Thief of Fire → Privado

Usualmente encontraba solaz en los libros, pero últimamente, desde ese accidentado viaje al Vaticano, las palabras sólo danzaban frente a sus ojos y no lograba concentrarse. Sentía a Franka en esa misma casa, sus pulsaciones, su respirar aunque ambos estaban muertos y ese era un sonido ensordecedor que no lo dejaba en paz.

Por eso, esa noche decidió salir sin avisarle a nadie, sentía un vacío extraño y nuevo en su pecho, como si una parte fundamental de su vida, o existencia, hiciera falta. Mientras recorría las calles de la ciudad, apenas iluminadas por la mustia luz ambarina de algunas farolas, escuchó ladrar a los perros, cantar a los borrachos y los cascos de algunos caballos con el empedrado.

Caminó, no supo si fueron pocos o muchos minutos, sólo supo que quería alejarse del propio hogar que mantenía en París desde hace tiempo. Siempre un errante, era extraño que se ya hubiera estado tanto en un solo lugar, pero había algo en la capital francesa, algo que no se sabía explicar y que quizá llegó como respuesta diáfana al detenerse frente a la puerta doble de la biblioteca, cerrada a esa hora. Se imaginó cómo podría verse tan bonito edificio en la hora diurna, pero sólo eso podía hacer, imaginárselo. Suspiró y escuchó voces acercarse, pronto llegaron las sombras de dos personas charlando y caminando, proyectadas en una calle aledaña. Sin querer dar explicaciones o lo que fuera, Zlatan se deslizó al costado del edificio, donde una puerta pequeña y trasera estaba cerrada con candado.

Lo pensó, lo meditó en serio pero cuando apenas estaba llegando a una resolución en su cabeza, sus manos ya sostenían el candado y lo hacían añicos, ventajas de su condición de vampiro, para poder abrir aquella pequeña puerta. Tragó saliva e ingresó, no sin antes echar un vistazo a su alrededor, no quería que nadie lo viera allanando el lugar, porque eso era lo que estaba haciendo.

La oscuridad, sólo rota por la luz que se colaba del exterior a través de grandes ventanas, no representó obstáculo alguno, aún así buscó cerillas y una vela. En el escritorio del bibliotecario encontró todo lo que necesitaba y de ese modo se adentró en ese lugar al que nunca había ido, a pesar de su amor por los libros. Con el dedo índice recorrió los lomos de varios tomos en las estanterías, hasta que escuchó un ruido más allá.

¿No estaba solo? ¿Cómo había podido pasar por alto ese detalle? Sopló a la vela para apagarla, si se mantenía quieto, quizá no sería descubierto. Pegó el cuerpo a una fría pared de piedra y aguardó. Escuchó pasos acercarse, acercarse, casi estaban ya donde se encontraba él. Aguantó la respiración como un niño que teme ser descubierto en una travesura pero sus ojos oscuros parecieron brillar como trozos de cristal negro a través de las sombras, y se cruzaron con los de la otra persona.

Azules. Los ojos que lo miraron de vuelta eran tan condenadamente azules que sintió el frío de los mismos en su garganta, en un amago de asfixia. Por un segundo o dos ni siquiera pudo procesar las preguntas que le fueron lanzadas. ¡Tenía que hacer algo! Responder, moverse, lo que fuera. Qué patético se comportaba a veces; se preguntaba si Franka habría hecho bien en transformar a un hombre tan… tan… ¡pues tan así como era él!

Sacudió la cabeza y dio un paso al frente. La luna allá afuera proporcionó la luz suficiente para iluminarle las facciones morenas, de una tierra desconocida y lejana, ajada por la guerra y bendecida por el patriarca Muhammad. Tragó saliva.

—Espero no estarme delatando —comenzó con voz educada—, pero intuyo que sabes lo que soy. Y si sabes lo que soy, entenderás que no puedo venir a este lugar cuando está abierto, lo cual es una pena —dijo tratando de mostrarse sereno. La mujer no pareció con intenciones de atacarlo, pero qué iba a saber él. Sí, claro, era inquisidor, y había recibido entrenamiento, pero era tan sólo un bibliotecario, dejaba la acción a los espías o soldados.

—Yo… sólo quería saber cómo era este lugar por dentro —dijo, bajando la voz, como si la confesión le diera vergüenza—. No creí que fuera a haber alguien. Bueno, eso es obvio, ¿no? Sino no hubiera elegido esta noche para entrar. —Quiso reír, sin éxito. Se talló la cara con una mano, era obvio que estaba incómodo.

—Tuve problemas para entrar, eso sí… —Y se rebuscó en los bolsillos los restos del candado que había roto para entrar—. ¿Eres una especie de encargada de este lugar? —preguntó al tiempo que estiraba la mano con los pedazos de metal que sucumbieron ante su fuerza sobrenatural. Zlatan hizo aquello como una especie de ofrenda de paz, sin darse cuenta que leído el gesto de forma incorrecta, podría entenderse como amenaza.

«Contempla mi fuerza, si esto le hago al hierro, ¿qué le depara a tus huesos?», podía sobrentenderse como tal.

Zlatan podía ser el más inofensivo de los vampiros, pero el resto de su casta había tenido siglos para crear una fama más que merecida; de sanguinarios y crueles, de veleidosos e insaciables. Dio un paso hacia atrás, esperando una reacción.

—Prometo pagarlo —dijo entonces—, era la única forma que tenía para poder entrar. Si hubiera sabido que estabas aquí, habría tocado a la puerta. —El nerviosismo en él era palpable y si acaso su acompañante temió en algún momento, con estas actitudes era obvio que Zlatan no iba a hacerle daño. Que estaba más preocupado por desembarazarse que por morderla.

Hubo algunos minutos de tensión. Zlatan había pedido ser convertido en vampiro, estúpidamente creyendo que con ello, estaría junto a Franka para la eternidad, sin embargo, a pesar de eso, la mayor parte del tiempo odiaba su condición, porque sabía lo que significaba, y no era que a raíz de haber obtenido la eternidad se hubiera convertido en un solitario, eso ya lo era, sin embargo, sí que aquello se acentuó porque… ¿quién iba a querer estar junto a él? Una amenaza latente, la espada de Damocles pendiendo sobre la cabeza de todos.

Soltó el aire que había estado conteniendo cuando ella habló. Sus palabras le trajeron tranquilidad, que tratándose de él, era todo un hito. Zlatan era un hombre en constante movimiento, siempre ansioso, nervioso por algo que no sabía si iba a suceder o no; algo que carecía de nombre y forma, algo que era inherente a él.

—Desde luego —dijo, sabiendo que su acompañante poseía los dones de la magia. Sonrió apenas, quiso pedirle que lo hiciera, que arreglara el candado frente a sus ojos porque quería ver los sortilegios que era capaz de cometer, sin embargo, se mordió la lengua y se aguantó. Sólo asintió.

—Oh, yo…, yo no busco nada en especial. Tengo acceso a mucho conocimiento usualmente, pero me gustan las bibliotecas —confesó. No le dijo que era bibliotecario para la Inquisición, ella misma era sobrenatural y su deber era el de darle caza, cosa que desde luego no iba a hacer. Lo dicho, Zlatan dejaba eso a los soldados y espías.

La siguió y comenzó a buscar a su lado, no obstante, no sabía a ciencia cierta lo que estaba haciendo, era algo sólo para distraer la mente, algo que constantemente buscaba, porque cuando no estaba concentrado en algo, los deseos de dejar de existir regresaban como una estampida salvaje hacia él, llevándoselo todo, su cordura y su (poca) fuerza. Se volvió hacia ella.

—Oh, el Louvre, he estado ahí también, pero sólo de noche. —Rio de su desgracia—. Señorita Enhydra, un placer… —Se giró por completo para encararla y ofreció su mano—. Soy Zlatan Hadžić, pero puede llamarme sólo Zlatan. —Le sonrió con timidez y una vez que tuvo la mano ajena atrapada en la suya, helada y blanca a pesar de sus facciones sarracenas, depositó un beso en el dorso.

—Me gusta mucho el arte, me gustaría tener habilidades para él. Pero ser un negado para cualquier actividad artística no me prohibe saber apreciarlo, ¿verdad? A mis años he visto muchas cosas increíbles, aunque admito que hay algo en el Louvre que lo hace muy especial —dijo con distracción, regresando su atención a los lomos de los libros—. Señorita Enhydra, si me permite decírselo, me parece maravilloso que una mujer tan joven sea la encargada de una área tan importante del museo —halagó y la miró de soslayo.