AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Gracias a ti y a tus ojos {Ullric Vandor}
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Gracias a ti y a tus ojos {Ullric Vandor}
Los nervios previos al concierto le causaban un cosquilleo en el estómago que no le permitían estarse quieta ni un sólo segundo. Aunque los más fuertes siempre aparecían momentos antes de sentarse al piano —puesto que, una vez que colocaba los dedos sobre las teclas, desaparecían—, varias horas antes ya empezaban a hacer sus pequeños estragos. Su modista estaba en París, así que tuvo que confiarle el trabajo de puesta a punto de su vestido a la modista real, una mujer no especialmente mayor, pero que ya empezaba a peinar canas. Lo más difícil para Liara era comunicarse con toda la gente que trabajaba en el palacio, puesto que no hablar el mismo idioma resultaba extenuante. La forma en la que terminaba haciéndose entender era mediante gestos, pero no siempre conseguía lo que ella pretendía. Por suerte para la joven, la modista en cuestión había pasado un tiempo en Francia trabajando con algunos diseñadores, y todavía recordaba algunas palabras del francés que le salvaron la vida.
Para la pianista supuso un alivio saber que el vestido que llevaría esa noche estaría listo a tiempo, así que dedicó el tiempo que le quedaba a terminar de estudiar las partituras. Siempre tocaba con ellas delante, pero se sentía mucho más segura si las tenía solamente como apoyo. Aprenderse de memoria todas las notas era una tarea que llevaba mucho tiempo de práctica; por eso, y no por otra cosa, Liara pasaba tanto tiempo sentaba en el banco del piano. Siempre quería dar lo mejor de sí, fuera cual fuera el ámbito en el que se estuviera moviendo, y más todavía si estaba recibiendo un sueldo por ello.
Se paseó por la habitación que le había sido destinada, con las partituras firmemente agarradas en una mano y la otra contra su pierna, moviendo los dedos como si estuviera pulsando teclas. Casi ni escuchó que llamaban a la puerta y, cuando la abrió, vio a la modista con su vestido impecable en los brazos. ¡Se había pasado el tiempo volando!
Se vistió con ayuda de la mujer, que no hacía otra cosa que alabar el maravilloso trabajo que había realizado. Cuando terminó se colocó delante del espejo y observó el conjunto que había elegido para aquella ocasión: un vestido de corte sencillo y color gris perla, cuyo corpiño estaba decorado con una tela de gasa bordada con pequeñas flores en tono crema; esa misma tela se alargaba por la parte trasera de la falda, haciendo que por delante se viera de un color plano, mientras que la espalda parecía un jardín de pequeñas flores. Se peinó con un recogido sencillo, decorado tan sólo por una fina tira trenzada con hebras de plata a modo de diadema. Para terminar, se puso sus pendientes de perlas con forma de lágrima, una discreta gargantilla para llenar la zona del escote y un par de gotas de perfume. Echó un último vistazo a su reflejo, respiró hondo y, con las partituras bajo el brazo, salió de su habitación.
El salón donde siempre tocaba no estaba lejos, pero el camino se le hizo eterno. Además, había esperado encontrar la puerta abierta para agilizar el ir y venir de los trabajadores, pero, para su sorpresa, no sólo estaba cerrada a cal y canto, sino que el encargado de vigilarla estaba flirteando con una de las doncellas que empujaba el carrito de las copas. Liara se colocó a una distancia prudente esperando que se diera por aludido, pero parecía que se había vuelto invisible a sus ojos. ¡Sería posible! Carraspeó para llamar su atención y, cuando vio de quién se trataba, su corazón, ya acelerado, estuvo a punto de salírsele por la boca. ¡Era él!
—Debo pasar —dijo, agachando la mirada.
¿Por qué se avergonzaba tanto estando en su presencia? Era un crío que miraba a todas y cada una de las mujeres del palacio. A todas menos a ella. Entró sin hacerle más caso del necesario y caminó hasta el piano. Tenía cosas más importantes en las que pensar en ese momento, y en cuanto empezara a tocar, la música le ayudaría a centrarse en lo verdaderamente importante. Y así fue.
El concierto pasó tan rápido que, para cuando se dio cuenta, el público ya estaba aplaudiendo. Se levantó despacio y habló con todo aquel que se acercó a saludarla, pero, en cuanto tuvo ocasión, buscó a uno de los sirvientes para pedir algo que le refrescara la garganta. Eligió tomar una copa de vino y, mientras se la llevaba a los labios, una mano de hombre pasó pegada a su cuerpo para tomar la copa que quedaba en la bandeja. Liara se giró, un tanto confusa, sólo para comprobar que pertenecía al mismo chico que vigilaba la puerta del salón.
—Disculpa —murmuró.
Volvió a girarse y, sin que él la viera, bebió un trago largo de su copa. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser él?
Para la pianista supuso un alivio saber que el vestido que llevaría esa noche estaría listo a tiempo, así que dedicó el tiempo que le quedaba a terminar de estudiar las partituras. Siempre tocaba con ellas delante, pero se sentía mucho más segura si las tenía solamente como apoyo. Aprenderse de memoria todas las notas era una tarea que llevaba mucho tiempo de práctica; por eso, y no por otra cosa, Liara pasaba tanto tiempo sentaba en el banco del piano. Siempre quería dar lo mejor de sí, fuera cual fuera el ámbito en el que se estuviera moviendo, y más todavía si estaba recibiendo un sueldo por ello.
Se paseó por la habitación que le había sido destinada, con las partituras firmemente agarradas en una mano y la otra contra su pierna, moviendo los dedos como si estuviera pulsando teclas. Casi ni escuchó que llamaban a la puerta y, cuando la abrió, vio a la modista con su vestido impecable en los brazos. ¡Se había pasado el tiempo volando!
Se vistió con ayuda de la mujer, que no hacía otra cosa que alabar el maravilloso trabajo que había realizado. Cuando terminó se colocó delante del espejo y observó el conjunto que había elegido para aquella ocasión: un vestido de corte sencillo y color gris perla, cuyo corpiño estaba decorado con una tela de gasa bordada con pequeñas flores en tono crema; esa misma tela se alargaba por la parte trasera de la falda, haciendo que por delante se viera de un color plano, mientras que la espalda parecía un jardín de pequeñas flores. Se peinó con un recogido sencillo, decorado tan sólo por una fina tira trenzada con hebras de plata a modo de diadema. Para terminar, se puso sus pendientes de perlas con forma de lágrima, una discreta gargantilla para llenar la zona del escote y un par de gotas de perfume. Echó un último vistazo a su reflejo, respiró hondo y, con las partituras bajo el brazo, salió de su habitación.
El salón donde siempre tocaba no estaba lejos, pero el camino se le hizo eterno. Además, había esperado encontrar la puerta abierta para agilizar el ir y venir de los trabajadores, pero, para su sorpresa, no sólo estaba cerrada a cal y canto, sino que el encargado de vigilarla estaba flirteando con una de las doncellas que empujaba el carrito de las copas. Liara se colocó a una distancia prudente esperando que se diera por aludido, pero parecía que se había vuelto invisible a sus ojos. ¡Sería posible! Carraspeó para llamar su atención y, cuando vio de quién se trataba, su corazón, ya acelerado, estuvo a punto de salírsele por la boca. ¡Era él!
—Debo pasar —dijo, agachando la mirada.
¿Por qué se avergonzaba tanto estando en su presencia? Era un crío que miraba a todas y cada una de las mujeres del palacio. A todas menos a ella. Entró sin hacerle más caso del necesario y caminó hasta el piano. Tenía cosas más importantes en las que pensar en ese momento, y en cuanto empezara a tocar, la música le ayudaría a centrarse en lo verdaderamente importante. Y así fue.
El concierto pasó tan rápido que, para cuando se dio cuenta, el público ya estaba aplaudiendo. Se levantó despacio y habló con todo aquel que se acercó a saludarla, pero, en cuanto tuvo ocasión, buscó a uno de los sirvientes para pedir algo que le refrescara la garganta. Eligió tomar una copa de vino y, mientras se la llevaba a los labios, una mano de hombre pasó pegada a su cuerpo para tomar la copa que quedaba en la bandeja. Liara se giró, un tanto confusa, sólo para comprobar que pertenecía al mismo chico que vigilaba la puerta del salón.
—Disculpa —murmuró.
Volvió a girarse y, sin que él la viera, bebió un trago largo de su copa. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser él?
Última edición por Liara Eblan el Dom Mar 11, 2018 8:57 am, editado 1 vez
Liara Eblan1- Humano Clase Media
- Mensajes : 67
Fecha de inscripción : 11/10/2016
Re: Gracias a ti y a tus ojos {Ullric Vandor}
Nadie allí se burlaba de Ullric. Pese a haber obtenido su rango militar de manera inusual y ser efectivamente un capitán del ejercito neerlandés, sus tareas no estaban a la altura de su título y aunque todos lo respetaban –porque se había ganado la capitanía salvando vidas de compañeros- a él sí que le pesaba. Si pudiera elegir preferiría estar en lugares de conflicto, probando su valía y no en el palacio como simple custodio. Ah, si fuese custodio de los Reyes otra sería la cosa, pero lo cierto era que solo los había visto de lejos y contadas veces. Su misión, la que sin dudas no era consecuente con su rango, era cuidar de la pianista extranjera, esa que deleitaba a la reina.
Se turnaba con Udo, un hombre que había vivido para la custodia del palacio toda su vida. Conocía como nadie el lugar y a las personas que allí vivían. Siempre era un gusto hablar con él, de hecho solían quedarse hablando en el cambio de guardia, a veces hasta dos horas. Sí, Udo era lo único bueno de aquello… Igualmente sacaba provecho de las bonanzas de la tarea, sabía que muchos lo envidiaban por el lugar que ocupaba, aunque a su vez él envidiase a varios por estar justo donde él había soñado siempre. Aún así, Ullric sabía que eso era temporal. La pianista no iba a quedarse para siempre, así como sus superiores no tendrían para siempre a un capitán haciendo de sirviente en el palacio (porque esa era la realidad, no importaba qué otro título quisieran ponerle). Paciencia. De todo podía aprender.
La vida de la señorita Eblan era por demás tranquila. Y esa era otra de las cosas que le incomodaban demasiado, porque si al menos fuese una mujer que se metiese en problemas, si le demostrara que lo necesitaba de verdad, haciéndole sentir que su presencia en torno a ella era útil, todo sería distinto para él y hasta podría disfrutar de sus conciertos o de acompañarla a dar algún paseo. Pero Eblan era bastante aburrida, no salía a ningún lugar, ni siquiera paseaba por los jardines, solo practicaba al piano y se hacía pruebas de vestidos. A veces Ullric quería hablarle, sacarle algún tema de conversación trivial, pero ella parecía tan seria que temía incomodarla. Le gustaría saber si se mostraba más amable cuando era Udo quien la cuidaba, pero nunca había pensado en preguntárselo al viejo guardia.
Esa noche no le entregó el turno a su compañero temprano, sino que decidió quedarse él vigilando hasta que finalizase la presentación. La señorita Eblan estaba tardando especialmente en aprontarse, tanto que Ullric creyó que podía deberse a los nervios por la presentación. Quiso llamar a su puerta, hasta que Marie –una de las camareras- lo llamó desde la otra punta del corredor. Ah, qué mujer. Lo tenía loco y la desgraciada lo sabía bien. Disfrutaba de seducirlo para luego darle negativas, y ahí estaba Ullric Vandor que no aprendía e iba una y otra vez a ella, como si fuese una ola que no puede dejar de visitar la orilla.
La voz de la pianista lo tomó por sorpresa y ambos, la camarera y él, se despegaron como si los hubiese encontrado en pleno coito. Es que sabían bien que deberían estar en sus puestos y ella, aunque no tenía específicamente poder sobre ellos, sí era la pianista personal de la reina, no querían que les tomase mala idea.
-Lo siento. ¿Tiene todo? ¿Puedo ayudarle en algo, señorita Eblan? –le preguntó en inglés, por supuesto.
Pero ella pasó de largo sin siquiera mirarlo, como si estuviese furiosa por algo. ¿Qué le ocurría? Ullric la siguió y echó una mirada concienzuda sobre el salón, intentando identificar posibles peligros. Nada, todo estaba en orden.
Permaneció de pie en un rincón y, si bien estaba siempre alerta fijándose que nadie se acercase a la señorita, también se permitió disfrutar de la melodía. A él siempre le había gustado el piano, pero nunca había podido aprender porque su padre sostenía que aquello era solo para señoritas. Tal vez algún día sus dedos acostumbrados a cargar armas pudiesen crear melodía también.
El público rompió en aplausos y a Ullric le hubiera gustado poder aplaudir también, pero no podía. Había demasiados ojos mirando y él debía permanecer en su posición de vigilancia. Observó a la mujer detenidamente, aunque las personas se cruzaban en su campo visual una y otra vez sus ojos no la perdían. No podrían de hecho, era una de las mujeres más elegantes de la noche y sus aretes brillaban de manera delatora revelando siempre su ubicación.
-Ha estado todo tranquilo por aquí, es una mujer muy solitaria, fíjate que no habla con nadie… Hasta me da pena, mírala -Cuando menos lo esperaba Udo llegó a reemplazarlo y Ulrric le dio un parte. –Creo que disfrutaré de mi rango un rato, amigo. Si te quedas tú siguiéndola me tomaré yo una copa.
Lo saludó y se dispuso a buscar algo que beber, luego de que para él acabase una jornada larga y muy aburrida. Sus pasos lo llevaron hacia donde ella estaba y decidió acercarse, no solo para que dejase su penosa soledad –porque a penas se le habían acercado algunos para felicitarla, no mucho más que eso-, sino también para aclararle lo que había visto.
-Quiero felicitarla por el concierto –le dijo, abusando de la maravillosa sonrisa que sabía que tenía-. Oh, no me dé la espalda, por favor –le rogó y bebió de su copa-. Señorita Eblan, quisiera explicarle lo que vio más temprano… En realidad no fue más que una charla entre dos amigos, se lo digo para que no piense mal de nosotros. Sabe que si usted piensa mal y le cuenta a alguien ese mal pensamiento nosotros podríamos meternos en problemas.
Se turnaba con Udo, un hombre que había vivido para la custodia del palacio toda su vida. Conocía como nadie el lugar y a las personas que allí vivían. Siempre era un gusto hablar con él, de hecho solían quedarse hablando en el cambio de guardia, a veces hasta dos horas. Sí, Udo era lo único bueno de aquello… Igualmente sacaba provecho de las bonanzas de la tarea, sabía que muchos lo envidiaban por el lugar que ocupaba, aunque a su vez él envidiase a varios por estar justo donde él había soñado siempre. Aún así, Ullric sabía que eso era temporal. La pianista no iba a quedarse para siempre, así como sus superiores no tendrían para siempre a un capitán haciendo de sirviente en el palacio (porque esa era la realidad, no importaba qué otro título quisieran ponerle). Paciencia. De todo podía aprender.
La vida de la señorita Eblan era por demás tranquila. Y esa era otra de las cosas que le incomodaban demasiado, porque si al menos fuese una mujer que se metiese en problemas, si le demostrara que lo necesitaba de verdad, haciéndole sentir que su presencia en torno a ella era útil, todo sería distinto para él y hasta podría disfrutar de sus conciertos o de acompañarla a dar algún paseo. Pero Eblan era bastante aburrida, no salía a ningún lugar, ni siquiera paseaba por los jardines, solo practicaba al piano y se hacía pruebas de vestidos. A veces Ullric quería hablarle, sacarle algún tema de conversación trivial, pero ella parecía tan seria que temía incomodarla. Le gustaría saber si se mostraba más amable cuando era Udo quien la cuidaba, pero nunca había pensado en preguntárselo al viejo guardia.
Esa noche no le entregó el turno a su compañero temprano, sino que decidió quedarse él vigilando hasta que finalizase la presentación. La señorita Eblan estaba tardando especialmente en aprontarse, tanto que Ullric creyó que podía deberse a los nervios por la presentación. Quiso llamar a su puerta, hasta que Marie –una de las camareras- lo llamó desde la otra punta del corredor. Ah, qué mujer. Lo tenía loco y la desgraciada lo sabía bien. Disfrutaba de seducirlo para luego darle negativas, y ahí estaba Ullric Vandor que no aprendía e iba una y otra vez a ella, como si fuese una ola que no puede dejar de visitar la orilla.
La voz de la pianista lo tomó por sorpresa y ambos, la camarera y él, se despegaron como si los hubiese encontrado en pleno coito. Es que sabían bien que deberían estar en sus puestos y ella, aunque no tenía específicamente poder sobre ellos, sí era la pianista personal de la reina, no querían que les tomase mala idea.
-Lo siento. ¿Tiene todo? ¿Puedo ayudarle en algo, señorita Eblan? –le preguntó en inglés, por supuesto.
Pero ella pasó de largo sin siquiera mirarlo, como si estuviese furiosa por algo. ¿Qué le ocurría? Ullric la siguió y echó una mirada concienzuda sobre el salón, intentando identificar posibles peligros. Nada, todo estaba en orden.
Permaneció de pie en un rincón y, si bien estaba siempre alerta fijándose que nadie se acercase a la señorita, también se permitió disfrutar de la melodía. A él siempre le había gustado el piano, pero nunca había podido aprender porque su padre sostenía que aquello era solo para señoritas. Tal vez algún día sus dedos acostumbrados a cargar armas pudiesen crear melodía también.
El público rompió en aplausos y a Ullric le hubiera gustado poder aplaudir también, pero no podía. Había demasiados ojos mirando y él debía permanecer en su posición de vigilancia. Observó a la mujer detenidamente, aunque las personas se cruzaban en su campo visual una y otra vez sus ojos no la perdían. No podrían de hecho, era una de las mujeres más elegantes de la noche y sus aretes brillaban de manera delatora revelando siempre su ubicación.
-Ha estado todo tranquilo por aquí, es una mujer muy solitaria, fíjate que no habla con nadie… Hasta me da pena, mírala -Cuando menos lo esperaba Udo llegó a reemplazarlo y Ulrric le dio un parte. –Creo que disfrutaré de mi rango un rato, amigo. Si te quedas tú siguiéndola me tomaré yo una copa.
Lo saludó y se dispuso a buscar algo que beber, luego de que para él acabase una jornada larga y muy aburrida. Sus pasos lo llevaron hacia donde ella estaba y decidió acercarse, no solo para que dejase su penosa soledad –porque a penas se le habían acercado algunos para felicitarla, no mucho más que eso-, sino también para aclararle lo que había visto.
-Quiero felicitarla por el concierto –le dijo, abusando de la maravillosa sonrisa que sabía que tenía-. Oh, no me dé la espalda, por favor –le rogó y bebió de su copa-. Señorita Eblan, quisiera explicarle lo que vio más temprano… En realidad no fue más que una charla entre dos amigos, se lo digo para que no piense mal de nosotros. Sabe que si usted piensa mal y le cuenta a alguien ese mal pensamiento nosotros podríamos meternos en problemas.
Ullric Vandor- Humano Clase Media
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 16/12/2017
Re: Gracias a ti y a tus ojos {Ullric Vandor}
¿Por qué no tomaba la copa y se marchaba de allí? Liara no deseaba hablar con él, ni mirarlo, ni compartir esa noche de fiesta a su lado. Tampoco quería darse la vuelta, como él le había pedido, pero se armó de valor y se giró sobre la punta de sus pies, con la copa en la mano. Jugueteó con ella mientras escuchaba sus explicaciones —mismas que ni le interesaban, ni había pedido— y dio un trago antes de contestar.
—Me alegro de que le haya gustado —dijo sin un ápice de entusiasmo, bajando la mirada un momento al líquido que quedaba en su copa—. Sobre lo otro, capitán, lo que usted haga con su vida no es asunto mío.
Intentó mantenerse digna y seria ante él, pero esa sonrisa que le había dedicado —plenamente consciente de lo que estaba haciendo, por supuesto— la dejó completamente indefensa. Tuvo que desviar los ojos y fingir que admiraba la fiesta en un gesto nada creíble, dado que nadie allí le hacía el menor caso. Qué irónica podía ser la vida, que el único que se había acercado a hablar con ella era el mismo que Liara quería mantener lejos. Aquello estaba lleno de personas interesantes con las que entablar una conversación, pero se sentía incapaz de hacerlo por el simple hecho de que no hablaba el idioma. Había conseguido aprender algunas palabras, pero eran sólo las básicas para saludar y dar las gracias. Estar allí le recordaba a sus primeros meses en París, cuando su hermano y ella llegaron sin saber absolutamente nada de francés. Por suerte, tenían a su tío, que conocía la ciudad y el idioma y que, como tutor, se encargó de enseñarles todo lo que pudo. Por aquel entonces, Liara tenía cuatro o cinco años, así que no le costó comenzar a hablarlo, pero la horrible sensación de sentirse incomunicada no la había olvidado.
Respiró hondo y volvió a mirarlo.
—Lo cierto es que no sé por qué ha venido a contarme todo esto —dijo—, como tampoco sé por qué debería pensar mal de lo que estaban haciendo ahí fuera —mintió, puesto que era algo bastante evidente—. Sus excusas sólo consiguen ponerlo en evidencia, capitán.
Apuró lo que le quedaba en la copa y la dejó en una mesita cercana. Ya había tenido suficiente fiesta por esa noche, así que se despediría de aquellos de los que considerara que debía hacerlo y volvería a su habitación. De todas formas, poco más podía hacer ahí ya. Le dedicó una última mirada al joven y se dio la vuelta, con la intención de marcharse de allí. No había dado ni dos pasos cuando volvió a girarse, recorrió la distancia que los separaba y se colocó frente a él.
—Puede estar tranquilo, no diré nada de sus charlas entre amigos —dijo, no excesivamente alto debido a la cercanía entre ambos—. De todas formas, le diré que, así como yo lo he visto, otros ojos pueden haberlo hecho también. Sé que le he dicho que su vida privada no me interesa en absoluto, y es cierto, pero, si me admite un consejo, le recomiendo que no juegue con fuego en sus horas de trabajo.
Y sin más dilación, volvió a darse la vuelta y se marchó. Salió del salón con paso firme, después de tener que esquivar el carrito de Marie, la camarera con la que había estado flirteando el capitán Vandor cuando ella los había interrumpido. La joven le dedicó una sonrisa amigable a Liara, pero ésta la ignoró y pasó de largo.
La chimenea de su cuarto estaba encendida y todas las ventanas cerradas, así que la habitación se había convertido en un horrible horno que le impedía respirar con normalidad. Se acercó a la terraza y abrió las puertas, respirando hondo cuando el aire fresco del exterior le rozó la piel del rostro. Miró el cielo de la noche, donde una luna casi completa alumbraba todo bajo ella. Cuando era pequeña, le gustaba mucho pasar horas observándola desde su ventana, pero ya no; la luna sólo le traía malos recuerdos, así que se alejó de la puerta y se sentó en el pequeño sofá doble que había frente a la cama.
Ya se había acomodado con un libro sobre el regazo cuando alguien tocó su puerta. Liara se levantó de mala gana —pensando en que no iba a comprender una palabra de lo que fuera que le iban a decir—, la abrió y, para su sorpresa, se encontró con el capitán Vandor al otro lado.
—¿Qué hace aquí? Ya le he dicho que no diré nada, no soy ninguna metomentodo.
¿Acaso había hombre en la tierra más insistente que él? Lo dudaba, y mucho.
—Me alegro de que le haya gustado —dijo sin un ápice de entusiasmo, bajando la mirada un momento al líquido que quedaba en su copa—. Sobre lo otro, capitán, lo que usted haga con su vida no es asunto mío.
Intentó mantenerse digna y seria ante él, pero esa sonrisa que le había dedicado —plenamente consciente de lo que estaba haciendo, por supuesto— la dejó completamente indefensa. Tuvo que desviar los ojos y fingir que admiraba la fiesta en un gesto nada creíble, dado que nadie allí le hacía el menor caso. Qué irónica podía ser la vida, que el único que se había acercado a hablar con ella era el mismo que Liara quería mantener lejos. Aquello estaba lleno de personas interesantes con las que entablar una conversación, pero se sentía incapaz de hacerlo por el simple hecho de que no hablaba el idioma. Había conseguido aprender algunas palabras, pero eran sólo las básicas para saludar y dar las gracias. Estar allí le recordaba a sus primeros meses en París, cuando su hermano y ella llegaron sin saber absolutamente nada de francés. Por suerte, tenían a su tío, que conocía la ciudad y el idioma y que, como tutor, se encargó de enseñarles todo lo que pudo. Por aquel entonces, Liara tenía cuatro o cinco años, así que no le costó comenzar a hablarlo, pero la horrible sensación de sentirse incomunicada no la había olvidado.
Respiró hondo y volvió a mirarlo.
—Lo cierto es que no sé por qué ha venido a contarme todo esto —dijo—, como tampoco sé por qué debería pensar mal de lo que estaban haciendo ahí fuera —mintió, puesto que era algo bastante evidente—. Sus excusas sólo consiguen ponerlo en evidencia, capitán.
Apuró lo que le quedaba en la copa y la dejó en una mesita cercana. Ya había tenido suficiente fiesta por esa noche, así que se despediría de aquellos de los que considerara que debía hacerlo y volvería a su habitación. De todas formas, poco más podía hacer ahí ya. Le dedicó una última mirada al joven y se dio la vuelta, con la intención de marcharse de allí. No había dado ni dos pasos cuando volvió a girarse, recorrió la distancia que los separaba y se colocó frente a él.
—Puede estar tranquilo, no diré nada de sus charlas entre amigos —dijo, no excesivamente alto debido a la cercanía entre ambos—. De todas formas, le diré que, así como yo lo he visto, otros ojos pueden haberlo hecho también. Sé que le he dicho que su vida privada no me interesa en absoluto, y es cierto, pero, si me admite un consejo, le recomiendo que no juegue con fuego en sus horas de trabajo.
Y sin más dilación, volvió a darse la vuelta y se marchó. Salió del salón con paso firme, después de tener que esquivar el carrito de Marie, la camarera con la que había estado flirteando el capitán Vandor cuando ella los había interrumpido. La joven le dedicó una sonrisa amigable a Liara, pero ésta la ignoró y pasó de largo.
La chimenea de su cuarto estaba encendida y todas las ventanas cerradas, así que la habitación se había convertido en un horrible horno que le impedía respirar con normalidad. Se acercó a la terraza y abrió las puertas, respirando hondo cuando el aire fresco del exterior le rozó la piel del rostro. Miró el cielo de la noche, donde una luna casi completa alumbraba todo bajo ella. Cuando era pequeña, le gustaba mucho pasar horas observándola desde su ventana, pero ya no; la luna sólo le traía malos recuerdos, así que se alejó de la puerta y se sentó en el pequeño sofá doble que había frente a la cama.
Ya se había acomodado con un libro sobre el regazo cuando alguien tocó su puerta. Liara se levantó de mala gana —pensando en que no iba a comprender una palabra de lo que fuera que le iban a decir—, la abrió y, para su sorpresa, se encontró con el capitán Vandor al otro lado.
—¿Qué hace aquí? Ya le he dicho que no diré nada, no soy ninguna metomentodo.
¿Acaso había hombre en la tierra más insistente que él? Lo dudaba, y mucho.
Liara Eblan1- Humano Clase Media
- Mensajes : 67
Fecha de inscripción : 11/10/2016
Re: Gracias a ti y a tus ojos {Ullric Vandor}
Ullric jamás se daba por vencido. Nunca había podido acertar si eso era una virtud o un defecto, pero la tenacidad era un rasgo característico de él que no desistía cuando quería alcanzar algo. ¿Y qué quería alcanzar en esos momentos? Pues, la mirada amable de la señorita Eblan… eso y que no lo acusase con sus superiores. Además gustaba de vivir al límite, por lo que lamentaba no poder seguir el consejo de la pianista, jugar con fuego era lo que hacía que el día a día quebrase su monotonía. No desperdiciaría aquella noche, no dormiría hasta que Liara Eblan sonriese para él.
Verla marcharse, con aires de superioridad según su apreciación, con Udo por detrás no amilanó a Vandor, por el contrario, observar la delicadeza con la que la mujer se le escapaba le inspiró para idear un plan cuyo objetivo era ganarse el favor y la simpatía de la pianista. Cosa difícil de conseguir, siendo que nunca la había visto disfrutar de nada que no fuesen sus conciertos.
-Marie, preciosa –le dijo a la camarera cuando se acercó a ella-. Consígueme el mejor champagne –le sonrió, seductor, y agregó-: para dos.
Suponía que no le sería nada difícil, hacerse con una botella y dos copas, después de todo eso era parte de su trabajo que consistía en servir a los convidados y asegurarse de que sus copas estuvieran siempre llenas. Lo confirmó tras unos minutos de espera, luego de los cuales se reunió con ella en uno de los pasillos que conectaban el gran salón de eventos con las escaleras que bajaban hacia la cocina y demás áreas dominadas por el servicio. Marie traía lo que él le había pedido.
-Eres la mujer perfecta –rió y le depositó un beso en la sien-. ¿Cómo haces para conseguirlo todo?
Lo que más le gustaba de ella era que no reclamase explicaciones de ningún tipo. Se limitaba a intentar complacerlo en todo sin pedir a cambio que Ullric le confiase nada. Y sí que lo hacía bien, se esforzaba en ello, prueba era que la botella de champagne estaba fría, en su temperatura ideal, realmente había buscado la mejor.
Ullric se acercó al dormitorio de la señorita Eblan con sigilo, cuidando que nadie lo viese llegarse hasta allí. Saludó a Udo, que se hallaba apostado en la puerta y le explicó que traía un regalo para la mujer. Golpeó la puerta y, en cuanto la muchacha le abrió, Ullric se metió veloz como era y cerró la puerta tras de sí. No había sido invitado, pero pensaba quedarse.
-Disculpe que me presente así, pero es un asunto de suma importancia el que me ha traído aquí... Verá, Marie le envía esto, señorita Eblan. Es un champagne exquisito, no irá a despreciarlo… Venga, bebamos –le pareció que la mujer estaba a punto de quejarse, pero antes de que ella tuviese tiempo de hacerlo él ya estaba descorchando-. ¿Cómo alguien delataría a una muchacha tan atenta como Marie? No me imagino –mencionó mientras servía las copas sobre una de las mesillas de madera laqueada-. ¿Por qué brindamos? La respuesta es obvia, brindamos por usted, por la maravillosa y sumamente bella Liara Eblan –dijo y le tendió a ella la bebida mientras sostenía su propia copa-. ¡Salud!
Mientras se llevaba la burbujeante bebida a los labios, Vandor miró su entorno. La chimenea encendida, el libro sobre el sofá… al parecer en eso consistían las apasionantes noches de la pianista. Suspiró porque le aburría solo imaginarlo.
-Ah, que brisa más fresca entra por los ventanales –dijo, como para hablar de algo que no fuese literatura o leños ardiendo-, ha sido gran idea esa de dejar entrar el fresco, a varios de los que están en el salón les vendría bien un poco de aire. ¿Vamos? No se asuste, no le propongo volver a la reunión. Le pido que me acompañe afuera a tomar aire fresco. –Otra de sus sonrisas amplias… Tomó la botella y se dirigió, confiado, hacia la terraza-. Dígame la verdad, ¿no se aburre aquí? Siempre sola, siempre en silencio… Debería salir un poco más.
Ese inusual encuentro –propiciado completamente por Ullric-, y la charla que comenzaban, no solo se debía a su personalidad de por sí extrovertida y afable, lo cierto era que lo mejor que podía hacer el capitán Vandor en esos momentos era dejar de beber.
Ullric Vandor- Humano Clase Media
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Re: Gracias a ti y a tus ojos {Ullric Vandor}
Liara no era ninguna metomentodo, en absoluto, pero parecía que a Ullric Vandor eso le traía sin cuidado. La joven poco pudo hacer para evitar que el capitán del ejército neerlandés se colara en su habitación, nada menos que con una botella de champán y dos copas.
—¿Marie? —preguntó, acercándose a él con la intención de quitarle la botella de las manos—. No sé quién es Marie, así que agradézcaselo de mi parte, pero no…
Demasiado tarde. El sonido hueco al descorchar la botella resonó en toda la habitación, seguido del de la espuma que ya caía en ambas copas. Liara se llevó una mano a la frente y se apretó las sienes con los dedos pulgar y corazón. El capitán le ofreció uno de los vasos, pero ella no lo aceptó de inmediato. Miró las burbujas ascender por el líquido amarillento y después elevó los ojos hasta él. ¿Por qué no borraba esa sonrisa que le nublaba el juicio? Su mente le pedía que lo sacara de allí a patadas, pero su cuerpo, movido por algún impulso inconsciente, aceptó la copa que le tendía y le dio un trago. Ya estaba hecho, había aceptado su regalo y no podía echarse atrás.
—Es mi habitación, no la suya, capitán —le recordó—. Debería esperar a que fuera yo la que lo invitara a entrar y salir.
Ignorando sus propias palabras, que parecían tan sabias, salió tras el joven a tomar el aire fresco de la noche. ¡Pobre Liara, tan hipnotizada por el embrujo del bueno de Ullric! Se estaba dejando llevar, demasiado para lo que era ella, pero daba igual. Había sido una noche larga, como todas en las que tenía que tocar, y desde que llegó había tenido tantas oportunidades de cruzar unas palabras con alguien como de alcanzar la luna con las manos. Que el capitán fuera capaz de hablar con ella le suponía un alivio, aunque no lo quisiera ver, porque el silencio y la soledad la estaban matando poco a poco.
Dio otro sorbo a la bebida, que ya le había empezado a hacer efecto —por la falta de costumbre cuando se trataba de consumir bebidas alcohólicas y su estómago vacío, que no perdonaba—, pero ella no se daba cuenta. Su lengua se fue soltando sin remedio, quizá también por culpa de la del capitán, que la instaba a hacer uso de ella.
—¿Tanto tiempo pasa vigilándome que sabe perfectamente cuántos minutos al día estoy a solas y en silencio? —preguntó, acortando la distancia que quedaba con la barandilla de piedra para disfrutar de las vistas.
Desde ahí se veía el jardín, de estilo francés, iluminado por unas velas que proyectaban su luz desde dentro de unos farolillos de fino cristal. Era una finca inmensa repleta de caminos empedrados perfilados por arbustos de hoja perenne y recortados a la perfección. Todo un acierto, puesto que ni siquiera en invierno el lugar perdía esa sensación acogedora cuando se paseaba por allí. Los árboles que había estaban colocados de manera estratégica y podados para la ocasión. En aquel jardín nada se dejaba al azar.
—¿Y si le dijera que no me aburro? ¿Se lo creería? —Lo miró fijamente unos segundos antes de contestarse a sí misma—. No, me parece que no. —Se rió—. Usted no es de esos que se creen las cosas a la primera de cambio, ¿verdad que no? —Dio otro trago, bastante más abundante esta vez—. De todas formas, de nada me serviría salir. No entiendo nada de lo que dicen; no hablo el idioma, y ellos no hacen el mínimo esfuerzo por hacerse entender. Ya tengo problemas para comunicarme aquí dentro, así que no quiero pensar qué sería tener que moverme por la ciudad. Es posible que salga y no sea capaz de volver. —Apoyó la espalda en la barandilla, ligeramente girada hacia él—. No es fácil escuchar inglés por aquí. ¿Dónde aprendió a hablarlo?
Otro trago de su copa, que comenzaba a vaciarse peligrosamente. Liara, Liara… cuánto bien harías dejando de beber.
—¿Marie? —preguntó, acercándose a él con la intención de quitarle la botella de las manos—. No sé quién es Marie, así que agradézcaselo de mi parte, pero no…
Demasiado tarde. El sonido hueco al descorchar la botella resonó en toda la habitación, seguido del de la espuma que ya caía en ambas copas. Liara se llevó una mano a la frente y se apretó las sienes con los dedos pulgar y corazón. El capitán le ofreció uno de los vasos, pero ella no lo aceptó de inmediato. Miró las burbujas ascender por el líquido amarillento y después elevó los ojos hasta él. ¿Por qué no borraba esa sonrisa que le nublaba el juicio? Su mente le pedía que lo sacara de allí a patadas, pero su cuerpo, movido por algún impulso inconsciente, aceptó la copa que le tendía y le dio un trago. Ya estaba hecho, había aceptado su regalo y no podía echarse atrás.
—Es mi habitación, no la suya, capitán —le recordó—. Debería esperar a que fuera yo la que lo invitara a entrar y salir.
Ignorando sus propias palabras, que parecían tan sabias, salió tras el joven a tomar el aire fresco de la noche. ¡Pobre Liara, tan hipnotizada por el embrujo del bueno de Ullric! Se estaba dejando llevar, demasiado para lo que era ella, pero daba igual. Había sido una noche larga, como todas en las que tenía que tocar, y desde que llegó había tenido tantas oportunidades de cruzar unas palabras con alguien como de alcanzar la luna con las manos. Que el capitán fuera capaz de hablar con ella le suponía un alivio, aunque no lo quisiera ver, porque el silencio y la soledad la estaban matando poco a poco.
Dio otro sorbo a la bebida, que ya le había empezado a hacer efecto —por la falta de costumbre cuando se trataba de consumir bebidas alcohólicas y su estómago vacío, que no perdonaba—, pero ella no se daba cuenta. Su lengua se fue soltando sin remedio, quizá también por culpa de la del capitán, que la instaba a hacer uso de ella.
—¿Tanto tiempo pasa vigilándome que sabe perfectamente cuántos minutos al día estoy a solas y en silencio? —preguntó, acortando la distancia que quedaba con la barandilla de piedra para disfrutar de las vistas.
Desde ahí se veía el jardín, de estilo francés, iluminado por unas velas que proyectaban su luz desde dentro de unos farolillos de fino cristal. Era una finca inmensa repleta de caminos empedrados perfilados por arbustos de hoja perenne y recortados a la perfección. Todo un acierto, puesto que ni siquiera en invierno el lugar perdía esa sensación acogedora cuando se paseaba por allí. Los árboles que había estaban colocados de manera estratégica y podados para la ocasión. En aquel jardín nada se dejaba al azar.
—¿Y si le dijera que no me aburro? ¿Se lo creería? —Lo miró fijamente unos segundos antes de contestarse a sí misma—. No, me parece que no. —Se rió—. Usted no es de esos que se creen las cosas a la primera de cambio, ¿verdad que no? —Dio otro trago, bastante más abundante esta vez—. De todas formas, de nada me serviría salir. No entiendo nada de lo que dicen; no hablo el idioma, y ellos no hacen el mínimo esfuerzo por hacerse entender. Ya tengo problemas para comunicarme aquí dentro, así que no quiero pensar qué sería tener que moverme por la ciudad. Es posible que salga y no sea capaz de volver. —Apoyó la espalda en la barandilla, ligeramente girada hacia él—. No es fácil escuchar inglés por aquí. ¿Dónde aprendió a hablarlo?
Otro trago de su copa, que comenzaba a vaciarse peligrosamente. Liara, Liara… cuánto bien harías dejando de beber.
Liara Eblan1- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/10/2016
Re: Gracias a ti y a tus ojos {Ullric Vandor}
A pesar de las palabras de la señorita Eblan, Vandor avanzó convencido de que su plan estaba saliendo perfectamente, que ella se sentía a gusto allí y que de ahora en adelante cambiaría su trato seco por uno mucho más cordial para con él. Tal vez estaba siendo demasiado entusiasta, positivo, pero no le parecía así y confiaba en que estaba en lo cierto.
-¡Eso es! ¡Beba, beba y disfrute! –la alentó, al ver que ella comenzaba a vaciar su copa.
Nunca le había parecido hermosa, sí bella, pero no hermosa y radiante como le parecía ahora que la apreciaba de cerca y sin la barrera de ser su guardia de por medio. Ahora reparaba en la forma en la que sus labios estaban apoyados en la copa y en como su boca se abría ligeramente para beber. Ullric Vandor se removió incómodo a causa de una inesperada erección y quitó su mirada de ella, instándose a pensar en el rostro arrugado del bueno de Udo para poder así dominar su cuerpo.
-Claro que la conozco bien, solo con cuidarla ya pude saber mucho de usted señorita Eblan. –Se rió con sinceridad cuando ella le aseguró no aburrirse, porque era obvio que no le creía nada. –La entiendo perfectamente, en su lugar yo tampoco tendría muchas ganas de salir a compartir tiempo con esas personas, pero no me mienta… sabemos ambos que usted se aburre aquí.
Aprovechó para rellenar ambas copas por última vez. No había notado que ya se les había acabado la botella de champagne. ¿Tan pronto? Si a penas comenzaba la charla… Apenado volvió su mente a la conversación.
-Ah, mi madre se empeñaba en que tome clase de idiomas, de arte… ¿Quiere oír un secreto? Mire que es jugoso en verdad –le advirtió y se acercó a ella en modo de confidencia para susurrar a su oído-: Sé bordar y coser.
Estalló en carcajadas. Ullric reía de sí mismo solo al imaginarse que Udo o la mismísima señorita Eblan lo descubrían bordando en sus tiempos libres, medio oculto en algún rincón. Sí que sería una bella imagen imposible de borrar. Estaba por volver a culpar a su madre por aquello cuando la puerta de la habitación sonó. Extrañado, Ullric bebió de su copa hasta acabarla y se dirigió hacia allí:
-¿Marie? –preguntó asombrado al abrir, no la esperaba pero bendecía al cielo por la presencia oportuna de la mujer-. Oh, no sabes cuánto te lo agradezco…
Cerró la puerta tras un intercambio de miradas con Udo -qué no entendía qué ocurría allí adentro y temía estar metiéndose en problemas por culpa de Vandor- y volvió hacia la terraza con una segunda botella de champagne entre las manos, cortesía de Marie.
-¡Mire lo que tenemos aquí! –exclamó contento, y antes que ella pudiera negarse él ya estaba descorchando-. Al parecer es una noche de celebración, señorita.
-¡Eso es! ¡Beba, beba y disfrute! –la alentó, al ver que ella comenzaba a vaciar su copa.
Nunca le había parecido hermosa, sí bella, pero no hermosa y radiante como le parecía ahora que la apreciaba de cerca y sin la barrera de ser su guardia de por medio. Ahora reparaba en la forma en la que sus labios estaban apoyados en la copa y en como su boca se abría ligeramente para beber. Ullric Vandor se removió incómodo a causa de una inesperada erección y quitó su mirada de ella, instándose a pensar en el rostro arrugado del bueno de Udo para poder así dominar su cuerpo.
-Claro que la conozco bien, solo con cuidarla ya pude saber mucho de usted señorita Eblan. –Se rió con sinceridad cuando ella le aseguró no aburrirse, porque era obvio que no le creía nada. –La entiendo perfectamente, en su lugar yo tampoco tendría muchas ganas de salir a compartir tiempo con esas personas, pero no me mienta… sabemos ambos que usted se aburre aquí.
Aprovechó para rellenar ambas copas por última vez. No había notado que ya se les había acabado la botella de champagne. ¿Tan pronto? Si a penas comenzaba la charla… Apenado volvió su mente a la conversación.
-Ah, mi madre se empeñaba en que tome clase de idiomas, de arte… ¿Quiere oír un secreto? Mire que es jugoso en verdad –le advirtió y se acercó a ella en modo de confidencia para susurrar a su oído-: Sé bordar y coser.
Estalló en carcajadas. Ullric reía de sí mismo solo al imaginarse que Udo o la mismísima señorita Eblan lo descubrían bordando en sus tiempos libres, medio oculto en algún rincón. Sí que sería una bella imagen imposible de borrar. Estaba por volver a culpar a su madre por aquello cuando la puerta de la habitación sonó. Extrañado, Ullric bebió de su copa hasta acabarla y se dirigió hacia allí:
-¿Marie? –preguntó asombrado al abrir, no la esperaba pero bendecía al cielo por la presencia oportuna de la mujer-. Oh, no sabes cuánto te lo agradezco…
Cerró la puerta tras un intercambio de miradas con Udo -qué no entendía qué ocurría allí adentro y temía estar metiéndose en problemas por culpa de Vandor- y volvió hacia la terraza con una segunda botella de champagne entre las manos, cortesía de Marie.
-¡Mire lo que tenemos aquí! –exclamó contento, y antes que ella pudiera negarse él ya estaba descorchando-. Al parecer es una noche de celebración, señorita.
Ullric Vandor- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 16/12/2017
Re: Gracias a ti y a tus ojos {Ullric Vandor}
Quizá fuera el momento de relajación después del concierto, o las ganas y la necesidad que tenía Liara de entablar una conversación con alguien, pero dejó que le rellenara la copa más veces de las recomendables. Quizá fuera, simplemente, la labia de la que el capitán Vandor estaba haciendo uso esa noche y a la que la pianista no estaba, para nada, acostumbrada. Liara nunca se había topado con un sujeto como ese que tenía delante; era un maleducado, con todas las letras, que se había colado en su habitación sin ser invitado y nada menos que con una botella de champán que ya se habían terminado. Ullric Vandor era un sinvergüenza, sí, pero había conseguido lo que nadie en los Países Bajos: hacerla reír.
No sabía qué esperar cuando, confidente, se acercó a ella para contarle ese secreto tan bien guardado, pero jamás pensó que se tratara de algo así. ¿De verdad sabía bordar? Ni siquiera ella había sido capaz de aprender, aunque, viviendo con dos hombres en casa, lo raro hubiera sido que lo hiciera. Su madre no llegó a poder enseñarle, y el pobre Keith tenía demasiados frentes abiertos con sus dos sobrinos como para preocuparse de si la joven Liara aprendía lo mismo que el resto de niñas de su edad.
Por eso mismo, porque no se esperaba algo así, rió a carcajadas a la par que él hasta que alguien tocó a la puerta. ¿Estarían haciendo mucho ruido, acaso? Puesto que Ullric fue a abrirla, ella aprovechó y se quedó apoyada en la barandilla con la copa en la mano. Una brisa fresca le azotó el cuello y lo agradeció. El champán era exquisito, pero no estaba acostumbrada a beberlo y le empezaba a pasar factura. Debía dejarlo por esa noche, así que cuando vio que el capitán volvía a la terraza se acercó a él.
—Creo que es suficiente por… Espere, ¿de dónde ha salido esa botella? —La miró con ojos desorbitados al ver que ya la estaba descorchando—. Capitán, le agradezco que dedique su tiempo a estar conmigo, pero me temo que yo ya he bebido bastante por hoy.
Sus súplicas no surtieron efecto alguno, puesto que, mientras ella hablaba, Vandor volvía a llenarle la copa, como si no escuchara nada de lo que le estaba diciendo. Liara se frotó los ojos, resignada, y volvió a la barandilla, donde dio un trago de la copa que dejó, después, sobre la superficie pulida de la piedra. Acto seguido, apoyó sus manos sobre el borde y se dejó caer hacia atrás hasta que la espalda chocó contra la baranda.
—¿De verdad sabe bordar? —preguntó antes de volver a reír—. No se ofenda, no me estoy riendo de usted. Me parece maravilloso que un hombre sepa coser, es sólo que no es habitual —se excusó—. Normalmente, dejan ese tipo de tareas a las mujeres, y los que saben hacerlo, o son sastres o guardan el secreto incluso hasta después de su muerte. —Suspiró—. Debo reconocer que su secreto me ha sorprendido gratamente.
Se giró para tomar la copa y después la alzó, como si estuviera brindando en nombre del capitán Vandor. Bebió hasta casi terminarla y se la acercó a Ullric para que la llenara de nuevo.
—¿Sabe una cosa? No debería estar bebiendo tanto, pero supongo que un día es un día.
Fue a dejarla sobre la barandilla, pero no calculó bien y se quedó demasiado cerca del borde exterior. La copa no pudo mantener el equilibrio y cayó, manchando de champán a los invitados que se encontraban en el jardín que había justo debajo. Una mujer gritó escandalizada y, seguido, un hombre soltó una retahíla de improperios dirigidos a los pisos superiores. Liara se apartó de la barandilla de inmediato y se llevó las manos a la boca. Miró a Ullric de reojo y comenzó a reírse sin emitir sonido alguno.
—Me he quedado sin copa, capitán —susurró—. Me temo que no podré seguir bebiendo con usted.
No sabía qué esperar cuando, confidente, se acercó a ella para contarle ese secreto tan bien guardado, pero jamás pensó que se tratara de algo así. ¿De verdad sabía bordar? Ni siquiera ella había sido capaz de aprender, aunque, viviendo con dos hombres en casa, lo raro hubiera sido que lo hiciera. Su madre no llegó a poder enseñarle, y el pobre Keith tenía demasiados frentes abiertos con sus dos sobrinos como para preocuparse de si la joven Liara aprendía lo mismo que el resto de niñas de su edad.
Por eso mismo, porque no se esperaba algo así, rió a carcajadas a la par que él hasta que alguien tocó a la puerta. ¿Estarían haciendo mucho ruido, acaso? Puesto que Ullric fue a abrirla, ella aprovechó y se quedó apoyada en la barandilla con la copa en la mano. Una brisa fresca le azotó el cuello y lo agradeció. El champán era exquisito, pero no estaba acostumbrada a beberlo y le empezaba a pasar factura. Debía dejarlo por esa noche, así que cuando vio que el capitán volvía a la terraza se acercó a él.
—Creo que es suficiente por… Espere, ¿de dónde ha salido esa botella? —La miró con ojos desorbitados al ver que ya la estaba descorchando—. Capitán, le agradezco que dedique su tiempo a estar conmigo, pero me temo que yo ya he bebido bastante por hoy.
Sus súplicas no surtieron efecto alguno, puesto que, mientras ella hablaba, Vandor volvía a llenarle la copa, como si no escuchara nada de lo que le estaba diciendo. Liara se frotó los ojos, resignada, y volvió a la barandilla, donde dio un trago de la copa que dejó, después, sobre la superficie pulida de la piedra. Acto seguido, apoyó sus manos sobre el borde y se dejó caer hacia atrás hasta que la espalda chocó contra la baranda.
—¿De verdad sabe bordar? —preguntó antes de volver a reír—. No se ofenda, no me estoy riendo de usted. Me parece maravilloso que un hombre sepa coser, es sólo que no es habitual —se excusó—. Normalmente, dejan ese tipo de tareas a las mujeres, y los que saben hacerlo, o son sastres o guardan el secreto incluso hasta después de su muerte. —Suspiró—. Debo reconocer que su secreto me ha sorprendido gratamente.
Se giró para tomar la copa y después la alzó, como si estuviera brindando en nombre del capitán Vandor. Bebió hasta casi terminarla y se la acercó a Ullric para que la llenara de nuevo.
—¿Sabe una cosa? No debería estar bebiendo tanto, pero supongo que un día es un día.
Fue a dejarla sobre la barandilla, pero no calculó bien y se quedó demasiado cerca del borde exterior. La copa no pudo mantener el equilibrio y cayó, manchando de champán a los invitados que se encontraban en el jardín que había justo debajo. Una mujer gritó escandalizada y, seguido, un hombre soltó una retahíla de improperios dirigidos a los pisos superiores. Liara se apartó de la barandilla de inmediato y se llevó las manos a la boca. Miró a Ullric de reojo y comenzó a reírse sin emitir sonido alguno.
—Me he quedado sin copa, capitán —susurró—. Me temo que no podré seguir bebiendo con usted.
Liara Eblan1- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/10/2016
Re: Gracias a ti y a tus ojos {Ullric Vandor}
Ella quería seguir bebiendo y Ullric hasta podría jurar que estaba disfrutando de su compañía, si la miraba detenidamente a los ojos –esos ojos delicados, que no hacían más que abrirse sorprendidos una y otra vez ante lo que compartían esa noche- podía leer esa verdad en ellos. De igual modo no quería hacerle preguntas, por temor a desilusionarse, a que ella le pidiese que se retirara de su dormitorio ya.
-Ah, por eso nunca le conté este secreto mío a ninguna dama bella… porque siempre supe que se reirían de mí, pero con usted no me arrepiento en lo absoluto. Ríase, se lo ruego… tiene una risa hermosa y puedo soportarlo con mucho gusto.
Bebió una vez más y la acompañó hasta el balconcillo de la habitación. Las voces y la música llegaban hasta ellos dándole un marco ideal a la noche que Vandor estaba disfrutando, contra todo pronóstico.
-Todo es culpa de mi madre –le explicó-, ella no tenía con quien pasar sus horas y horas de bordado y por eso acabé yo, su hijo menor, aprendiendo de tanto estar con ella y observarla. La próxima vez que compartamos unas cosas, porque asumo que habrá una próxima vez, le mostraré algunos de mis trabajos… Bordar me ayuda a dormir, lo hago cada noche –le confesó con una media sonrisa que hacía ver aquella declaración como la más sensual, pese a que no lo era-. ¿Que no debería? No piense en eso, se lo ruego, disfrute de la noche… que si no me equivoco mañana no tiene que trabajar y podrá dormir hasta muy tarde.
Ah, las ventajas de ser su cuidador… gracias a eso podía saber Vandor que la ahora afable señorita Eblan podría gozar de un sueño reparador hasta el mediodía si así lo deseaba. Se giró un poco para ver la enorme cama que la contenía y abrigaba noche a noche y otra vez su pantalón sintió las consecuencias de esos pensamientos que solo se distrajeron con la voz de la mujer que parecía proponer un brindis… Bien, al fin lograba ablandarla. Había perdido una enemiga y ganado una compañera de tragos, finos –porque ese champagne no era un lujo que pudiese permitirse para todos los días-, pero compañera al fin.
-¡Oh, no! –exclamó al oír como la copa se hacía añicos en la planta baja. Ullric se asomó y vio que no había dañado a nadie porque había caído justo a la derecha de un grupo de personas que lo miraban escandalizados-. ¡Lo siento mucho, no ocurrirá otra vez! –se disculpó, como si fuese culpable él-. ¡Tengan buena noche!
Se volvió a ella y ya no pudo contener la risa, las carcajadas flojas salían de entre sus labios aunque quería contenerlas. Le tendió su copa para que Liara pudiese seguir bebiendo de ella y se sentó con toda confianza en el helado suelo, apoyando su espalda en la base de la barandilla. No podía dejar de reír:
-Lady Stonehouse quedó despeinada a causa del susto –dijo entre risas-. Su peluca quedó de… costado… -gesticuló para graficar la escena que había atestiguado al asomarse.
Rió hasta que le saltaron lágrimas, no podía mentirse: había bebido muy rápido y con el estómago casi vacío. Necesitaba aire o acabaría peor que Udo en su último cumpleaños y eso era realmente decir mucho al respecto.
-Necesito caminar un poco –dijo, secándose las lágrimas y poniéndose en pie con algo de dificultad-. ¿Me acompañaría a dar un paseo por los jardines, señorita Liara? Creo que a ambos nos hace falta. Ah, pero antes –dijo y tomó la botella-, terminemos esto pues sería un verdadero desperdicio dejarlo calentar.
Sirvió todo el resto de la botella en la única copa que tenían y la instó a beber, esperando que le compartiese la mitad del contenido después de hacerlo.
-Ah, por eso nunca le conté este secreto mío a ninguna dama bella… porque siempre supe que se reirían de mí, pero con usted no me arrepiento en lo absoluto. Ríase, se lo ruego… tiene una risa hermosa y puedo soportarlo con mucho gusto.
Bebió una vez más y la acompañó hasta el balconcillo de la habitación. Las voces y la música llegaban hasta ellos dándole un marco ideal a la noche que Vandor estaba disfrutando, contra todo pronóstico.
-Todo es culpa de mi madre –le explicó-, ella no tenía con quien pasar sus horas y horas de bordado y por eso acabé yo, su hijo menor, aprendiendo de tanto estar con ella y observarla. La próxima vez que compartamos unas cosas, porque asumo que habrá una próxima vez, le mostraré algunos de mis trabajos… Bordar me ayuda a dormir, lo hago cada noche –le confesó con una media sonrisa que hacía ver aquella declaración como la más sensual, pese a que no lo era-. ¿Que no debería? No piense en eso, se lo ruego, disfrute de la noche… que si no me equivoco mañana no tiene que trabajar y podrá dormir hasta muy tarde.
Ah, las ventajas de ser su cuidador… gracias a eso podía saber Vandor que la ahora afable señorita Eblan podría gozar de un sueño reparador hasta el mediodía si así lo deseaba. Se giró un poco para ver la enorme cama que la contenía y abrigaba noche a noche y otra vez su pantalón sintió las consecuencias de esos pensamientos que solo se distrajeron con la voz de la mujer que parecía proponer un brindis… Bien, al fin lograba ablandarla. Había perdido una enemiga y ganado una compañera de tragos, finos –porque ese champagne no era un lujo que pudiese permitirse para todos los días-, pero compañera al fin.
-¡Oh, no! –exclamó al oír como la copa se hacía añicos en la planta baja. Ullric se asomó y vio que no había dañado a nadie porque había caído justo a la derecha de un grupo de personas que lo miraban escandalizados-. ¡Lo siento mucho, no ocurrirá otra vez! –se disculpó, como si fuese culpable él-. ¡Tengan buena noche!
Se volvió a ella y ya no pudo contener la risa, las carcajadas flojas salían de entre sus labios aunque quería contenerlas. Le tendió su copa para que Liara pudiese seguir bebiendo de ella y se sentó con toda confianza en el helado suelo, apoyando su espalda en la base de la barandilla. No podía dejar de reír:
-Lady Stonehouse quedó despeinada a causa del susto –dijo entre risas-. Su peluca quedó de… costado… -gesticuló para graficar la escena que había atestiguado al asomarse.
Rió hasta que le saltaron lágrimas, no podía mentirse: había bebido muy rápido y con el estómago casi vacío. Necesitaba aire o acabaría peor que Udo en su último cumpleaños y eso era realmente decir mucho al respecto.
-Necesito caminar un poco –dijo, secándose las lágrimas y poniéndose en pie con algo de dificultad-. ¿Me acompañaría a dar un paseo por los jardines, señorita Liara? Creo que a ambos nos hace falta. Ah, pero antes –dijo y tomó la botella-, terminemos esto pues sería un verdadero desperdicio dejarlo calentar.
Sirvió todo el resto de la botella en la única copa que tenían y la instó a beber, esperando que le compartiese la mitad del contenido después de hacerlo.
Ullric Vandor- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 16/12/2017
Re: Gracias a ti y a tus ojos {Ullric Vandor}
¿Habría una próxima vez? Cuando Liara había comenzado la noche, en ningún momento imaginó que terminaría compartiéndola con el capitán Vandor. Siempre que lo veía estaba coqueteando con alguna de las sirvientas del palacio, todas chicas jóvenes que le seguían el juego sin pensar demasiado en las consecuencias. A ella, sin embargo, no le hacía ni el menor caso, y Liara tampoco hacía nada para cambiar eso. Se limitaba a saludarlo con educación, pero lo cierto era que se sentía más a gusto cuando el otro hombre era el que estaba de guardia. Cuando se coló en la habitación, la joven no sabía sus intenciones y, conociéndolo, lo único que había deseado era echarlo para quedarse tranquila. Ahora, sin embargo, no estaba segura de querer interrumpir la noche, así que la pregunta volvió a rondar su mente. ¿Habría una próxima vez?
—Me encantaría ver sus trabajos —confesó—, pero creo que será mejor que no haya champán de por medio. Terminarían arruinados, seguro.
Y, como si el destino quisiera corroborar sus palabras, decidió tirar la copa de Liara por el balcón. Él asumió la culpa mientras la joven intentaba, por todos los medios, contener la risa, y la descripción de cómo había quedado la peluca de la señora Stonehouse no le ayudó a lograrlo, en absoluto. Se atragantó con el trago que acababa de beber y tosió para recuperarse. Después, se acercó a Ullric y se agachó a su lado, dejando la copa en el suelo.
—¡Le van a oír! —dijo en voz baja, o eso creía ella, y le tapó la boca con una mano. En realidad, ella tampoco podía dejar de reír—. Le acompañaré, sí. Yo también necesito un poco de aire.
Trastabilló cuando se volvió a poner en pie, pero no llegó a caerse. Aunque no debía beber ni un sorbo más de champán, aceptó la copa que Vandor le ofrecía y le dio un trago antes de entregársela a él para que la terminara.
—Está bien, capitán. Bajemos a los jardines.
Se colocó el vestido y se adecentó el pelo antes de abrir la puerta de su dormitorio. Udo esperaba fuera, y se giró en cuanto escuchó que ambos salían. Liara sonrió y le deseó buenas noches, no sin antes asegurarle que no ocurría nada, que todo estaba bien. El guardia no se lo creyó, obvio, pero, ¿qué más podía hacer? Además, se suponía que estaba con Vandor, cuya tarea también era cuidar de ella —o eso se suponía—.
Intentando mantener una compostura que lejos estaba de tener, Liara comenzó a caminar en dirección a las escaleras que daban al recibidor. Cuanto más pasos daba, más se percataba de que había bebido demasiado; le costaba mucho mantener la dirección, pero parecía que lo estaba consiguiendo. Cuando llegó a la barandilla de la escalera, sin embargo, vio a la señora Stonehouse entrando en el palacio, completamente indignada y con la peluca descolocada. La joven volvió sobre sus pasos, chocando con Ullric al intentar ocultarse de la vista de la mujer. Se llevó el índice a los labios pidiéndole silencio a su nuevo cómplice.
—Lady Stonehouse está abajo, y está furiosa —le avisó antes de asomarse para comprobar la situación—. Se acaba de meter en la habitación de aseo. Vamos, aprovechemos que no nos puede ver.
Sin pensar demasiado en lo que hacía, buscó a tientas la mano del capitán y tiró de él para bajar las escaleras. Con la mano que le quedaba libre, agarró la falda de su vestido y la levantó para no tropezarse al bajar las escaleras. Los primeros escalones no supusieron un reto, pero no estar sujeta a la barandilla empezaba a hacerle perder el equilibrio. Soltó la mano de Ullric y se sujetó antes de dirigirse a él:
—No se tropiece, capitán, o caeremos los dos.
Volvió a contener la risa y siguió descendiendo, despacio e intentando que el resto de asistentes no notaran su embriaguez. Se tropezó un par de veces, pero, por fortuna, el resto estaban en un estado parecido al de ella, así que no llegaron a darse cuenta.
—Me encantaría ver sus trabajos —confesó—, pero creo que será mejor que no haya champán de por medio. Terminarían arruinados, seguro.
Y, como si el destino quisiera corroborar sus palabras, decidió tirar la copa de Liara por el balcón. Él asumió la culpa mientras la joven intentaba, por todos los medios, contener la risa, y la descripción de cómo había quedado la peluca de la señora Stonehouse no le ayudó a lograrlo, en absoluto. Se atragantó con el trago que acababa de beber y tosió para recuperarse. Después, se acercó a Ullric y se agachó a su lado, dejando la copa en el suelo.
—¡Le van a oír! —dijo en voz baja, o eso creía ella, y le tapó la boca con una mano. En realidad, ella tampoco podía dejar de reír—. Le acompañaré, sí. Yo también necesito un poco de aire.
Trastabilló cuando se volvió a poner en pie, pero no llegó a caerse. Aunque no debía beber ni un sorbo más de champán, aceptó la copa que Vandor le ofrecía y le dio un trago antes de entregársela a él para que la terminara.
—Está bien, capitán. Bajemos a los jardines.
Se colocó el vestido y se adecentó el pelo antes de abrir la puerta de su dormitorio. Udo esperaba fuera, y se giró en cuanto escuchó que ambos salían. Liara sonrió y le deseó buenas noches, no sin antes asegurarle que no ocurría nada, que todo estaba bien. El guardia no se lo creyó, obvio, pero, ¿qué más podía hacer? Además, se suponía que estaba con Vandor, cuya tarea también era cuidar de ella —o eso se suponía—.
Intentando mantener una compostura que lejos estaba de tener, Liara comenzó a caminar en dirección a las escaleras que daban al recibidor. Cuanto más pasos daba, más se percataba de que había bebido demasiado; le costaba mucho mantener la dirección, pero parecía que lo estaba consiguiendo. Cuando llegó a la barandilla de la escalera, sin embargo, vio a la señora Stonehouse entrando en el palacio, completamente indignada y con la peluca descolocada. La joven volvió sobre sus pasos, chocando con Ullric al intentar ocultarse de la vista de la mujer. Se llevó el índice a los labios pidiéndole silencio a su nuevo cómplice.
—Lady Stonehouse está abajo, y está furiosa —le avisó antes de asomarse para comprobar la situación—. Se acaba de meter en la habitación de aseo. Vamos, aprovechemos que no nos puede ver.
Sin pensar demasiado en lo que hacía, buscó a tientas la mano del capitán y tiró de él para bajar las escaleras. Con la mano que le quedaba libre, agarró la falda de su vestido y la levantó para no tropezarse al bajar las escaleras. Los primeros escalones no supusieron un reto, pero no estar sujeta a la barandilla empezaba a hacerle perder el equilibrio. Soltó la mano de Ullric y se sujetó antes de dirigirse a él:
—No se tropiece, capitán, o caeremos los dos.
Volvió a contener la risa y siguió descendiendo, despacio e intentando que el resto de asistentes no notaran su embriaguez. Se tropezó un par de veces, pero, por fortuna, el resto estaban en un estado parecido al de ella, así que no llegaron a darse cuenta.
Liara Eblan1- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/10/2016
Re: Gracias a ti y a tus ojos {Ullric Vandor}
Vandor extendió su brazo por detrás de la señorita Eblan, pero no la tocó. Quería asegurarse de que no caería por las escaleras, después de todo si ella estaba así –alegre, pero inestable- era gracias a él y a sus ideas… pero Ullric Vandor no se arrepentía, estaba disfrutando la compañía, se encontraba conociendo a una mujer completamente diferente a la Liara Eblan que había custodiado durante tanto tiempo.
Le gustó la creciente complicidad que ella le demostraba, que se haya vuelto hacia él con la noticia de la mujer disgustada, con la idea de aprovechar el momento y con el impulso de tomarle la mano… le gustaba, sí, estaba descubriendo en esos momentos que estar con ella era un placer y que ya no necesitaba entretenerla para borrar toda idea de denunciarlo de su mente, sino que se quedaba con ella porque apreciaba la compañía, él quería hacerlo.
-Vamos, vamos –apremió cuando ella tiró de su mano para descender juntos, al final ella necesitó sostenerse pero él bajó más de prisa, saludó con cortesía a dos muchachas que subieron, pasando junto a Liara, y a un matrimonio ya mayor que ni siquiera lo miró. Vandor llegó a la puerta vidriada para poder asomarse y constatar que el camino estaba despejado-. No hay nadie a la vista, podemos salir sin temor a que nos vean haciendo el ridículo –anunció y cuando ella llegó al último peldaño le ofreció su mano como sostén para así irse juntos.
La noche estaba preciosa, Vandor cerró los ojos y se llenó los pulmones acabando con un suspiro. Que gran idea había sido aquella, toda entera y eso incluía las botellas de champagne, la charla y el paseo inminente. Caminó hasta el sendero que conducía a los jardines pequeños, las farolas estaban encendidas y el perfume de las velas se mezclaba con el aroma natural de las flores y la tierra.
-Ya noto lo bien que me ha sentado el aire libre –le comentó con una sonrisa. Deseaba que esa complicidad no se desvaneciera con el amanecer, no podía imaginarse volviendo al trato frío y reglamentario-. ¿Por qué no nos sentamos allí? –le señaló una banca de mármol bajo un árbol frondoso, le parecía que el entorno sería relajado y, en consecuencia, íntimo.
Definitivamente al capitán Vandor le resultaría muy difícil volver al trato cotidiano, pero tendría que hacerlo porque era su deber, la misión que le habían encomendado y, aunque no le había gustado no ser llamado a filas de combate, ya estaba acostumbrado a seguir de cerca a la señorita Eblan, esa bella mujer, maravillosa y que ahora descubría como alegre.
-Es usted maravillosa –le dijo, sin poder contener el halago- y muy hermosa. ¿Se lo dicen a menudo? –Él sabía que no pues ella casi no interactuaba con otras personas, mucho menos con hombres a su nivel que pudiesen cortejarla. Se extralimitaba y lo sabia también, pero no podía dejar de hablar. –Quiero decírselo yo: Señorita Eblan, es usted muy hermosa. No me había dado cuenta del brillo en sus ojos cuando sonríe, tal vez porque no me había dedicado antes sus sonrisas.
Hablar de su sonrisa le hizo pensar en sus labios y rodar la mirada a ellos. Lentamente se acercó en el banco que compartían y se preguntó si esa boca rosada tendría todavía el sabor refinado del champagne. Querría comprobarlo, pero no estaba tan loco… ¿o si?
-Sonría para mí, señorita Eblan –le pidió, pero luego bajó la voz y se acercó todavía más a ella, con seguridad avanzó sobre sus manos y las sostuvo entre las suyas-: Sonríe para mí, Liara. Eres aun más bella que la mismísima reina cuando sonríes.
Si Liara concedió su deseo Vandor no llegó a verlo, su boca no pudo evitar llegarse a la de ella y el loco de Ullric Vandor hizo lo que nunca había imaginado que haría, besó a la pianista personal de la reina. Ella parecía odiarlo esa misma mañana, pero ahora estaban allí, bajo ese árbol, envueltos en el ambiente tibio que creaban las farolas, y muy juntos. Oh, Liara… Sus labios eran suaves, cálidos y sí, sabían a champagne.
Le gustó la creciente complicidad que ella le demostraba, que se haya vuelto hacia él con la noticia de la mujer disgustada, con la idea de aprovechar el momento y con el impulso de tomarle la mano… le gustaba, sí, estaba descubriendo en esos momentos que estar con ella era un placer y que ya no necesitaba entretenerla para borrar toda idea de denunciarlo de su mente, sino que se quedaba con ella porque apreciaba la compañía, él quería hacerlo.
-Vamos, vamos –apremió cuando ella tiró de su mano para descender juntos, al final ella necesitó sostenerse pero él bajó más de prisa, saludó con cortesía a dos muchachas que subieron, pasando junto a Liara, y a un matrimonio ya mayor que ni siquiera lo miró. Vandor llegó a la puerta vidriada para poder asomarse y constatar que el camino estaba despejado-. No hay nadie a la vista, podemos salir sin temor a que nos vean haciendo el ridículo –anunció y cuando ella llegó al último peldaño le ofreció su mano como sostén para así irse juntos.
La noche estaba preciosa, Vandor cerró los ojos y se llenó los pulmones acabando con un suspiro. Que gran idea había sido aquella, toda entera y eso incluía las botellas de champagne, la charla y el paseo inminente. Caminó hasta el sendero que conducía a los jardines pequeños, las farolas estaban encendidas y el perfume de las velas se mezclaba con el aroma natural de las flores y la tierra.
-Ya noto lo bien que me ha sentado el aire libre –le comentó con una sonrisa. Deseaba que esa complicidad no se desvaneciera con el amanecer, no podía imaginarse volviendo al trato frío y reglamentario-. ¿Por qué no nos sentamos allí? –le señaló una banca de mármol bajo un árbol frondoso, le parecía que el entorno sería relajado y, en consecuencia, íntimo.
Definitivamente al capitán Vandor le resultaría muy difícil volver al trato cotidiano, pero tendría que hacerlo porque era su deber, la misión que le habían encomendado y, aunque no le había gustado no ser llamado a filas de combate, ya estaba acostumbrado a seguir de cerca a la señorita Eblan, esa bella mujer, maravillosa y que ahora descubría como alegre.
-Es usted maravillosa –le dijo, sin poder contener el halago- y muy hermosa. ¿Se lo dicen a menudo? –Él sabía que no pues ella casi no interactuaba con otras personas, mucho menos con hombres a su nivel que pudiesen cortejarla. Se extralimitaba y lo sabia también, pero no podía dejar de hablar. –Quiero decírselo yo: Señorita Eblan, es usted muy hermosa. No me había dado cuenta del brillo en sus ojos cuando sonríe, tal vez porque no me había dedicado antes sus sonrisas.
Hablar de su sonrisa le hizo pensar en sus labios y rodar la mirada a ellos. Lentamente se acercó en el banco que compartían y se preguntó si esa boca rosada tendría todavía el sabor refinado del champagne. Querría comprobarlo, pero no estaba tan loco… ¿o si?
-Sonría para mí, señorita Eblan –le pidió, pero luego bajó la voz y se acercó todavía más a ella, con seguridad avanzó sobre sus manos y las sostuvo entre las suyas-: Sonríe para mí, Liara. Eres aun más bella que la mismísima reina cuando sonríes.
Si Liara concedió su deseo Vandor no llegó a verlo, su boca no pudo evitar llegarse a la de ella y el loco de Ullric Vandor hizo lo que nunca había imaginado que haría, besó a la pianista personal de la reina. Ella parecía odiarlo esa misma mañana, pero ahora estaban allí, bajo ese árbol, envueltos en el ambiente tibio que creaban las farolas, y muy juntos. Oh, Liara… Sus labios eran suaves, cálidos y sí, sabían a champagne.
Ullric Vandor- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 16/12/2017
Re: Gracias a ti y a tus ojos {Ullric Vandor}
Aceptó, gustosa, el brazo que Vandor le tendía y salió junto a él a disfrutar del frescor de la noche. La brisa le golpeó el rostro, espabilándola lo suficiente para conseguir mantener el equilibrio —aunque seguía agarrada al capitán con tanta fuerza que parecía que el paseo había hecho el efecto contrario—. Allí fuera los sonidos de las voces se amortiguaban en el aire, haciendo que, cuanto más se alejara uno de la terraza de la planta baja, mayor fuera el silencio. Era agradable, sin duda, tanto el ambiente como la compañía.
—¡Oh! Yo también lo noto —contestó ella, respirando profundamente—. Sí, me parece bien. Hace una noche estupenda como para no aprovecharla. Dígame, capitán. ¿Aquí todas las noches son así? —preguntó mientras caminaba al paso de él—. Quiero decir, con esta temperatura y este cielo tan estrellado. No me diga que no es hermoso.
Miró hacia arriba, donde en un cielo tan oscuro como la boca del lobo brillaban las diminutas estrellas de las que hablaba. Poco a poco, el camino los alejaba de la muchedumbre que se arremolinaba junto a las velas que alumbraban el palacio, así que los dos se adentraron en la zona más oscura de los jardines, buscando, sin saberlo, cierta intimidad. El banco estaba frío, o, al menos, así lo sintió Liara, cuya piel estaba, quizá, más caliente que de costumbre.
Se dejó caer en el banco con delicadeza, esa que siempre emanaba cuando se sentaba en el piano. Cerró los ojos, apoyó las manos por detrás de su espalda y echó la cabeza hacia atrás. El aire que corría movía los mechones de pelo que se habían escapado de su recogido y que enmarcaban su rostro de forma infantil.
—¡Capitán! —se quejó por el cumplido, pero no pudo evitar mirarle y sonreír ampliamente—. Esas cosas sólo las dicen los hombres descarados, y usted es el único que conozco.
Se mordió el labio y se rió, pero no apartó los ojos de él. Lo cierto era que Vandor estaba tan cerca de ella que desviar la mirada le habría resultado imposible. Su sonrisa seguía intacta, aunque poco a poco se fue disipando, y no por lo que él estaba diciendo, al contrario; sentir su aliento sobre los labios la dejó sin habla y sin respiración. Para cuando quiso darse cuenta, estaba saboreando los restos de champán que quedaban en la boca del capitán mientras aspiraba el aroma de su piel. Su cuerpo le pedía levantar las manos y envolverle el rostro con ellas, pero, si lo hacía, perdería la poca estabilidad que le quedaba, y su cuerpo lo sabía.
No había ningún hombre en la tierra que hubiera besado así a Liara, con ese descaro y ese ardor que quemaba. Así lo sentía ella, al menos, aunque bien era posible que ese calor repentino estuviera propiciado, en parte, por la ingesta de champán, que empezaba a hacerse notar. Cuando Ullric se separó, a ella se le quedó una extraña sensación de vacío que no llegaba a comprender, pero que necesitaba llenar. Miró al capitán sin decir palabra y se llevó las yemas de los dedos a los labios, acariciándolos como si intentara compensar la falta de los de él. Después, apoyó las manos, esta vez frente a sí, y se movió para acortar la distancia —escasa— que los separaba. No lo pensó cuando le devolvió el beso, no tan tímido como siempre lo había imaginado, pero que le supo suave y dulce.
Estaba desinhibida, sin duda, porque, de lo contrario, no se habría quedado allí buscando el contacto de Ullric Vandor. Desinhibida y metida de lleno en ese mundo que su mente había creado sólo para ellos dos. Otra pareja que también había encontrado en el bosque su rincón de intimidad rompió el hechizo que envolvía a la pianista y el capitán, haciendo que Liara se separara, sobresaltada.
—Debería volver —susurró, llevándose una mano a la sien; el movimiento repentino la había mareado—. Demasiado champán, capitán.
Se incorporó y dio un par de pasos, pero su estabilidad falló, cayó hacia atrás y terminó sentada encima de Vandor, sin parar de reír.
—No sé si seré capaz de llegar —susurró—. ¿Me ayudas?
Volvía a estar cerca de él, como si el destino no quisiera que se separaran demasiado uno del otro. Aprovechó para peinarle un mechón rebelde que no dejaba de caer sobre su frente mientras pensaba en cómo un hombre tan guapo como él había decidido pasar la noche con ella.
—¡Oh! Yo también lo noto —contestó ella, respirando profundamente—. Sí, me parece bien. Hace una noche estupenda como para no aprovecharla. Dígame, capitán. ¿Aquí todas las noches son así? —preguntó mientras caminaba al paso de él—. Quiero decir, con esta temperatura y este cielo tan estrellado. No me diga que no es hermoso.
Miró hacia arriba, donde en un cielo tan oscuro como la boca del lobo brillaban las diminutas estrellas de las que hablaba. Poco a poco, el camino los alejaba de la muchedumbre que se arremolinaba junto a las velas que alumbraban el palacio, así que los dos se adentraron en la zona más oscura de los jardines, buscando, sin saberlo, cierta intimidad. El banco estaba frío, o, al menos, así lo sintió Liara, cuya piel estaba, quizá, más caliente que de costumbre.
Se dejó caer en el banco con delicadeza, esa que siempre emanaba cuando se sentaba en el piano. Cerró los ojos, apoyó las manos por detrás de su espalda y echó la cabeza hacia atrás. El aire que corría movía los mechones de pelo que se habían escapado de su recogido y que enmarcaban su rostro de forma infantil.
—¡Capitán! —se quejó por el cumplido, pero no pudo evitar mirarle y sonreír ampliamente—. Esas cosas sólo las dicen los hombres descarados, y usted es el único que conozco.
Se mordió el labio y se rió, pero no apartó los ojos de él. Lo cierto era que Vandor estaba tan cerca de ella que desviar la mirada le habría resultado imposible. Su sonrisa seguía intacta, aunque poco a poco se fue disipando, y no por lo que él estaba diciendo, al contrario; sentir su aliento sobre los labios la dejó sin habla y sin respiración. Para cuando quiso darse cuenta, estaba saboreando los restos de champán que quedaban en la boca del capitán mientras aspiraba el aroma de su piel. Su cuerpo le pedía levantar las manos y envolverle el rostro con ellas, pero, si lo hacía, perdería la poca estabilidad que le quedaba, y su cuerpo lo sabía.
No había ningún hombre en la tierra que hubiera besado así a Liara, con ese descaro y ese ardor que quemaba. Así lo sentía ella, al menos, aunque bien era posible que ese calor repentino estuviera propiciado, en parte, por la ingesta de champán, que empezaba a hacerse notar. Cuando Ullric se separó, a ella se le quedó una extraña sensación de vacío que no llegaba a comprender, pero que necesitaba llenar. Miró al capitán sin decir palabra y se llevó las yemas de los dedos a los labios, acariciándolos como si intentara compensar la falta de los de él. Después, apoyó las manos, esta vez frente a sí, y se movió para acortar la distancia —escasa— que los separaba. No lo pensó cuando le devolvió el beso, no tan tímido como siempre lo había imaginado, pero que le supo suave y dulce.
Estaba desinhibida, sin duda, porque, de lo contrario, no se habría quedado allí buscando el contacto de Ullric Vandor. Desinhibida y metida de lleno en ese mundo que su mente había creado sólo para ellos dos. Otra pareja que también había encontrado en el bosque su rincón de intimidad rompió el hechizo que envolvía a la pianista y el capitán, haciendo que Liara se separara, sobresaltada.
—Debería volver —susurró, llevándose una mano a la sien; el movimiento repentino la había mareado—. Demasiado champán, capitán.
Se incorporó y dio un par de pasos, pero su estabilidad falló, cayó hacia atrás y terminó sentada encima de Vandor, sin parar de reír.
—No sé si seré capaz de llegar —susurró—. ¿Me ayudas?
Volvía a estar cerca de él, como si el destino no quisiera que se separaran demasiado uno del otro. Aprovechó para peinarle un mechón rebelde que no dejaba de caer sobre su frente mientras pensaba en cómo un hombre tan guapo como él había decidido pasar la noche con ella.
Liara Eblan1- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/10/2016
Re: Gracias a ti y a tus ojos {Ullric Vandor}
Claro que era un descarado, en esos momentos el descarado mayor de todo el reino, pero a Vandor eso no le importaba. Además no le parecía que la señorita estuviese especialmente enfadada por su descaro, sino todo lo contrario. Liara Eblan no se achicó frente al acercamiento invasor, sino que se lanzó también a los labios del capitán que –confundido ante lo inesperado del asunto- no pudo hacer más que aceptar su beso tierno mientras acariciaba la suavidad del pequeño rostro femenino para asegurarse de que aquello era real y no una alucinación, algo que solía sucederle cuando bebía mucho, pero claro que ese no era el caso, ¿por dos botellas de champagne, compartidas para colmo, él se ponía a alucinar? No, no podía ser mera fantasía aquello, era muy real.
Maldijo en todos los idiomas y colores cuando fueron interrumpidos, pero acabó riendo y buscando la mirada cómplice de su compañera –porque así la sentía de pronto-; él no se movió, aun viendo cómo se ponía en marcha ella… y qué bueno que no lo hizo, pues fue así como acabó Liara sentada en su regazo. Sí que la situación era cómica y a Vandor le gustaba la distención con la que ella lo estaba viviendo, era toda una sorpresa.
-No me quiero ir, ésta está siendo mi noche favorita de todo lo que va de este mes. No me quiero ir todavía, Liara –le dijo y apretó su abrazo alrededor de ella.
Liara acarició su cabello y Vandor aprovechó la cercanía para ofrecerle nuevamente sus labios, como si estuviese rogándole por un nuevo encuentro. Alto. Que el mundo se detuviera. Un instante de lucidez… ¿estaba mendigando por un beso? ¿Justamente él? No, no podía ser cierto... Ullric ganó la dulce boca de Liara y volvió a besarla, esa vez sus manos estuvieron más quietas de lo que le hubiera gustado, pero ante todo la respetaría.
-No quiero, pero si tú quieres así lo haremos –le dijo y se puso en pie lentamente, para que ella pudiese hacerlo también.
Esa vez no le dio su brazo para caminar, sino que la abrazó por la cintura para darle cierto respaldo. La tenía pegada a su costado, sus labios todavía latían a causa de los besos, pero Vandor ya la extrañaba. Sentía añoranza anticipada de lo que habían vivido, no estaba tan ebrio como para ignorar lo que evidentemente ocurriría: Liara Eblan pediría no verlo más. Esa podía ser una despedida para lo que nunca había comenzado.
Mal momento para regresar al palacio. Los muchos participados a la fiesta se estaban marchando ya y fueron varios los que reconocieron a Liara; deteniéndose junto a ellos intentaban entablar conversación con la pianista y felicitarla. Muchos hacían preguntas en inglés y Vandor comenzaba a incomodarse pues sabía lo mal que quedaría Liara frente a aquel alto círculo social si descubrían su estado.
-Disculpen, la señorita Eblan ha tenido un mareo y debo acompañarla a descansar –se deshizo así, sin mayores explicaciones, de cada uno de los que se interpusieron en el camino que debían recorrer hasta llegar a las escaleras laterales.
Aquello era un mar de personas, Vandor no había notado que fuesen tantos los invitados de aquella noche. No podrían subir esas escaleras en el estado en el que iban, mucho menos teniendo espectadores. Resolvió resguardarse en el hueco que quedaba debajo de la escalera hasta que las personas fuesen despejando el lugar.
-Venga por aquí –le pidió, guiándola hasta el lugar y abrazándola para que quedase escondida allí debajo entre la pared y él-. Sé que está muy cansada, pronto podrá dormir –le aseguró, volviendo a la formalidad en el trato. Pero, aunque volvía a ser solo el capitán Vandor, a cargo del cuidado de la pianista personal de la reina, no podía olvidar lo vivido bajo el árbol y por eso no deshizo el abrazo en el que la contenía y tampoco reprimió el deseo de besarle la coronilla.
Maldijo en todos los idiomas y colores cuando fueron interrumpidos, pero acabó riendo y buscando la mirada cómplice de su compañera –porque así la sentía de pronto-; él no se movió, aun viendo cómo se ponía en marcha ella… y qué bueno que no lo hizo, pues fue así como acabó Liara sentada en su regazo. Sí que la situación era cómica y a Vandor le gustaba la distención con la que ella lo estaba viviendo, era toda una sorpresa.
-No me quiero ir, ésta está siendo mi noche favorita de todo lo que va de este mes. No me quiero ir todavía, Liara –le dijo y apretó su abrazo alrededor de ella.
Liara acarició su cabello y Vandor aprovechó la cercanía para ofrecerle nuevamente sus labios, como si estuviese rogándole por un nuevo encuentro. Alto. Que el mundo se detuviera. Un instante de lucidez… ¿estaba mendigando por un beso? ¿Justamente él? No, no podía ser cierto... Ullric ganó la dulce boca de Liara y volvió a besarla, esa vez sus manos estuvieron más quietas de lo que le hubiera gustado, pero ante todo la respetaría.
-No quiero, pero si tú quieres así lo haremos –le dijo y se puso en pie lentamente, para que ella pudiese hacerlo también.
Esa vez no le dio su brazo para caminar, sino que la abrazó por la cintura para darle cierto respaldo. La tenía pegada a su costado, sus labios todavía latían a causa de los besos, pero Vandor ya la extrañaba. Sentía añoranza anticipada de lo que habían vivido, no estaba tan ebrio como para ignorar lo que evidentemente ocurriría: Liara Eblan pediría no verlo más. Esa podía ser una despedida para lo que nunca había comenzado.
Mal momento para regresar al palacio. Los muchos participados a la fiesta se estaban marchando ya y fueron varios los que reconocieron a Liara; deteniéndose junto a ellos intentaban entablar conversación con la pianista y felicitarla. Muchos hacían preguntas en inglés y Vandor comenzaba a incomodarse pues sabía lo mal que quedaría Liara frente a aquel alto círculo social si descubrían su estado.
-Disculpen, la señorita Eblan ha tenido un mareo y debo acompañarla a descansar –se deshizo así, sin mayores explicaciones, de cada uno de los que se interpusieron en el camino que debían recorrer hasta llegar a las escaleras laterales.
Aquello era un mar de personas, Vandor no había notado que fuesen tantos los invitados de aquella noche. No podrían subir esas escaleras en el estado en el que iban, mucho menos teniendo espectadores. Resolvió resguardarse en el hueco que quedaba debajo de la escalera hasta que las personas fuesen despejando el lugar.
-Venga por aquí –le pidió, guiándola hasta el lugar y abrazándola para que quedase escondida allí debajo entre la pared y él-. Sé que está muy cansada, pronto podrá dormir –le aseguró, volviendo a la formalidad en el trato. Pero, aunque volvía a ser solo el capitán Vandor, a cargo del cuidado de la pianista personal de la reina, no podía olvidar lo vivido bajo el árbol y por eso no deshizo el abrazo en el que la contenía y tampoco reprimió el deseo de besarle la coronilla.
Ullric Vandor- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 16/12/2017
Re: Gracias a ti y a tus ojos {Ullric Vandor}
Un nuevo beso, sus manos en torno a su cintura y el calor del cuerpo del capitán era todo lo que Liara necesitaba para sonreír plena y sinceramente. Caminó dejándose sujetar, puesto que ella no era del todo consciente de lo que ocurría a su alrededor. Vandor había colapsado todos sus sentidos, y no sólo a causa del alcohol; lo único que la joven tenía en la cabeza era el sabor de sus labios, la textura sedosa de estos, el olor de su piel y la fuerza de los brazos que la llevaban de vuelta a su habitación. Pasó la punta de la lengua por sus propios labios y sintió la imperiosa necesidad de volver a besarlo. Posó las manos en la cintura de él y se giró ligeramente para mirarlo, pero, en el momento en el que se iba a colocar frente a frente, una multitud salió del palacio y se acercó hasta ellos.
Todos querían hablar a la vez y en distintos idiomas. Liara intentó centrarse para poder contestar, pero tenía la lengua pastosa y adormilada. Además, estaban siendo tantas las preguntas que le hacían al mismo tiempo que estaba empezando a abrumarse. La euforia de hacía un momento se esfumó como un pajarillo fuera de la jaula y dio paso a un nerviosismo del que no sabía cómo iba a salir. De pronto, el agarre de Vandor se afianzó, y ella supo que no estaba sola entre la gente, sino con él.
—Vámonos, por favor —susurró.
Él pareció escucharla, puesto que excusó a la pianista y se la llevó de allí a un lugar más tranquilo. Liara iba mirando al suelo con la vista borrosa y la cabeza abotargada, así que sólo levantó la mirada cuando sintió los fuertes brazos del capitán rodeándola y cercándola entre él y el hueco de las escaleras. El sonido allí era mucho menor, al igual que la luz, que entraba escasa por los huecos que dejaba libres el cuerpo de Vandor.
—Gracias —dijo—. Más que cansada, lo que estoy es mareada. —Se llevó una mano a la frente y después se frotó los ojos—. No me suelte, capitán, por favor.
Ella también había vuelto al trato formal al que estaba habituada cuando hablaba con él —que no era muy a menudo, a decir verdad—. La cabeza le pesaba una tonelada y sentía que, si mantenía el cuerpo quieto, era por la fuerza que Vandor hacía para mantenerla derecha. Pasó las manos en torno a la cintura de él y apoyó una de las mejillas en su pecho, buscando, inconscientemente, el hueco de su cuello para poder resguardarse ahí.
—Recuérdeme que no vuelva a beber tanto champán, ni tan rápido —le pidió antes de reírse de forma suave y melodiosa—, aunque, pensándolo mejor, es usted, capitán, quien debe velar por mi bienestar, no hacer que me sienta así. Pero puede estar tranquilo, no se lo contaré a Udo.
Elevó los ojos y lo miró desde esa perspectiva, desde donde pudo ver cómo la nuez de su garganta subía y bajaba cuando él tragaba. También disfrutó del perfil de su mandíbula, recubierta de una barba incipiente, de su mentón perfectamente definido, su nariz y sus pómulos.
—¿Sabe una cosa, capitán? —preguntó, antes de hundir el rostro en el cuello de él y cerrar los ojos, entregándose a la tranquilidad de saber que otro velaba por ella—. Ésta está siendo la mejor noche que he pasado desde que estoy aquí. Ojalá se hubiera colado antes en mi habitación con esa botella de champán.
El sueño empezaba a llegar y los párpados de Liara cada vez pesaban más. Hubo momentos, incluso, en los que dejó de escuchar el sonido de su alrededor, quedando sólo como un zumbido amortiguado. Si no abrió la boca y dejó que la saliva cayera por la comisura de sus labios poco le faltó.
—¿Cuándo cree que podremos volver a la habitación? —preguntó una soñolienta Liara en uno de sus momentos de lucidez—. Ahora sí estoy cansada y con mucho sueño.
Todos querían hablar a la vez y en distintos idiomas. Liara intentó centrarse para poder contestar, pero tenía la lengua pastosa y adormilada. Además, estaban siendo tantas las preguntas que le hacían al mismo tiempo que estaba empezando a abrumarse. La euforia de hacía un momento se esfumó como un pajarillo fuera de la jaula y dio paso a un nerviosismo del que no sabía cómo iba a salir. De pronto, el agarre de Vandor se afianzó, y ella supo que no estaba sola entre la gente, sino con él.
—Vámonos, por favor —susurró.
Él pareció escucharla, puesto que excusó a la pianista y se la llevó de allí a un lugar más tranquilo. Liara iba mirando al suelo con la vista borrosa y la cabeza abotargada, así que sólo levantó la mirada cuando sintió los fuertes brazos del capitán rodeándola y cercándola entre él y el hueco de las escaleras. El sonido allí era mucho menor, al igual que la luz, que entraba escasa por los huecos que dejaba libres el cuerpo de Vandor.
—Gracias —dijo—. Más que cansada, lo que estoy es mareada. —Se llevó una mano a la frente y después se frotó los ojos—. No me suelte, capitán, por favor.
Ella también había vuelto al trato formal al que estaba habituada cuando hablaba con él —que no era muy a menudo, a decir verdad—. La cabeza le pesaba una tonelada y sentía que, si mantenía el cuerpo quieto, era por la fuerza que Vandor hacía para mantenerla derecha. Pasó las manos en torno a la cintura de él y apoyó una de las mejillas en su pecho, buscando, inconscientemente, el hueco de su cuello para poder resguardarse ahí.
—Recuérdeme que no vuelva a beber tanto champán, ni tan rápido —le pidió antes de reírse de forma suave y melodiosa—, aunque, pensándolo mejor, es usted, capitán, quien debe velar por mi bienestar, no hacer que me sienta así. Pero puede estar tranquilo, no se lo contaré a Udo.
Elevó los ojos y lo miró desde esa perspectiva, desde donde pudo ver cómo la nuez de su garganta subía y bajaba cuando él tragaba. También disfrutó del perfil de su mandíbula, recubierta de una barba incipiente, de su mentón perfectamente definido, su nariz y sus pómulos.
—¿Sabe una cosa, capitán? —preguntó, antes de hundir el rostro en el cuello de él y cerrar los ojos, entregándose a la tranquilidad de saber que otro velaba por ella—. Ésta está siendo la mejor noche que he pasado desde que estoy aquí. Ojalá se hubiera colado antes en mi habitación con esa botella de champán.
El sueño empezaba a llegar y los párpados de Liara cada vez pesaban más. Hubo momentos, incluso, en los que dejó de escuchar el sonido de su alrededor, quedando sólo como un zumbido amortiguado. Si no abrió la boca y dejó que la saliva cayera por la comisura de sus labios poco le faltó.
—¿Cuándo cree que podremos volver a la habitación? —preguntó una soñolienta Liara en uno de sus momentos de lucidez—. Ahora sí estoy cansada y con mucho sueño.
Liara Eblan1- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/10/2016
Re: Gracias a ti y a tus ojos {Ullric Vandor}
Ullric podría hacer de aquello un hábito, colarse en la habitación de la señorita Eblan para brindar con ella y luego besarla, besarla mucho y en muchos sitios. Sí, deseaba que aquello se repitiese tanto como lo quería ella, aunque no supiera lo que estaba diciendo, aunque de seguro se arrepintiese al día siguiente cuando los recuerdos borrosos llegasen a su mente brillante de pianista. Y sería una grandísima pena que aquello no se repitiese.
-Para mí también está siendo una buena noche, señorita Eblan –suspiró, porque no quería que aquello acabase tan pronto. Había sido un encuentro inesperado por ambos, pero que habían disfrutado-, una inesperada noche, aunque maravillosa, pero debe acabar ya.
Se separó un poco de ella, lo suficiente para poder verla a los ojos sin soltarla porque sabía que él le estaba haciendo de sostén a su cuerpo casi sin fuerzas. Era hermosa y lo miraba con unos ojos brillantes, hasta se atrevería a decir que felices, que le robarían la cordura a cualquiera. Odiaría que ella no quisiera mirarlo al día siguiente o al otro, le haría muy mal descubrir que ella se arrepentía de todo aquello, que lo esquivaba para no tener que recordar lo compartido:
-Señorita Eblan, no me odie. Mañana, cuando se despierte y recuerde todos mis besos, no se arrepienta, no esconda de mí su mirada, se lo ruego –la besó en los labios suavemente, tal vez por última vez-. Liara, te lo ruego.
Le permitió que se acomodase contra él, pronto podrían subir, pero primero toda la gente tendría que salir del palacio. Claro que los visitantes deberían apurar el paso, de forma contraria Liara se le quedaría dormida allí mismo, de pie, y eso hasta le daba gracia, pero no debía ser nada cómodo, mucho menos correcto o aceptable.
-Vamos, señorita Eblan –la instó cuando creyó prudente salir del escondite-. Ya no se oyen voces, eso es bueno para nosotros.
Subir las escaleras no fue empresa fácil, hasta el propio Vandor –que era quien debía guiar a la señorita- trastabillaba y le erraba a los escalones. Por fortuna no se cruzaron con nadie en el camino, hasta que llegaron ante Udo que miró a su compañero con un gesto asombrado.
-Ya sé lo que vas a decirme –le dijo al otro hombre con voz seria, tal vez demasiado tajante-, pero no es ahora el momento. La señorita Eblan necesita descansar.
Abrió la puerta de la habitación con Liara completamente floja entre sus brazos. La condujo a la cama, después de todo ella le había dicho que quería dormir, y la sentó en el extremo.
-¿Necesita que la ayude con algo? Ahora puede descansar, señorita. Gracias por tan divertida noche –le sonrió sin saber bien qué más podía decir.
-Para mí también está siendo una buena noche, señorita Eblan –suspiró, porque no quería que aquello acabase tan pronto. Había sido un encuentro inesperado por ambos, pero que habían disfrutado-, una inesperada noche, aunque maravillosa, pero debe acabar ya.
Se separó un poco de ella, lo suficiente para poder verla a los ojos sin soltarla porque sabía que él le estaba haciendo de sostén a su cuerpo casi sin fuerzas. Era hermosa y lo miraba con unos ojos brillantes, hasta se atrevería a decir que felices, que le robarían la cordura a cualquiera. Odiaría que ella no quisiera mirarlo al día siguiente o al otro, le haría muy mal descubrir que ella se arrepentía de todo aquello, que lo esquivaba para no tener que recordar lo compartido:
-Señorita Eblan, no me odie. Mañana, cuando se despierte y recuerde todos mis besos, no se arrepienta, no esconda de mí su mirada, se lo ruego –la besó en los labios suavemente, tal vez por última vez-. Liara, te lo ruego.
Le permitió que se acomodase contra él, pronto podrían subir, pero primero toda la gente tendría que salir del palacio. Claro que los visitantes deberían apurar el paso, de forma contraria Liara se le quedaría dormida allí mismo, de pie, y eso hasta le daba gracia, pero no debía ser nada cómodo, mucho menos correcto o aceptable.
-Vamos, señorita Eblan –la instó cuando creyó prudente salir del escondite-. Ya no se oyen voces, eso es bueno para nosotros.
Subir las escaleras no fue empresa fácil, hasta el propio Vandor –que era quien debía guiar a la señorita- trastabillaba y le erraba a los escalones. Por fortuna no se cruzaron con nadie en el camino, hasta que llegaron ante Udo que miró a su compañero con un gesto asombrado.
-Ya sé lo que vas a decirme –le dijo al otro hombre con voz seria, tal vez demasiado tajante-, pero no es ahora el momento. La señorita Eblan necesita descansar.
Abrió la puerta de la habitación con Liara completamente floja entre sus brazos. La condujo a la cama, después de todo ella le había dicho que quería dormir, y la sentó en el extremo.
-¿Necesita que la ayude con algo? Ahora puede descansar, señorita. Gracias por tan divertida noche –le sonrió sin saber bien qué más podía decir.
Ullric Vandor- Humano Clase Media
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 16/12/2017
Re: Gracias a ti y a tus ojos {Ullric Vandor}
Liara había encontrado en el cuerpo de Vandor el lugar perfecto para recostarse. Le proporcionaba la cantidad de calor justa para no temblar de frío, pero sin sentirse agobiada. La noche había empezado fresca y, en la medida en la que pasaran las horas, la temperatura no haría más que bajar hasta llegar a unos límites en los que cualquiera necesitaría una chaqueta para poder estar en el exterior.
El ruido había disminuido bastante, pero Liara no sabía si se debía a que los visitantes habían abandonado ya el palacio, si las escaleras amortiguaban el sonido o si era el sueño que ya la había alcanzado lo que impedía que percibiera claramente la realidad. Recibió ese nuevo beso con gusto, y se hubiera quedado recibiendo más de no ser porque Ullric encontró el momento oportuno para salir de su escondite.
Se agarró fuertemente al cuerpo del capitán para intentar no tropezar con los escalones, pero lo cierto era que ni siquiera él era capaz de subir derecho. Estaba claro que se habían pasado con la cantidad de champán, y aunque Liara todavía no se había parado a pensar en el dolor de cabeza que tendría al día siguiente, ya sabía que aquello no iba a repetirlo. La cabeza dándole vueltas era una sensación horrible, aunque, al menos —se dijo— había encontrado alguien con quien poder hablar. Aquella no había sido una noche divertida por haberla pasado con el capitán Vandor; para Liara había supuesto un alivio, puesto que no llevaba nada bien la soledad. Ella siempre estaba alegre, dispuesta a hablar, a reír y a compartir, pero en aquella ciudad la única que podía hacerle compañía era la reina, y tenía sus propios asuntos que atender antes que hacerle caso a su pianista. Ahora, al menos, había encontrado a Ullric Vandor, un hombre que siempre le había parecido distante con ella, como si Liara fuera invisible a sus ojos. Ahora se daba cuenta de que no era así y, aunque también podía ser todo fruto del alcohol, prefería pensar que ella le interesaba de algún modo.
Intentó mantenerse serena cuando pasó frente a Udo, pero, en ese estado, era imposible aparentar normalidad. La cama la recibió casi con amor y Liara sonrió al sentir el colchón bajo su cuerpo, pero el gesto se disipó en cuanto escuchó las palabras del capitán. ¿Estaba sonando a despedida? No, no se podía marchar tan pronto. Liara no quería quedarse sola tan pronto.
—Sí —contestó, frotándose los ojos con ambas manos—, necesito que me ayude a desabrochar el vestido. No puedo dormir con esto; me ahogaré.
Se levantó, de manera un poco inestable, y se colocó frente a él dándole la espalda. Sintió cómo el lazo que le oprimía el pecho se soltaba, permitiéndole respirar hondo. Soltó el aire despacio y se bajó el cuello del vestido, descubriendo sus hombros poco a poco. Dejó que cayera hasta quedar sólo con las enaguas, que no eran otra cosa que un vestido sencillo de tela de algodón y tirantes anchos que dejaban los hombros al descubierto, demasiado atrevido para estar en presencia de un hombre que no fuera su esposo.
—Gracias —dijo, dándose la vuelta para poder mirar al capitán.
Ya no tenía vestido, estaba lista para irse a dormir, pero Liara no quería. Deseó poder retroceder en el tiempo y volver al punto en el que Ullric se colaba en su habitación con una botella de champán en las manos.
Su equilibrio seguía sin ser el mejor, así que tuvo que sujetarse a uno de los brazos de Ullric para no caer sobre la cama. Valiéndose de ese apoyo, se volvió a sentar y lo miró desde esa perspectiva. ¿Cómo podía ser tan atractivo?
—No quiero dormir sola —confesó en voz muy baja—, estoy cansada de estar sola, día y noche.
Se tumbó en la cama y hundió la cara en los almohadones. Olían a limpio; seguramente, las doncellas habían puesto sábanas nuevas esa misma mañana. Giró el rostro lo suficiente para poder mirarlo y se movió ligeramente hacia un lado, dejando hueco suficiente en el colchón para que él se tumbara junto a ella.
—Túmbese conmigo —le pidió, dando unas palmaditas sobre el colchón—. Será sólo un momento.
Lo único que buscaba Liara era sentirse acompañada en esa cama tan inmensa y fría. Saber que, a pesar de que estaba a miles de kilómetros de su hogar y de su familia, tenía a alguien, a un amigo, junto a ella. Tan sólo eso.
El ruido había disminuido bastante, pero Liara no sabía si se debía a que los visitantes habían abandonado ya el palacio, si las escaleras amortiguaban el sonido o si era el sueño que ya la había alcanzado lo que impedía que percibiera claramente la realidad. Recibió ese nuevo beso con gusto, y se hubiera quedado recibiendo más de no ser porque Ullric encontró el momento oportuno para salir de su escondite.
Se agarró fuertemente al cuerpo del capitán para intentar no tropezar con los escalones, pero lo cierto era que ni siquiera él era capaz de subir derecho. Estaba claro que se habían pasado con la cantidad de champán, y aunque Liara todavía no se había parado a pensar en el dolor de cabeza que tendría al día siguiente, ya sabía que aquello no iba a repetirlo. La cabeza dándole vueltas era una sensación horrible, aunque, al menos —se dijo— había encontrado alguien con quien poder hablar. Aquella no había sido una noche divertida por haberla pasado con el capitán Vandor; para Liara había supuesto un alivio, puesto que no llevaba nada bien la soledad. Ella siempre estaba alegre, dispuesta a hablar, a reír y a compartir, pero en aquella ciudad la única que podía hacerle compañía era la reina, y tenía sus propios asuntos que atender antes que hacerle caso a su pianista. Ahora, al menos, había encontrado a Ullric Vandor, un hombre que siempre le había parecido distante con ella, como si Liara fuera invisible a sus ojos. Ahora se daba cuenta de que no era así y, aunque también podía ser todo fruto del alcohol, prefería pensar que ella le interesaba de algún modo.
Intentó mantenerse serena cuando pasó frente a Udo, pero, en ese estado, era imposible aparentar normalidad. La cama la recibió casi con amor y Liara sonrió al sentir el colchón bajo su cuerpo, pero el gesto se disipó en cuanto escuchó las palabras del capitán. ¿Estaba sonando a despedida? No, no se podía marchar tan pronto. Liara no quería quedarse sola tan pronto.
—Sí —contestó, frotándose los ojos con ambas manos—, necesito que me ayude a desabrochar el vestido. No puedo dormir con esto; me ahogaré.
Se levantó, de manera un poco inestable, y se colocó frente a él dándole la espalda. Sintió cómo el lazo que le oprimía el pecho se soltaba, permitiéndole respirar hondo. Soltó el aire despacio y se bajó el cuello del vestido, descubriendo sus hombros poco a poco. Dejó que cayera hasta quedar sólo con las enaguas, que no eran otra cosa que un vestido sencillo de tela de algodón y tirantes anchos que dejaban los hombros al descubierto, demasiado atrevido para estar en presencia de un hombre que no fuera su esposo.
—Gracias —dijo, dándose la vuelta para poder mirar al capitán.
Ya no tenía vestido, estaba lista para irse a dormir, pero Liara no quería. Deseó poder retroceder en el tiempo y volver al punto en el que Ullric se colaba en su habitación con una botella de champán en las manos.
Su equilibrio seguía sin ser el mejor, así que tuvo que sujetarse a uno de los brazos de Ullric para no caer sobre la cama. Valiéndose de ese apoyo, se volvió a sentar y lo miró desde esa perspectiva. ¿Cómo podía ser tan atractivo?
—No quiero dormir sola —confesó en voz muy baja—, estoy cansada de estar sola, día y noche.
Se tumbó en la cama y hundió la cara en los almohadones. Olían a limpio; seguramente, las doncellas habían puesto sábanas nuevas esa misma mañana. Giró el rostro lo suficiente para poder mirarlo y se movió ligeramente hacia un lado, dejando hueco suficiente en el colchón para que él se tumbara junto a ella.
—Túmbese conmigo —le pidió, dando unas palmaditas sobre el colchón—. Será sólo un momento.
Lo único que buscaba Liara era sentirse acompañada en esa cama tan inmensa y fría. Saber que, a pesar de que estaba a miles de kilómetros de su hogar y de su familia, tenía a alguien, a un amigo, junto a ella. Tan sólo eso.
Liara Eblan1- Humano Clase Media
- Mensajes : 67
Fecha de inscripción : 11/10/2016
Re: Gracias a ti y a tus ojos {Ullric Vandor}
No podía pedirle eso. ¿Cómo diablos iba a desatarle el vestido sin caer en la tentación de pedirle más? Vandor estaba en problemas, en problemas y considerablemente ebrio. Iba a negarse, diciéndole que no era posible que se ahogase y que un par de arrugas no eran nada que las planchadoras no pudiesen solucionar, pero ella –rápida e inestable- se plantó de espaldas a él y Vandor acabó temblando como adolescente intentando liberarla de los lazos.
-Dios bendito, qué hermosa eres, Liara –susurró al ver la piel de sus hombros ante sí-. ¿Me permitirías besar tus hombros? –le susurró al oído con tanta pasión que hasta él tembló al preguntarlo.
La abrazó por la cintura con una mano y dejó caer sus labios sobre la suave piel de Liara Eblan. Qué delicia, qué mujer… ¿Cómo no la había visto antes? ¿Por qué había tardado tanto tiempo en abrir los ojos y ver que aquella mujer le gustaba? ¿Dónde estarían ambos en unos meses? ¿Recordarían con vergüenza aquella noche o la repetirían con disfrute? Le temía a eso, a imaginar que el recuerdo de esa noche se arruinaría volviéndose incómodo.
-Si no quieres estar sola yo puedo acompañarte en algún paseo, Liara –se ofreció, sabiendo que de ninguna manera podría caer en aquella locura de dormir a su lado-, pero no puedo permanecer a tu lado esta noche. Venga, señorita Eblan, acomódese por aquí –la ayudó a sentarse en la cama, y se arrodilló para quitarle los zapatos. Luego recogió el vestido y lo tendió a los pies de la cama grande-. No puedo quedarme, ¿qué pensaría Udo de usted? ¿Qué pensarían las muchachas que le traen el desayuno temprano al verme? No puedo hacer algo así, no estaría bien. Que pase una buena noche, señorita Eblan –se despidió con formalidad y por el bien de ambos no se inclinó a besarla.
Cuando salió de la habitación chocó, nuevamente, con la mirada desaprobatoria de su compañero. Se la sostuvo porque no tenía de qué avergonzarse pese a saber que no había obrado bien:
-No ha ocurrido nada –le dijo pensando en cuidar a la señorita Eblan, le daba igual lo que pudiesen pensar de él, pero quería cuidar el honor de ella-. No me he dado cuenta y ha bebido de más, como habrás visto. Tuve que ayudarla a quitarse los zapatos, pero todo está en orden. Te relevo temprano en la mañana, amigo –se despidió para dirigirse, tambaleante, hasta las habitaciones del servicio.
-Dios bendito, qué hermosa eres, Liara –susurró al ver la piel de sus hombros ante sí-. ¿Me permitirías besar tus hombros? –le susurró al oído con tanta pasión que hasta él tembló al preguntarlo.
La abrazó por la cintura con una mano y dejó caer sus labios sobre la suave piel de Liara Eblan. Qué delicia, qué mujer… ¿Cómo no la había visto antes? ¿Por qué había tardado tanto tiempo en abrir los ojos y ver que aquella mujer le gustaba? ¿Dónde estarían ambos en unos meses? ¿Recordarían con vergüenza aquella noche o la repetirían con disfrute? Le temía a eso, a imaginar que el recuerdo de esa noche se arruinaría volviéndose incómodo.
-Si no quieres estar sola yo puedo acompañarte en algún paseo, Liara –se ofreció, sabiendo que de ninguna manera podría caer en aquella locura de dormir a su lado-, pero no puedo permanecer a tu lado esta noche. Venga, señorita Eblan, acomódese por aquí –la ayudó a sentarse en la cama, y se arrodilló para quitarle los zapatos. Luego recogió el vestido y lo tendió a los pies de la cama grande-. No puedo quedarme, ¿qué pensaría Udo de usted? ¿Qué pensarían las muchachas que le traen el desayuno temprano al verme? No puedo hacer algo así, no estaría bien. Que pase una buena noche, señorita Eblan –se despidió con formalidad y por el bien de ambos no se inclinó a besarla.
Cuando salió de la habitación chocó, nuevamente, con la mirada desaprobatoria de su compañero. Se la sostuvo porque no tenía de qué avergonzarse pese a saber que no había obrado bien:
-No ha ocurrido nada –le dijo pensando en cuidar a la señorita Eblan, le daba igual lo que pudiesen pensar de él, pero quería cuidar el honor de ella-. No me he dado cuenta y ha bebido de más, como habrás visto. Tuve que ayudarla a quitarse los zapatos, pero todo está en orden. Te relevo temprano en la mañana, amigo –se despidió para dirigirse, tambaleante, hasta las habitaciones del servicio.
TEMA FINALIZADO
Ullric Vandor- Humano Clase Media
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 16/12/2017
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