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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Fleur du Bouëxic de Guich Jue Mar 01, 2018 10:39 pm

Jouer un jeu dangereux
Jouer un jeu dangereux // Charles Moncrieff 4J5MBFg


El carruaje de Annette de La Motte se detuvo justo en la entrada de la residencia del Almirante. Como era costumbre, la jovencita visitaba a Fleur para que la ayudara en los preparativos de su fiesta de cumpleaños. La primavera estaba a punto de llegar y eran los La Motte quienes ofrecían su espléndido salón de baile para que la juventud parisina diera la bienvenida a la tan maravillosa estación. Para Fleur y Annette, también marcaba algo especial, sería la primera fiesta en la que podrían quedarse hasta tarde para compartir alguna golosina o las naranjas frescas que enviaban a costales llenos desde la casa de campo de Juliette Marine, la horripilante rubia que tan mal les caía pero que tan buenas frutas ofrecía.

Así que, ahí estaba la señorita La Motte, enfundada en un grueso vestido color verde y el abrigo que la cubría de esos fríos malsanos que afortunadamente se estaban yendo ya. Fleur la recibió en su pequeño gabinete de estudio con té de canela y leche y bizcochos recién hechos para ambas, si no mal deducía, esa ocasión debían elegir guantes, zapatos, listones y perlas para la velada.

¿Trajiste los dibujos? Madame Renoir me dijo que podría acompañarnos a casa de la modista para que nos tomara medidas, pero hay que avisar...— Se interrumpió de a poco, ya que Annette comenzó a acercarse en demasía a ella y a hacerle gestos para que guardara silencio; Fleur lo hizo, no sin antes resguardar su espacio personal de la intromisión de su amiga. —¿Qué sucede?, ¿qué te pasa?—, preguntó a susurros.

Necesito que me hagas un favor, mon petit amie...  ¿Recuerdas al gallardo hombre que nos saludó hace dos semanas mientras caminábamos hacia la casa de… No recuerdo, ya no recuerdo nada… ¡Oh, Fleur! Estoy enamorada…

Los ojos de Fleur se abrieron lo más que podían y casi se ahoga con su propia saliva. Aquella súbita confesión por parte de Annette la enrojeció -y sorprendió- sobremanera. ¿Cómo es que eso había sucedido? —¿Y por qué no me contaste nada…? Espera, espera, ¿de quién?, ¿de aquel caballero? Annette, ¿perdiste la cabeza?

No, no, no, no entiendes, hemos estado intercambiando cartas y notas, ¿recuerdas cuando te dije que no podía ir contigo a aquella velada de cartas? Bueno, me quedé escribiéndole una epístola de casi seis hojas… ¡Y su contestación, Fleur, su contestación! Mira...— Annette, poco dada a esos arrebatos, sacó de en medio de la gruesa pila de dibujos y demás papeles que llevaba, un sobre azul bastante grueso el cual dejó en las manos de Fleur. Ella, con curiosidad y avergonzada, fijó los ojos en frases sueltas en las que aquel hombre le juraba amor y fidelidad eterna a su amiga. Sonrió por fin, después de permanecer con un rictus casi de enojo y dobló con cuidado las hojas, suspiró y miró a su amiga, abrazándola por fin.

Me siento tan feliz por ti, Annette… Pero—, la soltó, mirándola con reservas. —¿Qué es ese favor?— Alzó una ceja y apretó los labios, sin saber que esperarse de Mademoiselle La Motte.

Ven conmigo a la Plaza Tertre… Quedamos en encontrarnos ahí y necesito ir con alguien, pedí permiso y todo, dije que tú querías ir a comprar unas flores para tu tía, ¡si, lo sé, no me mires así! No se me ocurrió otra cosa. Por favor, Fleur, es de vida o muerte.

Abrió los labios, lista para negarse, pero no tuvo el coraje de romper el corazón de su amiga de esa forma, pero tampoco tenía el coraje de salir de esa forma tan intempestiva en una mañana tan fría y menos para esos menesteres. ¿Y si las descubrían? No sólo eso, ¿y si alguien veía a Annette con ese hombre? No quería ni imaginarse las habladurías. Sin embargo, lo único que la convenció de hacerlo fue ese color tan hermoso que despedía Annette, cálido y espontáneo, era sincero su afecto y no sólo su aura la delataba, sino esa sonrisa preciosa que tenía instalada en el rostro regordete y lozano. Accedió y llamó a Gertrude para que las acompañara, se prepararon para salir y avisaron en casa que volverían al cabo de una hora a más tardar. Aún era temprano y aunque el invierno le escondía las mejillas al sol, habría luz mucho rato más.

Subieron al carruaje de los La Motte y Fleur, medio arrepentida, iba pensando en un montón de excusas que poner si alguien las encontraba ahí. ¿Por qué le importaba tanto? Muchas de sus amigas de la misma edad ya habían entregado sus favores a galantes caballeros que hacían apuestas sobre ellas… Alzó una ceja, sí, de ahí venían sus temores. Pero para ella sería fácil descubrirlo, sólo tenía que ver a aquel tipo y ver si su aura era igual a la de Annette o al menos si desprendía el mismo calor y aroma. Al llegar al lugar de encuentro, tanto Annette como Fleur avanzaron cinco pasos delante de Gertrude quien iba cerciorándose que no hubiese más gente.

¡Ahí está! Espérame aquí, Fleur, no te vayas, no tardo—, avisó Annette, soltándose del brazo de Fleur, a pesar de la resistencia que ella ponía.

Annette, no, no irás sola, ¡Annette!— Intentó detenerla, inútilmente, mientras la veía marcharse, moviendo los rizos castaños sobre su espalda mientras caminaba a prisa y desaparecía detrás de un arbusto gordo. —Esto no me gusta, Mademoiselle—, dijo Gertrie, mientras Fleur veía preocupada el camino ya ausente de Annette. —A mí tampoco...— Confirmó, tomándose del brazo de la mujer, mientras decidía comenzar a caminar hacia un costado del camino, esperando paciente al regreso de Annette, aunque no se dio cuenta que había alguien más cerca, lo supo cuando, caminando sin mirar realmente hacia donde iba, terminó empujando con las enaguas a alguien. —Mon Dieu, ¡lo siento mucho!


Última edición por Fleur du Bouëxic de Guich el Sáb Mar 31, 2018 5:52 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Charles Moncrieff Sáb Mar 31, 2018 7:11 am

El equipaje seguía caliente, por decirlo de alguna manera debido a su recién llegada a la ciudad de París, diseminado por los rincones de la casa que estaba habitando hacía un par de días, cuando llegó hasta su puerta un "amigo" (y las comillas sólo reafirman la connotación de que Charles no ha tenido amigos desde hace mucho tiempo, sólo contactos, aliados y allegados. Explorar las razones sería largo y tedioso, por lo que las obviaremos).

Retomando... llegó hasta su puerta un "amigo" de Londres. Arthur Mc. Gregor ingresa a la estancia, con paso optimista y lleno de energía que pareciera no tener fin, con los brazos abiertos todo el tiempo mientras avanza hasta un Charles que acaba de levantarse de la cama hace media hora como máximo y es un gran contraste del traje tan prolijo del irlandés y la bata que cubre el pijama del señor de la casa, - ¡Charles! ¿Cuándo llegaste a París? No sabes cuánto me sorprendí al ver a Alfred saliendo de una panadería, pedí a mi cochero que detuviera el carruaje e insistí para verte, ¿Qué haces acá? ¿Está bien todo en Londres? ¿Vas a quedarte mucho tiempo acá? - ni siquiera da tiempo de responder la primera pregunta cuando sigue con las demás atacando como si fuera una avalancha incontrolable. Charles sólo sigue sentado frente a su escritorio con la correspondencia semi abierta en la bien pulida superficie en tanto alarga la mano para tomar la fina taza de porcelana para darle el último trago al té negro que le preparara Alfred, su mayordomo, antes de retirarse.

En cuanto Arthur está a una distancia adecuada, Charles tiene que levantarse de la silla para recibir el tan anunciado abrazo, un golpe de espaldas es correspondido por Arthur y cuando el otro se aleja, puede notarse que 1) Arthur ha hecho ejercicio. El chaquetín es más amplio de cuando lo vio la última vez hace dos años en Londres. 2) Parece rejuvenecido. Las arrugas de su frente parecen haber desaparecido. O quizá era la presión a la que estaba sometido siendo parte del equipo de trabajo del duque que se ha desvanecido con su estancia parisina. 3) Está enamorado. ¿Que cómo lo sabe? Porque Arthur no deja de parlotear como hacía en Londres cuando una mujer le correspondía. De todos los sujetos con los que alguna vez se había cruzado, Arthur definitivamente fue el más "inocente".

Por no decir que las mujeres abusaban de él, de su confianza perenne y de que, a pesar de sus veintilargos años, le falta ser más malicioso. Ver la vida tal cual es y no con romanticismos. La mano derecha del señor de la casa llama en silencio a Alfred quien, todavía atento a sus necesidades, se acerca - Té y mi desayuno en el comedor en quince minutos. Arthur, no son ni las ocho de la mañana y estás masacrando mi cabeza con tantas preguntas, ten el decoro de contenerte ya que la etiqueta te la pasaste por el culo y llegaste a mi hogar sin anunciarte. Hasta pasadas las ocho horas del día no soy persona, creí que lo sabías - la reprimenda es dura, el otro baja la cabeza de inmediato y se sonroja. Es increíble ver cómo las mejillas toman esa tonalidad rosácea que casi se compara al fulgor ígneo del cabello de su contraparte.

Parlotea disculpas, se muestra apenado por tal falta de protocolo, palabras que Charles descarta de inmediato porque, como antes lo indicó, su cabeza no termina de despertar hasta el horario citado. - De verdad lo siento, pero como vi a Alfred y como no hay personas con las que me sienta seguro, creí que podría venir y Alfred no dijo nada para evitarlo y... - detiene la verborrea cuando Charles pone una su diestra frente a él, la palma extendida ante su rostro le hace sonrojar más - lo siento, sí, me callo - y el inglés no puede más que agradecer por fin que lo haga.

Aún y a pesar de todo, le indica el camino al comedor para ir ambos a tomar los debidos alimentos. Sentados con comodidad, habiendo tomado el té y algunos scons con mermelada, el inglés puede relajar la mente para hacer frente a la acometida - bien, hola Arthur, ¿Cómo estás? Acabo de llegar a París en búsqueda de una oportunidad para mi crecimiento personal. ¿Qué es eso de que no tienes a nadie con quien te sientas seguro? - ya está. Ya puede ser persona. Su cabeza está despejada y puede concentrarse en las nimiedades que seguro, este irlandés tiene que contar. Y pareciera que abre la caja de Pandora, el otro se toma media hora continua de parloteo de lo cual Charles sólo puede entender lo siguiente:

a) París es una ciudad bulliciosa en la que, como Londres, no hay demasiados personajes con los cuales pueda hacer negocios sin que le muerdan la mano y le quiten tres dedos. b) Si bien su círculo de "amistades" (porque si se toma en cuenta el primer inciso, no existen) es nutrido, pocos son de fiar. c) Está enamorado (obvio) de una jovencita con la que se ha estado carteando y está ilusionado por tener alguien que pueda corresponderle y la va a ver a las diez en Plaza Tertre. - ¿Podrías acompañarme? Tú eres mejor que yo evaluando a las personas, temo que sólo quiera mi dinero. Por favor, es muy importante para mí - y ya está. ¿Por qué no le sorprende que todo ésto de su afán de verlo tenga otras intenciones?

Recarga la espalda contra el respaldo de la silla mirando el reloj. Las nueve menos cinco, tendría tiempo de arreglarse e ir. ¿Qué obtendría a cambio de ésto? Todo debe ser un círculo de beneficios. Y sin embargo, Arthur tiene buenos contactos en Londres, sigue teniendo la venia del duque para el que trabajaba y quien es un personaje notable y de influencia en su ciudad natal. Tener su compañía y, que su accionar sea una deuda para Arthur, sería conveniente para Charles. - Dame media hora, prepara el carruaje e iré contigo a ver a la susodicha, - concede magnánimo incorporándose del asiento. El irlandés no cabe en sí de gozo y acepta todo lo que él indica - pero ya me debes dos bien grandes. Tres, si contamos lo del embarcadero - su tono serio no admite réplica y conociendo a Arthur, por supuesto que no la habría. Negocio cerrado, felices las partes que lo integran. Al menos, la parte que se refiere al inglés.

Se retira para arreglarse y cual reloj suizo, media hora después, baja las escaleras enfundado en un traje azul oscuro, camisa blanca inmaculada y una corbata en un tono más claro que el traje. El abrigo está sostenido contra sus hombros en tanto avanza ayudado por un bastón. No porque sea necesario para su caminar, si no por elegancia típica de la época. La bufanda blanca cae sobre su pecho fornido y la barba está mejor recortada de cuando Arthur entró al despacho horas antes. - Veamos a tu prospecta - el tono es agrio. Conociendo a Arthur, seguro que es una oportunista que ha visto en él una pieza de valor incalculable a la cual sacarle provecho. Aún se sorprende porque este hombre haya sobrevivido tanto tiempo indemne a la incontenible furia de la humanidad.

Plaza Tertre, siendo tan temprano, sólo la servidumbre se mueve con rapidez y en total silencio por el lugar, con las cabezas bajas evitando hacer contacto directo con los casi inexistentes señores y señoras que están caminando por el lugar. El viento tiene esa temperatura propia de la estación que se niega a retirarse para dar la bienvenida a un calor más benigno al cuerpo humano. Pasean durante unos minutos en tanto Arthur le cuenta su plan: irá a verla y Charles, a la distancia, la juzgará. Después, irán a tomar algo. El irlandés ya hizo sus pesquisas y hay una cafetería abierta y discreta, donde podrá el inglés tener más tiempo para su juicio.

Charles no pronuncia palabra alguna. Su conocimiento del animal humano es suficiente para saber que no le llevará más tiempo de lo necesario para llegar al local antes de descartarla. Las mujeres se piensan inteligentes, pero una vez conociendo sus puntos débiles, es fácil descifrarlas como la estrategia del oponente en un ajedrez. Y ahí va el irlandés, a buscar a la susodicha -no piensa llamarla de otra manera porque para él, decirle "arribista" es demasiado para la corta visión del otro e implicaría desilusionarlo antes de tiempo- y mientras tanto, Charles busca en sus bolsillos para sacar una caja y de ahí, los cigarros envueltos en papel. Toma uno para encenderlo y dar la primera bocanada.

Sus ojos azul cobalto se fijan en la silueta femenina, en sus cabellos y sus actitudes. Por un momento pareciera que sus intenciones son dignas, más por supuesto, tiene que ser una actuación. Su visión cínica de las féminas tiene sustento. Lleva el cigarrillo a su boca con la diestra enfundada en el guante blanco cuando siente el golpe. No tan fuerte como para hacerlo caer, aún así, el bastón rueda por el piso a metro y medio de distancia de su pie derecho. Un fallo imperdonable a su propia etiqueta y sobre todo, a la fama de que nadie puede sorprenderlo, que desata su mal carácter. Sus orbes muestran un poco de la sensación que lo embarga y ni siquiera la disculpa es suficiente para calmar los ánimos.

- Exacto, si bien no soy su dios, debería lamentarlo. ¿Acaso no le enseñaron a comportarse en público? Debería tener más cuidado por dónde camina - la voz si bien es casi un susurro, resuena gutural y agresiva. Ni siquiera se piensa en contenerla - le recomendaré a su madre una tutriz rígida y estricta y por supuesto, inglesa, que seguro refinaría sus torpes piernas y su falta de sentido de distancia, que bien lo necesita - avanza el metro y medio hasta llegar al bastón, cubre con el pie parte de su superficie y con un movimiento de la extremidad, lo levanta en el aire para atraparlo con la siniestra. El cigarrillo no deja su mano ni un instante y ahora va a parar a sus labios para darle una calada, tras exhalar el humo, da la última arremetida  - puede retirarse, es suficiente lección por el día de hoy, al menos ya aprendió que no debe caminar e ignorar su entorno. Dígale a su madre que despida a su tutor de modales. Ha reprobado - le asesta el golpe final en tanto entra en su rango visual que Arthur está acercándose con una castaña que seguro, es la arribista por la cual tiene que estar en este lugar y soportar a la jovenzuela.

Por primera vez, en años, maldice a Arthur.
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Jouer un jeu dangereux // Charles Moncrieff Empty Re: Jouer un jeu dangereux // Charles Moncrieff

Mensaje por Fleur du Bouëxic de Guich Miér Abr 11, 2018 3:13 pm

Si bien, al comienzo de aquel incidente, el rostro de Fleur mostraba una sincera preocupación por su torpeza, las palabras de aquel pelajustan, porque no había otra forma de llamar a un hombre que le hablaba así a una dama en plena calle, le hicieron abrir cada vez más los ojos y los labios, en un gesto de incredulidad y desatino palpable... ¿Cómo se atreve? Gertrude tampoco podía creerse tales palabras y aunque no fuese la institutriz de Mademoiselle, casi, casi se hacía de esa labor. Las mejillas de la altiva Mademoiselle du Bouëxic de Guich se tiñeron de forma violenta de un rubor que estaba lejos de aquella suave tonalidad que denostaba el sentirse halagada, no, al contrario, estaban insultándola y lo peor, es que un par de damas pasaron algo lejos de ahí pero inmediatamente asumieron que algo malo estaba pasando, Fleur no sabía disimular, no podía, sus ojos siempre delataban la realidad de sus emociones. Sin embargo, lejos de ponerse a llorar, como la misma Annette hubiese hecho, o de montar ahí un escándalo, como debió haber hecho para vergüenza de aquel mequetrefe, a Mademoiselle se le subió el apellido y la estirpe y así alzó el mentón, dueña de sí misma (aparentemente) y emitió una risa de burla hacia el supuesto caballero. —Lo tendré en cuenta, claro, aunque a toda costa evitaré que mi institutriz salga del mismo tugurio del que salió la bestia que le enseñó a usted a ser un caballero, si es que tal cosa fue posible, porque a todas vistas, nada...

Para terminar, se inclinó haciéndole una reverencia para poder alejarse de él, demasiado perturbada por la situación e incrédula aún, ¿cómo era posible que tales esperpentos estuviesen sueltos por aquellos lugares? Odió muchísimo a Annette y se propuso nunca más volver a esos rincones del parque, es más, no volver jamás allá, teniendo ella tal jardín que hacía las envidias de casi todas las familias adineradas de París. Y precisamente, como si la invocara con sus pensamientos más horribles, apareció Annette sonriente y sonrojada, enamorada hasta el tuétano. Fleur, quién no quiso por ningún motivo que tuviese un inconveniente con aquel hombre, se alejó de él acortando la distancia entre su amiga y ella, por fin. —Dime por favor que ya nos podemos ir, por favor, Annette LaMotte, acabo de tener un horrible encu...—, su amiga la interrumpió con un abrazo fuerte y un par de besos en la mejilla; zalamería que solamente podía deberse a algo en concreto: algo iba a pedirle. —Por favor, Fleur, Monsieur quiere invitarnos a tomar un...—, es ahora Fleur quien la interrumpe, levantando la pequeña mano frente al rostro embobado de la otra jovencita. —No—.

Annette, quién al igual que las mellizas, jamás recibía "No" por respuesta, despierta de aquel dulce letargo que es el amor correspondido y mira con los ojos llenos de lágrimas a su bienamada confidente. Le toma ambas manos y las besa con vehemencia, apoyando la mejilla en una de ellas, Fleur entonces no puede resistirse, ¿en verdad es así estar enamorado? Ella no lo sabe, pero conoce los riesgos de aparecer en público con un caballero y se rehúsa a ser participe de tal tontería. —Annette, por favor, no me pidas esto, ¿tienes idea de lo que dirán si nos ven? Además, no me siento bien, me acaban de insul...— Annette de nuevo la interrumpe con un sollozo falso, ¿es que acaso no le importa lo que le sucedió a Fleur? Si es que todavía tiene en la frente la evidencia del bochorno, esa vena en forma de herradura que se le salta cada que se enrabia es conocida por todas sus amistades. —No te lo pediría si no fuese posible, Fleur, mon amie... Gertrude viene con nosotras, podría hacerla de chaperona, además, mi amado ha venido con un amigo que seguramente estará encantado de ser tu acompañante...

Fleur volvió a enrojecerse, ¡el nervio de aquella mujer a la que ya no quería por ningún motivo llamar amiga! Resopló y apretó los labios, era demasiado, demasiado descaro, demasiado todo... —Te juro que no volveré a pedirte nada, es más, serás quién lleve la mejor tiara en le baile de primavera, te lo prometo, Fleur, por favor, por favor...


Gertrude, quien estaba a unos metros de las señoritas, supo de inmediato que algo andaba mal, esas súplicas de Mademoiselle LaMotte llegaban siempre cuando quería embaucar a Mademoiselle du Bouëxic de Guich y ella, sensata como nadie, se negaba hasta que la hartaban o le daban en la tecla blanda. Mientras se preguntaba que era lo que sucedía, no perdió detalle del hombre que antes había tratado tan mal a su señora y vio como éste avanzaba hacia otro caballero que al parecer tenía la misma cara de bobo que Mademoiselle Annette, frunció el ceño y espabiló apenas cuando Annette LaMotte la llamó al encuentro con ella y con Fleur. —Querida Gertrude, ven, ven—, la llamó Annette, zalamera hasta con ella. —¿Alguna vez fuiste chaperona?

Gertrude negó, ninguna de sus señoras, es decir, las mellizas du Bouëxic de Guich habían hecho tales espectáculos como los que LaMotte estaba haciendo ahora. Miró a su señora y esta, harta y aún escandalizada, solamente había accedido con la condición de que fuese la última vez que acudía a ella para estas cosas. Así que las tres mujeres enfilaron hacia el enamorado de LaMotte, Fleur, con cara de mártir a punto de ser sacrificada, Gertrude, sin saber qué hacer realmente y Annette, más que feliz. Cuando Fleur alzó la mirada al estar frente al enamorado de Annette y su acompañanete, palideció. Ofuscada, comenzó a temblar y a maldecir por dentro, ¿esto era acaso una broma?... De muy mal gusto, claro que sí, una broma infernal. —¿Qué es esto, Annette?—, fue lo único que atinó a preguntar, mientras aquella traviesa venita en su frente, volvía a aparecer.
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Jouer un jeu dangereux // Charles Moncrieff Empty Re: Jouer un jeu dangereux // Charles Moncrieff

Mensaje por Charles Moncrieff Jue Abr 12, 2018 11:07 am

Si le divirtió el rictus azorado impregnado de vergüenza y sofocación producido a la fémina con sus palabras, no pareció demostrarlo. Estoico, cual su conducta, apoya las manos enguantadas en el bastón en tanto Arthur se acerca con la castaña colgada de su brazo a la usanza de la época para ayudarle a caminar en unos zapatos adecuados para desplazarse en los pisos marfileños de una mansión, inadecuados para los adoquines erosionados por el paso del tiempo y los andares de los transeúntes. El rostro de su amigo es espléndido, parece como si el sol hubiera salido para él y las nubles que impedían ver el cielo, fueran removidas por el viento dejando un azul impoluto en su existencia, una que no puede ser manchada ni oscurecida por ninguna circunstancia.

Bien por él, en cierta forma, porque el inglés está ahí para asegurarse de que ninguna sibilina serpiente pueda enroscarse alrededor del frágil cuello del irlandés hasta que sea imposible salvarlo de una muerte lenta, asfixiante y amarga. La última osadez de la fémina es alzar la voz chirriante a sus oídos, el inglés estima que ésta es la puñalada final - de donde provienen mis raíces y mi educación, las señoritas no se permiten dar un paso en falso, mucho menos golpear con sus vestidos o cualquier parte de su anatomía a un caballero. Así que tiene razón, en la Corona inglesa, de donde provengo, los modales son muy diferentes de los que en la Corte francesa se hacen gala. Es evidente, que usted no pertenece a ninguno de los dos círculos y que la fortuna de su esposo, le ha posicionado de mejor manera. Dicen las malas lenguas, que estoy seguro, reconoce a la perfección que "aunque la mona se vista de seda, mona se queda" y la reverencia que le enseñaron dista mucho de aquéllas cuya gracia y candor me agradan. Lo he dicho y lo repito, por más que la mona quiera convertirse en dama, sigue siendo sólo una mona - los pliegues de sus labios se endurecen a la par de sus ojos que observan por última vez a la mujer. Es su actitud plasmada en su posición del cuerpo firme y bien plantado con las manos en el bastón lo que infunde respeto y poder. Son sus gestos adustos y pedantes, lo que clama a voz viva su origen y procedencia.

Ninguna cualquiera puede siquiera decirle más de lo que esta superficial dama desee. Algunas señoritas colgadas de los brazos de los caballeros deslizan discretas la mirada hacia los tres dejando una estela de hormonas cual mariposas a seguir, de lo que les provoca un hombre del estilo de Charles. Un ente criado entre sedas y oro que ahora permite lucir y sofocar a la joven con ese porte indómito e imponente. No hay más que hacer en el lugar, debe concentrarse en aquél que ahora requiere su atención y, con un discreto movimiento de la mano, le llama para acudir a su vera. Dejando atrás a la disfrazada de dama, a quien le quedan años para entender cómo debe comportarse ante la nobleza inglesa, sus pasos se enfilan hacia su protegido.

- Está hecho, ella me acepta un café en el lugar que indique con la condición de que sea discreto y como te dije, Charles, lo es. Sólo necesitará de acompañantes, no te quitaré mucho tiempo, ella tiene ahora a una amiga y a su sirvienta. Nos servirá de chaperona para los requerimientos sociales. Vamos muy bien - la sonrisa amplían los dones que los ángeles pusieron en él. Arthur es todo luz, como Charles oscuridad. El último no quiere saber de más reuniones y pláticas banales entre dos enamorados cuya miel derramada podría causarle urticaria a su amargo carácter. - Por favor, acompáñanos. Sería prudente que me ayudaras, prometo darte lo que quieras. Es más, puedo hablar con mi padre para que solucione el problema de tu mentor Joshua. Por favor, ayúdame - ese es un golpe bajo. Que el irlandés conozca la situación de su protector y esté deseoso de sacarlo de apuros, es una mención muy vívida de que quizá el anciano esté en problemas mayores a los que le comenta cual estrella fugaz en sus misivas.

Su diestra se acicala el bigote pensativo, Arthur le conoce desde hace tanto, que reconoce el gesto y apura la lanza para rematar al enemigo - puedo hacerlo, sabes que mi padre no me negará nada y sólo es mover sus influencias. Vamos, Charles, pocas veces pido algo - en eso tiene acertada razón. Si bien Arthur es un niño en algunos aspectos, un puberto reconociendo la maldad impregnada en cada fibra femenina, también es un ser independiente que busca por todos los medios salir avante sin necesidad de incordiar a los que a su alrededor se encuentran. Un suspiro profundo es la respuesta que al otro hace dar un pequeño salto de triunfo - bien, vamos entonces - le toma del brazo para conducirlo a donde las tres féminas hacen lo propio. Una encandilada, otra como si deseara estar en otro lugar ahora mismo y una última, como si le llevasen al matadero de cerdos.

Justo cuando pensaba que las cosas no podían estar peor, la última mujer alza el rostro que impacta cual meteoro fugaz en la sólida constitución del de Charles. Antes de que pueda el inglés decir nada, Arthur se adelanta muy contento - Mademoiselle Annette, como le indiqué, él es mi amigo y compañero de hace muchos años, Sir Charles Moncrieff. Charles, ella es Annette LaMotte, la mujer con la que quiero tomarme unos minutos de charla en algún café. Seguro que ella es su amiga, señorita, mucho gusto, Arthur Mc. Gregor y él es mi compañero, el respetable Sir Charles Moncrieff, es un honor estar conversando con tan bella dama - se inclina para depositar un beso en el dorso de la mano de la ejecutada.

El "Sir" suena rimbombante, por un momento Charles medita que debiera insistirle a Arthur que él no es un lord. Que su título de duque se lo quitaron hace mucho tiempo, mas el irlandés sabe su historia, uno de pocos aliados que tiene, al ser hijo del pater familis Mc. Gregor. La historia de Charles había hecho mella en el corazón bondadoso del irlandés y decía que movería sus influencias para que le restituyeran lo que le habían quitado y eso, en primer momento, era el título. Por lo que le presentaba así, como Sir. Al ver el rostro de la acusada, el inglés no piensa corregirlo. Esta vez, hará gala del título que le usurparon y con él, aplastará a la mona que sigue osando estar ante su presencia - un placer, mademoiselle LaMotte - toma su mano depositando un beso sobre el dorso mirándola a los ojos, para su sorpresa, ella no lo observa, sus orbes están fijos en Arthur. Esa es una actitud contraria a una trepadora.

Al erguirse en todo su tamaño, su metro ochenta y cinco de estatura se hace ver, acercándose a la otra mujer, tomando su mano con sutileza, sin importar que unos instantes antes le hubiera reprendido, le demuestra lo que todo caballero debe acatar: que el protocolo ante las fricciones humanas, es lo que prima. Por lo que deposita sus labios en el dorso de la mano de la mujer el tiempo suficiente cual indican las reglas de etiqueta y se alza en todo lo alto alejándose -por fin- de la fémina incordiosa. De la sirvienta, cuyos ropajes la delatan, no fija un solo momento la mirada.

Sólo es eso: una sirvienta, igual que la "dama" a quien sigue.
Charles Moncrieff
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