, las formas de su cuerpo, llegando así a su entrepierna, riendo entre dientes cuando ella brincó sobresaltada e intentó apartar mi mano como solía hacer, sin lograrlo, pues esta vez había despertado ya al león que dormía en mi interior y dicha fiera tenía hambre aquella noche: no pensaba descansar sin hacerla mía antes. MÍA.
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Mensaje por Anhiel Von Saher Miér Abr 24, 2013 9:26 am

Me removí inquieta ante sus manos que me buscaban, conteniendo el aliento cuando sus dedos me encontraban, queriendo explorarme y hurgarme , haciéndome mirarle y buscar sus manos con el pulso acelerado, siempre queriendo controlar cada situación, como si con ello pudiera controlar cada sensación que ella me proporcionaba... siempre pensando que podría doblegar mis emociones delante suyo cual insensata.
Aun tenia como asunto pendiente aquello de "dejarse llevar"...Algo que para una roca como yo, era aun un tema por superar.

Sus manos rebuscaron entre los pliegues de mis ropajes hasta desabotonar los botones de la falda, quedando mi blusa pegada y en desorden a mi torax debido a la humedad de mis propios ropajes, mientras ella me acariciaba, apretando su cuerpo contra el mío. A la vez que yo llevaba mis manos por su espalda, arañando el camisón que aun se interponía entre nosotras, aprovechando su cercanía para sentir su respiración agitada en mi oído, una que sutil y acalorada me hizo sentir febril entre sus brazos, teniendo que encontrar sus labios para morderle, buscando su lengua juguetona para enredar la mía con la suya, teniendo que encerrarla entre mis brazos para girarme con ella, haciendo que mi cabello húmedo y aun goteando cayera sobre su rostro al continuar besándola. Separándome brevemente para mirarle, sintiendo como su mirada oscura y brillante se clavaba en la mía pese a la oscuridad, una que era solo interrumpida por el flash de los rayos al rasgar el firmamento.

Acaricie sus labios con mis dedos, bajando las yemas de estos por su cuello para reseguir su escote, siendo sus ropajes el impedimento para acariciar su piel, por lo que llevando ambas manos por los contornos de sus senos, las baje hasta la altura de su cadera, agarrando con firmeza la tela que se arremolinaba en sus contornos para subirla lentamente por su tórax hasta sacarla por su cabeza, lanzándola al lado para poder al fin contemplarle en su magnificencia delante mío, sintiéndome como si delante de mi tuviera una obra perfecta a la que deseaba manipular para seguir dandole forma, sintiendo necesidad por sentir su piel y por poder modelarle, como si ella fuera mi obra y yo su creadora.

Acaricie sus piernas deleitándome con la extrema suavidad de su piel, una que me hacia pensar que acariciaba un objeto de fina y cálida porcelana, subiéndolas desde sus tobillos hasta sus rodillas, las cuales sujete para apartarlas, abriendo sus piernas ante mi, para asi sentir como le tenía expuesta delante mío, totalmente expuesta a mi, totalmente a mi alcance, haciendo que sintiera como mi propia excitación crecía ante su simple cercanía. Llevando mis manos por el interior de sus muslos hasta encontrarme con su sexo, el cual acaricie superficialmente con la yema de mis dedos, haciéndome morderme los labios al sentir la humedad creciendo en ella. Fue entonces cuando ella se sentó poco a poco en el lecho, agarrándome firmemente por el cuello de mi blusa con esa sonrisa que definitivamente me quitaba el sentido.
Pase los brazos por encima de sus hombros acercándome, deslizando mi mejilla contra la suya hasta que encontré su oído…

Desnúdame...

Susurré antes de acariciar el lóbulo de su oreja con la lengua, deseando con cada segundo que pasaba, que fueran sus manos las que quisieran dominarme tanto como las mías deseaban dominarla a ella....

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Mensaje por Galia di Marco Sáb Jun 08, 2013 12:41 pm

Sonreí antes de morderme los labios demasiado fuerte, abalanzándome hacia su cuello para morderlo una sola vez, desequilibrándola y aprovechando así para volver a posicionarme sobre ella, soltando entonces una carcajada triunfante. Meneé la cabeza ante su propuesta.

- ¿Exigiendo cosas en mi propia casa, madame? ¡Qué descortés!- bromeé entre risas, saltando del lecho para acercarme a un armario que palpé a tientas en busca de algo mientras ella seguía en la cama y yo le hablaba.- Aquí se hacen las cosas como yo quiero, princesa. Esas son las normas, ya sabes... y estás bajo mi techo.

Tomé aquello que buscaba y lo escondí tras mi espalda, riendo mientras volvía con ella ante su confusión escrita en los ojos y la duda planeando en su mirada. ¿Querría ella jugar conmigo como yo lo deseaba con ella? Mordí mis labios, ansiosa.

- Cierra los ojos.- le ordené, esperando que cumpliera lo indicado antes de alargar mis manos hacia su rostro y vendarle los ojos con un pañuelo rojo.- Y ahora... espera la señal.

Andrea se impacientó y parecía que aquello no le era de su agrado, por lo que me di prisa en ir a la cocina, tomando lo necesario y regresando a mi dormitorio, esta vez, cerrando la puerta de éste. Allí, tumbada sobre mi cama, se encontraba el amor de mi vida esperándome, nerviosa seguramente, lo que me hacía gracia y a la vez me sabía mal, pues no era mi intención hacerle pasar un mal rato, sino todo lo contrario. Así que dejé los cachivaches en la mesita de noche contigua al lecho y con sólo posar mis manos sobre sus pies -dado que le descalcé los zapatos en silencio- ella se sobrecogió, aunque sus músculos se relajaron al sentirme ahora cerca de ella.

- Para que veas que no soy un ogro... te obedeceré. Eso sí... será a mi manera.- le susurré una vez me libré de sus zapatos y pude juguetear con sus piernas, acariciándolas y recorriéndolas con dos de mis dedos como si éstos fueran las piernas de un muñequito pequeño imaginario, un pequeño explorador que deseaba encontrar el tesoro escondido entre sus piernas.

Llegué a sus muslos y antes de tirar de aquella falta ya desabotonada me deshice de sus medias, lanzándolas sobre la mesa de mi escritorio con las palpitaciones disparándose tras mi pecho al solo pensar lo cerca que me encontraba de su intimidad, de su tesoro, de su ofrenda. Tiré entonces de su falda y sólo cuando la blusa me impedía ver su anatomía desnuda, Andrea empezó a removerse un tanto inquieta de nuevo, así que no me quedó más remedio que usar mis cuerdas para amarrar sus manos sobre su cabeza usando el cabezal de la cama para inmovilizarla pese a sus protestas, protestas que quise acallar con fugaces besos antes de descender hacia mi obra inacabada.

Los botones de su blusa eran difíciles de desabotonar y la impaciencia empezaba a crecer en mí, así que no dudé en arrancarle unos cuantos de aquellos bonitos botones hasta al fin encontrarme con el último de los obstáculos, su corsé. Supongo que vos, querido lector, espera que también le cuente cómo me deshice de semejante lencería, más me temo que tan cegada de amor y deseo como me encontraba entonces, no recuerdo cómo mis manos alcanzaron la gloria bajo esa tela, sosteniendo entre mis manos aquél par de jóvenes, firmes y suaves manzanas que bien deberían estar prohibidas el ser degustadas, pues aquél que caiga en su tentación será condenado a vagar por ellas el resto de su vida, sentenciado a que su sabor le hipnotice hasta el punto de parecer un borracho de amor. Un amor tal puro y verdadero, como obsceno y lujurioso. Ambas facetas, sin duda, yo anhelaba experimentar de nuevo aquella noche. Yo quería ser aquél que rindiera culto y adorara aquél par de piezas de manufactura divina.

- ¿Tienes hambre?- le pregunté cómo quién no quiere la cosa, llena de inocencia en mi voz, sabiendo que no comprendería las segundas intenciones con las que me dirigía a ella ahora. - ¿Mmm? Pues yo sí... Y tú serás mi banquete esta noche.- advertí con sensualidad mientras me detenía en su intimidad por un momento para depositar en ella un efímero beso sobre sus labios menores, echando mano de todo aquél arsenal que había llevado de la cocina.

Estiré completamente el cuerpo de Andrea -a mi merced- y me dediqué a adornar su desnudez con piezas de fruta tales como trozos de plátano o fresas, algunas cerezas y algo más que tampoco recuerdo que dispuse sobre sus senos y el resto de su cuerpo. Para cubrir su entrepierna vertí en ella nata blanca y espumosa que hizo cosquillas a mi víctima, lo que nos arrancó varias carcajadas durante el proceso. Y finalmente sobre sus labios, dispuse unas gotas de chocolate con leche para que al besarme, su sabor inundara mi boca y me colmara de su dulzura.

En cuanto la obra se vio terminara le quité la venda de los ojos, siempre pidiéndole que se moviera en absoluto o todo se vendría abajo. Pese a la oscuridad pude ver cómo su rostro enrojecía y apartaba la mirada de mí, quizás demasiado avergonzada para sostenerla. Así que fingí que me arremangaba y a gatas, empecé mi particular banquete, empezando por sus tobillos, mordisqueando su piel cada vez que comía alguna de aquellas frutas, regalándole un beso tras mi paso, o un lametón o un mordisco. Poco a poco fui ascendiendo por su anatomía, atravesando las fronteras que marcan las rodillas y que llevaban al páramo más enigmático de toda mujer, siempre único e irrepetible, siempre maravilloso. Hundí mi nariz en la nata y alcé el rostro para que Andrea me viera y riera por aquella absurdez de ensuciarme adrede, guiñándole el ojo para así pedirle permiso, como si aquellas tierras no fueran mías aun, como si necesitara su consentimiento para adentrarme a ellas aunque luego tuviera que pagar un tributo por ello. No me importaba. Yo sólo... cerré los ojos, usé dos de mis dedos para abrir las puertas su feminidad y entonces, mi lengua recorrió el vestíbulo de semejante templo celestial, adentrándose poco a poco en él, queriendo degustar hasta el más lejano de sus rincones, el más placentero de los lugares sagrados a los que anhelaba hacer penitencia cada noche de mi vida.
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