The cursed lovers // Privado - Spyros

La maldición que el aquelarre al que pertenecía Spyros le había impuesto a los amantes, era un castigo por romper las leyes no escritas en las que brujos y cazadores, jamás debían confraternizar como amigos, menos aún compartiendo el lecho. Ella, una cambiante, bajo el influjo del hechizo, era obligada a adoptar su forma animal cada vez que el sol salía, permitiéndole únicamente regresar a su humanidad cuando éste se escondía. Así mismo, para que la pareja no pudiera ser feliz de nuevo, la magia forzaba a Spyros a usar su poder de alteración de la apariencia cada vez que el sol se ponía, convirtiéndose en un lobo negro como la noche en la que se movía, recuperando de nuevo su forma humana con el amanecer. De este modo, podrían estar juntos eternamente, pero jamás podrían volver a amarse. Sin poder conversar, acariciarse o besarse, condenados a tenerse en frente, sin llegar a verse.

Spyros llegó a un acuerdo con el aquelarre, traería a Mykonos a la heredera de los poderes de la difunta reina Nessanie y, a cambio, se rompería el hechizo. Pero Calíope no confiaba en esos brujos y, por su cuenta, había encontrado información sobre un hechicero tan poderoso que, a veces, incluso era incapaz de controlar esa energía que su cuerpo contenía. Los planes de ambos apuntaban en la misma dirección, así que contándose las cosas el uno al otro, esperando siempre a que el sol hiciera acto de presencia o desapareciera para escuchar la respuesta del contrario, decidieron encaminarse hacia Francia. Las dos ideas eran posibles y, al mismo tiempo, ambas cojeaban por distintos puntos. Lo mejor era acercarse a su destino y, una vez allí, buscar más información para localizar a sus dos objetivos.

Viajar en su condición era difícil. Él, durante el día, fingía ser un cetrero o un comerciante de animales exóticos, según le parecía sería más convincente por la zona por la que cruzaran. Sin embargo, por las noches, cuando ella era humana y él un enorme lobo oscuro, avanzaban escondiéndose, pues ambos corrían peligro. Una dama sola a aquellas horas llamaba demasiado la atención de seres indeseados y un animal como aquel, levantaba temor y las cosas se alborotaban enseguida. Así que solían descansar durante las horas nocturnas y aprovechar desde el primero hasta el último rayo de sol para proseguir con su camino.

Una vez llegados a tierras francesas, se les sumó un pequeño problema en el que no habían caído, dejándose llevar por la esperanza de ver su sueño cumplido, el de romper la maldición que se cernía sobre sus vidas. ¿Sabría Spyros francés? Porque para Calíope era una lengua que desconocía. Se percató de inmediato, pues al cruzar la frontera ya había caído la noche, pero se habían negado a posponer un día más se arribada, ansiosos por dar con Shelby Cannif o Lucio Sacro. La cambiante se acercó a un pequeño poblado mientras Spyros aguardaba en las lindes del bosque, observando, vigilando y protegiendo a la dama de noche que era su bien más preciado. La joven tuvo que gesticular mucho para que entendieran lo que quería, pero finalmente machó de allí con algo de comida que ambos pudieran llevarse a la boca. Si bien los dos podían cazar, en forma de halcón las presas eran pequeñas y que lo hiciera el lobo era un riesgo, pues estaban en territorio de cazadores furtivos por lo que se había informado días antes el hechicero.

Una vez reunidos los dos, acarició la cabeza del animal con mimo y fue a preparar un pequeño fuego. -Al fin estamos en Francia…- Una sonrisa llena de ilusión se dibujó en los labios de la castaña, mientras su compañero se sentaba de manera elegante a su lado y le tocaba el hombro con el hocico en señal de cariño. -Un día menos para estar juntos de nuevo.- Besó con ternura la cabeza del lobo y le ofreció un trozo de liebre cruda y despellejada. Necesitaban reunir fuerzas, su aventura acababa de empezar.

Mykonos, una isla dividida en dos facciones en eterna guerra, donde la condición de nacimiento marcaba nuestro sino desde el inicio de los tiempos. Nací en el aquelarre mas poderoso, hijo de brujos fui entrenado para servir con fidelidad absoluta a mi reina Nessaníe y con el odio inculcado en mis entrañas hacía la facción contraría, los cazadores.
En eterno equilibrio miles fueron las gestas que batallé hasta que en una de ellas la vi, espada contra espada luchamos con valor, pero nuestras miradas dejaron pronto de ser afiladas para pasar a reflejar el desconcierto mas absoluto.
Dice las leyendas que existe tu mitad en algún punto del mundo, esa persona que encaja contigo de un modo único, como si al nacer tu alma fuera separada en dos mitades y escasas son las veces que se reencuentran en esta vida o una venidera. Ella era sin duda esa mitad e incapaces de acabar con el otro nos separamos sin mas.

A partir de ahí la curiosidad me llevó muchas veces a las fronteras, la veía haciendo guardia sin inmiscuirme en nada, era una sombra admirando su belleza, hasta que en una de esas me pillo. Empezamos una relación clandestina, apasionada y llena de promesas que podíamos hacernos mas no cumplir pues no eramos dueños de nuestro destino, ni siquiera culpables de la guerra en la que luchábamos.

Pudimos mantener aquella farsa unos meses, mas los aquelarres todo lo ven y fui demasiado necio pensando que esto sería algo diferente. Sintiéndose traicionados nos maldijeron a algo peor que la muerte. Ella seria ave de día, yo lobo de noche, jamas podríamos volver a tocarnos, a besarnos, a hablar o a amarnos, condenados a vagar por el mundo siendo humano y animal respectivamente y esperando el ocaso para poder por un segundo acariciarnos como si fuéramos etéreos fantasmas nuestra única misión en la vida se convirtió en arrancar esa maldición de nuestras entrañas.

La caída de Nessanie se produjo a la mano de Agarwaen que junto a su mujer y la criatura que nació de su vientre trajeron la paz a tierras griegas. Nosotros aprovechamos esa conjetura pues los aquelarres sumidos en la desesperación dieron con la futura heredera de los poderes de Nessanie, el trato fue sencillo, ir por ella a París y traerla frente a ellos viva y en buen estado, si cumplíamos con eso, nos liberarían de la maldición y por fin podríamos amarnos como antaño.
Por supuesto aceptamos ¿teníamos acaso otra opción?

Emprendimos viaje a París, yo fingía ser cazador o cetrero durante el día, la noche era algo mas complicada así que lejos de miradas indiscretas tratábamos de descansar en refugios alejados de la mirada humana, la mayoría peligrosos para una mujer pues los depredadores nunca descansaban.
La llegada a París en barco fue sencilla pero al anochecer nos vimos forzados a retirarnos a los bosques. Observé en mi forma lobuna como lady halcón conseguía algo de alimento, gruñí mostrando los dientes al verla salir con una bolsa sonriendo a un humano que muy simpatico había osado acompañarla fuera.
Los celos me corroían porque a fin de cuentas, no era mas que un lobo cuando ella tenia su forma humana.

Cenamos en la gruta, apoyé mi cabeza en su regazo pensativo mientras esta deslizaba por mi pelaje azabache sus dedos.
Dar con Shelby no sería para mi complicado, a fin de cuentas solo tenía que seguir su maldito rastro, cuando fuera humano me acercaría a la logia, verla, tratar de empaparme de su olor...después sería cuestión de esperar a que estuviera sola para hablar con ella, no todos los días se ofrece a alguien ser reina y tener un ejercito como vasallos, si era como Nessanie ni siquiera tendríamos que llevarla por la fuerza, aceptaría el trato sin pensarlo.

Tras comer un poco de pan y asar un trozo de carne de liebre con el que cubrir sus necesidades de proteínas, dejando las llamas encendidas para que se apagaran solas durante la noche, la cambiante se recostó junto al gran lobo negro que le servía de cobijo. Él desprendía mucho calor y a ella le gustaba tenerle cerca, así que no solía costarle mucho conciliar el sueño una vez cerraba los ojos. Pero aquella noche era distinta, estaba nerviosa por la proximidad de su libertad. Estaban tan cerca de tocar lo que llevaban meses buscando que era incapaz de dejarse llevar por Morfeo. -¿Crees que accederán a ayudarnos? Sé que piensas que será fácil llevar a la heredera de los poderes de Nessanie a Mykonos, pero yo no acabo de fiarme del aquelarre…- Se abrazó al cuello del animal, hundiendo la nariz en su tupido pelaje de la cabeza, entre las orejas. -Sabes que yo no juzgo a nadie, pero unos hechiceros que maldicen a dos personas por amarse… No creo que sean de fiar. Por eso creo que no deberíamos descartar lo de encontrar a Lucio Sacro, aunque sea como segunda opción…- Suspiró apesadumbrada al pensar en un posible fracaso, pero negó enseguida, restregando su rostro contra el pescuezo de Spyros. -Todo saldrá bien, estoy segura. Porque estamos juntos y unidos podemos con todo.- Sonrió de nuevo y tras llenar de besos al lobo por allí donde alcanzó, se sintió más relajada y poco tardó en caer rendida ante el dios del sueño.
 
Antes del amanecer se despertó tras un reparador descanso. Se desperezó, frotándose los ojos con ambas manos y buscó a su compañero con la mirada que estaba a escasa distancia, mirando hacia el exterior. Los dos ansiaban la llegada del ocaso y el amanecer, pues eran los únicos instantes en los que, durante escasos segundos, sus formas humanas coincidían y podían tocarse. Eran momentos efímeros, pero atesorados por ambos. Cada vez que sus miradas se encontraban, Calíope sentía que se llenaba de la energía suficiente como paras superar un nuevo día en su forma de halcón. Se acercó al hechicero y se sentó a su lado, dispuestos a presenciar la salida del sol. En cuanto la curva dorada empezó a asomar en el horizonte, la mano de la chica se posó sobre la pata del animal, acariciando su pelaje mientras éste, poco a poco, iba desapareciendo para dar paso a una piel desnuda y unos dedos. Giró su rostro para ver como el hocico se acortaba y las orejas empequeñecían. Los ojos de la cambiante titilaron, ansiosa por ese breve segundo en el que poder amarse como personas. Sostuvo el rostro ajeno, aún cubierto por vello oscuro, y antes de que ella empezara a mutar, unió sus labios a los de Spyro. Enseguida se apartó al notar como sus huesos se quebraban y su cuerpo empequeñecía. Se dio la vuelta para terminar el cambio, hasta convertirse en un pequeño halcón peregrino. Extendió las alas, agitándolas aún reposada en el suelo y tras echarle un vistazo a su pareja, alzó el vuelo y se alejó. Las creencias dicen que las aves no lloran, pero al menos esta, lo hizo.
 
Planeó durante unos minutos, observando el terreno, el poblado, los caminos. Conectó entonces su mente con la del brujo y compartió con él lo que ella veía. Debían estudiar los pasos a seguir, elegir el sendero más corto y, a la vez, el más seguro. Al terminar el reconocimiento, descendió hacia la gruta y se posó sobre el hombro ya vestido del griego, dándole toques con su pequeña cabeza de ave en la mejilla.

Efímero el instante en el que nuestros dedos se acariciaron, nuestros ojos se admiraron y las promesas en nuestra mente retumbaron. Dicen que nada puede con dos enamorados, que el dolor es parte de una relación y que lugar te convierte en guerrero como el dolor fortalece t alma y tu cuerpo. En este instante en el que mutábamos a hombre y bestia respectivamente nuestros labios se orillaron temerosos de no alcanzar los belfos del otro.
Un milímetro, solo esa escasa distancia falto para alcanzar el cielo que el aleteo del halcón convirtió en tartaro.
Abrí los ojos viendo como se alejaba de nuevo, planeando, surcando las nubes y regalándome la imagen de París desde las alturas.

Me vestí mientras ella sobrevolaba el cielo, dicen que las bestias no sienten, hoy sabía de la falacia que implicaban esas palabras pues por ella, halcón o mujer daría la vida.
Cuando regresó apoyó sus garras en mi hombro picoteando los gusanos de mi pelo, rozando su plumaje con mi mejilla infundiéndome un animo que ninguno de los dos sentíamos.
-Vamos a por Shelby, es nuestra única opción de estar juntos.

El día lo pasamos observando el edificio de la Logia, sentado en una cafetería en la plaza del Theatre con Caliope dentro de una jaula. No podía llevarla en mi hombro en medio de un mundo civilizado como lo era París en esos momentos.
Shelby llevaba una rutina bastante marcada, Logía, casa y biblioteca..solo teníamos que marcar el día en el que acercarnos a ella y poder conversar tranquilos, a fin de cunetas íbamos a ofrecerle un reino que gobernar.
Lucio era el cabeza de las logias, pasaba mucho tiempo en el despacho del edificio, su vida parecía ordenada, tenia dos hijos pequeños, una mujer de bellas formas, supongo que como todo hombre poderoso mantenía una vida aparentemente idílica en su enorme mansión.
Shelby era hija de Höor Canif, conde de los Paises Bajos, aparte de poderoso, ese hombre era un bárbaro, la suerte es que estaba lejos de él, lo que facilitaría mucho las cosas. De la madre se sabia menos, era una mujer de clase alta que se lanzó al mar desposándose con un pirata y acabó casada con un bárbaro, sin duda sus gustos eran algo abstractos.

Caída la tarde la seguimos hasta la biblioteca, dentro no podía entrar con Caliopé así que esperamos en los jardines. Deslicé mis dedos por los barrotes de la jaula, no podíamos hablar, hasta eso nos habían arrebatado. Cuando Shelby saliera sería el momento de interceptarla, invitarla a una copa, conversar, nada tenía que ir mal, pero de no ceder, tenía un plan b.

Unos jóvenes viendo el halcón en la jaula se acercaron, intenté deshacerme de ellos, peor por desgracia Talos utilizó ese instante para desaparecer con Shelby no se bien como, rugí preso de la ira tomando la jaula y dejando a los jóvenes allí plantados.
-Búscalos -le pedí abriendo la jaula.
Esta salio de allí despedida compartiendo conmigo la visión ,pero seguramente un conjuro de invisibilidad lograba que el planeo de la cazadora no obtuviera respuestas.
-¡Joder!
Saqué uno de los viales del zurrón, Caliope odiaba que usara las drogas para poder intensificar mi magia pero eramos lo que eramos, soldados de los aquelarres...no teníamos opción si queríamos ser los mejores.
Hinqué en uno la aguja de la jeringa y tiré del embolo hasta que el liquido paso a llenar el tubo. Con un trozo de goma anude mi brazo hasta que la vena quedó marcada, allí hundí la aguja con tino, la practica era una variable para estas cosas.
Solté la goma dejando que el liquido empezara a adentrarse en mis venas, jadeé ante la explosión de adrenalina

Aunque convertida en halcón podía seguir estando junto al hombre que amaba, la forma que adoptaba no le permitía conversar con él, acariciarse, abrazarse o besarse. Estaba claro que aquellos que tenían la posibilidad de hacerlo a diario no lo valoraban lo suficiente, pues sólo cuando perdías algo, sabían cuánto lo necesitabas en realidad. Calíope intentaba estar lo más cerca posible del hechicero a todas horas, pero cuando entraron en la ciudad, ella no podía ir como si fuera un pequeño canario sobre el dedo de un ornitólogo, pues era un ave de presa, no muy grande, pero considerada de todos modos peligrosa, así que debía viajar metida en una jaula, algo que la propia cambiante sabía que Spyros odiaba. Ella se resignaba, pero podía ver el dolor reflejado en los claros ojos de su amado y eso la rompía por dentro.

Allí parados frente a la logia, el ave no podía dejar de pensar en lo cerca que tenían la solución y, al mismo tiempo, lo difícil que podía resultar obtenerla. El brujo estaba convencido que con contarle a Shelby lo que la aguardaba en Grecia, ella cogería sus bártulos y partiría con ellos sin demora, pero Calíope no tenía las cosas tan claras y estaba segura que aunque resultara tan sencillo como Spyros lo pintaba, que una vez se la entregaran al aquelarre, estos no cumplirían con su palabra. Ella jamás había sido de juzgar a las personas por su clase social, su raza o la ascendencia, pero les habían maldito, estaba claro que no eran gente buena y que por conseguir lo que se proponían, harían lo que fuera. Ella era una cazadora y sólo por eso ya la tenían en su lista negra. Jamás le devolverían su libertad, por mucho que les suplicara. Pero en el despacho más alto, había otra posibilidad… Lucio Sacro se encontraba allí y era un hechicero muy poderoso. Él podía ser quien rompiera el hechizo, pero el griego no parecía querer aceptar aquella opción como factible. Tenía que convencerle, pero era complicada dada su situación, porque una discusión normal, era inviable.

Cuando la bruja salió de la logia, la siguieron hasta la biblioteca y mientras aguardaban a que partiera para interceptarla e intentar mantener una charla con ella, aparecieron unos muchachos que parecieron quedar fascinados con el ave rapaz que aguardaba tranquilamente dentro de su prisión de metal. Y mientras estos entretenían al joven moreno que los intentaba apartar, Talos, el amigo de Spyros, cogió y se llevó a la que era nuestra vía de escape del maleficio que les ahogaba. La jaula se abrió y la cambiante alzó el vuelo en busca de la pareja que huía. Compartió su visión con el griego, mas fue incapaz de localizarles incluso desde las alturas. Dio varias vueltas antes de regresar al origen, viendo con sus ojos excepcionales ya desde la distancia como el hechicero se inyectaba elixir en las venas. Gañitó con fuerza al descender en picado hacia él, batiendo sus alas al estar ya cerca de su rostro. Le estaba regañando como podía, aunque ya fuera tarde para ello. Calíope odiaba que usara aquellos métodos, él lo sabía, por eso lo había hecho mientras ella se encontraba lejos. De poder comunicarse con él de otro modo, le hubiese gritado, golpeado e incluso se le hubiesen llenado los ojos de lágrimas, porque sabía lo peligroso que era, las consecuencias de sus actos pasarían factura luego y sería el lobo el que sufriría cuando se ennegreciera el cielo. El lobo y su amada, que debería atender al pobre can de aullido lastimero.

Abrí los ojos de golpe con los labios entreabiertos soltado de forma pesada el oxigeno de mis pulmones, mi cabeza se dejó caer hacía atrás ligeramente mientras miraba el cielo y al ave que caía en picado hacía mi llegando tarde.
Sabía lo mucho que odiaba aquello, pero yo era lo que era, fui criado en los aquelarres, educado en las artes oscuras de la magia y el único modo de alcanzar la cima del poder era por medio de meter sustancias peligrosas a nuestro cuerpo.

La oí piar ante mis ojos que intentaban enfocarla mientras una sonrisa tonta se instauró en mis labios, ms de inmediato la adrenalina actuó, mis pupilas dilatadas volvieron en si y me centré en todo lo que a mi alrededor ocurría.
-Aurean -dije concentrándome en el aura de Talos. Había echado un conjuro de invisibilidad de ahí que Caliope fuera incapaz de verlo con la hechicera -Vamos.

Sabía que cuando ella adquiriera su forma humana me diría lo que pensaba, pero bueno, es lo que necesitábamos y no estaba dispuesto a perder la oportunidad de volver a rozar su piel, si el precio a pagar era el tártaro, pretendía arder en el.

Seguimos con paso rápido a Talos hasta un almacén abandonado, sus cristales estaban cubiertos con cartones, seguramente había llevado allí a la joven Cannif para darle muerte
El tiempo apremiaba, Talos era despiadado y no le temblaría le pulso en cumplir como buen soldado su cometido, tampoco a mi me temblaría si para volver con mi amada tenía que dar muerte al que conmigo se había educado.
Eramos soldados, la vida y la muerte quedaba separada por un hilo demasiado fino y así nos lo enseñó nuestro maestro tal como crecíamos.

Me concentré en la puerta y llevando mi diestra a ella una explosión de energía la abrió de golpe, ladeé la sonrisa ligeramente al ver como Talos salía despedido contra la pared, al igual que la todavía Shelby, mi señora a partir de ahora.
El hechicero no tardó en recomponerse y si yo en mi diestra esgrimí una arma de hoja azulada, este sacó la roja de debajo de su manga y allí estábamos uno frente al otro retándonos, tentándonos pues las armas mágicas no eran cualquier cosa, el menos corte devorarían nuestras lamas o consumirían nuestra energía.

Shelby salió corriendo de la estancia logrando librarse de lo que la mantenía presa, tenía que reconocerle tener recursos la joven sobrina de Nessnie.
Lo aceros chocaban mientras nos desafiábamos en un baile de pies violentos, mas pronto sentimos el aura de otros hechiceros, inquisidores seguramente que al notar las fuertes auras que allí se concentraban venían en nuestra caza.
-Nos veremos Talos -dije antes de que Caliope se apoyara sobre mi hombro a mi señal y cerrando los ojos me concentré saltando en tiempo y espacio hasta aquella gruta donde habíamos dormido la noche anterior, pronto la dama blanca conquistaría el firmamento.

Era demasiado tarde para hacer nada, la ponzoña ya corría por las venas del hechicero y, como tal, no tardaría en contaminar su sangre. Sí, le daría una fuerza inusual a su poder, pero cuando el efecto desapareciera, el cuerpo de Spyros quedaría desprotegido durante unas horas. El precio a pagar por un momento de gloria, era el verse vulnerable después, lo que pondría en riesgo su vida y la de su amada si alguien los encontraba para darles caza mientras el lobo sufría y la cambiante estaba en su forma humana. No es que ella no supiera defenderse, pero si iban a por ellos, no sería sólo uno y tampoco sería un simple mortal, serían brujos con poderes y Calíope contra la magia no era rival.

El halcón alzó el vuelo de nuevo, por un lado para dejar que el griego se concentrara y, por otro, porque estaba ofuscada y no deseaba estar cerca de él hasta que se le pasara. Sabía que era inevitable, que el hechicero haría todo lo que estuviera en su mano por dar con Shelby y convencerla para regresara con ellos a Mykonos para sentarse en el trono, pero a su vez, estaba convencida que eso no ocurriría, la muchacha no accedería. Y si lo hiciera, dudaba mucho que el aquelarre levantara la maldición que les separaba. Y aunque se diera el milagroso suceso de que cumplieran con su palabra, el levantamiento de los brujos en su tierra sería llamar de nuevo a la guerra, a un tiempo de caos y sufrimiento que la cambiante no deseaba. ¿Estaba dispuesta a sacrificar vidas ajenas por estar de nuevo con Spyros? En el fondo, sabía que no. Por eso se aferraba a la otra opción, a hablar con Lucio Sacro y suplicarle que les ayudara. Para Calíope, él era su única salida.

Siguió desde las alturas el camino de su amado, controlando que nadie les siguiera mientras se acercaban allí donde Talos se escondía y retenía a la hechicera. En cuanto la puerta voló por los aires, el ave descendió en picado para unirse a la pelea, no portaba armas, pero podía resultar de ayuda a su manera. Mas antes de que siquiera cruzaran el primer choque de espadas mágicas, la inquisición dio con ellos y tuvieron que llamar a retirada. La muchacha había escapado y la cambiante, lejos de perseguirla, le había dejado que se marchara sin interponerse en su camino. Cuanto más lejos estuviera la sucesora de Nessanie de aquellos dos hombres, mejor para el resto del mundo.

Spyros usó su magia para transportar a ambos de regreso a la cueva y lo primero que se llevó fue un picotazo en la cabeza y varios golpes de alas por la cara. Si no dejaba de machacarse de esa manera, no sería necesario levantar el maleficio, porque se condenaría a muerte antes de que pudieran volver a besarse una vez siquiera.

El ave reposó sobre una roca, aguardando a la puesta de sol, a ese efímero instante en el que sus miradas se cruzaran, en que sus orbes humanos se contemplaran con el dolor de aquellos cien días y cien noches sin poder tocarse.

Con el último destello anaranjado tiñendo el cielo, las plumas empezaron a caer y los huesos a crujir. Las articulaciones se dislocaban, el pico desaparecía y las garras se alargaban, convirtiéndose en dedos finos. Ya no había halcón, ahora había una mujer en su lugar, una dama de melena castaña y piel ligeramente tostada. Delgada, menuda y desnuda, que con la mirada entristecida buscaba al amor de su vida, cuyo rostro comenzaba a alargarse y cubrirse de pelo. -Te quiero...- Susurró con lágrimas corriendo por sus mejillas.

Como cada día el ocaso dio paso al reinado de la dama blanca y de nuevo nuestros cuerpos mutaron dándonos apenas un segundo efímero para nuestro amor.
Condenados a no poder tocarnos, besarnos, amarnos, podía ver como las lagrimas por sus mejillas rodaron al tiempo que mis ojos se cristalizaron.
Pronto fui de nuevo un lobo, mi hocicó se alargó mis colmillos crecieron y mi pelaje tupido y negro copó todo mi cuerpo.

Con la voraz droga corriendo pos mis venas me dejé caer agotado sobre el frio suelo de aquella cueva, convulsioné un par de veces tratando de fingir que estaba bien, toda magia extra implicaba voraces estragos y consecuencias no deseadas.
Sabía lo que pensaba, era muy consciente de porque me había picado y golpeado con las alas, no le gustaban mis métodos, pero no debía olvidar que se enamoró de un hechicero. Los aquelarres nos usaban como soldados y para exprimir nuestro poder nos enseñaban a usar ese tipo de “drogas” que en un momento determinado incrementaban el poder al máximo.
Era necesario, por no contar que sufría una dependencia a las sustancias y si pasaba mucho tiempo sin inyectarme como a cualquier drogata le daba el mono.

Cada dia sin que me viera inyectaba un vial suave, uno que me ayudaba a paliar los efectos de mono, pero cuando necesitaba incrementar mis poderes las sustancias eran mas abrasivas y ese si me lo notaba.
Me dejé caer apoyando la cabeza entre sus piernas, incapaz de mantener los ojos abiertos mientras ella acariciaba mi pelaje con suavidad.

Sabia perfectamente lo que pensaba, que debía dejarlo, no habría futuro para ambos si moría, ni lo habría si no conseguíamos nuestro cometido.
Elevé un instante mis lobunos ojos perdiéndolos en los de ella, veía claramente que no quería llevar el caos a Grecia de nuevo, que comulgaba mas con la causa de los cazadores que con nuestro amor eso me entristeció.

Yo siempre fui un sobrenatural, estuvimos en bandos enfrentados hasta que nos enamoramos y admito que para mi no existía remordimientos, si por poder estar con ella Grecia ardía, que así fuera.
Acabé dormido en su regazo, incapaz de ponerme en pié. La cueva se caldeó con el fuego que ella prendió y con calma cocino las provisiones que nos quedaban, así que cuando conseguí pegar una cabezada, al despertar tenia un trozo de carne poco hecha esperándome que me comí con ansia.

En cuanto el cuerpo del griego cambió por completo, las patas del lobo cedieron y se dejó caer en el suelo. La cambiante corrió a su lado, colocando la cabeza del animal sobre su regazo. Le acarició suavemente el pelaje, meciendo poco a poco a la criatura. Ella no tenía la menor idea sobre la adicción que su amado padecía, pero sí sabía lo que ocurriría cuando le vio inyectarse el potente elixir aquella tarde para localizar a Talos, el cuál había secuestrado a Shelby, la única opción de romper la maldición según el muchacho. La joven se inclinó sobre el pela negro y tupido del pobre can que sufría, abrazándole, besándole, cubriéndole con caricias. -¿Cuándo aprenderás? Eres fuerte por ti solo… no necesitas esas pócimas tanto como tú crees…- Le voz de la chica se quebraba por la tristeza que sentía. Ver sufrir al único ser en el mundo que realmente le importaba, rompía su corazón.
 
Cuando los orbes dorados del lobo la observaron, pudo ver el dolor reflejado en ellos. Su pecho se encogía y como si algo la estrangulara, dolía. Se llevó una mano al esternón y con calma se masajeó la zona, intentando calmar la grave molestia que sentía. Abrazó de nuevo al griego antes de dejarle unos minutos a solas para preparar el fuego. El animal necesitaba descansar y lo haría mucho mejor si la gruta se calentaba un poco. Así mismo, puso algo de carne a hacer, una porción para ella y dos para Spyros poco hechas. Le vigiló mientras dormía, se acurrucó junto a él y se quedó mimándole. No podía dormir, estaba preocupada y tampoco quería dejar sin velar el reposo que su amado necesitaba.
 
Cuando el joven despertó, ella le acercó la carne y dejó que se la comiera tranquilo, aunque pareciera que llevaba semanas sin llevarse nada a la boca. Calíope sonrió con sinceridad como no lo había hecho en mucho tiempo. La situación no era la mejor, ni siquiera era buena, pero ver el voraz hambre del griego significaba que estaba mucho mejor y eso la reconfortaba sobremanera. -¿Cómo te encuentras? Creo que bastante mejor, ¿cierto?- Acarició la cabeza del cánido y le rascó una de las orejas con cariño. Se fue inclinando hasta recostarse a su lado, apoyando la cabeza en el lomo de negro pelaje suave. -¿Te importa si cierro los ojos un rato?- Un bostezo escapó de los labios de la chica. Estaba cansada, no sólo físicamente, sino mental y anímicamente también. Su primer intento había sido todo un desastre y convencer a Spyros de intentar hablar con Lucio, ahora mismo, se le antojaba imposible. Aquel tema debería posponerse y, por el momento, se centrarían en intentar convencer a la bruja de tomar el relevo de su tía Nessanie. Una idea que a la cambiante no le gustaba nada, pero que, al mismo tiempo, allí estaba y servía para alentar al griego a no rendirse. El aquelarre estaba lleno de mentirosos y, algún día, el joven hechicero abriría los ojos a la realidad, algún día lejano, se temía la muchacha.
 
Dándole vueltas mentalmente a aquel tema, poco a poco, la pequeña halcón se fue quedando dormida. En sueños, cuando tenía suerte, podía reencontrarse con su amado. Allí podían ser felices juntos, tocarse, besarse, caminar de la mano. En más de una ocasión se había planteado no volver a despertarse, pero eso era algo que a Spyros jamás le había comentado.

Podía ver la tristeza reflejada en su mirada, no solo por la situación que acontecía, si no porque de un modo u otro, ella no quería que introdujera en mi cuerpo sustancias dañinas.
Cuando de nuevo la luz del sol se extinguió y su cuerpo humano con ella, un ave apareció recostado en mi regazo, el dolo parecía haberse adueñado de ambos y no podía permitirme verla caer, pues si lo hacía yo no podría tirar de ella, la necesitaba para esto, teníamos que mantenernos optimistas, esa era la única forma de llegar a buen puerto y ser libres de nuevo para amarnos mutuamente.
-Escucha -le dije cuando de un salto abriendo las alas se subió a mi hombro -intentaré inyectarme con menos frecuencia, pero no puedo dejar de hacerlo, llevo así desde niño, no colocarme me provoca mono y no es el momento de luchar contra eso ¿lo entiendes? Es prioritario que la maldición sea retirada, de poco me sirve garantizar mi supervivencia si no te tengo a mi lado. Soy fuerte, tu misma lo has dejado claro, pues permiteme hacer las cosas a mi manera ¿de acuerdo? Cuando seamos dos humanos, en ese momento dejaré que me cuides, que te ocupes de mi, nos alejaremos de cazadores y aquelarres, nos iremos a una cabaña en el bosque y no será necesario volver a recurrir a esto, pero ahora no puedo mostrar debilidad y para eso, lo necesito.

Sabia que no estaba de acuerdo y a decir verdad, de no ser porque en esa forma era incapaz de darme replica seguramente la charla hubiera sido complicada.
Los días pasaron, no dejamos de seguir a la joven Hechicera, pero le habían doblado la vigilancia y acceder a ella era un autentico imposible.
No fue hasta una semana después cuando logramos acercarnos a ella con la naturalidad con la que un hombre se acerca a una dama, al parecer audía a una fiesta en el Palacio Royal, la dama blanca aun no coronaba el cielo y mi bella lady halcón lo sobrevolaba sin perder me de vista en ningún momento.

La sucesora de Nessanie estaba en la balconada, disfrutaba de una copa de champang, bastante aburrida y pensativa a decir verdad.
-Buenas tardes -susurré acercándome a ella con caballerosidad, pronto llegará el ocaso, hasta entonces ¿puedo acompañaros? -pregunté relajando así al hombre que parecía vigilar todos y cada uno de sus pasos.

Había inyectado un vial que camuflaba mi aura, asi que en principio no implicaba riesgo alguno para la dama a ojos de su guardián y mi acercamiento, algo normal en dos personas jóvenes que se pudieran gustar, no era sospechoso.
-Me gustaría hablar con vos, con calma, no se si podrá ser en esta fiesta, veo que no os quitan los ojos de encima, pero os aseguro que aquello que tengo que proponeros os será de interés, os ayudaré.

Shelby había acudido a aquella fiesta porque los Sacro también iban, estaban todos invitados y como representante de su casa en Noruega, ella no iba a desentonar tampoco, aunque realmente no le apetecía ir.

En Akershus rara vez había fiestas y recepciones con lujos y tonterías como aquellas, pero Erline solía acudir a bastantes así que le había proporcionado el vestido, las joyas y hasta quien la peinara. Sabía que la joven Cannif se encontraría fuera de lugar, pero de igual manera su educación a la inglesa no la haría parecer una bárbara sin modales. Tras un buen rato saludando a gente que no conocía y que seguramente tampoco recodase al día siguiente, se escabulló con una copa en la mano a una de las terrazas, observando la luna y pensando dónde estaría su madre en ese momento. ¿Quizás bajo las pieles con su padre? ¿Quizás surcando el mar y él subido en un caballo en algun rincón recóndito del norte? echaba de menos lo conocido, pero París le estaba ofreciendo la mejor de las educaciones, su instrucción en la magia estaba siendo soberbia y Marzia Sacro se estaba luciendo con ella.

Sabía dónde estaría Beth, con su lobo a ciencia cierta. Y también dónde estarían Niels, Orn y Fio, en la taberna lanzando puñales a una diana. Sonrió al pensar que Valeska estaría cepillando su largo cabello rubio. Sirius andaría por el mundo con su mujer, de manada en manada, de Noruega a Rumanía y vuelta a empezar. Y Einar...el pobre Einar estaría todavía maldiciendo a sus padres por enviarlo a Londres. Le había escrito unos días antes y lo cierto es que tenía ganas de ir a verlo, y más con lo que había sucedido.

¿Dónde estaría Talos? lo había ayudado a escapar de la mansión Sacro y durante esas semanas no lo había vuelto a ver. ¿Seguiría tramando cómo matarla? ¿Quizás habría recuperado el sentido común y volvería a Grecia? no se lo quitaba de la cabeza, era un brujo como ella, uno poderoso y muy equivocado en sus motivaciones. Pero también notaba en su fuerza la misma que podría tener Sirius de no haber sido educado por Höor para no sucumbir a la oscuridad, su hermano tuvo suerte pero Talos no la había tenido. ¿Tenía redención alguien así? ella pensaba que sí, se negaba a pensar que la magia corrompía hasta ese punto, al final del cuento, eran humanos y sus emociones las guiaban ellos.

En eso estaba pensando cuando un hombre la interrumpió en sus cavilaciones. ¿Le sonaba de algo o eran imaginaciones suyas? en aquella nave abandonada estaba muy oscuro y no le vio bien el rostro a su atacante, con lo que no pudo identificar a Spyros. Sus palabras sonaron un poco crípticas.

— Hablad ahora, no hay problema, tanto da si es en esta fiesta como fuera, no me quitarán el ojo de encima nunca. ¿Cuál es vuestro nombre?

Discutir con el griego era inútil, porque cuando ella le decía las cosas él era un lobo y cuando él le respondía, diciéndole cosas que ella no deseaba escuchar, no era más que un halcón sin posibilidad de réplica. No le gustaban las opciones ni condiciones que le daba y menos aún confiaba en que les dejaran marcharse como él decía y alejarse del aquelarre. En cuanto regresaran con Shelby, si es que ella accedía, les separarían, porque ya no tendrían uso para ellos y a los brujos de ese lugar, les importaba menos que poco lo que a ellos dos les ocurriera, especialmente a Calíope, ya que, a fin de cuentas, como perteneciente a los cazadores era su enemiga.
 
Se resignó, porque no quería enfadarse. Bastante difíciles estaban las cosas entre ellos como para que encima se pelearan. Pero no estaba de acuerdo en su plan, lo consideraba un suicidio al final. Claro que mejor muertos que condenados en vida a no poder tocarse, según cómo se mirase.
 
Cuando Spyros entró en el Palacio Royal, ella se retiró volando hasta el edificio más cercano y se dispuso a formar guardia por si aparecía Talos y les complicaba las cosas. Aunque cualquier hechicero con aura oscura serviría para que la pequeña ave diera el chillido de alarma. Su vista era inmejorable, así que incluso a esa distancia, veía perfectamente lo que ocurría en la balconada.

Como imaginaba la preciosa hechicera quería hablar en la misma balconada, no confiaba en mi y tras haber intentado Talos matarla no la culpaba.
-Bien -dije finalmente dando un sorbo a la copa fingiendo reírme y mantener una conversación cordial y no tensa con la dama para no levantar sospechas -se que eres consciente de que un mal se ciñe sobre ti. Talos es un cazador, aunque un día estuvo de parte de los hechiceros. Quieren tu muerte, la quieren porque tu tía, hermana de tu padre a muerto y con su muerte todo su poder ha ido a parar a su “descendiente” esa eres tu, la siguiente en nacer tras ese hecho, tu eres poderosa y puedes serlo mucho mas si me acompañas a Grecia. Ven conmigo, en Mykonos a los hechiceros nos reducen a la nada, tras la ciada de tu tía los cazadores nos matan, destruyen a los sobrenaturales que se encuentran, dicen que están en paz, peor no es cierto, seguirnos en una cruenta guerra, solo que ahora las fuerzas lejos de estar igualadas, la balanza cae en nuestra contra.

La hechicera parecía no creerme o quizás si lo hacía, pero allí estaba inmóvil asumiendo mis palabras.
-Talos es peligroso, no le importa mentir, engañar, y para que mentir tampoco a mi, somos una misma cara de la moneda, pero aunque él te diga lo contrario ningún mando esta a salvo, todos hemos manchado nuestras manos.
Has de venir conmigo, por favor.

Alcé la mirada al cielo, el ocaso marcaba el final de mi conversación, no me quedaba tiempo, así que saqué un papel escrito de mi chaque con una dirección garabateada, na hora y la deposité en su mano con premura.
-Piénsalo -atajé antes de desaparecer entre la multitud.

Fuera me reuní con ella, debíamos buscar un sitio donde nadie fuera capaz de percibir nuestro cambio, jadeé por lo cerca que estaba la dama blanca de coronar el cielo, sus patas se posaron en mi hombro, cerré los ojos y con un movimiento rápido de manos abrí un portal que me llevó hasta una habitación de un motel no demasiado alejado del palacio Royal.

Caí de rodillas gruñendo, jadeando de nuevo empezaba el cambio, me centré en la bella imagen de Caliope, su belleza no conocía parangón, por ella haría lo que fuera, estaba enamorado. Traté de tocarla, de rozarla un instante, ese en el que nuestros cuerpos podían encontrarse..y la situación se diluyo, de nuevo yo era bestia y ella humana sin mas. Malditos los dos en una condena que ninguno busco.

Aunque su vista era prodigiosa, su oído era normal y desde aquella distancia le resultaba imposible escuchar la conversación que mantenían. Conocía a la perfección a Spyros y sus labios era capaz de leerlos, pero no los de Shelby, la hechicera con la que estaba conversando. El tiempo apremiaba y pronto tuvo que abandonar el griego la balconada para no convertirse en lobo en mitad del gentío.
 
Fue a reunirse con él en cuanto salió del edificio, bajando en picado hasta posarse sobre su hombro. Notaba su pulso acelerado, su respiración agitada, el cambio estaba cerca y eso agobiaba al brujo que abrió un portal para trasladarse a otro lugar con intimidad donde poder dejarse llevar por la maldición que les consumía a ambos.
 
Como siempre, el momento fue efímero, sus miradas se cruzaron en forma humana, sus brazos se alargaron intentando tocarse, un simple roce bastaría, una caricia etérea, pero no hubo suerte, una vez más no alcanzaron a compartir ese instante, ese suspiro de vida que les llenaría de esperanza. Calíope cayó de rodillas, desnuda y abrazó al lobo negro por el cuello, dejándose cubrir por el calor de su pelaje. Al menos su corazón era el mismo, sus latidos podía reconocerlos. Hundió el rostro entre el collar de pelo y aspiró el aroma canino entremezclado con la magia que le envolvía. -¿Qué te dijo? Vi que le entregabas una nota al final… ¿qué le decías en ella?- El griego a veces actuaba por su cuenta, especialmente porque sabía que la cambiante no estaba conforme con el plan de convencer a la hechicera. El cónclave de brujos no les perdonaría nunca por su supuesta traición, no retirarían la maldición y si lo hacían, principalmente por querer recuperar a Spyros para tenerlo de su lado, a ella la condenarían a muerte o, peor aún, la encerrarían en una mazmorra. Se separó lo justo para perderse en aquellos ojos lobunos. Sabía que él no le podía responder ahora a las preguntas, que quedarían en el aire hasta el próximo cambio cuando pudiera hablarle. Suspiró, pegando su frente a la ajena. -Ya que estamos aquí… ¿te apetece que nos demos un baño?- Obviamente no sería algo romántico ni parecido, pero a ella le bastaba con compartir su tiempo con el hombre al que amaba, aunque fuera en forma canina, porque su alma no cambiaba.
 
Se alzó y fue al aseo a llenar la tina con agua tibia y cogió un cepillo y un par de toallas. Ya no podían hacer nada más hasta que saliera el sol así que intentaría relajarse y que el griego hiciera lo mismo a su lado. Le llamó para que pasara dentro y con una sonrisa le señaló la bañera.

Como cada luna la transformación se repetía, la maldición nos condenaba al efímero segundo en el que nos acariciábamos de forma etérea antes de volver a ser bestias distintas.
Había instantes que sentía perdía el alma, daría todo por poder besarla y sin embargo de nuevo era un chucho frente a la mujer que amaba.
Nuestra única opción era llevar a Shelby ante el aquelarre y sabia de sobra que ni siquiera esa era una opción segura mas..¿había otra?

Mis lobunos ojos se perdieron en los cristales de esa mujer por la que me había planteado matarme, quizás así rompiera el sacrilegio, acabada nuestra historia de amor ¿acaso tenia ya sentido la maldición?
Pero antes tenia que apurar cada posibilidad, sus dedos se deslizaron por mi pelaje, caricias que no eran las que quería pero que viniendo de ella eran un soplo de esperanza.
Su frente contra la mía y su sonrisa jovial impacto en mi morro, como si entendiera la desesperación de mi mirada y solo quisiera arroparla.

Sus preguntas fueron llegando ,solo era un papel con el modo de lo localizarme si se pensaba lo que le había dicho y recapacitaba aceptando mi propuesta aunque sabia que Caliope no estaba de acuerdo pues salvarnos a nosotros implicaría condenar a una nueva guerra a Grecia, pero por mi podían arder todos, yo solo la quería a ella.

Me llevó al baño, no pude evitar sonreír si es que eso podían hacerlo los lobos y sin pensarlo me colé de un salto en la tina sacudiéndome y llenándola de agua.
Olía a perro mojado pero aun así ella no podía dejar de reírse, desnudandose despacio ante mis centelleantes ojos, se hizo un hueco en aquella bañera que quedaba pequeña para nosotros.

Tomo jabón en la diestra y muy despacio deslizo por mi pelo azabache las manos creando una fina capa de espuma.
Lamí su rostro, no podía hablar pero le hubiera dicho cuanto la amaba en ese momento en el que ella me ponía todo mas fácil de lo que en parte merecía.

Hundí mi cabeza en su cuello, apoyándola sobre su hombro, quería un poco de paz, y ella siempre me la daba.
Ojala pudiera tomarla, su cuerpo era perfecto, hacia tanto que no lo hacía...

En cuanto el lobo se coló en la bañera, el agua se salió por el tamaño del animal, por la fuerza de la caída y, por si eso fuera poco, la consiguiente sacudida. El pelaje azabache quedó empapado enseguida, pero con un rápido agitado que hizo que incluso sonaran sus orejas al impactar contra la cabeza, ya estaba casi seco. La muchacha rio por la escena, negando por lo bruto que podía llegar a ser ese hombre del que estaba perdidamente enamorada, sin importar si su forma era humana o la de un perro gigantesco negro. -¿Qué voy a hacer contigo?- Preguntó de manera retórica la cambiante y con una sonrisa plasmada en el rostro.

Estaba desnuda porque había hecho el cambio hacía nada y no iban a salir de la habitación, así que se acercó a la tina despacio, metiendo primero un pie y después el otro. Se agachó poco a poco, paseando las manos por el oscuro pelaje del griego, comenzando a formar espuma por el jabón que tenía en la diestra y que se generaba con las friegas. La nariz de ella se deslizaba por el cuello del animal, aspirando el aroma que desprendía, sin importarle que éste fuera a perro mojado. De todos los modos posibles, él era Spyros, el brujo del que se había enamorado y nada en él le desagradaría nunca, aunque pudieran molestarle o preocuparle algunas cosas, como que se inyectara. No por eso le quería menos, al contrario, sólo hacía que temiera más perderle ante la fuerza que el cónclave significaba para ellos.

Cuando notó que el huargo apoyaba la cabeza en su hombro, detuvo por un instante el movimiento de sus dedos que, despacio, peinaban los húmedos mechones de pelo azabache. -Sabes que temo por lo que ocurra si Shelby acepta... y temo lo que ocurra si no lo hace…- Habló en voz baja, abrazándose al cuello del animal para que éste no se apartara, para que no buscara su mirada ni la regañara a su manera. -Pero siempre voy a estar de tu lado, Spyros… Siempre. Pase lo que pase. Esté de acuerdo o no con tus acciones, jamás te abandonaré.- Solamente entonces tomó un poco de distancia hasta que la oscura trufa del lobo rozó su mejilla y terminó por tocar la nariz de la muchacha. Las dos esmeraldas de Calíope quedaron fijadas en los lobunos orbes ajenos. -Siento si a veces sueno egoísta, si actúo sin pensar o si digo cosas que no te gustan… Sólo espero que sepas que cada acción que llevo a cabo, es porque te quiero.- Llevó ambas manos a acariciar el rostro del cánido, desde el hocico hacia las orejas. Discutían mucho desde la maldición, cada vez más a decir la verdad, y eso asustaba a la chica. Arriesgaban sus vidas y las de mucha gente por romper aquel hechizo, pero a veces creía que no eran sólo las horas del día lo que les separaba, sino también ellos mismos.

La conocía, mientras sus dedos sacaban espuma de mi pelo y su frente caía cansina sobre la propia mas ancha y peluda pude notar el dolor que comprimía su pecho.
Acaricié con mi trufa su nariz, la amaba, nunca había experimentado ese sentimiento hasta que la conocí a ella.
Mi vida estaba vacía, la de un soldado criado para la guerra, para llevar a lo mas alto a mi señora Nessanie- Pero al encontrarme con ella encontré paz, esperanza y la posibilidad de una vida muy distinta a la que conocía.
La maldición podía ser un infierno, no tocarla, no besarla, esa separación corpórea que nos impedía ser pareja, pero era peor lo que estaba sucediendo ahora, en la que nuestras fuerzas flaqueaban y eramos nosotros los que asustados nos alejábamos del otro.

Le hubiera dicho que la amaba, que temía como ella lo que sucediera, volviera Shelby o no lo hiciera Grecia sufriría una guerra, pero que lo que mas temía era perderla, no quería, no podía vivir sin ella y ahora sus palabras me confirmaban de alguna manera ella también se daba cuenta de que esto estaba enfrentándonos sin tregua.

Quería hacerle el amor, devorar sus cuerpo, tomarlo, hacerla mía como antaño y caer sobre el lecho riéndonos mientras nos besábamos y ahora ni siquiera podía complacerla, eso no era vida y sabía que tarde o temprano conocería un hombre que la hiciera reír, ilusionarse y seguramente se olvidaría de mi.
Por eso tenía prisa porque mi vida volvería a estar vacía sin ella y solo seria ese soldado drogadicto creado para un fin distinto al de ser feliz.

Hundí mi hocico en su cuello, restregué mi morro por su piel ¿como explicarle que había mucho que no decía no solo porque ahora mi condición de bestia me lo impedía? ¿como confesarle que mi mayor miedo no eran los aquelarres si no que Caliope descubriera que yo solo era una carga y no el hombre que necesitaba.

Lamí las gotas de agua que resbalaban por su rostro al decir que era egoísta, se equivocaba, era yo el egoísta que no quería ser abandonado porque sin ella solo era una bestia, un infame hechicero educado para la muerte.

¿Cuántos meses habían transcurrido desde la última vez que pudieron besarse? Siete meses y tres días. Calíope llevaba la cuenta, no de manera consciente, pero lo hacía, porque la tristeza la abrumaba de tal manera, que había adquirido ciertas obsesiones o manías. Su memoria había fijado un punto en el tiempo, mejor dicho varios, de todas aquellas cosas que echaba de menos compartir con Spyros. Ya no conversaban, ni podían tomarse de la mano, no reían juntos ni se abrazaban mutuamente. No se pasaban horas acariciando sus cuerpos bajo un manto de estrellas, ni se metían cariñosamente el uno con el otro.
 
Ahí, perdida en aquellos lobunos ojos, notando la fría trufa del animal contra la suya propia, sabía que no podía dejarse llevar por la desesperación. Que, aunque no pudieran cruzar sus miradas humanas desde hacía mucho tiempo, aquel enorme can seguía siendo el hombre del que se había enamorado y ella continuaba siendo la cambiante aún en su forma de ave. Los dos eran plenamente conscientes de ese hecho, pero a veces parecían olvidarlo. -Lucharemos juntos, Spyros. Pero con cabeza, ¿de acuerdo? Porque no servirá de nada romper la maldición, si mueres en el intento…-
 
Suspiro, dejando caer de nuevo los párpados y se tomó unos segundos de reflexión. Al abrirlos de nuevo, se levantó de la tina y miró al huargo con una sonrisa. -¡Tonto el último!- Soltó, antes de salir de la bañera de un salto y correr hacia el dormitorio para tirarse en la cama. Sabía que a no ser que él le dejara, no ganaría, porque era más rápido incluso en distancias cortas de lo que ella jamás podría en su forma humana. A veces tenía reacciones un tanto infantiles, aunque desde la maldición no se había tomado aquel privilegio, pero formaba parte de ella, de su manera de ser. Los dos eran como niños de vez en cuando, bajaban rodando por la ladera, abrazados o jugaban a lanzarse nieve en invierno. Ella se entretenía poniéndole flores a Spyros en el pelo mientras dormía y él cuando despertaba la regañaba porque no era una chica. Siempre acababan riendo y llenándose de besos, algo que ahora no podían, pero se conformaba con un momento de distracción, con tenerle a su lado, con poder compartir la cama aunque fuera con aquel enorme lobo empapado.

Los dos salimos del agua corriendo en un infantil juego de quien llegaría primero al lecho, por supuesto que le hubiera ganado de no entretenerme una vez posadas las cuatro pezuñas en el suelo en sacudir la cabeza para expulsar todos los restos de agua que habían quedado en mi pelaje.
Cuando alcé mi lobuna mirada ella me miraba desde el lecho con una sonrisa divertida mientras yo me orillaba lentamente hacía la cama y de un salto me aupaba quedando frente a la cazadora.

Era consciente que en otras circunstancias nos revolcaríamos, nos besaríamos y amaríamos hasta que nos encontrara el ocaso y sin embargo allí estábamos ambos mirándonos de frente sin poder mas que rozarnos en formas diferentes.
Rodeó con sus brazos mi cuello cerrando los ojos ¿que mujer iba a aguantar tener de pareja eterna a un lobo?
No podía complacerla, no podía amarla, solo era su mascota.

Un quejido lastimero escapó de forma involuntaria de mi garganta, sus dedos acariciaron mi pelaje para que me clamar,a ella aseguraba necesitarme vivo para poder quitarse de encima la maldición, pero yo por contra veía esto como una contrarreloj, si dejábamos que Talos nos ganara el juego nosotros no volveríamos a coincidir como humanos, condenados a ser alimañas para el otro.

Sentía tener que desobedecer sus peticiones, pero prefería estar muerto que una vida sin ella, si salíamos de esta podríamos retirarnos al bosque, no se, me desengancharía de las drogas si así lo quería pero ahora necesitaba colocarme para estar a tope y por encima de todo hechicero al que me enfrentase.

Acabamos sucumbiendo al sueño, fue entonces cuando llegó el esperado ocaso y cuando de nuevo la trasformación arranco el pelaje de mi cuerpo e interpuso plumas en sus dedos.
Apenas un instante en el que mi hocico rozó sus labios y su pico los míos, maldije mil veces a los aquelarres y nuestra suerte, mas hoy iría a por ella y la devolvería a nuestras tierras o moriría en le intento, peor no podía pasar ni un día mas sin poseer a Calyope.

Escucharle sollozar al lobo de aquella manera le rompía el corazón. Sabía que Spyros era un hombre fuerte, pero, al igual que a ella, la situación estaba minando sus ánimos, su espíritu y, tal vez, hasta su amor. Calíope abrazó al peludo animal con fuerza y se dedicó a acariciarle, besarle y susurrarle una vieja canción hasta que ambos se quedaron dormidos sobre el húmedo colchón.

Aquella mañana, la cambiante se despertó con la mutación de su cuerpo, con el dolor quebrando sus huesos y el llanto atorado en la garganta. Solía levantarse antes del amanecer, intentando evitar que su amado presenciara aquel instante en el que la perdía de nuevo, pero no pudo conseguirlo aquella mañana y las maldiciones del brujo pronto inundaron la estancia. El halcón desplegó sus alas y alzó el vuelo, alejándose de la cama y del griego. Poco, porque estaban en un hostal y el techo impedía que se elevara más de lo necesario. No le gustaba verle así, porque cuando se ofuscaba perdía el norte y el control sobre sí mismo. Le había visto así con anterioridad y cuando cayó la noche, tuvo que cuidar de un lobo enfermo con sobredosis.
 
La mirada afilada del ave, dejaba claro que no estaba de acuerdo con cualesquiera que fueran los planes del hechicero. Capaz era incluso de secuestrar a Shelby con tal de llevársela de regreso a Grecia y entregársela en bandeja al aquelarre. Pero ellos no eran así, no eran como aquellos que les habían maldecido. Eran buenas personas y no deseaban provocar una nueva guerra en sus tierras. O al menos eso era lo que sentía Calíope. Pero Spyros se perdía en la necesidad que tenía de volver a estar con ella. La cambiante lo comprendía, ella también ansiaba volver a acariciar su barba, a besar sus labios, a perderse en aquellos ojos humanos. ¿Pero a costa de las vidas de otros? No se veía capaz de algo así, menos aún estaba preparada para asumir la culpa de lo que todo eso significaba. ¿Podría ser feliz con su amado, cargando con las muertes de inocentes a sus espaldas? Sabía que no y también sabía que tampoco podría Spyros. Que una vez todo ocurriera, lo lamentaría y se consumiría en el remordimiento. Pero detenerle era complicado, por no decir imposible. Tendría que buscar otro modo de evitar que nada ocurriera. Tal vez la solución estaba en ayudarle a atrapar a la heredera del poder de Nessanie y, más adelante, hacer que ésta escapara de modo que pareciera un accidente.